Comer en exceso no es un asunto relacionado con la comida, sino con las relaciones.
Tu peso ha sido, en algún nivel, una declaración de inaccesibilidad. Al sentirte separado de los demás, construiste un muro; y luego, después de haber construido el muro, te sentiste aún más separado de los demás. La separación se convirtió en un patrón, no solo en lo relacionado con tu cuerpo, sino en todos los aspectos de tu vida. Te rodeaste de un muro, física y energéticamente, mientras aprendiste a disociarte de los demás desde los detalles hasta los asuntos más grandes.
A veces, puedes haber dicho “no” de forma irrazonable a oportunidades de conexión humana; en otras ocasiones, puedes haber dado un “sí” de forma demasiado entusiasta o necesitada, lo cual te separó tanto como un “no”. Te has desviado del camino en tu interior y en tu exterior. Debes tratar el tema de tu inaccesibilidad o seguirás desviándote de tu camino aunque logres bajar de peso.
El muro energético que te rodea no es visible al ojo físico. Consiste en patrones conductuales de los cuales es posible que estés muy consciente; y si no lo estás, entonces las personas que te conocen mejor seguro podrán ayudarte a identificarlos.
No tiene caso intentar que pierdas peso hasta que no llegues a un lugar en tu vida en donde verdaderamente desees acercarte más a las personas. Hasta que eso ocurra, la necesidad subconsciente de construir un muro será más fuerte que cualquier dieta que intentes.
Como notamos antes, para empezar, algo o alguien te llevó a construir este muro. Y de acuerdo a tu mente subconsciente, sigues necesitando protección de esa persona o evento. El subconsciente trabaja fuera del concepto del tiempo; el hecho de que ese evento haya ocurrido hace mucho tiempo y de que la persona ya no esté, representa una ponderación racional que significa muy poco para la mente subconsciente.
Únicamente una sanación milagrosa, algo muy simple para la mano de Dios, es lo suficiente poderosa para suprimir tu impulso primario de protegerte. Ese impulso es creado por millones de años de evolución; en su núcleo representa no la disfunción, sino el genio del sistema biológico. Lo que ocurrió es que hubo un cortocircuito en tu sistema y debe ser reprogramado. Estás protegiéndote de cosas que ya no te hacen daño, y no te estás protegiendo de cosas que sí podrían hacerlo.
Esta lección se enfoca en tu relación con otras personas, ya que tu compulsión habita en un lugar congelado que podrías llamar tu “zona de soledad”. Ir más allá de cualquier muro que todavía te separa de los demás es esencial para tu sanación, pues te ayuda a invertir el patrón disfuncional estableciendo uno nuevo.
Un arma muy grande en el arsenal de tu mente temerosa, algo que te mantiene atrapado en el patrón de comer en exceso, es tu tendencia al aislamiento. Pues en el aislamiento, sientes permiso de autodestruirte. No hay nada ahí que te diga “no lo hagas”, eres libre de sucumbir ante el deseo de tus antojos más intensos, sin el más mínimo reproche de tu parte, acallando cualquier reproche con los chillidos y las falsas delicias de tu compulsión. Una vez que estás solo con tu compulsión, no tienes poder para resistirla. Y esa es la razón por la que estar solo con ella es tan peligroso. Comienzas a notar que estar solo con tu compulsión es tan peligroso como estar solo con un lunático, lo cual en cierto modo así es. La compulsión en tu interior es una locura, y el único antídoto ante su poder es la consecución de la profunda lucidez.
Tu problema con el peso está invocando la más elevada expresión de tu verdadero ser, y tu verdadero ser está profundamente enamorado de la humanidad. Cada uno de nosotros lleva en sí la tendencia a separarse de los demás. Existe la soledad espléndida, pero el aislamiento no lo es. Aislarse es una defensa contra las relaciones; y para el comedor compulsivo es la forma de evitar lidiar con los demás para que solo tú puedas establecer con la comida una relación secreta, oscura y sórdida. La comida no te presiona. La comida te acepta. La comida te entiende. La comida te hace sentir mejor. Por cierto, la heroína funciona igual.
Comer en secreto representa un botín de locuras, desde atiborrarte de todo lo que puedas encontrar —¡salsa de chocolate caliente sobre esta galleta debe ser una delicia!— hasta pararte frente al refrigerador y darte un atracón a medianoche. El castillo oscuro de comer en secreto debe ser clausurado y completamente demolido.
La escritora Katherine Woodward Thomas me contó en una ocasión una historia muy liberadora sobre cómo salir de la zona de la soledad. Ella había sufrido de adicción por la comida por muchos años cuando joven, y en un determinado momento descubrió que su problema más grave era comer durante la noche.
No importaba toda la fuerza de voluntad que Katherine lograba mantener durante el día, había algo en las horas de la noche que hacía imposible superar sus antojos. Entonces se le ocurrió una idea, comenzó a decirles a las personas de su grupo de comedores compulsivos anónimos que ahora había un número de teléfono de atención a las personas que comían durante la noche, les dio el número, y, por supuesto, ¡era el de ella!
Katherine pasó noche tras noche ayudando a los demás a superar la dificultad de mantener la abstinencia nocturna, y con el tiempo logró interrumpir el patrón de su propio infierno de comer durante la noche.
Lo que ocurre en situaciones así no es algo insignificante. Ayudar a los demás lleva consigo un poder divino, lo reconozcas o no. Pero el poder divino no es metafórico sino literal, de hecho libera químicos tranquilizadores en tu cerebro. Estudios tras estudios prueban esto. Y el Espíritu hace más que calmarte: te sana. Invierte los patrones arraigados. No es nada más y nada menos que un milagro.
En mi propia vida, tuve una experiencia hace años que, aunque no directamente relacionada con la comida, demuestra el poder de salir del aislamiento de tu propio sufrimiento.
En una ocasión iba volando en un avión que perdió un motor sobre el océano Pacífico, y a raíz de esa experiencia desarrollé miedo al despegue de un avión. No tenía sentido racional teniendo en cuenta que el motor de aquel avión no se había dañado en el momento del despegue, pero mi miedo era mi miedo. Una vez que el avión atravesaba las nubes, me sentía bien. Pero hasta este momento, me sentía aterrorizada.
Recé pidiendo ayuda hasta que un día en un avión mientras esperaba el despegue, me encontré al lado de un niño de unos ocho o nueve años. Estaba sentado muy derecho y quieto, y me di cuenta que parecía contener las lágrimas.
Lo miré y le pregunté con suavidad:
—Pequeño, ¿estás solo?—. Asintió, mirando al frente con su labio inferior temblando.
—¿Tienes miedo? —le pregunté. De nuevo asintió.
—¿Te gustaría que te tomara de la mano? —le susurré en su oído. De nuevo asintió.
En ese momento salió mi instinto maternal en todo su esplendor hablándole con la misma suavidad que si le estuviera leyendo un cuento para dormir. Poco a poco mi voz comenzó a tener cierto ritmo y comencé a explicarle el proceso del despegue de un avión.
—El piloto está encendiendo ahora los motores..., ése es el sonido que acabas de oír..., ahora está acelerando mientras avanzamos por la pista..., en el momento perfecto, cuando el piloto sepa que es absolutamente seguro, los alerones de las alas comenzarán a moverse; ¿ los ves ahí?, ¡eso hará que se impulsen y elevará el avión al cielo! ¿Lo ves? ¿No es hermoso?... El piloto es un señor muy agradable, ¡él tiene el control y sabe muy bien lo que está haciendo para que el avión se eleve al cielo y nos mantenga a todos a salvo!
Uf. Parecía aliviado; y no era el único.
Cualquiera podría pensar que yo era un ángel enviado para tranquilizar a ese niño, pero claramente él había sido el ángel enviado para mi consuelo. Mi miedo por el despegue de un avión terminó ese día. Mi patrón de ansiedad se acabó por completo. En medio de mi miedo, acudí al amor; y mi miedo desapareció.
Tanto en el caso de Katherine como en el mío, el milagro se había manifestado como resultado de la conexión compasiva con otra persona, extendiéndose, siquiera por un momento, más allá de nuestros propios dramas dolorosos para prestarle servicio a alguien más.
Acercarse a los demás para ayudarlos es una parte integral de tu proceso de sanación, así como el aislamiento es una parte integral de tu enfermedad. El aislamiento es un hábito que formaste hace mucho, y se ha convertido en terreno propicio para tu compulsión. La mente basada en el miedo solo requiere de un instante para llevarte a su guarida, el lugar secreto donde nadie más puede entrar. Y en ese momento, empieza la carrera entre tú y la comida.
El propósito de esta lección es comenzar a desmantelar el patrón del aislamiento, atravesando el muro que te separa de los demás, y estableciendo un patrón de conexión en los lugares en donde tu corazón se ha entumecido. Este nuevo patrón es tu sendero a la libertad.
Puedes estar pensando que tienes relaciones maravillosas con los demás, y quizá así es. El aislamiento, no obstante, es un allanamiento en lo que de otra forma sería una maravillosa constelación de relaciones humanas. Debes desarrollar el hábito, en el momento en que te aíslas, de buscar a alguien más. Cuando te conectas con alguien, logras pasar por encima del portero a la entrada de tu zona de soledad.
La conexión que te salva en un momento así puede ser ofrecerle ayuda a alguien, o simplemente una expresión de tu propia vulnerabilidad. Podría ser: “Sé que estás trabajando dos turnos los sábados; ¿quieres que te cuide a tu hijo?”. O algo así: “Hoy estoy teniendo un día muy difícil. Sólo quiero hablar contigo”.
Puede ser que ya seas una persona servicial en extremo. Puede ser que la gente te mire y diga de ti todo menos que eres poco amoroso. La desconexión no solo es la desconexión de la necesidad de los demás, sino también de las tuyas. No es una falta de amabilidad explícita, sino una desvinculación. Y en cualquier momento de desconexión del amor, eres presa de la ilusión perniciosa de que tienes hambre cuando en realidad no es así.
Dado que solo se requiere un momento para deshacer el valor de meses de comer bien —lo cual te lleva en picada hacia atracones que pueden causar un desastre total en tu psiquis y en tu cuerpo— es imperativo que veas la conexión más profunda con los demás como una necesidad permanente. La sanación es una programación mental; es un proceso espiritual en donde dejas atrás una forma de ser y adoptas fundamentalmente una nueva relación con la vida. Con el fin de salir de la zona de soledad, es necesario entrar en la zona de conexión. Debes permitir que los demás vean tu amor y tus necesidades.
Ahora haz una lista en las páginas de tu diario de varias cosas que podrías hacer para incrementar tu conexión con los demás. Algunas veces es una actividad, mientras que otras veces es nada más un cambio en una actitud que permite que los demás se acerquen un poco más a ti.
Dos cosas ocurrieron en mi propia vida que me ayudaron a realizar cambios de tal magnitud. En una ocasión fue cuando conocí a una maestra espiritual de la India hace algunos años. Hacía quince minutos que nos habíamos conocido cuando sencillamente me dijo: “La rigidez y la distancia no están funcionando”.
Su comentario me subyugó. Esa mujer, que nunca me había visto antes, me acababa de dar la llave para abrir la puerta que yo había cerrado dejando fuera a los demás. Al intentar defenderme, me había negado el amor. No importaba la razón de mi falta de interés: que hubiera comenzado a sentirme abrumada ante las necesidades ajenas, me hubiera herido su conducta, o que necesitara retirarme a mi propio espacio. Lo que importaba era la característica de la personalidad que yo había desarrollado como defensa contra el dolor.
Creas aquello contra lo que te defiendes. Por tratar de defenderme de que los demás me hicieran daño, había garantizado que eso ocurriría, pues mi conducta rígida y distante provocaba un criticismo que me dolía. Ver esto me liberó para el cambio.
El segundo ejemplo de algo que hizo que se derrumbara la pared que existía entre yo y los demás fue un comentario que hizo una vez mi hija. Dijo algo así como que yo era un poco fría cuando la gente se me acercaba después de mis charlas para que les firmara sus libros. Nerviosamente, le pregunté: “¡Oh Dios mío! ¿No soy cortés?”. Ella respondió: “No mami, eres cortés. Pero siempre eres igual. Eres simpática, pero no eres muy personal. Eres agradable con las personas, pero no dejas que nadie en verdad se te acerque”.
Reflexioné con profundidad sobre lo que dijo mi hija. Me di cuenta de cuánto amor impedí que entrara en mi vida al guardar las distancias con mi actitud profesional. Eso no quería decir que evitara establecer fronteras sanas, pero sí que había más amor disponible para mí del que me permitía sentir. En cualquier momento en que nos negamos el amor, activamos el trauma original que nos condujo a aislarnos en primer lugar.
Desarrollar una zona de conexión más profunda con los demás no es algo que debes eliminar de tu lista de cosas por hacer. No puedes simplemente acabar con eso de una vez por todas. No es una medicina que te tomas y vuelves a poner en tu mesita de noche una vez que pasa la enfermedad. Este asunto —como todos los demás asuntos de este curso— involucra una jornada de toda tu vida, la cual una vez que comienza, jamás termina. Es una jornada, no solo para recuperarte de tu problema con la comida, sino para conseguir una vida más llena de luz. Es una jornada hacia el corazón del amor, hacia los demás y hacia ti.
Cualquier día dedicado al amor es un día en que tu locura no tiene cabida. Puede golpear la puerta, pero no puede entrar. Cuando te conectas con autenticidad con otra persona, se rompe el hechizo de tu compulsión. Así como una persona que está en una temperatura bajo cero sabe que no le conviene quedarse dormida, así es tu responsabilidad de estar siempre alerta ante el peligro de una soledad total.
Cada día, en las páginas de tu diario, detecta cuando dejas entrar a los demás y cuando los mantienes fuera. Explora los lugares de tu personalidad y de tu estilo de vida en donde mantienes más espacio de lo debido entre tú y los demás, en donde la distancia es más perjudicial que sana. Incrementar la distancia con los demás incrementa tu conexión con la comida, pues corres en busca de la relación que en un momento estresante sientes que es con la que siempre puedes contar.
En realidad estás en conexión espiritual con las personas ya sea que te alejes o no de ellas, pues las relaciones ocurren a nivel de la mente. Místicamente, eres uno con todos los seres vivos. No puedes olvidarte de los demás y seguir recordando quién eres.
El simple acto de conectarte con otras personas comienza a romper las cadenas que te atan. Cada vez que sientas que el vacío se acerca, cuando deseas estar solo para digerir tu veneno, haz una llamada, da la vuelta mientras conduces tu auto, envía un correo electrónico, haz algo.
Cuando codicies el consumo de comidas altas en almidón, como un adicto a la cocaína, haz algo —aunque sea mínimo— para conectarte de manera amorosa con otra persona. Porque con cada paso correcto que das hacia los demás, te acercas hacia la experiencia de tu propio ser real.
Un instante a la vez, un nuevo patrón de respuestas a la vez, una interacción correcta a la vez, bastará para clausurar la puerta del horrible castillo tras de ti para nunca entrar en él de nuevo. Y desde la nueva perspectiva del lugar donde irás luego —el nuevo espacio donde las obsesiones no puedan irritarte— recordarás tu infierno con mucha gratitud, pues habrás logrado salir de él.
Tendrás un deseo profundamente arraigado de pasar el resto de tu vida, cada vez que sientas el llamado, ayudando a los demás a que escapen igual que tú. Con el tiempo el castillo psíquico que albergó tu infierno será demolido y no volverá a albergar a nadie más.
Un enfermo que se ha recuperado puede reconocer a otro enfermo, y la intención de un enfermo recuperado de sanarse desea cerciorarse de que ningún otro enfermo en su camino permanezca sin amor. A menudo solo se trata de una sonrisa, una bendición en silencio, pero es un amor enviado del cielo para sanarlos a ambos.
Recuerda colocar tu diario en el altar cuando hayas terminado.
Reflexión y oración
Cierra tus ojos y relájate en un espacio sagrado.
Pídele a la Mente Divina que te revele los asuntos que debes tratar en tus relaciones. Aparecerán ante ti imágenes..., patrones de relaciones donde podrías ser más vulnerable, servicial..., lugares de tu personalidad donde mantienes a los demás a distancia.
Pide que se te muestre cómo te presentas ante los demás, y cómo puedes expresar con mayor plenitud quién en verdad eres. En este espacio sagrado, en el interior de tu mente, serás transformado de alguien que evita el amor a alguien que lo acepta..., que lo recibe..., y está tan lleno de amor que no requiere de nada más para sentirse pleno.
Querido Dios:
Por favor derrumba los muros
que me separan de los demás
y que me aprisionan en mi interior.
Por favor sana los lugares donde me siento herido
y libera mi corazón al amor.
Ayúdame a conectarme con los demás
para que no vuelva a aislarme.
Sé, querido Dios,
que cuando estoy solo, tengo miedo;
y cuando tengo miedo, me autodestruyo.
Que lo que ahora sufro,
y he sufrido antes,
querido Dios,
no lo vuelva a padecer.
Amén.