No recuerdo, cuando era muy joven, si odiaba mi cuerpo o lo amaba. Simplemente recuerdo residir en él con inocencia y gozo natural infantil. Cuando era niña, recuerdo que me paseaba alegremente por mi casa en ropa interior, alardeando de mis calzoncitos plisados. Recuerdo que usaba un bikini, en esa época lo llamábamos traje de baño de dos piezas, y todavía no tenía senos para llenarlo. Recuerdo que era tan pequeña (o tan tejana) que no usábamos la palabra “desnudo”, sino la palabra “en pelotas”, y sin embargo no había nada sexual ni vergonzoso al respecto.
Más tarde, no obstante, algo ocurrió. No me ocurrió en un momento traumático; sino gradual e insidiosamente, como ocurre con muchas personas. Nunca fui acosada sexualmente, ni quedé psicológica ni emocionalmente traumatizada por un evento específico. Más bien, fue una acumulación de momentos tóxicos que se convirtieron en una inmensa ola de ansiedad que impregnó mi mente y convirtió mi cuerpo en un punto de confusión.
Por razones que permanecieron enterradas en mi subconsciente durante mucho tiempo, me mantuve alejada emocionalmente de mi cuerpo. De muchas fuentes, tanto en lo personal como en lo cultural, entraron en mi mente formas de pensamiento retorcidas con las cuales yo sabía que la única forma de lidiar era alejándome de esa parte de mi ser con las que estaban relacionadas. Lo que en una ocasión había sido para mí una fuente de placer, se había convertido en un tema doloroso. Simplemente, me disocié de aquello que no podía comprender. Mi cuerpo se convirtió en una casa en la que yo ya no vivía.
Para algunas personas, la disociación desde un sentido natural y sano con su cuerpo ocurre como resultado de un evento o de una experiencia traumática. Para otras, la adolescencia misma es traumática. A fin de cuentas, no importa tanto cómo ocurrió el trauma, siempre y cuando repares la herida que esa carencia ha dejado en tu interior. Aquello que se ha roto en tu cuerpo comenzó con una ruptura en tu corazón. Si eres comedor compulsivo, hay muchas probabilidades de que la historia de tu relación con tu cuerpo sea complicada, pero con esta lección, identificarás tus heridas con el fin de enfrentar mejor tu dolor.
Ya se ha establecido muy bien el carácter delictivo de las violaciones sexuales, el acoso sexual y asuntos similares, así como nuestra necesidad de protegernos como sociedad contra dichas transgresiones. Pero el más mínimo asalto de formas de pensamiento tóxicas puede conllevar también a serias consecuencias. Ya sea que tu historia personal involucre un trauma repentino o gradual, tu misión es comprenderlo para poder sanarlo.
Como ejemplo, en las siguientes páginas he listado la historia personal que me llevó a mi propia disociación de mi cuerpo. Tu lista puede ser diferente de muchas maneras, pero también puede ser muy similar a la mía. Lo que tenemos en común la mayoría de nosotros es que compartimos una crisis psicológica que se produjo cerca de la pubertad. Los pensamientos de inocencia se convirtieron en pensamientos de dolor, y aquello que era sano comenzó a ser considerado como malsano.
Pensamiento enfermizo #1: Mi cuerpo no
es lo suficientemente bueno.
Yo leía la revista Seventeen, por lo que estaba completamente segura de esto. Había muchas niñas que tenían más curvas, eran más altas, más sexys y otras cosas. Mariana tenía los senos más grandes, Diana tenía el pelo más bonito y Juliana tenía ese no sé qué que a los chicos les encantaba.
Consciente: Mi cuerpo es feo. No es lo suficientemente bueno.
Subconsciente: Mi cuerpo merece ser castigado.
Pensamiento enfermizo #2: Mi cuerpo inquieta
a los adultos, por consiguiente debe haber
un problema con mi cuerpo.
No tenía idea por qué mi maestra de inglés de séptimo, quien parecía adorarme, empezó a actuar de forma tan extraña conmigo una vez que mi cuerpo comenzó a desarrollarse. Tenía la vaga idea de que su extraña actitud tenía algo que ver con mi cuerpo y mi floreciente sexualidad, pero no había nadie ni nada que me guiara a través de los caprichos y las explosiones de la pubertad.
A comienzos de mis treinta, fui a hablar con esta maestra para enfrentarla respecto a lo que yo había experimentado con ella y para preguntarle si sencillamente me lo había imaginado. Ella me dijo —y llegará el día en que yo lo entienda — que yo no tenía ni idea de lo que significaba ser una mujer observando cómo su propia sexualidad se desvanecía, mientras jovencitas a su alrededor comenzaban a florecer en su propia sexualidad.
Mi maestra no tuvo la intención de hacerme daño; ella no me rechazó conscientemente; solo sentía un desilusión natural —una desilusión que no sabía cómo procesar excepto proyectándola en los demás— relacionada con una situación que no tenía nada que ver con mi vida y todo con la de ella.
También recuerdo que mi maestro de música se quedó mirando fijamente mis senos en una ocasión durante una lección de piano. Esto ocurrió antes de que hubiera una conciencia social respecto a estas cosas como hoy en día. Solo se quedó mirándome fijamente, pero si estás sentado en el piano y una niña está de pie junto a ti, estás mirando muy de cerca.
Cómo me hubiera gustado retroceder en el tiempo y haberle dicho su merecido. Murió antes de que yo tuviera la oportunidad, pero si hubiera podido, lo habría ido a ver para enfrentarlo de la misma manera que con mi maestra de inglés de séptimo.
Consciente: Los adultos actúan conmigo de forma extraña ahora que mi cuerpo ha cambiado.
Subconsciente: Mi cuerpo debe ser malo.
Pensamiento enfermizo #3: Mi papi ya
no quiere estar tanto cerca de mí.
Las actitudes de mi padre respecto al sexo y a la sexualidad —¡aunque ciertamente no muy recatadas cuando se trataba de mi madre!— eran de alguna forma muy anticuadas. Era como si quisiera que sus hijas se vistieran siempre de encaje rosa con guantes blancos hasta mucho tiempo después de que nuestras edades o la moda lo dictaran. Parecía de alguna manera incómodo con mi floreciente sexualidad, sin embargo yo no tenía idea de qué significaba eso o qué hacer con eso. ¿Cómo hubiera podido?
Recuerdo una ocasión —supongo que muchas mujeres tienen este tipo de recuerdos— en que fui a sentarme sobre el regazo de mi papá y él hizo que me levantara y me sentara en otra parte. Éste fue un instante fugaz, pero devastador para mí. Aunque ahora comprendo que representaba lo que sería un acto razonable de parte de los padres cuando las niñas que ya no son tan pequeñas se sientan sobre su regazo. Lo único que supe en ese entonces fue que una vez que superé la pubertad, mi padre comenzó a mirarme de una forma muy diferente. Yo sentía como que yo ya no estaba bien ante sus ojos, como si yo lo avergonzara de alguna manera.
Mi padre siguió llevándome los domingos al zoológico mucho tiempo después de que la idea de ir al zoológico fuera mi mejor plan para un domingo. Parecía que la única forma en que sabía relacionarse conmigo era si yo seguía siendo una niña pequeña.
La falta de habilidad de mis padres para ayudarme en esta transición —y en la suya propia— a través de mi doncellez arquetípica no fue producto de su falta de amor por mí, sino de su ignorancia psicológica respecto a cómo lidiar con esta experiencia. Aquí no hay nada que perdonar; simplemente hay que comprender.
Consciente: Mi papi no me trata como antes.
Subconsciente: Lo que soy ahora hace que mi papi se aleje de mí. Mi nuevo cuerpo es algo malo.
Ahora bien, justo en la época en que mi papi no parecía querer estar cerca de mi nuevo cuerpo, algunos muchachos jóvenes sí querían. Y puesto que yo me sentía afligida ante lo que parecía ser la pérdida del amor de mi padre, subconscientemente buscaba a mi alrededor cómo reemplazarlo. Añádele a eso la llamada liberación sexual de la década de los 60, y ahora entiendo cómo fui condenada hacia una seria confusión y una conducta autodestructiva. Como millones de otros, fui a buscar amor en demasiados lugares, casi asegurándome de encontrarlo en muy contadas ocasiones.
No obstante, muchas de mis experiencias fueron positivas. Hay un momento profundamente arraigado en mi memoria que es una parte preciada de mi pasado.
Una hermosa tarde, iba paseando por el parque Hermann en Houston. Llevaba una falda pantalón roja estampada de puntos blancos, la cual puedo recordar como si fuera ayer. Probablemente tenía unos 16 años. Un joven de aproximadamente la misma edad pasó a mi lado, y me miró de una forma inocente y apropiada, aunque decididamente masculina.
Nunca había experimentado algo así antes. Mi cuerpo ahora poseía una carga sexual, y el joven tenía la edad suficiente para advertirlo. Ya no era un niño, y yo ya no era una niña. Pero la energía era maravillosa, ni lasciva ni agresiva, y nuestro encuentro momentáneo ha permanecido en mí como uno de mis recuerdos más preciados. Ni siquiera hablamos, pero en ese momento, sentí por primera vez que era una mujer y no una niña.
La experiencia del parque fue algo precioso, como una imagen encantada de un cuento de hadas. Pero no era la realidad de la vida cotidiana. Ni siquiera llegué a conocer a ese joven. El valor de la experiencia fue que me mostró una ventana hacia la belleza inocente e ideal de mi propia sensualidad inmaculada. La vida me ofrecería experiencias positivas de mi propio aspecto físico. Pero el propósito de este inventario no es solamente celebrar lo bueno; sino también desarraigar lo malo, viéndolo, comprendiéndolo y perdonándolo.
Pensamiento enfermizo #4: Mi cuerpo
es lo que atrae el amor.
Ahora sé que mi cuerpo no atrae el amor; lo sé. Mi cuerpo atrae atención, pero no necesariamente atrae amor. Es mi espíritu y no mi cuerpo lo que magnetiza y mantiene el amor.
Vivimos en una sociedad que le otorga a la química sexual un papel más grande del que realmente tiene en el gran esquema de las cosas, y todos hemos estado sujetos a esta peligrosa conclusión. La química sexual es obviamente importante, porque sin ella la raza humana no podría perpetuarse. Pero la idea de que si soy lo suficientemente sexy, él me amará es un error trágico de pensamiento. Si soy lo suficientemente sexy, él podría desearme, eso es cierto, pero que me ame o no está basado en algo, mucho, mucho más allá de lo que ocurre en la cama.
Suena extraño considerarlo ahora, pero gran parte de la “liberación” sexual de los 60 no era en absoluto una verdadera liberación para las mujeres. Nos liberamos para tener relaciones sexuales, pero lo hicimos principalmente como un método para complacer a los hombres. Todavía no nos habíamos dado cuenta —ni tampoco la mayoría de los hombres en esa época— de que nuestro verdadero valor yacía en algo mucho más importante que nuestra sexualidad. Eso comenzó a cambiar fundamentalmente en los 70, no en los 60.
Consciente: El sexo es divertido.
Subconsciente: Si lo practico lo suficiente, me amarán.
Pensamiento enfermizo #5: Mi valor no tiene nada que ver con mi cuerpo. Todo mi valor radica en mi mente.
Una vez que se aplicó la corrección, nos fuimos por completo al otro extremo. La idea peligrosa de que el cuerpo de una mujer era todo lo que la convertía en atractiva se reemplazó por la idea igualmente peligrosa de que su mente era lo único que la convertía en atractiva. Millones de nosotras nos creímos la idea de que el atractivo sexual simplemente representaba un papel en las fantasías chovinistas masculinas que reducían a la mujer a objetos sexuales. Fue en ese entonces que creímos que era divertido quemar nuestros sostenes, dejar de rasurarnos las piernas o axilas, rehusar a que los hombres nos abrieran las puertas... y luego al final del día… hacerlo como conejos, por supuesto.
Saber que nuestro valor yace en mucho más que solo la apariencia de nuestros cuerpos fue por supuesto un gran logro. Pero el hecho de que el cuerpo de una mujer no es la esencia de su valor, tampoco significa ¡que su cuerpo no tenga ningún valor!
Pensar, como muchas de nosotras pensamos en aquellos días, que cualquier celebración masculina de nuestra apariencia era una traición al ideal feminista —aunque obviamente disfrutábamos de esa celebración una vez que se apagaban las luces— creó inevitablemente una ambivalencia psíquica y una disociación. Por otro lado, éramos lo suficientemente jóvenes como para disfrutar de las fascinantes sensaciones de la sexualidad juvenil. Al mismo tiempo, pensábamos que la única forma de estar verdaderamente a la moda era negar su importancia.
Consciente: Mi sexualidad no es lo que es importante sobre mí.
Subconsciente: Mi cuerpo no es importante.
Fue en esa época más o menos que comencé a comer de forma compulsiva. En adición a lo anterior, estaba la soledad de mis años universitarios, durante los cuales añadí los siete kilos típicos de primíparos que dicha experiencia a menudo acompaña. Para entonces ya estaba bastante embarcada y me dirigía de lleno a la oscuridad del infierno en lo relacionado a la comida, en donde permanecí por casi una década.
Un curso de milagros nos enseña a tener cautela ante el poder de una creencia no reconocida. He llegado a comprender, que basada en mi propia historia personal, yo poseía la creencia no reconocida de que mi cuerpo no era bueno, no era digno de amor, ni siquiera era importante... y luego me preparé, inconscientemente, a probarme que tenía la razón.
La disociación del cuerpo, por la razón que sea, no te priva solamente de disfrutar de la comida sana, sino además de identificarte con tu propio cuerpo. La disociación es cuando tú te ves aquí, y tu cuerpo está allá. Es una sensación de que de alguna manera estás separado de tu cuerpo, lo cual es una división trágica del ser.
Estoy muy consciente de que el trauma gradual de mi propia historia con mi cuerpo no es nada comparado con lo que otras personas han podido haber experimentado. Para aquellos que han sufrido de abuso físico, sexual o de cualquier otro tipo, un terror abrumador ha provocado una necesidad abrumadora de escaparse del dolor a cualquier precio.
En realidad, muchos comedores compulsivos no residen en su cuerpo, sino que más bien flotan por encima a unos quince o treinta centímetros, recreando una respuesta antigua —trágicamente necesaria en alguna ocasión— a una experiencia devastadora como haber sido azotados o violados. Esta experiencia puede que se remonte a los primeros días de la infancia, incluso hasta los tres o cinco años.
Según un estudio de la Universidad de la Escuela de Medicina de Pensilvania, al menos 33% de las niñas de los Estados Unidos han sido acosadas sexualmente, y las investigaciones descubrieron una conexión entre el acoso sexual y la obesidad en sus primeras etapas.
Para muchas personas, un mecanismo de escape instintivo, que se desarrolló originalmente como respuesta a ese tipo de abusos, ahora se activa como un interruptor en reacción a casi cualquier forma de estrés. El subconsciente da la orden: “¡Escápate! ¡Escápate!”. Y el niño o la niña que se sentía impotente de escaparse físicamente, desarrolló la capacidad de escaparse psicológicamente.
Cuando el niño se convierte un día en adulto, la orden de “¡escápate!” sigue existiendo, no solamente en reacción al peligro, sino también en reacción a casi cualquier forma de molestia física o emocional. Esto aplica dolorosamente, y quizá particularmente, a una reacción a la intimidad sexual.
El sexo sano requiere que residas verdaderamente en tu cuerpo, y en el caso de una víctima de abuso sexual, eso sería como entregarse ante un aviso de peligro. Si en un momento de trauma profundo, tu espíritu permitió que tu cuerpo se escapara de la realidad de la experiencia, y nunca llegaste a entrar en él de forma constante, entonces, ¿cómo escapas de tu escapismo para poder estar presente en el sexo? Esto obviamente puede ser muy difícil.
Comer en exceso se convierte, para aquellas personas disociadas de sus cuerpos, por la razón que sea, en una forma de recrear el escape original del dolor y la confusión. En un momento de adormecimiento inducido químicamente, puedes sentir: “Ah, logré escapar...”. Recreando el escape anterior de tu trauma físico, una vez más dejas tras de ti el campo del dolor... aunque sea por un momento. Un curso de milagros enseña que tú creas aquello contra lo que te defiendes. Al defenderte contra un trauma físico, has creado uno nuevo: el trauma de comer demasiado.
La lección de hoy comienza a desenmarañar esta ruta de horror, el sendero instintivo por el que sigues caminando en un esfuerzo para lidiar con el dolor y el estrés. En estos días, tu estrés puede parecer una tontería comparado con el abuso físico que soportaste cuando niño; puede ser algo tan mundano como tener que recoger a los chicos en la escuela, llevarlos a tiempo a su partido de fútbol y llegar a la tintorería antes de que cierren. No obstante, tu mente subconsciente sigue interpretando el estrés como peligro y reacciona a él de esa manera. “¡Debo salir de aquí!”. Es todo lo que sabes. Y te “escapas” en la comida.
Tu tarea ahora es escribir tu propia historia personal: donde las cosas salieron bien y donde las cosas salieron mal. Explora cómo llegaste a disociar, temer y quizá odiar a tu cuerpo. Y no esperes que esto sea fácil. Algunas de estas cosas pueden ser divertidas, otras pueden ser atemorizantes, otras ridículas, y algunas pueden ser extremadamente dolorosas. Lo importante es que seas honesto y franco.
Escribiendo tu historia llegas a entenderla mucho mejor. Y al entenderla mucho mejor, emergerás de la oscuridad de tu esclavitud subconsciente hacia los miedos que nacieron en un pasado distante. Estos miedos pueden ser disueltos hoy a través de la gracia y del amor. Haciendo esta lección, comenzarás el proceso.
Usa las páginas de tu diario para escribir tu historia, prestando total atención a los recuerdos buenos y a los malos. Regresa el libro a tu altar cada vez que termines de escribir.
Reflexión y oración
Cierra tus ojos y relájate en un estado meditativo. Durante este tiempo, permite que tu mente regrese a tu experiencia de cuando eras bebé, cuando empezabas a caminar, cuando eras un niñito o niñita y así sucesivamente.
Durante cada fase de la meditación, permítete ver cómo lucías en cierta época de tu vida, cómo te sentías respecto a tu cuerpo, las cosas por las que tuviste que pasar, quién estaba involucrado, cuando las cosas salieron bien, cuando te hicieron daño, cuando te volviste inconsciente al respecto, cuando te disociaste de tu cuerpo, cuando comenzaste a odiar tu cuerpo, las actitudes que formaste respecto al sexo, cuando decidiste cubrir tu cuerpo de grasa, y demás. Te darás cuenta que tus asuntos relacionados con la comida finalmente tienen muy poco que ver con la comida y mucho que ver con tus ideas respecto a ti mismo.
Esta no será una meditación rápida ni casual. Hay muchos sentimientos de tu pasado que han permanecido sin procesar..., muchas experiencias que todavía no has observado a través de los lentes del tiempo y el perdón... y muchas personas, incluyéndote a ti mismo, a quienes no has llegado a comprender. Usa este curso como un camino para que comprendas ahora lo que nunca antes pudiste comprender.
Querido Dios:
Te entrego mi pasado
y te pido que me lo expliques.
Desenreda, querido Dios,
las cuerdas de la confusión
que me atan.
Libérame de la esclavitud
de la ceguera y la falta de comprensión.
Regrésame, querido Dios,
a la sensación de que mi cuerpo
es Tu verdad, y la de nadie más,
que es sagrado y no impuro,
es amoroso y no castigador,
es alegre y no doloroso,
es sano y no enfermo.
Por favor, querido Dios,
disuelve mi pasado y regrésame a mi
ser inocente.
Amén