PERDÓNATE Y PERDONA A LOS DEMÁS
De acuerdo con Un curso de milagros, todos los pensamientos crean forma en algún nivel. Si tu “mentalidad de sobrepeso” no cambia, aunque pierdas peso, retendrás una necesidad subconsciente y abrumadora de recuperarlo. Es menos importante la rapidez con la que pierdes peso, y más importante la forma integral en que lo haces; tu propósito es que tu mente, tus emociones y tu cuerpo, todos, “pierdan peso”. El peso que desaparece de tu cuerpo, pero no de tu alma, simplemente se está reciclando en el exterior por un tiempo, pero es casi seguro que regresará. Es contraproducente, por lo tanto, luchar para perder el sobrepeso a menos que también estés dispuesto a abandonar las ideas que lo produjeron en su inicio y ahora lo mantienen en su lugar.
El juicio y el reproche son las ideas más pesadas de entre todas, ya que carecen de amor. Son producto de la mente temerosa, representando la energía más densa del universo: la percepción de la culpa de alguien. Aprender a perdonarte y a perdonar a los demás es el regalo más grande que te puedes dar en tu sendero hacia la pérdida de peso consciente.
Comer de forma compulsiva te separa de los demás, y el perdón sana esa separación. Una vez más, puede ser que tengas conexiones maravillosas con las personas, pero en cualquier lugar donde haya una fisura el diablo puede entrar. A menos que trates tus asuntos de las relaciones, siempre te acecharán en lo más profundo de tu mente, siendo capaces de activar el interruptor de la adicción en cualquier momento.
Con el fin de lidiar con tu pérdida de peso, desde una perspectiva integral, debes tratar los asuntos de las relaciones con la misma seriedad que tratas tus asuntos con la comida. Perder peso no sanará por sí solo tus relaciones, pero sanar tus relaciones te ayudará a perder peso.
El perdón es crítico, pues todos cometemos errores pequeños y grandes, y todos emitimos juicios pequeños y grandes. Cultivar una actitud benevolente suaviza el lado cortante del contacto humano. Es un aspecto de lo denominado expiación, o sea la corrección de nuestras percepciones desde el miedo al amor. El propósito de esta lección es expiar cualquier falta de perdón de tu parte, liberando el exceso de peso que yace pesadamente en tu corazón.
Hay dos filtros básicos a través de los cuales se pueden ver todas las cosas: el filtro del cuerpo y el filtro del espíritu. En la medida en que observes tu vida solamente a través del filtro del cuerpo, estás atado al cuerpo de una forma que no te sirve. Al estar atado al cuerpo, estás bajo el efecto de los apetitos corporales, ya sean sanos o disfuncionales. Pero cuando tu mirada se eleva, ofreciéndote la capacidad de ver más allá del cuerpo y hacia el dominio del espíritu, recibes un poder sobre tu cuerpo que de otra manera no tendrías. Al residir livianamente en tu cuerpo, éste se vuelve liviano.
¿Cómo haces eso? ¿Cómo ves más allá del cuerpo? Lo haces estando dispuesto a extender tu enfoque más allá de los dramas del plano material, recordando que más allá de este drama es donde está la verdad más auténtica de quien eres.
Sí, un amigo puede decirte algo cruel; pero en su corazón simplemente está perdido y solitario como todos los demás. Tu amigo sí te ama; pero por un momento se desconectó del amor cuando hizo ese comentario ofensivo.
No importa lo que te ocurra, puedes elegir cómo interpretarlo. Elegirás de manera consciente o subconsciente. Puedes enfocarte en el drama del cuerpo: las palabras desagradables de tu amigo, su error, su traición. Pero si lo haces, no lograrás escapar de la experiencia emocional de estar bajo el efecto de sus palabras.
Cuando eliges enfocarte en el drama material, en particular en el drama de la culpa, incrementas tu apego al plano material y por consiguiente tu vulnerabilidad a sus disfunciones. Perdonas porque deseas permanecer más allá de los dramas del mundo material, sobre todo del drama de tu compulsión.
Puedes elegir enfocarte en la inocencia de tu amigo, en su realidad divina que va más allá, y es más auténtica que su ser físico. Todos estamos hechos de amor, no obstante, todos cometemos errores. Al desapegarnos de un énfasis excesivo en los errores de otras personas, nos desapegamos del énfasis excesivo de los propios errores. Cuando atraviesas el muro de la separación —y no existe un muro más grueso que el del juicio— el muro se derrumba. Este es el milagro del perdón.
El perdón es como medicina preventiva. Cancela la mentira en el centro de la mente temerosa, despojándola de su habilidad para hacerte daño. La mente temerosa interfiere con tu sistema de radar, desconectándote de la Mente Divina y llevándote hacia pensamientos y conductas que destruyen tu paz interior. Te dice que no llegas a ser perfecto, arrancándote del recuerdo de tu ser divino. Desde ahí, es fácil convencerte que nadie más es perfectamente divino.
El mantra de la mente temerosa es: culpa, culpa y más culpa. Te arroja en una conciencia crítica —hacia ti y hacia los demás— condenándote a un sube y baja emocional entre el amor y el miedo. Ese sube y baja es inestable emocionalmente, y es una de las amenazas más grandes a tu sobriedad respecto a la comida.
La mente temerosa no tiene que convencerte de comer en exceso tanto como de que alguien es culpable, pues la percepción de la culpa es suficiente para sacarte de tu mente correcta y lanzarte a la enfermedad. Una actitud de perdón te saca —o te mantiene fuera— del sube y baja.
El perdón es recordar de forma selectiva. Es una elección consciente de enfocarte en la inocencia de alguien en vez de en sus errores. Se trata, en pocas palabras, de ser más condescendiente con las personas. Esto es útil para ti. El juicio y el reproche ponen estrés en el cuerpo de aquel que juzga y reprocha, y el estrés es una bomba de tiempo justo en el centro de tu urgencia adictiva.
Es “permaneciendo por encima” del drama del cuerpo que resides con mayor armonía en su interior. Tu cuerpo no fue creado para soportar la carga de tu apego exagerado a él, sino que fue creado como un recipiente de la luz de tu espíritu. Recordará con más facilidad cómo funcionar perfectamente cuando tú recuerdas la perfección en cada uno.
El perdón es increíblemente poderoso, no obstante, es ferozmente resistido. Hace muchos años, conocí a un hombre joven en un grupo de apoyo de SIDA que me preguntó: “¿Verdaderamente tengo que perdonar a todo el mundo?”. A lo cual respondí: “Pues bien, no sé... ¿tienes gripe o tienes SIDA? Porque si solo tienes gripe, entonces, qué diablos, perdona nada más a unos cuantos..., pero si tienes SIDA, entonces sí, ¡trata de perdonar a todo el mundo!”.
Seguramente que no le preguntarías a tu doctor: “¿En realidad tengo que tomarme toda la medicina? ¿Debo hacer todas las sesiones de quimioterapia? ¿Puedo solo hacer unas cuantas?”. Tampoco dirías: Doctor, ¿puedo tomar la medicina solo cuando me siento mal?”. No, medicina es medicina. La respetas lo suficiente como para tomar la cantidad que necesitas.
El perdón es más que algo bueno. Es la clave para vivir bien y por lo tanto para tu sanación; no es algo que aplicas de vez en cuando, sino algo que debe ser constante. Únicamente los maestros iluminados logran perdonar todo el tiempo, pero el esfuerzo en sí mismo mantiene a raya las flechas del ataque. Aferrarse al juicio, el reproche, el ataque, la defensa, el complejo de víctima y similares, es un ataque total hacia ti: y tú te atacas con comida.
Cuando perdonas a los demás, comienzas a perdonarte. Cuando dejas de enfocarte en sus errores, dejas de castigarte por los tuyos. La habilidad de liberar lo que tú piensas que son los pecados de los demás, te dejará libre para liberarte, dejando al lado esa arma particular con la cual te castigas de forma tan salvaje.
Perdonar libera el pasado para la corrección divina y el futuro para nuevas posibilidades. Cualquier cosa que sea que te haya ocurrido, ya pasó. Ocurrió en el pasado; en el presente no existe a menos que lo traigas a tu mente. Nadie te ha hecho nada que tenga efectos permanentes a menos que tú te aferres a eso de manera permanente.
Tu primera tarea con esta lección es identificar a aquellos a quienes no has perdonado. Debes saber que incluso la más ligera molestia con alguien es suficiente para sacar a tu sistema fuera del orden divino correcto. No te enfoques solo en las personas que te han traicionado o herido profundamente; piensa incluso en aquellos que por razones que parecen insignificantes, todavía te tientan a rehusarles tu amor. Pues cada vez que rehúsas tu amor, eludes tu milagro.
Usa las páginas de tu diario para hacer una lista de los nombres de todas las personas a quienes, en tu corazón, sabes que todavía juzgas. Puedes abarcar desde uno de tus padres hasta un político. Lo que importa es tu ira hacia ellos, no lo que son o lo que ellos hayan podido hacer. Cuando venga a tu mente un nombre, escríbelo, así como las emociones asociadas con esa persona: ira, dolor, traición, desprecio, miedo y así por el estilo. Explora tus sentimientos con toda la profundidad posible, y trata de no apresurar este proceso. Después de haber explorado tu falta de perdón, escribe estas palabras: “Estoy dispuesto a ver a esta persona de forma diferente”. Escribe esta frase tres veces, pues es muy importante.
Las circunstancias dolorosas pueden formar un velo sobre tus ojos, haciendo que sea difícil apreciar la inocencia divina de los demás cuando su conducta ha sido tan opuesta a esto. Expresando tu voluntad de verlos de forma diferente, invocas el poder de la Mente Divina. Recibes la ayuda divina siempre y cuando estés dispuesto a perdonar. Recibes un recordatorio de quiénes son en verdad esas personas, más allá de las cosas que no te gustan de ellos. Algunas veces, lo único que hace falta es un pequeño ajuste en tu conciencia —un recordatorio de que quizá le estás reprochando a alguien algo que tú haces todo el tiempo— y algunas veces necesitas ayuda celestial para lograr quitarte una carga que de otra forma sería demasiado difícil de soportar.
Desde esposas abandonadas a víctimas del holocausto, he escuchado de cambios milagrosos en los corazones de aquellas personas que rezaron pidiendo ayuda y la recibieron. Algunas veces, perdonar es algo fácil, y algunas veces es algo enorme. No obstante, el perdón no es simplemente un regalo que le das a alguien más; es un regalo que te das a ti mismo. La densidad y el dolor de tus sentimientos negativos hacia alguien es un peso que cargas. Y estás aprendiendo a llevar una vida más ligera.
Este despertar involucra percatarte de la luz en los demás y también de la luz en ti mismo. Algunas veces la persona que más necesitas perdonar eres tú. Todos somos humanos, y la mayoría de nosotros hemos hecho cosas de las que nos arrepentimos. Todos cargamos muros frente a nuestro corazón, y todos nos sentimos culpables cuando le hemos hecho daño a alguien.
Observar tus propias transgresiones y redimirte por ellas es parte importante de tu sanación. Pues ya seas consciente o no, cualquier culpa que cargues te ha hecho sentir en un nivel más profundo que mereces ser castigado. Y comer en exceso es una de las formas en que te has castigado. Comencemos el proceso judicial para que puedas ser absuelto ahora mismo.
Escribe los nombres de todas las personas a las que piensas que les has hecho daño, cualquier error que sientes que has cometido, todo arrepentimiento que todavía lleves contigo. Discúlpate en tu corazón por cualquier transgresión que hayas cometido hacia los demás o hacia ti. Observa cada nombre o evento, y luego entrégalo con devoción en las manos de Dios. Pronuncia en voz alta tu nombre o el nombre de cualquiera a quien le debas una disculpa y di: “Lo siento”.
Es tentador ignorar o minimizar las transgresiones que ocurrieron hace ya tiempo: Oh bueno, eso ocurrió hace mucho tiempo... En la misma medida que la mente temerosa es determinante para supervisar los malos actos de los demás, es excepcionalmente buena para pasar por alto los tuyos. Puede ser que alguien te haya hecho daño hace quince años y tú todavía sigas hablando de eso; pero, puede ser que tú hayas herido a alguien hace quince años y no hayas pensado en eso durante los últimos catorce. Pero hasta que no reconozcas y redimas una energía donde hubo falta de amor, permanece activa como una toxina activa envenenando tu vida.
Enmiendas de hace 20 años, siguen siendo enmiendas que deben realizarse. Si has herido a otras personas, incluso si ellos no recuerdan conscientemente lo que les hiciste, llevan en sus células ese dolor. Al igual que tú. A nivel del espíritu, todos somos uno, y lo que has hecho para perjudicar a alguien es un dolor que cargas dentro de ti.
Se requiere de mucha humildad para acercarse a una persona y ofrecer disculpas. Al comienzo puedes sentir vergüenza de admitir tu propio error. No obstante, esos son los momentos de verdadera maestría que te liberan de la prisión de tu propia demencia. Te has redimido de tu error y eres libre para comenzar de nuevo.
Tu disposición de reparar un agravio ante aquellos que has herido en el pasado conlleva más poder que mil planes de dietas. La mente temerosa es un sentimiento falso de uno mismo, es el de un ser humano aislado y separado. Cuando reparas agravios por haberle hecho daño a otro, reconoces que no estás separado, que existe más en la vida que tu propio drama. Reconoces que la experiencia de otra persona es tan importante como la tuya, y comprendes que al hacerle daño a otra persona, te haces hecho daño a ti mismo.
El cambio radical en tu mentalidad —de ignorar tus propias transgresiones hasta admitirlas y estar dispuesto a reparar agravios cuando sea el caso— es un milagro que produce consecuencias prácticas en tu vida. Cuando atraviesas el muro de la separación, éste comienza a derrumbarse.
La mente temerosa puede argüir que el perdón no tiene nada que ver con tu peso y con tus asuntos con la comida, pero si hay algo que debería estar claro para este momento, es que la mente temerosa miente. Estás comenzando a darte cuenta que la base de todos los problemas en tu vida es un sentido falso de separación entre tú y los demás, y entre tú y tu verdadero ser.
Toda jornada hacia la pérdida de peso permanente trata de tu sentimiento de aislamiento y del desespero que engendra. Manteniendo a raya el amor, has mantenido a raya tu ser sano y pacífico. Al perdonar a los demás, por fin eres libre para experimentar la alegría de sentirte cerca de ellos sin que hagan falta muros entre ustedes. Y al perdonarte, comprendes que mereces verte tan hermoso en el exterior como recuerdas, finalmente, lo hermoso que eres en tu interior.
Reflexión y oración
Practica esta meditación respecto a todas y cada una de las personas de la cuales te sientas separado por pensamientos y sentimientos de rencor.
Respira profundo y cierra tus ojos.
Ahora observa con tu ojo interior una visión de esa persona parada al lado izquierdo de tu mente. Observa su cuerpo, ropa, gestos y forma de actuar en el mundo. Visualiza una gran luz en medio del corazón de esa persona, extendiéndose hasta cubrir todas las células del cuerpo y más allá de su carne hasta el infinito. Visualiza mientras la luz comienza a brillar tanto que su cuerpo desparece en la sombra.
Observa con delicadeza una visión de tu propio cuerpo al lado derecho de tu visión interior. Aquí también, observa tus gestos, tu ropa, tu manera de actuar en el mundo. Y visualiza la misma luz divina en el área tu propio corazón, moviéndose y extendiéndose hasta cubrir cada célula de tu cuerpo y al infinito más allá de las fronteras de tu carne. Visualiza la luz brillar con tal intensidad que tu cuerpo comienza a desaparecer en la sombra.
Mueve lentamente tu ojo interior al medio de tu campo de visión, donde comienzan a fundirse la luz desde lo más profundo de la otra persona y la luz desde lo más profundo de tu interior. Simplemente, observa, y permítete ser testigo de la unicidad divina. La unión que ves aquí es la realidad del amor.
Pasa tanto tiempo como puedas con esta visión cada vez que lo hagas, lo mejor sería un mínimo de cinco minutos. Conlleva en sí el poder de una verdad sagrada arraigada en tu mente subconsciente.
Repite esta meditación, haciendo que ambas personas sean tu propio ser. Pide en oración una reconciliación divina entre lo que has sido y quien realmente eres. Permanece de una manera profunda en estas imágenes, y permite que la iluminación destierre toda oscuridad de tu mente. Esta es la reconciliación más elevada de todas: tú con tu ser real.
Querido Dios:
Por favor enséñame a perdonarme
y a perdonar a los demás.
Elimina los muros
que no dejan entrar al amor,
tras los cuales estoy prisionero.
Sana mi culpa
y elimina mi ira,
para que pueda renacer.
Suaviza mi corazón,
fortalece mi espíritu
y enséñame a amar.
Amén.