CAPÍTULO 1

El ataque

Los insurgentes habían alzado la barricada llenos de esperanza: esperaban una auténtica revuelta popular, el alzamiento de todo el pueblo de París contra la tiranía. Pero el alba del seis de junio llegó con un gusto amargo: estaban solos, y sabían que habían perdido el combate. Decidieron, sin embargo, no rendirse y luchar hasta el final. Levantaron aún más la barricada hasta una altura de veinte pies, y montaron guardia, esperando el inminente ataque de las tropas. Marius y Enjolras convencieron con dificultad a cinco hombres que tenían hijos para que abandonasen la barricada y se esfumasen por los callejones posteriores, disfrazados con la ropa de algunos guardias que habían muerto durante el ataque. Pero solo había cuatro guardias muertos. Uno de los padres de familia no podía huir. Pero entonces otro uniforme cayó a los pies del quinto hombre: Jean Valjean acababa de llegar a la barricada. Había pasado por el callejón Mondétour sin problemas, gracias a su casaca de guardia y nadie se había fijado en él hasta entonces. La emoción fue indescriptible.

—¿Quién es este hombre? —preguntó un estudiante.

—Un hombre que salva a otros hombres —respondió Enjolras.

—Yo lo conozco —dijo Marius, sorprendido por la presencia del padre de su amada.

—¡Os doy la bienvenida, ciudadano —dijo Enjolras a Valjean—, pero sabed que nos disponemos a morir!

Jean Valjean no respondió y entró un momento al cabaret para conseguir alguna ropa en sustitución del uniforme que había dado. Entonces vio a Javert, atado a la columna, y quedó pensativo. Después, fue a ocupar su sitio en la barricada. El silencio era absoluto.

Y por fin llegaron los soldados. Esta vez traían un cañón con ellos. La situación se agravaba. «¡Fuego!» gritó Enjolras, y el infierno se desencadenó. El primer cañonazo destrozó varios objetos, pero no abrió ninguna brecha en la barricada. Entonces apareció Gavroche, que llegaba más tarde que Jean Valjean porque había tenido que escapar de un sargento que sospechaba de él y quería hacerlo arrestar. El niño pidió «su» fusil y empezó a disparar.

En aquel mismo momento, Cosette se despertaba. Estaba segura de que Marius había recibido su nota, y de que iría. Y esperó.

A los héroes de la barricada empezaba a faltarles munición. Al darse cuenta de ello, Gavroche cogió una cesta que había en el cabaret y pronto Courfeyrac vio horrorizado que el niño había saltado la barricada y se encontraba en medio de la calle, desafiando las balas que silbaban a su alrededor mientras llenaba el cesto con las cartucheras de los guardias nacionales muertos. Gritó:

—¿Qué estás haciendo, insensato?

—¡Ciudadano, estoy llenando el cesto! —respondió el niño.

—¿Pero no ves la metralla?

—Está lloviendo, sí. ¿Y qué?

—¡Vuelve aquí!

—En seguida, pero ahora estoy ocupado.

Había una veintena de cadáveres esparcidos por el suelo y Gavroche podía hacer una buena provisión de cartuchos. El humo era una especie de niebla que lo protegía mientras iba saltando de cuerpo en cuerpo. Una bala impactó en el cadáver que estaba registrando.

—¡Caramba! —exclamó—. ¡Ahora me matan a mis muertos!

Se puso de pie, con las manos en las caderas, observando a los guardias que disparaban hacia él, y cantando:

Si no me podéis ver,

la culpa es de Voltaire.

Si nadie me venció,

la culpa es de Rousseau1

El espectáculo era al mismo tiempo espeluznante y encantador. Gavroche se burlaba de los soldados y parecía divertirse como nunca. Los soldados reían y disparaban contra él, pero siempre fallaban. Los insurgentes, angustiados, no podían hacer nada por ayudarlo. La barricada temblaba, él cantaba. Pero una bala acabó por alcanzar su objetivo y Gavroche cayó. Toda la barricada lanzó un grito, pero el niño se levantó otra vez, miró hacia el lugar desde donde habían disparado y empezó a cantar:

Si no me podéis ver,

la culpa…

Una segunda bala impactó contra él. Y esta vez cayó para no volverse a levantar. Aquella pequeña gran alma acababa de alzar el vuelo.

1 Voltaire y Rousseau son dos de los principales escritores y filósofos de la Ilustración