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SIENTE TUS EMOCIONES

Ya hemos establecido que la fuerza subconsciente de la compulsión por la comida se compone de sentimientos sin procesar. Cuando comes en exceso, buscas contener las emociones que se arremolinan en tu interior; llevarlas a un lugar, cubrirlas, y entumecerte de tal forma que no las sientas en absoluto.

Lo que hace que tus emociones sean diferentes, recuerda: no es lo que sientes, es cómo las procesas..., y, algunas veces: cómo no puedes procesarlas. Para el adicto a la comida, los sentimientos que pueden y deben ser procesados en la mente a menudo se colocan por error en el cuerpo, donde no pueden ser procesados y por lo tanto permanecen almacenados en su carne.

La única forma de eliminar el peso de los sentimientos sin procesar es permitirte sentirlos verdaderamente. Una vez más, el asunto son los patrones de la infancia. El amor y la comprensión de alguien más —y para un niño, ése alguien más es uno de los padres— provee un recipiente para nuestros sentimientos. Más tarde en la vida, si dicho recipiente estaba ausente en la infancia, el comedor compulsivo tiende a buscar ése recipiente que la comida no puede proveerle comiendo en exceso.

El amor de los padres debe ser un modelo del amor divino. Cuando el amor paterno nos brinda seguridad, es más fácil nuestra transición a adultos con el sentimiento de que estamos seguros en las manos de la divinidad. Si no sentías que podías transmitir sin temor tus sentimientos a tus padres, es muy poco probable que ahora sientas que puedes entregarle todos tus sentimientos a Dios.

Los sentimientos que no son reconocidos no pueden sentirse plenamente. ¿Cómo puedes sentir plenamente algo que ni siquiera has podido identificar con un nombre? Me siento triste, abochornado, abrumado, humillado, enojado, atemorizado, rechazado, abandonado, traicionado, ofendido, insultado, desesperanzado, ansioso, frustrado, culpable, solo..., a menudo se traducen en: me siento hambriento.

¡Vaya si estás hambriento, pero no de comida! Al haber obviado incluso el reconocimiento consciente de tu dolor, fuiste directamente al encuentro de un medio para apaciguarlo. Estás buscando una fuente externa que te provea de una experiencia que solo puede encontrarse internamente. No puedes deshacerte de tu dolor sin admitirte que lo tienes.

Las emociones deben sentirse de igual forma que la comida debe masticarse; las emociones deben digerirse en el interior de tu psiquis de la misma forma que la comida se digiere en tu estómago. El comedor compulsivo a menudo se atiborra de comida como una forma de evitar sentir sus emociones, pero luego maneja la comida de la misma forma que trata la emoción: demasiado rápido, sin masticarla y sin digerirla apropiadamente.

Una vez que sientes tus emociones, las puedes reconocer, observar, aprender de ellas y ponerlas en manos de la Mente Divina. Pero en vez de reconocer y sentir tus emociones, has aprendido a ignorarlas incluso antes de que lleguen a surgir con toda su fuerza. Suprimes lo que tienes demasiado miedo de sentir, con muy poca o ninguna confianza en la sabiduría de tus emociones. No sabes que tus emociones poseen sabiduría; ¿cómo podrías saberlo, si nadie las honró cuando eras niño? Pero así es; son parte del genio de la psiquis humana.

Las emociones, incluso las dolorosas, están aquí para decirnos algo. Son mensajes que debes atender. No obstante, ¿cómo puedes atender algo que no sabes que está ahí? Las emociones deben ser reconocidas y sentidas; de lo contrario, no puedes aprender de ellas, madurar ni procesarlas.

Puede ser que la vida te haya enseñado que las emociones son peligrosas. Quizá cuando eras niño te dijeron cosas como: “¡No llores o te daré una razón para llorar!”: un mensaje emocionalmente tirano que con certeza te enseñó a suprimir tus emociones a toda costa. Quizá tus emociones fueron ignoradas, minimizadas o incluso ridiculizadas por tus padres que tenían otras cosas y otros hijos en quienes pensar. Lo que importa es que, por cualquier razón, aprendiste a una edad muy temprana que no debías honrar, y ni siquiera verdaderamente sentir, tus propias emociones.

En una lección anterior, exploramos los efectos del trauma. Si experimentaste traumas severos, incluso violentos, aprendiste a anestesiarte automáticamente para no sentir el siguiente ataque. Fue un mecanismo de defensa brillante de parte de tu mente subconsciente: congelarte con tal rapidez que cuando el ataque llegaba ya estabas anestesiado.

El problema, sin embargo, es que dicho mecanismo de defensa tenía el propósito de asistirte solamente en casos de emergencia; fue fabricado para salvarte de un peligro inminente, no para que lo usaras durante toda tu vida. No fue creado para que alteraras fundamentalmente tu sistema de respuestas emocionales, no obstante eso fue lo que ocurrió.

A una edad muy temprana fuiste expuesto a lo que tu psiquis percibió como peligro, y ahora tu mente subconsciente no hace la distinción entre una amenaza peligrosa y un estrés tolerable. No sabe cuándo permitir y cuándo protegerse, por lo que se protege contra todo, por si acaso.

Es crucial que para la sanación integral de tu asunto relacionado con el peso, desarrolles una nueva habilidad por medio de la cual puedas lidiar con las emociones desagradables. Una emoción escondida bajo el tapete no es una emoción que desaparece; simplemente, es una emoción que se ha puesto en un lugar diferente de donde debería estar. Se convierte en energía inerte en vez de dinámica, se almacena en tu interior, en vez de ser liberada.

Como notamos con anterioridad, la energía no puede ser increada. Las emociones son formas poderosas de energía. Si tienes demasiado miedo de sentir una emoción, su energía tiene que ir de todas maneras a alguna parte. En realidad, una emoción no es peligrosa sino hasta que es ignorada, pues es cuando comúnmente se proyecta hacia los demás o se comprime en tu propia carne. Esto solo ocasiona más emociones —vergüenza, humillación, desconcierto y fracaso— dando como resultado un bombardeo infinito de razones tergiversadas que te sugieren que más vale que te des por vencido y comas más.

Cuando te defiendes contra el agobio de tus emociones, en realidad creas emociones agobiantes. Comienzas a tratar de mantener a raya tus emociones, te las comes, te anestesias en vez de sentirlas; y al hacerlo, creas una situación que origina una serie infinita de emociones dolorosas. Cuando tratas de escapar de tus emociones, creas toda una serie de ellas que aparecen con toda intensidad una vez que comprendes lo que has hecho. Las únicas emociones que en realidad debes temer son aquellas que ignoras.

En la mitología griega, Poseidón es el dios del mar. Si él les dice a las olas que se calmen, las olas se calman. En el Nuevo Testamento, Jesús caminó sobre el agua y detuvo la tormenta. Ambas circunstancias son descripciones metafísicas de los efectos de la Mente Divina sobre las tormentas del ser interior. El Espíritu es el maestro, no el esclavo del mar interior. Tu misión, por lo tanto, es entregar tus sentimientos a Dios para que pueda llevarte más allá de las tormentas de tu mente subconsciente. Las tormentas te están arrasando por una sola razón: para que tu ser interior no sea ignorado.

Pensar que tú solo puedes controlar la fuerza abrumadora de las emociones sin procesar es como un niño pequeño que cree que puede pararse en la playa y hacer que las olas se detengan. Puedes apretar los dientes con fuerza y aguantar toda una mañana; puedes golpear con tus nudillos y aguantar hasta el mediodía; incluso puedes aguantar hasta las diez de la noche. Pero en algún punto, la ola que dice ahora llena de ira: “Comeré”, “¿Cómo te atreves a decirme ‘No’? ¡¿Cómo te atreves a decirme ‘No’?!”, te atrapará por los tobillos y te arrastrará hasta la cocina o a cualquier lugar donde mantengas tu escondite. Y tus ansias, una vez más, ganarán.

Tus antojos de comida son un berrinche emocional, puesto que una parte tuya que siente que no la escuchas exige ser escuchada y será escuchada. Tienes dos opciones: puedes sentir tu emoción, o puedes escuchar la orden cruel de hacer algo que te apacigüe temporalmente el dolor de no sentirla. Evidentemente, sentir la emoción sería una opción más funcional.

Si no tienes un patrón para honrar tus emociones, procesarlas, dar testimonio de ellas, ponerlas en manos de Dios y observar cómo se transforman milagrosamente, aparecerán en tu vida como una energía aterrorizante que te domina en vez de ser tú quien las domines. Es hora de que acabes con tu esclavitud emocional construyendo tu maestría espiritual.

La maestría espiritual no surge de la fuerza de voluntad, sino de poner en manos de Dios tu fuerza de voluntad. Una vez que sientes una emoción y la pones en manos de Dios, ya no te quedas con ella, como si estuvieras al borde de un precipicio emocional y a punto de caer en un abismo del cual nunca puedes escapar. Cuando le entregas una emoción dolorosa a la Mente Divina, se la entregas a un poder que puede quitártela de encima cambiando los pensamientos que la producían.

Todo aquello que le entregues a la divinidad para su transformación será transformado, y todo aquello a lo que te aferres no será transformado. Entregar tus emociones involucra sentirlas primero, sí, pero también involucra renunciar a ellas.

Es en verdad irónico que temas sentir tus emociones; pues como comedor compulsivo, lo que has creado para ti y has tenido que soportar han sido las emociones más dolorosas que pueden existir. El horrible sentimiento de fracaso, que es endémico en el comedor compulsivo crónico, hace que tu tolerancia para el dolor sea mucho más grande de lo que crees. El dolor que estás tratando de evitar no es nada comparado con el dolor que ya has tenido que vivir.

Carl Jung, el psicólogo suizo, dijo: “Todas las neurosis son un sustituto para el sufrimiento legítimo”. Cualquier tendencia patológica —incluyendo comer en exceso— representa las energías tergiversadas del dolor sin procesar. La patología no se termina suprimiendo el dolor, sino sintiendo el sufrimiento legítimo que está buscando expresarse.

La sanación espiritual es un proceso. Primero sientes la emoción; luego sientes cualquier dolor que pueda surgir legítimamente de ella; luego rezas para aprender la lección que ese dolor puede enseñarte; tratas de perdonar a los demás; y, por último, la gracia de Dios te es otorgada. Emerges de la experiencia sin sufrimiento y habiendo crecido como ser humano. Cuanto más te sincronizas con el crecimiento espiritual, menos tienes que aumentar físicamente. La energía es liberada y disipada, suprimida en tu mente, y deja de ser introducida en tu carne.

Temes las emociones al igual que temes la comida; temes que una vez que comiences no puedas parar. Pero la verdad es que las emociones solamente están fuera de control cuando no las entregas a la resolución divina. Cuando las entregas a la Mente Divina, son elevadas a la categoría divina de perfecto orden donde se sienten y se disuelven apropiadamente. Así será también con el apetito, puesto que éste es apenas un reflejo de tu tormenta o de tu paz.

El hecho de que una emoción sea dolorosa no es necesariamente una razón para evitarla. Quizá hiciste algo para sabotearte en una relación; a menos que sientas remordimiento, ¿cómo reconocerías el patrón autodestructivo? Quizá tu esposo te dejó; tu tristeza es comprensible dado que estuvieron casados durante treinta años. Quizá un hijo tuyo está gravemente enfermo; tu sufrimiento y tu miedo son simplemente señales de que eres un ser humano.

Cuando lidias con estas emociones de forma apropiada, se convierten en estaciones en tu sendero hacia la gracia. Sí, emergerás como alguien que ha crecido y ya no se saboteará, pero primero tendrás que sentir el dolor. Sí, saldrás de tu divorcio fuerte y libre para amar de nuevo, pero primero tendrás que sentir el dolor. Sí, te convertirás en el padre guerrero o la madre guerrera que cuida la salud de su hijo, pero primero tendrás que sentir el dolor.

Tu sufrimiento no te debilita; eludir tu sufrimiento te debilita. Y esa evasión —la evasión del sufrimiento legítimo— es desafortunadamente apoyada por las actitudes culturales de una sociedad obsesionada con la felicidad barata y fácil.

Hace algunos años, uno de los amigos adolescentes de mi hija —un chico maravilloso de una belleza extraordinaria, talentoso, inteligente y amable— se suicidó de un disparo con la escopeta de su padre, un cazador. La situación estaba plagada de aspectos horribles (incluyendo el hecho de que se había convertido en una estadística más que involucraba la conexión entre el uso de antidepresivos por los adolescentes, y el suicidio). Como madre, así como todos los padres del círculo de amigos de mi hija, sentí una profunda preocupación ante el dolor de mi hija.

Recuerdo cuando le dije a mi hija querida, que sufría y estaba hecha un mar de lágrimas, que algunas veces en la vida ocurre lo peor que puede ocurrir. Le dije que la muerte de Robbie era una catástrofe en su máxima expresión, y nada de lo que yo pudiera decir cambiaría eso. Que Robbie seguía vivo para siempre en los brazos de Dios, pero que eso no hacía menos horrible esta tragedia humana. Que cada lágrima que ella sentía deseos de dejar caer, era una lágrima que tenía que caer, y que ella sabría cuando hubiera llorado suficiente porque ya no le quedarían más lágrimas.

Recuerdo haber visto un semblante de alivio en el rostro de mi hija cuando se lo dije; ella necesitaba desesperadamente el permiso para dejar que sus sentimientos brotaran en vez de suprimirlos. De hecho, lloré con ella. Lo último que hubiera querido hacer era quitarle valor a su dolor o tratar de eludirlo.

Recuerdo haberle dicho a un grupo de apoyo de duelo que dirigía hace algunos años para personas que habían perdido a sus seres queridos: “Escuchen, deben recordar que este es un grupo de apoyo al duelo, no un grupo de negación”. El duelo es una de las formas en que nuestro ecosistema emocional, impregnado con la misma genialidad que cualquier otro aspecto de la naturaleza, procesa una realidad emocional demasiado traumática.

El hecho de que estés triste no significa inherentemente que algo está mal. Simplemente significa que estás triste. Simplemente significa que eres humano. Sea cual sea tu sentimiento, simplemente es.

No hay ninguna razón para salir corriendo en busca de comida —o para el caso, de cualquier otra cosa— para escapar de tus emociones. Tus emociones no son tu enemigo sino tu amigo. Siempre tienen algo que enseñarte; incluso las más difíciles. La tristeza manejada con gracia se transformará en paz, pero solo si te permites sentirla primero. Este es el mensaje básico de todos los grandes sistemas religiosos y espirituales del mundo: que la historia no termina hasta la parte feliz.

Mi hija llegaría al punto de una aceptación pacífica de la muerte de Robbie, e incluso a una comprensión espiritual de la idea de que un día lo vería de nuevo. Pero nada de eso ocurriría de una forma real y auténtica si no se permitía primero sentir el increíble duelo de su muerte prematura.

Otro sentimiento que el comedor compulsivo comúnmente busca evitar es el simple estrés de la vida en el mundo moderno. De llevar un hogar a manejar una compañía, el estrés de nuestra existencia moderna mantiene a la gente corriendo en busca de cualquier forma de anestesia que puedan encontrar. Como porque me siento abrumado. El sentimiento de agobio es una consecuencia natural al dejar de reconocer la mano divina que sostiene todas las cosas.

Si sientes que debes controlar todo por ti mismo —si no sientes que puedes pedir la ayuda de Dios con los detalles— no es sorprendente que te sientas totalmente abrumado. No puedes sostener las estrellas en el cielo, pero obviamente alguien lo hace. Entonces, ¿no podría ser que ése alguien sostenga y armonice las circunstancias de tu vida?

De hecho, el universo entero está sostenido de manera segura en las manos divinas. Los planetas giran alrededor del sol, las estrellas siguen en el cielo, las células se dividen y los embriones se convierten en bebés. Los embriones no exclaman: “¡No sé cómo voy a hacer esto! ¡No sé cómo hacer para que se dividan las células!”. El embrión no tiene que saber. Un orden mayor que el embrión hace que avance como parte del patrón natural.

Cualquier situación que pongas en las manos de Dios se eleva al orden perfecto divino. Si observas los astros en una noche estrellada, eso no te abruma, tampoco deberían entonces abrumarte tus propias circunstancias. Todas son congregadas, sostenidas y conectadas cuando es necesario por la misma fuerza amorosa.

Pero a menos que sientas lo abrumado que estás —a menos que puedas decir: “Vaya, me siento abrumado ahora mismo..., siento como si todo se fuera a derrumbar si cierro mis ojos por un segundo”— no estarás en una posición para ponerlo en manos de Dios. A continuación reza pidiendo el siguiente milagro:

Querido Dios:

Por favor toma esta situación.

La pongo en tus manos.

Por favor ocúpate de todos los detalles,

sana mi mente de todo error,

y revélame lo que deseas que yo haga.

Amén.

No debes cargar el peso del mundo ni en tu espíritu ni en tu cuerpo. Puedes “aligerarte” porque el espíritu está contigo. Entrega tus cargas y avanza ligero en tu jornada por el mundo.

Toda emoción, toda situación, toda relación y todo asunto pueden ser entregados con toda seguridad a la Mente Divina para su elevación. El propósito de esta lección es cambiar tu mente de su hábito de suprimir tus emociones —sean cuales sean— hacia el alivio y la paz de entregárselas a Dios.

Reflexión y oración

Para esta lección, necesitas una Caja de Dios.

Puede ser una caja hecha por ti, comprada, o que hayas usado previamente para otro propósito. Pero, al igual que con las otras herramientas usadas en este curso, esta caja debe ser hermosa. Es algo que colocarás en el altar y le entregarás a Dios. Es un recipiente en cuyo interior ocurrirá un proceso milagroso.

Ahora toma un pedazo de papel y escribe las siguientes frases:

“Entrégame tu dolor, y yo me haré cargo de él”.

DIOS

“Pon todo esto en mis manos”.

DIOS

“Busca perdonar y tendrás paz”.

DIOS

“Eres mi creación perfecta. Nada que hayas hecho o pensado, y nada que alguien más haya hecho o pensado, cambia este hecho”.

DIOS

“Entrégame tus errores y yo los corregiré por ti”.

DIOS

“Eres profundamente amado. Nada que tú hagas cambia mi amor por ti”.

DIOS

Añade estas frases a cualquier cita de las escrituras o frase inspiradora que te atraiga, incluyendo ideas propias, y colócalas en tu Caja de Dios.

Tu misión es revisar continuamente tus emociones, admitirlas, sentirlas, escribirlas y entregárselas a la Mente Divina. Usa las páginas de tu diario para describir específicamente una emoción y explorarla, y luego sencillamente escribe: “Querido Dios, te entrego esta emoción”. Luego ve a tu altar y por cada emoción que pongas en Sus manos, abre tu Caja de Dios y elige al azar una frase. Te dirá lo que debes escuchar.

Ahora estás listo para meditar. Has entregado tus emociones y tu mente está ahora impregnada de sabiduría. Esto te brindará paz.

Honrando tus emociones de forma constante, construirás una fortaleza en tu actitud que formará parte de ti cuando surja una tormenta emocional en el mar de tu subconsciente. Antes de entrar a la cocina, identificarás tu emoción, incluso si tienes que decirlo a gritos. Antes de ir a un puesto de hamburguesas, dirás: “Dios, por favor ayúdame”, aunque en ese momento ni siquiera creas que Dios existe. Antes de que te ahogues en las aguas profundas y tóxicas de tus antojos, sentirás tus sentimientos y los pondrás en manos de Dios, incluso si lo haces con la fe del tamaño de una semilla de mostaza.

Tu Caja de Dios te ayudará. Te brindará las respuestas. Y con el tiempo, sanarás.

Querido Dios:

Te entrego mi angustia y mi dolor.

Me siento muy abrumado, querido Dios,

por mi vida y mis compulsiones.

Aleja de mí mis antojos, querido Dios,

pues no puedo luchar contra ellos y me siento muy débil.

Enséñame a sentir mis emociones

y a ponerlas en Tus manos.

Restaura mi espíritu

y dame fortaleza.

Gracias, querido Dios.

Amén.

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