II

 

 

 

Conocemos a Aquiles principalmente por ser el protagonista de la Ilíada. La epopeya narra sólo las grandes hazañas que deciden el curso de la guerra de Troya en su noveno año y se detiene antes de la toma de la ciudad. Presenta a Aquiles en el momento culminante de su vida y no cuenta su muerte, anunciada en el famoso dilema. Tampoco se interesa por los años previos de su vida, los de su formación como héroe. El dilema planea por toda la epopeya, es como el fondo del cuadro, pero en la propia Ilíada resulta claro que se le planteó a Aquiles antes de que se iniciase la acción en el canto primero. Más aún, un análisis más cuidadoso muestra que, en rigor, no sólo se planteó sino que se resolvió también antes. La propia presencia de Aquiles en Troya es la prueba de que está ya decidido el destino trágico del héroe, porque el dilema pronosticaba una vida gloriosa pero corta si participaba en la guerra. Para conocer la formación de Aquiles hay que acudir a una tradición paralela y tan antigua como la Ilíada, de gran belleza y fuerza expresiva, que cuenta su adolescencia y primera juventud, condicionada enteramente por la economía del dilema. Esa otra tradición no ha tenido un aedo como Homero y nos ha llegado dispersa en testimonios indirectos y parciales. En este apartado, se reconstruyen las líneas generales de esa tradición no homérica donde se novela la educación sentimental del gran héroe, que llegaría a ser aclamado como el mejor de los aqueos.

 

 

EL MEJOR DE LOS AQUEOS

 

La epopeya homérica dio a la Grecia primitiva sus primeros y más perdurables prototipos. En la Ilíada, Aquiles es «el mejor de los aqueos» (aristos achaion),[6] el prototipo excelente por antonomasia. La excelencia de Aquiles consiste en reunir en su persona todas las virtudes —virtudes en sentido griego: capacidades, posesiones, fortuna— que en los demás héroes se hallan dispersas. La epopeya le atribuye en grado eminente valentía, belleza, rapidez, fuerza, juventud. Destaca en las dos esferas públicas del hombre antiguo: la batalla y la asamblea, con las armas y con la palabra. Es merecedor del más alto honor entre los demás príncipes griegos, con ese sentido tan tangible que en la Ilíada sugiere el término time que lo designa: posesiones materiales como armas, mujeres y caballos; riqueza; posición social; reconocimiento. Amante de su esclava Briseida, ganada en un saqueo, es tierno con su madre, Tetis, casi infantil, y capaz de una apasionada amistad con Patroclo. Aunque de una belicosidad a flor de piel, es aficionado a la canción y a tocar la lira, que él tañe no sólo en comunidad, como el resto de los griegos, sino también para sí mismo, cuando, buscando su soledad, se retira de la lucha.

La Ilíada no traza un retrato apolíneo del gran héroe, una imagen idealizada y exánime grabada en un escudo, en la metopa de un templo o dibujada en el vientre de un ánfora. Presenta una personalidad compleja, un Aquiles que domina el arte curativa pero puede mostrarse mortífero y aun cruel. Algunos de sus actos vengativos, como el sacrificio inútil de doce troyanos o la profanación del cadáver de Héctor, le valieron la crítica del propio Homero y de Platón. Su violencia, cuando estalla, recuerda el espectáculo sublime de una fuerza desatada de la naturaleza, divina o bestial, que se diría por momentos desborda los límites de lo humano.[7] La famosa cólera de Aquiles, contra Agamenón primero, convertida en venganza contra Héctor después, que atraviesa el poema entero desde el primer verso, tiene un aura religiosa, y el término que la designa (menis), con sus connotaciones sacrales, es en Homero atributo exclusivo de Aquiles.

Pero, con todos esos excesos, Aquiles es sólo un hombre. Homero no ignora pero suprime todo vestigio de esa otra tradición mitológica que presenta a Aquiles inmortal como un dios, invulnerable salvo en el talón.[8] Por el contrario, comparte los rasgos característicos del héroe guerrero y en particular el más importante de todos: su condición mortal. Más aún, en él esa condición destaca más radicalmente que en otras figuras del poema épico por la concurrencia de tres factores: la exuberante vitalidad de su personalidad heroica, la anunciada brevedad de su vida y la consciencia nítida de esa brevedad. Cuando Aquiles fue a Troya, era un muchacho inexperto (nepios) tanto en la batalla como en la asamblea, donde los hombres se distinguen. Nueve años después —cuando el relato de la Ilíada da comienzo—, ya descuella entre los hombres como maestro de la palabra y autor de hazañas admirables (IX 440-3). Pese a lo cual, Aquiles conserva un aire juvenil, que la constante presencia de su madre, Tetis, resalta aún más. Aunque no es el más joven de los griegos, sí es llamado el de más temprano hado (okumorotatos: I 505; también I 417, XVIII 95, 458). Cuatro guerreros son descritos como minunthadios, de vida corta o efímera, pero de ellos sólo Aquiles es plenamente consciente de que morirá en Troya. El que es llamado repetidas veces «el mejor de los aqueos» es sólo un mortal y vive bajo la fatalidad de un dilema insoslayable.

 

 

EL DILEMA DE AQUILES

 

Como el propio Aquiles declara ante Ayax, Ulises y Fénix, que han ido a su tienda para convencerlo de que deponga su ira y se decida a unirse a los griegos en su combate contra los troyanos, su madre, la diosa Tetis, le reveló un día que el hado había dispuesto que su vida acabase de una de estas dos maneras (IX 410-416):

 

Si me quedo a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá tan pronto.

 

El dilema se establece entre dos alternativas: regreso o gloria (nostos o kleos). Esas alternativas no son necesariamente incompatibles en el mundo antiguo, como lo prueba la historia de la Odisea, que narra el largo regreso a su patria de un Ulises saturado de gloria, constituyéndose así en un ejemplo de vida rica y lograda y en antecedente del humanismo clásico. En la Odisea, como los cargos sociales y las responsabilidades familiares de esposo o padre están dotados de sentido y consistencia, el héroe puede desarrollarse en armonía con la comunidad y con su propio destino sin necesidad de arriesgar su vida. En cambio, el Aquiles de la Ilíada tiene una raíz profundamente trágica, y su compleja personalidad, en la que llega a su apogeo la economía heroica del aut-aut que contrapone, sin posible conciliación, gloria y regreso a casa, muestra los límites de lo humano, el coste de elevarse hasta la grandeza y, en último término, la asociación inextricable y necesaria entre el ejemplo máximo de virtud y la muerte.

Con arreglo a ese dilema, Aquiles ha de elegir entre el regreso a su patria, donde disfrutará de una vida larga al lado de su padre y verá crecer a su hijo Neoptólemo, o permanecer a los pies de las murallas de Troya, combatir y llevar a los griegos a la victoria sobre los enemigos a trueque de morir joven en el campo de batalla. Regresar significa vivir largos años, completar todos los ciclos vitales desde la infancia hasta la ancianidad y, bendecido por la fortuna, ser feliz en su retiro, privadamente, mientras que quedarse en Troya entraña, por el contrario, aceptar truncar su vida, interrumpirla voluntariamente en la flor de la edad y entregarla como un don al servicio de la causa griega. Otros caudillos griegos son héroes por arriesgar su vida en el combate, Aquiles es al único al que el hado le ofrece, no arriesgar su vida, sino sacrificarla positivamente en el momento de su floruit personal en beneficio de la helenidad —la helenidad de Helena, raptada por Paris, que, tras tomar Troya, sería recuperada para los griegos si Aquiles combate—, a cambio de asegurarse la memoria eterna del heroico ejemplo del virtud, que será cantado por el aedo Homero y generaciones posteriores.

Vida breve con gloria, vida larga sin ella: el dilema es el fondo de la escena en la que transcurre la acción de la Ilíada, pero no es el tema de ésta. Su tema es la cólera de Aquiles —«canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles», dice el primer verso del poema—, cólera contra Agamenón, que le ha deshonrado alterando las reglas de reparto del botín al arrebatarle una parte de su lote, la esclava Briseida. La epopeya arranca con este ultraje y con la consiguiente retirada de Aquiles de la lucha contra los troyanos quedándose en su tienda junto a la orilla del mar. Los cantos posteriores, la parte central del poema, narran las evoluciones del combate, interrumpidas por aventuras y vicisitudes diversas, y el avance progresivo de los guerreros troyanos hasta llegar a las naves griegas, a punto de prenderles fuego. La situación es tan desesperada que Patroclo entra en la lucha, vestido con las armas de Aquiles, pero tras unos éxitos iniciales, es muerto atravesado por la lanza de Héctor, hijo de Príamo, rey de Troya. Al conocer lo ocurrido, Aquiles, en el canto XVIII, depone la cólera que le alejó del combate y decide entrar en él para vengar la muerte de su amigo. Este es el tema de la Ilíada, en el que se observa un ritmo dramático de salida y entrada en combate de Aquiles a impulsos de la cólera y de la venganza, que no debe confundirse, aunque algunos pasajes del poema den pie a ello, con las alternativas del dilema, que es de índole metafísica en cuanto se refiere al tipo de ser —ser o no un héroe— que Aquiles tiene la posibilidad de elegir.

El dilema plantea la alternativa del regreso a su patria, donde vivirá largos años en la oscuridad de una existencia insignificante, o la permanencia en Troya para asegurar la victoria militar de los griegos y alcanzar, al precio de su propia vida, gran gloria como héroe excelso. Es claro que las alternativas metafísicas de Aquiles se distinguen en la Ilíada de ese otro ritmo dramático —la acción del poema— consistente en el retraimiento de la lucha motivado por la cólera y su vuelta por el dolor de la muerte del amigo y el deseo de venganza. La cólera lleva a Aquiles a apartarse del combate, no al regreso a su patria; el ansia de venganza devuelve a Aquiles al combate, pero Homero se desentiende de la suerte de Aquiles tras su victoria sobre Héctor. Es verdad que el dilema metafísico sobrevuela toda la acción narrativa y presta a ésta un especial dramatismo que Homero utiliza hábilmente como un recurso narrativo muy eficaz —el oyente o lector del poema comprende que la vuelta de Aquiles a la lucha significa la confirmación de su decisión heroica de morir joven—, pero que el destino trágico y heroico de Aquiles no es el tema de la Ilíada lo demuestra el hecho de que la epopeya no narra en ningún momento su muerte, se detiene en el apogeo de su victoria. No se apartó Aquiles de la lucha por indecisión ante el dilema, como si, con ánimo encogido, rehuyera en el canto I su destino heroico. Y cuando volvió a ella en el canto XVIII no lo hizo porque en ese momento, arrastrado por el odio, venciera una inicial resistencia a morir joven lejos de su patria. Si así fuera, Aquiles nunca habría sido esa figura ejemplar de la cultura griega, sino sólo un hombre colérico y vengativo, dominado por ciegas pasiones, y su grandeza, más que resultado de una elección consciente y voluntaria, sería un acto impulsivo irrefrenable. Salió y entró en combate movido por dos pasiones humanas, la cólera y la venganza, pero permaneció en Troya sin regresar a su patria por el anhelo apremiante de ser el mejor de los griegos.

Es cierto que Aquiles en dos ocasiones amaga con volver a Ptía (I 169-171 y IX 356-363), pero en ambos casos se trata de un exceso verbal pasajero, al instante sustituido por su voluntad de quedarse en Troya sin combatir. Es notable en especial que, inmediatamente después de sufrir el ultraje de Agamenón, Aquiles se retire llorando a la orilla del mar en busca de su madre y ésta sorprendentemente no le recomiende el regreso a su patria, donde viviría largos años, sino que le diga: «Tú quédate en las naves de ligero andar, conserva la cólera contra los aqueos y abstente por completo de combatir» (I 421-422). Todo indica que el dilema existencial ya ha sido decidido de antemano, que cuando Aquiles acude a Troya, ya ha optado por ser «el héroe de más breve vida», «sujeto al más breve hado entre todos» (I 505: okimorotatos allon). Desde el principio de la epopeya la suerte de Aquiles es conocida y asumida, y en la conversación de Tetis y su hijo del mismo canto I, pese a haber resuelto Aquiles apartarse del combate, se multiplican las alusiones a la vida efímera del héroe, a su sino breve, a su temprano hado. Muerto Patroclo, la decisión heroica de Aquiles, que había quedado en suspenso al retirarse de la lucha, se activa. Aquiles exclama entonces que no ha de volver a su patria y que está resuelto a sufrir la muerte cuando lo dispongan Zeus y los demás dioses inmortales, si bien antes ganará gloriosa fama dando muerte al héroe troyano, añadiendo que su determinación es irrevocable: «Y tú», dice a su madre, «aunque me ames, no me prohíbas que pelee, pues no lograrás persuadirme» (XVIII 88-96). Los siguientes anuncios de su próxima muerte, el primero de su caballo Janto, que por concesión divina ha recibido por un momento el don de la palabra y de la profecía (XIX 408-419), y después en las últimas palabras del propio Héctor antes de expirar (XXII 356-359), sólo sirven en ambos casos para que Aquiles, aumentando todavía más la conciencia de la dimensión trágica de su decisión, se confirme otra vez en ella: «Ya sé que mi destino es perecer aquí, lejos de mi padre y de mi madre, mas con todo eso no he de descansar hasta que harte de combate a los teucros» (XIX 420-423).

De lo cual se deduce que la Ilíada recibe el dilema como una cuestión previa al inicio de la acción y lo hereda ya resuelto por Aquiles antes de su arribo a las costas de Troya, nueve años atrás, encabezando un ejército de mirmidones. Por eso es imprescindible recurrir a tradiciones míticas relacionadas con la vida de Aquiles anterior y posterior a la Ilíada. Cuando salimos de las hazañas del poema épico, tanto si nos remontamos a su adolescencia, como si, en el otro extremo, nos volvemos hacia relatos que cuentan sus últimos días y su muerte, se observa, dentro del mismo héroe, cierto deslizamiento desde el Aquiles guerrero hacia Aquiles amante y de las proezas bélicas a los episodios sentimentales.[9] Aunque hoy estamos familiarizados con la imagen épica de Aquiles, la del héroe colérico y vengativo, lo cierto es que las narraciones relacionadas con sus aventuras eróticas fueron, a despecho de la epopeya, tan abundantes en la Antigüedad, que durante la Edad Media llegaron a prevalecer sobre aquella primera imagen heroica, y así al autor de la Divina Comedia, en el siglo XIV, le pareció natural situar a Aquiles en el segundo círculo del infierno, el de los lujuriosos, no en el primero con Héctor ni en el quinto, habitado por las almas irascibles.

 

 

LA TRADICIÓN DE ESCIROS

 

Dentro de los acontecimientos poshoméricos, el más importante es el romance de Aquiles con Polixena, una de las hijas de Príamo, y su muerte a mano airada por obra de Paris. Las tradiciones sobre la muerte de Aquiles son muy antiguas, ya un vaso protocorintio apenas posterior a la fijación escrita de los relatos épicos, circa 680-670 a. C., muestra a Aquiles tendido en el suelo y muerto por una flecha que atraviesa su talón. Esta leyenda presupone que, con la sola excepción de los talones, Aquiles es invulnerable como un dios. Remite por eso mismo a los relatos prehoméricos sobre su nacimiento que cumplen la función etiológica de explicar cómo el hijo de Peleo, descendiente directo de la raza de Zeus, y de la diosa Tetis, podía estar sujeto a un hado mortal. Dos son las versiones conocidas y ambas se refieren a los intentos de Tetis de asegurar la inmortalidad de su hijo eliminando los vestigios mortales aportados por Peleo. De acuerdo con una versión, cuyo primer testimonio se encuentra en Apolonio de Rodas (Argonautas IV 869-879), Tetis pasó por el fuego a Aquiles recién nacido y a punto estuvo de abrasarlo hasta morir si Peleo no le hubiera socorrido. La otra, recogida por Estacio (Aquileida I 134), cuenta cómo Tetis bañó a su hijo en el río Éstige, a cuyas aguas se atribuía la virtud de hacer invulnerable a cuantos en ellas se sumergían, pero al sostenerlo durante el baño por los tobillos, no pudo evitar que éstos estuvieran expuestos en el futuro a la caducidad. Pasados los años, todas las tradiciones coinciden en afirmar que el niño fue confiado al centauro Quirón, quien le inculcó el amor a las virtudes heroicas, como el desprecio de los bienes de este mundo y la resistencia al dolor. El niño se ejercitaba en la caza y la doma de caballos y se alimentaba exclusivamente de entrañas de leones y jabalíes para apropiarse de su fiereza.

Esta educación debía impulsar al joven Aquiles a acudir a cualquier llamada de los griegos que le convocase a la guerra y al combate por una causa noble. Pero como el adivino había dicho a los griegos que Troya no podría tomarse sin él, vuelve a intervenir una Tetis protectora que anhela evitar que su hijo divino participe en la gran experiencia griega, porque un oráculo le había revelado el secreto del dilema, que moriría si marchaba a Asia contra la ciudad de Príamo. Por eso, ocultó a un Aquiles púber en el gineceo de Licomedes, rey de Esciros, donde, vestido de mujer, convivió con las hijas del monarca. Pasó los años de su adolescencia entre delicadas muchachas dedicado como una de ellas a sus juegos femeninos y pasatiempos. Es entonces, precisamente en esa situación de inacción reflexiva, al abrigo de toda necesidad y en la blandura del gineceo, cuando va madurando en el héroe su decisión heroica. Mientras corteja a la bella Deidamía, una de las hijas de Licomedes, con la que conoce el amor por primera vez, madre después de su único hijo Neoptólemo, arraiga en su pecho la voluntad de vivir trágicamente.

En la Ilíada una de las siete ciudades saqueadas por la armada griega de camino a Troya es la escarpada Esciros (IX 668) y en un momento muy emocionante (XIX 326) Aquiles, aunque soltero, menciona a un hijo suyo, Neoptólemo, que se cría en Esciros. Con todo, Homero desconoce toda noticia sobre una estancia prolongada de Aquiles allí, su disfraz, sus amores con Deidamía o su rescate por Ulises. Ya en el siglo VII a. C., dentro del ciclo épico posterior, el inicial saqueo se convierte en una desviación fortuita en la singladura de la nave de Aquiles hacia Troya, una interrupción motivada por una tormenta, y Deidamía, antes quizá un botín del saqueo, es ahora una novia, después esposa de Aquiles y madre de Neoptólemo, pero todavía no se encuentra ninguna alusión al plan de Tetis de ocultar a su hijo en la corte de Licomedes.[10] En pleno clasicismo del siglo V, aparece por primera vez una referencia a la estancia de Aquiles en el gineceo vestido de doncella, pues así lo pintó Polignoto, según Pausanias.[11] Se cree que Eurípides escribió una tragedia sobre el mismo tema, hoy perdida.[12] Los restantes testimonios provienen del helenismo y de la literatura romana, Bion, Ovidio, Filóstrato, Apolodoro,[13] que, buscando el contraste y el matiz pintoresco y sentimental al gusto de la época, se detienen en la descripción de un Aquiles femenino, entretenido en recoger flores y trabajar la lana, y en la sorpresa de una virilidad que despierta perentoria al enamorarse de la princesa.

Con mucho, la obra de más aliento sobre la estancia de Aquiles en Esciros es la Aquileida de Estacio (45-96 d. C.), poeta latino autor de una muy celebrada Tebaida en doce libros. La Aquileida —que se compone de un primer libro de 960 versos y otro de 167, interrumpido por la muerte del poeta— desarrolla con más amplitud, con un estilo muy narrativo a tono con las novelas helenísticas coetáneas, los mismos motivos de las maniobras de Tetis por ocultar a su hijo, la convivencia de éste, apodado Pirra (la rubia), con las doncellas del gineceo mientras la armada griega se prepara y organiza la expedición rumbo a Troya, los amores con Deidamía que primero se le resiste, luego cede y al final ruega, el rescate del astuto Ulises acompañado de Diomedes y la partida de Aquiles en las naves griegas tras despedirse de su esposa.

La forma mítica que adopta la decisión esencial de Aquiles en esa tradición no homérica es, fuera de pequeñas variaciones menores, coincidente en todas las versiones.[14] Finalmente el disfraz y el escondite de Aquiles fue inútil para burlar el destino. Ulises había sabido, por mediación del adivino Calcante, que Troya no podría tomarse sin la participación de Aquiles. Por eso, tras enterarse de dónde se ocultaba, ideó un plan para rescatarlo. Se presentó en la corte de Esciros disfrazado de mercader y, entrando en las estancias de las mujeres, extendió un manto ofreciendo hermosas telas, frascos de perfume y relucientes adornos, diademas, brazaletes, pulseras. Cuando las mujeres corren hacia las mercancías, Ulises hace sonar una trompeta de guerra. Las mujeres huyen asustadas, sólo Aquiles, que se desprende de su vestido, dominado súbitamente por el ardor bélico, permanece en el centro de la estancia pidiendo armas. Tan poderoso es en él el instinto guerrero que, como dice Estacio, se olvida del mandato de sus padres y del amor de su mujer, sólo Troya palpita en su pecho:

 

nusquam mandata parentis

nusquam occultus amor, totoque in pectore Troia est.[15]