SA (abreviación de Sturmabteilung, Sección de Asalto). Tras la Gran Guerra, Alemania e Italia vieron un ambiente de violencia y confrontación entre comunistas y derechistas.
El 4 de noviembre de 1921, un grupo de comunistas que intentaba reventar el mitin de Hitler en la cervecería Hofbräuhaus de Múnich fue expulsado del local por los muchachos que guardaban el orden en la sala. A partir de esa mítica Saalschlacht («batalla del salón»), que pasó a los anales del partido, los pollancones del servicio de orden que hasta entonces se habían denominado Sección Gimnástica del NSDAP se ganaron el título de Sturmabteilung (Sección de Asalto).
Las SA o Braunhemden (v. camisas pardas) constituyeron la milicia del NSDAP (v.), una formación paramilitar en la que preponderaban los jóvenes de clase baja que no habían hecho la guerra, pero anhelaban experimentar emociones fuertes, y veteranos de los cuerpos francos que necesitaban una buena pelea porque estaban enganchados a la adrenalina. Entre estos había algo menos de un 10 % que había cambiado la camisa roja por la parda, o sea, camorristas vocacionales que lo mismo hubieran combatido por un ideal que por otro.
Las SA no fueron una creación peculiar de los nazis. Todos los partidos europeos de la época, especialmente los de ideologías extremas, tuvieron su sección especializada en lucha callejera.
Casi todos los autores son unánimes al afirmar que los chicos de las SA no eran gente fina.
«Una chusma uniformada de hombres brutales procedentes de las capas más bajas de la sociedad, llenos de resentimiento y dominados por impulsos violentos.»
«Los miles de pedigüeños, maleantes, parados y vagos que antes nutrían los cuadros de la delincuencia y formaban un hampa terrible en algunos barrios urbanos fueron a engrosar después de enero de 1933 las formaciones militares del partido —las SA y las SS (v.)— y a dar con sus huesos en la cárcel. Muchos prohombres nazis, en efecto, habían salido de las más humildes clases sociales y sus méritos no bastaban para justificar el súbito encumbramiento. […] Los componentes del partido eran, casi siempre, lo peor del Reich, como consecuencia de esa selección a la inversa antes mencionada […]. Al Führer no le preocupaba que los estratos más bajos del partido estuvieran formados por la hez de Alemania, ni que entre los dirigentes hubiera muchos dignos de un establecimiento penitenciario o un manicomio.»
Adecuados a la catadura de los sujetos estaban los nombres de guerra que recibían, copiados del hampa: Revolver Gob, Submarino…
En un principio, la labor de las SA consistía en desfilar, repartir propaganda y mantener el orden en los mítines, evitando que camorristas procedentes de otros partidos los «reventaran».
A comunistas y nazis, representantes de los dos extremos del arco político, no les bastaba sabotear los mítines del contrario, también propiciaban enfrentamientos callejeros (Zusammenstösse). En el fondo eran pandillas urbanas compitiendo por un territorio. Fue mérito del jefe Röhm (v.) meterlos en cintura y convertirlos en una milicia disciplinada, un verdadero ejército clandestino, y dotarlos, desde 1926, de una administración que funcionaba con las cuotas y recaudaciones de simpatizantes, así como de un seguro colectivo que asumía los gastos hospitalarios de los heridos y las ayudas a las familias de los muertos.
En el decenio de los convulsos treinta que sucedió al de los felices veinte, los nazis aglutinaron las fuerzas de la derecha, incluso las más moderadas que, por serlo, no disponían de milicias con las que enfrentarse a los comunistas. En algunas regiones donde la implantación comunista era mayor, la tarea fue ardua, especialmente en «Berlín, la roja», que las SA tuvieron que conquistar casi barrio por barrio con sus hojas volanderas, sus carteles en los muros y las discrepancias garrotiles con los piquetes comunistas que intentaban evitarlo.
Los SA se reunían en cervecerías afectas o Sturmlokal («local de los Sturm»), para beber, corear sus himnos, celebrar entre risas las últimas Zusammenstösse y, de paso, escapar de las esposas o las madres enfadonas que quedaban en casa intentando sacar adelante a la familia con lo poco que aportaba el esposo o el hijo metido a nazi.
Conseguir Sturmlokals (locales de barrio de los Sturm) en distritos tradicionalmente comunistas (en Berlín y otras ciudades) marcaba el avance del partido de Hitler y el retroceso de sus adversarios.
En la medida en que los SA se iban imponiendo y sus hazañas ocupaban espacio en la prensa, su número iba aumentando. En principio, era apenas 300, como los espartanos de las Termópilas, pero en 1931 sumaban casi medio millón, y después de la ingente cosecha de violetas de marzo (v.) que supuso la subida de Hitler al poder (1933) llegaron a ser cerca de cuatro millones, un ejército más numeroso que el menguado Reichswehr al que el jefe Röhm soñaba con incorporar a su fuerza.
La disolución del resto de los partidos políticos rivales dejó al NSDAP sin oposición. En cierto modo, las SA nacidas para enfrentarse con las milicias adversarias dejaron de tener sentido. Ya no había comunistas en la calle, ni socialdemócratas, ni oposición posible. Por otra parte, las SA se habían radicalizado debido a la incidencia de la crisis de 1929 en sus miembros. En algunos distritos entraban en franco conflicto con los líderes locales del NSDAP.
La discordancia residía en que el jefe Röhm y sus adláteres se acercaban a los postulados de la izquierda y hablaban de una «segunda revolución» precisamente cuando Hitler iniciaba su aproximación a la gran industria y a las finanzas. A Hitler le convenía alejarse del segmento más izquierdista del nazismo representado precisamente por las SA.
A ello se unía que las SA habían crecido tanto que resultaban amenazadoras para el propio partido.
Röhm y su camarilla se habían convertido en un problema. Hitler lo resolvió asesinándolos en la Noche de los Cuchillos Largos (v.) y sustituyendo a los revoltosos muertos por gente fiel a su persona. Desactivadas las SA, sus millones de miembros languidecieron en sus cervecerías añorando los viejos tiempos mientras los más despabilados procuraban ingresar en las SS, que de la noche a la mañana habían pasado a ser el brazo armado del partido.
SACHSENWALD, PELÍCULAS DE. ¿Se produjeron películas pornográficas en la Alemania nazi? El publicista y escritor Thor Kunkel asegura que sí, tras ardua investigación, pero servidor no acaba de convencerse de que pueda existir cine germano, por marginal que sea, que no figure en los exhaustivos fondos del Bundesfilmarchiv (Archivo Cinematográfico Federal).
Asegura Kunkel que en los años previos a la guerra se rodaron películas pornográficas en Sachsenwald, a las afueras de Hamburgo, no solo para consumo interno de la afición alemana, sino para intercambiarlas por mineral de hierro con los propietarios de la compañía minera LKAB de Kiruna (Suecia).
¿Venderle porno a los suecos? Permítanme que lo dude. Más creíble parece que los prospectores de petróleo que acompañaban al Afrika Korps (Mineralölkommandos) usaran estas películas y otro material porno para ganarse la voluntad de los bereberes tunecinos.
SALÓN KITTY. El Salón Kitty (antigua pensión Schmidt, en el número 11 de Giesebrechtstrasse) fue un burdel de lujo en cuyas alcobas la Gestapo (v.) instaló micrófonos y cámaras que registraban las performances y las conversaciones de los clientes, casi siempre jerarcas del Reich o diplomáticos extranjeros generosamente invitados por el Ministerio de Exteriores a champán y chicas. Las 20 pupilas que atendían a tan escogida clientela eran beldades políglotas de distintas nacionalidades a las que la Gestapo entrenó en el arte de sonsacar información a sus ocasionales amantes.
El salón estaba bajo la directa autoridad de Walter Schellenberg, hombre de confianza de Reinhard Heydrich (v.). En un interesante pasaje de las memorias de Kersten, el masajista de Himmler (v.), leemos:
En medio de la plática, Heydrich me preguntó, con inocente expresión en el semblante, si me agradaría visitar la «casa de la galantería» recientemente abierta en Giesebretchstrasse (25 de febrero de 1941). Este lugar se había inaugurado de acuerdo con Ribbentrop (v.) para ofrecer algunos entretenimientos a los extranjeros que visitaban Berlín. Por el momento había que subsidiarlo, pero se esperaba que sus ingresos sufragasen pronto los gastos. Reí de buena gana. Heydrich, con una sonrisa, me dijo que, desde la apertura de la casa, Ciano visitaba Berlín con más frecuencia. El establecimiento parecía ofrecer también cierto atractivo para alemanes importantes. Había sido necesario montar aquel local porque, si no, los extranjeros que llegaban a Berlín corrían el riesgo de caer en manos de los peores tipos de prostitutas. Yo dije riendo: «Muy mirado es usted al preocuparse de tal modo de la salud de sus huéspedes». Estaba enterado de que Heydrich tenía gran interés en aquella casa por su valor para el servicio secreto y también por motivos personales, puesto que había logrado éxitos con algunas de las «señoras» que trabajaban allí. Sobre todo, le producían particular placer las charlas íntimas de hombres importantes que frecuentaban la casa. En las ocasiones oportunas, es decir, cuando ellos estorbaban alguno de sus planes, hacía uso de semejantes elementos […]. «Ea, Herr Kersten —me dijo—, si alguna vez quiere darse una vuelta por Giesebretchstrasse (desde luego simplemente desde el punto de vista médico), estoy en todo momento a su disposición. Basta con telefonearme. Puede que yo mismo lo acompañe. Sería gracioso que fuera usted con su bata blanca. Yo me pondría otra y serviría de ayudante.»
Un servicio de escucha instalado en los sótanos del inmueble registraba estas indiscretas confesiones de sobrecama en discos de cera que se transmitían para su estudio a la central de la Gestapo donde se analizaban las noticias y opiniones aprovechables y se redactaban los pertinentes informes.
Quizá la existencia del Salón Kitty explique los nutridos séquitos que acompañaban a nuestro ministro Serrano Suñer en sus viajes a Berlín. Entre los jerarcas falangistas que disfrutaron de sus servicios figura Dionisio Ridruejo, que en sus memorias alude delicadamente a los agasajos nazis:
El ministro de la Wilhelmstrasse (y quizá también la Policía, según he leído en algún reportaje tardío) mantenía algunas casas bien decoradas en las que los invitados forasteros —y especialmente los latinos— podían celebrar un party con derecho a señorita bien educada, bien vestida y nada profesional en su estilo amoroso, con la que podía perderse en cualquier habitación. Había llegado Ciano a Berlín, y creo que fuimos invitados juntos a uno de esos parties diplomáticos de su séquito y algunos del nuestro. Recuerdo a una Heila romántica con piel de magnolia. Todo fue muy normal. Tan normal que cuando uno de mis compañeros de viaje salía por una puerta con su pareja se le presentó un señor que, saludándole con la reglamentaria flexión de espinazo, se presentó: «X. X., de Protocolo». Por lo que a las chicas se refiere, debo decir que eran encantadoras. Todas pertenecían a alguna escuela de arte de Múnich, de Praga o de Viena, y más de la mitad tenían novios aviadores, de los que hablaban con arrobo mientras condescendían con los pobres latinos, que encontraban tan frío el clima de Berlín.
El burdel era propiedad de una antigua madame, Katharina Zammit, alias Madam Kitty Schmidt (1882-1954), quien, al parecer, había tenido problemas con la policía (la sorprendió transfiriendo divisas al extranjero) y accedió a colaborar con la Gestapo para excusar una temporada en algún campo de concentración.
El local funcionó satisfactoriamente al principio, pero cuando cundió la sospecha de que la policía grababa las indiscreciones de los clientes, el flujo de información decayó y la Gestapo decidió suspender la operación.
El Salón Kitty figura entre los monumentos históricos que fueron destruidos por los extensivos bombardeos de 1944. En 1970, Peter Norden escribió una novela con ese título que en 1975 inspiró una mediocre película de Tinto Brass.
Se sospecha que hubo otra casa parecida para recreo de periodistas y corresponsales extranjeros afectos al régimen en la calle Julianenhof, 11.
SALUDO NAZI (Hitlergruss, «saludo de Hitler», o Deutscher Gruss, «saludo alemán»). El saludo con el brazo derecho extendido al frente a la altura de la cabeza en un ángulo de unos 40 grados sobre la horizontal, y ligeramente ladeado hacia la derecha fue uno de los préstamos que Hitler copió del fascismo de su admirado Mussolini. El Duce lo había tomado a su vez, como muchos otros signos externos del fascismo, del histriónico ultranacionalista e inspirado poeta Gabriele D’Annunzio (v.).
Entre los italianos cundió la creencia voluntarista de que el saludo fascista recuperaba el de los antiguos romanos, reproducido en la postura «cesárea» de algunas estatuas de Augusto.
Entre los alemanes se decía que en realidad era el saludo ario de los antiguos germanos usado por el héroe Arminio, el que derrotó a las legiones de Varo en Teutoburgo y les arrebató las águilas, al que los romanos se lo habían copiado.
Entre los españoles, para no ser menos, era el saludo ibero que remitía a las gestas de Viriato, de Numancia y de Sagunto, que también nos habían copiado los romanos. Todos contentos.
En Alemania solía acompañarse con las palabras Heil Hitler (v., «salve, Hitler») o Sieg Heil («salve, victoria»). Al principio solo lo usaban los nazis entre ellos, pero tras la ascensión de Hitler al poder se hizo obligatorio para los funcionarios y paulatinamente se extendió al resto de la población, con excepción de los militares, entre los que fue opcional (muchos siguieron usando su saludo tradicional, mano extendida a la visera de la gorra) hasta que después de la Operación Valquiria (v. atentados contra Hitler) del 20 de julio de 1944 se les impuso también el saludo brazo en alto que los más ordenancistas solían acompañar con el taconazo prusiano.
El saludo fascista (así como el resto de las parafernalias del partido mussoliniano) se copió en las organizaciones derechistas españolas de los años treinta (la Falange, las JONS y otras), si bien el nuestro se diferenciaba por presentar la palma de la mano ligeramente levantada. Se acompañaba con el saludo ritual: «Arriba España».
El saludo falangista fue obligatorio entre funcionarios hasta 1945, pero el personal civil solo lo practicaba cuando comparecía en alguna dependencia administrativa. Nunca caló entre la población, ni el Gobierno intentó imponerlo. Los alemanes pronunciaban su Heil Hitler con voz clara y potente mientras que nuestro arriba España tendía al minimalismo expresivo y en labios de un veterano sonaba más bien ¡riespaña!
Los alemanes solían corear en las solemnidades Sieg… Heil! Sieg… Heil! Sieg… Heil! Heil Hitler! Los españoles rematábamos los actos solemnes con los «gritos de ritual»: la máxima autoridad presente gritaba tres veces «España», y a cada una respondía la concurrencia coreando sucesivamente: «Una…», «Grande…», «Libre», seguido de un colectivo «viva Franco» y «arriba España». Son cosas que uno de mi generación nunca olvida.
¿Adoptó el pueblo alemán el saludo nazi espontáneamente? Es evidente que los seguidores de Hitler, sí, pero buena parte de la ciudadanía lo hizo bajo coacción, porque ignorarlo podía acarrear consecuencias funestas (los campos de concentración [v.] para disidentes).
Se suponía que todo buen alemán era nazi (gran mayoría probablemente lo era) y el disidente un traidor al Estado y al bienamado Führer. El hecho arriba mencionado de que el habitual saludo estrechándose la mano y diciendo «buenos días» o «buenas tardes» se sustituyera por el brazo en alto y la exclamación Heil Hitler es ya suficientemente significativo. Si pasaba un desfile por la calle (y las cabalgatas de nazis o militares se hicieron cada vez más frecuentes), los transeúntes debían detenerse y saludar brazo en alto en posición de firmes. Algunos turistas o indígenas distraídos fueron severamente amonestados o incluso zurrados por no levantar el brazo.
Con el tiempo, la obligación de saludar brazo en alto se fue descuidando, especialmente cuando el desfavorable curso de la guerra restaba entusiasmos hitlerianos a la población. Hacia el final de la guerra solo lo usaban los fanáticos.
Actualmente, el saludo fascista está prohibido en algunos países: Alemania, Italia, Austria, República Checa y Eslovaquia.
«SANGRE Y HONOR» (Blut und Ehre). Lema que aparecía en las hojas de las dagas ceremoniales de las Juventudes Hitlerianas (v.).
SANGRE Y TIERRA (Blut und Boden, abreviada BluBo). Era una consigna de los pangermanistas del siglo XIX que los nazis adoptaron para subrayar su pertenencia a la raza y al solar de los arios (v.). Era también la expresión del apego a la agricultura que los nazis preconizaban como recuperación de las raíces del pueblo, de ahí que en el Reich milenario (v.) abunden tanto los carteles y óleos que representan escenas agrícolas o familias campesinas.
Uno de sus impulsores fue Theodor Fritsch, un publicista hijo de molineros de la cuerda del wotanista Guido von List (v.), que defendía la vida rural sencilla, la artesanía y los pequeños negocios (Mittelstand), frente a la galopante industrialización, los grandes almacenes y el gran comercio de los que culpaba, como es natural, a los malvados y corruptores judíos, fuente de todo mal.
Los nazis asumían la contradicción de ese empeño por recuperar el contacto de la población urbana con la tradición agrícola (expresado en las temporadas que pasaban los jóvenes ayudando a faenas agrícolas o Landjahr) y al propio tiempo impulsar la industrialización del país.
La consigna Blut und Boden se convirtió en un latiguillo imprescindible en los discursos de Richard Walther Darré, el entusiasta ministro de Alimentación y Agricultura del Reich.
El lema ha aparecido de nuevo en su versión inglesa (Blood and Soil), entre los supremacistas blancos de Virginia.
SANTA SEDE, CONCORDATO CON LA (v. iglesias alemanas).
SANZ BRIZ, ÁNGEL (1910-1980). Bucarest, 14 de noviembre de 1944. Ángel Sanz Briz, de 34 años, secretario de la embajada española que en ausencias del embajador cumple sus funciones, introduce en la máquina de escribir Underwood un folio con el membrete oficial de la legación española y escribe:
Certifico que Mor Mannheim, nacido en 1907, residente en Bucarest, calle Katona Jozsef, 41, ha solicitado, a través de sus parientes en España, la adquisición de la nacionalidad española. La legación española ha sido autorizada a extenderle un visado de entrada en España antes de que se concluyan los trámites que dicha solicitud debe seguir.
¿Autorizada? ¿Autorizada por quién? Bueno, en realidad por nadie, pero tampoco nadie ha anulado el Real Decreto de 1924 (Primo de Rivera) por el que se reconoce nacionalidad española a los sefarditas descendientes de los judíos expulsados por los Reyes Católicos.
A los alemanes les han entrado las prisas por exterminar a la comunidad judía húngara, unas 750.000 personas. En marzo, Himmler (v.) ha enviado a Hungría a Adolf Eichmann en persona con sus unidades SS (v.), especializadas para «acabar con elementos subversivos judíos». Tras redadas masivas y encarcelamientos, trenes de deportados judíos parten hacia un destino incierto. El Gobierno colaboracionista de Ferenc Szalasi no va a mover un dedo por protegerlos, pero el joven diplomático español se juega la carrera, y quizá la cabeza, expidiendo certificados falsos que salvan de la muerte a 5.200 judíos.
«Los 200 pasaportes que me había concedido el Gobierno español los convertí en 200 familias; y las 200 familias se multiplicaron indefinidamente merced al simple procedimiento de no expedir documento o pasaporte alguno con un número superior a 200», contaría años después Sanz Briz.
Como tanta gente no le cabe en los locales de la legación diplomática española, Sanz Briz ha alquilado otras 11 casas en cuyas puertas lucen sendas placas con las armas del Estado español y el letrero: «Anejo a la legación española».
En agosto de 1944, Sanz Briz remite a Madrid un informe de 30 páginas redactado con ayuda de dos fugitivos de Auschwitz (v.) en el que denuncia el exterminio de los judíos en cámaras de gas.
Franco no se da por enterado, suponiendo que el revelador informe llegue hasta él, o que llegue y no se traspapele entre los cientos de carpetas que abruman su mesa de trabajo.
Circula por ahí el bulo de que Franco salvó a muchos judíos. Nada más falso (v. Franco y los judíos; Franco y Hitler).
Franco, que es hombre de acción más que de pensamiento, hace lo posible por halagar a Hitler y si el otro tiene la manía antisemita, él la incorpora a su discurso oficial, sin mayor problema. Con ello incurre en la paradoja de mantener un discurso antisemita en un país, el nuestro, donde no hay judíos (recordemos que los expulsaron los Reyes Católicos).
El impostado antisemitismo de Franco, recurrente en sus discursos de aquellos años, es posible que proceda del ideario de la Falange y, en última instancia, del pseudopensador jonsista Onésimo Redondo, que había incorporado su odio a los judíos durante una breve estancia en Alemania en plena efervescencia nazi. El típico caso del paleto que sale de la besana, se mete con todo el pelo de la dehesa en las autopistas de Hitler y en las avenidas berlinesas alumbradas con las farolas de diseño de Speer y se deja deslumbrar por todo lo alemán sin interponer el mínimo filtro crítico.
Al principio de la guerra, unos 30.000 judíos lograron escapar de la quema atravesando los Pirineos, muchos de ellos con visado de tránsito portugués obtenido del cónsul luso en Bayona. Después de la derrota de Francia, los requisitos se endurecieron y la frontera se volvió menos permeable. Existían sin embargo en la Europa ocupada algunos diplomáticos españoles como Ángel Sanz Briz que, por propia iniciativa, y muchas veces contrariando a sus jefes, ampararon a los judíos y lograron salvar a muchos.
SAQUEO DE EUROPA. El Tercer Reich era pluriforme en su complejidad. En otras páginas lo hemos considerado una compañía de teatro (v. ópera alemana). En esta entrada lo exploraremos como cuadrilla de ladrones.
El primero y principal, el propio Hitler, que es consciente de su condición de ladrón escudado en el darwinismo. Oigámoslo: «Los grandes beneficiarios de esta guerra seremos nosotros. Saldremos de ella gordos y orondos. No devolveremos nada e incluso nos apropiaremos de cuanto nos parezca útil. Que los demás países protesten me deja de antemano indiferente. Poseemos la colonia más rentable del mundo: 1) está a nuestro alcance; 2) su población está sana; 3) en ella hay de todo excepto café. En un plazo de diez años a partir de ahora, las obsesiones coloniales de los demás estarán completamente devaluadas. El mejor negocio que podemos hacer es firmar la paz».
Todos robaban, del más alto al más bajo, desde el humilde soldado que guindaba una gallina (disculpable) hasta el Führer, que saqueaba iglesias y museos para montar su propia colección en Linz (v.), la ciudad a la que pensaba retirarse para pasar su respetada ancianidad antes de ingresar definitivamente por la puerta grande de la historia.
La guerra había sido la tabla de salvación para las finanzas del Reich al borde de la bancarrota. Después procuraron que, además, fuera un negocio rentable. Como aquellos ancestros suyos que pasaron el Rin para saquear el declinante Imperio romano, los alemanes de hogaño arramblaban con todo: las mercancías de los almacenes, el vino de las bodegas, el trigo de los graneros, las máquinas de las fábricas, el metal de las minas, la piedra de las canteras, el petróleo del subsuelo…, con todo lo que se pudiera transportar (sin contar lo que consumían in situ).
Además, el huésped corría con los gastos del parásito. En la Europa ocupada, los costes del ejército alemán corrían a cargo del país ocupado, bajo el concepto «contribución del Gobierno general para su protección general» e «indemnizaciones de ocupación».
Hitler era consciente de que en la Gran Guerra Alemania había pedido el armisticio cuando la hambruna producida por el bloqueo aliado amenazaba al pueblo alemán. En esta guerra puso buen cuidado en que no faltara alimento. Para ello impuso a los países invadidos cuotas fijas de los alimentos y materias primas que pudieran producir (carne, pescado, trigo, centeno, leche, mantequilla, vino, textiles…), lo que situó a amplias regiones de Europa al borde de la hambruna. Para redondear el expolio, Alemania fijaba los precios de esos productos siempre a la baja y obligaba a adquirir productos del Reich en marcos alemanes conseguidos a una abusiva tasa de cambio. Cuando ya no pudo exprimir más a la vaca europea, Alemania se lucró de su fuerza de trabajo importando trabajadores (de Francia, de Italia) o directamente esclavos (de países del este).
Ladrones, mangantes, rateros… El propio sistema estaba calculado para que la ocupación de Europa llevara consigo su saqueo. Imaginemos el caso de un soldado que llamaremos Fritz. Como todos los soldados alemanes diseminados por los territorios ocupados, cobra íntegro su salario civil. Además, su familia recibe el 85 % de ese salario. Este dinero da mucho de sí, porque Alemania ha intervenido las monedas nacionales de los países ocupados (en el caso de Fritz, el franco francés) y les ha impuesto una tasa de cambio muy favorable al marco alemán.
Por la tarde, a la hora del paseo, cuando está libre de servicio, Fritz suele ir de compras. Comprar y ligar con francesas, en ese orden, se han convertido en las actividades favoritas de los militares alemanes destinados en París. Los franceses los llaman los escarabajos de la patata, porque regresan a sus alojamientos cargados de paquetes (o sea, la bolita del escarabajo).
«Con las victorias relámpago del Reich […], los productos obtenidos de los países ocupados, la mantequilla de Dinamarca, las prendas de lana de los Países Bajos, el aceite y el vino de Francia… constituían una alegría para la población.» Nuevas creaciones léxicas esmaltaron el idioma de Goethe para atender a las nuevas demandas: Buttervolksgenossen («camaradas de mantequilla») e incluso Margarinevolksgenossen («camaradas de margarina»).
Todas las familias alemanas tienen algún soldado (esposo, hijo, hermano, cuñado, amante…) que les envía abultados paquetes de comida, ropa y objetos. Los padres de Fritz reconocen que nunca vivieron mejor. Gracias al trueque no les falta de nada, ni siquiera esos arenques ahumados que antes de la guerra eran un lujo. Ahora los adquieren de unos amigos que tienen un hijo en Noruega. Ellos los adquieren a cambio de perfume francés y zapatos.
De momento, la guerra se revela un estupendo negocio para el ciudadano alemán. «Los nazis no hicieron de los alemanes ni fanáticos ni señores convencidos (Herrenmenschen), sino más bien pequeños aprovechados y ventajistas […], del mismo modo que el Estado se transformó en una máquina de pillaje, los alemanes corrientes se dejaron corromper y sobornar, y los soldados se convirtieron en atracadores prepotentes.»
Soldados como Fritz «forman parte de un sistema de expoliación estatal que redistribuye los dividendos del saqueo entre todos los alemanes. ¿Cómo? El salario del soldado alemán se paga en la moneda del país. Se le recomienda gastar allí su dinero para comprar lo que pueda y mandarlo a casa».
Göring (v.) lo expresa llanamente: «Siempre que veáis alguna cosa que el pueblo alemán pueda necesitar, debéis arrojaros sobre ella como un perro de caza sobre su presa. Hay que cogerla […] y enviarla a Alemania». Dando ejemplo, se hace con una extraordinaria colección personal de pinturas y obras de arte rapiñadas en museos estatales y en colecciones particulares (v. Rosenberg, Alfred).
«Los soldados alemanes vaciaron literalmente las tiendas de Europa, enviando millones de paquetes desde el frente a Alemania. Los destinatarios eran sobre todo mujeres. Cuando se habla a las receptoras, hoy ancianas, de aquellos paquetes, todavía se les iluminan los ojos: zapatos de tafilete de África del norte, terciopelo, seda, licores y café de Francia, tabaco de Grecia, miel y tocino de Rusia, arenques de Noruega, pieles de Ucrania, por no hablar de los innumerables regalos desde Rumanía, Hungría e Italia.»
Es natural que millones de alemanes corrientes estén encantados con esta guerra que ha elevado su nivel de vida. Los bienes de los judíos deportados se venden a bajo precio a la población alemana, que de este modo se siente gratuitamente beneficiada por el régimen (v. arianización). Por otra parte, se tolera el pillaje de la tropa en los países ocupados para que el soldado tenga «un interés personal, material, en la guerra».
Durante todo el conflicto, Alemania estará bien provista y alimentada, aunque en los países ocupados la población esté hambrienta e incluso muera de inanición. Así compra el Führer la complicidad de su pueblo.
Ascendamos ahora de nivel al caso de un capitán médico destinado en París con el que coincidió el periodista español Abeytúa.
Los hunos cayeron otra vez sobre Lutetia y, aunque trataron con cortesía a los vencidos, reprodujeron la vieja estampa del saqueo de Roma. Pagaban sus depredaciones en marcos de ocupación, cotizados al abusivo tipo de 20 francos, y en pocos días esquilmaron el bien provisto comercio de la capital.
Poco tiempo después de la rendición de Francia, coincidí en un viaje por tren con un comandante médico que se dirigía a Alemania con permiso. Me pidió muy cortésmente que le permitiera meter todo su equipaje —ya que el mío era exiguo— en el departamento de dos camas que ambos ocupábamos, «pues —dijo—, si facturo hay pocas posibilidades de que llegue». Cuando fui a acostarme me quedé horrorizado: para pasar a mi litera tenía que pasar una barricada de baúles y paquetes. La cama alta estaba llena de cajas y maletas, y el oficial, para poder dormir, había hecho colocar las colchonetas de su cama sobre aquella barahúnda de forma que quedaban a la altura de la mía. No me dejó descansar con sus ronquidos y, cuando llevábamos varias horas de marcha, su peso y el movimiento hicieron estallar uno de los paquetes que le servían de somier. Por las aberturas comenzaron a escaparse madejas de lana y toda clase de textiles.
Ahora, la mangancia en las alturas: «Loerzer, un antiguo amigo de Göring […], había enviado a Milch un vagón lleno de objetos (medias, jabón y otros artículos escasos) procedentes del mercado negro italiano, diciéndole que podría venderlos con facilidad; la remesa incluía una lista de precios, posiblemente para unificar los del mercado negro en el Reich, que indicaba también las ganancias de Milch, pero este ordenó que las mercancías fueran distribuidas entre los empleados de su ministerio. Poco después oyó decir que el importe de la venta de los artículos contenidos en muchos otros vagones había ido a parar a los bolsillos de Göring».
Antes de la guerra, los jerarcas nazis saquearon las obras de arte de los coleccionistas judíos en Alemania. Durante la guerra entraron a saco en colecciones y museos de Francia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, y las almacenaron en distintos museos de Alemania en espera del reparto del botín.
Si tal latrocinio más o menos encubierto se fomenta entre la tropa, imaginemos cómo roba el Estado. En otro lugar hemos visto que Alemania requisó las reservas de oro de los bancos nacionales (y de los bolsillos y dentaduras de los judíos) y lo vendió a Suiza, que lo pagaba en francos helvéticos. Con ese dinero Alemania compraba todo lo necesario en España, Suecia, Portugal, Rumanía, Turquía, Italia y otros países satélites que a su vez compraban oro en Suiza con el dinero adquirido (v. oro nazi).
SCHACHT, HJALMAR (1877-1970). Este brillante economista y banquero, hombre liberal y progresista, fue presidente del Reichsbank (22 de diciembre de 1923) durante la República de Weimar. Frenó la inflación, pero dimitió en 1930 por discrepancias con el Gobierno sobre el modo de combatirla.
Cuando Hitler subió al poder lo restituyó en su cargo como presidente del Reichsbank (1933) y lo nombró ministro de Economía (1934). Incluso le concedió poderes de «plenipotenciario general para la economía de guerra» (1935).
Cuando llegué al poder me entrevisté con el presidente del Reichsbank, el doctor Luther, sobre el tema de nuestro rearme —comenta Hitler—. Después de haberme escuchado durante dos horas, me aseguró que estaba enteramente dispuesto a ayudarme. Acto seguido me dijo que pondría la cantidad de 100 millones a mi disposición [decepcionado, buscó la manera de desalojarlo del banco nacional alemán]. Cuando le ofrecí el puesto de embajador en Washington, [en] caso de que estuviese dispuesto a retirarse voluntariamente, se declaró dispuesto a aceptar cuando se añadió a su comisión una renta anual de 50.000 marcos. Seguidamente, coloqué a la cabeza del Reichsbank a un hombre de reputación internacional, el doctor Schacht. Este comprendió inmediatamente que sería ridículo emprender una campaña de rearme sin dedicarle miles de millones. Así fue como pude ir retirando sumas hasta llegar a los 8.000 millones, a pesar de que, ante la sola mención de tales cifras, Schwerin von Krosigk, el ministro de Finanzas, pusiera de manifiesto sus escrúpulos. En aquella época, el general Blomberg fue lo bastante estúpido como para revelar que además de esos 8.000 millones serían necesarios otros 12.000 millones para cubrir la primera etapa del programa de armamento […]. Poco a poco irían sacándose los miles de millones siguientes. […] Un rasgo característico de la personalidad de Schacht es que, de los primeros 8.000 millones, retuvo inmediatamente 500 a título de intereses. Es un hombre de una habilidad inaudita […]. Él fue el instigador del plan de desvalorizar las acciones alemanas situadas en el extranjero. Inmediatamente se redimían por medio de intermediarios en los mercados extranjeros a una cotización oscilante entre un 12 y un 18 % de su valor real, y se imponía su amortización a la par a la industria alemana. De este modo, gracias a un beneficio del 80 % e incluso más, fue posible organizar un dumping a la exportación que nos proporcionó más de 750 millones en divisas.
Impulsar la economía requería inversiones, pero no había dinero para hacerlas. En esta tesitura, Schacht inventó los bonos Mefo (v.), un dinero virtual garantizado por el Estado con el que las industrias que lo recibían podían pagar a sus proveedores. La idea era brillante por partida doble: como no aparecían en los presupuestos del Estado ayudaban a ocultar el rearme.
Realizado el milagro de ingeniería financiera de los bonos Mefo, que permitió el rearme de Alemania, Schacht le dijo a Hitler:
—Hemos salido de la crisis y hemos alcanzado el pleno empleo, pero se acerca una inflación. Deberíamos primar otras industrias, la textil, por ejemplo. Ya está bien de cañones.
Schacht quería devolver la grandeza a Alemania por la economía pacífica, sin afrontar nuevos riesgos, pero Hitler, espoleado por Göring (v.), seguía obsesionado con el rearme. Schacht dimitió del ministerio (noviembre de 1937) y de la presidencia del Reichsbank (1939), aunque siguió colaborando como ministro sin cartera hasta 1943.
«Schacht fue un banquero obsesionado por el poder, era un enfermo de poder y de hibris —lo juzga el historiador Pierpaolo Barbieri—. No era un nazi, nunca estuvo en el partido, pero quiso aprovecharse de los nazis para alcanzar ese poder. Se jactaba de ser más inteligente que ningún otro en el Gobierno.»
¿Un profesional ambicioso que cayó en el equipo de los malos?
«En parte sí —prosigue Barbieri—, pero es que Schacht eligió estar en el equipo de los malos. Como les ocurrió a muchos conservadores alemanes, pactó con el diablo, que eran los nazis. Tuvo el apoyo de los militares porque los rearmó, pero se hizo enemigos cuando pretendió detener la política belicista.»
Sospechoso de simpatizar con los opositores implicados en la conjura del 20 de julio de 1944 (v. atentados contra Hitler), Schacht acabó la guerra internado en el campo de concentración de Dachau (v.). De milagro se salvó.
Los aliados lo juzgaron en Núremberg (v.) y lo condenaron a ocho años de prisión, de los que cumplió solo uno. Vuelto a la empresa privada con 71 años e impecune (su fortuna quedó en la Alemania del Este), se rehízo como asesor de países en vías de desarrollo (Indonesia, Siria y Egipto) y retornó a sus actividades bancarias.
SCHADENFREUDE («regodeo»). Regodeo o refocile en el sufrimiento o la infelicidad del otro (en este caso, el otro eran los franceses y los ingleses, especialmente los franceses).
Un proverbio alemán reza: Schadenfreude ist die schönste Freude, denn sie kommt von Herzen («El regodeo es la alegría más intensa, ya que proviene del corazón»).
El Schadenfreude es un sentimiento muy alemán que se exacerbó con tintes colectivos en la época hitleriana, especialmente durante la primera parte (victoriosa) de la Segunda Guerra Mundial.
SCHIRACH, BALDUR VON (1907-1974). Hijo de alto oficial alemán y de norteamericana de familia aristocrática, alto, guapo y bisexual, resulta natural que se inclinara por la juventud de la camisa parda, primero como cadete en una compañía juvenil (Wehrjugendgruppe) y, en 1929, al llegar a la universidad, como presidente del sindicato estudiantil nazi (v. Asociación de Estudiantes Alemanes Nacionalsocialista).
Buen lector, sensible poeta, fue autor de varios tomitos de poemas, algunos francamente bochornosos, dedicados al Führer. Dos versos suyos: «Yo era una hoja perdida en el espacio y ahora tú eres mi árbol y mi patria».
Sonrojante, me hago cargo.
Baldur entró en el círculo íntimo de Hitler por vía matrimonial, cuando se casó con Henriette (Henny) Hoffmann, la preciosa hija del fotógrafo de cámara del Führer (v. Hoffmann, Heinrich), a la que Hitler adoraba porque la vio crecer desde que comenzó a frecuentar el hogar de los Hoffmann, cuando Henriette tenía ocho años.
Hitler era para ella «el tío Adolf», que la llamaba «mi rayito de sol», asistía a sus ejercicios de piano, le regalaba libros infantiles, revisaba sus tareas del cole y le impartía clases de dibujo. En la boda actuaron como padrinos el propio Hitler y Röhm (v.). El banquete, solo para los íntimos, se celebró en el piso de Hitler de la Prinzregentenplatz.
La nenita inocente encañó en una bella y pizpireta mujer, quizá «ligera de cascos, con fama de ramerilla amateur», como apunta en su estudio Vallejo-Nájera. El caso es que, después de la boda, el joven, inteligente y encantador Baldur ascendió rápidamente en el partido. Veamos:
- 1931-1932, Reichsjugendführer NSDAP («líder de la juventud del NSDAP»).
- Agosto de 1932, diputado del Reichstag.
- 1932-1940, SA-Gruppenführer a cargo de las Juventudes Hitlerianas (v.).
- 1943, Gauleiter (v.) de Viena.
La joven y encantadora pareja de los Schirach eran asiduos de las reuniones del Berghof (v.)…, hasta que un desafortunado incidente los excluyó del aburrido paraíso hitleriano y los condenó a vagar por las tinieblas exteriores.
En 1943, unos amigos invitaron a Henriette a pasar unos días en Holanda. Oigamos su propio relato:
Me había alojado en el hotel Amstel de Ámsterdam. Por la noche me despertó un fuerte ruido de voces y gritos. Me precipité a la ventana. En la calle, a mis pies, había dos centenares de mujeres con hatillos, a todas luces reunidas apresuradamente, vigiladas por hombres uniformados; se oían sollozos y luego se escuchó una clara voz de mando: «¡Los arios, atrás!». Luego la columna se puso lentamente en movimiento y desapareció en la oscuridad, cruzando el puente. […]
En mi siguiente visita al Berghof le relaté el incidente al Führer. Debo confesar que el atento Günsche me había servido un brandy doble, lo que explica el atrevimiento con el que abordé el tema. Estábamos en el salón, después de la cena, 17 personas —las conté—. Eva se había retirado ya y yo estaba sentada al lado del Führer. Él mismo me dio pie a exponer el asunto cuando me dijo:
—Así que has estado en Holanda.
—Sí —le dije. Y conté lo que había visto con mis propios ojos.
Quedó conmocionado y silencioso. Los 17 invitados callaban y miraban al suelo paralizados. Me miró furioso y se levantó lentamente del sillón. Yo también me levanté.
—¡Qué susceptible es usted! —me gritó—. ¿Qué le importan a usted las judías de Holanda? ¡Eso no es más que sensiblería! ¡Tontería humanitaria! ¡Mire, cada día caen 10.000 de mis mejores hombres, los más valiosos! Algo no concuerda —extendió las manos como si fueran los platillos de una balanza y siguió gritando—. ¡El equilibrio de Europa se desestabiliza! ¡Porque los otros no caen: los otros viven! Los de los campos de concentración, los inferiores, viven. Y ¿cómo será entonces Europa dentro de 100 años? ¿Y dentro de 1.000? Estoy comprometido con mi pueblo, y con nadie más.
Me di la vuelta, lo dejé gritando y bajé corriendo las escaleras que separan el salón del vestíbulo. No volví la mirada, sabía que no volvería a verlo […] Uno de sus adjuntos salió corriendo detrás de mí:
—¿Cómo ha podido hacer tal cosa? —me reprochó—. Lo ha puesto usted furioso. Por favor, váyase inmediatamente, ahora mismo.
Baldur, mi marido, estaba con los chóferes en la cantina, donde podía fumar en pipa (delante de Hitler no se fumaba). Le conté lo de mi desastre. Recogimos el deportivo que teníamos en el garaje y marchamos de allí. Eran las cinco de la madrugada y atravesamos el valle pasando los centinelas que incluso a esa hora estaban en sus puestos y nos saludaban al vernos.
Hitler mantuvo a Baldur von Schirach al frente de la Gau de Viena, donde había realizado una «gran contribución a la cultura europea» deportando a los 65.000 judíos de la capital (15 de septiembre de 1942), por cierto, la minoría de la que habían salido buena parte de los artistas que habían dado su brillo cultural a la ciudad antes del Führer.
Al igual que Speer (v.), Baldur von Schirach entonó un aparentemente sincero mea culpa cuando compareció ante el tribunal de los juicios de Núremberg (v.) y reconoció su yerro en el adoctrinamiento antisemita de la juventud alemana y en la deportación de los judíos de su Gau.
El tribunal lo sentenció a 20 años en la prisión de Spandau (1 de octubre de 1946). En el diario de Speer encontramos abundantes noticias de su cautiverio. «Schirach no posee lo que yo denomino “línea de retirada”, sin la cual ningún ser humano puede hallar reposo en sí mismo. En mí era y es la arquitectura; en Dönitz y Raeder, el oficio militar; en Neurath, el linaje y la carrera diplomática. Schirach no tiene nada en realidad. Tenía 15 o 16 años cuando conoció a Hitler y, poco después, al comenzar sus estudios, puso su existencia enteramente en manos de Hitler. No estudió ni ejerció carrera alguna; solo fue funcionario. Escribió poesías a Hitler, pero en su caso creo que era un acto de servicio, o sea, que detrás de ello no había un temperamento artístico […], sino una necesidad de adoración. Por eso con Hitler acabó su productividad.»
La bella Henriette quedó solita en un mundo que ahora le era hostil, con sus cuatro hijos de corta edad y algunos bienes propios, a los que sumó otros procedentes del expolio judío que había podido ocultar. En 1947 se enamoró de Peter Jacob (exmarido de Leni Riefenstahl [v.]) y consiguió el divorcio (1950), aunque seguiría haciendo inútiles gestiones para lograr una reducción de la condena de Baldur. Los dos escribieron libros de memorias y recuerdos de la época hitleriana.
SCHMISS («cicatriz», pl., Schmissen). Jabeque adquirido en un duelo a espada (Mensur) entre estudiantes pertenecientes a asociaciones de honor (Studentenverbindungen).
Para asegurarse de que la herida dejara una buena cicatriz, le arrancaban la costra y la infectaban introduciendo en ella crin de caballo o la estiraban cuando estaba a medio curar (Schmissziehen).
Durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, este tipo de duelo constituyó una práctica normal en Centroeuropa, fruto de la gilipollez colectiva de unos mancebos que así creían probar su valor y contribuir al desarrollo de su personalidad.
En un manual editado en 1912 se indica el procedimiento: «El árbitro da la señal de empezar con las palabras: Silentitim! Auf die Mensur! Fertig Los! (“¡Silencio! ¡Al combate! ¡Pronto! ¡Ahora!”). El duelo dura 15 minutos, y una vez transcurridos, el árbitro grita: “Paukerei herí!” (“¡El duelo ha terminado!”). Después se cuentan los cortes de cada uno de los adversarios y se anota en el libro de honor de la corporación, que fulano de tal ha tenido en la cara una raja de 3, 4 o 5 cm».
Stefan Zweig ofrece una opinión sensata:
Unas mejillas lisas y una nariz sin marca eran indignas de un auténtico académico germánico. Y así, los estudiantes «de todos los colores», los que pertenecían a una corporación con distintivos de color, se veían obligados sin cesar, a fin de poder «batirse con cuantos más adversarios mejor», a provocarse mutuamente o a provocar a otros estudiantes y oficiales del todo pacíficos. Era en las salas de esgrima de las «corporaciones» donde se inculcaba esta noble y esencial actividad de los nuevos estudiantes y además se los iniciaba en las costumbres de la asociación. Cada «zorro» (novicio) se le confiaba a un hermano de la corporación, al que debía obediencia servil y el cual, a cambio, lo adiestraba en las nobles artes de su código de conducta o Komment: beber hasta vomitar, vaciar de un trago y hasta la última gota una jarra grande de cerveza (la prueba de fuego) para así corroborar gloriosamente que uno no era un «blando», o vociferar a coro canciones estudiantiles y escarnecer a la policía marcando el paso de la oca y armando jaleo por las calles de noche. Todo eso era considerado «viril», «estudiantil» y «alemán», y cuando las corporaciones —con sus gorras y brazales de colores— desfilaban agitando sus banderas en sus «callejeos» de los sábados, esos mozalbetes simplones, llevados por su propio impulso hacia un orgullo absurdo, se sentían los auténticos representantes de la juventud intelectual. Miraban con desprecio a la plebe, que no sabía apreciar la cultura académica y la virilidad alemana […]. Y de hecho notarios y médicos de pueblo de edad provecta levantaban durante años sus ojos achispados hacia las garambainas de colores y las espadas colgadas en la pared en forma de cruz, orgullosos de sus cicatrices, vistas como marca acreditativa de su condición de «académicos». A nosotros, en cambio, esta actividad boba y brutal solo nos producía asco, y cuando tropezábamos con una de esas hordas con brazales, doblábamos sabiamente la esquina; porque para nosotros, que teníamos como valor máximo la libertad individual, el gusto por la agresividad y a la vez por el servilismo de grupo representaban, con claridad meridiana, lo peor y lo más peligroso del espíritu alemán. Sabíamos, además, que tras ese romanticismo momificado se escondían objetivos prácticos astutamente calculados, puesto que pertenecer a una corporación «duelista» aseguraba a todos sus miembros la protección de los «viejos señores» que ya ocupaban altos cargos y les facilitaban la carrera. De la Asociación de los Borusianos, de Bonn, partía el único camino seguro hacia la carrera diplomática alemana; de las corporaciones católicas de Austria, el camino hacia las buenas prebendas del partido socialcristiano en el poder, y la mayoría de esos «héroes» sabían perfectamente que sus brazales de colores sustituirían en el futuro los estudios serios que ahora descuidaban, y también que cuatro cicatrices en la frente podían llegar a ser un día mejor recomendación para un cargo que lo que estaba detrás de ella. La simple visión de aquellas rudas bandas militarizadas y sus caras cortadas, insolentemente provocadoras, me quitó las ganas de visitar los espacios universitarios; también otros estudiantes, deseosos de aprender de veras, evitaban el paraninfo para ir a la biblioteca y así evitar cualquier encuentro con aquellos tristes héroes.
Las Schmissen que lucen Skorzeny (v.) y muchos ilustres alemanes de su época tienen ese origen. Medite el prudente lector sobre la bravuconería y agresividad que encierra esa costumbre y vea si no fue una desgracia para el futuro de la civilización occidental que los romanos detuvieran sus conquistas en el Rin y renunciaran a civilizar aquellas tribus bárbaras.
SCHOLTZ-KLINK, GERTRUD (1902-1999). Les presento el epítome más depurado de nazi fanático, una mujer que ilustra con su vida la de otros muchos seguidores incondicionales de Hitler.
Gertrud era una maestra de escuela rural. Se había casado joven con otro maestro de escuela, era madre de familia numerosa y su vida discurría por los estrechos y anodinos cauces de la vida pequeñoburguesa de provincias. De pronto, durante una visita a Berlín (en septiembre de 1929), asistió a un mitin de Hitler y quedó tan deslumbrada que ya no volvió a ser la misma.
Después de aquella epifanía, Gertrud consagró el resto de su vida al apostolado nazi. No me tiembla el pulso al escribir que fue más nazi que el propio Hitler no solo en los tiempos dorados del Reich milenario (v.), cuando era fácil e incluso conveniente serlo, sino en los tiempos oscuros de la derrota y el descrédito, cuando el mundo se ensañaba con la memoria de Adolf y los mismos que enronquecieron vitoreándolo lo negaban tres veces y se convencían de que habían sido demócratas de toda la vida.
Firme en la desdicha como en la fortuna, Gertrud defendió el altar de su memoria como una sacerdotisa de la ignota religión esvástica, virgen multípara, hasta la provecta edad en que murió, con casi un siglo cumplido.
Tan solo habían pasado unos meses desde su conversión al hitlerismo cuando su marido, Friedrich Klink, falleció de un infarto fulminante mientras atendía a un mitin del Führer. Tomándolo por una señal de la providencia, la viuda Gertrud se consagró a la causa con tal intensidad que pronto ganó el liderazgo de la sección femenina del partido, la Nationalsozialistische Frauenschaft o NSF (v. Asociación de Mujeres Nacionalsocialistas) primero en Berlín y después a nivel nacional (1933).
Fogosa en su discurso, Gertrud recorrió toda Alemania dando mítines en los que predicaba tanto con el ejemplo como con su cálido verbo el modelo nazi de mujer alemana (v.): zapato liso, rostro sin maquillar, peinado Gretchen prieto como un casquete, vestido austero, monjil, gravedad espartana. Una matrona alejada de los falsos oropeles de modas y femineidad con los que el judaísmo pervierte a la mujer. La mujer alemana debía reivindicar el oficio de abnegada esposa, regidora del hogar y reiterada paridora de los guerreros y colonos que el Reich precisaba para su futuro desarrollo.
Predicando con el ejemplo, nuestra Gertrudis se casó sucesivamente, según se le morían o invalidaban los maridos, sin más finalidad que la procreación (once hijos engendró de tres esposos), al tiempo que continuaba con sus labores directivas por el engrandecimiento de la patria.
Mandar, lo que se dice mandar, Gertrud mandaba poco, porque su papel era más representativo que ejecutivo. A eso se debe que acumulara una larga lista de cargos y representaciones. Solo mencionaremos los más relevantes:
- 1931, presidenta del NSF, en Baden.
- 1 de enero de 1934, jefa del Reichsarbeitsdienst (Servicio de Trabajo Femenino).
- 24 de febrero de 1934, jefa de la NSF.
- 1 de junio de 1934, jefa de la sección femenina del Frente Alemán del Trabajo (v.).
- 1936: Hitler le otorgó el título de Reichsfrauenführerin o jefa nacional de la sección femenina del nazismo.
- Líder de la sección femenina del Bienestar Social Nacionalsocialista (v.).
Gertrud, con su severo uniforme de gobernanta, se convirtió en una imagen familiar en tribunas y actos protocolarios, pero en realidad nunca dejó de ser un florón del régimen. Las mujeres con carnet del partido nunca pasaron de ser el 6 % de las alemanas. «La impresionante cifra de 4 millones de afiliadas procedía de asociaciones de mujeres a las que simplemente se había integrado sin consulta previa en asociaciones nazis cuyo abandono acarreaba consecuencias desagradables.»
En su labor de representación de la mujer alemana, Gertrud viajó a Inglaterra en julio de 1938, invitada por la League of Health and Beauty (Asociación de la Salud y Belleza), una organización femenina eugenésica que promovía la mejora de la raza inglesa mediante el fomento de la belleza y armonía de sus afiliadas. Este noble objetivo se conseguía observando una vida sana y gimnástica similar a la que la Asociación de Muchachas Alemanas (v.) practicaba.
La anfitriona de Gertud, Prunella Stack, presidenta de la asociación y bellísima mujer de 24 años que, según el autorizado Daily Mail, era la «muchacha físicamente más perfecta del mundo», aprovechaba cualquier ocasión para exhibir su envidiable físico en traje gimnástico, blusa de blanco satén y pantaloncitos negros, en la que la figura algo cohibida de Gertrud, vestida como una cebolla y negra como un grajo, contrasta con las nacaradas carnes de las jóvenes gimnastas que la rodean.
Durante su estancia en Londres, Gertrud Scholtz-Klink visitó, acompañada de una nube de periodistas, un hogar de infancia y un hospital infantil. Por la tarde asistió en el Estadio de Wembley a la actuación de un cuadro de gimnasia formado por 5.000 muchachas, así como al cuadro histórico denominado Pompa imperial, consistente en doncellas vestidas a la griega antigua y armadas con lanzas, escudos y espadas emulando a Atenea.
Llegó la guerra y Gertrud, obligada por las cambiantes circunstancias, tuvo que desdecirse de cuanto antes había predicado en los años de paz. Aquella mujer encadenada al hogar y consagrada al marido y a los hijos debía ahora ayudar al esfuerzo de guerra incorporada a tareas exteriores y a las fábricas de armamento.
En enero de 1943, declarada la Totaler Krieg (v. guerra total), las alemanas comprendidas entre los 17 y los 45 años tenían que ocupar puestos hasta entonces desempeñados por el hombre. Consecuentemente Gertrud predicaba: «Las mujeres no deben limitarse a sus trabajos y a escribir a máquina, también deben ser soldados para el Führer».
Cuando Alemania sucumbió, Gertrud y su marido, alto cargo en las SS, se esfumaron con documentos falsos, como tantos señalados nazis. En 1948 los capturaron y los juzgaron. Como Reichsfrauenführer del Frente Alemán del Trabajo, Gertrud podía ser corresponsable de la explotación de millones de esclavas traídas del este de Europa, para el servicio doméstico, pero el tribunal comprendió que la Reichsfrauenführerin nunca pasó de ser una figura decorativa y solo la sentenció a 18 meses de prisión.
Nazi irreductible, en 1978, Gertrud publicó el libro Die Frau im Dritten Reich. Eine Dokumentation (La mujer en el Tercer Reich: documentos).
SCHULUNGSBURGEN (v. NS-Ordensburgen).
SCHUTZSTAFFEL (Escuadras de Protección, v. SS).
SD (Sicherheitsdienst, Servicio de Seguridad, v. Gestapo).
SEBOTTENDORF, RUDOLF VON (1875-1945). Un aventurero con aficiones místicas y Völkisch (v.) que traemos a estas páginas simplemente porque fundó la Thule-Gesellschaft (v.), algunos de cuyos miembros militaron después en el Partido Obrero Alemán (v.), cuya refundación por Hitler produjo el partido nazi (v. NSDAP).
Sebottendorf pasó varios años en Egipto y Turquía, países en los que se interesó por la teosofía, el ocultismo, entonces de moda, y el misticismo islámico (especialmente el sufismo) hasta el punto de que aseveró hallarse en posesión de «la llave de la realización espiritual».
Nacionalizado turco, en 1915 dejó de correr mundos y se estableció, ya casado, en Múnich, donde su charlatanería ocultista y su antisemitismo (v.) le granjearon cierto prestigio en círculos Völkisch. Con esas credenciales escaló el magisterio de la Germanenorden (Orden de los Germanos).
En 1918 fundó la Sociedad Thule, cuyas actividades políticas de signo derechista provocaron su desmantelamiento por la República Soviética Bávara (26 de abril de 1919) y el regreso de Sebottendorf a Turquía, donde durante 13 años se ocupó en diversos menesteres alimentarios que compaginó con sus aficiones ocultistas.
En 1933 regresó a Alemania y publicó un libro en el que exageraba los vínculos existentes entre el nazismo y la Sociedad Thule, dando la impresión de que todo se le debía a él. Hitler montó en cólera, prohibió el libro y desterró al autor.
Los conocimientos iniciáticos que Sebottendorf aseguraba poseer no eran sino una indigesta empanada mental trufada de teosofía, alquimia, rosacruces, masones, neopaganismo germánico —tomado de Guido von List (v.)— y el neognosticismo racista de Jörg Lanz von Liebenfels (v. Ahnenerbe; Atlántida; Ostara).
Algunos pseudohistoriadores aprovechan la tenue relación de Sebottendorf con el nacimiento del partido nazi (exagerada por él mismo cuando intentó subirse al carro de Hitler) para acentuar los aspectos ocultistas del nazismo sin considerar que el propio Hitler se burlaba de muchas de estas invenciones.
Sebottendorf se suicidó ahogándose en el Bósforo el 8 de mayo de 1945, el mismo día de la rendición de Alemania ante los aliados.
SECCIÓN FEMENINA NAZI (v. Asociación de Mujeres Nacionalsocialistas).
SEXO: DEL DESPARRAME DE WEIMAR A LA CONTENCIÓN NAZI. Alemania, 1919. A los horrores de la guerra suceden las amarguras de una nación humillada. El descrédito de los rígidos valores prusianos con los que hasta entonces se regía la sociedad acarreó el desenfreno de los locos años veinte, coincidentes con la República de Weimar.
En el caldo de cultivo de la miseria surgió una industria del ocio (Unterhaltungsindustrie) que facilitaba el escapismo del cine y el cabaret.
El hedonismo de los pobres se basa mucho en el sexo, como es sabido. En la Alemania de la posguerra quizá escaseaban la cerveza y las salchichas, pero en las grandes ciudades sobraban las prostitutas y los chaperos.
Berlín, la antigua capital prusiana, se transformó en el paraíso mundial de la libertad sexual, una ciudad desprovista de tabúes, una almoneda de cuerpos donde el dinero alcanzaba cualquier sueño por extravagante que fuera. La antaño recatada ciudad se llenó de cabarets y de prostíbulos, de Nepp-Tokals, de clubs de estriptis, de salas de masaje y de consultas de venéreas. Sexo y Kok («cocaína»). Incluso los restaurantes más respetables disponían de reservados con cerrojo.
Al comienzo de la Gran Guerra, la policía de Berlín controlaba a unas 4.000 prostitutas que regularmente pasaban controles médicos. En los años veinte, la prostitución creció hasta volverse incontrolable. Más de 150.000 berlineses vivían del sexo. La oferta era abundante y variada: tradicional, sadomaso, gay, lésbico, bondage, voyeur, grupal, exhibicionismo, coprofilia y espectáculos de bestialismo. Toda parafilia imaginable se acogía con normalidad.
Berlín era un inmenso lupanar, pero debido a la manía ordenancista teutónica, las especialidades del vicio iban por barrios, por calles o incluso por manzanas: había Kontrolle, las putas profesionales, las de toda la vida (Beinls), con cartilla de revisión médica; había Heuschrecke («saltamontes»), que ejercían en los parques, al aire libre; había Munzis, preñadas; había Huttes, colegialas de fin de semana e incluso damas de buena sociedad, émulas de la emperatriz Mesalina, que ejercían por gusto. Estaban, en fin, las de abrigos de pieles sobre los ligueros que en el color de las botas indicaban la especialidad; las abuelas pajilleras en las trastiendas de ciertas heladerías; las parejas de madre e hija de corta edad para tríos; las desdentadas para felaciones; los prostíbulos de menores (casi todos traídos de Polonia o de Rusia); incluso las denominadas «lápidas de cementerio», que explotaban manquedades o deformidades.
A esa meca del placer acudían los nuevos ricos surgidos de la guerra y el turismo extranjero. El catálogo de los placeres se anunciaba en unas guías (Grieben) que los visitantes adquirían en estaciones de ferrocarril y en vestíbulos de hoteles. Incluso si no se tenía la prevención de adquirir una guía, al despistado turista sexual se le ofrecería algún guía o Schlepper que lo introduciría en los lugares de ambiente de la ciudad.
Un corresponsal español escribe:
En todos sus barrios, y ya desde las 11 de la mañana, son incontables las bellas que se obstinan en gastar las aceras en interminables paseos al acecho de un alma gemela; otras, en los quicios de puertas con muchos anuncios, suspiran lánguidamente, produciéndonos indefinibles congojas. Citaremos como lugares característicos los barrios del Zoo, la Friedrichstrasse, Nollendorfplatz, Alexanderplatz, etc. […] Innecesario hablar de los cafés, de los dancings, de las estaciones, de los restaurantes; por doquier encontraréis damas jóvenes, bellas, elegantes y no muy intratables. Haremos la concesión de que no resulta fácil distinguir a simple vista la profesional de la «aficionada», y que esta discreción contrasta un tanto con la procacidad tan corriente en otros países. Además, el paro forzoso ha lanzado al mercado a un considerable número de muchachas que, al ofrecerse en los modernos zocos, aún no han perdido ese elemental respeto de sí mismas. Las planas de publicidad de casi todos los periódicos anuncian profusamente salones de masaje estilo francés, italiano, español [sic], servidos por empleadas deliciosas, capaces de despertar a Lázaro sin necesidad de largas antesalas. Pronto veremos un film sobre esos singulares institutos de belleza.
Ben Hecht, corresponsal del Chicago Daily News y hombre dado a explorar toda clase de ambientes, describe en sus crónicas un Berlín sórdido «con prostitutas ofreciendo cualquier cosa a cualquier persona, niños y niñas, jóvenes robustos, mujeres libidinosas, animales. Había incluso establecimientos donde el cliente copulaba con un ganso macho y le cortaba el cuello en el momento del orgasmo para sentir sus espasmos agónicos, lo que proporcionaba la experiencia más placentera, económica y rápida posible, ya que le permitía disfrutar de la sodomía, la bestialidad, la homosexualidad, la necrofilia y el sadismo, todo al mismo tiempo. De la gastronomía también, porque uno podía comerse el ganso después».
La recuperación económica atemperó ese vicio desbocado aún antes del ascenso de Hitler, pero en cualquier caso los nazis impusieron la moral tradicional prusiana, comenzando por perseguir y encarcelar a los homosexuales.
Bajo el nazismo se recuperó la imagen de la mujer virtuosa, casera, esposa y madre abnegada (v. mujer alemana). El sexo recreativo de la época de Weimar se sustituyó por el sexo reproductivo. Hitler quería mejorar la raza aria y duplicarla a fin de contar con soldados y colonos con los que extender el Reich a los territorios conquistados. Consecuentemente se persiguió el aborto y se favoreció la adopción por el Estado de los hijos ilegítimos.
Titus Perlen
Es interesante comprobar el cambio de imagen a través de la publicidad. Desde 1927, las farmacias alemanas vendían Titus Perlen, una viagra que volvía al usuario «más eficiente, viril y productivo». Durante la época de Weimar, la publicidad del medicamento aconsejaba a la mujer que adquiriera las píldoras para la pareja de libido debilitada por la «difícil lucha diaria por sobrevivir», lo que le provocaba disfunciones sexuales hasta el punto de que el 40 % de las mujeres no alcanzaban nunca el orgasmo. Mediante el uso de las Titus Perlen la vida sexual mejoraba hasta tal punto que la pareja alcanzaba orgasmos simultáneos.
La ascensión de Hitler afectó a los mensajes publicitarios de Titus Perlen. Bajo la supervisión del ministerio de Goebbels (v.), dejaron de ofrecer orgasmos simultáneos para convencer al usuario de que sus desarreglos sexuales se debían a problemas hormonales. En cuanto a la insatisfacción sexual de la mujer, estaba claro que se debía a «la excesiva tensión mental que le ha acarreado incorporarse a trabajos masculinos durante el último cuarto de siglo»: si deja el trabajo y vuelve al hogar, será más feliz, señora. Toda referencia al placer femenino desapareció.
La demanda de sexo recreativo tuvo que adoptar formas más discretas, como testimonia en sus memorias Luis Abeytúa (v. corresponsales españoles en Berlín).
Bajo la presión combinada de la sociedad y de la propaganda, muchas mujeres se resignaron al nuevo y limitado papel que el nazismo les reservaba como apoyo del marido y paridoras de hijos para la patria.
Eso duró los años de la paz, entre 1933 y 1939. Luego vino la guerra, que alteró por completo el panorama. La indeseada prolongación del conflicto propició el regreso a las libertades sexuales de la odiada República de Weimar. Las jóvenes alejadas de casa que tenían que buscar alojamiento en la gran ciudad por estudios o trabajo buscaban preferentemente una habitación Sturmfrei («libre de asalto»), o sea, con derecho a recibir compañía masculina sin intromisión de la patrona.
Una consecuencia negativa de la guerra que ya se comenta en estas páginas fue que, en ausencia de los esposos o novios movilizados por el Ejército, muchas mujeres buscaron consuelo en los únicos hombres disponibles, los trabajadores extranjeros contratados o prisioneros de guerra.
Un alarmado informe de las SS (v.) del 22 de enero de 1942 denunciaba que «las relaciones sexuales con los trabajadores extranjeros están disparándose».
Sumemos a lo anterior que con las estrecheces de la guerra se fue extendiendo una forma de prostitución que consistía en intercambiar favores sexuales por productos, como testimonia nuevamente Abeytúa:
La fortaleza de las Gretchens no se asediaba ya con madrigales y suspiros, sino con medias de seda y artículos más nutritivos. Cupido llevaba en su carcaj paquetes de café en lugar de flechas. No tenían que disparar mucho, pues eran, en general, bastante frágiles. Lo confirma la frase de un diplomático, al saber que un colega recién llegado a Berlín se había traído de España una amiguita:
—Pero, ¡hombre, eso es como llevar bacalaos a Escocia!
Resultaba triste que un pueblo de integridad proverbial se rebajase tanto.
Homosexuales
La República de Weimar fue bastante tolerante con los gais, a pesar de que el Código Penal alemán prohibía las prácticas homosexuales en su artículo 175.
Esas escenas de contenido gay que hemos visto en la aclamada serie de televisión Babylon Berlin (2017) reproducen fielmente aquella realidad. Chaves Nogales lo testimonia en una de sus crónicas: «El homosexualismo está cada vez más extendido por Berlín. Me dicen que ese vicio tuvo su periodo culminante en lo que los alemanes llaman el gran tiempo, la Alemania exuberante de antes de la guerra. Fue, según parece, una secuela del militarismo cuando Alemania era un cuartel […], hoy es una institución tan respetable como cualquier otra. Los homosexuales tienen en Berlín su casino, sus cabarets, sus periódicos […], el típico cabaret Eldorado».
Se calculaba que en Alemania había alrededor de dos millones de homosexuales. Es de suponer que el número de los no declarados superaba ampliamente esa cifra.
La llegada de los nazis atajó bruscamente esa tolerancia, aunque en su propio culto de la camaradería masculina, el nazismo acarreaba cierta tendencia al homoerotismo, como lo demostró la abundancia de homosexuales en las SA de Röhm (v., él mismo lo era), lo que suministró un pretexto a Hitler para exterminarlos en la Noche de los Cuchillos Largos (v.).
Los nazis declararon «asociales» a los gais y cerraron Eldorado y el resto de los cabarets, bares «de ambiente» y clubes (el Dorian Gray y el Tanzpalaste Zauberflöte o Palacio de la Danza de la Flauta Mágica, entre otros), así como sus periódicos y revistas homosexuales. Cuando los afectados se percataron de que bajo la nueva gerencia del país pintaban bastos, hubo codazos para regresar a los armarios donde secularmente los habían encerrado las intolerancias luterana y católica.
Muchos homosexuales notorios, principalmente artistas, huyeron al extranjero (especialmente los que además de homosexuales eran judíos). Otros menos notorios pasaron a la clandestinidad y, fichados por la Gestapo (v.) —heredera de los ficheros homófobos de Weimar—, acabaron en centros de internamiento para su reeducación.
Los más expuestos por su notoriedad o por las denuncias, unos 100.000 de ellos, comparecieron ante los tribunales. Entre 5.000 y 15.000 acabaron en campos de concentración (v.), donde se distinguían con un triangulito rosa cosido sobre el uniforme carcelario. Allí tuvieron que pasar el calvario de los malos tratos y desprecios de sus compañeros de cautiverio supuestamente machotes, aunque algunos de facciones especialmente femeninas obtuvieron un trato de favor por parte de los Kapos y guardianes a cambio de favores sexuales. Muchos murieron, algunos de ellos víctimas de experimentos médicos orientados a encontrar un método para curar la homosexualidad, sin descartar la castración o Entmannung (literalmente, «deshombramiento»).
Las mujeres tuvieron más suerte por una vez. Al igual que en otros países europeos, el lesbianismo no se contemplaba como delito en el Código Penal alemán. Desde el último decenio del siglo XIX, las lesbianas habían logrado visibilidad social en las principales ciudades y se relacionaban en Damenklubs («clubes de señoras») que desarrollaban una intensa vida cultural (era socialmente inaceptable acudir solo por el sexo).
En la República de Weimar el lesbianismo ganó «un razonable nivel de aceptación», con revistas como Frauenliebe (Amor de Mujer) y el semanario Die Freundin (La Amiga, subtitulada Revista Semanal para la Amistad Ideal entre Mujeres), clausurado en 1928 por orden gubernativa y abierto con la nueva cabecera Ledige Frauen (Mujeres Solteras).
Los nazis tampoco persiguieron a las lesbianas, dado que, independientemente de su opción sexual, una lesbiana podía cumplir con su deber hacia el Estado (y a menudo lo hacía) casándose y engendrando los futuros soldados y colonos que la patria demandaba.
El Instituto de Sexología
Un controvertido sexólogo y adelantado del movimiento LGTBI, el doctor Magnus Hirschfeld, abrió en 1919 en el centro de Berlín un instituto para el estudio de la sexualidad (Institut für Sexualwissenschaft), con biblioteca y museo temáticos, en el que atendía consultas, impartía conferencias, reunía grupos de trabajo e inspiraba el filme Anders als die Andern (Diferente a los demás, 1919), retrato del amor de dos homosexuales, que causó gran impacto en su época.
Hirschfeld, que además de homosexual era judío, predicaba una doctrina sexual basada en la libertad y la despenalización del sexo. Consecuente con estas ideas, encabezó una cruzada por la abolición del artículo 175 del Código Penal alemán, que perseguía la homosexualidad. Su triple condición de homosexual, judío y publicista de la libertad no le granjeó la benevolencia de los machotes antisemitas de los Freikorps (v.). Sobrevivió a un atentado que le fracturó el cráneo, pero no pudo evitar que en 1933 los nazis saquearan su Instituto de Sexología y destruyeran su biblioteca temática (20.000 volúmenes ardieron el 8 de mayo de 1933 en la Opernsplaz de Berlín; v. quema de libros contrarios al espíritu alemán).
Hirschfeld, que a la sazón estaba en el extranjero, no regresó ya a Alemania. Su novio lo siguió al exilio. Murió en Niza en 1935. Su novio se suicidó tres años después.
SIEG HEIL! («Salve, victoria»). Grito ritual de los hitlerianos (v. saludo nazi).
SIG RUNE («runa S»). Es la supuesta letra del supuesto alfabeto rúnico que tomaron las SS (v.), en su origen tropas pretorianas de Hitler. La abreviatura SS se escribe por su semejanza a la runa ↯↯.
SIGNAL. El quincenario Signal fue la revista de propaganda del Ejército alemán más popular y leída en el extranjero. Confeccionada por las Compañías de Propaganda (PK) de la Wehrmacht (v.), se publicaba en 26 idiomas y llegó a tirar 2,5 millones de ejemplares, que se imprimieron en Berlín, Oslo, Milán y París. Curiosamente, la edición alemana no se vendía en Alemania, sino en Suiza y otras regiones germanófonas del extranjero.
Estupendamente ilustrada con fotografías y dibujos, Signal se vendió primero en edición bilingüe español-alemán (código D/Sp) y a partir del número 8 (enero de 1941), en edición española (código Sp). Se dejó de editar en octubre de 1944. El número 8 de ese año llegó a España en pequeñas cantidades, y el número 14 se editó excepcionalmente en Madrid.
A medida que Alemania perdía la guerra, aumentaron los artículos de cultura, arte y economía. Cada edición prestaba especial atención a los lectores del idioma en cuestión, lo que explica la abundancia de noticias sobre la División Azul (v.).
SIPPENHAFT («castigo colectivo»). Bárbara forma de justicia de raíces ancestrales (Mesopotamia, Biblia…) que modernamente han aplicado sociedades mafiosas, minorías étnicas poco evolucionadas y los nazis. Consiste en que la falta cometida por un individuo recaiga sobre la familia. Algunos militares y funcionarios alemanes se mantuvieron fieles a Hitler por temor a que sus represalias afectaran a sus familias.
SKORZENY, OTTO (1908-1975). Un chico austriaco de buena familia, quizá algo bravucón, que estudió Ingeniería en la Universidad de Viena, militó en una asociación duelista estudiantil (13 duelos, jabeque vistoso que consideraba el lado bueno de su rostro cuando posaba; v. Schmiss).
Nazi convencido, al comienzo de la guerra quiso ser piloto, pero su envergadura y 1,92 m de estatura lo obligó a militar en tierra. Participó sin destacar especialmente en las campañas de Francia, Holanda, los Balcanes y Rusia con la división Leibstandarte SS Adolf Hitler.
Su repentina fama le sobrevino cuando el 12 de septiembre de 1943 lideró el comando que liberó a Mussolini sin pegar un tiro. El Duce estaba preso en una estación invernal de los Apeninos, situada en la cumbre del monte Gran Sasso. Skorzeny aterrizó en planeadores ante unos carabinieri italianos que solo le disputaron el honor de retratarse con él y con el Duce a la puerta del hotel.
Ganada la confianza de Hitler, posteriormente se le encomendaron dos operaciones: la eliminación del jefe yugoslavo Tito, en la que fracasó (25 de mayo de 1944), y el secuestro del regente de Hungría, el almirante Miklós Horthy, que realizó con éxito (5 de octubre de 1944).
Durante la batalla de las Ardenas (diciembre de 1944), Skorzeny se infiltró tras las líneas enemigas al mando de unas docenas de comandos disfrazados con uniformes americanos para realizar operaciones de sabotaje. Lo más doloso que hicieron fue crear confusión, alterando los signos direccionales en los cruces de las carreteras.
Su última misión fue volar el puente de Remagen, el único intacto sobre el Rin, por el que los americanos invadían Alemania. Algunos comandos participantes en la operación cayeron prisioneros y otros murieron por hipotermia en las heladas aguas. Sonoro fracaso.
Al término de la guerra, Skorzeny se entregó a los americanos, que lo sometieron a un rutinario proceso de desnazificación (v.), del que salió tan nazi como al principio, si no más (toda su vida lo fue). En 1948 se estableció en Madrid como representante de empresas alemanas, aunque se sospecha que era una tapadera para traficar con armas (v. España, refugio de nazis).
En los primeros años de la Guerra Fría, Skorzeny urdió un plan para la creación de un ejército alemán que colaborara en la defensa de Europa frente a una hipotética agresión soviética, contingencia que, según él, no estaba siendo suficientemente valorada por los aliados. Parece que el plan mereció la atención de Franco y del Estado Mayor español.
En 1954 contrajo matrimonio con Ilse Lüthje, sobrina de Hjalmar Schacht (v.), el mago de las finanzas de Hitler. A su muerte en 1975, unos meses antes que Franco, una sorprendente cantidad de exaltados se sumó a las ceremonias entre fúnebres y reivindicativas del legado nacionalsocialista.
SOCIEDAD THULE (v. Thule-Gesellschaft).
SOFINDUS. El 31 de julio de 1936, dos semanas después del comienzo de la Guerra Civil en España, el Gobierno alemán fundó dos sociedades mercantiles, en realidad un monopolio dual:
- Hispano-Marokkanische Transport-Aktiengesellschaft (Hisma, Compañía Hispano-Marroquí de Transportes) para encauzar la ayuda a Franco.
- Rohstoff-Waren-Kompensation Handelsgesellschaft (Rowak, Compañía de Compra de Bienes y Materias Primas), para cobrarse esa ayuda en especie (porque pagaba a Hisma con productos españoles).
La idea central, probablemente de Göring (v.), era hacer de España una especie de protectorado tirando a colonia y aprovechar su suelo (naranjas, trigo, aceite) y, sobre todo, su subsuelo: la minería hasta entonces explotada por ingleses, franceses y belgas (v. Franco y Hitler; Legión Cóndor).
En 1937, Hisma y Rowak se dejaron de disimulos y se fusionaron en la Sociedad Financiera Industrial (Sofindus), un holding de empresas mineras, agropecuarias y transportistas.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, los aliados exigieron la entrega de Sofindus con todas sus llaves y la expatriación de su gerente Johannes Bernhardt (el mismo hombre de negocios alemán afincado en Tetuán que negoció la ayuda alemana a Franco en Bayreuth, julio de 1936), pero Franco, agradecido, se negó y concedió a Bernhardt la nacionalidad española.
SOLUCIÓN FINAL (Endlösung der Judenfrage, «solución final de la cuestión judía»). La solución final, o sea, la aniquilación de los judíos europeos, no se decidió, como se cree, en la conferencia de Wannsee (v.).
En un principio, Hitler y su camarilla (v.) habían decidido expulsar a los judíos de Europa como medida profiláctica, no aniquilarlos. Primero les hicieron la vida imposible para que emigraran, después intentaron «solucionar el problema judío por medio de movimientos migratorios y evacuaciones». Incluso se concibieron planes, a cuál más descabellado, de enviarlos a Madagascar (Fall Madagaskar), a Palestina, a lugares remotos de la Rusia soviética, al este de los Urales, a donde fuera con tal de expulsarlos del Reich. En este periodo todavía se andaban con miramientos porque tenían que fingir que eran un pueblo civilizado, pero cuando empezó la guerra e invadieron el espacio vital (v.) en el este, se dejaron de escrúpulos, y a medida que avanzaban, iban fusilando masivamente a los judíos bielorrusos, polacos y rusos (labor de los Einsatzgruppen [v.]). De hecho, no faltaron sugerencias para enviar a Rusia a los judíos alemanes o someterlos al mismo tratamiento. Finalmente, como tenían bastantes preocupaciones con una guerra que empezaba a mostrárseles adversa, decidieron tirar por el camino más corto: exterminar a los judíos.
La evolución de ese pensamiento queda patente en Rosenberg (v.), el antisemita por antonomasia: en todos sus escritos y discursos hasta 1941 habla de la «cuestión judía, que no estará resuelta hasta que el último judío abandone primero Alemania y después el resto de Europa». Y en 1941 se declaró, con notable franqueza (aunque bajo promesa de confidencialidad), partidario de la «eliminación biológica del judaísmo en su totalidad de Europa».
Desde nuestra sensibilidad actual, la idea de exterminar a todo un pueblo nos parece una barbaridad, pero a los alemanes de la época no se lo parecía tanto. Ya tenían cierta experiencia previa con el genocidio de los hereros y los namas, dos pueblos de África sudoccidental (Namibia) en 1904. Por otra parte, Hitler, en un discurso del 30 de enero de 1939 ante el Reichstag, dejó caer la idea, que luego no resultó ser una hipérbole retórica.
El exterminio que los Einsatzgruppen llevaban a cabo planteaba dos problemas: primero, el desgaste psicológico de los participantes, que era terrible después de matar a tiros al borde de la fosa a mujeres y niños. Por otra parte, el trabajo no cundía con esa forma tan artesanal que, en cualquier caso, no sería viable en regiones como Polonia, donde la población judía era muy numerosa y vivía en guetos.
Himmler (v.), tras asistir en persona a la actuación de un pelotón de exterminio en Minsk el 15 de agosto de 1941, escuchó las quejas de los responsables. Algunos hombres padecían cierta incomodidad y se confesaban incapaces de sostener las miradas de los judíos a los que iban a exterminar o se sentían heridos en su sensibilidad por los sollozos y las súplicas de las madres y los niños al borde de las fosas… Todo aquello resultaba muy desagradable.
Himmler comprendió que había que buscar otro método. Recurrió a Albert Widmann, técnico de la Policía Criminal, que ya había obtenido cierta pericia en el exterminio mediante asfixia durante el plan Aktion 4 (v.).
El innovador Widmann probó primero con explosivos, pero resultó un desastre. Volvamos al gas. Con el monóxido de carbono de un tubo de escape gaseó a unos pacientes del psiquiátrico de Moguiliov, cerca de Minsk. Funcionó bastante bien. El gas parecía la solución idónea para que los sensibles muchachos de los Einsatzgruppen no padecieran.
Así estaban las cosas cuando la guerra contra la Rusia soviética que se esperaba fuese una bicoca empezó a torcerse. En diciembre de 1941 Hitler tenía sobrados motivos para mostrarse malhumorado. Los aduladores le habían hecho creer que era un genio de la guerra, el más brillante estratega de todos los tiempos, y de pronto advertía que se había equivocado al creer que conquistar Rusia era cosa de dos meses, incluso de mes y medio, como le decía el adulador mayor, Goebbels. No solo no había alcanzado sus objetivos antes de que el invierno se le echara encima, sino que los rusos, esos infrahombres (v. Untermenschen) le habían parado los pies a pocos kilómetros de Moscú y ahora tenían la desfachatez de contraatacar y ganarle terreno. Rumiando esta miseria andaba cuando el 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron la base americana de Pearl Harbor, obligando a Roosevelt a entrar en guerra (si es que no lo estaba deseando).
Hitler, con su característica miopía en todo lo concerniente al extranjero y especialmente a EE. UU., le declaró la guerra al coloso americano (11 de diciembre de 1941). Podía muy bien haberse mantenido neutral, como hizo su aliado japonés cuando él le declaró la guerra a Rusia, pero emprendió la típica huida hacia adelante y lanzó el guante a la cara del gran sioux Roosevelt, el segundo mayor error de su vida. Mientras sus generales comprendían que con eso tenían la guerra perdida, él pronunciaba un discurso histórico en el Sportpalast (v.) de Berlín ante un fervoroso auditorio de barandas que ignoraban estar jaleando la aniquilación de Alemania.
¿Qué movió al Führer a emprender tan necia acción? La seguridad, la «prueba irrefutable» de que la guerra se extendía por el mundo debido a una conjuración judía. Esto ocurría en un momento en que estaba sumido en honda depresión, como reconocería en charla íntima cuando empezaba a salir de ella.
Estaba tan ofuscado que veía a los judíos detrás de todo, moviendo los hilos, torpedeándole su hermoso proyecto del Reich milenario (v.). Los judíos detrás del contraataque bolchevique que amenazaba a sus fuerzas, los judíos malmetiendo a Roosevelt para que azuzara a Churchill contra Alemania…
Su obsesión había crecido con la depresión que le causaban las contrariedades. En su discurso, Hitler recordó que ya el 30 de enero de 1939 había advertido que si los «judíos provocaban otra guerra mundial», ello significaría «la exterminación de los judíos de Europa». ¿Lo pensaba realmente? Por supuesto que no, pero de pronto sus palabras se tornaban proféticas. Así se lo tomó Goebbels cuando escribió en su diario: «En lo referente a la cuestión judía, el Führer está dispuesto a solucionarla de un plumazo. Previno a los judíos, con don profético, de que, si volvían a provocar una guerra mundial, asistirían a su propio exterminio […], el exterminio de los judíos va a convertirse en su ineludible consecuencia. Hay que aceptarlo sin sentimentalismos».
En el mismo sentido se expresó Hitler ante sus íntimos en la sobrecena del 22 de febrero de 1942: «El descubrimiento del virus judío es una de las grandes evoluciones que ha realizado el mundo. […] ¡Cuántas enfermedades encuentran su origen en el virus judío! […] Solo recuperaremos la salud eliminando al judío».
La idea del exterminio de los judíos arraigó en la cúpula nazi. Ya en una fecha tan temprana como el 19 de diciembre de 1940, Hans Frank, gobernador del Gobierno General de Polonia, podía dirigirse a jefes de la Wehrmacht (v.) en Cracovia con estas palabras: «Algunos de vosotros tienen madres o padres, otros tienen esposas, novias o hijos en casa. Estarán pensando en vosotros durante todo este tiempo y se estarán diciendo: “Dios mío, él está allí, en Polonia, donde hay piojos y judíos. Quizá pasa frío o hambre…, quizá no se atreve a escribirme”. Sería bonito si pudiéramos enviar a vuestros seres queridos una foto y pudierais decirles: “Bueno, las cosas en el Gobierno General han mejorado. Por supuesto, no pude deshacerme de todos los piojos y de todos los judíos en solo un año [¡carcajadas!]. Pero en su tiempo y sobre todo si todos vosotros me ayudáis, se puede conseguir”. No hace falta hacerlo en un año, si no ¿qué les quedará por hacer a los que vengan detrás?».
El 16 de diciembre de 1941, Hans Frank dijo en un discurso: «¿Qué ocurrirá con los judíos? ¿Os los imagináis asentándose en los pueblos del Ostland? La gente de Berlín dice: “¿Por qué tenemos que crearnos esos problemas? En el Ostland o en Ucrania nos van a estorbar igual. ¡Liquídenlos!”. Caballeros, tengo que pedirles que no tengan compasión. Tenemos que exterminar a los judíos siempre que los encontremos y siempre que sea posible, si queremos mantener la estructura del Reich […]. Esto no se puede remitir a un tribunal ordinario, ya que excede el marco de un proceso legal, no podemos aplicar fórmulas válidas hasta ahora a un proyecto de estas dimensiones. Tenemos que encontrar una manera de cumplir el objetivo y yo sé cuál es […]. Tenemos unos 3,5 millones de judíos en el territorio del Gobierno General. No podemos fusilarlos, no podemos envenenarlos, pero tenemos que encontrar la fórmula para exterminarlos […]. El Gobierno General de Polonia tiene que verse tan libre de judíos como el Reich lo está. Determinar dónde y cómo debe ocurrir es cuestión que las autoridades (Instanzen) debemos determinar».
Dos días después del discurso de Frank (18 de diciembre de 1941), Himmler anota en su agenda: «Cuestión judía: exterminarlos (auszurotten) como a partisanos».
El ensayo de la solución final se produjo el 8 de diciembre de 1941 en el campo de Chelmno (Polonia). Indicaron a un grupo de judíos que iban a desinfectarlos y les hicieron desnudarse y subir a una camioneta cerrada de las que habían servido para eliminar a los condenados de Aktion 4 con monóxido de carbono embotellado. Los resultados fueron tan prometedores que repitieron los días siguientes con judíos procedentes del gueto de Lodz.
De lo antedicho se deduce que Hitler tomó la decisión de exterminar a los judíos europeos en diciembre de 1941, aunque los detalles técnicos de la operación se trataran en la reunión de Wannsee el 20 de enero de 1942.
Avanzada la guerra, cuando la victoria comenzaba a desdibujarse para dar paso a una posible derrota, la cúpula nazi, en su deseo de quemar las naves, procuró ampliar el círculo de los implicados en el genocidio. En las dos conferencias de Posen, pronunciadas ante un numeroso auditorio de SS (v.) y altos cargos, el 4 y el 6 de octubre de 1943, Himmler dijo:
Me refiero aquí al exterminio del pueblo judío. Es uno de los objetivos que resulta fácil de enunciar: «El pueblo judío será exterminado». Es lo que dice cada miembro del partido: «Está claro que el exterminio, la eliminación de los judíos, forma parte de nuestro programa, lo haremos». Y luego vienen todos, los 80 millones de alemanes «honorables», y cada uno tiene a su judío decente. Desde luego, los demás son cerdos, pero este, este es un judío excepcional. Entre quienes hablan así, no hay ninguno que viera lo ocurrido, no hay uno solo que haya tenido que pasar por ello. La mayoría de vosotros, señores, sabéis lo que es ver a 100 cadáveres juntos el uno junto al otro, o a 500, o a 1.000. Mantenernos firmes y —salvo los casos de debilidad humana— seguir siendo decentes es lo que nos ha hecho fuertes. Esta es una página gloriosa de nuestra historia que no se escribió y no se escribirá jamás.
SONDERFAHNDUNGSLISTE GB (Lista de búsqueda especial de Gran Bretaña). También conocida como Libro negro, era un listado de 144 páginas que contenía los nombres de 2.820 personas residentes en Gran Bretaña (ingleses y exiliados europeos) que la Gestapo (v.) debía detener cuando los alemanes invadieran la isla (Operación León Marino, 1940).
En la lista figuraban políticos, empresarios, banqueros, científicos y personalidades del mundo de la cultura, entre ellos Bertrand Russell, Sigmund Freud y Virginia Woolf. También dos antiguos amigos de Hitler, en los que pensaba descargar su rencor, Ernst Hanfstaengl (v.) y Hermann Rauschning, y el historiador de la arquitectura Nikolaus Pevsner, tan admirado por el que esto escribe.
No se mencionaban, por obvios, los 450.000 judíos o parientes de judíos que existían en la isla. Estos habrían corrido la misma suerte que sus correligionarios de la Europa ocupada, entre ellos el actor austriaco Vic Oliver, casado con Sarah, la hija de Churchill.
SONDERKOMMANDO («comando especial»). En principio, eran soldados especialmente preparados para misiones delicadas, pero el término evolucionó sarcásticamente para designar a los internos que realizaban las labores desagradables en los campos de concentración (v.), la peor de todas, sacar los cadáveres de las cámaras de gas y deshacerse de ellos en los crematorios.
Antes de acarrear los cadáveres al crematorio, los Sonderkommandos debían extraerles los dientes de oro y registrarles los orificios corporales por si ocultaran joyas.
SPEER, ALBERT (1905-1981; v. arquitectura nazi). Albert Speer era un arquitecto joven, apuesto y de buena familia, pero sin encargos que atender, debido a la crisis económica. Tenía 27 años cuando asistió a un mitin de Hitler, quedó deslumbrado y se afilió al partido (1 de marzo de 1931). Eso le valió su primer encargo, la remodelación de los locales del NSDAP (v.) en Berlín.
Su segundo encargo fue aparejar en la remodelación de la Vieja Cancillería, que Hitler había encargado al veterano arquitecto Paul Ludwig Troost.
Hitler, que visitaba las obras casi a diario, reparó un día en el joven Speer, se prendó de él y lo invitó a almorzar. Fue una especie de flechazo lo que permitió a Speer ingresar en el círculo íntimo de Hitler.
Es probable que en la relación de Hitler con el joven y atractivo arquitecto hubiera un componente homoerótico que no pasó a mayores. Asistamos a una escena reveladora:
Con frecuencia había guiado a Hitler por las obras, pero yo era el más insignificante del grupo. De repente, un día se volvió hacia mí y me dijo: «Ven, te invito a almorzar».
Creí que me desmayaba. Mi primera reacción fue preocuparme por mi atuendo, aquella mañana llevaba la manga manchada de yeso. «Ya lo arreglaremos arriba», dijo Hitler, quien acto seguido me condujo a sus dependencias privadas y le pidió a su ayuda de cámara que fuese a buscar su chaqueta azul.
Antes de que me diera cuenta, ahí estaba, siguiéndolo a través de su salón, con su chaqueta puesta.
—Pero ¿cómo es posible? —preguntó Goebbels (v.), quien inmediatamente había advertido la insignia dorada del partido, exclusiva de Hitler, en la solapa.
—Le he dejado mi chaqueta —respondió Hitler.
¿Puede imaginarse cómo me sentí? Ahí estaba el hombre más grande del mundo, pero también yo, un joven de 27 años, absolutamente insignificante a mis propios ojos, sentado a su lado durante el almuerzo, con su chaqueta puesta. Hitler me eligió, por lo menos aquel día, como su único interlocutor.
El Führer, arquitecto frustrado, se vio de pronto proyectado en aquel agradable joven de buena familia que parecía señalado por la providencia para llevar a los planos sus sueños arquitectónicos.
En 1933 Hitler lo nombró comisionado para la Presentación Artística y Técnica de los Congresos y Demostraciones del Partido, un título pomposo que le ganó cierta nombradía cuando, en 1934, cumplió satisfactoriamente el encargo de preparar la coreografía de dos grandes eventos de la ópera alemana (v.): las concentraciones del partido en el aeropuerto de Tempelhof y el campo Zeppelin de Núremberg (v. congresos del partido; Reichsparteitagsgelände).
Speer tuvo la brillante ocurrencia de rodear el terreno de los congresos con 152 reflectores antiaéreos que formaban una cúpula de luz (Lichtdom), proyectando en el cielo nocturno sendos chorros de luz de 8 km de altura, a modo de columnas.
Encantado con su genial arquitecto, Hitler lo nombró inspector general de edificios de Alemania. Speer instaló su estudio en un palacio céntrico, y a sus 31 años se vio promocionado a lo más alto. El resto de su carrera consistió en acatar con entusiasmo las ideas del Führer, y traducir a planos y maquetas los bocetos que el gran hombre había acumulado desde que era un muerto de hambre.
Los principales proyectos de Speer fueron:
- 1934, construcción en piedra de la tribuna del campo Zeppelin de Núremberg (en sustitución de la provisional, de madera).
- 20 de abril de 1937, remodelación de Berlín como capital del mundo, basada en las desaforadas ideas del Führer (v. Germania).
- 1937, reforma del Estadio Olímpico de Berlín para adaptarlo a la estética nacionalsocialista (Speer ennobleció el edificio forrándolo de piedra caliza oscura).
- 1937, pabellón alemán en la Exposición Internacional de París (premiado con la medalla de oro).
- 1938, primer tramo de la Gran Avenida con 400 farolas (muchas de las cuales subsisten).
- 1939, Nueva Cancillería (v.) de Berlín.
Dice el refrán castellano que con harina cualquiera amasa. A Speer, como arquitecto de cabecera del megalómano Hitler, harina no le iba a faltar. En ese sentido es posible que hubiera sido el arquitecto más fecundo del siglo si la guerra no hubiera frenado en seco los proyectos del autócrata.
Un reputado crítico de su estilo cree que «pese a su busca de autenticidad, su arquitectura era más bien una obra de prestidigitación […], carecía de los recursos creativos necesarios para ser un arquitecto renovador, ni siquiera los tenía para encontrar su propia voz, pero adoptó oportunamente el estilo de Tessenow, su maestro, y luego pasó el resto de su carrera intentando interpretar las ideas de Hitler».
Ministro de Armamento
Speer había demostrado ser un buen organizador. En 1942 Hitler le encomendó la tarea de poner orden en la fabricación de armas y le otorgó poderes dictatoriales en este asunto («firmo todo lo que viene de usted»).
En este nuevo puesto, Speer se mostró tan efectivo que algunos historiadores creen que gracias a su esfuerzo Alemania prolongó la guerra al menos un año más.
Lo primero que hizo fue reducir drásticamente los modelos de armas que se producían y fomentar la producción en serie. En segundo lugar, concentró la producción bélica en Alemania, relegando las fábricas de los países ocupados a la producción de bienes de consumo.
El cambio de gerencia se notó enseguida. A pesar del creciente castigo al que sometían a la industria los bombardeos angloamericanos, Alemania aumentó al doble su producción de tanques y cañones, y en un 30 % la de aviones.
Uno de los factores que explican el éxito de Speer fue el empleo de 14 millones de trabajadores esclavos (v.) procedentes de campos de concentración y del extranjero por parte de la Organisation Todt (OT, Organización del Trabajo), dirigida por Fritz Sauckel.
Su éxito como ministro de Armamento alentó las esperanzas de Speer, que por un momento se vio como sucesor de Hitler, pero el Führer se distanció de él en el último año del Reich, y cuando se despedían en el búnker se permitió la pequeña maldad de comunicarle que había encomendado la urbanización de Linz (v.) al «querido Giesler», el arquitecto de la competencia. Después le dijo adiós sin estrecharle la mano. El caso es que este distanciamiento de Hitler le convino cuando articuló su defensa en los juicios de Núremberg (v.).
Prisionero de los americanos, Speer colaboró de buena gana en los interrogatorios e incluso redactó un informe técnico sobre la reconstrucción de Europa, proponiendo una versión mitigada de nacionalsocialismo para la redención de Alemania, y postulándose como persona de probada eficacia en el terreno de la organización para colaborar en la reconstrucción. Fue un golpe tremendo después de esto conocer que su nombre figuraba entre los gerifaltes nazis que se iban a juzgar en Núremberg por presunta colaboración en crímenes de guerra y contra la humanidad.
Speer en Núremberg
La defensa de Speer en los juicios de Núremberg fue una obra maestra. Primero se distanció visiblemente de los otros encausados de la camarilla (v.) nazi para mostrar a los jueces que él era de una pasta distinta. Rechazó las líneas de defensa generales que Göring (v.) proponía al grupo, un tanto agresivas: «Nos estáis juzgando porque hemos perdido. Si hubiésemos ganado vosotros estaríais sentados en el banquillo por los mismos delitos por los que nos acusáis». En esto llevaba razón el antes obeso, ahora solamente robusto, mariscal del Reich. Lo que ocurre es que con esa verdad de Perogrullo no se conmovía a unos jueces carentes por completo de empatía.
Speer adoptó la actitud contraria. Entonó el mea culpa y se acusó de «responsabilidad general», al tiempo que se distanciaba de las decisiones más criminales del régimen. De este modo, reconociendo contrito su parte en una culpa colectiva, logró ocultar su implicación en delitos más particulares e intransferibles por los que otros fueron a la horca.
Los periodistas asistentes al proceso notaron que supo jugar bien sus cartas y tuvo suerte, ambas cosas. Le tocó como interrogador más severo el general soviético M. Y. Raginsky:
—Usted debió leer Mein Kampf (v.) —dijo—, por lo tanto estaba informado de las intenciones agresivas de Hitler, particularmente contra la URSS.
—Me sentí particularmente aliviado en 1939 cuando se firmó el pacto de no agresión con Rusia —respondió Speer—. Después de todo, sus diplomáticos también debían de haber leído Mein Kampf y, sin embargo, firmaron el pacto. Y seguro que eran más inteligentes que yo. En términos políticos, quiero decir.
Planchado lo dejó.
Speer hizo creer que no sabía nada del exterminio de los judíos ni de la explotación de trabajo esclavo que él mismo propició. Incluso confesó que había urdido un plan para asesinar a Hitler. Lo creyeron. Su subordinado Sauckel declaró reiteradamente que el responsable último era Speer, pero el tribunal ignoró estas alegaciones y lo condenó a la horca, mientras Speer, en su papel de nazi bueno y arrepentido, logró escapar con una condena de 20 años de prisión que cumplió al completo.
«En Spandau forjó su propio mito del nazi correcto, minimizando su papel con habilidad, al tiempo que expresaba sus remordimientos para aumentar su credibilidad: calificaba a Hitler de criminal, colaboraba con historiadores y periodistas, y entregaba sus derechos de autor anónimamente a asociaciones caritativas judías. En realidad, Albert Speer tenía millones de muertes sobre su conciencia.»
Oportunista y astuto, cuando salió de la prisión se enriqueció con las ediciones de sus Memorias y de su Diario de Spandau, escrito subrepticiamente durante el encierro. Lo más cerca que anduvo de admitir su culpa fue cuando confesó a la periodista Gitta Sereny:
—Puedo decir que yo… tenía la… sensación de que algo terrible estaba pasando con los judíos.
—Si sospechaba algo, quiere decir que usted lo sabía…
—… Mi principal motivo de culpa es la aceptación tácita (Billigung) de la persecución y el asesinato de millones de judíos.
Concluye Sereny: «En Núremberg no hizo estas declaraciones porque lo habrían llevado a la horca, porque quería seguir vivo y en parte porque la verdad, tan profundamente arraigada en su subconsciente, era insoportable. Si ahora es capaz de decir esto creo que es porque ha superado la necesidad (y está harto) de evadirse. No es ni un mártir ni un santo. Es un hombre que ha luchado durante decenios por recuperar la moralidad perdida».
Hoy sabemos que también mintió a Sereny cuando aseguraba que solo tuvo sospechas del Holocausto (v.). En realidad, estaba tan implicado como el resto de la camarilla nazi. No solo asistió a la conferencia de Posen (6 de octubre de 1943), en la que Heinrich Himmler (v.) informó sobre el exterminio de los judíos, sino que fue responsable de la explotación de millones de esclavos, así como del desalojo de 23.765 viviendas judías berlinesas ocupadas por unas 75.000 personas (que fueron a los campos de exterminio) cuando decidió liberar los terrenos necesarios para la construcción de Germania.
SPORTPALAST (Palacio de los Deportes). Hitler y Goebbels (v.) pronunciaron sus más solemnes discursos en el Sportpalast de Schöneberg, el salón de conferencias más amplio de Berlín, con capacidad para 15.000 espectadores. Este polideportivo construido en 1910 como la pista de hielo techada más grande del mundo se venía utilizando para todo tipo de eventos, no solo deportivos, y muy especialmente para los mítines de los distintos partidos durante la República de Weimar. En este recinto, al que Hitler llamaba Unsere grosse politische Tribüne («nuestra gran tribuna política»), pronunció nuestro hombre su famoso discurso del 4 de septiembre de 1940, en el que anunció que en adelante bombardearía ciudades británicas en lugar de limitarse a objetivos militares.
También fue el escenario del discurso de la Totaler Krieg (v. guerra total) de Goebbels (v.) el 18 de febrero de 1943.
Dañado por los bombardeos al final de la guerra, cesó toda actividad hasta que volvió a abrir parcialmente restaurado en 1953, nuevamente como pista de patinaje y sala de conciertos pop. El 13 de noviembre de 1973 fue demolido y en su solar se construyeron varios bloques de apartamentos de avanzada arquitectura (Sozialpalast).
SPORTPALAST, DISCURSO DEL. El discurso de la guerra total (Totaler Krieg) de Goebbels (v.), pronunciado en el Sportpalast (v.) de Berlín el 18 de febrero de 1943, se considera el primer reconocimiento público de que Alemania estaba perdiendo la guerra.
Las finas antenas del ministro de Propaganda habían captado que el pueblo alemán comenzaba a perder su fe en la victoria y paralelamente en el Führer. Las necrológicas de soldados caídos insertas en la prensa, que al principio de la guerra decían «caído por el Führer y por la patria», omitían la referencia al Führer en número creciente. Sumemos a ello que las manos que hacían el saludo nazi (v.) no se elevaban con la firmeza de años atrás.
Al pueblo alemán no le faltaban motivos para el desencanto:
- Tres meses atrás (en noviembre de 1942), los aliados habían batido al ya no tan invencible Rommel (v.) en la segunda batalla de El Alamein, y el Afrika Korps quedaba en delicada situación: atrapado en Túnez, entre los americanos que avanzaban desde Argelia y los ingleses que presionaban desde Libia, mientras los barcos que debían reforzarlo yacían en el fondo del mar.
- Quince días atrás (2 de febrero de 1943), el VI Ejército (VI Armee), que sitiaba Stalingrado, se había rendido a los rusos y, a lo largo del extenso frente, la Wehrmacht (v.) realizaba «correcciones de líneas» (el eufemismo de retirada).
- En la conferencia de Casablanca (del 14 al 24 de enero de 1943), Roosevelt y Churchill habían determinado que esta vez no aceptarían de Alemania un armisticio como en la Gran Guerra, sino una rendición incondicional (luego ya daban la guerra por ganada).
- Para terminar con las alegrías, el Führer había decretado el cierre de teatros, locales de espectáculo, restaurantes, y consentía que las mujeres a las que el nazismo había recluido en el hogar se reincorporaran a las fábricas.
Había que levantar los ánimos de la nación y al propio tiempo insuflarle algo de optimismo y ciega determinación.
Goebbels, el genio de la propaganda (v.) de cuyas enseñanzas beben todavía muchos de nuestros políticos actuales, preparó cuidadosamente el escenario: el aforo completo del Sportpalast berlinés, una escogida claque parda de unas 3.000 personas entregadas de antemano, la acostumbrada profusión de banderas, guirnaldas y colgaduras con la esvástica (v.) en muros y techos, y la alta tribuna presidencial respaldada por un cartel con letras tan altas como una persona que enunciaba el lema del discurso: Totaler Krieg ‒ Kürzester Krieg («Guerra total, guerra más corta»).
A buenas horas, mangas pardas.
Después de los gritos de rigor del Sieg Heil! (v.), que resuenan en la sala coreados por miles de gargantas y la radio reproduce en millones de hogares alemanes, en distantes trincheras, en palacios de París ocupados por la Wehrmacht (v.), en los altavoces de las fábricas, en los húmedos y fétidos submarinos perdidos en medio del océano, Goebbels comienza su discurso en tono mesurado para subir, in crescendo, hasta el paroxismo final: puro teatro, pero eficacísimo cuando de antemano te tienes ganado al auditorio.
Reproduciremos a continuación algunos fragmentos especialmente reveladores del largo discurso. Respetamos el texto original que llevaba expresas (entre paréntesis) las intervenciones presuntamente espontáneas de personas del auditorio.
Primero, el recuento de las recientes desdichas que están en el ánimo de todos:
El recuerdo a los héroes de Stalingrado es hoy obligado para todos nosotros y para el pueblo alemán que nos escucha. No sé cuántos millones de personas, unidas a través de las ondas, en casa y en el frente, están participando en este mitin y me escuchan esta noche. Os hablo al corazón desde lo más profundo del mío. Para el pueblo alemán es vital lo que tengo que decir esta noche y eso me obliga a poner en mis palabras la solemnidad y franqueza que nos exige la hora presente.
El pueblo alemán, criado, educado y disciplinado por el nacionalsocialismo, puede soportar toda la verdad. Conoce la gravedad de la situación en que el Reich se encuentra, y sus mandos pueden por tanto requerir, por la gravedad de la situación, las duras medidas necesarias. ¡Sí, incluso las más duras! […] Los alemanes estamos inmunizados contra la debilidad y el abatimiento; y así, las adversidades de la guerra solo contribuirán a incrementar nuestra fuerza y resolución.
[…] Sufrimos en estos momentos en el este una dura prueba militar. El problema es grande, similar, aunque no idéntico, en muchos aspectos, al del pasado invierno.
[…] Cuando atacamos Rusia, sabíamos que Alemania era el único bastión que resiste al bolchevismo del este, que había sometido a una nación de casi 200 millones de habitantes al terror de los judíos, y que estaba preparando un ataque ofensivo contra Europa.
Dados los procedimientos de engaño y reserva habituales del régimen bolchevique, no apreciamos entonces el potencial bélico de la URSS, que ahora se nos revela en sus proporciones reales.
[…] El objetivo del bolchevismo es implantar la revolución judía en el mundo. Quiere traer caos al Reich y a Europa, valiéndose de la resultante desesperanza y desesperación de los pueblos para establecer una tiranía capitalista e internacional en la que se esconde el bolchevismo.
No hace falta que explique lo que eso significaría para el pueblo alemán. Con la bolchevización del Reich vendría la liquidación de nuestra intelectualidad y clase dirigente, y la caída de nuestros trabajadores en la esclavitud bolchevique-judía. ¡Ese es su objetivo! En Moscú, buscan trabajadores para los batallones de trabajo forzado en la tundra siberiana, como el Führer dijo en su proclamación del 30 de enero.
[…] Estoy firmemente convencido de que los lores y arzobispos que se lamentan en Londres no tienen la intención de oponerse prácticamente al peligro bolchevique que se cernería sobre Europa en el caso de un mayor avance de los ejércitos soviéticos. El judaísmo ha penetrado tan profundamente en el terreno espiritual y político de los anglosajones que ya son incapaces de percibir el peligro bolchevique que se abate sobre ellos. La raza judía es una experta en camuflaje. De la misma manera que se oculta como bolchevismo en la URSS, se oculta como capitalismo plutocrático en los estados anglosajones.
Lo sabemos por nuestra experiencia. Desde siempre operan adormeciendo a sus pueblos huéspedes, para, de esta manera, paralizar su capacidad de defenderse contra las amenazas mortales y graves que surgen de ellos. […]
(Gritos del público: «¡Ya nos ha pasado!»)
La parálisis de las democracias europeas occidentales ante su más mortal enemigo es aterradora. La judería internacional lo alienta con todas sus fuerzas. De la misma manera que los periódicos judíos intentaron esconder la resistencia contra el comunismo en nuestra lucha por el poder en Alemania, hasta que el nacionalsocialismo despertó a la gente, lo mismo ocurre hoy en otras naciones. La judería una vez más se revela como la encarnación del mal, como el demonio creador de la ruina, y como el portador de un caos internacional destructor de las culturas […]. Vemos en la judería una amenaza directa a todas las naciones.
Nosotros no nos entrometemos en cómo otras naciones se protegen de este peligro, pero no toleramos protestas de nadie sobre cómo nos protegemos nosotros. El judaísmo tiene una apariencia infecciosa que es contagiosa. Si en el extranjero se protesta hipócritamente contra nuestra política antijudía y se vierten enormes lágrimas de cocodrilo por nuestras medidas contra el judaísmo, esto no puede impedirnos obrar como estimemos necesario. Alemania, en cualquier caso, no tiene intención de someterse a este peligro judío, sino más bien, en el momento adecuado, y si es necesario, con las medidas más completas y radicales exter… erradicar la judería. […]
(El público enardecido interrumpe al orador durante unos minutos.)
La URSS, durante los últimos 25 años, ha aumentado el potencial militar bolchevique hasta un nivel que no nos podíamos imaginar y que, por tanto, evaluamos incorrectamente.
[…] Por ello se han tomado una serie de medidas que tienen en cuenta esta nueva óptica de la guerra. Por ejemplo, hemos ordenado el cierre de bares y locales nocturnos. No me puedo imaginar que haya hoy todavía gente que cumpla sus obligaciones de la guerra completamente, mientras, al mismo tiempo, ronda por locales de diversión nocturnos. Debo deducir de ello que no se toma seriamente sus obligaciones en tiempos de guerra. Hemos cerrado estos locales de diversión porque empezaban a ofendernos y a enturbiar la imagen de la guerra, y porque no representan al pueblo alemán. No tenemos nada en contra de estas diversiones. Después de la guerra no nos importará vivir fieles al dicho: «Vive y deja vivir», pero, durante la guerra, el lema debe ser: «¡Lucha y deja luchar!».
También los restaurantes de lujo, cuyos gastos no compensan el efecto obtenido, se han clausurado. […] ¿De qué sirven los salones de moda que gastan luz, calefacción y emplean trabajadores? Podrán reabrir después de la guerra, si tenemos tiempo y ganas para ello. ¿Para qué queremos salones de belleza que requieren tiempo y mano de obra? En la paz están muy bien, pero en tiempo de guerra son superfluos.
Nuestras mujeres y muchachas no deben preocuparse, un día gustarán a los soldados victoriosos que vuelven a su patria, incluso sin las finas prendas o el maquillaje de los tiempos de la paz.
(Aplausos.) […]
Sabemos lo que tenemos que hacer. El pueblo alemán quiere una vida espartana para todos: para el de arriba y para el de abajo, para el rico y para el pobre. De la misma manera que el Führer da ejemplo, todo el pueblo, en todos sus niveles, debe seguir su ejemplo. Cuando él solo conoce trabajo y preocupaciones, no le queremos dejar a él solo el trabajo y las preocupaciones, sino que nos encargamos de la parte que le podemos aliviar. […]
Me estoy acercando al final. […] Camaradas alemanes y alemanas, quisiera dirigiros una serie de preguntas que debéis responderme según vuestro mejor conocimiento y conciencia. Cuando el público me mostró espontáneamente su aprobación de mis peticiones del 30 de enero, la prensa inglesa —es decir, los judíos— afirmó al día siguiente que había sido un espectáculo propagandístico, y que no corresponde de ninguna manera con la verdadera opinión del pueblo alemán, que los judíos conocen mejor que nosotros.
(Gritos espontáneos de disgusto: «¡Mentira!»)
¡Que vengan aquí! ¡Se van a enterar de quiénes somos! Hoy he invitado a esta reunión a una muestra representativa de todo el pueblo alemán. Delante de mí están sentados filas de heridos del frente del este, con piernas y brazos amputados… (la enumeración del ministro es recibida con una fragorosa aceptación que se manifiesta en un interminable aplauso y gran aprobación hacia los representantes del Ejército presentes en el Sportpalast), con heridas de bala, que han perdido la vista, que han venido con las enfermeras de la Cruz Roja, hombres en su plena juventud que tienen delante sus muletas. Entre todos ellos, cuento 50 que han recibido la Hoja de Roble y la Cruz de Hierro [v.]; unos excelentes representantes de nuestro frente de combate.
Detrás de ellos destaca un grupo de trabajadores y trabajadoras de las empresas de tanques en Berlín. Mas atrás, se sientan hombres de la organización del partido, soldados del aguerrido Ejército alemán, doctores, economistas, artistas, ingenieros y arquitectos, profesores, funcionarios y empleados de oficinas, una orgullosa representación de nuestra vida intelectual en todos sus niveles, a quienes, justo ahora en la guerra, el Reich debe gran inventiva y genio humano.
Repartidos por todo el Sportpalast veo a miles de mujeres alemanas; la juventud está representada. Y los ancianos.
Ninguna clase social, ninguna profesión y ninguna edad quedó fuera de la invitación; bueno, ¡excepto los judíos! Por lo tanto, puedo decir con derecho y acertadamente que delante de mí se encuentra una muestra representativa del pueblo alemán en el frente y en la patria.
¿Es verdad? ¿Sí o no?
(El público salta de sus asientos como electrizado. Miles de voces resuenan como un huracán por todo el Sportpalast. Lo que experimentan los participantes de este mitin es un referéndum popular y una expresión de la voluntad que no puede ser más espontáneo.)
Por lo tanto, vosotros, mi público, representáis en este momento a la nación; y, a vosotros, quisiera dirigir diez preguntas que me debéis responder por el pueblo alemán, ante el mundo entero, especialmente ante nuestros enemigos, que también nos oyen por la radio.
¿Queréis?
(Solo con dificultad, el ministro puede hacerse oír en las preguntas siguientes. El público está entusiasmado; las preguntas caen como cuchillos afilados. Todos sienten como si se les preguntase personalmente. Con supremo interés y excitación responden a cada pregunta. El Sportpalast resuena con grito de aprobación unánime.)
Afirman los ingleses que el pueblo alemán ha perdido la fe en la victoria.
Yo os pregunto: ¿creéis con el Führer y con nosotros en la victoria total y definitiva de las armas alemanas?
Yo os pregunto: ¿estáis decididos a seguir al Führer en la lucha por la victoria, en los buenos y en los malos momentos, y arrostrar las más duras pruebas?
(«¡Síííííí…!»)
Segunda: aseguran los ingleses que el pueblo alemán está cansado de luchar.
Yo os pregunto: ¿estáis dispuestos, junto al Führer como falange de la patria, apoyando al ejército combatiente, a continuar esta lucha con decisión inquebrantable, a través de todas las vicisitudes del destino, hasta que la victoria esté en nuestras manos?
(«¡Síííííí…!»)
Tercera: afirman los ingleses que el pueblo alemán ya no quiere aceptar las crecientes demandas de la guerra que le exige el Gobierno.
Yo os pregunto: ¡soldados, trabajadores y trabajadoras!, ¿estáis y está el pueblo alemán decidido, si el Führer así lo ordenara, a trabajar diariamente 10, 12 y, si fuera preciso, 14 o hasta 16 horas, y darlo todo por la victoria?
(«¡Síííííí…!»)
Cuarta: aseguran los ingleses que el pueblo alemán se defiende contra las medidas de guerra total del Gobierno; que no desea la guerra, sino la capitulación.
(Gritos de «¡nunca!, ¡nunca!, ¡nunca!».)
Yo os pregunto: ¿queréis la guerra total?
(Clamor: «¡Síííí, síííí, síííí!». Aplausos.)
¿La deseáis, si fuera preciso, en forma aún más radical y total de lo que hoy nos podemos incluso imaginar?
(Clamor: «¡Síííííí!». Aplausos.)
Quinta: sostienen los ingleses que el pueblo alemán ha perdido la fe en el Führer.
(Clamor: «¡Guerra, guerra, guerra!».)
Yo os pregunto…
(La muchedumbre se levanta como un solo hombre. Demuestra un entusiasmo sin precedentes. Miles de voces se unen y gritan: «¡El Führer ordena, nosotros le obedecemos!». Una ola con un solo clamor de ¡Sieg Heil! fluye por el recinto. Las banderas y los estandartes ondean levantados como la más grande explosión de entusiasmo de la muchedumbre por su Führer.)
Yo os pregunto —prosigue Goebbels—: ¿Confiáis en el Führer?
(El público clama: «¡Sííííííí!».)
¿Es vuestra confianza en el Führer más grande, más fiel e inquebrantable que nunca? ¿Es vuestra disposición a seguirle allá donde vaya, y a hacer todo lo que sea necesario para culminar la guerra en un final victorioso, una disposición absoluta e incondicional?
(Aplausos.)
Yo os pregunto, en sexto lugar: ¿estáis dispuestos a contribuir con todas vuestras fuerzas de ahora en adelante, para proporcionar al frente, a nuestros padres y hermanos, los hombres y armas que necesiten para derrotar al bolchevismo? ¿Estáis dispuestos a eso?
(«¡Síííííí!»)
Yo os pregunto, la séptima: ¿prometéis solemnemente al frente que la patria le respaldará siempre con moral firme y que le dará todo lo que necesita para alcanzar la victoria?
(«¡Síííííí!»)
Yo os pregunto, la octava: ¿queréis todos, y especialmente vosotras, las mujeres, que el Gobierno se encargue de que también la mujer alemana ofrezca su energía para la guerra, y que intervenga, sobre todo allí donde sea posible, para dejar disponibles hombres para el frente, y así ayudar a vuestros maridos, que combaten? ¿Queréis eso?
(«¡Síííííí!»)
Yo os pregunto, la novena: ¿aprobáis, cuando sea necesario, la adopción de las más radicales medidas contra un pequeño grupo de reaccionarios y especuladores que en medio de la guerra actúan como en tiempos de paz, y que pretenden aprovecharse en beneficio propio de las necesidades del pueblo? ¿Aprobáis que el que cometa un delito contra la guerra pierda la cabeza?
(«¡Síííííí!»)
Yo os pregunto, la décima y última: ¿queréis, como el programa del partido nacionalsocialista propugna, que existan en la guerra los mismos derechos y las mismas obligaciones para todos; que la patria, solidariamente, cargue sobre sus hombros con las cargas más pesadas, y que las distribuya por igual entre los que están arriba y los que están abajo; entre los pobres y los ricos? ¿Queréis eso?
(«¡Síííííí! ¡Síííííí!»)
Os he preguntado. Me habéis dado vuestras respuestas. Sois parte del pueblo y por vuestra boca ha hablado y definido su actitud el pueblo alemán. Les habéis dicho a nuestros enemigos lo que deben saber para que no se hagan ilusiones o falsas ideas. De esta manera, como en las primeras horas de nuestro Gobierno y durante los diez años que siguieron, estamos firmemente unidos en hermandad con el pueblo alemán. El más poderoso aliado en la tierra, el pueblo mismo, nos respalda, y está decidido a luchar junto al Führer, cueste lo que cueste, aceptando incluso los mayores sacrificios hasta alcanzar la victoria. […] están con nosotros todos los jefes del partido, del Ejército y del Gobierno. Todos nosotros, hijos del pueblo, ligados con el pueblo en el más solemne momento de nuestro destino histórico, os prometemos, prometemos al frente y prometemos al Führer que forjaremos en la patria una voluntad de hierro en la que el Führer y sus aguerridos soldados puedan en todo momento confiar ciegamente.
Nos comprometemos, con nuestra vida y trabajo, a hacer todo lo necesario para la victoria. Queremos henchir nuestros corazones con la pasión que siempre nos consumió, como fuego imperecedero, en las grandes batallas del partido y del Estado. No queremos, en esta guerra, caer presa del anterior objetivismo falso e hipócrita al que debe nuestra nación alemana tanta desgracia en su historia. […]
Si alguna vez hemos creído, leal e inquebrantablemente, en la victoria, es, entonces, en este momento fervoroso de reflexión nacional. La tenemos a mano, solo tenemos que agarrarla. Debemos solo sacar la fuerza de decisión, para subordinar todo lo demás a su servicio. Esa es la orden en este momento; y, por eso, la consigna a partir de ahora es: ¡compatriotas; levantaos y que se desate la tormenta! —Sturm, brich los!
(Las palabras finales del ministro de Propaganda se perdieron en el estruendo de aplausos y clamores interminables.)
SS (Schutzstaffel, Escuadras de Protección; en runas: ↯↯). Las SS se crearon dentro de las SA (v.) en 1925, como la guardia pretoriana de Hitler encargada de su seguridad personal durante los años de lucha (v. Kampfzeit).
En 1929 se separaron de las SA como sección independiente a cargo de Himmler (v.), que aplicó un riguroso proceso de selección a fin de hacer de las SS la escogida élite del nazismo: el aspirante a ingresar en la orden debía medir más de 178 cm, demostrar el origen ario de sus ancestros hasta mediados del siglo XVIII y superar una serie de pruebas.
En el decenio de 1930, entre un 10 y un 20 % eran de origen aristocrático y un 30 % licenciados universitarios (compárese con el 3 % de universitarios en la población alemana). Muchos abogados y técnicos se acogieron a las SS como medio de progresar profesionalmente.
A partir de este momento, y especialmente tras la aniquilación de la cúpula de las SA en la Noche de los Cuchillos Largos (v.; 30 de junio de 1934), las SS crecieron en número de afiliados y fueron delimitando las siguientes áreas de actuación:
- Política racial y policía a cargo de la Allgemeine SS (SS General).
- Tropas de combate Waffen-SS (unidades armadas de las SS), integradas en el Ejército desde finales de 1939.
- SS-Totenkopfverbände (Unidades de la Calavera) en campos de concentración (v.) y campos de exterminio (v.).
- Policía Secreta del Estado o Geheime Staatspolizei (en siglas, Gestapo) desde 1934.
- Sicherheitsdienst SD, Servicio de Inteligencia y Contraespionaje, creado en 1931 a las órdenes de Reinhard Heydrich (v.). Esta agencia competía con la Abwehr (v.) de Canaris.
- Unidades de ataque móvil o Einsatzgruppen (v.).
Las Waffen SS fueron un ejército desarrollado por Himmler a partir de la guardia personal del Führer, que creció desmesuradamente a lo largo de la Segunda Guerra Mundial hasta completar 38 divisiones (unos 600.000 hombres) en 1944.
En 1941, en vista de que la guerra se prolongaba, se argumentó que la lucha contra el bolchevismo soviético era un asunto de relevancia mundial y no solo alemán, lo que justificaba la admisión de voluntarios extranjeros en las Waffen SS. Entonces se crearon divisiones inspiradas en la Legión Extranjera francesa con voluntarios procedentes de la Europa ocupada por Alemania o simpatizante de ella. Al principio la recluta se limitó a comunidades de irreprochable raza aria (noruegos, daneses y holandeses), pero en 1943 se levantó el listón para admitir a individuos de origen racial más alejado del ideal germánico (franceses, belgas, letones, estonios, ucranianos, bosnios, croatas, rusos prisioneros de guerra, árabes —iraquíes, sirios y palestinos— y hasta caucásicos y azerbaiyanos). O sea, cuando apretó la necesidad, el bueno de Himmler se dejó de purismos y de estaturas mínimas y admitió a un batiburrillo racial.
STREICHER, JULIUS (1885-1946). Este sujeto, probablemente el más rastrero de la cuadrilla nazi, ejerció como maestro de escuela primaria (1904-1923), apuntado sea sin propósito alguno de descalificar a tan noble profesión. También probó sus habilidades como escritor, pintor y poeta, aunque solo destacó en el periodismo panfletario.
En la Gran Guerra alcanzó el grado de teniente (Hitler solo el de soldado de primera) y obtuvo la Cruz de Hierro (v.). Después militó en la organización antisemita Deutschvölkische Schutz- und Trutzbund y en el Partido Socialista Alemán, en el que conoció a Hitler y se transformó en su más fiel discípulo. El 20 de octubre de 1922 fundó la delegación del NSDAP (v.) de Núremberg. Al año siguiente participó en el fracasado Putsch (v.) de la cervecería, del que escapó indemne.
Tras conseguir una excedencia en la escuela, se dedicó por completo a la política. Entre 1924 y 1932 simultaneó una concejalía en el Ayuntamiento de Núremberg con una plaza de diputado en el Parlamento de Baviera, en el que tuvo intervenciones tan inteligentes y lúcidas como las del diputado Rufián en el nuestro.
Entre 1932 y 1945 fue diputado del Reichstag. Como era solo un cargo nominal (dado que Hitler lo había vaciado de contenido), Hitler lo nombró gobernador (v. Gauleiter) de la región bávara de Franconia, cargo que ejerció con tal despotismo que sus súbditos lo apodaban el Emperador de Núremberg.
Más antisemita que el propio Hitler, Streicher presidió desde marzo de 1933 el Zentralkomitee zur Abwehr der jüdischen Greuel- und Boykotthetze (Comité Central para Evitar las Atrocidades y los Boicots Judíos), que organizó el sabotaje a las tiendas y a los profesionales judíos el 1 de abril de 1933, así como el acoso de mujeres que mantuvieran relaciones con judíos incluso con anterioridad a las Leyes de Núremberg (v.).
Fundó Der Stürmer (v., 1923), y más tarde el Fraenkische Tageszeitung, del que fue editor y propietario. Culpaba a los judíos de todos los males de la patria y no vacilaba en acusarlos de crímenes rituales, como en la Edad Media, utilizando para ello montajes fotográficos. Tan antisemita resultó que la jerarquía nazi se escandalizaba de sus publicaciones, pero a Hitler lo divertían.
Sus relatos pornográficos en los que judíos adinerados y repugnantes abusaban sexualmente de inocentes empleadas arias calaron hasta el punto de influir en las Leyes de Núremberg, una de las cuales prohibió a los judíos tener criadas de menos de 40 años.
Su devoción por Hitler lo mantuvo a salvo de las enemistades que se creaba en el partido nazi, hasta que, llevado por su enemistad con Göring (v.), divulgó el bulo de que el Reichsmarschall que más lucía el fálico bastón de mariscal era virtualmente impotente y que había recurrido a la inseminación artificial para engendrar a su hija Edda (nacida el 2 de junio de 1938).
Esta vez había ido demasiado lejos. Hitler le retiró la protección y fue como abrir la veda del conejo. Todos los que le tenían ganas se lanzaron sobre él, colmillo goteando. Acusado de lucrarse con las propiedades judías arianizadas en lugar de entregarlas al Estado, tuvo que renunciar a su puesto de Gauleiter (febrero de 1940).
Streicher pasó el resto de la guerra en su mansión campestre de Fürth, cercana a Núremberg, desde la que seguía dirigiendo Der Stürmer y diversas publicaciones antisemitas. Compaginaba esta actividad con la pederastia y el coleccionismo pornográfico.
Tras el derrumbamiento del Reich se despojó del peculiar colgante que llevaba al cuello (la figurita de un rabino ahorcado), se dejó barba y, provisto de documentación falsa, intentó hacerse pasar por pintor ajeno al nazismo, pero los aliados lo detuvieron (23 de mayo de 1945) y lo hicieron comparecer en los juicios de Núremberg (v.) como ideólogo de las campañas antisemitas que condujeron al Holocausto (v.).
El psicólogo que lo trató en Núremberg lo describe como «un tipo de 61 años, bajo, casi calvo y con nariz aguileña […]. No hace falta estimularlo para que empiece a hablar de su tema único y favorito, el antisemitismo, que ha sido y sigue siendo su única raison d’être […]. Streicher me da la impresión de tener una vieja personalidad psicopática llena de conflictos sexuales y de otro tipo, cuya incapacidad se expresa mediante una preocupación obsesiva que durante los últimos 20 años reemplazó a las carencias que ha tenido en su vida. Dice que se encontró repentinamente con el antisemitismo una tarde y que a la mañana siguiente se dio cuenta de que el objeto de su vida sería convertirse en una autoridad en el tema. Cuando apareció Hitler, Streicher encajó en un nicho ya existente. […] Probablemente tiene una inteligencia normal, limitada e ignorante en general, obsesionado con una manía contra los judíos que le sirve como válvula de escape de sus conflictos sexuales, demostrados por su afición a la pornografía. Cree que la circuncisión es un plan judío diabólico, además de muy lúcido, para preservar la pureza racial de la estirpe judía».
Era evidente que Streicher tenía menos tornillos que un cántaro. A pesar de ello, los jueces de Núremberg lo condenaron a muerte en lugar de enviarlo a un manicomio. Juristas posteriores han considerado su sentencia excesiva, ya que sus delitos eran más de opinión que de comisión.
Streicher fue el único condenado que perdió la compostura. Frente al palo de la horca le escupió al verdugo y le espetó: «¡Algún día te ahorcarán los bolcheviques!». Con la soga al cuello todavía gritó: «¡Fiesta del Purim de 1946!», culta alusión a la festividad judía que conmemora el ahorcamiento del ministro Aman, el perseguidor de los judíos descrito en el libro bíblico de Ester.
STUFENPLAN («plan por etapas»). El historiador alemán Andreas Fritz Hillgruber (1925-1989), en su libro Hitlers Strategie (1965), llama Stufenplan al hipotético plan de Hitler de hacerse con el dominio mundial que deduce de sus escritos. Este plan se realizaría en cuatro etapas.
- Primera: rearme masivo de Alemania y alianza con la Italia de Mussolini y el Imperio británico.
- Segunda: derrota de Francia y de sus posibles aliados.
- Tercera: derrota de la URSS y colonización alemana de su territorio (Lebensraum, v. espacio vital).
- Cuarta: hipotético enfrentamiento del bloque europeo liderado por Alemania con EE. UU.
STURMABTEILUNG (Sección de Asalto, v. SA).
STÜRMER, DER (El Atacante). Semanario nazi antisemita fundado y dirigido por Julius Streicher (v.). El faldón de la portada era toda una declaración de principios: Die Juden sind unser Unglück! («¡Los judíos son nuestra desgracia!»). La portada era siempre una feroz caricatura antisemita obra del afamado dibujante Philipp Rupprecht (v.).
Streicher proyectaba en su revista las dos obsesiones que le abrasaban el alma: antisemitismo (v.) y sexualidad (v. sexo: del desparrame de Weimar a la contención nazi), con frecuencia aunándolas en relatos pornográficos en los que se describía morosamente el desfloramiento de inocentes doncellas arias víctimas de lascivos y repugnantes judíos.
En una sección fija, El Paredón, publicaba fotos de alemanes que compraban en comercios judíos, así como los nombres de los que transgredían las leyes raciales manteniendo relaciones con hebreos u otros miembros de razas inferiores. En otra sección se publicaban listas de tiendas o talleres regentados por judíos o con empleados judíos que todo ciudadano ario debía esquivar.
En módulos diseminados entre las columnas aparecían breves consejos, como «evite médicos y abogados judíos» (dos típicas profesiones en las que destacaba la comunidad hebrea).
El primer número apareció el 20 de abril de 1923 y el último el 2 de febrero de 1945. Durante su primer decenio, las tiradas oscilaban entre 2.000 y 3.000 ejemplares, pero con Hitler en el poder llegó a imprimir 486.000 ejemplares (entre 1937 y 1940) con números extraordinarios de hasta dos millones de tirada y a mantener ediciones en Argentina y Brasil. A las abundantes tiradas hay que añadir su excelente estrategia de difusión, pues en parques, estaciones de transporte, paradas de autobús o de metro y otros lugares concurridos había instalado vitrinas (Stürmerkasten) que desplegaban las páginas de la revista para obsequio del viandante.
Streicher se creció de tal manera, visto el éxito de su revista, que entre 1941 y 1944 se atrevió a pedir claramente el exterminio de los judíos, supuestamente ignorante de que Hitler y sus secuaces estaban llevando a cabo secretamente la solución final (v.).
Der Stürmer se ha definido como «la proyección del alma de un sádico cargado de resentimiento». Por su ordinariez y sensacionalismo, los propios nazis lo despreciaban. Göring (v.) y Baldur von Schirach (v.) habían prohibido su circulación en las dependencias de la Luftwaffe (v.) y de las Juventudes Hitlerianas (v.), respectivamente.
SÜSS, JUD (Süss, judío). Expresión antisemita usada por los nazis, que por una parte asocia a los judíos con Judas, el apóstol traidor, y por otra alude a un personaje histórico que cobró gran relevancia en los años del nazismo debido a una popular película de propaganda antisemita, El judío Süss, de 1940 (v. cine nazi).
SUTTON, ANTONY (1925-2002). Este historiador y economista británico defiende que Hitler no habría ascendido al poder si Alemania hubiese podido rearmarse sin el auxilio directo de la banca internacional de Wall Street.
Sus conclusiones, desarrolladas en el libro Wall Street y el ascenso de Hitler (1976), son las siguientes:
- Wall Street financió los cárteles industriales alemanes a mediados de los años veinte, que a su vez auparon a Hitler al poder.
- La financiación de Hitler y de sus matones callejeros de las SS (v.) procedió en parte de asociados o sucursales de empresas estadounidenses: de Henry Ford, en 1922; de IG Farben (v.) y General Electric, en 1933; de la Standard Oil de New Jersey y la ITT (International Telephone and Telegraph Company) hasta 1944.
- Las multinacionales estadounidenses controladas por Wall Street se beneficiaron del programa de construcción militar de Hitler en el decenio de los años treinta y, después, hasta 1942.
Esos mismos banqueros internacionales utilizaron la influencia política en EE. UU. para encubrir su colaboración en tiempos de guerra, infiltrándose en la Comisión de Control de EE. UU. para Alemania.