TAMAÑO SÍ IMPORTA, EL. Existe una disputa que se remonta a los orígenes de la consciencia humana sobre si el tamaño importa. A algunos el tamaño les resulta indiferente siempre que el instrumento realice su función, pero otras (y otros) piensan que cuanto mayor, mejor.
Hitler pertenecía a esta última clase. Megalómano, dicen los manuales de psiquiatría. En la entrada Germania (v.) vemos que se empeñó en diseñar edificios descomunales para su nueva capital del Reich. Estos no llegaron a realizarse por la contrariedad de perder la guerra, pero hubo un par de armas descomunales que sobrevivieron al tablero de diseño y llegaron al campo de batalla para pifiarla y demostrar que no compensaban el esfuerzo ni el gasto.
El supercañón Gustav
El cañón K (E) Schwerer fue una de esas exquisiteces que solo Krupp se atrevía a fabricar: un tubo de acero de 800 mm de calibre, la boca un poco más ancha que la de una alcantarilla, diseñado específicamente para atravesar los hasta 7 m de cemento armado de la línea Maginot, con sus proyectiles de 4,5 m y 4.800 kg que podían disparar desde 25 km de distancia, a razón de 14 disparos por día. Krupp inició la fabricación de tres ejemplares, de los que solo se terminaron dos, que fueron bautizados como Gustav y Dora.
No eran fáciles de manejar. Para su desplazamiento requerían varios trenes que sumaban 120 vagones protegidos por 12 baterías antiaéreas y una dotación de 1.500 hombres, entre ingenieros, técnicos medios, artilleros y unidades auxiliares. Su equipo incluía incluso una avioneta Fieseler Fi 156 Storch para fotografiar cada impacto. Llegado a su emplazamiento, antes de que el cañón estuviera listo, había que invertir varias semanas en ensamblar sus piezas sobre un chasis que requería 40 ejes de ferrocarril.
Gustav se usó solo una vez contra los fuertes de Sebastopol, la base de la flota soviética en el mar Negro, en la península de Crimea (5 de julio de 1942). La destrucción del fuerte Molotov requirió siete proyectiles; la del llamado Acantilado Blanco, nueve proyectiles, que lograron la notable hazaña de volar el principal depósito de municiones de la base, tallado en la roca viva 30 m por debajo del lecho marino de la bahía Severnaya. Otros siete disparos bastaron para demoler el fuerte Südwestspitze. Tras una pausa de varios días, Gustav demolió los fuertes Siberia (cinco disparos) y Máximo Gorki I (cinco disparos).
Cumplida su misión en Sebastopol, el cañón se desmontó y trasladó a la otra punta del frente, Leningrado, y de allí lo devolvieron a Alemania para revisión y recalibración del tubo. Los dos supercañones permanecieron inoperativos con sus dotaciones mano sobre mano, sin objetivos que batir, durante el resto de la guerra, mientras se les realizaban modificaciones.
Los ingleses, más prácticos, diseñaron la bomba de diez toneladas Grand Slam, que, lanzada desde un avión Avro Lancaster modificado, atravesaba la placa de hormigón de los refugios de los submarinos. En suelo normal penetraba 40 m antes de explotar, causando un efecto terremoto devastador.
El supertanque Maus
En la carrera entre blindajes y proyectiles que se desarrolló a lo largo de la guerra, los alemanes tuvieron la ocurrencia (junio de 1942) de diseñar una fortaleza móvil sobre orugas, el Landkreuzer P. 1000 (crucero terrestre), también conocido como Ratte (Rata), un enorme armatoste de 35 m de largo por 14 m de ancho y 11 m de alto, artillado con dos cañones navales de 280 mm SK C/34 para grandes objetivos y otras dos torres dobles con cañones de 128 mm antitanques, además de ocho cañones antiaéreos, todo ello movido por dos motores de submarino (17.000 caballos de vapor de potencia) y manejado por 41 hombres. Con un blindaje frontal de 360 mm y lateral de 220 mm alcanzaría un peso algo superior a las 1.000 toneladas que requerirían para moverlo seis orugas, tres a cada lado, de 360 cm de ancho.
En cuanto Speer (v.) se hizo cargo del Ministerio de Armamento comprendió que las dimensiones y el peso del Landkreuzer lo condenaban a ser lento y de torpe maniobra, por lo que resultaría fácil presa de bombarderos desde gran altura y suspendió el proyecto que todavía no pasaba de las mesas de diseño en favor del más modesto pero igualmente imponente supertanque Panzerkampfwagen VIII, de «solo» 188 toneladas, con un blindaje de 250 mm y un cañón de 120 mm. Si el otro era la Ratte (Rata), este se apodó Maus (Ratón). En principio iban a construir 150 ejemplares, pero solo se fabricaron dos prototipos que nunca entraron en combate.
Incluso si la guerra se hubiera prolongado, no se habrían podido fabricar más de cinco ejemplares al mes, una cantidad insuficiente para contener la marea de T34 que les opondrían los rusos. Además, estos Maus no podrían transportarse por ferrocarril (por la anchura insuficiente de los túneles), ni podían cruzar puentes debido al peso, sin contar con que consumían una cantidad escandalosa de un combustible muy escaso a esas alturas de la guerra y que, a pesar de la coraza, un disparo afortunado en las orugas inmovilizaba al coloso y lo dejaba a merced de las hormigas rojas.
Conclusión: las superarmas alemanas no compensaron el gasto y el esfuerzo de diseñarlas y fabricarlas: un derroche inútil de tecnología y de material. Eso sí, emplearon a una gran cantidad de técnicos e ingenieros que, mientras se esforzaban en servir al Führer sobre los tableros de diseño, soslayaban la congelación en el invierno ruso y se sustraían a la emoción de contener las cargas de los fusileros siberianos que atacaban las trincheras alemanas al grito de «¡hurra!».
TANNENBERG, MEMORIAL DE (conocido como Reichsehrenmal Tannenberg, Memorial de los Caídos en Tannenberg, desde 1935 a instancias de Hitler). En 1924, durante la República de Weimar, un creciente movimiento reivindicativo crecía en Alemania contra el Tratado de Versalles (v.), al tiempo que se reivindicaban las glorias alemanas en la Gran Guerra. En ese ambiente de exaltación patriótica surgió la idea de construir por suscripción popular un monumento que reuniera en sí una triple función:
- Conmemorar el décimo aniversario de la batalla de Tannenberg (26-30 de agosto de 1914).
- Albergar la tumba de 20 héroes anónimos caídos en la batalla.
- Honrar al vencedor, el anciano general Paul von Hindenburg (v.), en vísperas de su nombramiento como Reichspräsident.
Los arquitectos Johannes y Walter Krüger concibieron el proyecto como una Totenburgen («fortaleza de los muertos»), un concepto que entonces se desarrollaba en distintos lugares de Europa necesitados de fosas comunes (Verdún, principalmente).
Con esta idea levantaron un recinto octogonal delimitado por ocho torres de 20 m de altura, claramente inspirado en el Castel del Monte de Federico II de Hohenstaufen (1194-1250), el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, cuyas grandezas reivindicaba Alemania como parte de su pasado.
El monumento en su conjunto evocaba además algunos elementos del paganismo germánico exaltado por el Völkisch (v.): el supuesto poder místico de las tumbas prehistóricas (eso pensaban que era Stonehenge), el culto al sol y la veneración de los árboles representada por una gran avenida de 1.500 robles (v.), que conduciría a la entrada del conjunto.
La solemne consagración del monumento (18 de septiembre de 1927), con asistencia del propio Hindenburg, constituyó el más señalado acto patriótico de una Alemania que a pesar de las limitaciones de Versalles volvía a despuntar como gran potencia.
A la muerte de Hindenburg, diez años después (2 de agosto de 1934), el canciller Hitler dispuso que los restos del mariscal reposaran en Tannenberg.
—El general quería reposar al lado de su esposa Gertrud, en el panteón familiar de Hanóver —le advirtieron.
—No importa —dijo Hitler—; llevaremos también a Tannenberg el cadáver de Gertrud.
A Hitler le parecía que el monumento de Tannenberg era demasiado modesto. Siguiendo sus indicaciones, el arquitecto Speer (v.) construyó dentro de la torre portera una austera, a la par que monumental, capilla funeraria presidida por la escultura del mariscal en mármol negro.
La entrada de la capilla estaba flanqueada por dos centinelas de granito de 4 m de altura, la Guardia Eterna (Ewige Wache).
Además, se rebajó el patio de armas 2,5 m mediante escalones de piedra, y se pavimentó con losas a fin de resaltar el monumento, al tiempo que se dotaba de la adecuada sonoridad para las ceremonias del rebautizado Reichsehrenmal Tannenberg, que a partir de entonces sería lugar de peregrinación nacional en el que se conmemoraría cada aniversario de la batalla.
Como la de tantos monumentos del frustrado Reich milenario (v.), la existencia de Tannenberg fue efímera. En 1945, ante la proximidad de las tropas soviéticas, Hitler ordenó trasladar a Alemania los féretros que contenía el monumento y dinamitar el conjunto.
El desplazamiento de la frontera que siguió a la guerra dejó las ruinas de Tannenberg en territorio polaco. Los polacos usaron las ruinas como cantera de materiales y después acabaron de arrasarlas para erradicar cualquier memoria de los anteriores inquilinos (no terminan de fiarse de que no regresen algún día).
Tannenberg ha desaparecido, pero para consuelo de militaristas y patriotas desaforados, aún le quedan a Alemania monumentos que exaltan su pasado guerrero:
- El Monumento a Arminio (Hermannsdenkmal, 1875) en el bosque de Teutoburgo, en Renania del Norte-Westfalia, donde los ancestros derrotaron a las legiones romanas.
- El Monumento a la Batalla de las Naciones (Völkerschlachtdenkmal, 1913), en Leipzig, en memoria de la derrota de Napoleón en 1813.
- La neorrománica Gedächtniskirche (iglesia del Recuerdo, 1895), un extraño y relamido templo cristiano que en sus interesantes bajorrelieves glorifica las victorias del káiser Guillermo I, en la Breitscheidplatz de Berlín.
TERCER REICH (Drittes Reich). La expresión Drittes Reich, una ocurrencia de Dietrich Eckart (v.), no fue muy popular entre los nazis. El 13 de junio de 1939 Hitler prohibió su uso en documentos oficiales. Una circular del Ministerio de Propaganda del 10 de julio de 1939 la desaconsejaba: «Esta expresión, nombre de origen histórico, ya no hace justicia a los grandes avances que Alemania ha experimentado. Por lo tanto, se aconseja emplear la expresión Grossdeutsches Reich [Gran Reich alemán] en lugar de Drittes Reich [Tercer Reich]».
THINGSPIEL (pl. Thingspiele; o Thingplatzi). Los Thing eran los lugares de reunión de los antiguos germanos, normalmente en descampados o en claros del bosque. Allí se juntaban a tratar asuntos tribales o para que los ancianos impartieran justicia.
El movimiento Völkisch (v.) había habilitado algunos lugares pintorescos para ese uso. Abundando en la misma idea, los nazis planearon la construcción de unos 400 anfiteatros imitados de los griegos (v. Grecia), a los que consideraban parientes del tronco ancestral ario (v.). En ellos se escenificarían dramas corales de contenido mítico o histórico, en evidente imitación del teatro griego clásico, considerado de origen ario, como todo lo bueno del mundo.
En total, se programaron casi 400 Thingspiele, pero solo se construyeron unos 35 debido a la interrupción de la guerra. También es cierto que se enfriaron los primeros entusiasmos cuando se constató que los Thingspiele resultaban poco prácticos debido al clima y a unas condiciones atmosféricas que favorecían las pulmonías.
Pasado el fervor nazi, muchos Thingspiele se han reconvertido y ahora se llaman Freilichtbühnen («teatros al aire libre»; v. arquitectura nazi).
THULE-GESELLSCHAFT (v. Sociedad Thule). Después del descalabro de la Gran Guerra, en Berlín y otros lugares de Alemania se produjo un levantamiento izquierdista o «espartaquista» (Spartakusaufstand) que intentaba imponer a la nación un sóviet similar al ruso.
Este movimiento revolucionario fue aplastado por las fuerzas gubernamentales auxiliadas por las agrupaciones de soldados veteranos, los Freikorps (v.).
Como Berlín seguía dominado por revolucionarios, una asamblea nacional constituyente se reunió en Weimar, pequeña ciudad conservadora de Turingia, y proclamó la república (11 de agosto de 1919), que sobreviviría hasta la llegada de Hitler al poder.
En Baviera se había proclamado una república popular (Volksstaat Bayern, 10 de noviembre de 1918), que en un año cambió tres veces de gobierno en medio de graves desórdenes provocados por socialdemócratas, leninistas y «consejistas» (el sóviet alemán).
En ese ambiente de agitación política aparecieron diversas agrupaciones Völkisch (v.), integradas por patriotas de tendencia conservadora que compensaban la humillación de la derrota en la Gran Guerra y el expolio del Tratado de Versalles (v.) con el orgullo de saberse pertenecientes a una raza o cultura superior, la alemana. El apego sentimental Völkisch a las esencias del pueblo alemán es la vertiente política de un movimiento romántico nacido un siglo antes.
Algunos grupos Völkisch especialmente antisemitas se fusionaron en mayo de 1912 para crear la Orden de los Germanos (Germanenorden), empeñada en la recuperación de la raza germana pura e incontaminada de judíos, gitanos y razas retintas (v. ario). Fiel a ese principio, la orden solo admitía a hombres rubios y de ojos azules y aceptaba a mujeres como simpatizantes siempre que «no tuvieran relaciones conyugales más que con alemanes de sangre pura».
Entre los afiliados a la Orden de los Germanos hubo algunos aficionados al ocultismo y a la adivinación por las runas, una supuesta fuente de poder que la raza germana habría perdido al mezclarse con pueblos inferiores.
Uno de los más activos socios de la Orden de los Germanos, Rudolf von Sebottendorf (v.), propuso la unión de todos los grupúsculos y logias nacionalistas en una nueva congregación, la Sociedad Thule (17 de agosto de 1918).
La solemne fundación se produjo en unos salones alquilados del hotel Vier Jahreszeiten (Cuatro Estaciones), que previamente habían adornado con guirnaldas y emblemas del grupo: una daga vertical, superpuesta a una esvástica (v.) de trazos curvos que descansa sobre una rama de roble (v.).
La Sociedad Thule nacía bajo la conveniente cobertura de un grupo de estudiosos interesados en la historia, pero en realidad era un grupo contrarrevolucionario cuyo principal objetivo era derrocar al sóviet bávaro, al que creían dominado por judíos y al servicio de una conspiración mundial (ciertamente algunos de sus miembros más conspicuos eran judíos). De hecho, tenía un brazo armado, el Kampfbund Thule, que intentó un golpe de Estado contra el Gobierno comunista, lo que provocó que siete miembros de Thule fueran arrestados, juzgados sumariamente, condenados a muerte y fusilados (30 de abril de 1919). Culparon del descalabro a Sebottendorf por haber extraviado una lista de los miembros y él, ofendido, se desligó de las actividades del grupo, que rápidamente languideció y prácticamente se extinguió un par de años después. El intento de resucitarlo en 1933 no prosperó.
¿De dónde procede el nombre de Thule?
La última Thule era una tierra que los geógrafos grecorromanos y Virgilio, en la Eneida, situaban en un remoto norte, Islandia o Escandinavia. Según la mitología Völkisch, allí habría nacido la primitiva y pura sociedad aria que después degeneró al mezclarse con razas inferiores (v. Ahnenerbe; ariosofía).
Los vínculos de la Sociedad Thule con el nazismo son evidentes, comenzando por el saludo tuliano Heil und Sieg, origen del Sieg Heil! (v.) nazi. Conscientes de que la sociedad estaba constituida por personas procedentes de clase social alta (tradicional vivero del germanismo Völkisch), decidieron que uno de sus miembros más activos, el periodista deportivo Karl Harrer, cofundara (con el cerrajero Anton Dexler) un partido político capaz de difundir las ideas germanistas y antisemitas del grupo entre la clase obrera. El resultado fue el Partido Obrero Alemán (v.), nacido el 5 de enero de 1919.
Algunos miembros de la Sociedad Thule ingresaron en el DAP, posteriormente NSDAP, y ocuparon cargos importantes en el organigrama nazi.
El hecho de que el fundador de Thule y algunos de sus miembros se interesaran por las pseudociencias ocultistas ha originado múltiples teorías conspirativas nazis que carecen de base. El nazismo solo heredó de Thule el pangermanismo y el antisemitismo. Las veleidades ocultistas de algún miembro (v. Himmler) no afectaron al cuerpo doctrinal y se toleraban como extravagancias inofensivas.
TOTALER KRIEG (v. guerra total).
TOTENKOPF («calavera»). Tétrico emblema de la caballería prusiana que adoptaron las SS (v.) y otras fuerzas alemanas, no por asustar al prójimo (que también), sino como símbolo de lealtad hasta la muerte.
TRABAJADORES ESCLAVOS. A lo largo de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes impulsaron un programa (Arbeitseinsatz, lo llamaban; o sea, «despliegue laboral») que consistió en emplear en trabajos forzados a unos ocho millones de extranjeros procedentes de unos 15 países ocupados por Alemania.
Atendiendo al origen, unos dos millones de forzados procedían de la URSS, y 1,5 millones de Polonia. Algunos eran prisioneros de guerra; otros, capturados en redadas y secuestrados. Estos trabajadores, a los que explotaron como esclavos en la industria, en la agricultura y en la construcción de defensas y proyectos militares, llegaron a ser un tercio del total de la fuerza de trabajo alemana.
Un cuarto de millón de extranjeras trabajaron como chachas en hogares alemanes fecundos (con muchos hijos) o simplemente privilegiados (jefazos nazis).
Acabada la guerra, los trabajadores esclavos se vieron libres, pero sin trabajo, y regresaron a sus lugares de origen como pudieron, algunos después de recorrer más de 5.000 km a pie.
TRABAJADORES ESPAÑOLES EN ALEMANIA. Alemania necesitaba trabajadores extranjeros que cubriesen las vacantes de sus naturales movilizados para la guerra. Dado que en España sobraban trabajadores desempleados, convino a los dos países firmar un acuerdo laboral (21 de agosto de 1941), que preveía el envío a Alemania de 100.000 trabajadores con un contrato de dos años, sobre el modelo de un contrato existente entre Alemania y Bulgaria. Para ello se creó la Comisión Interministerial para el Envío de Trabajadores a Alemania (CIPETA) por decreto del 3 de septiembre de 1941.
La prensa nacional publicitó la oferta con los tintes más atractivos, incluso aludiendo al «espíritu aventurero, patrimonio secular de los españoles» y al «enrolamiento por un periodo de dos años, durante el cual se han de adquirir conocimientos valiosos y hasta el dominio de un idioma que hablan muchos millones de hombres […]. No se trata de una emigración a la buena de Dios, sino de un éxodo con toda suerte de garantías y de atractivos». Numerosos artículos informativos explicaban las ventajas de trabajar en aquel paraíso obrero.
Los aspirantes debían estar sanos, exentos del servicio militar y se comprometerían a enviar a España al menos la mitad de su nómina. Tendrían preferencia los que conocieran algún oficio.
La oferta era tentadora. En Alemania se ganaba tres veces más que en España, pero a pesar de ello no se produjeron las avalanchas de voluntarios que el convenio preveía. Para completar el cupo hubo que recurrir (en noviembre de 1941) a la Dirección General de Prisiones, para ver si examinando expedientes podían liberarse algunos presos en libertad condicional vigilada para que pudieran trabajar en Alemania. En total solo marcharon a Alemania unos 10.000 trabajadores.
El 24 de noviembre de 1941 partió la primera expedición de la madrileña Estación del Norte, engalanada para la ocasión con banderas nacionales, falangistas y nazis. Eran unos 600 obreros especializados, electricistas, torneros, mineros, fontaneros, carpinteros y peones. El ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, corpulento, camisa azul, bigotito recortado, arengó a los productores:
—¡Vais a representar a España con orgullo español y falangista! ¡Con vuestro esfuerzo contribuiréis a la victoria del nuevo orden europeo, además de hacer honor al compromiso contraído por el Gobierno de España con las autoridades alemanas!
Alemania decepcionó a los trabajadores españoles. Los que regresaban de permiso o enfermos corrieron la voz de que las condiciones de trabajo eran duras; los alojamientos, incómodos; la comida, extraña (para el paladar español habituado al cocido de garbanzos), y, para colmo, aunque les habían prometido que los trabajos eran en regiones «muy alejadas del frente de guerra», la idiosincrasia de la guerra moderna no los libraba de experimentar las intensas emociones que suministraban los cada vez más frecuentes bombardeos de la aviación aliada.
A principios de 1942 escaseaban los trabajadores dispuestos a ir a Alemania. Los 4.000 inscritos no alcanzaban a cubrir las bajas de los que regresaban de vacaciones y no se reincorporaban. Visiblemente contrariados, los representantes del Ministerio de Trabajo alemán propusieron al Gobierno que les cediera a los presos (en España había más de 150.000). Franco rechazó la idea.
La última expedición salió de España el 5 de julio de 1943. En abril de 1944 quedaban en Alemania unos 3.000 trabajadores. Muchos de ellos se repatriaron en ese año, pero todavía quedaron unos cientos que vivieron allí el final de la guerra.
A medida que avanzaba la lucha, Alemania se llenaba de trabajadores extranjeros que cubrían los puestos de los soldados movilizados. Con esa proclividad tan humana de culpar a los otros de nuestras desgracias, el pueblo alemán dio en suponer que el trabajador extranjero era un elemento peligroso. Incluso hubo periódicos con una sección fija titulada «Basura Extranjera» («Das ausländische Verbechertum»). La gente los veía con sospecha y les atribuían todos los delitos, especialmente los sexuales y los saqueos de viviendas durante las alarmas aéreas. Además, en la creciente carestía, los trabajadores representaban bocas extrañas que alimentar.
Por otra parte, los trabajadores latinos se mostraban «más hábiles y rápidos de comprensión» que los alemanes. Abeytúa narra el caso de uno que, aunque era músico de oficio, se las arregló para abrirse camino gracias a su ingenio y cualidades. Como en Alemania no necesitaban clarinetistas y en España tenía trasteado el trabajo, nuestro hombre había declarado que era montador ajustador, aunque no tenía idea del oficio. Cuando llegó al taller asignado, lo pusieron a prueba encomendándole la tarea más difícil: montar en sus ejes las hélices de los motores de aviación. «Tan arduo es hacerlo, según me ha dicho un entendido —dice Abeytúa—, que los mejores especialistas alemanes tropiezan con dificultades y pierden a veces horas enteras antes de lograr el ajuste perfecto, sin vibraciones. Pues bien, nuestro clarinetista cogía aquel enorme ventilador, lo sopesaba cuidadosamente, tanteaba un extremo, martilleaba otro…, y hélice que él montaba a ojo de buen cubero giraba como a impulso de manos celestiales. No contentándose con este trabajo, tenía como ingresos suplementarios los que le proporcionaba el tráfico de cupones de racionamiento y de las más distintas mercancías (o sea, mercado negro, como hacían muchos trabajadores extranjeros). Entre sus dos actividades, ganaba tanto que en seis meses, engañando desde luego al Instituto de Divisas, pudo mandar a España 50.000 pesetas. Era la cantidad que necesitaba y se negó a trabajar más. Hasta el Fabrikendirektor le rogó que continuara: el clarinetista rechazaba con gesto olímpico las ofertas más tentadoras y solo se dejó persuadir ante un contrato en blanco para trabajar a destajo: por cada hélice se le pagaría un tanto alzado.»
TRENES ESPECIALES. En el organigrama del Tercer Reich no eras nadie hasta que no tenías tu propio tren. Dadas las peculiaridades de la camarilla de Hitler (v.), los jerarcas del partido rivalizaban en la exhibición de estos signos externos de poder.
Hitler tuvo dos trenes especiales (Führersonderzug), uno en tiempos de paz y otro para la guerra, este de planchas de acero soldado.
Cada Führersonderzug constaba de 17 unidades: dos locomotoras; dos Flakwagen con dos cañones antiaéreos cada uno; dos vagones de equipajes; el Führerwagen, o vagón personal de Hitler (compuesto de dormitorio, cuarto de baño, despacho, sala de reuniones…); el Befehlswagen, con sala de conferencias y oficina de comunicaciones; el Begleitkommandowagen o vagón de guardia, donde viajaban los SS (v.) encargados de la seguridad; el Badewagen, de los baños comunes; el Pressewagen, o vagón de la prensa, aunque nunca viajaban periodistas; dos vagones comedor (de distintas categorías) y dos vagones lits para invitados.
Del tren personal de Himmler (v.), el Sonderzug Heinrich (llamado Steiermark desde 1942), tenemos noticias a través de las memorias del masajista Kersten, que lo acompañaba:
Cuando la invasión de Rusia se quedó en la aldea de Possenssern (hoy Pozezdrze, en Polonia), que fue rebautizada como Grossgarten (Gran Jardín), Himmler llamaba a su cuartel general Feldkommandostelle («puesto de mando de campaña»), y el nombre en clave era Hochwald (Bosque Alto). Alrededor del tren se construyeron 20 grandes barracones para albergar los despachos y los dormitorios de los oficiales SS.
El barracón de Himmler tenía 60 m de largo por 11 de ancho […]. En la ciudad levantada en torno al tren había también una sala de cine que todas las noches proyectaba películas, y a diario las noticias del frente. A una distancia de 20 m del tren había, en un lateral, cinco grandes refugios antiaéreos. Todas las instalaciones estaban bien escondidas bajo árboles y con toldos de camuflaje para que no se viera nada desde el cielo.
El denominado Ministerzug, que compartían Himmler y Ribbentrop (v.), fue el que transportó a nuestro ministro Serrano Suñer y a su séquito desde Hendaya a Múnich (pasando por París y, ya en tierras del Reich, por Forbach, Mannheim y Stuttgart) para su entrevista con Hitler en el Berghof (v.) el 18 de noviembre de 1940.
TRIBUNAL MILITAR INTERNACIONAL (International Military Tribunal, IMT; v. Núremberg, juicios de). El 30 de octubre de 1943, Roosevelt, Churchill y Stalin firmaron las Declaraciones de Moscú, por las que acordaban que los responsables de las matanzas y ejecuciones cometidas por el Eje durante la guerra se juzgarían en los países donde hubieran cometido sus delitos con arreglo a sus leyes nacionales. Quedaban exceptuados los principales criminales de guerra, que serían juzgados por un tribunal conjunto de las cuatro potencias aliadas.
El tribunal de jueces propuestos por los vencedores estaba compuesto por un juez de cada una de las naciones: Inglaterra, EE. UU., la URSS y Francia, con su correspondiente equipo de fiscales.
Se sentaron en el banquillo 24 políticos, militares, diplomáticos y economistas del Tercer Reich, a los que se acusaba de…:
- Conjura para cometer delitos contra la paz, delitos de guerra y delitos contra la humanidad.
- Delitos contra la paz.
- Delitos de guerra.
- Delitos contra la humanidad.
TUNGSTENO (v. wolframio).