CAPÍTULO 2
Fantine deja a Cosette con los Thénardier
Habían pasado dos años desde los hechos antes narrados. 1817 era el año en que Luis XVIII7, obviando la etapa napoleónica, consideraba como el que hacía veintidós de su reinado. Y ese año una muchacha llamada Fantine se introduce en esta historia.
Fantine era una chica de pueblo. Había nacido en Montreuil-sur-mer, pero nadie sabía quiénes habían sido sus padres. A los quince años, fue a París para hacer fortuna. Era rubia y bonita y tenía unos dientes blancos y espléndidos. Trabajaba para vivir y, también, para sentirse viva de verdad; un buen día se enamoró de un hombre para quien ella no fue más que una aventura pasajera. Cuando la abandonó, se encontró sola y sin ingresos (durante su relación amorosa había dejado de trabajar) y con una criatura en los brazos, una niña a la que llamó Cosette. Fantine no sabía escribir y apenas sabía leer, pero luchó desesperadamente para alimentar a su hija. Vendió todo lo que poseía y, con Cosette, dejó París.
Después de mucho caminar, y habiendo viajado durante algunos trechos en lo que entonces llamaban los Pequeños Carruajes de los alrededores de París, madre e hija llegaron a Montfermeil, y al pasar por un callejón, se encontraron delante de la fonda de los Thénardier, donde dos niñas angelicales estaban jugando bajo la mirada vigilante de la señora Thénardier, una mujer pelirroja, brusca y bastante entrada en carnes, de más de treinta años de edad.
—Tenéis dos hijas muy guapas, señora —dijo Fantine.
Las criaturas más feroces se vuelven dóciles cuando acaricias a sus crías. La madre dio las gracias a Fantine y la invitó a sentarse con ella en el banco que había junto a la puerta.
—Me llamo Thénardier. Mi marido y yo nos encargamos de este albergue.
Fantine le explicó su historia, modificando un poco los hechos. Le dijo que su marido había muerto y que, al no encontrar trabajo en París, había decidido dejar la capital, y que, como caminaba desde la mañana con su hija en brazos, aunque había recorrido una pequeña parte del trayecto en el carruaje que iba hasta Villemomble (de Villemomble hasta Montfermeil había tenido que ir de nuevo a pie) estaba muy cansada. Cosette, que había estado durmiendo hasta entonces, abrió de repente unos ojos muy azules y pronto estuvo jugando alegremente con las dos hijas de la señora Thénardier. La fondista preguntó a Fantine:
—¿Cómo se llama vuestra hija?
—Cosette. Pronto cumplirá tres años.
—Igual que mi hija mayor.
De repente, Fantine tomó la mano de la Thénardier y exclamó:
—¿No querríais ocuparos de mi hija? Con ella a mi cargo no querrán darme trabajo. Parecéis una buena madre y ellas serán como tres hermanitas. No será por mucho tiempo. Os daría seis francos cada mes.
Una voz masculina se hizo oír entonces desde el interior de la fonda:
—¡Siete francos como mínimo! ¡Y seis meses pagados por adelantado!
—Es decir, cuarenta y dos francos —dijo la Thénardier—. Es mi marido —añadió.
—Os los daré —respondió Fantine.
—Y quince francos más para los primeros gastos —añadió la voz masculina.
—Dispongo de ochenta. Me quedará suficiente dinero hasta que encuentre trabajo.
—¿La pequeña tiene ropa? —dijo la voz masculina.
—Ya lo creo. Os la daré toda. ¡No dejaría a mi hija desnuda!
—De acuerdo —dijo el señor Thénardier, que por fin se dignó aparecer en el portal. Era un hombre bajito y delgado, de entre cuarenta y cincuenta años.
Fantine pasó aquella noche en la fonda, entregó a los Thénardier el dinero acordado, dejó con ellos a Cosette y se marchó, ligera de equipaje y con los ojos llenos de lágrimas. Una vez se hubo perdido de vista, Thénardier dijo a su esposa:
—Hemos hecho un buen negocio. Las dos niñas han sido un buen cebo.
¿Quiénes eran los Thénardier? Eran dos seres típicos de una clase bastarda formada por la mezcla de la clase media y la clase baja, que combina los defectos de la segunda con los vicios de la primera. El hombre había sido soldado, tal vez sargento, si decidimos creerle. Sabía hacer un poco de todo, y todo lo hacía mal. La mujer era una mala bestia, lectora infatigable de novelas estúpidas que le inspiraron los nombres de sus dos hijas: Éponine y Azelma. Marido y mujer eran mala gente, pero la maldad no es suficiente para prosperar: la fonda no iba bien, y gracias al dinero de Fantine, los Thénardier pudieron pagar una deuda y evitar un proceso. Como al mes siguiente necesitaban más dinero, la Thénardier fue a París y empeñó la ropa de Cosette por sesenta francos. Cuando hubieron gastado esa cantidad, los Thénardier no vieron en Cosette más que una molestia, una niña que acogían por caridad. La vestían con harapos, la alimentaban con los restos de las comidas, un poco mejor que al perro, un poco peor que al gato. De hecho, Cosette comía con el perro y el gato debajo de la mesa, en un plato de madera igual que el de los animales.
Fantine escribía (mejor dicho, hacía escribir) cartas cada mes preguntando por Cosette. La respuesta era invarable: Cosette se encuentra de maravilla. Antes de fin de año, Thénardier le escribió para exigirle doce francos mensuales en lugar de siete, y ella, convencida de que su hija estaba bien cuidada, aceptó.
La madre Thénardier amaba a sus hijas con pasión, tanto como detestaba a Cosette: le parecía que el aire que aquella extraña respiraba le era arrebatado a sus dos criaturas, y Cosette, hiciera lo que hiciera, era constantemente reñida, castigada y maltratada. Pronto los Thénardier exigieron a Fantine quince francos al mes. Y Cosette fue creciendo, igual que crecía la miseria en la cual vivía: aún no había cumplido los cinco años y ya se había convertido en la criada de la casa. Iba a comprar, barría, fregaba, lavaba los platos… Si Fantine hubiera podido volver a recogerla, no la habría reconocido: delgada y pálida, solamente sus grandes ojos azules inundados de tristeza recordaban a la niña que un día fue. La gente de la zona la llamaba «la golondrina», porque era como un pájaro pequeño, asustadizo y tembloroso. Pero aquella golondrina no cantaba nunca.
7 Luis XVIII (1755-1824) fue rey de Francia entre 1814 y 1824. Hermano menor del decapitado Luis XVI. Vivió en el exilio durante la etapa napoleónica y el primer Imperio.