En que da razón de cómo lo pasó la gallega en el mesón, y cuan celebrada fue en el río hasta su casamiento.
Ya tenemos a mi señora madre —buen siglo haya— acomodada en un mesón de los de más nombre que había en la calle de la Cava de San Francisco, cobrando desde su llegada el nombre del “Mesón de las dos hermosas”, por ella y la otra moza que halló en él. Esta, como amiga que se dio de mi madre, aquella noche la hizo breve relación de lo que había que hacer en casa, de los intereses que se tenían con los huéspedes, a cuáles debía servir con solicitud y a cuáles con no tanta; cómo se había de portar en materia de amores, cuan sin afición había de vivir con ninguno, llevando su fin a solo su provecho y viéndole primero antes de hacer su empleo; pero que lo más importante para su estimación era el estar bien vestida, para lo cual pidiese a su ama que le adelantase tres o cuatro meses de salario.
Tomó Catalina la lición de Aldonza —que así se llamaba la compañera— muy en la memoria, y a lo último la dijo que no pensaba obligar a su ama a que le diese lo que no había servido; que un pariente suyo tenía que la daría lo necesario para vestirse, y que así esotro día le buscaría y la vería brevemente en otro pelo.
Holgose Aldonza que con tanta brevedad pudiese lucirse, mas después le vino a pesar, porque no le estuvo bien tener tan buen lado. Era por tiempo de entre las dos Pascuas, y cerca de la de Pentecostés, para lo cual propuso Catalina salir en limpio, que hubiese que ver en ella; y así, fingiendo ir a verse con el pariente, trujo dineros con que rogó a su ama le comprase lo necesario para vestirse. Era buena mujer la huéspeda, y viendo que el lucimiento de su criada le era mejoría de su casa y crédito de su mesón, se holgó que sin pedirla nada adelantado tuviese con qué vestirse; y así se ofreció a salir a comprar con ella lo necesario.
Valiole el no revelar el hurto Catalina a su galán el verse vestida, pues eso fue la piedra fundamental para su medra. Llegó con su ama a la calle de Toledo,[32] donde hay bodegones de vestidos, hallando allí siempre guisados los que pide el gusto para adorno de las sirvientes de mantellina. Allí compraron en acomodado precio un manteo azul, con su poca de guarnición pajiza; una basquina y jubón de estameña parda, guarnecido el jubón; mantellina de bayeta de Segovia, que oyendo dónde era casi no quiso comprarla Catalina, acordándose de su galán. Pasaron a una tienda de lencería, donde sacó dos camisas, valonas y cofias, y no se olvidaron del calzado,[33] que quiso de golpe ponerse el que traen las fregonas de más presunción en la corte, bien mirado en tiempo de lodos, pues su limpieza acredita la curiosidad y gala de la que los pisa sin detrimento suyo. Con todo este ajuar volvieron a casa, no faltando para cumplimiento del arnés[34] sino algo desto que se trae en la cara, y dos sortijas de plata, cosa concerniente en el fregatriz estado, aunque ya le vemos subido de punto con algunas[35] de oro, donativos de los que, hartos de perdices, gustan tal vez de comer vaca.
Llegaron, pues, a casa, y mostraron a Aldonza las galas recién compradas, en que no se empleó aún todo el dinero del hurto, guardándolo Catalina en una arca que otro día compró. Ya la compañera estaba un poco envidiosa del lucimiento que esperaba tener Catalina; disimuló su recién nacida pena, y propuso no manifestarla por no parecer que se tenía en tan poco que temía ventajas de otra. De allí a dos días, sin acompañarse Catalina de su ama, corrió las almonedas de la Plaza de la Cebada, donde halló una basquina y jubón traído[36] de una mezcla honesta, que compró en acomodado precio, para que la excusase de traer de ordinario los vestidos que poco antes había comprado, no olvidándose del aderezo del rostro, que ya la habían dicho [el] que le estaría mejor para curársele de los aires y el sol del camino, ni de las sortijas de plata.
Llegó el día de la Ascensión, que tenía diputado Catalina para salir vestida de nuevo. Hizo por la mañana las haciendas de casa; y para asistirles a los huéspedes a la comida, púsose de gala, dando admiración a su ama, más envidia a Aldonza, y g[u]sto a los huéspedes, porque con la buena cara que tenía y los vestidos tan ajustados a su cuerpo, parecía que toda su vida había andado en aquel hábito: tal despejo mostraba en él. Era apacible la gallega, graciosa en su lenguaje y de no mal natural; de suerte que con esto, dentro de pocos días, ya no cabía la casa de huéspedes. Eran muchos los aficionados de la moza, y ella se portaba con ellos de modo que, por el poco recato y estima, nunca ganó opinión de fácil ni desenvuelta. Granjeaba voluntades y hallaba medra, cosa que fue echando de ver la compañera, por los galanes que Catalina le tiranizaba. Acudía cada una la semana que le tocaba a lavar al río, y por haber cantidad de ropa siempre, se ocupaban tres días en su limpieza. Para echar de sí Aldonza a la compañera, y que no asistiese a la posada, dio en fingirse mala de un brazo, con que era fuerza ir Catalina cada semana a ocuparse tres días de ella en el río. Si por acá tenía aficionados, no menos los tuvo extramuros de la villa. No había lacayo de estimación, lucido en librea, que no se confesase su amartelado. Ella, con el buen despejo en hablar, voz en cantar, y donaire en el baile de la capona,[37] era imán de las raciones lacayas, y motivo de los regocijos de las riberas del cristalino Manzanares, después que en ellas se acreditó y llevó la palma de hermosa entre el gremio fregatriz. Nunca tomó paño en sus manos para lavarle, que no faltaba quien, a costa de sus salarios, le pagase la lavadura porque en tanto le diese audiencia. Anduvo algunos días neutral, sin inclinarse a ninguno de sus pretensores, y así los traía perdidos tras de sí.
Entre más de ocho que andaban en la danza, había uno que, si no se portaba con librea de lucidos colores, sirviendo a grande o a título,[38] andaba bien tratado, vestido de veintidoseno negro, calzas, ropilla y capa terciada. Este era natural de Gascuña, en Francia, a quien en nuestra España llamamos gabachos. Había sido ocupado en el oficio de buhonero,[39] trayendo caja y vendiendo por la corte. Proveíale su caja un francés rico, que tenía tienda de por junto, con el cual había ganado tanto crédito que le fió más de lo que fuera bien. Fingió el tal buhonero que le habían robado, con que quebró para con el francés que le proveía. Púsole en la cárcel, donde le tuvo algunos días; mas como no hubiese remedio de poder cobrar del, creyole el hurto; y así, de compasión de verle padecer preso, le perdonó más de tres mil reales que le había fiado, y salió de la trena. Con éstos se halló en su poder el gabacho, habidos con tan poca conciencia, por conocer la bondad del que le fió. Entró a medias en el trato con un tabernero, y él, por disimular, entró a servir de lacayo a un letrado de los que abogaban en los Consejos. Tenía a su cuenta un caballo anciano, en el que el jurista andaba, de buena presencia y adornado con la honorífica gualdrapa. Era lucido el dueño, y de los más acreditados en las letras de la corte. Con éste salía a las siete de la mañana por el verano, y en dejándole en Palacio,[40] había de volver por él a las diez; por la tarde acudía desde las tres a Provincia,[41] salía a las cinco, y gastaba todo el día entre sus negociantes sin salir de casa. Con este oficio tenía el de d[e]spensero, en que ocupaba una hora por la mañana, antes de ir al Consejo; en la cual, mientras él compraba, le limpiaba un francesillo el caballo y gualdrapa, gustando de esta añadidura a su costa el letrado, por verse bien servido de su lacayo despensero, el cual no era lerdo en sisarle cuanto podía, y había bien en qué, por ser mucha su familia.
Éste, pues, cuyo nombre era Pierres[42] de Estricot, era el mayor aficionado de la gallarda Catalina, y el más puntual en servirla, sin haber día que no gastase con ella algo, así de colación, merienda o dádiva de cintas, valona o calzado, con que la hembra le estaba más aficionada que a los demás.
Admirábase Aldonza de ver en la opinión que estaba su compañera, y que si su traza había aprovechado para ausentarla de día, por la noche le deshacía sus máquinas, como la tela de Penélope.[43]
Un día que en el río había dado suspensión en el baile a sus amantes y envidia a las ninfas de la limpieza, anocheciole allí por haber tardado en enjugársele la ropa. Asistiola a su compañía el aficionado Pierres, prevenido de esportillero para llevar los paños, y de un jumento de aguador para que ella no se cansase en subir la cuesta de la Puerta de la Vega. Mientras descansaba del trabajo de haber doblado la ropa, le pudo decir el derretido gabacho, en el mal aliñado lenguaje que hablaba, que era medio en gascón y medio en castellano, estas razones:
—Seora Catalina, ya voasté[44] habrá echado de ver en mi asistencia cuántas ventajas hago a lis competidores que tengo, y asimismo en la liberalidad con que la sirvo en lo que se ofrece; por lo cual debe tener más atención an mi persona que de los demás, pues casi todos llevarán la mira a solo su apetito y dejalla luego, y yo la tengo en merecer ser su marido. Aunque sirvo de lacayo, como ve, puedo dejar de serlo sin que me falte el sustento; pues, gracias a Dios, tengo más de cuatro mil reales, con que tengo a medias cierto trato con que se aumenta mi caudal cada día. Si se determina a que nos juntemos en consorcio, será de mí estimada como merece su persona, y regalada como la propia reina. Este caudal que traigo en compañía le tendré yo solo, tomando modo de vivir, con que me prometo antes aumento que disminución. Su gusto, aquí que estamos a solas, me holgaré de saber; voasté me li diga.
Era el gabacho de buena presencia, y estábale inclinada Catalina, la cual se holgó no poco de verle con caudal, aunque, recelosa del engaño del segoviano, a quien no había podido hallar en Madrid, quiso que la evidencia la desengañase. Y así le dijo que estimaba su voluntad y que, en cuanto a disponer de sí, no se determinaba hasta que con más certeza viese que lo que decía era verdad; que ella había de tocar el dinero primero y verlo en depósito de su amo, y que entonces se haría el casamiento, porque tenía tanto escarmiento de los engaños de los hombres, por uno que la hizo quien la desterró de su patria y dio a conocer las ajenas, dándole palabra de ser su marido, que estaba desde entonces con propósito de no creer más de lo que viese con sus ojos. Aquí le dio a entender cómo no iría virgen a su tálamo.
Pierres, que era hombre de buen estómago y que aquel defeto ya le daba por sabido, aceptó el partido de Catalina, y así, en esa conformidad, volvieron a Madrid, quedando de concierto que dentro de cuatro días el gabacho llevaría su dinero en poder del amo de su moza, y que hecho depositario del, se estaría en su poder hasta tener las bendiciones de la Iglesia.
Con esto llegaron a la posada, donde aguardaban a Catalina con algún cuidado por verla tardar más que otras veces. Queríala su ama tanto que no la dijo nada por su tardanza. Acabado de dar recaudo a los huéspedes, Catalina dijo a sus amos que quería hablarles a solas, y así se retiraron con ella a su aposento, donde les dio cuenta del empleo que se la ofrecía y la seguridad que su francés le daba. No les dio gusto esto, porque en Catalina tenían muy buen servicio y bien acreditada su casa de huéspedes, y por la fama de su buena cara, voz y donaires, jamás se vaciaba. Procuraron estorbarla el casamiento, poniéndola por delante los engaños que había en la corte, y que aquel dinero podría —no obstante que le depositaba— no ser suyo, sino de algún amigo que se le daría para efectuar el consorcio. Esto y otras cosas le dijeron a Catalina, mas no por eso la disuadieron de su propósito, conociendo ella, que no era necia, la causa por que la apartaban de casarse, que era por servirse de ella y serles importante en casa.
Vista del mesonero y su mujer su resolución, vinieron en que se efectuase su gusto con el concierto que habían hecho. No anduvo descuidado el gabacho, estimulado del amor de la moza, que antes del término puesto ya tenía cuatro mil reales depositados en poder del amo de Catalina, y tomado recibo dellos para su seguridad. Con esto se hicieron las amonestaciones, y mientras pasó el término dellas, la hija de mi madre —que soy yo— se forjó en las riberas del señor Manzanares, porque persuadida de Pierres, ya con seguridad que quien entregaba su caudal no la faltaría como el segoviano, no supo hacerle resistencia, brindada de la soledad del campo. En aquella ribera se formó Teresa de Manzanares,[45] dándome el apellido el mismo río.
Finalmente, por no alargarme, los dos se casaron, siendo aquel día muy célebre entre los lacayos y fregonas de Madrid. Los novios salieron muy lucidos sin tocar en el dinero depositado, porque Catalina le tenía granjeado de huéspedes, con su buena labia y liberal proceder en un año que sirvió en el mesón, y Pierres hubo del letrado, su amo, el vestido para casarse; que, presumiendo no le dejaría de servir, le quiso obligar con lucirle el día de su boda. Duró el baile della hasta que la noche dividió a la gente.
Pierres se quedó en el mesón con su mujer, y esotro día trataron de mudar de albergue. Habían los dos novios comunicado en qué sería bueno ocuparse, y quedó resuelto que tomasen una casa para hacerl[a] de posadas, comprando de aquel dinero los ajuares necesarios. Esto pusieron por ejecución esotro día. Compraron de aquellas almonedas ropa para seis camas en buen precio, sillas y demás adornos forzosos, y con ellos dieron en la calle de Majadericos,[46] adonde tomaron casa capaz para aquella ropa, por probar la mano y ver cómo les iba, queriendo Pierres volver a ser buhonero, por ver que el francés que le fiaba se había ido a Francia. Con esta conformidad, ve aquí vuesa merced, señor letor, casada a mi madre, señora de su casa, y mi padre dueño de una lucida caja de buhonería.