CAPÍTULO XIX

 

En que cuenta la entrada en Madrid y lo que allí le sucedió, con un hurto que la hicieron, por donde se fue a Alcalá y se casó cuarta vez.

 

Al cabo de los años mil vuelven las aguas por do solían ir, se dice comúnmente. Nací en la corte y volvime a mi centro con algún caudal granjeado, no puedo decir que con buenos modos, porque el lector sabe cómo han sido en el largo discurso de mi vida, de que podía temer su poca duración, pues lo mal ganado ni llega a colmo ni se conserva. Con todo mi carruaje y familia[195] entré en aquel piélago de gentes, abismo de novedades, mar de peligrosas sirtes y, finalmente, hospicio de todas naciones. Recibiome como madre, y yo, como hija suya, alégreme de ver sus costosos edificios, sus nuevas fábricas, ocasión para aumentar cada día más vecindad, a costa de las ciudades y villas de España; pues lo que aquí sobra de moradores viene a hacer falta en ellas, despoblándose por poblar la corte, hechizo que hace con todo género de gente.

Tomé casa en los barrios de San Sebastián, alegres por su sana vivienda como por estar cerca de los dos teatros[196] de las comedias; y porque cerca dellos viven los representantes y las damas de corte,[197] se llaman comúnmente los “barrios del placer”. Allí alquilé una casa sola, bastante para mi corta familia, que era dos esclavas, la una en astillero de sobrina mía y la otra de dueña; el venerable Briones, escudero y comprador, y una mozuela que sirviese en la cocina. Adorné las paredes, compuse mi estrado y compré lo que me faltaba para tener una casa aseada y que pareciese de mujer principal.

Mi primera salida fue a una fiesta que se hacía en la Victoria, donde, manifestándonos a la juventud, no faltaron galanes ventores de la corte que, conociendo las nuevas caras, nos cercaron y comenzaron a trabar plática con las dos. Cúpome un caballero, hijo de un rico genovés, y a Emerenciana un amigo suyo, de su misma edad y tierra. No eran de los más entendidos del mundo, y así se lo conocí a pocas razones. Parecióme el que se me inclinó que, si la finca era abonada de dinero, el entendimiento era mollar y ocasionado para cualquiera burla y estafa.

Hubo su poco de acompañamiento y, visto que carecíamos de coche, también hubo oferta del, que no se desestimó, antes se admitió como cosa la más concerniente a nuestra autoridad. Nuestra venida a la corte quisieron saber, y se les satisfizo con la misma mentira que a don Esteban en Toledo. Continuaron en visitarme, pero no en comenzar la empresa regalando, con que me comenzaron a dar temblores de frío, desahuciándome de poder sacar jugo de la tal gente.

Quien hubiere ofendido, guárdese; que el que ofende escribe su daño en papel, y el que recibe la ofensa en bronce, que tiene más duración. Así lo hicieron don Esteban y don Leonardo; que, habiendo salido el criado que dejamos cerrado de su encerramiento, siendo abierto por un vecino de pared en medio, fue a dar cuenta a su amo de haber visto con vida a Briones, y asimismo de nuestra fuga a Madrid. Picáronse los dos, y más don Leonardo, por haberle costado el espanto una enfermedad; y, conformes en vengarse de mí y de Emerenciana, se partieron a Madrid con mucho secreto, llevando ya ordenado lo que habían de hacer conmigo.

El criado que encerramos tomó a su cargo el saber de nosotras; el cual, vestido de seglar —que era estudiante—, se puso unos antojos, con que se desconoció, y así, en dos días supo nuestra casa. Con esto se mudaron los dos amigos de la suya, que estaban a la plazuela de la Cebada, y se vinieron a nuestros barrios con todo el embozo posible. Traían para autor desta burla un conocido suyo, hombre, aunque anciano, de lindo humor. Éste acudió el primero día de fiesta a San Sebastián a misa, adonde sabía que íbamos Emerenciana y yo en el coche del enamorado genovés. Procuró tomar asiento cerca de Emerenciana y, en el discurso de la misa, todo se le fue en encarecerla su hermosura, mostrándose sumamente aficionado della, y asimismo en ofrecérsele por su servidor. Oí la plática y, mirando yo la persona del fingido enamorado, no me desagradó el verle de edad, que cuando en un anciano se apodera el amor es difícil de quitársele, porque no se sabe divertir como el joven y variar de gusto.

Acabose la misa, llegó a hablarme y a ofrecérseme de nuevo, alabándome segunda vez las partes de mi esclava. Yo le agradecí con las mejores razones que pude el favor que la hacía; y, queriendo acompañarnos, no di lugar a ello por ver que a la puerta de la iglesia estaban nuestros galanes, los cuales aún no habían visto lo que entre Emerenciana y el viejo había pasado; que, a verlo, fuera cierto haber celuchos y aun quejas. Hizo el anciano su papel de fino enamorado, siguiéndonos por darnos a entender que quería saber la casa, y no se fue de la calle hasta vernos dentro. Esa tarde me envió un criado, pidiéndome licencia para visitarme. Pareciome que la afición iba en aumento, y así se la di, por saber de su boca qué porte de hombre era. Vino el astuto viejo, y después de haber preguntado por nuestras saludes y la causa de nuestra asistencia en Madrid, me dijo estas razones:

—Yo, señora mía, antes que vuesa merced me pregunte quién sea, se lo quiero decir. Yo me llamo don Jorge de Miranda, de la calificada casa de los Mirandas de Asturias. Pasé muchacho al Pirú, y ha sido tal mi buena suerte que, arrimado a un virrey que entonces lo iba a ser a Lima, fui su favorecido; de suerte que, en cuarenta años que estuve en aquellas partes, he traído a España cien mil ducados en barra y pesos.[198] Fui casado en Indias, murió mi esposa, dejome un hijo, que se murió cerca de la Habana, de edad de veinticinco años, el más gallardo mozo del orbe. He quedado señor de toda esta hacienda, y estoy dispuesto a casarme segunda vez, aunque en madura edad, por si el cielo se sirviese de darme sucesores que heredasen esta hacienda. Trato aquí de algunos empleos, mas ninguno me satisface. He visto en mi señora dona Emerenciana partes para ser amada; y así, con vuestro gusto, que sin él no quiero nada, he de servirla y regalarla con mucho cuidado, porque su hermosura pide que todo el mundo la estime y agasaje.

A otra más astuta que yo engañaran las comedidas razones del fingido indiano, cuanto más a mí, que, en sonándome Indias, pensaba, con el talle y cara de la esclava, que habían de llover reales de a ocho en mi casa. Estímele la merced que nos hacía y, de parte de Emerenciana, le agradecí los favores que había recibido del aquella tarde; con que se remató la visita, manifestando el socarrón ir muy prendado por la moza. Continuó algunos días el vernos, sin enviar cosa alguna, si bien se disculpó en no haberle llegado la ropa de Sevilla. Era bien recebido de mí, con grandes esperanzas de ser muy rica por su causa. Emerenciana más se inclinaba al galán genovés, por ser más mozo; yo, que se lo entendí, la di un jabón,[199] de modo que tuvo por bien de seguir mi gusto.

Sucedió, pues, que un día que estábamos Emerenciana y yo en una fiesta, en el coche del caballero genovés, vino aquella tarde a vernos el viejo indiano; y quiso mi mala suerte que le abriese Marcela, con quien estuvo de visita aquella tarde, y della supo ser Emerenciana esclava y compañera suya. Esto le dijo, con el sentimiento que tenía de verla hacer papeles de señora y ella de criada, cosa que nunca la pudo digerir. Pareciole al socarrón del fingido don Jorge que le estaba de perlas aquella moza, y que era más conquistable siendo esclava, para lograr un intento que de nuevo se le ofreció con lo que le dijo Marcela. No dijo nada desto a don Esteban ni a don Leonardo, sino trató de escribir un papel a Emerenciana, el cual le llevó un criado de don Leonardo, que le servía en cuanto duraba la burla. Éste halló buena ocasión en que pudo verse a solas con Emerenciana, y así le dio el papel y ella lo recibió con mucho gusto; el cual contenía estas razones:

“Señora mía: sabiendo vuestra calidad y partes, me aficioné a esa beldad, con intento de serviros, no con el fin que ahora determino, que es de teneros por esposa. Esto sé que no será con gusto de vuestra tía, porque pretende serlo[200] mía y quitaros a vos este empleo. Si os determináis a dejar esa casa e iros conmigo a Sevilla, os doy mi palabra en dotaros en veinte mil pesos ensayados,[201] y teneros por mi esposa y dueño de mi alma. Si esto os pareciere a propósito, la breve resolución importa, guardándoos de que lo sepa vuestra tía, no os lo estorbe, que lo hará a saberlo. Sea yo avisado de todo, y el cielo os guarde como deseo. Don Jorge de Miranda”.

Leyó el papel Emerenciana y, entrando en consejo consigo misma, echó de ver cuan bien la estaba este empleo, pues con él salía de esclava y era señora, gozando una gran dotación y, mientras su esposo viviese, una grande hacienda; esto creyendo lo que había dicho el mentido indiano. Pues, como se resolviese a elegirle p[o]r esposo, a hurto de su tía, quiso no dejarla sin que se acordase della con lágrimas, y así, como quien tenía debajo de su llave sus joyas y vestidos, a ellas acomodó en un pequeño envoltorio y a ellos en otro algo mayor, y con esto respondió al papel desta suerte:

“Aunque no haya partes en mí para mereceros, aceto la estimación que hacéis de mi persona, con las condiciones dichas. Y por no sentir el estorbo que a nuestro intento puede hacer mi tía, me determino salir de su casa y ir a la vuestra la noche que viene, no olvidándome de las joyas que en casa hay mías y suyas. Aguardareisme a nuestra puerta al punto que anochezca, que yo lo tendré dispuesto todo. El cielo os guarde para que seáis mi dueño. Doña Emerenciana.”

No deseaba el indiano otra cosa, ni enderezaba la proa de su cautela a otro fin, sino al de persuadir a Emerenciana que robase a su tía, cuando no saliese ella a ello, pensando que era cierto lo de su riqueza. Mas, viendo que sin haberlo dado intención para esto, ella se determinaba, se alegró sumamente.

Llegóse el término señalado y, sin dar parte a nadie, el viejo aguardó a la descendiente de Agar[202] a la puerta de nuestra posada. No se había descuidado la moza, que, dejándonos a mí y a Marcela entretenidas, bajó cargada con sus dos líos de ropa y joyas. Halló a la puerta a su enamorado viejo y, tomándole el envoltorio de los vestidos, caminaron juntos a cierta casa en los barrios de Santa Bárbara, adonde el viejo tenía dispuesto llevarla. Era la casa de otro tan grande bellaco como él, y quisieron que por aquella noche pasase la mentira del fingido indiano, llamándole siempre, y con mucho respeto, el señor don Jorge de Miranda. No faltaron sirvientes que les asistieron a la cena, pasando plaza de criados del indiano. Cenose alegremente, no lo estando menos Emerenciana, juzgándose mujer de un caballero rico y principal. Acabada la cena, les tenían prevenida una blanda y limpia cama, donde se acostaron los dos y, aunque sin bendiciones, Berenguel —que así se llamaba el viejo— gozó el fruto de sus deseos.

Aquella noche, echando menos a Emerenciana, la busqué por toda la casa, y asimismo por las de los vecinos, pero no fue hallada. Acudí a mis cofres, y vi faltar dellos los vestidos que eran míos y ella traía. Eché luego menos las joyas, que valían muchos ducados; y, callando que me había robado la perra esclava, me quedé sin sentido tendida en un estrado. Acudió Marcela a mi remedio con agua, y al cabo de un rato volví en mí, bañada en lágrimas, sin haber razones con que me poder consolar. Marcela me decía que yo me tenía la culpa de la pena con que estaba, pues había dado alas a la hormiga para volar; esto era haber puesto en astillero de dama a quien era esclava. Vía que tenía razón y callaba, ocupada solo en llorar. Desta suerte se me pasó la noche. Por la mañana acudí a la justicia, dándoles cuenta del hurto y de ser esclava la que le había hecho; ofrecí dineros y mayor paga si parecía; hízose la diligencia, pero todo fue en balde, porque el astuto viejo se puso en cobro con su compañera. Ausentose esotro día de Madrid, y escribió una carta a don Esteban y a don Leonardo, avisándoles cómo se llevaba a Emerenciana con mis joyas.

Ellos, vista la burla, en algo vengados de mí, quisieron hacerme una visita aquel día. Y sin pedir licencia se subieron a mi cuarto, encontrándose con Briones en la escalera, con cuyo encuentro quisiera antes ser muerto que habérseles ofrecido a la vista. No hicieron caso del, antes, subiéndose a la sala, me hallaron en el estrado, que acababa de abrir un escritorio donde estaba el dinero, por ver si le había abierto con llaves falsas; y fue dicha que no se le pusiese en la cabeza, que lo hiciera, según era atrevida la Emerenciana. Con la vista de los dos caballeros confieso que me turbé mucho, y ellos me lo conocieron. Tomaron sillas y, habiéndome preguntado por mi salud, les dije no la tener buena.

—En los ojos se le echa de ver a vuesa merced —dijo don Esteban—, que parece que son los que más han padecido en el accidente, y ha sido grosero en atreverse a tanta hermosura.

Yo callé a esto, y luego don Leonardo me dijo, muy falso:

—Admirarase vuesa merced, mi señora doña Laura, de nuestra venida a Madrid juntos, y no dejará de estimarla, pues ha sido sólo a darla a vuesa merced la norabuena de la resurrección de Briones, el gobierno desta casa, cosa que supimos en Toledo, por haber faltado el cuerpo del sepulcro, y así lo atribuimos a uno de sus milagros de vuesa merced; y como el de resucitar a un muerto sea tan admirable, no quisimos dejar de ver a la causa de tan extraordinario portento, que es vuesa merced. Viva mil años para que se ocupe en actos de tanta caridad, que lo fue para el escudero, si no para nuestras bolsas; pero, gracias a Dios que el indiano ha dado venganza a todos, aunque nos quedemos sin lo que hemos gastado; del hemos recibido este papel, que con su licencia de vuesa merced hemos de leérsele.

Yo estaba tal, que no pude responderles palabra, y así di con esto lugar a que me leyese el papel del fugitivo ladrón de mi esclava y joyas, que decía así:

“El vengador de vuesas mercedes halló más fácil el imposible de Emerenciana que el señor don Leonardo; pues, habiendo sabido ser esclava de la que se fingía su tía, me pareció hacerla mi esposa, supliendo las sobras de su hermosura las faltas de su limpieza; si no la hay en ella, la habrá en los cofres de mi señora doña Laura, de quien faltan las joyas que vuesas mercedes contribuyeron y otras que las acompañan, porque no sientan el venir solas. Con ellas nos remediamos dos y se vengan dos, a costa de una agraviada. Y así, dejando a Madrid, ojos que nos vieron ir[203] no nos verán más en él. Cristo con todos.”

Luego don Esteban prosiguió, diciendo:

—Para estos trances es el valor, mi señora doña Laura; que, por faltarle al señor don Leonardo con el difunto Briones, cayó enfermo.

Aquí cobró colores el picado galán, y con mayores fisgas prosiguieron el cordelejo, hasta que ya, viendo que estaban pesados, les dije:

—Señores míos, basta, basta tanto apretar a una afligida mujer. A los afligidos no se les ha de dar mas aflicción. Ya vuesas mercedes están vengados de mí. Pero no me podrán negar que valiera más tener en mi poder lo que me han llevado, que no en el de un pícaro y una esclava; que tiempo viniera en que vuesas mercedes hallaran recompensa en mí

—No la queremos —dijo don Leonardo— ahora ni nunca, sino que vuesa merced tome este consejo de mí, y es que mire con quien se burla de aquí adelante, porque hallará quien no sepa llevar en risa lo que se le castiga en la bolsa por vía de engaño.

Con esto dejaron sus asientos y, despidiéndose cortesmente, me dijeron al salir:

—Pésanos que Emerenciana cobrase su libertad con tan mal empleo, que si ella se esperara, cara tenía para más de cuatro engaños. Vuesa merced tenga paciencia, que con ella se ganó el caudal y quiso pagarse de su mano.

Fuéronse y dejáronme abrasada. Llamé luego a Briones y a Marcela, y quise averiguar de los dos cuál había dicho ser esclava Emerenciana, pues solos ellos lo sabían. Entrambos negaron, y porque estaba dudosa a la averiguación, quise que pagasen la pena igualmente, y así esa noche pagué a Briones y le despedí, y a Marcela la vendí esotro día en lo que me quisieron dar por ella, escarmentando a no servirme más de esclavas.

Mudando de familia quise buscar en Madrid a Teodora, en cuya casa me crié; y acudiendo a los barrios donde había habitado, supe haberse casado en Alcalá de Henares con un mercader, con razonable hacienda, el cual se había aficionado a la moza. Pareciome hacer mudanza de Madrid e irme a Alcalá, adonde estaba mi amiga; y así la dispuse brevemente, considerando que de asistir en Madrid y estar allí don Esteban y don Leonardo, mis contrarios, podría perder por ellos con la juventud de los caballeros, a quien yo había menester para usar de mis embustes. Esto, pues, me obligó a dejar la corte y la comenzada conquista del caballero genovés, mi amante, que frecuentaba mi calle mucho.

Prevenido todo el menaje de mi casa, que ocupó un carro, yo me entré en un coche y en él me fui a Alcalá, adonde hallé a mi amiga Teodora muy contenta y rica, y con dos hijos. Recibiome alegremente, diciéndole a su marido quien yo era, de quien en ocasiones habían tratado largamente los dos, exagerando lo mucho que me quería. Estuve en su casa cuatro días, y en tanto me buscaron casa. El dinero que traía, que serían hasta dos mil escudos en oro y plata, puse en trato con el mercader. Súpolo esto un primo suyo viudo, y pareciéndole que le estaba bien ser señor de aquel dinero, para augmento de su caudal, que también era mercader de sedas, trató con Teodora de que se supiese de mí si quería casarme.

Ella, que deseaba tenerme siempre cerca de sí —aunque contra voluntad de su marido, por ver que le había de quitar el dinero del trato—, concertó mi boda con el tal mercader. Hubo en ella gran fiesta, pero duró poco, porque yo me empleé en el hombre más civil y miserable que crió la naturaleza. Era hombre de cincuenta años, con dos hijos y una hija, tan míseros como su padre: al fin criados en tal escuela.

Las cosas de su miseria piden nuevo volumen, que en éste sería alargarme mucho, y así convido al señor lector para él en mi segunda parte, diciéndole que del mercader tuve tres hijos y una hija. Todos salieron al padre en las costumbres; sola la hija imitó las mías.

Para la segunda parte remito contar las vidas de todos, con nombre de La congregación de la miseria, libro que será de gusto, cuyo volumen promete el autor deste dar a luz con la historia de Los amantes andaluces y Fiestas del jardín, siendo Dios servido.[204]

 

Laus Deo, honor et gloria.