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Por qué la buena salud es mal negocio

Todos sabemos que Washington DC es el hogar de múltiples grupos de presión. A ninguno de nosotros nos gusta la influencia que llegan a tener sobre nuestros funcionarios electos y, sin embargo, por algún motivo pasamos por alto que algunas de las campañas de presión más potentes de todo el país son impulsadas por empresas que representan a la industria de la alimentación.

Las granjas familiares que cultivaban lo que comemos quedaron atrás hace ya mucho tiempo. En la actualidad, nuestros alimentos son cultivados por gigantescas corporaciones de la industria agraria. Según un informe de 2007 de los doctores Mary Hendrickson y William Heffernan, del Departamento de Sociología Rural de la Universidad de Misuri, las cuatro empresas principales del sector producen el 83,5 % de la ternera, el 80 % de la soja y el 55 % de la harina. Una sola empresa proporciona las semillas del 90 % del maíz y de la soja modificados genéticamente.

O pensemos en la industria láctea. No todos los productos lácteos son in-SANOS, pero ¿cómo han conseguido los productos lácteos su propio grupo de alimentación, además de convertirse en parte «necesaria» de una dieta «equilibrada»? ¿Es posible que los 1.400 millones de dólares que la industria alimentaria ha invertido en campañas de presión hayan tenido algo que ver?

Por eso es necesario que sepamos de dónde procede la información nutricional. ¿La motivación de la fuente es científica o económica? Si la respuesta es lo segundo, oímos cosas como ésta de boca de la Grocery Manufacturers of America (responsable de garantizar que las tiendas de comestibles sean tan rentables como sea posible): «Las políticas que declaran que hay alimentos buenos o malos son contraproducentes».1 La Asociación Nacional de Bebidas Refrescantes y Refrescos declara algo igualmente absurdo: «Los refrescos son fuentes refrescantes de líquidos y energía, que son imprescindibles, por lo que incorporarlos a una dieta equilibrada es beneficioso».2

Ninguna de estas afirmaciones cuenta con la menor base científica. Vuelvo a repetir que consumir almidones y refrescos de manera ocasional no provoca obstrucciones. Sin embargo, no deberían recomendarse nunca como parte de una dieta «equilibrada». Las multinacionales de la alimentación conocen los datos perfectamente, pero no van a echar piedras sobre su propio tejado. Muy al contrario. Combaten con gran agresividad cualquier información científica que amenace su cuenta de resultados.

Por desgracia, la derrota de la ciencia ante el dinero no acaba aquí. Casi dos terceras partes, el 64 % de los miembros de comités nacionales sobre nutrición y alimentación, reciben honorarios de empresas de alimentación. David Willman, de Los Angeles Times, informó que «al menos 530 científicos gubernamentales en los Institutos Nacionales de Salud, el mayor organismo nacional de investigación médica, han recibido honorarios, acciones u opciones de compra de empresas biomédicas durante los últimos cinco años».3 Tanto la industria de la alimentación como nuestro Gobierno reciben dinero para que los beneficios sigan ahí arriba, no para enseñarnos ciencia nutricional. Recuerde el viejo proverbio: «Cuesta creer en algo cuando se te paga para que creas otra cosa».

EDULCORANTES: MÁS RENTABLES, HABITUALES

Y PELIGROSOS QUE NUNCA

El arma más habitual y potente de todo el arsenal de la industria de la alimentación son los azúcares añadidos. El problema es tan grave que, a principios de la década de 2000, el estadounidense medio ingería más de 68 kilos de edulcorantes al año, porque las empresas de alimentación los añaden, como mínimo, a los productos siguientes:

— Alimentos horneados o procesados

— Barras de proteínas

— Casi todo lo que no está refrigerado

— Aliño de ensalada bajo en calorías

— Tentempiés bajos en calorías

— Productos lácteos

— Productos para «perder peso»

— Jarabes para la tos

— Bebidas

Gracias a esta saturación de dulce, el estadounidense medio ingiere algo menos de 250 gramos de edulcorantes añadidos diarios. Esto es una taza de obstrucción diaria. Hace dos siglos, se consumía una décima parte de lo que se consume ahora. Durante el 99,8 % previo de nuestra evolución, nuestros antepasados no los consumieron en absoluto.

KILOS DE AZÚCAR CONSUMIDOS EN ESTADOS UNIDOS

POR PERSONA, 1820-2005

Fuente: Guyenet, Stephan J.; y Landen, Jeremy, <http://wholehealthsource. blogspot.com/2012/02/by-2606-us-diet-will-be-100-percent.html>.

Ya en la década de 1950, Barry Popkin, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, señaló que la investigación revelaba que «el vínculo entre el consumo de azúcar y las enfermedades cardiovasculares [...] es más fuerte que el vínculo entre las enfermedades cardiovasculares y el consumo de grasas saturadas procedentes de alimentos de origen animal».4 Sin embargo, este cuerpo de trabajo se pasó por alto.

Una nota acerca de los edulcorantes

Cuando hablo de edulcorantes, me refiero a los edulcorantes que contienen calorías y que se añaden a los alimentos: sustancias como el azúcar, el jarabe de maíz rico en fructosa, el jugo de caña evaporado, etc. No me refiero a los azúcares que contienen los alimentos naturales, como la fruta, y que no suponen un problema para la mayoría de las personas. Tampoco me refiero a edulcorantes naturales y sin calorías como la estevia. No les pasa nada. Y tampoco hablo de edulcorantes artificiales sin calorías, como el aspartamo, la sucralosa o la sacarina. No es que sean beneficiosos, pero son preferibles al azúcar o al jarabe de maíz rico en fructosa.

¿Cómo hemos llegado a este nivel de in-SANIDAD? Los alimentos a los que se retira toda la grasa no saben bien. Y cuesta mucho vender comida que sabe mal. Por lo tanto, cuando las empresas de alimentación eliminan la grasa de los alimentos, añaden edulcorantes. Si combinamos las directrices gubernamentales que afirman que «los alimentos que contienen grasa son dañinos» con los 36.000 millones de dólares invertidos en marketing que proclama que «tenemos alimentos deliciosos y bajos en grasa», el resultado es que casi una quinta parte de las calorías totales que ingiere el estadounidense medio procede de edulcorantes.

Lo peor es que el régimen de las Dietary Guidelines no ofrece opciones prácticas. Si los alimentos que contienen grasa no pueden entrar en la mesa, casi todo lo demás está cargado de edulcorantes. Como norma general, si no procede directamente de una planta o de un animal, se ha edulcorado. Incluso aunque no sepa dulce, el sabor se ha alterado, como mínimo, con uno de los productos siguientes:

• Azúcar

• Azúcar de caña

• Azúcar de dátil

• Azúcar de remolacha

• Azúcar de uva

• Azúcar dorado

• Azúcar en polvo

• Azúcar glas

• Azúcar granulado

• Azúcar invertido

• Azúcar mascabado

• Azúcar moreno

• Azúcar nevado

• Azúcar sin refinar

• Azúcar terciado

• Azúcar turbinado

• Caramelo

• Concentrados de zumo de fruta

• Cristales de azúcar de caña

• Cristales de jugo de caña

• Dextrano

• Dextrosa

• Diastasa

• Edulcorante de maíz

• Etil maltol

• Fructosa

• Fructosa cristalina

• Galactosa

• Glucosa

• Glucosa sólida

• Jarabe de algarroba

• Jarabe de arce

• Jarabe de arroz

• Jarabe de maíz

• Jarabe de maíz rico en fructosa

• Jarabe de maíz sólido

• Jarabe de malta

• Jarabe refinado

• Jugo de caña evaporado

• Lactosa

• Malta

• Malta diastática

• Maltodextrina

• Maltosa

• Melaza de sorgo

• Melazas

• Miel

• Miel de caña

• Panocha de maíz

• Sirope

• Sirope de agave

• Sirope dorado

• Sorbitol

• Sucralosa

• Zumo de fruta

No hace falta que memorice la lista; le basta con saber que cualquier forma de edulcorante calórico provoca obstrucciones. Al organismo le es indiferente de dónde obtengamos los edulcorantes calóricos. Para él, el zumo de manzana es igual que cualquier otro refresco, porque ambos contienen unos 30 gramos de azúcar por un cuarto de litro. Una barra «para adelgazar» con 30 gramos de edulcorantes provoca la misma obstrucción que un caramelo del mismo tamaño con 30 gramos de azúcar. Y cuidado con el marketing «natural» que puede llevar a error. El jarabe de maíz rico en fructosa (JMRF) no es natural y se ha demonizado con toda la razón, en parte por su elevado contenido en fructosa (42 %). Sin embargo, su sustituto natural y «saludable», el sirope de agave, contiene más del doble de fructosa (90 %). Sí, es cierto que el zumo, la barra dietética, los cereales y el agave tienen algunos nutrientes más, pero eso no compensa lo perjudiciales que resultan los edulcorantes que contienen. Disolver una píldora de vitaminas en una lata de refresco no hace que éste sea más saludable.

El JMRF es especialmente habitual en productos bajos en calorías y en grasas, y también engorda especialmente. Al combinarlo con la recomendación de evitar las calorías y los alimentos que contienen grasas, hemos acabado consumiendo un 10.475 % más que en 1970, sin ni siquiera darnos cuenta.

Ingerir tanto JMRF es muy perjudicial. Las ratas y las personas que siguen una dieta continuada de fructosa engordan y enferman más que las ratas y las personas que ingieren exactamente las mismas cantidades de otros azúcares. Además, el JMRF sabotea nuestra capacidad de sentirnos saciados por otro tipo de alimentos. No es que el índice de saciedad del JMRF sea bajo. Es que es negativo. Nos deja más hambrientos que si no hubiéramos comido, lo que altera los niveles basales de las hormonas de saciedad y nos lleva a comer más y más con el tiempo. El consumo de JMRF también ejerce un impacto negativo sobre la insulina y la leptina, y contribuye a elevar el peso de referencia.

Por desgracia, aún hay más.

ADICTOS A LOS AZÚCARES AÑADIDOS

Los expertos de importantes instituciones de investigación han acumulado rápidamente pruebas que demuestran la naturaleza adictiva del azúcar. Estudios en la Universidad de Princeton demuestran que las ratas a quienes se había dado de manera constante una dieta rica en azúcar y luego se les retiraba experimentaban cambios conductuales y neuroquímicos parecidos a los síndromes de abstinencia de drogas como la morfina o la nicotina. Otras investigaciones han concluido que la dependencia del azúcar es similar a la de las anfetaminas. Las pruebas se acumulan: los edulcorantes son adictivos.

¿Le parece una exageración? Piense en esto: el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, DSM-IV) establece en su cuarta edición la dependencia química de una sustancia a partir de la presencia, al menos, de tres de los siguientes síntomas en un período de doce meses:

• Aumento de la tolerancia: se necesita más cantidad para lograr el mismo efecto.

• Síndrome de abstinencia: impacto negativo importante si se interrumpe el consumo.

• Uso excesivo: se consume en cantidades mayores de lo que se pretendía.

• Pérdida de control: la sustancia influye significativamente sobre la conducta.

• Esfuerzo excepcional para obtener la sustancia: se va más allá de lo razonable.

• Hiperpriorización: el consumo interfiere con otras actividades más importantes.

• Ignorar las consecuencias negativas: se sigue consumiendo a pesar de lo desproporcionado de las consecuencias negativas.

Si nos regimos por estos criterios, ¿hemos experimentado alguna vez alguno de estos síntomas relacionado con el consumo de edulcorantes?

• Abstinencia: ¿alguna vez ha intentado eliminar por completo el uso de edulcorantes? De ser así, ¿cómo se sintió? Si no, haga un intento y experimentará hasta qué punto afecta la sustancia a su cerebro.

• Uso excesivo: tal y como nos explica Stephan Guyenet, de la Universidad de Washington, «en 1822 consumíamos la cantidad de azúcares añadidos que hay en una lata de refresco de 33 centilitros cada cinco días, mientras que ahora consumimos esa misma cantidad cada siete horas».5

• Esfuerzo excepcional para obtener la sustancia: ¿alguna vez ha esperado en una cola durante demasiado tiempo en su heladería preferida o se ha tomado muchas molestias para conseguir un dulce?

• Hiperpriorización: ¿alguna vez ha llegado tarde a una cita o a una reunión, porque quería pasar por Starbucks y pedir un Mocha Frappuccino con caramelo?

El sentido común y la ciencia parecen demostrar con claridad la existencia de la adicción al azúcar. Sin embargo, ¿no podría decirse lo mismo de cualquier tipo de comida? La investigación afirma que no. Nicole Avena, profesora en el Centro de Investigación y Educación sobre la Drogadicción de la Universidad de Florida, afirma que los estudios demuestran que los edulcorantes calóricos tienen una capacidad única para desencadenar «una serie de conductas similares a los efectos de otras sustancias adictivas».6 Prosigue: «Los atracones, o una ingesta inusualmente elevada; una abstinencia parecida a la de los opiáceos, señalada por signos de ansiedad y depresión conductual, y el ansia, que se mide como una respuesta incrementada ante la falta de azúcar durante los períodos de abstinencia. También hay signos de trans-sensibilización locomotora y del paso del consumo del azúcar al de drogas de abuso (por ejemplo, los animales a los que se ha alimentado con azúcar presentan más probabilidades de consumir anfetaminas, cocaína o alcohol)».

Esta conducta única y aterradora se debe a la característica habilidad de los edulcorantes calóricos para activar una serie de respuestas cerebrales y hormonales que antes se consideraban exclusivas de drogas muy reguladas. Tal y como explica Carlo Colantuoni, investigador de la División de Ciencias Básicas del Instituto Lieber, «también se ha demostrado una dependencia del azúcar mediada por opioides (como la morfina), tanto en el nivel conductual como en el neuroquímico».7 Investigadores de la Universidad de Florida añaden que «a partir de las similitudes conductuales y neuroquímicas observadas entre los efectos del acceso intermitente al azúcar y a las drogas de abuso, sugerimos que el azúcar, por habitual que sea su consumo, cumple los criterios para ser considerado una sustancia de abuso y puede resultar adictivo para algunas personas si se consume en forma de atracón».8 Bartley Hoebel, profesor de psicología en el Programa de Neurociencia de la Universidad de Princeton, lo explica con gran sencillez: «En resumen, el azúcar tiene las propiedades adictivas de un psicoestimulante y de un opiáceo [la morfina, el opio y la heroína son opiáceos]».9

Mi intención no es asustarle, pero, para muchos, entender la adicción a los edulcorantes y librarse de ella es, literalmente, cuestión de vida o muerte. Cuando empiece a comer SANO, le parecerá que pasa por un período de abstinencia. Y será así. El cuerpo necesita un par de semanas para superar la dependencia química provocada por el mar de edulcorantes que nos han llevado a comer. Pero el cambio valdrá la pena. Al fin y al cabo, ¿quién quiere ser un adicto?

LOS EDULCORANTES: ¿EL OTRO TABACO?

En 1998, Coca-Cola ofreció a las escuelas 10.000 dólares para que promocionaran tarjetas de descuento de sus productos entre los alumnos. El instituto de secundaria Greenbrier, en Augusta, necesitaba fondos desesperadamente, así que invitó a empleados de Coca-Cola para que participaran en las clases e incluyó el análisis de este refresco en el programa de la asignatura de química. A continuación, el instituto uniformó a los 1.230 alumnos con camisas blancas o rojas y les hizo deletrear «Coke», mientras les hacían fotografías para los ejecutivos de Coca-Cola.

Si tenemos en cuenta lo perjudiciales y adictivos que son los edulcorantes, ¿por qué se consideró que la promoción de Coca-Cola era divertida e inofensiva, mientras que hacer lo mismo con otras sustancias igualmente perjudiciales y adictivas hubiera sido ilegal? ¿Imagina que se pidiera a un grupo de estudiantes de secundaria que creara una representación teatral del hombre Marlboro?

Los investigadores han demostrado que tanto los edulcorantes como el tabaco son perjudiciales y adictivos. Han demostrado que los edulcorantes son a la diabetes lo que el tabaco es al cáncer de pulmón. Sin embargo, se fomenta la promoción de los primeros, mientras que la del segundo está muy regulada. La justificación no puede ser que el tabaco es mucho más perjudicial. El tabaco sólo mata a un 8 % más de personas. Y ambas industrias están lideradas por las mismas empresas.

De hecho, la industria ha racionalizado de la misma manera el consumo de edulcorantes y el de tabaco. Así es como describen la seguridad de sus productos:

10. «Tobacco CEO’s Statement to Congress», UCSF Academic Senate, en <http://senate.ucsf.edu/tobacco/executives1994congress.html> (acceso, 18 de julio de 2010).

11. Sitio web de la Asociación Nacional de Bebidas Refrescantes y Refrescos. Disponible en <http://www.nsda.org/softdrinks/CSDHealth/Index.html>.

12. «Daily Doc: Lorillard, Aug 30, 1978: “The Base of Our Business Is the High School Student”», en Tobacco.org. Welcome, <www.tobacco.org/Documents/ dd/ddbasebusiness.html> (acceso, 18 de julio de 2010).

13. Horovitz, B., «McDonalds Rediscovers Its Future with Kids», en USA Today, 18 de abril de 1997.

14. «Jan. 4, 1954: TIRC Announced», en Tobacco.org: Welcome, <www.tobacco.org/history/540104frank.html> (acceso, 18 de julio de 2010).

15. Hays, C. L.; y McNeil Jr., D. G., «Putting Africa on Coke’s Map», en The New York Times, 26 de mayo de 1998, D1.

16. «Jan. 4, 1954: TIRC Announced», en Tobacco.org: Welcome, <www.tobacco. org/history/540104frank.html> (acceso, 18 de julio de 2010).

17. Sitio web de la Asociación Nacional de Bebidas Refrescantes y Refrescos. Disponible en <http://nsda.org/softdrinks/CSDHealth/Index.html>.

Como el tabaco y los edulcorantes tienen tanto en común, resulta extraño que al primero se le considere una lacra, mientras que no pasa nada porque la industria de la alimentación invierta cientos de millones de dólares anuales en publicidad de productos dulces orientada a niños, especialmente cuando los psicólogos han demostrado que antes de los 8 años de edad, los niños no entienden la publicidad como marketing, sino como la realidad.

Piense en el estudio de Journal of Marketing, que demostró que el 70 % de los niños entre 6 y 8 años creen que la comida rápida es más sana que la comida preparada en casa. Kelly Brownell, exdirectora del Centro Rudd de Política Alimentaria y Obesidad de la Universidad de Yale, señala que «un estudio sobre niños australianos de entre 9 y 10 años indicó que más de la mitad creen que Ronald McDonald sabe lo que deben comer los niños».18 La investigación de Brownell también revela que el niño estadounidense medio ve 10.000 anuncios de comida al año, y eso sólo en la televisión. Los niños que ven los dibujos animados del sábado por la mañana ven un anuncio de comida cada 15 minutos. La gran mayoría son cereales azucarados, comida rápida, refrescos, tentempiés dulces y salados, y postres.

¿Moraleja? La industria de la alimentación no dejará de utilizar edulcorantes. Y tampoco podemos esperar que el Gobierno nos ayude: es el que emite las directrices que no nos dejan otra opción práctica que atiborrarnos de edulcorantes. Hablemos de cómo podemos recuperar una alimentación SANA.

¿Pueden la alimentación sana y el ejercicio inteligente

salvarle la vida? La historia de Jim

La historia de Jim, de 70 años de edad, es extraordinaria. En sus propias palabras:

Todo empezó en 1959. Estaba en el hospital, junto a la cama de mi padre, y observé cómo sufría un infarto de miocardio que resultó fatal. También era el cumpleaños de mi hermana, que cumplía 11 años. Mi hermano gemelo y yo teníamos 16. Mi padre sólo tenía 39 años y yo tenía miedo de seguir el mismo destino. El recuerdo aún me atormenta hoy. No se preocupe, esta historia tiene un final feliz.

Avancemos unas décadas, durante las que seguí los pasos de mi padre: a los 40 años de edad sufrí un infarto de miocardio. Entonces, a los 63, mi corazón hizo todo lo que pudo por tirar la toalla. Sin embargo, mi cardiocirujano me practicó un baipás cuádruple y mi electrofisiólogo me implantó un desfibrilador automático implantable (DAI), un aparato que registra cualquier evento cardíaco anómalo y lo corrige, para mantenerme vivo incluso si empiezo a fibrilar. Me ha sucedido dos veces desde que me lo implantaron.

Un año después, a los 64, empecé a sufrir de insuficiencia cardíaca y a tener episodios diarios de taquicardia. Tenía muy poca energía, sufría apnea del sueño y padecía contracciones ventriculares prematuras y crónicas imposibles de controlar. Los fármacos me ayudaban un poco, pero también me provocaban hipertensión y mi nivel de energía era nulo. Mi corazón quería parar, lo sentía; pero yo aún no estaba preparado.

Sabía que tenía que cambiar algo y también que tenía muy poco que perder, así que dejé de tomar toda la medicación excepto el ácido acetilsalicílico infantil, recé para que mi padre velara por mí, busqué respuestas en otro ugar y descubrí la alimentación SANA y el ejercicio linteligente. Al cabo de dos días, ya comía diez raciones de verduras verdes, proteínas y grasas saludables; dejé por completo los cereales, los almidones y el azúcar. Y había empezado a hacer ejercicio excéntrico de intervalo e inteligente.

La mejor manera de describir lo que sucedió es decir que fue espectacular. Tenía más fuerza de la que había tenido en años y reduje la cintura en 15 centímetros. El colesterol LDL bajó de 220 a 165 y la tensión arterial pasó de 15/9 a 11/7. La mejoría más notable fue una reducción del 90 % en las contracciones ventriculares prematuras (según el DAI) y una cura del cien por cien de la apnea del sueño. Tengo más energía de la que he tenido en los últimos 30 años.

Ahora, el final feliz que he prometido al principio. Durante una visita reciente, mi cardióloga descargó los datos de mi DAI y estuvo encantada de poder decirme que los episodios de taquicardia ventricular eran... ninguno. Y yo estuve encantado de recomendarle que empezara a comer sano y a hacer ejercicio sano para prevenir las enfermedades cardiovasculares. Ciertamente, había curado las mías. Respondió con un contundente «¡lo haré!».