[LIBRO II. DE LOS ÁNGELES]

 

Comienza el segundo libro, que trata de los ángeles

 

 

Cuando Félix se hubo alejado de Blanquerna, se fue por un valle, donde encontró un camino. Todo aquel día anduvo Félix sin encontrar nada de lo que se maravillase. Mientras Félix andaba por aquel valle, deseaba ver alguna maravilla y, pues no la veía, meditó en su ánimo maravillarse pensando en alguna cosa maravillosa. Mientras Félix así cavilaba, llegó a una pequeña iglesia, en la que había un ermitaño que tenía el libro De los ángeles,[12] y lo leía para tener de los ángeles conocimiento.

Félix llegó a la puerta de la iglesia en la que había un altar de san Miguel. Sobre la puerta de aquella iglesia había un hombre pintado que tenía alas y unas balanzas, con lo que se figuraba que san Miguel pesaba las almas. Mucho se maravilló Félix de aquella significación, y dijo al ermitaño estas palabras, después de haber hecho al santo signo de la cruz la debida reverencia y haber saludado al hombre:

—Señor ermitaño —dijo Félix—, ¿qué significa esta pintura que hay sobre el portal de vuestra iglesia?

El ermitaño dijo a Félix que aquella figura representaba al ángel san Miguel que pesaba las almas. Félix dijo al ermitaño si el ángel era algo, pues mucho lo deseaba saber.

 

 

[XIII]

 

SI EL ÁNGEL ES O NO ES ALGO[13]

 

Cuando Félix hubo rogado al ermitaño que le dijera si el ángel es algo, el ermitaño le dio a entender lo que un ángel es, según estas palabras:

—Hijo amado —dijo el ermitaño—, natural cosa es que toda criatura ame a su semejante; y cuanto más semejantes son unas cosas a las otras, más amadoras son entre sí. Y por esto ocurrió que un rey tenía dos hijos; el hijo mayor le era mucho más semejante en figura que el menor; y por la mayor semejanza que el hijo mayor tenía con el rey amaba el rey más al hijo mayor que al menor. El hijo menor se parecía a la reina, la cual amaba más al hijo menor que al mayor; y, porque el rey amaba más al hijo mayor que al menor, la reina estaba disgustada con el rey, y maravillóse del rey porque amaba al hijo mayor más que al menor. Cuya reina dijo al rey estas palabras: «Señor rey, mucho me maravillo de vos, porque amáis más a un hijo que al otro, como sea que ambos son hijos vuestros». Aquel rey era muy sabio, y preguntó a la reina por qué amaba más al hijo menor que al mayor. La reina respondió y dijo que amaba más al hijo menor que al mayor porque el menor se parecía más a ella. «Reina», dijo el rey, «ninguna criatura es tan parecida a Dios como el ángel, porque el ángel no tiene cuerpo, y es cosa invisible, y tiene mayor poder de entender y amar a Dios que ninguna criatura. Y si el ángel no fuera cosa alguna, seguiríase que Dios no amaría tanto lo que le fuese más semejante que desemejante; y vos, reina, tendríais mayor virtud y orden en amar a vuestra semejanza que Dios en amar a su semejanza, y ello es imposible».

—Señor —dijo Félix al ermitaño—, mucho me agrada la semejanza que me habéis dado, por la cual me habéis significado que el ángel es algo; pero mucho me maravillo de la reina, porque no conocía en el rey la naturaleza por la cual amaba más a su semejanza que a su desemejanza, puesto que la reina en ella misma lo conocía.

—Hijo amado —dijo el ermitaño—, tan gran participación hay entre voluntad y entendimiento, que por la voluntad de la reina, que amaba más al hijo menor que al mayor, deseaba el entendimiento de la reina conocer que había en la voluntad del rey naturaleza semejante a la voluntad de la reina, recordando la reina más a menudo su semejanza en el hijo que más se le parecía que en el hijo que se parecía al rey.

 

 

[XIV]

 

QUÉ ES ÁNGEL

 

—Señor —dijo Félix—, el ser del ángel ¿qué es? ¿Y qué cosa es lo que el ángel es?

Dijo el ermitaño estas palabras:

—Había un rey que no sabía qué era rey ni oficio de rey. Aquel rey cometió un gran yerro contra oficio de rey, y por ese yerro se siguió muy grande daño a toda su tierra y a muchas otras tierras. Mucho se airó el rey de aquel yerro que había hecho, y que no pudo remediar; tanto mal se había seguido de él. Mucho se maravilló el rey de que tanto daño se hubiera seguido de aquel error que había hecho, y maldijo a su padre que lo había engendrado, y a su madre que lo había concebido, porque no le habían enseñado en su juventud ciencia bastante para que supiera qué es oficio de rey, y qué es rey; y, porque le habían puesto en oficio que no sabía lo que era, maldecía a su padre y a su madre.

Mucho se maravilló Félix de aquella semejanza que el ermitaño decía, pues no le parecía que conviniera a la intención según la cual él preguntaba qué era ángel. El ermitaño conoció que Félix se maravillaba y que no entendía la semejanza que le había dicho, y dijo esta semejanza a Félix:

—En un gran monasterio había un santo religioso que en santa vida superaba a todos los demás religiosos que estaban en aquel monasterio. Por la alta vida que aquel santo hombre tenía, tenía sobre todos los demás el privilegio de estar solo en una habitación en la que comía y dormía y a Dios rezaba cuantas veces quería. Ocurrió que un día se maravilló pensando qué era aquello por lo que el hombre veía y oía y olía y gustaba y sentía. Estando aquel santo hombre en este pensamiento, un rey acudió a visitar a aquel santo hombre, por la gran fama que había oído de la santidad de aquel santo hombre. El rey vio a aquel santo religioso pobremente vestido, y vio su pobre lecho, en el que el religioso yacía; y el abad de aquel monasterio alabó al santo hombre por la áspera vida que sufría en el comer, yacer, vestir y en las demás cosas por las que el cuerpo se halla en aflicción. Mucho se maravilló el santo hombre del abad que tales elogios decía, pues, loando al santo hombre, se acusaba a sí mismo y a su orden contra la santa penitencia a la que su orden estaba destinada por los santos hombres que fueron, los cuales eran hombres de muy grande penitencia.

»Y cuando aquel santo hombre se maravillaba de los elogios que decía el abad, el rey dijo al abad estas palabras: “Natura es de las cosas corporales que vivifiquen los sentidos corporales cuando se usa de ellas según el modo por el cual el hombre tiene placeres sensuales; y por eso los hombres mundanos alzan ante la vista hermosos palacios, hermosas vestiduras, y quieren ver cosas bellas; porque la vista tenga mayor placer cuanto más bello sea lo que ve. Lo mismo hacen los hombres mundanos con los demás sentidos corporales, pues por causa del oído quieren oír palabras de elogio, y por el oler quieren nobles olores, y por el gustar quieren manjares delicados y quieren beber nobles vinos, y por el palpar quieren tener muchos paños, muchos lechos y muchas vestiduras, y se mueven hacia carnales deleites”. En las palabras que el rey contaba del oficio de la sensitiva, conoció el santo hombre que era la virtud por la cual los hombres sienten las cosas sensibles; a saber, que la virtud sensitiva gusta de usar por natura, en semejantes cosas, de sí misma en grandes deleites y bienandanzas; pues natural cosa es que toda cosa guste de su semejanza en gran bienandanza.

—Señor —dijo Félix al santo ermitaño—, mucho me maravillo de vuestros ejemplos, pues me parece que nada tienen que ver con el propósito de lo que yo os pregunto.

—Amigo —dijo el ermitaño—, os formulo de intento tales semejanzas para que vuestro entendimiento se exalte a entender, pues cuanto más oscura es la semejanza más altamente entiende el entendimiento que aquella semejanza entiende.

Tras estas palabras, el ermitaño dijo a Félix:

—Amable hijo, Dios (¡bendito sea!) es recordable, inteligible y amable en sumo grado; y por eso creó al ángel, que está formado por tres especies, a saber, memoria, inteligencia y voluntad. Con la memoria recuerda a Dios, con la inteligencia entiende a Dios, con la voluntad ama a Dios. Así, hijo amado, el ángel con todo su ser contempla a Dios, recordando, entendiendo y amando. Y para que aquella contemplación sea muy grande, quiere Dios que el ángel sea cosa espiritual, sin cuerpo, para que el cuerpo no le empache de contemplar a Dios. Amigo —dijo el ermitaño—, ninguna criatura puede ser más parecida a Dios que memoria, entendimiento y voluntad, que son un solo ser, que es el ángel. Estas tres naturalezas del ángel significan en Dios a las personas divinas, y la unidad del ángel significan la unidad de Dios, que es una en tres personas. Por lo tanto, hijo, para que de Dios y su obra podamos tener conocimiento y que en el conocimiento que tengamos lo amemos, lo alabemos, y lo honremos, ha creado Dios el ángel a su semejanza, para que en esta semejanza lo conozcamos y amemos.

Cuando el ermitaño hubo mostrado a Félix lo que el ángel es, volvió a las semejanzas antes dichas, y dijo que alas en figura de hombre significan que ángel es espíritu que se mueve por el lugar que quiere, sin que lugar alguno pueda dar empacho a su movimiento; por las balanzas se significa que el ángel benigno lleva al paraíso a las almas justas y el maligno ángel se lleva a las almas que mueren en pecado. Por ciencia de rey signifícase que hay ángel bueno que sabe aquello para lo que ha sido creado, y que ama lo que ha sido creado; por ignorancia de rey signifícase ángel maligno, que en su malicia hace pecar y errar a muchos hombres, como ocurre con la ignorancia del rey, de donde síguense muchos males. Por los otros cinco sentidos corporales signifícase que el ángel es cosa que se deleita en recordar, conocer y amar a Dios; y ángel maligno es el que se atormenta al recordar, conocer y desamar a Dios.

 

 

[XV]

 

DEL ENTENDIMIENTO DEL ÁNGEL

 

—Señor —dijo Félix—, mucho me maravillo de cómo el ángel, sin ojos corporales, pueda tener conocimiento de las cosas corporales.

Dijo el ermitaño:

—En un camino se encontraron dos hombres. El primero de los dos hombres era filósofo, el otro era jurista; y, andando por su camino, se encontraron con un peregrino, y el filósofo preguntó al peregrino de dónde venía. El peregrino dijo al filósofo que venía de Jerusalén, y el filósofo preguntó al peregrino por Jerusalén y sus lugares. El peregrino contó al filósofo la disposición de la ciudad de Jerusalén, según la había visto, y según la imaginación que le instruía sobre ello. El jurista dijo al filósofo que mucho le maravillaba que el peregrino pudiera tener conocimiento de la disposición de Jerusalén, puesto que no la veía corporalmente. Respondió el filósofo y dijo que virtud de imaginación es imaginar aquello que se ha visto y no se ve, y por esa imaginación el entendimiento puede entender las cosas corporales, aunque no las haya visto corporalmente.

—Señor —dijo Félix—, el peregrino, porque había visto Jerusalén, pudo imaginarla, y por la imaginación la podía significar al entendimiento para que la entendiese; pero el ángel no tiene ojos corporales, y por eso no puede imaginar lo que no ha visto, y por achaque de imaginación no lo puede entender.

Dijo el ermitaño que un maestro leía una gran lección a sus discípulos. Entre aquellos discípulos había un discípulo que era presuntuoso, orgulloso, vanidoso, y no entendió la lección, que entendieron los otros discípulos. Aquel discípulo juzgó que el maestro no entendía lo que decía, y sostuvo lo contrario de lo que era la verdad de la lección. Gran disputación hubo entre maestro y discípulo; el maestro dijo al discípulo estas palabras: «Cuéntase que el ángel entiende por voluntad, y voluntad quiere por entendimiento; porque amando el ángel a Dios, entiende a Dios; y entendiendo a Dios, ama a Dios; y por esto le ha dado Dios poder de que, cuando ame algo, incontinente lo entienda; y, cuando entiende algo, incontinente lo ama si es amable, o lo desama si es aborrecible. Porque, así como hay ordenación entre imaginación y vista corporal para que el hombre pueda imaginar lo que ha visto corporalmente, así, y mucho más, ha dado Dios ordenación entre el entendimiento del ángel, que le entiende, y la voluntad, que lo ama y por esa ordenación el ángel, amando, entiende lo que ama o desama». Cuando el maestro hubo dicho estas palabras, el discípulo conoció que la razón por la que no había entendido la lección del maestro era porque desamaba entender por humildad, y amaba entender por orgullo y por vanagloria. Aquel discípulo dijo al maestro y a los discípulos estas palabras: «Entre un caballero y un clérigo disputa había por un castillo, pues cada uno de ellos decía que el castillo era suyo. Según verdad, el castillo era del caballero, el cual entendía que el castillo era suyo. El clérigo creía que el castillo fuese suyo, y pensaba entender lo que no entendía. Ambos acudieron ante un juez, que quería dar la sentencia del castillo. Mientras quería dar la sentencia, conoció que el clérigo más gustaba de tener el castillo que el caballero, y mucho se maravilló de esto el juez, pues, según razón natural, mayor voluntad debe tener el que entiende lo que ama que el que cree en lo que ama. Una vez que largamente se hubo maravillado el juez, dijo: “Si el clérigo tuviera entendimiento de ángel, desamaría tener el castillo, porque el ángel benigno según lo que ama entiende y según lo que entiende ama”».

 

 

[XVI]

 

DE LA PALABRA DEL ÁNGEL

 

—Señor ermitaño —dijo Félix—, ruegoos que me digáis si el ángel tiene palabra; porque si un ángel habla con otro, mucho me maravillo, como sea que palabra no convenga a cosa alguna, sino tan sólo a cosa que tenga boca y lengua con que mueva el aire en el cual sea formada la palabra.

Dijo el ermitaño:

—Léese en el evangelio de san Juan que en el principio era la palabra, y esta palabra es la persona del Hijo de Dios, y Dios es el Padre, que engendra la palabra, que es el Hijo, sin tener boca ni lengua, pues es cosa espiritual; y, entendiéndose a sí mismo, engendra la palabra, esto es, el Hijo. Y por eso Dios ha dado virtud natural a los ángeles para que se le asemejen en tener palabra sin boca ni lengua ni movimiento del aire. Por lo tanto, así como Dios Padre, entendiéndose a sí mismo, engendra la palabra, así el ángel, amando y entendiendo a Dios y a sí mismo, habla con Dios y alaba a Dios, y un ángel habla con otro sin boca ni lengua ni movimiento de aire.

Dijo el ermitaño:

—Un santo religioso estaba en oración, y en ella el demonio le tentó de lujuria. Aquel santo hombre recordó a una mujer muy bella, la cual se le había confesado del pecado de lujuria. Aquel santo hombre sintió en sí mismo enardecimiento de carne, porque recordaba las palabras que la mujer le había dicho. La voluntad de aquel religioso tuvo placer en lo que la memoria recordaba, hasta que el entendimiento tuvo conciencia de aquel recuerdo y de aquella voluntad y enardecimiento. Por la gran conciencia del entendimiento, la voluntad volvióse hacia desamar, y la memoria a olvidar los placeres de la lujuria; y por eso el santo hombre conoció el modo según el cual el entendimiento habla espiritualmente con la memoria y la voluntad, aunque ni el entendimiento ni la memoria ni la voluntad tengan boca ni lengua ni muevan el aire.

El ermitaño dijo a Félix que un pastor dormía al sol, y, por el gran calor del sol, la humedad sufrió, pues la sequedad del calor la consumió en el vientre del pastor; y por eso, por causa de poca humedad, el pastor, durmiendo, soñaba que iba a una hermosa fuente, en la cual bebía un león, del cual tenía gran miedo el pastor. Aquel pastor imaginaba la belleza de la fuente, y se airaba porque el león no se iba de la fuente; y así el pastor hablaba en su alma espiritualmente.

—Señor —dijo Félix—, ¿de qué modo un ángel habla al hombre?

Dijo el ermitaño:

—Un caballero era alcalde, y estaba en una ciudad que era de un noble rey. Aquel rey era muy justo y muy sabio; y al principio, cuando fue nombrado alcalde, era aquel caballero hombre justo y leal. Ocurrió que aquel caballero fue hombre muy injusto y avaro en su oficio. Un día ocurrió que el alcalde consideró el mal estamento en que se encontraba, y mucho se maravilló de quién le había desviado del buen estamento en que estar solía. Mientras en eso pensaba, sintió en su alma tristeza y contrición, por la cual tuvo grave pesar. Mucho tiempo pasó el alcalde en tristeza y en dolor, por las faltas que había cometido contra su oficio, y mientras contrición tenía, no hacía injuria ni usaba mal de su oficio. Un día ocurrió que un mercader le llevó una hermosa copa de plata llena de monedas, para que no ahorcara a su hijo que había causado muerte. Mientras el mercader le presentaba la copa, él sentía alegrarse su alma representándose la copa, y tuvo propósito de no hacer justicia, porque deseaba el presente de la copa; y, cuando el alcalde hubo tomado la copa y hubo formado propósito de no hacer justicia en el hijo del mercader, sintió entristecerse a su alma, que tuvo conciencia de las culpas que cometía; y por ello el alcalde tuvo conocimiento del modo según el cual el buen espíritu y el maligno hablaban con su alma.