Que la suerte te encuentre trabajando
«Toda su fortuna consistió en que se les presentó una ocasión favorable […]. Si no se les hubiese presentado la ocasión, su virtud no habría sido suficiente, pero, sin ella, la ocasión se habría echado a perder».
(CAPÍTULO VI)26
Aquí confluyen dos factores claves para el éxito de cualquier empresa. No cabe duda de que hay que estar bien preparado, pero, por otro lado, no es menos imprescindible tener suerte. Sin la suerte nada es posible, por más que se intente y por grandes que sean los méritos que se posean.
Para el desarrollo de sus cometidos, el príncipe o líder debe consolidar su poder ya sea por su virtud o por la fortuna. Parafraseando a personajes famosos como Thomas Jefferson o Picasso, la suerte y el trabajo deben ir de la mano para conseguir el éxito. Como suele decirse: «Que la suerte te encuentre trabajando».
En la combinación de virtud y suerte, muchos opinan que prevalece la fortuna. Cuentan que Napoleón elegía a sus generales principalmente por dos valores: talento y suerte. Y que, cuando alguna vez se le presionaba para que optara por solo uno de ellos, no dudaba en preferir la segunda.
No obstante, si bien la fortuna nos podrá ayudar, en la mayoría de los casos serán las aptitudes y las cualidades las que harán posible alcanzar el resultado deseado. La suerte no se puede controlar, pero la formación y la actitud para desarrollar y potenciar las aptitudes, sí.
El don de la oportunidad es crucial para el líder, que debe estar preparado para reconocer el momento propicio, o incluso para crearlo él mismo, en función de sus intereses. Y también deberá contar con la preparación necesaria o con el consejo fiable que le permita aprovechar el momento. Este tipo de sabiduría no consiste en un conocimiento técnico o propio de una formación estructurada, sino que está más cercana de la astucia. Esta le servirá para reconocer las señales que harán que la ocasión resulte favorable a sus intereses, siempre y cuando también sepa utilizar los resortes de la comunicación y la asertividad. Y, por supuesto, el dominio de la incitación, así como la creación de narrativas complejas que le servirán para mantenerse como figura de referencia. La frase «uno crea su suerte» es otra manera de expresar la idea que Maquiavelo esboza en este pasaje.
En este sentido, el príncipe Von Bülow opinaba que «la fatalidad es la disculpa de los incapaces y de los torpes», considerando que la suerte es un factor secundario a la hora de conseguir el éxito.
En el árabe marroquí, procedente a su vez del árabe clásico, existe la palabra baraka: la protección divina. Hace referencia a la bendición o gracia especial divina con la que nacen algunas personas, como los jerifes (miembros de la casa real de Marruecos, supuestos descendientes de Mahoma) o los morabitos (líderes religiosos). Lo cierto es que hay quien disfruta de ella desde su nacimiento, y quien no la posee nunca, o solo esporádicamente. Incluso se podría decir que los animales también tienen su propia baraka, pues no a todos les acontecen las mismas situaciones, penalidades o contextos favorables.
Por su parte, Erasmo de Rotterdam consideraba que: «La Fortuna ama a las personas poco sensatas, a los audaces». Y el propio Maquiavelo dice que conviene ser «más atrevido que prudente» y que la suerte suele favorecer a los jóvenes, porque «son más emprendedores y atrevidos».1
El lugar y el momento hacen necesario al líder
«Ciro tuvo que encontrar a los persas descontentos bajo el imperio de los medos, y a los medos vagos y afeminados a causa de una larga paz».
(CAPÍTULO VI)27
Parte de la responsabilidad de un líder consiste en saber detectar y aprovechar las oportunidades que se le presentan. Maquiavelo nos recuerda que hay que saber elegir el momento adecuado para actuar.
Pero la idea encierra mucho más. Por un lado, la importancia de saber emplear a nuestro favor el descontento de una población con respecto a los extranjeros que la dominan. Esto sigue sucediendo en la actualidad en todos los escenarios en los que han entrado tropas extranjeras, y en los que es relativamente sencillo movilizar a los lugareños contra ellas, con el propósito de expulsarlas de sus tierras.
Por otro lado, disfrutar de largos periodos de paz hace que las costumbres se relajen, que se pierda el afán por mantener un ejército dotado de la adecuada capacidad disuasoria e incluso ofensiva, y que se llegue a pensar que la guerra es cosa del pasado e impensable en el futuro. Esa manera de pensar sitúa a ese pueblo en condiciones de indefensión ante nuevas agresiones, que no podrá repeler, al menos hasta que sea capaz (si es que lo logra) de reaccionar de manera adecuada.
El «enemigo de mi enemigo es mi amigo» es una idea semejante. Cuando un sistema se debilita, porque no responde a las necesidades de la población o porque el régimen está agotado y es incapaz de resolver sus propias contradicciones, entonces los colonizados, que todavía preservan su identidad debido a que es lo único que les queda para no perder sus raíces, intentarán la revolución, buscarán la independencia, lucharán por alcanzar la libertad o incluso aspirarán a conquistar el poder. En ese contexto, un nuevo conquistador podrá contar con la ayuda de los colonizados, que cumplirán la función de quinta columna, y podrá plantearse la invasión, el dominio de un territorio o, al menos, logrará imponer su influencia.
Adaptarse para vencer a la suerte
«Los que no saben cambiar de método cuando los tiempos lo requieren sin duda prosperan cuando la fortuna los acompaña, pero se pierden cuando esta cambia, al no saber seguirla en sus frecuentes variaciones».
(CAPÍTULO XXV)145
Maquiavelo mantiene que el hombre posee una naturaleza invariable a través de los tiempos, que su actitud está arraigada en el lado biológico y que acaba siempre en el mismo camino. Incluso cuando la situación se transforma, no le será fácil cambiar. Hoy tenemos claro que la ciencia y la física han cambiado la vida desde el siglo XVI, y en la actualidad la tecnología es considerada como motor de cambio.
En nuestros días, adaptarse a los nuevos tiempos y requerimientos del entorno es crucial. Sabemos que incluso nuestra biología está cambiando, al igual que nuestra manera de pensar. El cerebro posee una increíble capacidad de adaptarse al cambio. Se trata de la plasticidad, que proviene del griego plastikos, que significa «con forma o moldeado», que permita el cambio en la estructura, circuitos, composición química o funciones del cerebro, en respuesta a las modificaciones en el ambiente.
Por su parte, las empresas mantienen como reto cambiar y desarrollarse más rápido que los competidores. Es una cuestión de supervivencia, de forma que el aprendizaje continuado ha surgido como uno de los valores más importantes a fomentar y estimular.
Un obstáculo que nos encontramos para fomentar la innovación es la cultura preexistente, que genera resistencia al cambio en las personas.
Cuanto más entreno, más suerte tengo
«La fortuna no gobierna el mundo de tal modo que la prudencia humana no pueda influir en gran manera en los sucesos que vemos».
«Los príncipes que confían demasiado en la fortuna se arruinan cuando ella los abandona».
La suerte es un factor definitivo. Si no nos acompaña, cualquier empresa está abocada al fracaso, por más esfuerzos que se realicen. Pero, por supuesto, a la suerte hay que ayudarla. No olvidemos lo que decía Severiano Ballesteros: «Cuanto más entreno, más suerte tengo».
Algo importante es saber en qué tenemos más «suerte». Dicho de otro modo, no todas las actividades se nos van a dar igual, no somos capaces de desarrollar todos los cometidos con la misma soltura. Por eso tenemos que identificar en qué podemos tener más fortuna, por el sencillo hecho de contar con una predisposición natural hacia esas prácticas.
La suerte es importante. Pero hacer las cosas bien para tener suerte no es más que usar con astucia la probabilidad y la prospectiva. Solo así los actos parecen suerte cuando en realidad consisten en abonar el terreno. La suerte sonríe al que sabe leer entre líneas y se pregunta el porqué de todo.
Pero si pensamos que la clave del éxito está únicamente en la suerte, no estamos dando valor a las destrezas o la capacidad humana. Si conocemos miles de historias de aventureros o innovadores que han sido escogidos por el destino es porque no nos enteramos de las que no tuvieron tanta suerte. Como comprobó Danny Kahneman: «La evolución es una serie de chiripas, algunas buenas y muchas malas, pero solo vemos las buenas».
La impetuosidad inteligente
«Conviene más ser atrevido que en exceso prudente».
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Aunque Maquiavelo considera la prudencia como un valor importante, su espíritu de acción le hace estar convencido de que es mejor ser atrevido. Es lo propio del liderazgo de hoy, un liderazgo de acción: si lo piensas, hazlo. ¡Mejor arrepentirse de haberlo intentado que de no haberse atrevido nunca!
El diccionario de la Real Academia define el pancismo como la actitud de quienes acomodan su comportamiento a lo que creen más conveniente y menos arriesgado para su provecho y tranquilidad. Tiene que ver con nuestro instinto de autoconservación. Pero hoy, de nuevo con el cambio y los entornos que nos toca vivir, lo que se promueve es la acción.
La fortuna sonríe al arrojado porque el «efecto halo» y la sorpresa juegan a su favor. La capacidad de imponer tu opinión deriva de ser más rápido y constante que los demás. Todo el mundo valora la acción decidida. El único que no se equivoca es el que no hace nada. Actuar impetuosamente no implica no tener un plan o no pensar en lo que se hace. Es una forma de generar acción en los otros, dirigiendo sus propias acciones. Ser impetuoso es ser proactivo, provocando que los demás sean reactivos y revelen sus opiniones y planes.
También se suele decir que la suerte sonríe a los audaces, si bien Baltasar Gracián pensaba que: «Todos los necios son audaces». Por otro lado, suele decirse que «si tienes poco que perder, arriesga al máximo».
Como en todo, debe imperar un equilibrio. Un exceso de prudencia puede llevar a una parálisis total, a que nunca se encuentre el momento adecuado para actuar, por lo que las decisiones se pueden eternizar, no llegar nunca. Por otro lado, ser impetuoso en demasía puede significar adoptar riesgos innecesarios. Por lo tanto, lo ideal sería una prudencia limitada, y una impetuosidad inteligente y fundamentada.