CAPÍTULO XVI

 

De lo que le sucedió en Sevilla; cómo hizo una burla a unos médicos, que fue ocasión de enviudar.

 

Desde Granada hasta Sevilla volvió el autor a darme nuevos tientos en su pretensión. ¡Miren qué lindo, para quien tenía mucho dinero y el gusto hecho a tratar con un señor pródigo y enamorado! Halló en mí la misma resistencia que antes, de suerte que desistió de la pretensión algo corrido, redundando desto querer vengarse de mí, como adelante diré.

Comenzamos en Sevilla a representar, con tanta aprobación del auditorio y alabanzas suyas, que todos decían no haber tales dos personas como Sarabia y yo en toda España. Cada día acudía más gente a nuestro corral, faltándole al autor del otro,[155] con echar cada día comedia nueva y ser buena la compañía. Mas estaba yo tan señora de mi representación y acciones, que eso y la buena voz traía la gente a oírme de los más remotos barrios de la ciudad, estando a la una del día[156] el teatro que no cabía de gente.

Sucedió enviarnos de Madrid una comedia escrita por tres poetas de los mejores que se conocían entonces. Era la comedia de aparato, galas y grandes tramoyas. El papel primero parece que se había cortado para mi representación; éste me quitó el autor, por vengarse de mi desprecio, y se le dio a la compañera que hacía los segundos papeles. Sentilo con extremo, pero no me di por entendida, sino tomé el papel que se me repartió, viendo que el autor, por su tema, se hacía a sí mismo la befa. Con todo, no quise dejar de vengarme de aquel agravio, que confesaba toda la compañía habérseme hecho. Y así, habiendo tres días antes prevenido y convidado al pueblo con esta comedia, exagerando su bondad y las galas que se habían de sacar en ella, aquella mañana que habíamos de hacer el último ensayo della para hacerse a la tarde, me fingí enferma de un grave dolor en el estómago y vientre, de que mostraba faltarme la respiración. Di parte de mi embuste a mi marido y a Hernando.

Vino el autor, diciéndome que me animase, que bien podía ir a ensayar. Yo le dije que mi vida la estimaba en mucho y que no podía hacer lo que me mandaba, ni aun hablar, quejándome con grandes gritos. Comenzó a afligirse, diciendo ser el más desgraciado del mundo, en que esto le sucediese cuando toda la ciudad estaba convocada para aquella comedia, puestos carteles, y compuesto uno de los mayores teatros que se habían visto en el mundo. Yo le signifiqué mi pesar, y que quisiera estar para representar, mas el dolor que padecía era intolerable.

Llamaron dos médicos que acertaron a pasar por la calle entonces. Subieron a verme en presencia del autor y, tomándome el pulso, dijeron me comenzaba la accesión. Quisieron ver la orina, y para que la tomase dieron lugar, saliéndose otra pieza más afuera. No me hallé con disposición de tomarla, y así, Hernando, en su lugar, echó un poco de vino blanco en un orinal, que les mostró a los doctores. Pasó plaza de orina para con ellos, que no tenían mucho de Galeno, pues eran de los que se convidaban con sus personas por las calles, no de los que por su buena fama son buscados en sus casas. Vieron, como digo, la orina, sin desengañarles el olor del vino, y dijeron mil desatinos sobre ella. Acordaron que me sangrasen[157] de los dos tudillos luego, y que a la tarde se me echase una ayuda, con que se fueron cuidadosos de volver a verme.

Costosos remedios eran para mí los receptados. No me estando bien el hacerlos, salió Hernando fuera y trujo sangre del rastro,[158] que pasó plaza, en cuatro escudillas, de ser mía; y el clistel[159] dijo habérseme echado. Cuando los médicos volvieron a verme, tocaron el pulso y dijeron que me hallaban aliviada, si bien no libre del todo de la calentura. Yo me quejaba menos, como no estaba allí mi autor. Diles ocho reales, con que fueron contentísimos, que quizá no habían ganado otro tanto en toda aquella semana, y yo quedé con escarmiento de no curarme con semejante gente.

Acudió mucha gente a la fama de la comedia. Disculpose el autor de no la hacer por mi enfermedad; conoció allí la falta que hacía, pues sin mí no hubo sosiego en el auditorio, estando todos desazonados. Esotro día tampoco quise que representase, pasando con mi mal adelante, con que se desesperaba el autor. Al fin, al tercero día se hizo la deseada comedia, en la cual la dama compañera erró el papel y dio que notar al auditorio, y decir que se me había hecho agravio en quitármele, por lo cual no se le lució bien la comedia. Contra sí hizo, y a dinero pagó su tema. No le sucedió más, aunque vio siempre en mí resistencia a su gusto. Era rectísima guarda el criado del señor conmigo; pero no por eso dejaba de admitir visitas de otros señores, si bien no le perdí la lealtad al que dejaba en Granada, con esperanzas de verle presto en Sevilla.

De la burla que hice a los médicos —que después supo el autor, para que se enmendase en no tomar temas conmigo— tuvo motivo Sarabia para escribir un entremés. Era pública la burla por Sevilla, y así cayó más en gracia cuando se representó, si bien al poeta y a mí nos estuvo mal. He querido ponerla aquí, por divertir un rato al lector y mostrar la habilidad de mi esposo. El entremés era éste:

 

LA PRUEBA DE LOS DOCTORES

 

FIGURAS

 

 

TRUCHADO

DOCTOR RIBETE

 

 

GINÉS

DOCTOR MATANGA

 

 

BRÍGIDA

DOCTOR REBENQUE

 

 

 

MÚSICOS

 

 

Salen GINÉS y TRUCHADO, su amigo.

 

GINÉSYa os he dicho, Truchado, que es mi gusto.

TRUCHADOVuestro gusto será, mas es injusto.

GINÉSHe de experimentar su amor en Brígida.

TRUCHADO¿Su amor? Ved que os [adora].

GINÉS                                          No confío,

que de amor de mujer siempre me río.

TRUCHADOAhora lo veréis con experiencia.

GINÉSY con ése veré la oculta ciencia

de los anti-esculapios[160] deste tiempo,

por quien un gran poeta, de retruécanos

y coplas revoltosas, cobró fama,

haciendo este satírico epigrama:

“De médicos está lleno,

malos, el mundo; y por Dios,

que diera Galeno, el bueno,

heno[161] a más de veintidós

que visten veintidoseno”.

TRUCHADOEs extremado.

GINÉSVa de burla, amigo;

ya me empiezo a quejar.

 

Sale BRÍGIDA.

 

TRUCHADO¡Señora Brígida!

BRÍGIDA                      ¿Quién llama?

GINÉSYo, mujer, que vengo malo.

BRÍGIDA¿Es de veras, marido, o es regalo?

GINÉS¡Tal regalo os dé Dios! ¡Ay, que me muero

sin remisión!

TRUCHADO                  Hacedle que se acueste.

BRÍGIDA¿Qué tenéis?

GINÉS                  Si os alegra, tengo peste.

BRÍGIDA¿Peste, señor Truchado?

TRUCHADO                                 No, señora.

Un vahído le dio; no será nada.

BRÍGIDAMás valiera ser peste confirmada.

GINÉSLos médicos llamad, que éste es mi gusto.

TRUCHADONo os asustéis, señora.

BRÍGIDA                                 No me asusto.

 

Vase BRÍGIDA.

 

TRUCHADOBrígida se lastima ya de veros.

GINÉS¡Mejor la pongan en un fuego en cueros!

En la cama me zampo de repente,

quiero hacer del quejoso y del doliente.

 

Entrase así vestido en una cama, y sale BRÍGIDA

con tres médicos: RIBETE, MATANGA y REBENQUE.

 

BRÍGIDAAquí están, marido mío,

el señor doctor Ribete,

el señor doctor Matanga

y el señor doctor Rebenque.

GINÉSLleguen en buen hora todos.

RIBETEDios guarde a vuesas mercedes.

¿Qué es esto, señor enfermo?

GINÉSSeñor, un grave accidente

que me inquieta los sentidos.

 

RIBETEDios querrá que se remedie.

Déme ese pulso derecho,

y veré de qué procede.

Ya que el pulso le he tomado,

vuesas mercedes se enteren

que él después informará

de su mal.

MATANGA              Bien me parece.

 

Témanle el pulso.

 

TRUCHADO¿Juntar a tantos galenos

tan presto? Brígida quiere,

cansada ya de marido,

las reverendas[162] ponerse.

RIBETEPues hemos tomado el pulso,

el enfermo agora puede

informarnos de su achaque.

GINÉSDe buena gana. Escúchenme:

Trujáronme ayer, señores,

para fiesta de un banquete,

del vino más estimado

siete frascos de Torrente.[163]

Páselos sobre una mesa,

y una mona (que quien tiene

mona[164] sin vino es un asno)

quebrómelos todos siete.

Diome del susto —¡Ay de mí,

que el pesar me desfallece!

¡No más monas en mi casa!—

un dolor tan vehemente

que del fin de los zancajos,

tan ofensivo se atreve

a trepar por las canillas,

como si fuera [g]rumete.

Hace asiento en las rodillas

y, con cólera valiente,

por las dos tablas muslares

a las ijadas se viene.

Malo fuera para atún,[165]

nadie quisiera comerme;

mejor fuera en lo sensible

para mula de alquileres.

El punzativo contagio

hace de su daño asperges;

por la ventrícula playa

mondonguero es de mi vientre.

Al estómago se sube,

y de su alcoba se extiende

hasta escalarme el gaznate,

la boca, muelas y dientes,

narices, ojos y cejas.

Aposéntase en la frente,

dominando imperioso

del colodrillo a las sienes.

Éste es mi accidente, en suma.

RIBETE¿Reconcéntrase en las renes

esa intención dolencial?

GINÉSY tan pulmónicamente,

que es ya mi riñonicida:

tanto me aprieta y ofende.

REBENQUE¿No tranquiliza el tesón?

GINÉSNo lo entiendo.[166]

REBENQUE                              ¿No lo entiende?

Digo, si lo vigoroso

suele estar intercadente.

GINÉSMenos lo llego a entender.

MATANGASi lo sensible padece

opresión universal,

sin darle lugar al reqies.

GINÉSNo puedo hacer responsión

si clara no me hablan mente.

RIBETEDicen si el mal le estimula

ad invicem, o si tiene

impírica posesión

en el cuerpo permanente.

REBENQUESi ofende o no a todas horas.

GINÉSA todas horas me ofende.

RIBETEMenester es ver la orina.

 

Sacan un orinal con vino.

 

TRUCHADOAquí está.

RIBETE             Galeno, In Verrem,[167]

y Rasis, en su Tebaida,

este color aborrecen.

MATANGAHipócrates, en su Eneida,

dice que el peligro teme

del enfermo que esta orina

ex corpore suo expelet.

GINÉS¡Buenos andan los galenos!

Y es un vinillo de Yepes[168]

trasladado al orinal,

[Truchado].

TRUCHADO               Di, ¿Qué pretendes,

Ginés, con aquesta burla?

GINÉSQue las cabezas se quiebren,

mientras que de ellos me río.

TRUCHADO¿No ves a Brígida Pérez

cómo atenta les escucha

lo que entre los tres confieren?

GINÉSDebe importarla que hagan

los disparates que suelen,

hasta dar fin con mi vida;

que mudar de estado quiere.

MATANGAGinés: el mal es tan grave

que retirarnos conviene

a hacer los tres una junta,

sobre lo que hacer se debe;

que la orina nos indica

estar el cuerpo doliente

de grave morbo.

GINÉS                      En buen hora;

hacerla allá fuera pueden.

RIBETEDéjennos solos aquí.

Solos a los tres los dejen.

Mujer, retiraos allá.

BRÍGIDA¿Quién habrá que me consuele?

¡Ay, marido de mi vida,

que te mueres, que te mueres!

 

Vase.

 

GINÉSMejor te coja una tapia,

y a quien a ti te creyere.

¡Mal haya el hombre que fía

en vuestro llanto, mujeres!

Pues allá se han retirado,

quiero escuchar lo que quieren

hacer estos tres alfanjes

o montantes[169] de la muerte.

 

Levántase cubierto con una manta.

 

REBENQUE¿Tiene muchos sufragáneos

el señor doctor Ribete

en quien su ciencia se ocupe?

RIBETETendré como diez y nueve.

¿Y vuesa merced, señor?

REBENQUEEn mi lista doce o trece.

¿Y en la del doctor Mortaja?

RIBETEDiez y ocho, que está ausente.

¿Y vuesarcé, seor doctor?

MATANGAEl primero enfermo es éste

que en este mes me ha venido.

RIBETE¿Y en el pasado?

MATANGA                      Hasta veinte

encaminé a la otra vida.

GINÉS¡Malos garfios te desuellen

hasta verse las entrañas!

¿Tú eres médico? Eres peste

y contagio universal.

RIBETEPues sin curar, ¿en qué entiende?

MATANGATomo liciones de esgrima.

GINÉSDel fiero homicidio quiere

ser graduado in utroque:[170]

Él saldrá muy eminente.

RIBETE¿Qué” tiempo tiene su mula?[171]

MATANGATendrá como treinta meses.

RIBETE¿Es mansa?

MATANGA               Como una onza

cuando sus cachorros pierde.

RIBETE¿Es suelta de pies y manos?

MATANGAY tan resuelta, que puede

dar a la Tabla Redonda

más pares que ella se tiene.

GINÉS¡Para tus muelas,[172] doctor!

MATANGADe las cosquillas procede

el ser algo juguetona.

GINÉSReniego de sus juguetes,

si no son contra su amo.

MATANGAÉsa vuestra me parece

que no es del todo muy sana.

RIBETEA dar mordiscones puede

apostárselas a todas.

Sabe curar diestramente

todo mal de lobanillos,

por lo diestro con que muerde.

GINÉS¡A Genebra con la cura

y a Lucifer que la piense!

Al fin, tal como su amo,

que todos resabios tienen.

RIBETELa mía, a dar cabezadas

ninguna puede excederle;

que ha muerto cuatro doctores.

GINÉSY cuando al quinto le entierren

ganará mucho la corte,

con el sujeto que pierde.

¡Avisón, mirones míos!

Quien cayere malo aceche,

que esto hacen los idiotas,

pero no los eminentes.

RIBETE¿Que sentís de aqueste enfermo?

REBENQUEQue está peligroso, y puede

darle este mal en modorra,

si al pe[r]icrán[e]o[173] le vence.

Y para que se descargue

el humor de que procede,

he de echarle cien ventosas

[s]ajadas.[174]

GINÉS                      ¡Mejor te tuesten,

ministro de Satanás!

¿[S]ajadas? Este pretende

como a tafetán o ra[s]o

escaramuzado[175] verme.

RIBETEYo le echaré doce ayudas

de re[s]ina y agua fuerte,

para evacuarle el humor.

GINÉSMejor de un rollo te cuelguen.

MATANGAPues yo, tras los dos remedios,

le purgaré doce veces.

GINÉSPurgas malas te dé Dios,

que del cuerpo no las eches,

y si las echares salgan

como mangas de cohetes.

RIBETEVolvamos a visitarle

y déjenme vuesarcedes,

que yo le he entendido el mal

y haré lo que conviniere.

 

Vuélvese GINÉS a la cama y llegan los doctores.

 

Señor Ginés: su dolor,

que por los talones viene,

comenzó por sabañones;

intruso ya en los juanetes,

en las rodillas es gota,

ijada en la fimbria ventris,

ceática en las caderas,

mal de que tantos tollecen.

Llamárale mal de madre

o torzón, al atreverse

al vientre; mas no es mujer

ni rocín.

TODOS           Es evidente.

RIBETEMal de estómago es en él;

garrotillo en el gollete,

mal de muelas en la boca

y jaqueca en las dos [s]ienes.

Él es mal muy peligroso;

paciencia, Ginés, apreste,

que un sacrificio le aguarda.

Llamar seis barberos pueden,

con otros seis boticarios,

porque han de hacer, me presente,

con ayudas y ventosas

que la cura se comience;

que esto nos dice la orina.

GINÉS¡Juro a Dios que ella les miente,

o que ellos están sin seso,

pues que de orinas no entienden!

¿Es ésta que tengo aquí?

 

Muéstrasela.

 

RIBETELa misma.

GINÉS              Pues ella vuelve

al cuerpo de quien salió.

MALANGA¿Está loco?

REBENQUE              Él se la bebe.

 

Bebe el vino.

 

GINÉSSeñores protoidiotas:

esta orina orinó en Yepes

el cuerpo de una tinaja,

y cada cuartillo puede

resucitar cuatro muertos.

Yo examiné sus caletres,

tan doctos que es compasión

que a galeras no los echen.

Brígida bien deseara

que mi dolencia creciese,

para ser en tierna edad

otra viuda de Gelves.[176]

REBENQUEPor Dios, que me he avergonzado.

RIBETE¿Y el señor doctor Ribete

monda nísperos,[177] acaso?

REBENQUE¿Y yo?

GINÉS        La fiesta comiencen.

TRUCHADOLas vecinas se han juntado.

¡todos a Ginés alegren!

GINÉS Y a estos señores doctores,

que su ciencia lo merece.

 

Salieron músicos y mujeres, y hicieron este baile.

 

Legos de la medicina, atended

despacio al baile,

que contra los desaciertos

ha de servir de vejamen.

Oigan y callen,

y quien más los celebra,

dellos se guarde.

Doctores hay pistoletes,

que al primer recipe parte

el enfermo a la otra vida,

sin que remedios le basten.

Oigan y callen, etc.

Doctores hay almarados,

que sacando poca sangre,

al que cogen de antuvión

no hay miedo que se escape.

Oigan y callen, etc.

Doctores hay carniceros

que tronchan, cortan y raen,

y éstos por lo criminal

son de la muerte montantes.

Oigan y callen, etc.

El doctor y el albéitar

siempre compiten,

en quién mata más hombres

o más rocines.

En sus recipes funda

su ciencia el doctor,

más en lo que recibe

que en lo que ordenó.

Las navajas parecen

a los doctores,

que lo agudo nos muestran

y el filo esconden.

 

Acabóse el entremés con este lucido baile, que fue muy celebrado de toda Sevilla, si no de los agraviados, que se la guardaron a Sarabia, sabiendo ser el poeta, y con cuatro amigos le cogieron una noche y le dieron muchos talegazos, con que le pusieron tal, que en seis días le llevó Dios. Quedé viuda, aunque bien puesta, con que fue más fácil de llevar la pena que si quedara pobre.

El señor que me asistía se quedó en Granada a aguardar la sentencia de su pleito; el criado, por orden suyo, me dejó de acudir, que todo cansa, y más a él, que le iban ya a la mano en estos gastos. Sobreviniéronle al autor dos ejecuciones de mil y quinientos ducados; pusiéronle en la cárcel cerca de Cuaresma, y con esto desbaratose la compañía. Persuadíanme los compañeros que me fuese a Madrid a entrar en otra, y el huésped de mi posada en que me casase con él. No me había ido tan bien con Sarabia que desease segundo matrimonio, y así quíseme quedar en Sevilla en hábito de viuda. No faltaban galanes que me deseaban servir, aficionados a la moza; pero yo, con mucha severidad, los despedía a todos, deseando huir de empeños y más de amor. Salí de la posada en que estaba y puse casa en los barrios del Duque, donde, con el dinero que tenía, pude tener una criada de labor y otra para salir de casa.

Así me pasé más de medio año, hasta que, con la venida de la flota, vino a ser vecino mío un perulero.[178] Viome un día en la iglesia, adonde le parecí bien, según me dijo. Deseó mucho hablarme, y para eso puso todos los medios posibles. Conocí su afición y, porque cayese el pez con más deseo del cebo, neguele una y muchas súplicas que me hizo de quererme visitar, y asimismo dejeme ver poco en la iglesia, con lo cual andaba el buen perulero bebiendo los aires por mí. Era hombre de cincuenta años, entrecano, enjuto de rostro, buena estatura y andaba lucido, aunque no tanto como pudiera con más de cincuenta mil ducados que había traído de Lima. Su familia eran dos criados de espada, tres negros y una negra que le guisaba de comer. No tenía coche, sino andaba en un macho regalado, acompañándole dos negros.

La perseverancia acaba muchas cosas, y pocas son las que se le resisten. Como le vi con ella, procuré que un amigo de mi marido, letrado, le hablase como que era acaso, y que le informase de mis partes, a quien yo instruí en lo que había de decirle acerca de mi persona. Acudió el tal letrado a mi casa dos o tres días, a quien vio entrar en ella el perulero; y pareciéndole que sería persona muy familiar mío, pues tanto frecuentaba mi casa, viose con él y pidióle que le dijese quién era yo. Deseaba darme gusto el jurista, y díjole ser hija de un caballero de Castilla muy calificado, el cual había venido a Sevilla en busca de un hermano suyo que estaba en Indias, y le esperaba en la pasada flota. Díjole cómo había muerto allí y dejádorne en Sevilla, viuda y moza, esperando a mi tío. Preguntó el indiano en qué parte de las Indias estaba; díjole que en las Filipinas, donde había pasado en compañía de don Alonso Fajardo, gobernador que fue a aquellas partes. Diole crédito a todo el indiano y túvome en más estima de allí adelante, informado de mi calidad, con lo cual, de allí a quince días no sólo declaró su afición al letrado, pero le hizo su casamentero. Púsole duda. Salió con la empresa respecto de que yo no dispondría de mí, menos que supiera el beneplácito de mi tío; esto le dijo por darle más deseo de efectuar el negocio.

Vino en este tiempo a Sevilla una hermana del perulero, natural de Navarra, a quien había dejado niña y en poder de su madre cuando pasó a las Indias. Con la venida de esta dama se alegró mucho mi amante, y a cuatro días que había llegado le dio cuenta de su afición, rogándola que me fuese a ver. Hízolo con mucho gusto. Acepté su visita y tuve muy buena tarde con ella, porque era doña Leonor —que este nombre tenía— muy discreta y entretenida. En el discurso de nuestra visita me trató del deseo que tenía su hermano de verme, y que si le daba licencia vendría aquella tarde allí. Pareciome que, con la presencia de la hermana, me estaba bien concederle la que pedía, y así la dije:

—Muchos días ha que el señor don Álvaro —que así se llamaba mi amante— desea hacerme merced, y no he dado lugar a visitarme, así por mi estado, como porque no querría que, con su venida, mi tío hallase nuevas de poco recato en mi persona; mas ahora, con vuestra amistad, podrá favorecerme visitándome.

Gustó mucho doña Leonor de tener mi beneplácito, y así pasó un criado a avisarle que podía pasar a mi casa. Vino luego, muy cuidadoso de su persona, efectos del amor aun en l[o]s que tienen mayor edad. En presencia de su hermana me manifestó cuánto deseaba merecerme y que yo honrase su casa. Yo me excusé con el no tener licencia de mi tío; a que él acudió que cuando los casamientos se hacían con personas de calidad y de hacienda pocas veces se recibían mal, si de por medio no había empeños de palabra. Finalmente, por no cansar al lector con las demandas y respuestas que en esto hubo, digo que yo me determiné a lo que deseaba más que el mismo don Álvaro.

Atrevimiento grande fue casarme en lugar donde había sido conocida en la comedia, pero tales ocasiones no se ofrecen cada día. Yo deseaba mi quietud y descanso, y el cielo me le había ofrecido con este consorcio. No quise dejar pasar tan buen lance y perderle, y así mis bodas se hicieron con mucha solemnidad, hallándose a ellas muchos amigos del indiano. En cuanto a galas y joyas gastó liberalmente, con no lo ser, porque era la misma miseria, plaga que traen todos los que pasan de España a ganar hacienda a las Indias; que, como allá les cuesta trabajo el adquirirla, así la guardan. Gastó, como he dicho, don Álvaro espléndidamente; que el gasto del mísero, cuando se hace, es mayor que el del liberal. Aquellos días lucí en Sevilla con mis galas, puso coche[179] y en él me dejé ver en todas fiestas, sin haber reparado en mí los que me conocieron dama de la comedia. Tales cosas encubre un gran lugar como Sevilla.