Capítulo 1

Conocí a Ander Cornet cuando tenía diecisiete años, y para cuando eso sucedió, yo previamente ya me sentía un poquito enamorada de él. Todo ocurrió en un momento de mi vida en el que particularmente, en verdad, quería y también necesitaba que algo bueno por fin me pasara. Sé que quizás a todos nos han sucedido en algún tiempo esas rachas en las que sentimos que todo va mal y no vemos manera en la que pueda mejorar, pues así exactamente me sentía yo. Fue en un periodo en el que la vida en verdad había sido demasiado cruel conmigo, en el que me había golpeado y dejado de rodillas, suplicando por un cambio, pero es cierto lo que dicen, el dolor es un gran maestro, y la vida, definitivamente, la vida siempre termina sorprendiéndote.

Ander tenía la misma edad que yo, solo me ganaba por algunos meses, y ambos estudiábamos en el mismo internado, pero no éramos en absoluto parecidos o compatibles, y eso era algo que todos nuestros compañeros podían notar. Aunque eso realmente desde el inicio nunca importó mucho o se convirtió en un obstáculo.

Pero la verdad es que, en el momento en el que lo conocí, jamás imaginé o tuve la mínima idea de que al pasar el tiempo Ander llegaría a significar tanto para mí y me ayudaría a convertirme en la persona que soy ahora.

Bueno, para comenzar desde el momento en que todo inició, deben saber que mi nombre es Paula Suquet. Llegué a vivir a San Diego, California, junto con mi padre, su nombre es Héctor. Actualmente, mi padre y yo se podría decir que somos uno mismo, o tal vez eso se queda corto, porque no hay persona en el mundo en la que yo confíe más que en él, desde siempre ha sido la persona que me ha ayudado a forjar mi carácter y a ser una mejor mujer cada día, pero todo se había intensificado ahora.

Cuando ambos llegamos a San Diego, comencé mis estudios en el Carrasco, que, en resumen, es un internado para niños ricos con padres que no tienen mucho tiempo para prestarles atención. Pero mi caso era diferente, mi padre había insistido en que estudiara ahí porque él sabía que era el mejor colegio de todo San Diego y se preocupaba mucho por mi educación y, claro, por mi futuro, pero a nosotros eso jamás nos separó. A pesar de que me fui al internado, aún hablábamos todos los días y siempre que podía me iba a visitar, normalmente cada fin de semana, pues nuestro departamento no quedaba muy lejos del Carrasco.

En el internado fue donde conocí a Ander, él era el típico chico devastadoramente atractivo, atlético, presumido, inteligente, carismático y, definitivamente, el más popular de todo el lugar, y yo… digamos que era una chica buena, simpática, con mucho entusiasmo y ganas de salir adelante.

Para contarles un poco más de mí deben saber que mi padre y yo nos mudamos a San Diego después de que mi madre muriera. Antes los tres vivíamos en Mill Valley, un pequeño pueblo ubicado también en California, era muy chico, pero para mí era mi lugar favorito en todo el mundo. Era un pueblito bastante pintoresco, con pocos habitantes, pero muchos lugares hermosos que visitar. Nuestra casa estaba totalmente rodeada de árboles, era como vivir en un bosque, y eso para mí era fascinante, hasta el clima de Mill Valley me encantaba. Además, toda mi vida había vivido ahí, y en la misma casa, concretamente desde que nací; era lo único que conocía y vivir entre la naturaleza era todo un sueño para mí. No podía pedir nada más que eso.

Hasta que todo cambió un treinta de julio, fue ese el día en que mi madre tuvo un accidente automovilístico justo antes de llegar a casa. La verdad es que el día, desde un principio, pintaba para estar triste, desde las tres de la tarde no dejaba de llover. Recuerdo perfectamente que era un domingo, así que, cuando ya eran las nueve de la noche, mi padre y yo estábamos viendo un programa de televisión acerca de niños con voces excepcionales que cantaban géneros de música como ópera y clásica. Nos gustaba mucho y lo veíamos cada domingo los tres juntos, mis padres y yo, pero ese día mi mamá había tenido que salir de la casa a recoger un vestido para una fiesta que tenía el siguiente fin de semana, según recuerdo, era una boda. Lo había mandado a modificar porque el vestido le quedaba algo grande de la cintura y muy largo, así que necesitaba que lo recortaran un poco y lo arreglaran.

Yo soy hija única, mis padres no quisieron tener más hijos después de mí, lo cual de niña me parecía lo mejor, pues no compartía habitación con nadie, no tenía que prestarle mis juguetes a nadie y, más que nada, tenía a mis padres solo para mí. Cada que llegaba a la casa después del colegio, la atención de mis padres me pertenecía y todo el tiempo estaba con ellos, pero conforme fui creciendo, consideré que tal vez un hermano o hermana pudiera haber sido un buen apoyo para mí en los momentos más difíciles, como lo fue la partida de mi madre. Un hermano pudiera haber sido alguien que en verdad habría sentido lo mismo que yo, y alguien que se identificara con mi dolor y sentimientos. Solo alguien que también perdiera a su madre y, de esa forma, podría comprenderlo.

Aquel domingo, cuando el programa estaba en comerciales, el timbre de la casa se escuchó, eso seguido del sonido de varias sirenas de coches de policías. Yo abrí la puerta porque mi papá había ido a la cocina a preparar algo de cenar, pero desde que vi las luces de la patrulla de los policías y escuché las sirenas sabía que algo iba irremediablemente mal. Existen sonidos que inevitablemente siempre indican algo malo, que los escuchas y en ese mismo instante todo te mueve y te alerta, y ese era uno de ellos. Lo siguiente que mis ojos vieron fueron dos policías con un inexplicable gesto en el rostro volteándose a ver entre ellos sin saber qué decir, hasta que uno de ellos se animó a hablar y me preguntó si era la casa de Elena Suquet, ese era el nombre de mi madre.

En ese instante, mi corazón comenzó a palpitar como jamás me había sucedido antes. Sentía la sangre helada correr por mis venas y empecé a sudar demasiado. Quise correr a buscar a papá, pero para ese momento él ya estaba a mis espaldas, tomándome de la mano y tratando de abrazarme por detrás. Fue entonces cuando sentí cómo su mano solo empezaba a sudar y temblar también, igual que la mía, y su palpitación se aceleraba cada vez mucho más, incluso de pronto casi sentía que hasta podía escuchar su corazón saliendo de su pecho.

Los dos policías se voltearon a ver uno al otro de nuevo, parecía que no tenían idea de qué decir, así que, cuando por fin uno de ellos se animó a hablar, nos dijo que mi madre había tenido un terrible accidente automovilístico. El cual, al parecer, todo indicaba que no había sido su culpa, sino la de un hombre de treinta y seis años que ese día decidió tomar hasta perder la conciencia. Y que decidió, además, no llamar a un taxi para que lo llevara a su casa. Mi mamá estaba en el alto de un semáforo en rojo, con su vestido listo en el asiento trasero, y seguramente escuchando su programa favorito en la radio, esperando para poder avanzar. Y cuando el semáforo se puso en verde, ella lo hizo, pero fue entonces cuando sin previo aviso recibió el golpe completamente del lado del conductor. La razón fue que aquel hombre se había pasado el alto en rojo a muy alta velocidad y se había estrellado contra ella.

Los policías nos dijeron que no tenían más información acerca de su estado de salud, solo nos dijeron en qué hospital se encontraba. Pero para ese entonces, yo ya me temía lo peor, los policías sabían algo que no nos querían decir. Tal vez mi madre ya estaba muerta, fue lo primero en lo que pensé, que ella fue la que tuvo que pagar las consecuencias de las malas decisiones de aquel hombre. He de decir que eso a veces pasa, en muchas ocasiones inocentes pagan las consecuencias de las decisiones de alguien más. Sucede todo el tiempo y no hay marcha atrás, no hay manera de evitarlo y tampoco de preverlo.

Cuando llegamos al hospital, corrimos a preguntar a la primera enfermera que vimos sobre el estado de salud de mi madre, y ella solo nos señaló a un doctor que parecía justamente estar saliendo de cirugía. Se acercó y nos dijo que era neurocirujano y que había atendido a mi madre apenas había llegado al hospital. En ese momento tuve esperanzas de que ella siguiera con vida, al parecer, había recibido inmediata atención médica, pero ese pensamiento se desvaneció cuando escuché esas palabras que jamás habría querido tener que escuchar en toda mi vida: mi madre ya padecía para entonces de muerte cerebral. A pesar de todos los intentos por salvarla y a pesar de la cirugía de emergencia que le hicieron, su cerebro ya no funcionaba, ya no tenía nada de vida. Enseguida de eso, sin esperar un momento para que procesáramos la noticia, el doctor nos preguntó si mi madre era donadora de órganos, nos dijo que en estos momentos sus órganos aún eran viables para ser donados y que no se podía esperar mucho tiempo para tomar esa decisión. Yo no podía entender nada de lo que estaba pasando, apenas nos habíamos enterado de lo sucedido, de que mi madre había muerto en un terrible y sorpresivo accidente, y el doctor no nos estaba dando tiempo ni siquiera de llorar su muerte. Inmediatamente quería quitar cada parte que hacía que mi madre fuera quien era hasta ese día, cada órgano que era de ella y de nadie más, esos órganos le pertenecían desde siempre. Pero, a pesar de todo eso, yo no podía dejar de pensar en lo que mi madre habría querido, yo sabía que ella sí era donadora de órganos porque en algunas ocasiones nos lo llegó a comentar. Ella era una persona que no perdía la oportunidad de hacerlo cuando podía ayudar a alguien. Simplemente era la mujer más buena del mundo, y esta era una oportunidad de ayudar, y no solo de ayudar, sino de salvar la vida de varias personas, y lo haría, yo tenía muy claro lo que ella hubiera deseado, y supongo que mi padre también. Pero en ese momento él solo le dijo al doctor que no quería desconectar a mi mamá, y mucho menos donar sus órganos, que quería tiempo para ver si ella mejoraba y despertaba. Yo no entendí lo que ahora estaba pasando por la mente de mi padre, nos acababan de decir que ella tenía muerte cerebral. Aunque yo tenía solo diecisiete años, era capaz de entender lo que eso significaba, que mi mamá jamás iba a despertar.

Su cerebro ya no funcionaba, era el momento de hacerlo, de desconectarla, ahora que sus órganos aún eran viables para donarlos y poder salvar otras vidas. No sé por qué papá no lo entendía de la misma manera que yo, quizás esperarnos y desconectarla mañana o desconectarla en dos días o en una semana solo nos dolería más. Así que el doctor decidió insistir y le explicó a mi padre de nuevo lo que yo ya sabía, mi mamá no despertaría ni hoy ni nunca.

Después de eso, mi padre solo se quedó viendo al doctor sin decir una palabra y decidió irse, no sé a dónde iba, él solo se fue, no me dio ni un instante para poder hablar con él. En parte, yo entendía lo que él estaba pasando, mi madre y él habían sido la mejor pareja que yo conocía en todo este mundo, siempre estaban de acuerdo en todo, parecían saber todo el uno del otro y jamás peleaban, claro que tenían discusiones pequeñas, como cualquier pareja, pero nada que no arreglaran a las pocas horas con un fuerte abrazo y un beso. Ellos se conocían desde que eran niños porque eran vecinos y siempre se veían para jugar por las tardes, desde entonces se habían convertido en los mejores amigos, pero fue hasta la secundaria cuando comenzaron a ser novios, y desde entonces jamás se separaron. Rara vez tenían diferencias, se amaban de una forma sobrenatural, siempre uno adivinaba el pensamiento del otro y viceversa. Sencillamente, no había más palabras para describirlo, mi mamá había sido su alma gemela, y como él siempre me decía desde que era una niña: «A tu alma gemela solo la encuentras una vez en la vida y no la debes dejar ir».

Eso era lo que mi padre también decía cada vez que alguien le preguntaba sobre mamá y sobre su relación. Por todo eso y más, yo sabía que lo que estaba pasando ahora era completamente irreal para él, había sido tan rápido, ni siquiera había tenido tiempo aún de llorar su muerte. Y ahora tenía que tomar una decisión que solo le correspondía a él, mis abuelos ya habían muerto hace tiempo y mi madre no tenía más familia cercana, también había sido hija única. Era claro que mi padre estaba teniendo un gran peso sobre sus hombros y necesitaba todo mi apoyo, así que fui a buscarlo entre cada cuarto y pasillo del hospital, no comprendía a dónde se había ido, incluso lo busqué en el baño de hombres, pero nada de él.

Mientras seguía buscándolo por todos lados, sucedió algo impensable, en ese momento, escuché a dos doctoras, al parecer de primer año porque lucían muy jóvenes e inexpertas, hablando entre ellas, pero alzando la voz. Parecía que la conversación era difícil porque una de ellas casi estaba llorando, y la otra también parecía muy sorprendida. Me acerqué un poco más para poder escucharlas, quizás había habido algún otro accidente horrible o alguien más estaba muriendo. Sé que sonaba en extremo egoísta siquiera pensarlo, pero en esos momentos yo solo buscaba encontrar a alguien que se identificara con mi dolor, de verdad sentía que necesitaba hablar con alguien que también estuviera sufriendo por algo como yo. Pero lo que escuché me dejó realmente helada, el hombre que había causado el accidente automovilístico de mi madre, aquel borracho que se había pasado el semáforo en rojo y se había estrellado contra ella, estaba sufriendo de insuficiencia, hemorragias y trombosis en el hígado o algo así. La realidad es que no podía escuchar todo y, además, no entendía bien los términos médicos, pero lo que sí sabía es que todo lo que decían sonaba de extrema gravedad, pues escuché que dijeron que estaban tratando de controlar su estado de salud por un momento, pero que él no tenía más que un par de horas de vida mientras no solucionaran lo referente a su hígado. Quise acercarme y preguntar, pero era claro que las doctoras no me habrían dado más información, no tendrían por qué hablar de esto con extraños, y menos si se daban cuenta de quién era yo, así que mejor me alejé antes de que me vieran.

Lo único que sabía en ese momento era que ese señor ahora estaba muriendo igual que mi madre había muerto, en ese instante no pude evitarlo, pero una rara sonrisa se dibujó en mi rostro sin que yo lo quisiera, la realidad es que yo no era así y automáticamente me sentí mal por eso. Era claro que no debía alegrarme de que alguien estuviera muriendo, independientemente de cuáles fueran las circunstancias, incluso aparte de que esa persona fuera quien causara la muerte de mi madre. A fin de cuentas, él era un ser humano y tenía valor y esencia por solo serlo, además, tal vez había personas que dependían de él, quizás tenía esposa e hijos, tal vez ese día él solo bebió tanto porque algo muy grave le había sucedido y encontraba en el alcohol la forma de olvidarlo. O tal vez desde hace tiempo él sufría una fuerte adicción que era más fuerte que nada, incluso que él mismo; si lo reflexionaba un poco, el alcoholismo realmente era una enfermedad, y muy triste. Verdaderamente llegaba a controlar a las personas, claro, como cualquier otra adicción, así que yo no lo sabía. Yo no sabía nada de la vida de aquel hombre ni de su familia, nunca sabes qué es lo que las demás personas están cargando a sus espaldas, así que no debía alegrarme por su muerte.

Pero lo que vino después fue lo que no soporté escuchar, fue algo que no podría llegar a explicar con palabras que sonaran creíbles o, al menos, realistas. Fue algo que de verdad no habría imaginado nunca que pudiera pasarme a mí, en realidad, incluso fue algo que no habría imaginado que pudiera pasarle jamás a nadie. Son cosas que de verdad no suceden en la vida diaria, situaciones verdaderamente enigmáticas e inexplicables.

Seguí acercándome y esas doctoras en verdad no se daban cuenta de que alguien las seguía escuchando, parecía que hasta gritaban más fuerte, totalmente imprudentes. Tal vez la razón era que muy seguramente nunca antes les había tocado presenciar una situación parecida a esa en el hospital.

Puesto que lo que estaba sucediendo era que mi mamá, sorprendentemente, era compatible para donarle un hígado funcional a ese hombre, un hígado que le salvaría la vida en estos momentos, y que, por el contrario, sin recibirlo moriría en un par de horas más. Entonces los doctores estaban pensando en la manera de cómo poder preguntarle a mi padre si accedería a tal cosa, a que mi madre fuera justamente la donadora de ese hígado. Porque si el hombre no recibía de inmediato ese hígado, moriría; entonces la única opción que él tenía para seguir viviendo era precisamente mi madre. Ahora entendía por qué el doctor estaba tan insistente con el tema de la donación y no nos había dado tiempo ni de ver a mi madre.

Después de escucharlas hablar de eso, solo me fui corriendo sin rumbo, en verdad me sentía mal y desesperada en esos momentos. No podía creer que después de lo que nos estaba pasando ahora teníamos que sumarle esto. Ahora teníamos que agregar mucho más sufrimiento a nuestras vidas, luego por fin encontré el momento que tanto necesitaba para llorar y liberar todo lo que estaba sintiendo en esos momentos. Pero ¿qué tenían en la cabeza esos doctores?, pensé.

¿Cómo se les ocurría siquiera atreverse a preguntarle a mi padre algo semejante? Sería literal como decirle: «¿Accedería a que la persona que mató a su esposa tenga su hígado para poder seguir viviendo?». Era claro que la respuesta era NO.

No sé ni por qué se atreverían siquiera a preguntarlo. Ese hombre al que intentaban salvar a nosotros nos había quitado lo más importante y valioso que teníamos en nuestras vidas. Entiendo que como doctores siempre están buscando salvar personas, pero era claro que no le daríamos a él lo que él necesitaba para seguir viviendo. Y no me debería sentir culpable por pensar eso, pues era claro que muchas más personas aprovecharían ese hígado de mejor manera. Personas buenas que no se atreverían a salir en sus autos manejando mientras su cuerpo y mente no responden adecuadamente por haber bebido en exceso alcohol. Quizás ese hígado podría servirle hasta a un niño, a algún anciano muy enfermo o a alguna otra buena madre como lo era la mía. En fin, había muchas personas que tal vez necesitaban ese hígado también, y no se lo daríamos a él, justamente a él, no me importaba cuántas horas le quedaran de vida, no sería precisamente el órgano de mi madre el que lo salvara.

Así que era mejor que los doctores lo supieran de inmediato y se pusieran a buscar otro, tal vez aún habría tiempo de conseguirlo. A fin de cuentas, las personas mueren todo el tiempo.

Luego de eso me quedé un par de minutos tratando de procesar todo lo que estaba pasando ahora, pero decidí mejor ir a buscar de nuevo a mi padre. No tenía tiempo que perder, él tenía que saber esto antes de que alguno de esos doctores se dirigiera para preguntarle. Yo debía advertirle para que estuviera preparado para decirles que no y dispuesto para explicarles con certeza por qué no.

Cuando salí del baño en donde me había encerrado a llorar, encontré a mi padre hablando ya con los doctores, me asusté muchísimo, pensé que seguramente ya le habrían preguntado aquella tontería y ya sería muy tarde para poder advertírselo. Así que me acerqué corriendo a él lo más rápido que pude y lo abracé. Pero entonces él solo volteó a verme con los ojos llenos de lágrimas y me dijo:

—Acompáñame, Paula, vamos a despedirnos de una vez de tu madre, ya llegó ese momento.

En ese instante supe que mi padre ya había tomado la decisión de acceder a desconectarla; después de todo, era obvio que eso pasaría, en realidad, él solo necesitaba algo de tiempo para poder tomar finalmente esa decisión. Requería salir del estado de shock emocional en el que se encontraba. Pero yo sabía que mi padre era bastante cuerdo y que él entendía finalmente lo que se debía hacer, teníamos que desconectarla porque ella ya no iba a despertar nunca.

Lo que me dio consuelo fue saber que, al parecer, los doctores y él solo estaban hablando de ese tema todavía y no sobre la cuestión de la donación de órganos, así que aún había tiempo de advertirle sobre lo que iba a pasar, pero decidí esperar, no era el momento adecuado todavía. Aún teníamos que despedirnos de ella primero. Luego de eso entramos y fue cuando de repente la vi, la habitación se sentía completamente helada, entramos a ella dando pasos cortos, como con miedo. Mi padre iba detrás de mí.

Cuando me acerqué a ella, me quedé observándola o, mejor dicho, me quedé admirándola, mi madre no tenía ningún golpe en su rostro, a excepción de un pequeño rasguño en la frente y el labio un poco lastimado, pero fuera de eso ella se veía igual de hermosa que siempre. Quién diría que su cerebro ya no estaba funcionando y que lo único que la mantenía con vida eran todos esos aparatos y cables a los que estaba conectada. Mi padre y yo nos sentamos cada uno a un extremo de la cama y tomamos cada uno una de sus manos, mi padre tomó su mano izquierda y la comenzó a besar con delicadeza mientras cerraba los ojos y recargaba su frente en ella. Justo en ese momento, comencé a llorar como nunca. Fue ese el instante en que todo, absolutamente todo lo que estaba pasando, se convirtió en algo tan real y existente. Fue el tiempo en el que entendí que después de esto jamás volvería a ver a mi madre de nuevo, que después de salir de esta habitación su imagen se volvería inevitablemente tan solo un bello recuerdo.

No sabía qué decirle, había muchas cosas que se me venían a la mente, era la última vez que la vería. Quería decirle cuánto la amaba, quería decirle lo feliz que era de que ella hubiera sido mi madre, lo orgullosa que me sentía de la mujer que había sido y lo mucho que la extrañaría también. Quería hacerle saber que esto no había sido su culpa, quería decirle que me esforzaría para que desde dondequiera que estuviera se sintiera orgullosa de mí todos los días. También quería decirle que ahora yo cuidaría de mi padre, que no tenía que preocuparse por nosotros y que podía irse tranquila, pero sencillamente ninguna palabra podía salir de mi boca y todo se quedaba en mis pensamientos.

Lo único que salía de mi cuerpo eran lágrimas, profundas lágrimas de tristeza y de dolor. Mi padre, en cambio, no lloraba, pero tenía un semblante en su rostro que no había visto nunca antes en él, era como si faltara solo un momento, una milésima de segundo para que explotara finalmente y se liberara de la gran carga que estaba guardando en ese momento, o como si todavía no asimilara nada de lo que realmente estaba pasando. Parecía que él tampoco podía despedirse ni decirle nada, los dos solo estábamos callados, a su lado, observando cómo la persona que más amábamos en este mundo se iba inevitablemente de nuestro lado.

La enfermera entró entonces en la habitación y nos preguntó si ya estábamos listos mientras, a la vez, se acercaba a los interruptores de los aparatos, totalmente dispuesta a ya apagarlos. Pero, de repente, mi padre reaccionó y le dijo que nos diera todavía un poco más de tiempo y se fuera, ella así lo hizo y entonces él volteó a ver a mi madre y con los ojos llenos de lágrimas le dijo:

—Cariño, en verdad te agradezco por todo el tiempo que viviste a mi lado y todas las cosas buenas que me diste, incluyendo a nuestra hija, pero ya puedes irte. Vete tranquila, que yo me encargaré de todo, cuidaré a Paula y me esforzaré por tratar de que se convierta en una mujer como la que tú fuiste. Te prometo que siempre haré por ella lo que sé que tú harías si estuvieras aquí, porque sé que ahora que te vas eso es lo que más te preocupa.

»Fue un placer encontrarte y vivir esta vida contigo, sé que seguirás con nosotros y que finalmente nos encontraremos en la eternidad.

»Puedes irte sabiendo que fuiste, eres y serás el amor de mi vida.

Después de eso solo le soltó la mano, le dio un beso en la frente y bajó el rostro. Se quedó un momento así y luego, en ese instante, fue como si de pronto se liberara de todo lo que estaba guardando, como si la bomba finalmente explotara. Y entonces las lágrimas empezaron a caer una por una a través de sus ojos, y fue en ese intervalo de tiempo en el que, al verlo a él y luego verla a ella, lo único en lo que pude pensar fue en que ojalá algún día la vida me pudiera retribuir con un amor como este. En que ojalá algún día yo pudiera llegar a amar a alguien tanto y de esta forma, amar a alguien más que a mi propia vida, y que esa persona sintiera lo mismo, simplemente llegar a poder estar completamente inmersa en alguien más. Que ambos pudiéramos llegar a ser incondicionalmente el uno del otro, tal y como había sido con mis padres.

Finalmente, los dos nos despedimos de mi madre y salimos de la habitación, dejando todo atrás y dándoles paso a los doctores y enfermeras para que entraran a terminar con su vida. O, más bien, con lo que quedaba vivo en ella.

Es inexplicable tratar de entender cómo la vida te cambia tanto y en tan poco tiempo, simplemente en solo un par de minutos. Es misterioso cómo ante estas circunstancias de la vida uno es incapaz de hacer algo para poder remediarlo, solo se sabe y se admite que no hay vuelta atrás.

Luego de que los doctores entraron a la habitación, nos alejamos de ahí sin voltear a verlos. Antes de eso ya nos habían preguntado si queríamos estar ahí cuando la desconectaran, dijeron que su muerte sucedería en tal vez unas horas, pero ambos decidimos que no. No era lo que queríamos, estábamos preparados para ya irnos de ahí, así que preferimos quedarnos solo con su hermoso recuerdo. Pero justo cuando salimos de ahí, en ese momento, observé cómo mi padre me quería decir algo, pero las palabras no le salían de la boca, parecía como si intentara balbucear una palabra, pero nada le salía. No imaginé qué era lo que quería decirme, pero su rostro se veía preocupado, consternado, pero a la vez bastante apenado, así que sencillamente le pregunté: «¿Qué pasa, papá?, ¿intentas decirme algo?». Y de repente, sin más, sin esperar, solo me lo dijo:

—Sí, perdón, solo quería decirte que ya firmé los papeles para aceptar que tu madre done todos sus órganos y hoy mismo, es decir, esta misma noche, será el primer trasplante. Tu mamá le donará su hígado a Julio, espero que estés bien con eso, hija, los doctores no me dieron mucho tiempo de seguir pensando las cosas y poder tomar una mejor decisión, tal vez más sensata o no, no lo sé realmente. Lo siento mucho, cariño, ya no tuve tiempo de poderte preguntar antes qué opinabas de todo esto.

Me quedé impactada de escucharlo, pero no tuve que preguntar siquiera en ese momento quién era Julio porque yo ya lo sabía. Lo que no entendía era cómo mi padre había aceptado llegar a eso, yo estaba cien por ciento segura de que no lo haría, y ahora no entendía qué había cambiado en él. Pero esperaba que, al menos, me dijera la verdad y no me ocultara la identidad de Julio, así que le pregunté:

—¿Quién es ese hombre, el que dices, Julio?

Y me contestó:

—Ah, no sé cómo decírtelo, hija, Julio es la persona que también estuvo hoy en el accidente de auto de tu madre, no te mentiré con eso. —Y luego de eso señaló a una mujer y me dijo—: La que está ahí es Lucía, su esposa, apenas se acaba de enterar de todo lo sucedido.

La mujer que señaló, Lucía, tenía un bebé en brazos como de aproximadamente seis meses y otro niño a su lado como de cinco años. Automáticamente, por la forma en la que los abrazaba, supe que eran sus hijos y los de Julio, aparte de que el niño era muy parecido a ella. Después de ver eso, ya no necesitaba ninguna otra explicación para esto, mi padre era tan bueno que era claro que había bastado con que viera a esa mujer y a sus hijos para acceder a que Julio recibiera el hígado de mi madre y darle una segunda oportunidad. Yo no me sentía aún muy convencida de eso, pero, en realidad, aunque yo me opusiera, él tenía la última palabra y, además, incluso él ya había decidido, ya había firmado los papeles. Aun así, le hice saber que no estaba del todo de acuerdo con su decisión, pretendiendo que él recapacitara, pero entonces él me respondió:

—Paula, estoy muy seguro de que esto es lo que tu madre habría querido que hiciéramos, ella creía mucho en las segundas oportunidades y en que no se le negaban a nadie, y no quiero ser el culpable de que esos dos niños hoy duerman sin padre. No mientras esté en mis manos cambiarlo, perdóname, hija, pero siento que es la mejor decisión que puedo tomar.

Y realmente, ante todo eso, no tuve más que decir, mis padres eran uno solo, mi mamá siempre sabía lo que mi papá quería, lo que él pensaba y viceversa, si él decía que ella habría querido que el hombre que fue el culpable de su muerte viviera gracias a una parte de ella era porque, en realidad, las cosas eran así. Además, los doctores le hicieron saber a mi padre que el hígado de mi mamá era la única opción para Julio, él ya no contaba con tiempo para buscar a otro donador compatible, o mucho menos para entrar a una lista de trasplantes.

Todo esto resultaba tan irónico y difícil de creer a la vez, pero era la única verdad, esos dos niños seguirían teniendo padre gracias a mi madre y gracias también a que nosotros accediéramos a darle ese hígado a Julio. En cambio, yo ya no tenía madre gracias a su padre, pero qué más podía hacer, tampoco quería ser la culpable de que ellos perdieran a su padre y de que Lucía perdiera a su esposo. He de decir que en esos momentos solo pensé en una cosa, en cómo es de inesperada e inexplicable a veces la vida, como dicen por ahí: «A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante».1 Y ese lo fue, fue ese momento en el que la decisión de mi padre cambió todo lo que pensaba hasta ahora, todo en lo que creía y todo lo que sentía; fue justamente la decisión y el instante que cambiarían por completo nuestras vidas.

Y simplemente sucedió de tal manera, mi madre esa noche salvó la vida de su propio verdugo.

Los días siguientes a la muerte de mi madre fueron sencillamente tristes y oscuros. El día de su funeral no dejaba de llover, así como el día en que ella murió; al entierro no asistieron muchas personas, mi madre no tenía familia y mi padre tenía muy poca. Ya estando en la casa, mi padre solo salía de su habitación para ver cómo estaba yo, para saber si había comido y para saber si estaba durmiendo bien, después regresaba a su habitación y se quedaba ahí todo el día, todos los días.

Parecía que ya nada le importaba más en la vida, ni su trabajo, ni sus amistades, ni sus pasatiempos, nada, incluso a veces me preguntaba si él volvería a reír alguna vez, porque estaba en un estado de profunda depresión, ese en el que las cosas que te gustaban antes dejan de gustarte y no le encuentras el sentido a nada. Solo seguía esforzándose por mí y no teníamos a nadie a nuestro lado, únicamente nos teníamos nosotros dos.

Lo más difícil de perder de pronto a alguien es no haber tenido la oportunidad de despedirte conscientemente de esa persona amada. En mi caso, me sucedió que, por más que trataba esos días, no lograba recordar exactamente cuál fue la última conversación que había tenido con mi madre. No sé qué fue lo último que me dijo y qué le dije, sé que nos avisó que iría a recoger su vestido, pero no logro recordar si al final le dije que la quería o si ella me lo dijo a mí. O tal vez solo le dije: «Está bien, nos vemos al rato»; sencillamente no lo sé. No logro recordar tampoco siquiera qué ropa estaba utilizando ese día, y el hecho de no saberlo se volvía cada vez más doloroso. A pesar de que pueden parecer cosas insignificantes, la realidad es que, si supiéramos exactamente cuándo será la última vez que veremos a nuestros seres amados, si pudiéramos de alguna manera presentir que quizás esa conversación tan cotidiana del día a día sería la última que tendríamos con ellos, todo sería sumamente distinto.

Ahora entiendo la validez y la fuerza que tiene el decir: «Vive cada día como si fuera el último», porque ya sé que no puede tener más que razón esa frase.

Sorpresivamente, justo al mes de la muerte de mi madre, mi papá me preguntó si estaba de acuerdo en que nos mudáramos a San Diego, California. Yo no entendía realmente por qué quería eso, teníamos nuestra vida en Mill Valley, yo tenía mi colegio y, de hecho, las clases estaban por comenzar, tenía también a mis amigos. Incluso nuestra única familia también estaba en Mill Valley, era un hermano de mi papá, mi tío Carlos, aunque ellos no se hablaban mucho. Después de la muerte de mi madre, él nos visitó en la casa solo dos veces, pero a pesar de eso, era de lo poco que nos quedaba, mi padre también tenía su trabajo aquí, había faltado unas semanas, pero sus compañeros de trabajo le hablaban todos los días, era claro que esperaban que él regresara. ¿Y qué caso tenía irnos solos los dos a San Diego y dejar lo que teníamos aquí? De alguna manera, aquí sí teníamos personas que nos apoyaban, además, San Diego era una ciudad muy grande en comparación con Mill Valley. Nosotros no estábamos acostumbrados a nada de eso, no lo comprendía, pero entonces mi padre me dijo:

—Perdóname, hija, sé que es bastante raro, pero no puedo seguir viviendo en una casa que me recuerde cada día que tu mamá ya no está aquí y que jamás va a volver. Una casa que me recuerde que perdí al amor de mi vida de una forma tan trágica, a mi alma gemela, a lo más puro que tenía en la vida.

»Todo aquí me recuerda a ella, sus cosas siguen aquí, está la recámara, la cocina donde le encantaba prepararnos cada día la comida que más nos gustaba, la sala de televisión donde los tres veíamos nuestro programa favorito.

»Justamente el programa que veíamos el día en que todo cambió, todo sigue aquí, todo sigue igual, excepto por el hecho de que ella ya no está, y creo que mientras sigamos aquí no podremos salir adelante, al menos, yo no puedo. Además, ya viví algunos años en San Diego cuando era niño y me gustaría volver a ese lugar.

Entendí en ese momento que irnos de ahí era algo que él realmente necesitaba, y tal vez yo podría esforzarme un poco por él, por ayudarlo. Además, quizás no estaba del todo mal empezar una nueva vida solos los dos, así que luego de pensarlo un poco, le dije finalmente que sí, que estaba de acuerdo en que nos fuéramos. Después de eso, todo fue muy rápido, yo aún estaba de vacaciones en esos momentos, así que por la escuela no tuve ningún problema, él renunció a su trabajo, preparamos la mudanza y nos fuimos finalmente a San Diego solo tres semanas después. No nos llevamos todos los muebles, mi padre quería comprar nuevos, quería dejar toda nuestra anterior vida atrás.

Mi papá es abogado, y la verdad es que es muy bueno; en Mill Valley era bastante reconocido, en parte por ser una ciudad pequeña. Todas las personas acudían a él cuando tenían problemas, tenía mucha experiencia, así que no le fue difícil encontrar un nuevo empleo rápido, y lo hizo en un bufete de abogados muy bueno y famoso en San Diego. Curiosamente, a pesar de que mi papá es abogado y todos los días se esfuerza por que la gente pague por los delitos que cometió, él nunca quiso hacer nada legalmente en contra de Julio.

Parece que perder a mi mamá fue más que suficiente para él y, además, las causas del accidente nunca se pudieron esclarecer bien del todo. Así que mi padre solo dejó las cosas como estaban; con algo del dinero de la venta de la casa en Mill Valley compramos un pequeño departamento en San Diego, en donde perfectamente nos acoplamos los dos. Era mucho más chico que nuestra antigua casa, pero era justo lo que necesitábamos, estaba muy bonito y tenía una gran vista a la playa, y mi cuarto sí era mucho más grande que el de Mill Valley.

Ahora ya solo nos teníamos nosotros dos, todo era muy diferente, nuestra casa en Mill Valley estaba cerca de bosques, y aquí, en San Diego, en cambio, teníamos cerca la playa, era incomparable, pero agradable también. Yo siempre había querido vivir cerca de la playa, y recuerdo que mi madre también alguna vez comentó que le gustaría mucho. Empezamos a acoplarnos muy rápido en el nuevo departamento, compramos nuevos muebles y muchos adornos. La verdad es que el lugar me gustaba y pronto comenzó a parecer un verdadero hogar. Pero justo cuando todo empezaba a agradarme, a los pocos días, mi padre me dijo que ya estaba por iniciar el nuevo ciclo escolar en el Carrasco y que debía empezar a preparar mis maletas, de pronto, yo no entendí lo que sucedía, ¿maletas?, ¿por qué? Ni siquiera me estaba explicando nada más. Así que, después de hacerle varias preguntas, me dijo finalmente que el Carrasco era el internado más exclusivo de todo San Diego, que todos sus compañeros de trabajo se lo habían recomendado y que los hijos de ellos estaban inscritos ahí, que incluso ellos mismos habían estudiado ahí. A lo que le contesté, por supuesto, que no, yo podía asistir a un colegio normal, la idea de irnos a San Diego era justamente para pasar más tiempo los dos juntos y poder superar lo que habíamos vivido, así que, ¿qué caso tenía entrar a un internado en donde nada más podría ver a mi papá una vez por semana? O quizás una vez por cada dos semanas, o incluso hasta una vez cada mes. Y, además, ¿por qué él quería quedarse solo?, ¿cuál era el sentido de todo esto?

Millones de cosas pasaron por mi mente en esos momentos, incluso llegué a pensar en que quizás mi padre ya se estaba enamorando de otra mujer. Pero eso era muy poco probable, él era muy tímido, así que no podía haber conseguido una novia en tan poco tiempo. Además, estoy segura de que a todas las mujeres de su trabajo ya les había hablado de mi madre y les había hecho saber que era viudo, eso era lo que él hacía, nunca dejaba de hablar de ella, aunque fuera con personas que acababa de conocer y aunque ella ya no estuviera con nosotros. Así que mejor me fui a mi cuarto, no quería seguir hablando del tema con mi padre, pero lo que hice fue tomar mi computadora y entonces investigué el famoso internado, y sí que era famoso.

En varias notas de internet decía que los hijos de los más grandes políticos de San Diego estaban inscritos ahí y en la página del internado había un video promocional en donde salían escenas de varios estudiantes haciendo diversas actividades, en especial deporte. Los uniformes parecían bonitos, en una escena del video aparecía un joven inexplicablemente atractivo, salía bailando en el jardín de la escuela, y la toma era exclusivamente para él. Bailaba increíble, ¿se puede enamorar de alguien a primera vista? Bueno, mejor dicho, ¿a primera vista solo a través de un video?, pensé de inmediato porque ese hombre lucía en verdad perfecto para mí. Totalmente el tipo de individuo con el que siempre he soñado, incluso pensé en que era capaz de aceptar entrar al internado solo para poder tener la oportunidad de conocerlo. Aunque también pensaba en la idea de que posiblemente sería un modelo que habrían contratado para hacer el comercial, porque no parecía un estudiante como los otros, él era algo fuera de lo normal. Quizás lo incluyeron en el video para que niñas ilusas como yo quisieran entrar al Carrasco esperando que un chico como ese se fijara en ellas, claro, ese era un buen gancho, pero muy fuera del alcance.

Entre otras cosas, en la página de internet observé que el programa de enseñanza parecía que era bueno, y las instalaciones ni se diga. Las habitaciones eran muy lindas y el lugar tenía piscina, gimnasio y muchas canchas para practicar distintos deportes. Las clases eran solo por la mañana y en las tardes podías pasar tu tiempo libre como mejor prefirieras, pero con todo lo que había ahí parecía que no había tiempo de aburrirse. Así que quizás sí era buena idea, no me gustaba convivir con chicos que se sentían más que los demás, pero la verdad es que también era necesario que yo conociera nuevas personas, y bueno, no todos eran iguales, eso estaba claro.

Yo prácticamente no salía del departamento, y si salía solo era para estar con mi padre, para salir a cenar o ir al cine, no tenía amigos y esta tampoco era la vida que deseaba. Mis amigos de Mill Valley apenas si me hablaban, de hecho, solo me quedaba una amiga, Sofía, pero también ya había perdido algo de contacto con ella, así que entonces consideré que tal vez el Carrasco sí podría ser un sitio para empezar desde cero. Y quizás mi padre, después de todo, también necesitaba estar un tiempo a solas, aunque yo no entendiera sus razones. Tal vez, sencillamente, él solo se preocupaba por que tuviera una buena educación, pronto iría a la universidad y no es fácil que te acepten en todas, así que finalmente decidí que iría a ese colegio, y qué bueno que lo hice, porque haber entrado al Carrasco fue la mejor decisión que pude tomar en toda mi vida y no podría arrepentirme de ello jamás. Es cierto cuando dicen que a veces estamos solo a una decisión de vivir una vida totalmente distinta.


1 Oscar Wilde.