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CONSTRUYE TU ALTAR

En Alcohólicos Anónimos hablan de un Poder Superior, de Dios tal como lo entiendas. Y esto es perfecto para nuestro propósito. No importa cómo lo llames, siempre y cuando lo invoques. Lo que importa no es un nombre, una palabra, una doctrina ni un dogma religioso. Lo que importa es un principio espiritual que se convierte en una realidad viviente, que afecta tanto tu cuerpo como tu alma: un poder mayor que la mente mortal, en ti, pero que no proviene de ti, puede hacer por ti lo que tú no puedes hacer solo.

Considera lo que eso significa para ti. Puede ser buena idea llevar un diario para escribir tus pensamientos, tomarte un minuto para reflexionar en tus creencias espirituales o hablar con tus amigos o consejeros respecto a tus ideas. Este curso no trata tanto de tu relación con la comida como trata de tu relación con tu Creador. Sanando tu relación con Él, sanas tu relación contigo mismo; sanando tu relación contigo mismo, sanas tu relación con todo.

Nuestra meta es que te ocurra un milagro. Pero un milagro proviene de algún lado, no surge de tu mente mortal sino de la Mente de Dios. Para el propósito de estas 21 lecciones, será útil considerar la posibilidad de que la Mente Divina puede sanarte milagrosamente. Eso es lo único que tienes que hacer: estar dispuesto a considerar la posibilidad de que esto sea cierto. Al abrir tu mente a la posibilidad de un milagro, pavimentas el camino para experimentarlo.

Has intentado muchos métodos para terminar con tu situación infernal con la comida, desde varios programas de comidas hasta ejercicios, ayunos y quién sabe cuántas otras cosas. Ahora te propongo que trates algo que puedes o no haber tratado antes. Te sugiero que plantes una semilla de mostaza y que permitas que la fortaleza de Dios crezca en tu interior. “El reino de los cielos es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol” (Mateo 13:31–32).

Te sugiero que aceptes este hecho: no puedes superar este problema por ti mismo. No puedes detenerte. No tienes control sobre eso. Es más grande que tú. Si hubieras podido hacerlo por ti mismo, ya lo habrías hecho.

Tu libertad radica en aceptar aquello que más te atemoriza: eres impotente para detener este problema, para combatirlo o para arreglarlo. Tu compulsión de comer en exceso es más fuerte que tú..., estás tan cansado de librar esta batalla contra ti mismo que una parte tuya prefiere morir que seguir adelante.

Ahora es el momento de abandonar la lucha.

¿Cómo te sientes al respecto? ¿Aliviado o nervioso? “¿Qué? ¿Abandonar la lucha? O sea, ¿darme por vencido?”, podrías decir. “¿Estás loca? ¿Cómo puedo darme por vencido? Si me doy por vencido, ¡ahí sí que me volveré completamente obeso! ¡Incluso puedo morir! ¡Perderé por completo el control!”.

Pero, ¿no has perdido el control ya? ¿Exactamente, qué parte tuya te guiaría para que sigas con la lucha? Esa voz que parece hablarte con tanta preocupación y sabiduría, advirtiéndote para que sigas luchando, ¿es un poder que te ha mostrado una efectiva solución al problema? Y si de hecho, no lo ha logrado, ¿no crees que es hora de que la despidas como guía?

Tu salvación en esta área radica, no en resistir la verdad de tu impotencia ante la comida, sino más bien en aceptarla. Pues esta aceptación te llevará directamente a los brazos de Dios, sea cual sea tu noción de Él o sea cual sea la forma en que Lo entiendas. Comprendes, una vez que aceptas que el problema es más grande que tú, que quizá hay algo más grande que eso.

Ahora mismo estás en una de las encrucijadas más importantes de tu vida, pues un problema con el que has lidiado durante mucho tiempo ha llegado a su clímax. Quizá te sientes arrinconado, sientes que has tratado todo y ya no te quedan fuerzas. Al haber dependido de tu propia fortaleza para sanarte, terminaste exactamente de vuelta en medio de la llaga. Sientes que te has hecho tú mismo un jaque mate y has sido doblegado por tu propio ego. Todos tus esfuerzos han sido inútiles al enfrentarte con el poder demoníaco de tu compulsión a comer en exceso.

No obstante, exactamente la misma situación que te ha hecho daño ahora puede convertirse en tu sanación, si le permites que te lleve a lo profundo del misterio de la dependencia del alma en la Divinidad. No olvides que aunque tu herida es más poderosa que tu mente consciente, Dios es más poderoso que tu herida.

¡No puedo, pero Dios puede! ¡No puedo, pero Dios puede! se convierte en tu mantra. Y al comprender que el poder de tu ser mortal es pequeño, cuando se compara con el poder de Dios, ya no necesitas “inflarte” en un esfuerzo para hacerte lo “suficientemente grande” para lidiar con tus problemas. De hecho, descubres el poder de la verdadera humildad, sometiéndote a un poder más grande que el tuyo. Dios es lo suficientemente grande para lidiar con tus problemas: tú no tienes que serlo.

Puedes sentir casi como un insulto personal cuando al principio ves que tu parte para hacer que tu vida funcione en calma es tan pequeña comparada con la Suya. No obstante, ésa es exactamente la relación correcta entre el poder mortal y el divino. Con el fin de terminar tu reinado de terror, de comer compulsivamente, necesitas un poder que penetre verdaderamente en tu cerebro, cambie tu sistema nervioso, cambie tus patrones y hábitos, cambie tu imagen de ti mismo, cambie tus ideas respecto a la comida, cambie tus ideas respecto a tu cuerpo; y una serie de otros factores físicos, emocionales y psicológicos.

¿Qué poder terrenal podría lograr un cambio tan rotundo? Cuando aceptas la posibilidad de que puede existir otro camino —de que quizá podría ocurrir un milagro— permites que tu mente experimente un milagro. Te produce alivio reconocer algo que siempre sospechaste, pero sentías terror de admitir: que no tienes lo que hace falta para perder peso para siempre. Tú no, pero Dios sí.

Cuando le permites a Dios su grandeza, te permites reducirte físicamente. Comienzas a deshacerte de tus cargas cuando recuerdas que hay alguien a quien se las puedes entregar.

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El peso de tu cuerpo no es nada comparado con el peso en tu corazón...: la tristeza, la vergüenza, la desesperanza, el agotamiento. Sin embargo, imagínate, siquiera por un momento, que existe una fuerza en el universo que puede hacerse cargo de tu dolor, de tu vergüenza y de todo lo demás, y sencillamente quitarlo de tus hombros. Estás cargando un peso que no se supone que cargues ni tienes que cargar. Tu peso es una carga que ahora puedes entregar. Fuiste creado para viajar ligero en este planeta, con el mismo sentido de alegría relajada que tienen los niños. Tan pronto aligeras tu mente, tu cuerpo también se aligera.

Un niño pequeño que vive en un ambiente normal y sano se siente libre y relajado porque asume que un adulto se está haciendo cargo de sus necesidades. Se supone que esto sea un modelo para el desarrollo de nuestra sana relación con la Divinidad. Se supone que confíes en el universo como un niño confía en un adulto. Sin embargo, si cuando niño llegaste a sentir que tus figuras adultas de autoridad no eran confiables, te ha costado más trabajo hacer la transición hacia una dependencia sana de la máxima naturaleza de la realidad. Piensas que estás solo y tienes que lograr todo por ti mismo. Con razón te sientes pesado...

En consecuencia, has tenido dificultades procesando tus emociones. No trabajas a través de ellas; te aferras a ellas. Tratas de atiborrarlas. Surgen los problemas, tanto conscientes como inconscientes, y en vez de desistir de ellos, los interiorizas. Subconscientemente, agrandas una talla a tu cuerpo con el fin de contener tus grandes problemas. Tratas de crear un empaque más grande para cargar todos sus asuntos, cuando, para empezar, ¡ni siquiera tendrías que estar llevándolos a cuestas!

Quizá eres del tipo que siente la necesidad de sabotearse cuando las cosas comienzan a salir demasiado bien. Quizá has tomado la decisión subconsciente de que solo deberías permitirte cierta cantidad de éxito, o cierta cantidad de dinero, o cierta cantidad de belleza física o felicidad. Y ¿por qué? Puede haber muchas razones: quizá creciste temiendo romper barreras que tus padres no lograron romper, o sentías vergüenza de tener éxito donde otros no lo lograban, o te preocupaba perder la aprobación o el amor de alguien si te atrevías a vivir la vida que realmente deseabas.

No importa la razón por la cual existe tu propia barrera invisible, ese punto tras el que tu alarma subconsciente comienza a sonar: “¡Ajá! ¡Demasiado bueno! ¡Demasiado bueno! ¡No sigas! ¡Regresa!”. Algo así como...: regresa a esa condición limitada a la que perteneces. No te atrevas a liberarte. Si rompes esa barrera, ¡se va a armar la gorda! Pero frente a esa barrera es dónde en realidad ya se ha armado la gorda...

La urgencia abrumadora de comer en exceso refleja la barrera oculta que has erigido en tu mente; ahora estás invitado a cruzar esa barrera y a salir corriendo en busca de tu libertad. Imagínate a Dios mismo, de cualquier forma que se aparezca ante ti, caminando hacia la barrera y derrumbándola. Es la barrera misma la raíz de tu problema. No es suficiente controlar tu apetito; la verdadera sanación involucra disolver la barrera eliminando las falsas ideas que te han mantenido encadenado.

Pidámosle ahora a Dios que te libere de las limitaciones mentales que existen en tu interior en forma de pequeños y mezquinos tiranos. No hay forma de entregar todo tu peso, sin entregar tu creencia subconsciente de que estás mejor cuando pesas mucho. Si en tu subconsciente estás convencido de que tener peso de sobra es una zona más segura que la de estar delgado, entonces, por supuesto, tu instinto primario de protegerte se asegurará de que permanezcas con ese peso de sobra. Sentirás una necesidad subconsciente de sabotear lo que es mejor para ti.

Algunas veces nos sentimos tentados a restringir o a tapar lo que es bueno para nosotros, pues tememos que al destapar la olla sea demasiado caótico, un proceso demasiado fuera de control. Pero la vida que llevamos a instancias de nuestros mecanismos de control —ya sea que lo expresemos a través de una urgencia obsesiva de comer o un rechazo obsesivo a la comida— es precisamente la vida que está fuera de control. Al intentar suprimir tus sentimientos, tu belleza, tus éxitos, tu fuerza vital, estás restringiendo la vida misma. Y no puedes hacer esto. No importa lo mucho que trates de abortar el proceso, la vida sigue. Se desarrollará hermosamente, o se desarrollará menos hermosamente. Pero se desarrollará.

Y esto es algo bueno. Pues toda esa energía vital que viene a ti no es una amenaza, sino un regalo; no es una maldición, sino una bendición. Tu alternativa para intentar restringir lo que no puede ser restringido de ninguna manera, es permitirlo, permaneciendo ante las bondades de la vida no buscando restringirlas, sino más bien disfrutando de sus delicias. Las delicias más intensas que estás buscando no se encuentran en la comida, sino más bien en vivir la vida a plenitud. No resistas el flujo de la vida; relájate en ella, y maravíllate ante el milagro que se revela siempre ante ti: la vida misma. Dios sabe cómo ser Dios, y te lo demostrará —si se lo permites— la magnificencia de la creación manifestándose en ti y a través de ti.

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Espiritualmente, desear perder peso no es un deseo de reducirte, sino más bien un deseo de llegar a ser más como tu ser verdadero. Y recuerdas quién eres verdaderamente cuando recuerdas Quien te creó. Restableciendo tu relación correcta con tu Fuente, restableces tu relación correcta contigo mismo: en tu mente y en tu cuerpo. Eres un ser creado por amor y te sientes en casa en el amor. Tu deseo más profundo no es la comida, sino la experiencia del hogar. Tu deseo más profundo no es la comida, sino el amor.

El amor es el creador y el orden del universo. Subestimamos enormemente la ruptura sísmica causada por la más ligera desviación del amor. Cada momento en que comes de forma inconsciente es un momento en que padeces la carencia de un amor propio sano y estás luchando por encontrarlo en otra parte. Así como el niño recibe de su madre el alimento cuando está en su vientre, así recibimos nosotros nuestro verdadero alimento directamente de la Divinidad. Al restablecer tu relación con tu Fuente Divina, recibes de nuevo el alimento divino. Cuando reparas tu conexión con el amor, liberas tu compulsión de buscar amor en una fuente que solo te produce odio hacia ti mismo.

Te enseñaron que fueras independiente, y por supuesto esto es algo muy bueno. Pero depender de Dios no es abdicar a tu responsabilidad; es el acto máximo de responsabilidad. No te hace menos poderoso reconocer un Poder Supremo; te hace más poderoso, porque te da acceso al poder de la fe.

La fe es un aspecto de la conciencia; no existe una persona sin fe. Ahora mismo, tienes muchísima fe...; fe en que comerás demasiado, no importa lo que hagas. Fe en que jamás perderás peso para siempre. Fe en que comer demasiado es tu único verdadero amigo, aunque tú sabes que es todo menos un amigo. La verdadera pregunta es: ¿Tienes más fe en el poder de tu problema o en el poder de un milagro para resolverlo?

Tratemos ahora de ajustar un poco tu fe. Cree, aunque sea por un momento, que Dios hará un milagro en tu vida. Intenta tener fe en eso. Alejará de ti tus deseos inapropiados y excesivos de comida; eliminará tus falsos apetitos y regresará tu cuerpo a su sabiduría natural; restaurará tu vida a su propósito y alegría. Y si no puedes hacer eso, si no puedes invocar la fe necesaria, entonces, aunque sea por un momento, apóyate en la mía.

El problema no es que no somos creyentes; la mayoría de nosotros lo somos. El problema es que muy a menudo mantenemos nuestras “creencias” e incluso nuestra “fe” separadas del resto de nuestras vidas. Como si la espiritualidad estuviera en una esquina de la vida, como si no tuviera nada que ver con nuestros cuerpos, relaciones, vidas laborales o cualquier otra preocupación práctica.

“Dios tiene suficiente en qué pensar”, dice a menudo la gente, como si no debiéramos molestarlo con nuestros problemas triviales. Pero no hay un solo lugar en el universo que no esté lleno, impregnado, penetrado o estimulado por la Divinidad. Tu Creador no puede quedarse fuera, excepto en tu mente. Y dondequiera que lo dejes fuera de tu mente, Él no te puede ayudar. Permítele que te ayude a perder peso, y Él lo hará.

En este punto, es muy probable que tu miedo mental comience a desacreditar estas lecciones. Al comer demasiado, el miedo ha encontrado en ti un hogar perversamente cómodo y no va a dejar su casa tan fácilmente. Con cada paso que des hacia delante, te va a tentar para que retrocedas: “Estas son puras insensateces”. “No puede funcionar”. “Dios no tiene nada que ver con tu peso”. Este es el tipo de armamento que tu miedo usará para asegurarse de que no importa qué otra cosa hagas, no le darás la más mínima oportunidad a este curso.

Pues algo en tu mente ha comenzado a expandirse, y el espíritu del miedo no lo aceptará de ninguna manera. “Oye, ¡para!”. Dirá el miedo. O “esto es una pérdida de tiempo”. O la salida pseudo intelectual: “¡La fe no es racional!”. Pues bien, tampoco lo es una aceptación amorosa, pero nadie dudaría de su poder.

El miedo es un tirano psíquico que no tiene la intención de dejar libre a su esclavo. Te dirá lo que sea necesario para confundir tus ideas y pervertir tus apetitos. Buscará siempre preservarse; no importa si eres espiritual o religioso siempre y cuando no practiques demasiado en tu vida. No importa si vas a la iglesia, siempre y cuando estés gordo y vayas a la iglesia. Debes hacer lo que te dice, cómo y cuándo te lo dice. Y nada, ni siquiera la mejor de tus intenciones, fuerza de voluntad ni autodisciplina, tienen el poder de imponerse a su autoridad. Solo Dios lo hace.

Incrementemos tu fe en eso.

La tarea de esta lección es construir un altar a la Divinidad. Construirás un altar espiritual en tu corazón y un altar físico en tu casa.

El miedo ya tiene un altar: tu cocina. Tiene gabinetes y un refrigerador, cajones llenos de envases de comida, tenedores, cuchillos y cucharas. Tiene todas esas cosas, además de repisas, un lavaplatos y más. Es el cuartel general de muchos de tus miedos.

Establezcamos ahora otro cuartel general: el cuartel general del amor.

Con esta lección, tu tarea es crear un lugar en tu casa para recordarte que el amor, no el miedo, es el verdadero poder en tu vida. Cada vez que visites tu altar, se fortalecerá el poder del amor en tu mente. Y cuanto más tu mente se llene de amor, más se llenará tu vida de milagros.

Mira a tu alrededor y considera qué lugar de tu casa sería el ideal para construir tu altar. Tu altar debe celebrar y apoyar el poder del amor divino. A su lado debe haber una silla donde puedas leer material que te inspire, orar y meditar. Debe incluir la superficie sobre la cual puedas colocar objetos hermosos o significativos que te recuerden a tu espíritu. Este libro, por supuesto..., fotos, libros sagrados, estatuas, flores frescas, rosarios, objetos sagrados...: son todos ejemplos de artículos apropiados que puedes colocar sobre tu altar. Mientras avances en este curso —y de hecho, a lo largo de la jornada de toda tu vida— es buena idea que tu altar sea una expresión continua de tu devoción hacia Dios. Este espacio dedicado te recuerda postrarte ante el amor y solo ante el amor. Y cada vez que escribas en tu diario, debes regresarlo a tu altar.

“Ama al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” es el primer mandamiento..., y, ¿por qué? Porque es la clave para vivir bien. Debemos enfocarnos en la voluntad divina porque si no lo hacemos nuestro enfoque será sobre otra cosa. Esa otra cosa puede ser: neurosis, patología, compulsión y miedo. Al separarnos de los pensamientos de amor, ciegos ante la única fuente de nuestra bondad, buscamos el amor en los lugares equivocados. Eso es idolatría. Comer se ha convertido en un falso ídolo para ti.

En un día dado, cuando sientas ansias, cuando te sientas fuertemente atraído a la danza ritualista de odio hacia ti mismo, que es en verdad comer en exceso, tendrás más poder para resistirlo si ese día ya has experimentado el poder de tu altar..., si has orado y le has dado gracias a Dios. Pues al haberte inclinado ante el poder de la divinidad, estarás mucho menos tentado a inclinarte ante el poder de tu compulsión de comer en exceso.

Una vez que comienzas a construir tu altar al amor, comienzas a derrumbar tu altar al miedo. Primero, vamos a tu cocina y oremos para que sea un hogar de amor y solo amor.

Querido Dios:

Te dedico esta habitación.

Que solo el amor prevalezca aquí.

Que el miedo ya no tenga poder

en mi corazón, en mi cuerpo ni en mi casa.

Amén

Existe también una tradición de los indios norteamericanos llamada “sahumerio” que podrías encontrar útil. Debes tomar un poco de salvia y quemarla en una vasija, en este caso, en tu cocina. Unido a la oración, este ritual de hierbas ayudará a purificar tus apetitos disfuncionales. Purificarán la habitación de energías compulsivas que todavía quedan en el aire, residuos psíquicos de aquel que solía inclinarse como un esclavo ante el altar del miedo. Tú ya no eres esa persona. Aunque el fantasma de quien solías ser pueda aparecer para espantarte, no dejes que esto te atemorice. Ya has recordado lo que es sagrado, y lo que no es sagrado ya no puede hacerte daño.

Te sugiero que saques de tu cocina todas las comidas demasiado provocativas, pues todavía pueden perjudicarte mientras no tienes la voluntad para resistir la tentación. Si te pasa por la cabeza la idea de que estás desperdiciando comida que cuesta dinero real, recuerda que demasiada comida malsana puede, de hecho, costarte la vida. Llena más bien tu cocina de alimentos nutritivos de diversos colores; pídeles a tus parientes y amigos que te ayuden en este proceso, si necesitas su apoyo. Deshazte de todo lo malsano, y haz que tu cocina se convierta en un lugar sagrado.

Regresando a tu nuevo altar —tu altar al poder del amor— permítete, cuando estés sentado frente a él, llenarte de las energías del espíritu. Leer, escuchar música, escribir cartas, ver fotos..., cualquier cosa que te ayude a construir las formas de pensamientos y los sentimientos de una vida más hermosa. Incluso libros sobre comida, siempre y cuando hablen de alimentación sana y saludable.

Puedes aprovechar la oportunidad para expandir tu lectura y leer unos poderosos principios: los 12 Pasos de los Comedores Compulsivos Anónimos (OA por sus siglas en inglés). Ya seas adicto o comedor compulsivo —el cual, aunque no es adicto a una comida en específico, es incapaz de controlar el deseo de comer en exceso— estos principios conllevan una sabiduría universal que ha salvado las vidas de millones de personas.

Los pasos son adagios universales que le llegan a cualquier persona que esté lidiando con una adicción, los primeros tres encapsulan el significado de la entrega total espiritual: como adicto, debes admitir que eres impotente ante tu problema, que solo Dios es lo suficientemente poderoso como para restaurarte a la cordura, y que como adicto, debes poner en manos de Dios tu voluntad y tu vida, de cualquier forma que lo concibas.

La adicción representa un lugar donde nuestra cordura ha sido abolida. No importa lo que hagas —no importa qué tanta dieta ni ejercicio hagas— mientras exista ese lugar en tu mente donde tu cordura se apaga como si tuviera un interruptor, incluso tus más grandes esfuerzos serán en vano. Esto hace que tu vida sea incontrolable. Es como si hubiera un lugar donde siempre te vuelves impotente, no importa lo poderoso que puedas sentirte en otros aspectos.

Solamente tú puedes decir si eres adicto. La adicción es más que una compulsión: requiere abstinencia de artículos en particular (por lo menos temporalmente), ya sea que estén hechos de azúcar, harina blanca, carbohidratos refinados; o comidas específicas que te provocan un atracón. Hacer las paces con la idea de que eres un adicto es algo muy importante y debe tratarse con el respeto apropiado. Respeto por el dolor que ya te has causado. Respeto por la desilusión que sientes al saber que debes abstenerte de ciertas sustancias con el fin de liberarte. Respeto por el dolor que sientes ahora, mientras te permites abrirte a las muchas ideas y emociones que solo ahora comienzan a surgir.

Esta no es una jornada que debes tomar solo. Quizá tienes un grupo de amigos con tu misma mentalidad que han sufrido lo que tú has sufrido y con quienes puedes compartir el dolor y el poder de esta jornada. Una jornada solitaria solamente le dará más poder al miedo, mientras que si tomas este camino con otros, esto le dará el poder y la bendición del amor. Si te sientes atraído por este curso y deseas llevarlo a cabo de una manera más profunda, quizá tienes amigos que quisieran practicar contigo las lecciones. Conectarte profundamente con otras personas es conectarte con la Divinidad.

Solo la Divinidad es más poderosa que el miedo, convirtiendo en impotente aquello que te ha convertido a ti en impotente. Solo la Mente Divina puede restaurarte a tu mente correcta. Toda idea de que tú mismo puedes lidiar con tu adicción, superarla o eliminarla, es una idea que con el tiempo solo te llevará de regreso a tu conducta demente.

Ésa es la razón por la cual el mensaje aquí, no es: “No pienses mucho en comida”. El mensaje es: “Piensa más en Dios”. Por medio de un cambio radical y poderoso en tu relación con Dios, tu relación con la comida también comenzará a cambiar. Pero entregarle tu vida a la divinidad es más que algo que haces de vez en cuando. Es una voluntad a toda prueba de abandonar todo: toda idea, todo patrón y todo deseo que impida que el amor entre en ti y se extienda a través tuyo. No es suficiente transformar algunos de tus pensamientos, ni siquiera tu cuerpo. Te liberarás y permanecerás libre, solo si estás dispuesto a transformar tu vida.

Ahora comenzarás a ver cómo las situaciones problemáticas, que tienen poco o nada que ver con la comida, sí tienen todo que ver con la comida, si representan bloqueos para el amor. Es un cambio sutil pero poderoso de “entrego esta situación o aquella en las manos de Dios”, a cómo dicen en Alcohólicos Anónimos: “Entrego mi vida y mi voluntad en manos de Dios”. A menos que entregues toda tu vida, y no solo comer en exceso, tu compulsión encontrará siempre terreno fértil en dónde regenerarse.

El miedo es como un ladrón con paciencia infinita, dando vueltas casualmente alrededor de tu casa en la creencia de que finalmente serás lo suficientemente descuidado para dejar una de las puertas sin cerrar. Se oculta y simplemente espera. “Está bien. Qué importa si has estado comiendo sano y haciendo ejercicio durante el último mes. Aquí te espero hasta que te estreses lo suficiente con alguna situación en tu trabajo, y entonces pondré un poco de azúcar frente a ti mientras estés pasando por eso”. Es así de sagaz, así de insidioso y así de vicioso. Tu misión es colocar suficientes ángeles alrededor de tu casa para que el ladrón no pueda entrar.

Reflexión y oración

Cierra tus ojos, visualiza tu cuerpo impregnado de luz. Cada célula se llena de un elixir dorado vertido por la Mente Divina. Los ángeles te rodean mientras te permites liberarte por completo en el reino de la Divinidad.

Mantén esta imagen por lo menos durante cinco minutos. Exhala tus cargas e inhala el poder milagroso del amor. Observa la luz impregnando tu cuerpo. Continúa con esta visualización, usándola cada vez que ocurre un problema.

El punto es no solamente entregarle tu peso a Dios, sino entregarle todo. Y todo incluye tu cuerpo. Durante un mínimo de cinco minutos, permite que la Mente Divina tenga acceso pleno y total a tu ser físico. Las imágenes que surgen de esta experiencia son el comienzo de un proceso por medio del cual el miedo que tiene aferradas las imágenes de tu cuerpo terminará fundamentalmente, y en última instancia, siendo desmantelado de manera permanente.

Cuando camines hacia la cocina, visualiza a Dios caminando contigo. Cuando des un bocado, entrégaselo a Él. Incluso si comes demasiado, entrégale por completo la experiencia al Espíritu mientras lo haces: “Querido Dios, te entrego por completo esta experiencia. Amén”. No luches contigo. Simplemente aférrate a Dios.

Dios no es tu juez, sino tu sanador. No es que Él no se haya dado cuenta de tus patrones ni de tu sufrimiento. Simplemente, ha estado esperando el día en que lo invites a entrar y hacer lo que solamente Él puede hacer.

Querido Dios:

Mis ojos se han abierto a la naturaleza de mi enfermedad.

Soy impotente ante la comida y ahora lo comprendo.

Pongo en tus manos mi dolor y mi compulsión.

Por favor, haz por mí lo que yo no puedo hacer por mí mismo.

Querido Dios, por favor doblega mis falsos apetitos

y destierra mi temor.

Te agradezco por tu amor,

que sé que me bendice.

Te agradezco por tus bendiciones,

que sé que me sanan.

Que mi sanación, querido Dios,

sea de utilidad para los demás

de cualquier forma en que Tú lo dispongas.

Amén

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