[LIBRO V. DE LAS PLANTAS]

 

Comienza el quinto libro, que trata de las plantas

 

 

Félix partió de la corte donde estudiaban los dos hijos del rey; alabó y bendijo a Dios, que había elegido por rey a hombre tan sabio, al cual había concedido la gracia de tan nobles hijos. Mientras Félix avanzaba por un gran bosque en busca de maravillas, se encontró con un escudero que cabalgaba en un hermoso palafrén. Aquel escudero lloraba y daba grandes muestras de duelo:

—Amigo —dijo Félix al escudero—, ¿por qué lloráis?, ¿y por qué estáis desconsolado?

El escudero respondió a Félix, al cual dijo estas palabras:

—Señor, un sabio maestro en filosofía ha sido mucho tiempo mi señor. Se ha ido a aposentar a una legua de aquí, y ha formado propósito de quedarse allí cuanto tiempo viva en este mundo, y ha dejado riquezas y muchas bienandanzas que pudiera tener todo el tiempo de su vida. Ahora piensa mantener pobreza y malandanza, y quiere estar solo en este bosque. Por eso, por el amor que tengo a mi señor, y porque me separo de él, estoy muy airado y despechado.

—Amigo —dijo Félix—, ¿sabéis vos la razón por la cual quiere estar solo en este bosque y por qué ha dejado las riquezas y las bienandanzas que tenía?

—Señor —dijo el escudero—, cuando me separé de mi señor, le pregunté por qué se había ido a quedarse en este bosque, y por qué había dejado a sus amigos y se marchaba de tan noble ciudad en la que estar solía con tanta honra. Cuando hube preguntado a mi señor estas cosas y muchas otras, me dijo que para poder contemplar, conocer y amar a su creador en las obras de las plantas y de los árboles venía a estar en este bosque; porque la honra, y sus amigos, y las bienandanzas que tenía en la ciudad le embargaban de recibir la significación que las plantas dan de su creador.

Mucho plugo a Félix la santa devoción del filósofo, y deseó mucho que hubiera en el mundo muchos como él:

—Amigo —dijo Félix—, mucho me hacéis maravillar de que lloréis porque vuestro señor obra bien. Vuestro llanto me da a entender que estaríais alegre y reiríais si vuestro señor obrara mal. Hay que llorar y tener tristeza de que Dios sea tan poco amado y conocido en el mundo, como quiera que el mundo fue creado para que Dios sea amado y conocido. Por lo cual, amigo, no lloréis, y alegraos de vuestro señor, pues mucho debéis tener por ventura tener tan santo y tan sabio señor, pues por su santidad puede seguirse que vos seáis a Dios agradable. Amigo, os ruego que me mostréis el camino por el cual pueda y sepa ir al lugar donde está vuestro señor. —El escudero mostró a Félix el camino y el atajo por el cual Félix fue a aquella parte en la cual el filósofo se proponía morar.

En una hermosa pradera en la que había muchos árboles estaba el filósofo junto a una hermosa fuente; aquel filósofo tenía en la mano un libro en el cual leía. Félix fue hacia el filósofo, al cual saludó humildemente; y el filósofo agradablemente le devolvió sus saludos. Félix se sentó cerca del filósofo, al cual dijo estas palabras:

—Filósofo, señor, mucho me maravillo de que podáis vivir completamente solo en este bosque, y de que hayáis dejado los deleites de este mundo; en este bosque ¿qué coméis y bebéis?, ¿y dónde tenéis vuestro aposento?

El filósofo respondió a Félix, y dijo estas palabras:

—Hay que maravillarse de las flaquezas de los hombres; pero a tiempos hemos llegado en que tantas flaquezas hay en el mundo que maravillarnos conviene cuando algún hombre hace alguna cosa que sea a Dios placentera o agradable. El mayor deleite que se puede tener en este mundo es conocer y amar a Dios. En este bosque hay un ermitaño que hace penitencia; este ermitaño tiene un sirviente que le lleva algunas viandas, y de estas viandas viven ambos corporalmente. Por la noche, si hace demasiado frío o llueve, voy a dormir a su albergue; de día voy por esta floresta, mirando lo que Natura hace en los árboles y en las hierbas, para que en esa obra pueda yo contemplar a Dios, según arte de filosofía y de teología; esta arte está escrita en ese Libro que es llamado De los artículos, el cual está ordenado según el orden del Arte demostrativa.[21]

—Señor —dijo Félix—, en una ciudad había un noble burgués que tenía dos hijos, los cuales eran grandes letrados en teología y en filosofía. Uno de los dos eligió vida eremítica para contemplar a Dios, según la ciencia que aprendido había; el otro hijo vivía en la ciudad, leía, enseñaba y predicaba para inducir a las gentes a conocer y amar a Dios. Gran disputa hubo sobre cuál de aquellos dos sabios había elegido mejor carrera.

El filósofo respondió a Félix, y dijo estas palabras:

—En una ciudad había un filósofo que era gran maestro en el arte de filosofía. Aquel filósofo leyó mucho el arte de filosofía en aquella ciudad. Los discípulos de aquel maestro no sacaban tanto provecho de la ciencia como el maestro quería, y eran hombres mundanales, y que poco preciaban la ciencia de filosofía. El maestro de aquellos discípulos estaba muy trabajado por las lecciones que leía, y muy despechado porque los discípulos no querían aprender diligentemente. Y, por el gran trabajo que el maestro pasaba, quiso dejar la ciudad, y fuese a un bosque para recrear su alma y su cuerpo en el bosque contemplando a Dios; y más quiso estar en la compañía de los animales salvajes y de los árboles que en compañía de malvados hombres pecadores. —Cuando el filósofo hubo respondido a Félix por semejanza, volvió a la contemplación en que se hallaba cuando Félix fue hacia él.

 

 

[XXX]

 

DE LA GENERACIÓN DE LAS PLANTAS

 

Se hallaba sentado el filósofo bajo un hermoso árbol cargado de hojas y de flores; una hermosa fontana regaba aquel árbol, y en ella había muchos pájaros que dulcemente cantaban. Según la disposición del árbol, y de la fuente y de los pájaros, contemplaba el filósofo la grandeza y la bondad de Dios, que en aquel árbol se representaban por modo de creador y de criatura. Cuando el filósofo hubo largamente contemplado a Dios, Félix le dijo estas palabras:

—Señor filósofo, mucho me maravillo de la grandeza de este árbol. ¿Cómo puede ser que de tan pequeña cosa como el grano de que fue engendrado el árbol pueda surgir un árbol tan grande como éste?

—Amigo —dijo el filósofo—, un pastor encendió fuego delante de un sabio maestro en el arte de filosofía. Aquel pastor hizo un gran fuego. Cuando el fuego se hubo multiplicado en muy grande cantidad, el pastor se maravilló de que una chispa de fuego pudiera multiplicarse en tan gran cantidad, y preguntó al maestro la razón por la cual aquel fuego tanto había crecido. Respondió el maestro, y dijo que natural cosa es para el fuego convertir en su semejanza a todas las partes que con él participan, puesto que el fuego es mayor en poder que el poder de las cosas con las que participa; y porque el fuego convierte en sí a muchas cosas, por muchas cosas se multiplica.

Cuando el filósofo hubo respondido a Félix por semejanza, Félix dijo al filósofo que, según la semejanza por la cual había resuelto la pregunta, debía seguirse que Jesucristo, mientras estaba en este mundo y tenía mayor virtud que todos los demás hombres, debiera convertir a santa vida a todos los demás hombres con quienes participaba. Y porque Jesucristo convirtió a pocos hombres a vía de salvación, mientras vivía en este mundo, y muchos quedaron tras su muerte en vía de condenación, por esto parece que el árbol tenga mayor poder de convertir en su semejanza a las partes con las que participa que la naturaleza de Cristo.

Mucho plugo al filósofo la pregunta que le había hecho Félix, y conoció que Félix era hombre entendido y sabio; y por eso esforzóse en decir a Félix palabras y semejanzas de alta exposición y entendimiento:

—Amigo —dijo el filósofo—, un rey estaba en un palacio, donde comía con muchos caballeros. Mientras aquel rey comía, andaba por aquel palacio un hombre que se había hecho procurador de los infieles[22] para que pasaran a vía saludable. Aquel hombre decía al rey y a los caballeros y a los clérigos que en aquel palacio comían que se hiciera establecimiento para que los infieles llegasen a conocimiento de la santa fe romana. Aquel hombre clamaba y mostraba el modo en que se podía dar conocimiento de la verdad a quienes se hallan en el error; y este modo está en el Arte demostrativa y en el Libro de los artículos. Todos cuantos le oían, le escarnecían, y despreciaban lo que decía: aquel hombre lloraba, las vestiduras y los cabellos se arrancaba. Por aquel palacio andaban juglares cantando y tocando instrumentos para que los hombres, que en aquel palacio comían, se deleitasen. Cuando el rey hubo comido y bebido mucho, salió del palacio; una mujer viuda se arrodilló a los pies del rey pidiendo la merced de que le devolviera a su hijo, que había sido condenado a muerte. Un caballero, al que la mujer había dado dinero para que por ella rogara al rey, apadrinó las palabras de la mujer, y rogó al rey que perdonara al hijo de la mujer. En aquella plaza donde el caballero rogaba al rey había muchos hombres que rogaron al rey que perdonase al hijo de la mujer. El rey perdonó al muchacho que por derecho debía morir. El hombre, que era procurador de la salvación de los infieles, clamó en gran manera, llorando fuertemente, y dijo estas palabras: «La mujer con dinero convirtió la voluntad del caballero a amar cosas semejantes a las que la mujer quería; y el caballero convirtió a voluntad semejante a la suya al rey y a los hombres que le ayudaron a rogar al rey. En aquel asemejamiento de voluntad había avaricia, injuria, vanagloria, repleción de comer y de beber». El loco gritó, y dijo: «No tiene nuestra Señora amadores que amen de modo semejante a su hijo en esta plaza».

Entonces el filósofo dijo estas palabras:

—El hijo de nuestra Señora, que ha creado libertad en la voluntad de los hombres, ha redimido a los hombres por encarnación y por muerte, y además por creación, para que le honren en este mundo y para que tengan satisfecha a nuestra Señora honrando a su hijo, que no quiere destruir libertad de voluntad, que es criatura del hijo de nuestra Señora.

Mucho se tuvo por pagado Félix con la respuesta que el filósofo le había dado por semejanza, y alabó y bendijo a Dios, que tanta sabiduría daba al hombre.

 

 

[XXXI]

 

DE LA CORRUPCIÓN DE LOS ÁRBOLES

 

Largamente hablaron el filósofo y Félix de la generación de las plantas, y de la manera según la cual significan que en Dios hay generación, engendrando Dios Padre a Dios Hijo sin corrupción, y esta corrupción significase en la corrupción de los árboles. Cuando el filósofo y Félix hubieron hablado de esta materia largamente, ambos se fueron paseando por el prado y por el bosque, en el cual había árboles de diversas maneras.

En una hermosa ribera de agua había un hermoso árbol que estaba cargado de hojas y de flores; un hombre cortaba aquel árbol. Félix se maravilló de que aquel hombre cortase aquel árbol, que tan hermoso y tan grande era:

—Amigo —dijo Félix al hombre que cortaba el árbol—, ¿cuál es la razón de que destruyáis tan hermoso árbol como éste que cortáis?

El filósofo dijo este ejemplo a Félix, para que por él entendiese la razón por la que el hombre cortaba el árbol:

—En una ciudad había un cambiador muy rico en bienes temporales, mas de las virtudes espirituales era muy menesteroso. Un día ocurrió que un pobre acudió a la mesa donde el cambiador tenía muchos dineros; aquel pobre rogó al cambiador que, por amor de Dios, le diera limosna de un dinero, ya que Dios le había dado tantos dineros. El cambiador no quiso dar limosna al pobre, sino que le dijo muchas palabras villanas y descorteses. El pobre tuvo paciencia en su pobreza, y en la villanía que el cambiador le decía. Aquel pobre consideraba en su ánimo cuán grande daño era la vida de aquel cambiador, y cuán gran bien se seguiría de su muerte; porque de las grandes riquezas que aquel cambiador tenía, se seguiría gran bien después de su muerte. En breve tiempo Dios mató a aquel cambiador que empachaba muchos dineros, de suerte que no se seguía de ellos ningún bien mientras vivía; y después de su muerte repartióse aquella riqueza, e hizo a muchos hombres mucho bien.

—Señor —dijo Félix—, ¿por qué naturaleza los árboles vienen a corrupción? La esencia de este árbol que este hombre corta ¿dónde estará cuando el árbol esté corrompido o quemado?

El filósofo dijo a Félix la solución mediante esta semejanza:

—Un sabio cristiano disputaba con un sabio sarraceno. El sarraceno preguntó al cristiano si cuando Dios Padre engendra al Hijo se corrompe cosa alguna de donde provenga la generación; y el cristiano dijo que en Dios hay más noble generación que la que hay en los árboles, en los que no puede darse generación sin corrupción; porque en cuanto el árbol es cortado, se muda toda su esencia para corromper aquel mismo árbol, y la naturaleza engendra de aquel árbol algunas cosas que corrompen aquel árbol; y la esencia de aquel árbol se restaura en aquellas cosas que se engendran de aquel árbol. Pero, porque Dios Padre engendra de sí mismo a su Hijo, y porque de todo sí mismo lo engendra, y todo el Padre es infinito, eternal y cumplido de todo bien, por eso puede el Padre engendrar al Hijo infinitamente, eternalmente y perfectamente en todo bien, sin corrupción; y el Padre y el Hijo permanecen siempre en una misma esencia y en una misma deidad y virtud.

En aquella ribera en la que el hombre cortaba el árbol, que daba hojas y flores, mas no granaba, había un manzano que estaba tan fuertemente cargado de manzanas, que muchas ramas había rotas en aquel manzano por la gran multitud de aquellas manzanas.

Dijo Félix:

—Señor, ¿por qué este manzano ha dado tantas manzanas que a sí mismo se rompe y se corrompe, como quiera que el manzano no come ninguna de las manzanas?

El filósofo repuso a la pregunta según estas palabras:

—En una ciudad había un obispo y un caballero que eran hermanos. El obispo era muy hermoso en su persona y muy letrado. Aquel obispo era semejante al árbol que el hombre cortaba, y deleitábase en sus letras y en la hermosura de su persona y honra. Aquel obispo no cuidaba de la final intención por la que era obispo, y no daba ningún fruto. El caballero era veguer de la ciudad, y para que pudiese tener justicia trasnochaba y trabajaba noche y día, y por este trabajo confundía y corrompía su persona. Mientras el obispo estaba en su deleitosa morada y su gran bienandanza y hacía cuanto podía para poder vivir largamente, un loco hizo al obispo esta pregunta: «Señor», dijo el loco, «¿por qué vos, que sois obispo, queréis más solazaros y vivir mucho, siendo así que sois obispo para honrar a Jesucristo, y para ser más semejante a él mientras vivís en este mundo, que vuestro hermano, que más trabaja que vos en amar y servir a Jesucristo, que por salvar a su pueblo quiso en este mundo pasar trabajos, y quiso ser pobre y muerto, y no quiso vivir en este mundo largamente?». El obispo dijo muchas villanas palabras al loco; y un sabio clérigo resolvió la pregunta según estas palabras: «Dos manzanos había en una viña; uno de los manzanos daba todos los años muchas hojas y muchas flores, pero no daba tantas manzanas como el otro manzano, que tantas hojas y flores no daba. Un día ocurrió que el dueño de la viña entró en la viña, y vio ambos manzanos; en uno vio muchas manzanas, y en el otro muchas hojas y flores. Aquel señor de la viña mandó cortar el manzano que no daba manzanas, y bien hizo cuidar de aquel manzano que muchas manzanas daba. Aquel hombre que cortaba el manzano preguntó al señor de la viña por qué hizo cortar el manzano que fruto no daba, y había mandado que del manzano qué fruto daba se cuidara bien. El señor de la viña dijo que loca era la pregunta que hacía el hortelano». Pero más loco era el obispo, que, por solazarse, pensaba vivir más que su hermano el caballero, que vivía para seguir la final intención por la que el rey le había elegido para ser veguer de aquella ciudad; porque mayor virtud tenía la final intención que el caballero conservaba para pedir larga vida al caballero que la virtud que el obispo tenía en comer y en solazarse; como el árbol que daba manzanas, que fue más agradable a su señor para dar fruto que el árbol que no daba manzanas y daba hojas y flores.

—Señor —dijo Félix al filósofo—, ¿por qué hay más corrupción en el cuerpo del hombre muerto que en el árbol talado?

El filósofo respondió a la pregunta mediante semejanza:

—En una villa había un mercader, y tenía una loca hembra con la que pecaba. El prior de aquella villa deseaba tener a aquella hembra, y excomulgó a aquel mercader, porque no dejaba a aquella hembra con la que pecaba. Gran disputa había en aquella villa sobre quién tenía más corrompida voluntad, el prior o el mercader, y cuál iba más contra su estamento.

 

 

[XXXII]

 

DE LA VIRTUD DE LAS PLANTAS

 

En una hermosa llanura por la que iban paseando el filósofo y Félix había muchas hierbas medicinales que tenían gran virtud. Cuando Félix vio aquellas hierbas, preguntó al filósofo:

—¿Por qué intención ha dado Dios virtud a las hierbas?

Respondió el filósofo:

—Para que signifiquen la virtud de Dios.

—Señor —dijo Félix—, el azafrán ¿qué virtud tiene para significar la virtud de Dios?

El filósofo repuso a la pregunta por semejanza, y dijo estas palabras:

—Un burgués tenía un hermoso hijo, bien criado y lleno de buenas costumbres. Aquel mancebo alegraba mucho a su padre cada vez que le veía, y cada vez que le recordaba sentía alegría en su ánimo; y por esta alegría que el burgués tenía en su hijo, se alegraba en Dios, que aquel hijo le había dado en tan bella disposición y en tan buena crianza. Mientras el burgués así se alegraba, voluntad fue de Dios que aquel mancebo muriese. Por la muerte de aquel mancebo se entristeció muy fuertemente el burgués, y perdió la alegría que tener solía en Dios. Aquel burgués dio en tan gran tristeza por la muerte de su hijo, y porque se dejó de alegrar en Dios cayó enfermo y estuvo cerca de la muerte. Un médico que cuidaba del burgués hizo un electuario de oro, de perlas y de piedras preciosas, en el cual puso azafrán; porque el azafrán tiene virtud para confortar y alegrar el corazón, y hace buena sangre. Aquel electuario hizo el médico para que el burgués se alegrase por natura y por virtud del electuario; pero el burgués tenía tanta tristeza por la muerte de su hijo, que ni por la virtud del azafrán ni de las demás cosas con que estaba hecho el electuario no le pudo ayudar contra la enfermedad que tenía por tristeza. Ocurrió un día que el burgués pensaba en la muerte de su hijo, y en la manera según la cual se solía alegrar en él. Mientras el burgués así pensaba, recordó cómo solía alegrarse en Dios por causa de su hijo, mas no especialmente sólo por Dios. Y por esto pensó el burgués que Dios le había quitado a su hijo; porque era medio por el cual él amaba a Dios. Mucho se confesó el burgués a Dios por culpable, porque tuvo por gran falta amar a Dios por su hijo y no por sí mismo, como quiera que Dios es tan bueno y tan noble que por él mismo es digno de ser amado. El burgués hizo propósito de hacer penitencia de la falta que había cometido contra Dios y contra la paciencia, y empezóse a alegrar en la belleza y en la bondad de Dios, y olvidó la muerte de su hijo, y dio gracias a Dios que le había iluminado respecto a la falta en que largamente se había hallado. Pasando el burgués una hora en tal pensamiento, se sintió sano y alegre, y alabó y bendijo la virtud de Dios, que le había curado y liberado de tristeza.

—Señor —dijo Félix al filósofo—, ¿por qué virtud vive el hombre de las plantas y de los frutos que come?

El filósofo dijo que en la conversión que la naturaleza hace de las plantas en sangre y de la sangre en carne, después de hecha la digestión en el estómago, se renueva virtud de vivir, esto es, vivir de vida vegetativa. Y para que Félix mejor pudiese entender la virtud que las plantas tienen para que el hombre tome vida de ellas, dijo este ejemplo:

—En una ciudad ocurrió que a un mercader le quitaron diez mil besantes. En tan gran tristeza cayó el mercader por los besantes que perdido había, y tanto pensó en el daño que recibido había, que perdió por ello el juicio y fue loco. Aquel mercader convino que fuera atado y herrado, para que no se matara ni hiciera daño a las gentes. Un sabio médico dijo a los amigos de aquel mercader que lo curaría si le pagaban bien. Los parientes del mercader pagaron al médico, y el médico tuvo diez mil besantes, y dijo al loco que aquellos besantes eran los que había perdido; y entonces hizo que el mercader estuviera desherrado y desatado, y echó aquellos besantes sobre la cabeza del mercader. Cuando el mercader hubo estado así largamente, y manejaba los besantes, la virtud de la imaginativa se multiplicaba en virtud, hasta que el mercader imaginó y juzgó que aquellos besantes eran los que había perdido. Cuando el mercader hubo recobrado virtud en su imaginación, su voluntad se comenzó a alegrar, porque la imaginativa imaginaba, y el entendimiento se movió a entender, y la memoria a recordar; y así, poco a poco, multiplicando virtud en los poderes del ánima del mercader, ocurrió que el mercader recobró el juicio.

—Señor —dijo Félix—, ¿por qué virtud el ruibarbo, que es cálido y seco, es bueno para el calor y la sequedad del hígado?

El filósofo respondió, y dijo que el mercader, que enloqueció por los besantes que había perdido, sanó por los besantes que palpaba y veía; porque el corazón mandó su sangre por todos los miembros del cuerpo, por la alegría que tuvo en el palpar y la vista que el mercader tenía de los besantes; y aquella alegría mandó a su corazón el espíritu, y su sangre expulsó de sí aquello por lo que estaba en tristeza y en locura.

—Así pues, cuando el hígado, que es demasiado caliente y desecado, siente al ruibarbo, que es de su complexión, entonces se alegra en la participación del ruibarbo, y manda fuera de sí su desordenado calor y sequedad, para tener concordancia con el ruibarbo; y en aquel punto natura, que aborrece que el ruibarbo entre en digestión para que no multiplique demasiado la calidez del hígado, expulsa al ruibarbo del estómago, con el cual se había unido el calor y sequedad del hígado, que por excesivo calor y sequedad estaba enfermo.

Mientras el filósofo así hablaba con Félix acerca de la virtud de las hierbas, un can vino a comer ante ellos una hierba, por la cual expulsó cóleras que en el vientre tenía. Mucho se maravilló Félix de la industria de aquel can, de la propiedad de aquella hierba y de que el can supiese discernir que aquella hierba fuese buena para purgar el humor por el cual el can estaba enfermo. Estando Félix en esta maravilla, preguntó al filósofo por qué el can tenía industria de comer aquella hierba, puesto que carecía de entendimiento. El filósofo dijo a Félix estas palabras:

—En una ciudad había un hereje que hacía gran aflicción a su cuerpo. Aquel hereje estaba en aquella ciudad de tal manera que nadie sabía que era hereje. Ocurrió un día que se encontró por el camino con un canónigo que iba muy noblemente vestido y cabalgaba en un hermoso palafrén. Mucho pensó el hereje en la áspera vida que llevaba y en las bienandanzas en que el canónigo vivía. Estando el hereje en tales consideraciones, maravillóse fuertemente, y dijo estas palabras: «¡Cuitado de ti! ¿De qué te valen ayuno y pobreza, oración a Dios y humilde atuendo, dura yacija y menosprecio de las gentes, puesto que este canónigo, con vanidades y orgullo, riquezas y bienandanzas, está en el mundo en más noble y honrada iglesia que la tuya? Parece que en la virtud de su fe más sea exaltado que tú en virtud de tu fe; pues si tu fe fuese mejor que la suya, seguiríase que te ayudase la áspera vida que llevas exaltando y honrando la iglesia en que se halla; y él en las vanidades de su vida mundana deshonraría y destruiría la iglesia en que se halla. Loco, hazte cristiano; porque parece que mayor virtud hay en la fe de los cristianos que en la tuya».

Mucho se maravilló Félix de la semejanza que le había hecho el filósofo, pues no le pareció que bastara para responder a la pregunta; y dijo al filósofo que le expusiera la semejanza. El filósofo dijo que la virtud de buena intención, por la cual el hereje llevaba áspera vida, le significó la virtud de la fe del canónigo; y en aquella virtud convinieron la intención del hereje y la virtud de la santa fe católica, como convino la propiedad de la hierba que el can comió y el apetito que el can tuvo de comer aquella hierba que tenía virtud para purgar el humor malo que el can tenía en su cuerpo.

—Señor —dijo Félix—, mucho me maravillo de la virtud que la natura tiene en las hierbas medicinales, pues, según he oído contar, la virtud de una misma hierba será buena para curar la enfermedad de diversos miembros, como el ruibarbo, que es bueno para curar el hígado calentado en exceso, y para clarificar la vista y limpiar los ojos es muy provechoso.

—Amigo —dijo el filósofo—, en este árbol en el que veis que hay hojas y flores está diversificada la virtud vegetativa en diversas maneras; pues en tantas hojas y flores como hay en el árbol se diversifica en número la virtud de la vegetativa, no siendo una hoja la otra ni una flor siendo la otra flor. Sino que la virtud toda es una en sí misma, mas según la diversidad que hay en las cosas que reciben la virtud se diversifica la virtud que se reparte por todo el árbol. Hijo amado —dijo el filósofo—, esta semejanza que os digo significa la gracia y la virtud que Dios manda en el mundo a los hombres, los cuales reciben la virtud y la gracia de Dios diversamente, según son diversos unos de otros en recordar, entender y amar, y según diversamente usan de las cosas mundanas. Esta diferencia de virtud, que Dios esparce por el mundo influyendo su gracia, da significación de la virtud que Dios tiene en sí mismo, cuya virtud es una en esencia sin diferencia. Mas porque el Padre, que es virtud, engendra al Hijo, que es virtud, y el Espíritu Santo procede de ambos, siendo aquella misma virtud del Padre y del Hijo, y el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son distintos en propiedades personales, por esto síguese que la virtud, que es toda una sin diferencia, se comunica y se da distintamente en las divinas personas, siendo las personas distintas unas de otras, y al mismo tiempo son una misma virtud por esencia.

—Señor —dijo Félix—, ¿por qué virtud que hay en las plantas quiso Jesucristo ser honrado por las plantas en el día de Ramos, cuando las gentes le hicieron procesión y arrojaron los ramos por las calles por donde debía pasar?

El filósofo respondió a la pregunta diciendo estas palabras:

—En aquel día en que Jesucristo vino cabalgando humildemente sobre el asno se significó que Dios participa, en la naturaleza humana de Cristo, con todas las criaturas; pues por el cuerpo de Jesucristo significóse que los árboles participaban con la vegetativa de Cristo, porque quería que la vegetativa de los árboles honrara a su cuerpo, en el que hay vegetable natura. Y por el asno significóse que la virtud sensitiva de Cristo y de los animales irracionales es una en creación. Y por los hombres que hacían a Cristo reverencia y honor, significóse que Cristo se hallaba en naturaleza humana semejante a la de ellos. Y porque Cristo es una persona en la que hay dos naturalezas, a saber, Dios y hombre, por eso quiso Dios que aquel día todas las criaturas hiciesen reverencia a la deidad y humanidad de Cristo.