RACISMO. El nazismo comenzó siendo un credo político, pero rápidamente evolucionó hasta convertirse en un credo religioso, en una religión alemana (v.) con sus propios dogmas, ritos y ceremonias, que a la larga aspiraba a sustituir a la cristiana. Los dos dogmas principales del nazismo eran la superioridad de la raza aria, alemana y nórdica, y su derecho a esclavizar o a exterminar a las razas inferiores (v. Untermenschen) usurpadoras del Lebensraum (v. espacio vital) al que la raza superior (v. Übermenschen) tenía derecho.
A la raza aria no le bastaba con estar constituida por individuos altos y apuestos, rubios, ojos azules, nobles, inteligentes y sanos. Además, era la única creadora de cultura, la única verdaderamente humana, el pueblo de los señores (Herrenvolk), destinado a dominar a las razas inferiores (en realidad especies distintas, infrahumanas).
Las razas inferiores abarcaban desde el moreno mediterráneo al negro retinto de las selvas africanas. En esta mezcolanza de gente de piel oscura se camuflaba, artera y malvada, una raza particularmente ponzoñosa, la judía, con la que Hitler tenía, como sabemos, una cuestión personal.
Consecuentes con estas ideas, los nazis fomentaron el matrimonio de alemanes con individuos de raza superior (nórdicos u holandeses) y lo desaconsejaron con el resto. A la larga, esta actitud provocó un grave problema diplomático con su aliada Italia. En febrero de 1941, los dos países habían firmado un acuerdo en virtud del cual Italia prestaba a Alemania 200.000 trabajadores. Una circular anterior (mayo de 1940) había desaconsejado a las mujeres alemanas «actuar prematuramente» en sus relaciones con extranjeros. El caso es que miles de alemanas sucumbieron al encanto de los visitantes italianos, todos jóvenes, fogosos y culturalmente diestros en las artes de la seducción. Al embajador italiano en Berlín llegó un informe alarmista según el cual «las jóvenes alemanas muestran poca preocupación por el hecho de que, a pesar de la amistad política con ciertos países, como los italianos, cualquier forma de relación con ellos debe ser rechazada desde un punto de vista racial».
El italiano emitió una protesta oficial: «La prohibición en Alemania de matrimonios mixtos con miembros de ciertas razas o pueblos, como judíos y polacos, ha causado una inquietud generalizada en Italia sobre la prohibición entre los matrimonios mixtos italogermanos, que ya no puede ser negada ni ignorada» (noviembre de 1941). Ribbentrop (v.) se excusó diplomáticamente, pero el problema siguió latente hasta que lo resolvió la retirada de los trabajadores italianos de Alemania (noviembre de 1942) por causas económicas, no raciales.
RADIO DEL PUEBLO (v. Volksempfänger).
RAZA Y DESTINO. También llamado Segundo libro de Hitler o Hitlers Zweites Buch (v. Mein Kampf).
REARME ALEMÁN. El Tratado de Versalles (v. 1919) impuso a Alemania la entrega de todo su material militar y la limitación de sus fuerzas armadas futuras a 4.000 oficiales y 100.000 soldados (siete divisiones), sin artillería pesada, carros de combate, submarinos o aviación. Además, suprimiría el servicio militar obligatorio. De este modo los aliados se aseguraban de que Alemania quedaba militarmente desactivada: jamás volvería a ser una amenaza en el futuro.
Alemania aceptó tan draconiano Diktat, pero pedirles a los alemanes que lo respetaran fue como pedir a un bulldog que se condujera como un caniche. En cuanto sacaron el vientre de mal año y organizaron el país, comenzaron a preparar un ejército secreto. Su muñidor, el general Hans von Seeckt, se rodeó de los oficiales más competentes y les impuso una formación intensiva para que, llegado el momento, cualquiera de ellos pudiera adelantar en el escalafón dos o tres grados con los conocimientos correspondientes. De esta manera, cuando en el futuro volviera a imponerse el servicio militar obligatorio, el nuevo ejército contaría con los oficiales necesarios ya formados.
Paralelamente, el Gobierno de Weimar convino con la URSS un plan de intercambio de experiencias, y envió a oficiales y pilotos alemanes a entrenarse en bases rusas (el Reichswehr negro).
Cuando Hitler ascendió al poder aceleró la formación del ejército clandestino. Futuros tanquistas ensayaban novedosas tácticas maniobrando con blindados de cartón piedra que llevaban en vilo, como los costaleros sevillanos llevan los pasos de Semana Santa.
En el aire, los futuros pilotos de caza probaban sus fintas en planeadores deportivos y las tripulaciones de los bombarderos se entrenaban en aviones de la Lufthansa.
Por su parte, los ingenieros diseñaban aviones comerciales que, en su momento, con escasas modificaciones, serían bombarderos (por eso llamaron al He 111 lobo con piel de cordero). También avionetas deportivas con espacio suficiente para instalarles ametralladoras y convertirlas en cazas.
A ese renovado ejército alemán que bullía en las tinieblas de la clandestinidad reforzándose de día en día, Hitler le daría a partir de 1934 tanques y aviones de verdad, un ejército moderno preparado para ensanchar los límites de la gran Alemania y elevarla al podio de primera potencia mundial. Lo hizo astutamente, de manera gradual, evitando alarmar a las democracias, a partir del Plan Cuatrienal (18 de octubre de 1936).
En 1939 Hitler se había crecido después de sus resonantes éxitos del año anterior (Anschluss [v.], Sudetes, Checoslovaquia), pero todavía no quería ir a la guerra, tan solo pretendía invadir Polonia para unificar y ampliar el territorio alemán y para disponer de una frontera común con la URSS, a la que planeaba invadir hacia 1943, cuando su economía de guerra estuviera completamente desarrollada.
Le fallaron los cálculos; Francia e Inglaterra le declararon la guerra y se vio obligado a hacerles frente cuando todavía no estaba preparado. No disponía de las suficientes reservas de armas ni de municiones. Tampoco había desarrollado satisfactoriamente la industria armamentística, ni la economía de guerra.
Alemania no estaba preparada para una guerra larga, de desgaste, debido a su escasez de materias primas, especialmente acero y petróleo. A esta deficiencia congénita se sumó la mala planificación industrial:
- La producción dependía de distintos organismos mal coordinados que solapaban sus funciones, se disputaban las materias primas y politizaban las actividades económicas. Esta deficiencia se debe a la tendencia de Hitler a enfrentar a sus subordinados para hacerlos depender de su arbitraje.
- Alemania producía demasiados modelos de armas, lo que obligaba a almacenar gran cantidad de repuestos y creaba problemas logísticos.
Los principales fallos:
- En la industria, el conglomerado industrial Reichswerke Hermann Göring (v.), fundado en 1937, no fabricaba lo necesario. Hubo que recurrir a grandes empresas particulares, como Junkers, Krupp, Henkel, Henschel, Opel o Daimler-Benz, que lejos de coordinar sus esfuerzos competían por los contratos y solo atendían a sus beneficios.
- Los grandes errores en la Luftwaffe (v.). En 1937, Göring (v.) canceló el programa de bombarderos estratégicos (Dornier Do 19 y Junkers Ju 89) y optó por fabricar aviones de uso táctico (Ju 87, Ju 88 y Me 110). Había que ahorrar el precioso aluminio, tan escaso en Alemania.
- Los errores en la Kriegsmarine (v.). El Plan Z (enero de 1939) preveía la construcción de 2 acorazados de 54.000 toneladas; 3 cruceros de 30.000; 4 portaviones de 20.000; 38 cruceros menores, 68 destructores y 250 submarinos. El comienzo prematuro del conflicto obligó a abandonar el plan y la guerra comenzó con un gran déficit de submarinos que se revelaría el arma decisiva. Para colmo, Hitler tardó en advertir que el submarino era su principal recurso en la guerra marítima.
- La prematura agresión a la URSS se reveló catastrófica. La guerra en el este consumía más recursos de los que la industria podía fabricar. Esta situación se agravó con la entrada en la guerra de EE. UU. (diciembre de 1941).
La industria armamentística alemana se mantuvo hasta 1942 en un 70 % de su capacidad, porque Hitler no deseaba imponer demasiados sacrificios al pueblo (pesaba en su ánimo la negativa experiencia de la Gran Guerra).
En febrero de 1942, Albert Speer (v.), nuevo ministro de Armamento, racionalizó la producción y la impulsó de nuevo, pero ya era demasiado tarde para cambiar el curso de la guerra. Solo consiguió prolongarla quizá un año más. Para compensar esta debilidad, recurrió a la alta tecnología, pero fue un desperdicio adicional de recursos, porque la guerra acabaría antes de que esas armas de nueva generación estuvieran listas.
REICH MILENARIO (Tausendjähriges Reich). En su discurso del undécimo congreso de Núremberg (1 de septiembre de 1933, v. congresos del partido), Hitler profetizó que el Reich que estaba construyendo duraría 1.000 años. La expresión arraigó entre sus devotos hasta convertirse en una especie de mantra en el que creyeron sinceramente hasta que comenzaron las dudas a partir de 1942.
REICHSPARTEITAGSGELÄNDE (Área de los Congresos del Partido). Hitler designó Núremberg ciudad de los Reichsparteitage (v. congresos del partido) el 30 de agosto de 1933, y encomendó a su nuevo arquitecto favorito, el joven Albert Speer (v.) —el anterior, Paul Ludwig Troost, había fallecido—, que diseñara un escenario capaz de albergar al millón de fervientes nazis llegados desde todos los puntos de Alemania y del extranjero, que cada año concurrirían a la ciudad para celebrar el congreso del NSDAP.
Con certero instinto escénico (de nuevo, la ópera alemana [v.]), Hitler había imaginado que la vibración sensorial de tal muchedumbre uniformada ocupando un espacio tan dilatado sugeriría a la vez potencia, dominio y sumisión al jefe máximo, al idolatrado Führer.
En el solar escogido, «un terreno regado con sangre de la historia alemana, donde alza Hitler todos los años un nuevo monumento de la historia alemana del presente: la asamblea del partido que en el año 1933 llevó más de un millón de hombres a la antigua ciudad imperial renovada por el canciller del pueblo».
Aquellos 11 km2 al sureste de Núremberg se articulaban sobre un eje central marcado por una gran avenida (Grosse Strasse) de casi 2 km de longitud y 80 m de anchura, ideal para desfiles conmemorativos.
El complejo empezaba por el antiguo Luitpoldhain, un parque de 21 ha que Speer desarboló para convertirlo en una gigantesca plaza de armas, la Luitpold Arena. Sin duda, el lector reconoce esa imagen por haberla visto muchas veces en portadas de libros o revistas y en documentales de la Alemania nazi: una inmensa explanada ocupada por escuadrones de tropas de las SS (v.) y las SA (v.) ordenados en compañías, batallones y divisiones, perfectamente uniformados, con sus relucientes cascos de acero y sus mochilas a la espalda, uno de los más logrados pasajes de la ópera alemana.
En esta imagen, que parece congelada en el tiempo, el único elemento móvil es el Führer, que avanza solitario y solemne por la desierta calzada central, flanqueado, dos pasos atrás, por los jefes de las SA y las SS.
En la adecuación del magno escenario, Speer rozó el parque Luitpold para habilitar una explanada capaz para 150.000 personas, a las que cabría sumar otras 70.000 en el graderío circundante.
Mientras se aprobaba el proyecto y se allegaba financiación, se construyó provisionalmente una tribuna de madera de 150 m de longitud en forma de media luna, con los extremos rematados en podios que en su momento sostendrían sendas águilas de bronce de 3 m de altura y 7 m de envergadura, encargadas al escultor Kurt Schmid-Ehmen.
La parte central de la tribuna (Ehrentribüne o tribuna de honor), reservada a las jerarquías y embajadas, tenía espacio para 1.000 invitados. En las dos laterales se podían acomodar hasta 60.000, incluyendo un apartado de 1.500 asientos reservados a los corresponsales de prensa.
Era, ciertamente, una obra de romanos. Para mitigar la monótona horizontalidad del conjunto, Speer ideó un rotundo trazo vertical: tras la tribuna central levantó tres andamios (en su momento sustituidos por torres) de 30 m de altura de los que pendían los mencionados gallardetes de la esvástica (v.).
Un ancho pavimento de losas de granito atravesaba el Luitpold Arena hasta la tribuna de honor desde la que Hitler contemplaría a sus leales y pronunciaría vibrantes discursos que las cámaras de la UFA (v. cine nazi) perpetuarían.
Cerca de la tribuna de honor, sobre un pequeño altar, se ostensionaba (sic) la más sagrada reliquia del nazismo, la bandera de la sangre (v.), a cuyo contacto, en una ceremonia de sabor medieval oficiada por el Führer, se consagraban las nuevas banderas del partido.
Prosiguiendo el camino por la Grosse Strasse, a orillas del lago Dutzendteich, Speer había planeado la construcción de un palacio de congresos (Kongresshalle) inspirado en el Coliseo romano y, como él, construido con ánimo de hormigón y recubrimiento de granito. Iba a ser un magno edificio de 250 m de longitud por 70 m de altura en forma de U, con soportales inferiores y ventanas en los pisos superiores. En la ceremonia de la colocación de la primera piedra, Hitler expresó su esperanza de que «aunque un día se silencie la voz del nacionalsocialismo, estos testigos de mampostería seguirán asombrando al mundo».
Mein Führer, no es por nada, pero estos memento mori con los que a menudo esmalta sus discursos, ¿no son acaso una premonición de que lo que usted busca, en el fondo más recóndito de su alma, es un final nibelungo? Constato, una vez más, ese fondo pesimista del nazismo que ni siquiera en el momento de mayor plenitud deja de pensar que esto se va a terminar algún día. Quizá, en el fondo, su conciencia cristiana, adquirida en su católica infancia, alentaba la profecía del Evangelio: Stipendium peccati mors est, «el pago del pecado es la muerte».
Hemos recorrido el lugar en una melancólica mañana de otoño. Lo que vemos ahora nos asombra solo a medias, porque la guerra interrumpió las obras iniciadas en 1935 y el edificio quedó inconcluso, como la bíblica torre de Babel. Su aforo calculado era de 50.000 congresistas, cantidad que no parece exagerada si tenemos en cuenta que en estos congresos no se discutía nada, pues todo el mundo estaba de acuerdo «en la dirección del Führer» (v.).
Prosigue la Grosse Strasse cortando en dos partes el lago Dutzendteich. Al otro lado de la extensión lacustre encontramos, a la derecha, el Estadio Alemán (Deutsche Stadion) y a la izquierda la vía pavimentada que atraviesa el antiguo campo de maniobras de los zepelines (Zeppelinfeld).
El Estadio Alemán, en forma de U, inspirado tanto en Roma (Circo Máximo) como en Grecia (Olimpia), pero sobrepasando con mucho en potencia y lucimiento a sus modelos, iba a ser el mayor del mundo, 800 m de largo por 450 m de ancho, una fachada principal de 90 m de altura, construida en granito rosa, y un graderío para 405.000 espectadores sentados. Kolossal! Lástima que solo se levantaran los cimientos.
Los terrenos del Estadio Alemán están ocupados hoy por un lago (Silbersee), que aprovecha las excavaciones practicadas para cimentarlo, y un cerrete arbolado (el Silberbuck, popularmente conocido como Monte Scherbellino), hecho con los escombros procedentes de los bombardeos de la ciudad.
El campo Zeppelin (Zeppelinfeld) era una extensión de terreno de 312 x 285 m, que Speer delimitó para los primeros fastos del partido con más de 100 reflectores antiaéreos suministrados (a regañadientes) por Göring (v.). Fue uno de los espectáculos más celebrados de la ópera alemana: aquellos chorros de luz que, proyectados sobre el cielo nocturno, se perdían en un palio de nubes, hacían el efecto de una espectral columnata, «una catedral de luz» (Lichtdom).
Fuera de esos efectos especiales, la principal obra de albañilería del campo Zeppelin fue una enorme tribuna de 360 m directamente inspirada en el altar de Pérgamo del Museo de Berlín. En el centro, se habilitó un arengario desde el que Hitler predicaría a sus fieles.
En los años 1933 y 1934, el campo Zeppelin se rodeó de tribunas de madera desmontables, pero a partir de 1935 las gradas se construyeron de bien escuadrados sillares (todavía quedan algunos en medio de la devastación actual).
La Grosse Strasse desembocaba, medio kilómetro más allá, en el Campo de Marte (Märzfeld), una explanada rectangular (1.050 m x 700 m, equivalente a más de 80 campos de fútbol), destinada a entrenamiento, maniobras y lucimiento de tropas. El magno rectángulo estaría rodeado de graderíos con capacidad para 150.000 espectadores sentados. Veinticuatro torres intercaladas entre los graderíos albergarían mingitorios, puestos de socorro, bares y otros servicios. Esculturas ciclópeas de arios musculados, obra de Josef Thorak, adornarían la tribuna principal y los accesos nobles.
La maqueta de este plan mereció el Grand Prix en la Exposición Universal de París (1937), pero debido a la guerra se quedó todo a medio hacer y hoy aquellos parajes son campos de soledad, mustio collado (v. arquitectura nazi).
REICHSREFERENTIN (o Mädelführerin). Título de la jefa máxima de la BDM (v. Asociación de Muchachas Alemanas). La primera fue Trude Mohr (1902-1989), nombrada en 1934, pero cuando quedó embarazada en 1937 renunció para consagrarse a la maternidad y cedió el título a Jutta Rüdiger (1910-2001), que lo ejerció entre 1937 y 1945.
REICHSTAG, INCENDIO DEL (Reichstagsbrand, v. incendio del Reichstag).
REICHSWEHR (Defensa del Imperio). Fuerzas armadas alemanas entre 1921 y 1935. Así se denominaba el Ejército alemán que permitía el Tratado de Versalles (v.), limitado a 100.000 hombres, sin tanques, aviones ni artillería pesada. Se distinguía del Ejército de Tierra (Reichsheer) y de la Marina (Reichsmarine).
Deseoso de borrar toda huella que relacionara su gobierno con la execrada República de Weimar, Hitler cambió estos términos en 1935 por Wehrmacht (v.), Kriegsmarine (v.), y añadió la Luftwaffe (v.).
REICHSWERKE HERMANN GÖRING (RHG). Consciente de que la guerra que preparaba requeriría grandes cantidades de acero, el Gobierno nacionalsocialista fundó el 15 de julio de 1937 la sociedad anónima (AG) Reichswerke, presidida por Göring (v.).
Esta empresa, en la que el 90 % del capital era estatal, se expandió rápidamente y controló la minería y las importaciones de mineral de hierro (principalmente sueco) e incluso de chatarra (entre ella, la que provenía del desguace de los barcos de la flota imperial alemana hundidos por sus propias tripulaciones en Scapa Flow, después de entregarlos a los ingleses).
El grupo de la Reichswerke se amplió con las empresas que requisaba en los países ocupados. El 15 de agosto de 1944, comprendía 260 sociedades, muchas de las cuales empleaban mano de obra esclava.
Después de la guerra, las empresas del grupo sufrieron diversa suerte. Los rusos desmantelaron las que había en su zona y las transportaron a la URSS como legítimo botín de guerra; los aliados occidentales privatizaron el resto.
REINRASSIG («pura raza»). Palabra usada por los nazis para designar a las personas que podían considerarse arias y, por lo tanto, aptas para la reproducción (v. Eignungsprüfer).
RELIGIÓN ALEMANA. Durante los juicios de Núremberg (v.), la fiscalía acusó a los nazis de haber intentado eliminar a las iglesias alemanas (v.) cristianas para reemplazarlas por sus propias creencias pseudorreligiosas.
Los alemanes habían forjado un mundo difícil de entender desde fuera, una entidad que transcendía los normales límites de pertenencia a una comunidad nacional para convertirse en una secta, en una transcendente religión política. La confesada aspiración de Hitler era que el nacionalsocialismo fuera una religión laica basada más en el sentimiento de pertenencia a la comunidad que en la razón.
Albert Speer (v.) intuyó en los congresos del partido (v.) que lo que estaba naciendo del fervor de los participantes era un sentimiento religioso colectivo: «Cuando el ritual estaba formalmente establecido —de hecho, casi canonizado— era cuando yo me daba cuenta de que el espectáculo había que tomarlo literalmente. Siempre he creído en todos aquellos desfiles, procesiones y ceremonias de iniciación como parte de una virtuosa recreación propagandística. Ahora veo claramente que para Hitler era como fundar una Iglesia».
Esa religión que tanto copiaba de la solemnidad litúrgica católica incluso encontró su música en determinados pasajes de Wagner (v.).
Esa religión alemana había buscado en algunos casos un vínculo con la hipotética religión ancestral de los germanos descritos por el historiador romano Tácito. Era el caso de individuos como Himmler (v.), que, influido por el neopaganismo del movimiento Völkisch (v.), tan de moda en sus mocedades, estaba empeñado en sustituir la religión cristiana por la de los antiguos germanos. Confiaba tanto en los conocimientos mágicos de su compadre y asesor Wiligut (v. antisemitismo; Atlántida) que lo inició en el irminismo, la supuesta religión ancestral alemana, que le encomendó la recuperación de los rituales de nacimiento, matrimonio y muerte de aquellos ancestros, así como la confección del calendario (v.) festivo con el que pretendía suplantar al cristiano. Este calendario concedía especial relevancia a las ceremonias relacionadas con el sol y a los solsticios. Suyo fue también el diseño del anillo SS (v. Wewelsburg, castillo de) que consagraba el compromiso de sus miembros.
Desde 1938, Himmler utilizó la palabra Julfest (fiestas de Jule) en el solsticio de invierno para eludir toda referencia a la Navidad cristiana. La Nochebuena se sustituyó por una fiesta pagana, la Modranicht («fiesta de la maternidad»), y la Pascua se paganizó como Ostern.
La religión recompuesta por Himmler no pudo desarrollar convenientemente sus ritos y sus dogmas por falta de tiempo. El final del Reich milenario (v.) la truncó en sus prometedores inicios. No obstante, podemos deducir de testimonios y fotografías que todo era un remedo de la cristiana en el que la esvástica (v.) sustituía a la cruz y los uniformes de las SS a las estolas y ornamentos litúrgicos.
Bodas y bautizos se realizaban ante un altar revestido con la bandera de la esvástica, en presencia del elemento fuego, supuesta divinidad de los germanos, y bajo un retrato de Hitler. En el altar se depositaba un recipiente con unas tablillas en las que se habían inscrito runas supuestamente portadoras de mensajes espirituales que transmitían a la nueva pareja las virtudes de las SS, especialmente la runa de la vida y la fecundidad.
Consecuentes con la nueva religión (que pretendía ser la ancestral), en la época nazi se fueron abandonando los nombres cristianos tomados del santoral para volver a los germánicos, muchos de ellos inexistentes fuera de las sagas, algunas de las cuales eran invenciones románticas del siglo XIX. Se pusieron de moda nombres como Sieglinde, Günther o Edeltraud, y los compuestos con guion intermedio, que se consideraban el colmo de lo germano: Dietmar-Gerhard, Ekke-Hard…
Observando los edificios del área de los congresos del partido en Núremberg (v. Reichsparteitagsgelände), advertimos que emanan un fuerte simbolismo religioso: son catedrales al aire libre presididas por el altar del podio-púlpito donde la divinidad se representa en la forma de su elegido en la tierra y las individualidades se funden y aniquilan en el crisol de las masas.
Hitler, mesías y dios
Ya decimos que el nazismo fue, para muchos alemanes, una religión o, quizá, afinando más, una secta destructiva cuyos adeptos seguían ciegamente a Hitler, su gurú, su maestro infalible, su profeta carismático, su dios.
«Ya en 1921 habían empezado a compararlo con el Mesías.» En muchos locales del partido había un altarcito con el retrato idealizado del Führer, al que las chicas llevaban flores. Incluso se sustituyó paulatinamente el saludo tradicional, «buenos días», «buenas tardes», «buenas noches», por Heil Hitler, o sea, «salve, Hitler», levantando el brazo a la manera del fascismo italiano. En las necrológicas de los soldados muertos en los primeros años de la guerra (en los últimos ya no) se hacía constar «caído en la fe de Adolf Hitler».
De ser mesías pasó luego, inevitablemente, como Cristo, a ser dios en la tierra, un dios enviado por esa providencia que él tanto mencionaba en sus arengas.
Mi buen y recordado amigo, el doctor Vallejo-Nájera, charló algunas veces conmigo sobre el fenómeno nazi que él había estudiado en sus fuentes:
Se colocó en Berlín un enorme retrato de Hitler, rodeado, como una aureola, por copias de una pintura de Cristo. En el mitin de Núremberg de 1937, el gigantesco cartel de Hitler llevaba la inscripción: «En el principio era el Verbo…». Se hizo por entonces frecuente la fórmula de saludo «Heil Hitler, unser Retter» («Heil Hitler, nuestro salvador»), que el propio Führer acogía con singular agrado, pues, según alguno de sus allegados, de los muchos alemanes convencidos por la propaganda del carácter mesiánico del Führer, uno de los más convencidos era el propio Hitler. Sus seguidores recalcaron todo lo posible la idea: la palabra de Hitler es la Ley de Dios, los decretos y leyes que promueve poseen autoridad e inspiración divina; y el ministro de Asuntos Eclesiásticos, Hanns Kerrl, tuvo la desfachatez de declarar […]: «Ha surgido una nueva interpretación sobre lo que Cristo y el cristianismo ordenan, es la de Adolfo Hitler. Adolfo Hitler es el verdadero Espíritu Santo».
El propio Hitler comenzó a manifestar claramente en público lo que hasta entonces solo en privado y veladamente había dejado entrever: su convicción de ser el Elegido. La intuición mesiánica de un principio fue adquiriendo carácter de convicción y, al final, rasgos de delirio mesiánico que fue haciéndose patente en sus discursos: «… soy la Voz que clama en el desierto», dijo en uno de ellos, personificándose en la frase del Evangelio de San Mateo. «Llevo los mandatos de la providencia»; «ningún poder sobre la Tierra logrará derribar ya al Reich, pues la divina providencia me ha encomendado su guía»… Comienza ya entonces el Führer (apelativo del Conductor, con que se designaba a sí mismo y que parece se le ocurrió a Rudolf Hess [v.] durante la prisión de ambos tras el Putsch [v.] de 1923) a mencionar públicamente la voz interior que le inspira e ilumina, y de la que hablaremos seguidamente, pues de ella parte la evidencia de una patología mental en Hitler.
La identificación inconsciente de Hitler con Jesucristo era con el triunfante, que arrastraba en pos de sí a las multitudes, no, por supuesto, con el mártir de la crucifixión, que Hitler veía como un fracaso. El ser portador de los designios de la providencia significaba en la mente del Führer lograr por encima de todo el triunfo de su patria, Alemania. Para dar una versión plausible a la inesperada incongruencia de la hostilidad a la religión, y a la vez el empleo de la providencia como justificación de sus actos, se recurrió a la acuñación de un término y un concepto: Gottgläubig («creyente en la divinidad»), sin vinculación concreta a un credo determinado. La máquina propagandística nazi se apresuró a la difusión de este ambiguo esquema ideológico que devolvía aparente coherencia a lo que había dejado de tenerla.
RENANIA, MILITARIZACIÓN DE. Hitler había anunciado su firme propósito de recuperar los territorios de habla alemana confiscados en virtud del Tratado de Versalles (v.).
El primer territorio en el que puso los ojos fue la Renania, la región vecina de Francia por la que discurre el Rin. El Tratado de Versalles la había declarado desmilitarizada para evitar la instalación de tropas alemanas cerca de la frontera francesa.
El 7 de marzo de 1936 Hitler aprovechó que los franceses estaban distraídos en unas reñidas elecciones y envió unos cuantos batallones a Renania. Solo llevaban sus fusiles, nada de armamento pesado. Las instrucciones eran retirarse inmediatamente sin pegar un tiro si los franceses se les enfrentaban.
Un farol.
Los franceses lo consintieron sin mucho alboroto. Un par de protestas en el Parlamento y nada.
El primer farol internacional de Hitler había salido a pedir de boca. Como confesaría más tarde: «Las 48 horas que siguieron fueron las más angustiosas de mi vida, temiendo la reacción de los franceses».
Los ingleses también transigieron. «No han hecho otra cosa que salir a su propio patio», declaró un lord en el Parlamento.
Dadle alas y ya veréis lo bien que acaba esto.
RÉSISTANCE FRANÇAISE. La grandeur de Francia padeció mucho en la Segunda Guerra Mundial. Primero, la humillante derrota de su ejército, que pasaba por ser el más potente de Europa; después, el París okú, la ciudad más voluptuosa del mundo, que ofrecía su bisectriz al vencedor mientras en la Torre Eiffel ondeaba la esvástica. Luego, la sumisión de Vichy y la indiferencia o la connivencia con el boche ocupante.
La actitud de la inmensa mayoría de los franceses ante la invasión alemana fue por lo general pasiva. En el fondo, toda Francia fue colaboracionista por acción u omisión, lo que con la perspectiva del tiempo podría avergonzar a sus descendientes; por eso han generado el mito de la résistence francesa, la organización guerrillera que supuestamente hizo la vida imposible a los ocupantes nazis. Francia ha magnificado las acciones de la resistencia en un intento de justificar tal inacción.
Tienen los alemanes un refrán que alaba el bienestar de una persona diciendo que se siente «como Dios en Francia» (Leben wie Gott in Frankreich). Los alemanes destinados en Francia se sintieron como dios en un tranquilo país que los trataba con respeto y les brindaba tantas tentaciones gastronómicas y eróticas a un precio relativamente barato, dado el fraudulento cambio de moneda.
La minoría de resistentes del principio, apenas unos cientos, aumentó considerablemente con los que se echaron al monte en noviembre de 1942 no por patriotismo, sino para evitar que los integraran a la fuerza en los batallones del Service du Travail Obligatoire (STO, Servicio de Trabajo Obligatorio) que Alemania recibía de la Francia de Vichy.
El mito de la resistencia francesa tomó carta de naturaleza cuando el 24 de abril de 1944 el general De Gaulle exclamó gozoso en la radio: «¡París! ¡París afrentada! ¡París ¡París atropellada! ¡París martirizada! ¡Mas París liberada! Liberada por ella misma, liberada por su pueblo con la cooperación del Ejército de Francia, con el apoyo y concurso de toda Francia, de la verdadera Francia, de la Francia eterna».
—Cône! Entonces hemos sido nosotros los que hemos expulsado a los alemanes —se dijeron los franceses. Y al día siguiente todo el que tenía cinco céntimos para gastar en una cinta lucía el brazalete de la resistencia.
En realidad, la liberaron los americanos, aunque graciosamente concedieron que la primera tropa que irrumpiera en París fuera la del general Leclerc y más concretamente la Nueve, formada por republicanos españoles a bordo de semiorugas que rotularon Guadalajara, Teruel, Guernica y otros nombres evocadores de heroísmo en la Guerra Civil española.
Casi todos los alemanes habían evacuado París, y muchos franceses que habían pasado los años de ocupación mansos como corderos se habían echado a la calle en busca de los boches rezagados al grito de…
—Vive la France! ¿Dónde están, que me los como?
En múltiples documentales y fotos los vemos con brazaletes y pistolas o fusiles medio oxidados de pasar cuatro inviernos bajo las tejas. No fue una gran hazaña. Más bien, lanzada a moro muerto.
A la euforia de la impostada victoria sucedió la épuration de los traidores que habían colaborado con el invasor. La lista era larga, incluso larguísima, e incluía a Maurice Chevalier, Coco Chanel, Jean Cocteau, Edith Piaf, el cineasta Marcel Carné, el escritor Paul Morand, la mecenas (judía, por cierto) Gertrude Stein, incluso Picasso, pero ya se sabe que en Francia las glorias nacionales son intocables.
Resultó más fácil castigar a mujeres anónimas que se habían entregado sexualmente al alemán por amor o por hambre, especialmente las esposas del millón de soldados prisioneros franceses que se prostituyeron para alimentar a sus hijos.
Los recién estrenados resistentes, muchos de ellos colaboracionistas que habían prosperado a la sombra del invasor, fueron por la vecinita aquella de los pechos respingones que se había echado un novio alemán, el que le regalaba latas de carne y chocolatinas para envidia del hambriento vecindario, y la maltrataron llamándola puta del boche, la pelaron al cero y la pasearon desnuda por el barrio en medio de una turba vociferante que la insultaba.
A algunas colaboracionistas horizontales las fusilaron directamente los tribunales populares, pero la mayor parte de ellas, unas 20.000, escapó con solo la humillación del rapado y del paseo infamante.
El cantante y poeta Georges Brassens les dedicó la canción «La tondue» («La rapada»): «A la guapa que dormía con el rey de Prusia / la han rapado. / Su querencia por los Ich liebe dich / ha determinado que ahora necesite peluca. / Los bravos sans-culottes y los del gorro frigio / entregaron su cabellera a un esquilador. / Yo hubiera debido de tomar algo de partido por su melena / haber dicho algo para salvarle el moño, / pero no supe reaccionar. / Los esquiladores me amedrentan cuando van en cuadrilla. / Cuando le vi la cabeza monda / me dije: “Lástima de mechones perdidos. / Y recogí un rizo del suelo, / y me lo puse en el ojal como si fuera una flor. / Cuando me vieron tan pimpante con mi mechón, / los podadores de trenzas me tomaron por sospechoso. / El caso es que no sufro por carecer de méritos patrióticos. / Ni la Cruz de Honor ni la Cruz de Guerra, / porque este rizo de pelo es mi escarapela de la Legión de Honor».
¿De dónde tomaron los valientes franceses la idea de pelar a las colaboracionistas? De la Guerra Civil española, en la que los derechistas pelaban al cero a las izquierdistas represaliadas.
Otros 9.000 franceses acusados de colaboracionistas por improvisados milicianos fueron fusilados en la confusión de los primeros momentos, muchas veces solo por venganzas personales. A ello se sumaron en la primera posguerra unos 100.000 sentenciados a «indignidad nacional», a los que se les privó el derecho de ejercer su oficio. En Francia, como en Alemania, eran tantos los funcionarios que habían colaborado que hubo que correr un tupido velo sobre su pasado y readmitirlos en sus puestos para que el país siguiera funcionando.
La triste verdad es que Pétain colaboró de buena gana con los alemanes. El anciano vencedor de Verdún estaba convencido de que ganarían la guerra y concederían a Francia un lugar importante en el nuevo orden europeo. Terminada la guerra, los vencedores lo degradaron y le conmutaron una sentencia de muerte por prisión perpetua, que cumplió en una prisión militar de la isla atlántica de Yeu, en cuyo cementerio marino reposa.
A regañadientes, Roosevelt admitió a Francia entre los países vencedores de la guerra, una concesión a De Gaulle y a los que no perdieron la vergüenza torera y siguieron combatiendo cuando la inmensa mayoría de sus connacionales se había rendido y colaboraban con el ocupante.
En una ocasión le fueron a De Gaulle con el proyecto de indagar sobre la verdadera historia de la resistencia. Lo prohibió:
—Francia no necesita verdades —dijo—. Francia necesita esperanza.
Luego vinieron las conmemoraciones que magnificaban las heroicidades de la résistence, y novelas y películas que la propagaban. Todavía perdura.
RESPONSABILIDAD DEL PUEBLO ALEMÁN. El 4 de octubre de 1942, cuando las personas más sensatas del Reich milenario (v.) preveían que la guerra estaba perdida, Göring (v.) advirtió en un discurso público: «El judío está alerta y ha declarado su intención de aniquilarnos a todos. Que nadie piense que podrá decir después: “Yo he sido un buen demócrata y he estado contra esos mezquinos nazis”. El judío nos tratará a todos por igual, se vengará en todos los alemanes».
Después de la derrota, los vencedores intentaban determinar qué grado de responsabilidad tuvo el pueblo alemán en los delitos cometidos por su Gobierno.
Recordemos que Hitler logró el poder a través de unas limpias elecciones democráticas. Sin embargo, cabe pensar que no todos sus votantes podían prever que en cuanto le otorgaran el poder impondría un régimen autoritario.
Al principio, los alemanes aceptaron la liquidación de la democracia un poco por miedo y un poco porque compartían la convicción de que Alemania necesitaba una mano fuerte para sacarla de la crisis y para defender sus derechos conculcados por el Diktat de Versalles (v.). Después de unos años y especialmente tras la reducción del desempleo y la anexión al Reich de Austria (v. Anschluss), los Sudetes checos y la propia Checoslovaquia, la inmensa mayoría del pueblo alemán reverenciaba a Hitler como a un estadista de la talla de Bismarck.
La invasión de Polonia, que provocó la declaración de guerra de Francia e Inglaterra, no entusiasmó al pueblo alemán, pero las fulgurantes derrotas de Polonia en cinco meses y de Francia en seis semanas entusiasmaron a la inmensa mayoría de los alemanes, que se apiñaron en torno a la figura de su Führer.
Había señales preocupantes, la supresión de las libertades, los campos de concentración (v.) para la reeducación de opositores y, finalmente, la deportación de los judíos, pero incluso esas medidas contaban con el aplauso de los sectores de la población a los que beneficiaban: en la Administración y las universidades, la expulsión de los funcionarios judíos supuso para muchos un inesperado y bienvenido ascenso en el escalafón. Además, el destierro de los judíos y la arianización (v.) ofrecieron magníficas oportunidades de lucro al pueblo alemán, que pudo comprar a bajo precio los negocios, pisos y muebles de los judíos.
Hitler fue un astuto repartidor de sobornos: a los generales, enormes fincas; a los industriales, las fábricas de la competencia a precio de saldo; a los tenderos del centimillo, la supresión de la competencia de grandes almacenes judíos; al pueblo llano, los despojos de los hogares judíos, el aparador codiciado al vecino judío, un perchero resultón, una lámpara…
Por otra parte, llegaban a Alemania productos de toda la Europa ocupada (v. saqueo de Europa).
No había motivo para quejarse. El pueblo alemán respaldó con entusiasmo a su Führer…, hasta que las cañas se volvieron lanzas —digamos, entre 1942 y 1943—. A partir de entonces disminuyeron los entusiasmos y creció el miedo a las consecuencias de los delitos perpetrados colectivamente. Que realmente pagaran por ellos tras la derrota es harina de otro costal.
RIBBENTROP, JOACHIM (1893-1946). Joachim Ribbentrop, de familia distinguida, se educó en buenos colegios privados, pero solo hasta los 15 años. Desprovisto de estudios superiores, pero guapo y apuesto, se hizo representante de vinos del Rin en Canadá, lo que le permitió perfeccionar su inglés y su francés.
Inculto en tres idiomas, Ribbentrop compensaba la carencia de otras cualidades con una vanidad insoportable que lo llevaba a anteponer a su apellido un von al que legalmente no tenía derecho. Lo empezó a usar después de dar un sonado braguetazo casándose con Anna Elisabeth Henkell (familiarmente Annelies), hija del magnate del champán Otto Henkell, cuyos productos representaba. Su dominante esposa fue la que, harta de tenerlo en casa mano sobre mano, lo empujó a hacerse nazi y a labrarse un porvenir en la política.
Es de notar que, de la camarilla hitleriana, solamente Ribbentrop hubiera aprobado un examen de arianidad. También tenía a su favor la cualidad de adular con distinción: «Imitaba a Hitler en todo, incluso en el diseño de la gorra. Al principio usaba una gorra de plato elegante, pero pronto la cambió por el modelo de jefe de estación que prefería Hitler».
Hitler le encomendó el Ministerio de Exteriores, encandilado porque se defendía bien en francés e inglés, dado que otros méritos no se le conocieron y sus cualidades para la diplomacia eran nulas. Como actualmente ocurre en algún país europeo, la aterradora incultura media reinante en la cúpula del partido permitía prosperar a personajes como Ribbentrop, para escándalo de los diplomáticos de carrera a los que odiaba (al igual que Hitler, otro acomplejado).
Como ministro plenipotenciario para Relaciones Exteriores (1935), negoció el acuerdo naval con Gran Bretaña, que, como era de esperar, quedaría en papel mojado.
Hitler lo nombró embajador en Gran Bretaña (1936) para intentar atraerse la alianza de los ingleses, labor en la que Ribbentrop fracasó. En ese periodo lo sedujo la señora Wallis Simpson (v. Eduardo VIII de Inglaterra y la señora Simpson), la americana divorciada por la que Eduardo VIII renunciaría al trono. Parece ser que las 18 rosas rojas que le enviaba cada mañana representaban los encuentros sexuales que habían tenido mientras duró la liaison.
Como ministro de Asuntos Exteriores del Reich (4 de febrero de 1938), nuestro hombre firmó con la URSS el Pacto Molotov-Ribbentrop (23 de agosto de 1939; v. pacto germano-soviético), un acuerdo que no le exigió especiales cualidades, dado que el terreno estaba desbrozado por diplomáticos de segundo nivel. A estos defectos se añadía una ignorancia notable de cuanto corresponde conocer a un ministro de Exteriores. A Hitler le contagió su desprecio por la capacidad industrial de EE. UU. («solo sirven para fabricar neveras eléctricas y hojas de afeitar»), lo que a la larga acarrearía la ruina de Alemania.
La falta de tacto de Ribbentrop y su carácter arrogante, manifestados especialmente en el trato con diplomáticos de potencias menores, España entre ellas, le enajenaban las simpatías de interlocutores que en un principio se habían sentido favorablemente inclinados hacia Alemania.
En las memorias de Serrano Suñer leemos: «Ribbentrop me pareció poco simpático […]; tenía buena figura y, sin embargo, no era distinguido ni elegante, sino muy afectado, vanidad envarada, rigidez prusiana que parecía buscada y voluntaria».
El corresponsal americano Shirer, que lo estudió de cerca, lo describe «incompetente y perezoso, vanidoso como un pavo real, arrogante y desprovisto de sentido del humor, la peor elección posible para el puesto de ministro de Exteriores».
En los juicios de Núremberg (v.) le probaron que había presionado a los países aliados de Alemania para que deportaran sus judíos a sabiendas de que les esperaba la muerte. Fue el primero de los gerifaltes nazis en subir a la horca.
RIEFENSTAHL, LENI (1902-2003). Véanla en la foto: una mujer alta, elástica, fibrada, tenaz, indómita, de buena casta, libre, con un ligero estrabismo que matiza más que disminuye su belleza clásica y gélida.
Cuando uno vive más de 100 años, la vida da para mucho. Incluso da tiempo sobrado para cambiar de ideologías, de aficiones y afecciones, para pasar de las nieves perpetuas de los Alpes a los jardines de coral submarinos en los cálidos mares africanos, de mudar la fascinación por la raza aria, tan rubia y culibaja, por la fascinación por la raza nubia africana, tan negra, bien dotada y culipuesta.
Esos caminos y algunos otros intermedios recorrió Leni Riefenstahl, la musa cinematográfica del nazismo.
Leni comenzó una prometedora carrera como bailarina (quería emular a Isadora Duncan), pero una lesión articular la apartó de la danza y la llevó al cine (v.), a un tipo de películas «de montaña» entonces de moda, lo que le exigió aprender a esquiar, alpinismo y escalada. De paso, como era una chica aplicada que no se arredraba ante nada, asimiló las técnicas de filmación, gestión, producción y dirección cinematográfica en las que algún día superaría a sus maestros.
El 27 de febrero de 1932, asistió a un mitin de Hitler en el Sportpalast (v.) de Berlín. Quedó fascinada por el verbo poderoso del austriaco: «En aquel mismo instante tuve una visión casi apocalíptica que nunca pude ya olvidar […]. Yo estaba como paralizada. Aunque no entendí gran cosa del discurso, actuó sobre mí de un modo fascinante […]. Los oyentes habían sucumbido al magnetismo de aquel hombre».
También ella había sucumbido, aunque en sus memorias deja claro que más que el nazismo lo que la atraía eran los planes sociales de Hitler y su lucha contra el desempleo.
«El 18 de mayo de 1932 deposité mi carta en el buzón: “Muy estimado señor Hitler: […] mi deseo sería conocerlo personalmente […]. Una respuesta de su parte me agradaría mucho”.»
Hitler se sintió halagado. La citó inmediatamente. Gran cinéfilo, la admiraba después de verla interpretar a la protagonista de Das Blaue Licht (La luz azul, 1932). Tras ese primer encuentro, en el que Hitler intentó besarla, pero desistió al no verse correspondido (v. Hitler, Adolf), Leni se incorporó al círculo de amistades del Führer. Alguna vez él declaró su admiración por cuatro mujeres excelentes, cada una en su campo: «Hubo cuatro mujeres a las que concedí un papel preponderante: la señora Troost, la señora Wagner, la señora Scholtz-Klink (v.) y Leni Riefenstahl».
A pesar de la enemistad manifiesta de algunos jerarcas nazis que intentaban sabotear sus proyectos, Riefenstahl contó con la protección de Hitler (la nombró Reichsfilmregisseurin, «directora de cine del Reich»).
Los principales hitos de la colaboración de Riefenstahl con el nazismo fueron:
- El documental Der Sieg des Glaubens (La victoria de la fe, 1933), crónica filmada del quinto congreso del partido.
- El documental Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad), crónica del congreso del NSDAP de 1934 en Núremberg.
- El documental de 28 minutos Tag der Freiheit! ‒ Unsere Wehrmacht (Día de la libertad: nuestras fuerzas armadas, 1935).
- Olympia (Olimpiada, 1938) reportaje sobre las Olimpiadas de Berlín (v.) de 1936, un hito en la historia del cine por sus innovaciones técnicas y sus tomas desde atrevidos ángulos.
Goebbels (v.) quiso domesticarla como cineasta y como mujer, pero Leni no se dejó. Esto le granjeó la antipatía del personaje, bien conocido por la mala leche que se gastaba.
Invitada en Hollywood en 1939, los productores judíos o amigos de los judíos hicieron el vacío a la que la prensa rosa presentaba como «novia de Hitler». Tan solo Walt Disney fue amable con ella y la llevó a ver sus estudios. También la agasajó el industrial y notorio antisemita Henry Ford, el de los coches.
Leni quería embarcarse en una superproducción épica en la que interpretaría a Pentesilea, la mítica reina de las amazonas enamorada de Aquiles, una película que le permitiría lucir sus dotes como guionista, directora, actriz y tía buena, porque aparecería desnuda cabalgando un caballo blanco. La guerra le jorobó el proyecto y tuvo que cambiarlo por otro más modesto que llevaba tiempo rumiando, la película Tiefland (Tierra baja, 1954), inspirada en el drama del mismo título del español Ángel Guimerá (1845-1924), que en Alemania se adaptaba al espíritu del Völkish (v.) apegado al terruño.
En 1943 Leni viajó a España para localizar exteriores para la película (Bormann [v.] facilitó las divisas, más que por amor al cine por jorobar a Goebbels).
Finalmente, hubo que rodarlo todo en Alemania, con los Alpes figurando paisajes pirenaicos y unas docenas de gitanos ataviados como españoles.
Después de la guerra, nuestra intrépida cineasta tuvo que someterse a intensos interrogatorios y al proceso de desnazificación (v.). Tuvo suerte: como nunca se sacó el carnet del NSDAP (v.), la declararon solamente simpatizante nazi (v. Mitläufer), pero sus colaboraciones con Hitler le granjearon tal rechazo que hasta pasados 30 años no se reconocieron sus aportaciones a la historia del cine. Para entonces estaba consagrada a la fotografía del pueblo nubio del Sudán, con el que convivió largas temporadas entre 1962 y 1977, haciendo un estupendo trabajo fotográfico y etnológico. También practicó la fotografía submarina en el océano Índico después de aprender a bucear cumplidos los 71 años.
Murió de cáncer en el pueblo bávaro de Pöcking, el 8 de septiembre de 2003, siete días después del deceso del también centenario Serrano Suñer.
ROBERTO. (Ro-Ber-To) Acrónimo formado con las sílabas iniciales de las potencias del Eje Roma-Berlín-Tokio (v.).
RÖHM, ERNST (1887-1934). Este ciclón podía con todo, pero, como Ícaro, se acercó demasiado al sol (Hitler, claro) y se abrasó en su viva llama.
El padre, obrero ferroviario, lo encaminó a la carrera militar. En la Gran Guerra demostró valor y arrojo, recibiendo dos graves heridas, una en el pecho y otra en la cara, que le dejó una inelegante cicatriz que él hacía pasar por académica Schmiss (v.).
Perseverante, a pesar del estrago sufrido en el ejercicio de la milicia, en cuanto acabó la guerra se integró en un Freikorps (v., 1918) e ingresó en la Reichswehr (v., 1919) con el grado de capitán. También se afilió al Partido Obrero Alemán (v.) donde amistó con Hitler cuando el futuro Führer solo era un militante de base y lo siguió cuando se hizo con la jefatura del grupo y lo refundó como NSDAP (v.). Hitler premió su fidelidad poniéndolo al frente de las SA (v.), las milicias del partido nazi, un conglomerado de camorristas y desempleados pendencieros, a los que Röhm disciplinó y enseñó a desfilar marcialmente. Esta formación de tipo militar les permitió ganar la calle a sus adversarios naturales, las indisciplinadas milicias comunistas.
Röhm participó en el Putsch (v.) de Múnich (1923) ocupando el cuartel general del Ejército, donde resistió el asedio de las fuerzas policiales. Esa heroicidad le valió una sentencia de 15 meses en prisión.
Cuando Hitler salió de la cárcel y determinó un cambio de estrategia en su plan de conquistar el poder, ahora por las urnas, dando a la sociedad alemana un perfil más moderado, Röhm mostró su desacuerdo. Aquí comenzaron las discrepancias y fue cuando Röhm apodó a Hitler Adolphe Légalité (v.).
Distanciado de Hitler, en 1928 Röhm aceptó el puesto de instructor del Ejército boliviano que le ofrecía el general Hans Kundt. En ese menester estuvo nuestro hombre un par de años, hasta que las diferencias con Kundt lo devolvieron a Alemania en octubre de 1930. Reintegrado en la Reichswehr con el grado de coronel, recuperó su amistad con Hitler, que lo puso nuevamente al frente de las SA.
La nueva encomienda se le subió a Röhm a la cabeza. En 1934 tenía bajo su mando a cuatro millones de militantes, mientras que el ejército alemán tolerado por Versalles (Reichswehr) era de solo 100.000. ¿No era lógico integrarlo en las SA?
Hitler y sus más inmediatos colaboradores comenzaron a preocuparse. A la desmedida ambición del sujeto se unía el hecho de que fuera homosexual notorio. Los partidos de la oposición lo aprovechaban para airear su pasado, cuando era asiduo a los cabarets Kleist Casino, Silhouette, Internationale Diele o el Eldorado, así como a baños de vapor y otros lugares de ambiente gay.
Finalmente, Hitler decidió el asesinato de Röhm y su plana mayor en la purga conocida como Nacht der langen Messer (v. Noche de los Cuchillos Largos, 30 de junio de 1934). Para justificar la matanza, Hitler divulgó que las SA iban camino de convertirse en un cenáculo de homosexuales.
Rosenberg (v.) explica el fin de Röhm: «En su celda de Múnich, pidió un opíparo desayuno, del que devoró hasta la última migaja. Exigió que le llevaran una alfombra y pidió hablar con el Führer, en vano […]. Las balas que lo mataron eran balas de honor. No fue la soga la que puso fin a su vida, como, en realidad, habría merecido».
ROMMEL, ERWIN (1891-1944). A diferencia de muchos ilustres generales alemanes, los von de tradición prusiana, Rommel provenía de una familia de clase media sin tradición militar. Era un hombre tranquilo, familiar, reservado, aficionado a la mecánica y sin más lectura que los libros de la profesión.
En Rommel se cumplía el cursus honorum que prometía aquella postal de las hombreras de rango que desde la graduación más humilde conducen al bastón de mariscal (v.). Ingresó en el Ejército como simple soldado (10 de julio de 1910) y pasó los cursos de cabo y de sargento antes de que en marzo de 1911 lo enviaran a la Kriegsschule («escuela de guerra») de Dánzig, en la que se graduó como Leutnant («teniente»), en enero de 1912.
En la Gran Guerra destacó como oficial capaz de tomar iniciativas acertadas, aunque no siempre ortodoxas, desde la práctica habitual del ejército, tan esclavo de la cadena de mando. En octubre de 1915 ascendió a Oberleutnant («teniente primero») y destacó en la batalla de Caporetto (octubre de 1917), en la que su brillante actuación le valió el ascenso a Hauptman (capitán) y la codiciada condecoración pour le mérite (que añadió a las Cruces de Hierro de primera y segunda, conseguidas anteriormente).
Rommel terminó la guerra como oficial de Estado Mayor y pasó varios años instruyendo a la tropa. En ese oficio ascendió a comandante (1 de abril de 1932) con mando en tropa. Era un hombre tranquilo, plenamente entregado a su oficio militar. Cuando Hitler emprendió el rearme masivo de Alemania, lo ascendieron a Oberstleutnant («teniente coronel») el 15 de octubre de 1935, y poco después a Oberst («coronel»). Con la nueva graduación, Hitler lo escogió para comandante de su guardia. Finalmente, un mes antes del comienzo de la guerra, ascendió a Generalmajor («general de brigada»), el 1 de agosto de 1939.
En la Segunda Guerra Mundial se distinguió como comandante de la VII División Panzer durante la invasión de Francia en 1940. Sus compañeros de armas lo envidiaban porque, sin tener pedigrí militar, estaba más dotado que ellos de Fingerspitzengefühl, la cualidad que más admira un prusiano, ese instinto capaz de anticiparse a las intenciones del adversario, el que te hace ganar batallas.
Hitler lo recompensó entregándole el mando de varias divisiones blindadas, entre ellas la XV, que formó parte de Deutsches Afrikakorps, el cuerpo expedicionario enviado a Libia en ayuda de los italianos.
En el norte de África consiguió Rommel sus más resonantes éxitos sobre tropas británicas superiores en número y mejor pertrechadas, pero al final sus dificultades de aprovisionamiento y la llegada de masivos refuerzos al enemigo lo obligaron a ceder terreno. Para entonces se había convertido en el más famoso general alemán y merecido el título de Zorro del Desierto.
Aparte de sus indudables méritos, gozaba de excelente olfato para la autopromoción. También se benefició del hecho de que fuera militante del partido nazi (v. NSDAP) y de que Hitler le tuviera particular aprecio, porque no procedía de la aristocracia militar prusiana, a la que despreciaba.
Después de la campaña de África, Hitler le encomendó la inspección del Atlantikwall, la muralla del Atlántico que, a pesar de su nombre, no era más que una débil tapia con más agujeros que un colador. Después de recorrerla, Rommel la reforzó con obstáculos y campos de minas, pero nunca creyó que bastara para malograr el anunciado desembarco aliado.
Rommel sentía gran aprecio por Hitler, pero comprendió que llevaba a Alemania a la ruina. Aunque no se implicó directamente en el atentado del 20 de julio de 1944 (v. atentados contra Hitler), accedió a ocupar el cargo de ministro que le proponían los militares conjurados.
Hitler supo de la implicación de su general favorito y le envió a los generales del Estado Mayor Wilhelm Burgdorf y Ernst Maisel para invitarlo a suicidarse si quería escapar a un proceso por traición (14 de octubre de 1944). Rommel recibió a los emisarios en su casa de Blaustein (villa Lindenhof).
El Führer le daba a elegir entre el veneno o ser juzgado por el tribunal popular. Si escogía el tribunal, con el consiguiente escándalo, tomarían represalias contra la familia, según la bárbara costumbre del Reich.
Rommel escogió el veneno. Serenamente, tomó su gorra y su bastón de mariscal, se despidió de su esposa, de su hijo y de su asistente, y acompañó a los enviados de Hitler.
Apenas habían recorrido un par de kilómetros, el automóvil se detuvo en el arcén y Burgdorf y Maisel se apearon para dar un paseo por la carretera. Unos minutos después el chófer los avisó de que Rommel agonizaba en el asiento trasero del vehículo.
Avisaron a la familia de que el mariscal Rommel acababa de morir por un derrame cerebral.
En el solemne funeral de Estado, Rundstedt, visiblemente incómodo, pronunció el elogio fúnebre en nombre del Führer. «El mariscal al que hoy lloramos —afirmó— inspiraba todas sus acciones en los principios del nacionalsocialismo […], su corazón era del Führer.»
Se declaró un día de luto nacional.
ROSA BLANCA (Weisse Rose). La mayoría de los alemanes aceptaron el nazismo con entusiasmo o con resignación. No obstante, hubo una minoría rebelde que se resistió, aunque nunca se coordinó como movimiento. Más bien fueron posturas individuales o de grupúsculos sin demasiada trascendencia, constreñidos como estaban entre la Gestapo (v.) y el control social de los vecinos nazis.
La rebeldía se manifestaba en octavillas subversivas —algunas manuscritas—, pintadas en la pared, divulgación de rumores o chistes y poco más. Recordemos que un chiste considerado derrotista llegó a estar penado con la muerte.
En Múnich destacó el grupo de la Rosa Blanca (de junio de 1942 a febrero de 1943), de orientación cristiana, capitaneado por los hermanos Sophie y Hans Scholl, que repartían octavillas contra la guerra y contra «el tirano más execrable que jamás haya sufrido el pueblo» en la Universidad Ludwig Maximilian.
El 18 de febrero de 1943 estaban esparciendo octavillas por los pasillos desiertos de la universidad cuando fueron sorprendidos por el bedel Jakob Schmid, que los denunció a la Gestapo. Juzgados por el arbitrario Volksgerichtshof (Tribunal Popular), presidido por el tristemente famoso juez Roland Freisler, fueron condenados a muerte y ejecutados mediante guillotina. Ella tenía 23 años; él, 25.
Sucesivas investigaciones de la Gestapo dieron como resultado nuevas detenciones, juicios y ejecuciones.
ROSENBERG, ALFRED (1893-1946). El proclamado intelectual del nazismo era un báltico de raíces alemanas nacido en Estonia. Durante la Gran Guerra lo evacuaron a Moscú, en cuya universidad se graduó como ingeniero (1917).
Testigo privilegiado de la Revolución rusa, sus simpatías se inclinaban por los legitimistas blancos que luchaban contra los rojos (lo propio de una persona de orden y de buena familia). Amedrentado por las violencias que ocurrieron en su entorno, desarrolló un intenso odio hacia el infrahombre eslavo (v. Untermenschen), paralelo a la conciencia de la superioridad de su raza germana, un sentimiento que, acrecentado con las convenientes lecturas, caracterizaría el resto de su vida.
Cuando los blancos perdieron la guerra, se sintió inseguro en un ambiente dominado por la horda roja y prudentemente cambió de aires emigrando a Alemania, el solar de sus ancestros.
Establecido en Múnich, como el buen Dios los cría y ellos se juntan, entró en contacto con Dietrich Eckart (v.), que le solicitó artículos para el Völkischer Beobachter (v.).
Rosenberg profesó en la secta Völkisch (v.) y ocultista Thule-Gesellschaft (v.) y en el Partido Obrero Alemán (v.), refundado después como partido nazi (v. NSDAP). Allí conoció a Hitler y ya para siempre quedó prendado de su verbo poderoso. Quizá el flechazo fue mutuo, porque Hitler también se interesó por las ideas raciales del báltico y probablemente se dejó influir por ellas, encontrándolas más estructuradas que las propias. El caso es que lo agregó a su camarilla (v.) o núcleo fundacional.
Rosenberg nunca había sido amigo de los judíos, pero este rechazo aumentó al observar que curiosamente muchos líderes de la Revolución rusa lo eran. Su lectura del libelo antisemita de Chamberlain The Foundations of the Nineteenth Century (Los fundamentos del siglo XIX, 1899) lo indujo a sospechar la existencia de una conspiración mundial judía cuya meta era la ruina de la civilización cristiana y el dominio del mundo. Movido por su deseo de hacer frente a tan vasta conspiración fundó un Institut zur Erforschung der Judenfrage (Instituto para el Estudio de la Cuestión Judía, 1941) para la «protección» de material judío digno de estudio.
Antes de verse abrumado por el trabajo de esquilmar y esclavizar a las extensas regiones del este confiadas a su gobierno, Rosenberg tuvo tiempo y arrestos para ejercitar su intelecto en una serie de libros que constituyen una biblioteca básica del nazismo. Su monotema: los judíos conspiran para dominar el mundo.
La carrera política de Rosenberg fue notable.
- 1930: diputado del NSDAP en el Reichstag por la conscripción de Darmstadt.
- 2 de junio de 1933: Reichsleiter («líder del Reich»), rango equivalente al de un ministro sin cartera, y más concretamente consejero del Führer en asuntos extranjeros.
- Enero de 1924: comisario del Führer para la supervisión de toda la formación y educación intelectual e ideológica del NSDAP.
- Marzo de 1941: funda el Instituto para el Estudio de la Cuestión Judía.
- 20 de abril de 1941: delegado para la Administración Central de las cuestiones relativas al espacio de Europa oriental.
- 17 de julio de 1941: Reichskommissariat Ostland («ministro del Reich para los Territorios Ocupados del Este», o sea, de los estados bálticos, Bielorrusia y Ucrania, 500.000 km2 habitados por unos 30 millones de personas).
Cuando Alemania invadió medio mundo, Rosenberg creó el Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg (ERR, Personal de Operaciones del Reichsleiter Rosenberg). Bajo esta denominación se agruparon varios servicios creados por el hiperactivo ministro entre 1928 y 1945.
La Oficina Rosenberg (v.) comenzó confiscando bibliotecas y archivos judíos con destino al Instituto para el Estudio de la Cuestión Judía de Fráncfort (donde acumuló unos 40.000 volúmenes), pero pronto extendió su campo de interés a las obras de arte, joyas, antigüedades y cualquier objeto de valor. Lo que había comenzado como una empresa cultural degeneró rápidamente en una banda de saqueadores que expoliaban las propiedades de judíos adinerados por los territorios ocupados del Reich.
A pesar de sus méritos, Rosenberg no terminó de integrarse en el club de los grandes jerarcas de la corte hitleriana. Ellos eran más hombres de acción que intelectuales, y él era un intelectual atiborrado de lecturas, aunque quizá un tanto desviado en sus concepciones del mundo, lo que lo convertía en un aceptable alter ego de Hitler. Por otra parte, era un hombre carente de carisma y de empatía, frío como un pez y un pedante insufrible al que sus compinches reconocían irónicamente el título de «filósofo del nazismo».
Acusado de crímenes de guerra en los procesos de Núremberg (v.), fue condenado a muerte y ejecutado con el resto de los altos jerarcas del nazismo.
El libro de Rosenberg Der Mythus des 20. Jahrhunderts (El mito del siglo XX, 1930) pasa por ser la Biblia del nazismo y el único intento serio de sistematizar el pensamiento nazi (disculpen el oxímoron). El penoso resultado de este intento de explicar la confusa filosofía oficial que respaldaba al NSDAP es un indigesto potaje de nacionalismo germánico, neopaganismo, mística de la sangre, teorías raciales, darwinismo, antisemitismo (v.) y espacio vital (v.). Con esos mimbres, Rosenberg consigue crear un batiburrillo infumable que denota la empanada mental que han producido al autor las lecturas de Fitche, Nietzsche y Houston Stewart Chamberlain, entre otros.
Es fama que Rosenberg dedicó los primeros ejemplares a sus colegas de la cúpula nazi, pero ninguno consiguió leerlo: a Hitler le pareció «una plasta» (zu Schwer); a Goebbels (v.), hombre de letras, «un eructo intelectual» (intellektuellen Rülpser); Göring (v.), propietario de una estimable biblioteca intonsa, lo mandó directamente a la basura. El libro de Rosenberg fue apodado Sein Krampf (Su espasmo), en alusión al Mein Kampf (v.) hitleriano.
El Vaticano lo incluyó en su Índice de libros prohibidos argumentando: «Este libro escarnece todos los dogmas de la Iglesia católica, sin detenerse siquiera ante los fundamentos de la religión cristiana, que niega de plano. Además, aboga por una nueva religión o religión alemana (v.) y proclama que “hoy se ha despertado una nueva fe, el mito de la sangre, la creencia en la necesidad de defender con la sangre la divinidad del hombre; la fe basada en la verdad absoluta de que la sangre nórdica representa el misterio que ha sustituido y superado a los antiguos sacramentos”».
Muchas personas se apresuraron a adquirir el libro que de manera tan gratuita publicitaba la Iglesia, lo que disparó las ventas de modo sorprendente (un millón de ejemplares en los 12 años de vigencia nazi). No obstante, parece que el libro no tuvo muchos lectores.
El diario de Rosenberg
Entre 1934 y 1944, Rosenberg escribió un diario discontinuo de unas 500 páginas que compareció en los juicios de Núremberg y sirvió para probar que existió un plan sistemático de genocidio judío. El documento anduvo perdido durante muchos años hasta que reapareció en 2015 entre los papeles del fiscal de los juicios de Núremberg, Robert W. Kempner (v. diarios de la época nazi).
RÜGEN, COLONIA DE VACACIONES PARA TRABAJADORES DE LA ISLA DE. En 1934, la organización FdF (v. Fuerza a través de la Alegría) concibió un temprano ensayo de turismo masivo al proyectar la construcción de cinco enormes colonias vacacionales en la costa alemana para que los obreros afiliados a la organización (que lo eran casi todos) pudieran veranear por un precio asequible en un apartamento con vistas al mar.
La primera de esas colonias se ubicaría en la paradisiaca isla báltica de Rügen, 570 km de playas de fina arena y acantilados tan blancos o más que los de Dover. Si a eso unimos sus temperaturas bonancibles y sus tupidos bosques, fácilmente se explica que hasta la irrupción del nazismo hubiera sido un exclusivo lugar de veraneo reservado a las clases acomodadas (Bismarck y Thomas Mann, entre sus ilustres agüistas).
Once arquitectos presentaron sus proyectos y Hitler en persona escogió el de Clemens Klotz, recientemente afiliado al partido nazi (v. NSDAP). La colonia constaría de dos núcleos imaginativamente denominados Norden (norte) y Süden (sur), cada uno de ellos compuesto por cuatro edificios de 500 m de largo por 20 m de ancho y cinco plantas de altura.
En el espacio entre los dos complejos se instalarían los servicios comunes: un apeadero de ferrocarril, un muelle de atraque suficiente para recibir los cruceros de vacaciones de KdF —Robert Ley y Wilhelm Gustloff— y una enorme plaza donde celebrar festivales y espectáculos.
No faltarían un polideportivo, áreas de recreo infantiles, cines, teatros, salas de conferencias, restaurantes, guarderías y salones de convivencia, amén de otros lugares de esparcimiento, hospitalillo y los edificios administrativos necesarios para dirigir tan enorme complejo. Todo previsto. En total, este núcleo central y sus dos proyecciones de edificios paralelos a la playa ocuparían un frente de 5.700 m.
El conjunto dispondría de unos 20.000 apartamentos vacacionales de dos, tres y hasta cuatro habitaciones de 5 x 2,5 m, con cocina y lavadero propios, y baños y duchas comunes, todos con vistas al mar y a 150 m de las estupendas playas. En este terreno intermedio habría jardines, canchas de juego y piscinas.
Las obras comenzaron en noviembre de 1936 y emplearon a un ejército de cerca de 9.000 obreros. Tres años después estaban casi completadas, a falta de las instalaciones comunes, cuando la guerra las interrumpió. Unos trabajadores fueron movilizados, otros reforzaron las industrias y otros finalmente se transfirieron al cercano Peenemünde, al otro lado de la bahía, para construir el complejo militar donde se fabricarían las bombas volantes (v. V-1 y V-2).
En 1943, los apartamentos construidos alojaron a los refugiados de Hamburgo y otras ciudades bombardeadas.
En 1945, terminada la guerra, se instaló en la isla una base militar soviética, luego transferida a la República Democrática Alemana.
En 1949 se demolieron los bloques más alejados de los complejos norte y sur. Falta también el bloque cuarto del complejo norte, hoy en ruinas después de servir al ejército en entrenamientos de lucha urbana y demolición con explosivos.
En 1992 se cerró la base militar y el abandonado conjunto atrajo poderosamente a vándalos y grafiteros.
Desde 2012, algunos bloques se han vendido a empresas inmobiliarias que los están convirtiendo en complejos residenciales (Prora Solitaire y Nova Prora, dice el folleto), con apartamentos de lujo y un hotel.
RUPPRECHT, PHILIPP (1900-1975). Fue un dibujante famoso por sus despiadadas caricaturas de judíos publicadas en la revista antisemita Der Stürmer (v.), gracias a las cuales se libró de ir a la guerra (le había tocado en la Kriegsmarine [v.]) y fue incluido en la lista confeccionada por Goebbels (v.) —los bendecidos de Dios— de artistas que resultaban más valiosos al Reich en la retaguardia que luchando.
El Lápiz del Diablo, como lo llamaban, colaboró también en libros infantiles de contenido antisemita: Trau keinem Fuchs auf grüner Heid und keinem Jud auf seinem Eid (No confíes en un zorro en un prado o en el juramento de un judío, 1936) y Der Giftpilz (La seta venenosa, 1938), publicados en la editorial de Der Stürmer (v. literatura infantil antisemita).
Al término de la guerra fue procesado y condenado a seis años de trabajos forzados y a un proceso de desnazificación (v.). Tras ese periodo de cautiverio en la prisión de Eichstätt, obtuvo su libertad el 23 de octubre de 1950 y siguió dibujando para diversos medios hasta su muerte.
RUTA DE LAS RATAS. La sospecha de cierta connivencia de la Iglesia con elementos nazis se refuerza a la vista de su participación en la ruta de las ratas (ratlines), como se ha llamado a esa vía de escape de criminales nazis que discurría por Italia y España (v. España, refugio de nazis). En Italia la integraban una serie de monasterios, conventos e instituciones religiosas que amparaban a los fugitivos con el beneplácito, o complicidad, del Vaticano. Es motivo de discusión si la Iglesia amparó la fuga de criminales nazis por caridad cristiana o por interés económico (v. iglesias alemanas; Pío XII).
Según el periodista argentino Uki Goñi, en 1943 las SS (v.) establecieron un acuerdo de cooperación con el servicio secreto de la Marina argentina que les suministraba pasaportes y permisos de residencia a cambio de información y espionaje en los países vecinos.