«El tiempo vuela como una flecha. La fruta vuela como un plátano.»
GROUCHO MARX (quizá)
La ocurrencia que abre este capítulo siempre me hace reír. Es una salida típica de Groucho, un juego de palabras que te deja pensativo, al estilo de: «Fuera del perro, el mejor amigo de un hombre es un libro. Dentro del perro está demasiado oscuro para leer».312 Lamentablemente, es probable que Julius Henry Marx, el hermano Marx más famoso, nunca lo dijera. Pero la verdadera historia de esa cita y el razonamiento sorprendentemente complejo que encarna proporcionan una idea final para el libro.
El verdadero padre de esas palabras, o al menos la persona que proveyó el material genético original, fue un lingüista, matemático y científico de la computación llamado Anthony Oettinger. Hoy, la inteligencia artificial y el aprendizaje automático son temas de plena actualidad, fuentes de fascinación para la opinión pública y miles de millones de dólares en investigación e inversión. Pero en la década de los años cincuenta, cuando Oettinger empezó a dar clase en la Universidad de Harvard, apenas se conocían. Oettinger fue uno de los pioneros en estos campos, un polímata plurilingüe y una de las primeras personas del mundo que exploró las formas en que las computadoras podían entender el lenguaje humano. Esa búsqueda era y sigue siendo un reto.
«Las primeras afirmaciones de que las computadoras podían traducir idiomas eran sumamente exageradas», escribió Oettinger en un artículo publicado en 1966 en Scientific American que predecía con escalofriante precisión muchos de los posteriores usos científicos de las computadoras.313 Al principio, la dificultad consistía en que muchas frases pueden tener varios significados cuando se sacan de su contexto de la vida real. El ejemplo polisémico que él puso fue: «Time flies like an arrow». Esta oración podía significar que el tiempo pasa con la velocidad de una flecha que cae en picado desde el cielo («El tiempo vuela como una flecha»). Pero como explicó Oettinger, time también podía ser un verbo imperativo: una orden tajante a un investigador que está midiendo la velocidad de los insectos («Cronometra a las moscas como una flecha»). O podría estar describiendo a una determinada especie de bicho volador que siente una debilidad por las flechas («A las moscas del tiempo les gustan las flechas»). Dijo que los programadores podrían conseguir que las computadoras intentaran entender la diferencia entre esos tres significados, pero el conjunto subyacente de reglas crearía una nueva tanda de problemas. Esas reglas no podían tener en cuenta frases sintácticamente parecidas pero semánticamente distintas como —mira por dónde— «Fruit flies like a banana» («La fruta vuela como un plátano» o «A las moscas de la fruta les gusta el plátano»). Era un problema difícil de resolver.
La frase «Time flies like an arrow» se convirtió enseguida en un ejemplo de referencia en las conferencias y charlas para explicar los problemas del aprendizaje automático. «La palabra “time” puede ser aquí un sustantivo, un adjetivo o un verbo, lo que da lugar a tres interpretaciones sintácticas distintas», escribió Frederick Crosson, profesor de la Universidad de Notre Dame y editor de uno de los primeros libros de texto sobre inteligencia artificial.314 La pareja flecha-plátano perduró, y años después se le atribuyó a Groucho Marx. Pero como dice Fred Shapiro, documentalista de Yale y experto en citas: «No hay motivos para pensar que Groucho la dijera realmente».315
En todo caso, la fuerza de esa frase revela algo importante. Como señala Crosson, incluso en una oración de cinco palabras «time» puede funcionar como sustantivo, adjetivo o verbo. Es una de las palabras más amplias y versátiles que tenemos en inglés. «Time» puede ser un nombre propio, como en Greenwich Mean Time [GMT, Tiempo medio de Greenwich]. La forma sustantiva también puede significar una duración específica (How much time is left in the second period) (¿Cuánto tiempo queda de la segunda parte?); un momento concreto (What time does the bus to Narita arrive?) (¿A qué hora llega el autobús a Narita?); un concepto abstracto (Where did the time go?) (¿Dónde se ha ido el tiempo?); una experiencia general (I’m having a good time) (Estoy pasando un rato estupendo); las veces que se hace algo (He rode the roller coaster only one time) (Sólo montó una vez en la montaña rusa); un período histórico (In Winston Churchill’s time...) (En la época de Winston Churchill...) y otros. De hecho, según los investigadores de Oxford University Press, «time» es el sustantivo más común de la lengua inglesa.316
Como verbo, también tiene múltiples significados. Podemos cronometrar una carrera (time a race), para lo que se necesita un reloj, o programar un ataque (time an attack), para lo que no se suele necesitar. Podemos «llevar el tiempo» cuando tocamos un instrumento musical. Y podemos, como los dabbawalas y las remeras, sincronizar nuestros actos (time our actions) con los demás. La palabra puede funcionar como adjetivo, como en «time bomb» (bomba de relojería), «time zone» (zona horaria) y «time clock» (reloj de fichar), y los «adverbios de tiempo» representan toda una categoría en esa parte del habla.
Pero el tiempo penetra nuestro lenguaje e influye en nuestro pensamiento de manera aún más profunda. La mayoría de los idiomas del mundo utilizan tiempos verbales —especialmente pasado, presente y futuro— para transmitir significado y revelar pensamientos. Casi todas las frases que decimos están teñidas por el tiempo. En cierto sentido, pensamos en tiempos verbales. Especialmente cuando pensamos sobre nosotros mismos.
Tomemos como ejemplo el pasado. Es algo con lo que no debemos obsesionarnos, nos dicen, pero según los estudios, es evidente que pensar en tiempo pasado puede hacer que nos comprendamos mejor a nosotros mismos. Por ejemplo, la nostalgia —contemplar y a veces anhelar el pasado— se consideraba antes una patología, una discapacidad que nos desviaba de nuestros objetivos actuales. Los estudiosos de los siglos XVII y XVIII pensaban que era una dolencia física, «un trastorno cerebral de origen esencialmente demoníaco», provocada por «la continua vibración de los espíritus animales a través de las fibras del cerebro medio». Otros creían que la nostalgia se debía a los cambios de presión atmosférica o «un exceso de bilis en la sangre», o que tal vez era un achaque exclusivo de los suizos. Para el siglo XIX ya se habían desechado esas ideas, pero la patologización de la nostalgia no. Los investigadores y físicos de la época creían que era una disfunción mental, un trastorno psiquiátrico vinculado a la psicosis, la obsesión o los deseos edípicos.317 Hoy, gracias al trabajo del psicólogo Constantine Sedikides, de la Universidad de Southampton, y otros, la nostalgia ha sido redimida. Sedikides la llama «un recurso intrapersonal vital que contribuye a la ecuanimidad psicológica [...], un almacén de sustento psicológico». Los beneficios de pensar afectuosamente sobre el pasado son enormes, porque la nostalgia proporciona dos ingredientes básicos del bienestar: el sentido de significado y la conexión con los demás. Cuando pensamos de manera nostálgica, solemos situarnos como protagonistas de acontecimientos trascendentales (una boda o graduación, por ejemplo) que implican a las personas que más nos importan.318 La nostalgia, según demuestran las investigaciones, puede mejorar nuestro estado de ánimo, protegernos de la ansiedad y el estrés y estimular la creatividad.319 Puede hacer crecer el optimismo, hacer más profunda la empatía y mitigar el aburrimiento.320 La nostalgia puede incluso aumentar la sensación fisiológica de comodidad y calidez. Somos más proclives a sentirnos nostálgicos en los días fríos. Y cuando los investigadores inducen la nostalgia en sus experimentos —a través de la música o un olor, por ejemplo— las personas son más tolerantes al frío y perciben una temperatura más alta.321
Como el patetismo, la nostalgia es «una emoción agradable pero preponderantemente positiva y fundamentalmente social». Pensar en tiempo pasado provee «una ventana al yo intrínseco», un portal que nos lleva a quienes realmente somos.322 Dota al presente de significado.
El mismo principio se aplica al futuro. Dos destacados científicos sociales —Daniel Gilbert, de la Universidad de Harvard, y Timothy Wilson, de la Universidad de Virginia— arguyen que aunque «todos los animales son viajeros en el tiempo», los seres humanos llevan ventaja. Los antílopes y las salamandras pueden prever las consecuencias de sucesos que han experimentado antes. Pero sólo los seres humanos pueden «preexperimentar» el futuro simulándolo en la mente, lo que Gilbert y Wilson denominan «prospección».323 Sin embargo, no dominamos esta habilidad tanto como pensamos. Aunque los motivos varían, la lengua que hablamos —literalmente los tiempos verbales que usamos— puede ser un factor.
M. Keith Chen, hoy economista de la UCLA, fue uno de los primeros que exploró la conexión entre el lenguaje y la conducta económica. Primero agrupó treinta y seis lenguas en dos categorías: las que tenían un tiempo futuro fuerte y las que tenían un tiempo futuro débil o ninguno. Chen, un estadounidense que creció en un hogar donde se hablaba chino, plantea las diferencias entre el inglés y el mandarín para ilustrar esa distinción. Dice: «Si yo quisiera explicar a un colega angloparlante por qué no puedo ir a una reunión que habrá hoy más tarde, no podría decir: “Voy a un seminario”». En inglés, Chen tendría que señalar explícitamente el futuro diciendo: «Voy a ir a un seminario» o «Tengo que ir a un seminario». Sin embargo, si «por el contrario estuviese hablando mandarín, lo natural para mí sería omitir cualquier marcador de tiempo futuro y decir Wŏ qù tīng jiăngzò (Yo voy escuchar seminario)».324 En los idiomas con futuros fuertes como el inglés, el italiano y el coreano, los hablantes tienen que establecer distinciones muy marcadas entre el presente y el futuro. En los idiomas con futuros débiles como el mandarín, el finés y el estonio, se hacen pocas diferencias y muchas veces ninguna.
Chen analizó después —controlando los ingresos, el nivel educativo, la edad y otros factores— si las personas que hablaban lenguas con futuros fuertes y débiles se comportaban de manera distinta. Lo hacían, a veces de manera asombrosa. Chen descubrió que los hablantes de lenguas con futuros débiles —las que no marcaban explícitamente la diferencia entre el presente y el futuro— eran un 30 por ciento más proclives a ahorrar para la jubilación y un 24 por ciento menos propensos a fumar. También tenían relaciones sexuales más seguras, hacían ejercicio más a menudo y eran más sanos y ricos al jubilarse. Esto también ocurría en países como Suiza, donde algunos ciudadanos hablaban una lengua con futuros débiles (alemán) y otros una lengua con futuros fuertes (francés).325
La conclusión a la que llegó Chen no fue que la lengua que hablara una persona provocara esa conducta. Simplemente podría reflejar diferencias más profundas. Y la pregunta de si la lengua moldea el pensamiento, y por tanto nuestros actos, sigue siendo una cuestión controvertida en el campo de la lingüística.326 No obstante, otros estudios han demostrado que planificamos de manera más eficaz y actuamos de manera más responsable cuando el futuro se percibe más cercano al momento presente y nuestros yos actuales. Por ejemplo, una razón por la que la gente no ahorra para la jubilación es que de algún modo considera que la versión futura de sí mismos es una persona distinta a la persona actual. Pero cuando se le muestran imágenes donde aparece envejecida, aumenta su propensión a ahorrar.327 Otra investigación ha revelado que simplemente pensar sobre el futuro en unidades más pequeñas —días, no años— «hacía que las personas se sintiesen más cerca de su futuro yo, y fuesen menos propensas a sentir que su yo actual y su yo futuro no eran en realidad la misma persona».328 Como ocurre con la nostalgia, la función más elevada del futuro es acentuar el significado del presente.
Lo que nos lleva al propio presente. Dos últimos estudios esclarecedores. En el primero, cinco investigadores de Harvard pidieron a un grupo de personas que hiciera pequeñas «cápsulas de tiempo» del momento presente (tres canciones que hubiesen escuchado hacía poco, una broma privada, el último evento social al que habían asistido, una foto reciente, etc.) o escribieran sobre una conversación reciente. Después les pidieron que conjeturaran cuánta curiosidad sentirían sobre lo que habían documentado meses atrás. Cuando llegó el momento de ver las cápsulas de tiempo, los sujetos sentían mucha más curiosidad de la que habían predicho. También descubrieron que lo que habían conmemorado tenía mucho más significado del que esperaban. En múltiples experimentos, los sujetos subestimaban el valor de redescubrir experiencias del presente en el futuro.
«Al registrar momentos cotidianos de hoy, el presente nos puede servir para hacernos “un presente” para el futuro», escriben los investigadores.329
El otro estudio analizaba el efecto del asombro. El asombro habita «en las cotas más altas del placer y en la frontera del miedo», como lo explican dos investigadores. Es «una emoción poco estudiada [...] fundamental para la experiencia de la religión, la política, la naturaleza y el arte».330 Tiene dos atributos clave: inmensidad (experimentar algo que es más grande que nosotros mismos) y adaptación (la inmensidad nos obliga a ajustar nuestras estructuras mentales).
Melanie Rudd, Kathleen Vohs y Jennifer Aaker descubrieron que experimentar asombro —la vista del Gran Cañón, el nacimiento de un niño, una tormenta espectacular— modifica nuestra percepción del tiempo. Cuando experimentamos asombro, el tiempo se ralentiza. Se expande. Sentimos como si tuviésemos más. Y esa sensación nos hace sentir mejor. «Experimentar asombro hace que las personas se sitúen en el momento presente, y estar en el momento presente subyace a la capacidad del asombro para ajustar la percepción del tiempo, influir en las decisiones y hacer que la vida parezca más satisfactoria.» 331
Tomados en conjunto, todos estos estudios sugieren que el camino a una vida llena de sentido y significado no es «vivir el presente», como han aconsejado muchos gurús espirituales. Es integrar nuestras perspectivas sobre el tiempo en un todo coherente, uno que nos ayude a comprender quiénes somos y por qué estamos aquí.
En una inolvidable escena de la película El conflicto de los Marx (1930), Groucho Marx se corrige a sí mismo por utilizar el verbo «estemos» cuando debería haber dicho «estábamos». Y lo explica: «He utilizado el subjuntivo en vez del tiempo pasado». Inmediatamente después, añade: «Hace mucho tiempo que no vivimos en tiendas de campaña, ahora vivimos en bungalós».332
También nosotros hemos superado los tiempos verbales. El reto de la condición humana es aunar pasado, presente y futuro.
Cuando empecé a trabajar en este libro, sabía que los tiempos eran importantes, pero también algo inescrutable. Al empezar este proyecto, no tenía ni idea de cuál era el destino. Mi objetivo era llegar a algo parecido a la verdad, precisar algunos datos e ideas que pudiesen ayudar a las personas, incluido yo mismo, a trabajar de manera un poco más inteligente y vivir mejor.
El producto de la escritura —este libro— contiene más respuestas que preguntas. Pero en el proceso de escribir ocurre lo contrario. Escribir es el acto de descubrir lo que piensas y lo que crees.
Antes creía que había que ignorar las olas del día. Ahora creo que hay que surfearlas.
Antes creía que las pausas para comer, las siestas y los paseos eran una forma de indulgencia. Ahora creo que son una necesidad.
Antes creía que la mejor forma de superar un mal comienzo en el trabajo, en los estudios o en casa era librarse de él y pasar página. Ahora creo que el mejor enfoque es empezar otra vez o empezar en compañía.
Antes creía que los puntos medios no importaban; sobre todo porque no sabía ni que existiesen. Ahora creo que los puntos medios ilustran algo fundamental sobre cómo actúan las personas y cómo funciona el mundo.
Antes creía en el valor de los finales felices. Ahora creo que el poder de los finales no reside en su carácter completamente soleado, sino en su patetismo y su significado.
Antes creía que sincronizarse con otros era simplemente un proceso mecánico. Ahora creo que requiere un sentido de pertenencia, que recompensa con un sentido del propósito y que revela una parte de nuestra naturaleza.
Antes creía que los tiempos lo eran todo. Ahora creo que todo momento es justo.
Antes creía que el timing, la elección del momento justo, lo era todo. Ahora creo que todos los momentos son el momento justo.