EL ESTUDIO ETIMOLÓGICO DE LA PALABRA
SÍMBOLO procede del griego sumbolon, derivada así mismo
del verbo sumballo que significa unir o juntar. Resulta
muy significativo, para el tema que nos ocupa, tener constancia de
esta búsqueda de unión del hombre con esa realidad formada por lo
físico y lo metafísico. El ser humano era completo en un principio,
antes de quedar «roto» por la «caída», y ello ha motivado que su
objetivo final sea el de reunificar, unir las dos partes, la
material y la espiritual, en un todo renovado regresando a su
estado primordial.
Desde las escenas pintadas en las
cavernas prehistóricas hasta el logotipo o marca de moda, el ser
humano ha hecho uso del símbolo. Éste transmite información al
presentarse con un aspecto y unas características propias que
permiten su rápida identificación. Además, existen signos que
poseen contenidos y significados ocultos que pueden transformar a
aquél que capta y comprende su mensaje. Se trata de signos que han
llegado hasta nuestros días desde la más remota antigüedad, en
ocasiones perdiendo su contenido y esencia original adoptando
nuevos significados.
Los buscadores de todos los tiempos
conocían verdades que llegaban al hombre a través del símbolo. Los
ritos iniciáticos de todas las culturas lo han utilizado en sus
ceremonias. Desde un principio, llegó a diferenciarse aquello que
el símbolo venía a manifestar en su parte visible y accesible al
profano con el calificativo de exotérico. Pero esa otra dimensión,
la esotérica (interna), que va más allá de las apariencias, es la
que permite entrar en contacto con las fuerzas que realmente mueven
al mundo, situándolo en el ámbito de lo sagrado.
Desde el antiguo Egipto hasta la
Edad Media, estos signos han guardado celosamente sus secretos.
Peregrinos de todos los tiempos y de todas las culturas han buscado
este Saber que libera al ser humano de su ignorancia, ubicándolo en
el lugar que le corresponde en el Universo y en comunión con la
Naturaleza de la que forma parte. El maestro, el sabio o el
iniciado reconocen en el símbolo las propiedades que posee y el
esfuerzo que se precisa para descifrar su mensaje. La complejidad
de los significados que posee y a los que hace alusión conducen al
hombre por los laberintos de la mente y el corazón. El signo, al
poseer múltiples interpretaciones, alcanza en su justa medida la
comprensión de aquel al que va dirigido. Cada cual recibe el
mensaje que le corresponde según su nivel de conciencia. A mayor
nivel, mayor comprensión.
Aprehender el significado no se
consigue únicamente a través de nuestras capacidades intelectivas,
sino que demanda una elevada dosis de intuición. La mente, el
corazón y el mundo de las emociones llevan al caminante por los
senderos del mito, que encierra grandes verdades, y por los
arquetipos, que son los esquemas básicos en que se asienta nuestra
mente para construir su representación del mundo. Ese largo camino,
que no es otra cosa que una vía iniciática, nos permitirá asimilar
y comprender cómo a lo largo de los siglos el hombre ha venido
representando a través de los símbolos esa búsqueda trascendente
que le permitiera unir lo material con lo celestial, lo visible con
lo invisible, lo terreno con lo divino y lo perecedero con lo
inmortal y eterno.
Hay símbolos tan antiguos como este que puede verse en el
parque arqueológico de Villar del Humo y que debió proporcionar
buena información sobre algo de lo que se han perdido las
claves.
El símbolo posee un poder
trascendente, pues hace percibir a aquél que lo contempla los
variados aspectos de una aparente realidad. Lo visible o sensible y
lo velado, lo que se ha manifestado y lo oculto o trascendente, lo
consciente y lo que va más allá: lo supraconsciente. Donde no
alcanza la palabra debido a sus limitaciones llega el símbolo
expresando otras realidades esenciales. Por eso, cada símbolo
tendrá una enseñanza u otra distinta según el observador. Al ser
sintético, solo sugiere pero no expresa y por eso es el lenguaje
utilizado por la metafísica tradicional. Esta es la base del arte
del Románico y del Gótico. Es ante todo un arte sagrado y, como
tal, nada resulta insignificante, gratuito o puramente
ornamental.
No es de extrañar por tanto que en
plena Edad Media aparezcan, por ejemplo, estos conceptos a través
del mito de la espada rota, que el héroe debe soldar para empuñarla
de nuevo y vencer al dragón, como ocurre en la leyenda nórdica de
Sigfrido, o bien en el mito céltico-artúrico en los cuales la
espada clavada en la piedra (lo superior retenido por lo material)
demanda una liberación (acto de extraerla) o el conocido ciclo
artúrico y el Santo Cáliz, el Grial, cuya búsqueda por parte de los
caballeros de la Mesa Redonda les convierte en una «caballería
celestial».
Todas
las vías iniciáticas tienen sus propios símbolos. Este crucero en
uno de los Mil Caminos de Santiago, junto a Santa Coloma de
Albendiego, confirma al peregrino que va por buen camino.
En esta búsqueda descubriremos, por
ejemplo, cómo el famoso yin-yang oriental, que corresponde al par
de opuestos complementarios, también fue representado en los
templos de la Edad Media, aunque de forma distinta. Cómo la
Trinidad cristiana es la misma que la egipcia o la hindú, entre
otras, y basadas todas ellas en el ternario espiritual y sagrado.
Penetraremos en el mensaje universal que atesora el símbolo que nos
introducirá en los dominios de la antropología, las religiones
comparadas y las corrientes filosófico-religiosas de diferentes
épocas.
Se trata de un viaje hacia lo mágico
en el que tendremos la sensación de encontrarnos como perdidos en
la inmensidad de un extraño bosque, cuyos árboles no figuran en los
libros de botánica convencionales y sin guía que nos indique cuál
es el camino a seguir. De todo ello se ocuparon los maestros
canteros, artesanos y especialistas quienes transformaron la
materia, dándole forma y transmitiendo su mensaje. Éste será el
camino por el que transitaremos. Camino en ocasiones engañoso, que
guarda celosamente conocimientos, saberes, conceptos e ideas que
duermen un sueño de siglos.
Comprobaremos cómo, al margen de
sus dimensiones, los templos poseen valores simbólicos que los
convierten en representaciones del microcosmos y en una imagen
cósmica del universo (macrocosmos). Este carácter simbólico se ve
representado en las portaladas, cuya estructura es reflejo de las
armonías del universo y de la naturaleza. Mientras que jambas y
dinteles generan un cuadrado, símbolo de la tierra, las arquivoltas
y las bóvedas originan semicírculos, reflejo de las esferas
celestes.
Desde tiempos remotos, el
simbolismo de lo terrenal y celestial viene siendo representado por
las cuevas. En la Grecia clásica, la cueva representaba el mundo.
Platón simbolizó a la gruta como arquetipo cósmico y como símbolo
ético y moral. Para el filósofo, esa cavidad en las entrañas de la
tierra era como el útero o la matriz materna. La luz es percibida
como un reflejo y los seres como sombras, esperando su conversión
para acceder a niveles superiores de conciencia y su conversión
para la trascendencia del alma. Se trata de una exploración del yo
interior y concretamente del yo profundo del inconsciente. Así es
como la cueva se convierte en una imagen del cosmos, el suelo
corresponde a la tierra y su bóveda al cielo, al igual que en las
iglesias. En ellas, la paz interior que se logra en el silencio de
los edificios propicia la introspección necesaria para un viaje
interior.
San
Isidoro de León. El macrocosmos representado por los símbolos del
zodiaco que rigen el movimiento armónico de las esferas.
La escultura integrada en los
elementos arquitectónicos cumple una doble función: estética y
didáctica. Imágenes portadoras del mensaje evangélico, doctrinal o
moral resultan asequibles a las gentes del pueblo llano, población
analfabeta en aquella época. Además de cumplir su función estética,
dicha iconografía es un reflejo de la belleza de los mundos
celestiales y supraterrenales.
Era en las iglesias donde los
feligreses podían contemplar conjuntos y repertorios inspirados en
pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, desde el «Pecado Original»
hasta la «Pasión de Cristo».
Existe toda una serie de
representaciones que simbolizan pecados y virtudes, a través de
figuras antropomorfas y de un nutrido bestiario de todo tipo: desde
la fauna autóctona del lugar donde se halla emplazada la iglesia
hasta seres fantásticos, híbridos compuestos por distintos cuerpos
de animales y, en ocasiones, con el añadido de cabezas humanas. Fue
a partir del siglo X cuando estas imágenes pasaron a engrosar las
ya existentes.
Los
seres híbridos de los capiteles románicos representan las bajezas
humanas.
A todo ello se añaden temas que
podríamos llamar profanos, formados por escenas cotidianas en las
cuales pueden verse diversidad de profesiones y ocupaciones de la
época, luchas entre caballeros, escenas de caza, juglares, músicos
o combates entre hombres y fieras. En esta temática simbólica y
narrativa se incluye el predominio de ornamentos moldurados, sobre
todo en las arquivoltas de las portaladas. Los llamados dientes de
sierra, zigzag, frisos ajedrezados o las llamadas puntas de
diamante son los más utilizados. Asimismo el mundo vegetal adquiere
gran relevancia con tetrafolias, hojas, tallos, zarzas, árboles,
todo ello perteneciente al universo de lo simbólico.
Si resulta relativamente fácil
reconocer figuras antropomorfas y es posible distinguir con cierta
claridad a personajes evangélicos de los que no lo son, respecto a
la flora y la fauna, la identificación se convertirá en una tarea
bastante más compleja. Muchas veces los elementos vegetales darán
la impresión equivocada de que se encuentran en un determinado
lugar para llenar y embellecer al mismo tiempo un espacio. Pero no
es así. Las lacerías y los entrelazados formados por hojas, ramas o
frutos nos están indicando un mensaje claro. La existencia en la
naturaleza de hojas perennes y hojas caducas nos está «hablando»
sobre la eternidad o la muerte respectivamente.
Torneo
estilizado en San Juan de Amandi, Asturias.
Poco a poco iremos
descubriendo cómo cada motivo y cada detalle tienen su razón de
ser. Una vez más estaremos frente a distintas interpretaciones,
ante significados polivalentes. La zarza constituye uno de estos
múltiples ejemplos. Tradicionalmente, las espinas, lo espinoso,
simbolizan las dificultades del camino, los obstáculos a superar
para alcanzar la luz, el conocimiento o la trascendencia. Al mismo
tiempo, si dichas zarzas envuelven la imagen de un ser humano
representará que su alma pecadora ha quedado atrapada por los
deseos materiales, las pasiones y los vicios terrenales. La
Alquimia también se halla presente en el mundo vegetal. El árbol
lunar o solar, las rosas, así como determinados frutos aparecerán
en canecillos, capiteles o arquivoltas, aguardando al peregrino con
alma de alquimista para revelarle su mensaje. A pesar de la
complejidad del tema, el uso del sentido común, la lógica y la
coherencia serán de gran utilidad para poder extraer esa joya que
es el mensaje y que se halla escondido tras el signo. No es posible
imaginar a la paloma como símbolo terrestre o al sapo como uno
celeste. Desvelar estos mensajes pétreos que los gremios de
artesanos medievales dejaron para la posteridad es un apasionante
recorrido hacia lo desconocido y un viaje en el tiempo. La verdad
sea dicha, su estudio no es fácil. Pero nada de valor lo es.
Las parejas de
seres fabulosos deben leerse en clave alquímica. Representan sales,
metales y minerales utilizados en la Gran Obra. San Miguel,
Ayllón.
Si el contenido es
extraordinariamente importante, el continente también lo es. La
relevancia de la construcción que visitemos estará condicionada
evidentemente por su ubicación. En lo alto de una montaña será
fácil contemplar una ermita o una pequeña iglesia. En cambio, en
una localidad de tipo medio, el templo atesorará una relevancia
mayor. En consecuencia, tendremos más posibilidades de contemplar
imágenes en aquellos edificios que estén situados en las grandes
urbes, exceptuando evidentemente los grandes monasterios que se
encuentran por lo general en plena naturaleza. En esas
construcciones, podremos llevar a cabo ese estudio o esa simple
contemplación que nos lleve más lejos de las interpretaciones
convencionales. Nuestro intento será el de poder diferenciar el
mensaje estipulado por la ortodoxia cristiana de otros significados
o claves, que subyacen a la lectura o interpretación oficial. Será
entonces cuando entremos en el mundo de la ortodoxia y el de la
heterodoxia.
Los próximos apartados no
tienen por finalidad la de ofrecer al lector una guía que indique
dónde encontrar esta o aquella imagen curiosa, extraña o con
contenido supuestamente esotérico. Bien al contrario, se trata del
intento en proponer las posibles interpretaciones de aquello que
puede observarse en la simple visita de la iglesia de su localidad.
Posiblemente obtendrá con ello una visión distinta de la que poseía
tradicionalmente. Si los interesados por tema tan apasionante
tienen la oportunidad de realizar una visita guiada por alguna de
las muchas iglesias importantes de nuestra geografía, podrán
confirmar cómo las doctas explicaciones del cicerone de turno a
veces resultan demasiado simples o cuando no contradictorias, Y en
el caso de que el visitante formule alguna pregunta concreta, la
evasiva por respuesta o una nueva definición no convincente será
todo lo que consiga. Creo que unos pocos ejemplos pueden ser
suficientes para ilustrar esos encuentros con lo desconocido que
unas veces despertarán nuestro interés y en otras nos dejarán
perplejos.
En uno de lo templos
visitados, aparecía una figura de largas barbas que cogía con ambas
manos, dividiéndola en dos partes. Era evidente que la imagen
estaba trasmitiendo una clave o señal que no llegué a comprender.
Pero había más. Bajo ella, otra figura con los brazos levantados se
hallaba sentada con las piernas cruzadas, ¡nada menos que sobre una
flor de loto! Dicha figura estaba orando ante el astro rey en un
gesto característico e inconfundible, tal y como lo hacían en
distintas culturas y religiones solares, distanciadas entre sí en
el espacio y en el tiempo. La flor de loto se abre ante la salida
del sol y se cierra a su puesta. Dicha flor pertenece al mito
egipcio de la creación, a la espiritualidad de la India, a la
compasión en el Tíbet, etc. Todo ello estaba representado en una
humilde y pequeña imagen, en principio, supuestamente
cristiana.
En otra circunstancia
parecida, la figura con barba se repetía, pero esta vez el gesto lo
efectuaba con una sola mano, pues en la otra llevaba un bastón o
cayado cuyo extremo terminaba en una «T». En ambos casos, la
respuesta que recibimos los entusiasmados visitantes fue la misma:
«Se trataba de un santo o de un monje, no se sabe con
certeza».
A partir de aquí,
comenzaremos la andadura por caminos laberínticos que son los que
constituyen el mundo de los símbolos. Como en el cuento de Alicia,
penetraremos en un país de maravillas donde lo aparentemente real
resulta engañoso o ilusorio y comprobaremos cómo la realidad se
esconde al otro lado del espejo.
San Martín de
Fromista, un verdadero catálogo del simbolismo esotérico
medieval.
Los artesanos dejaron la
impronta de sus conocimientos, además de las obligadas imágenes
estipuladas por la Iglesia. Nuestra labor de búsqueda será la de
distinguir y reconocer la importancia que posee una ermita o una
iglesia, según determinados parámetros. La historia del lugar, si
desde tiempos remotos era considerado un enclave sacro, como la
existencia de túmulos funerarios, dólmenes o menhires, serán
elementos de peso. Tengamos presente que fueron muchas la iglesias
que se levantaron en esos puntos o en sus cercanías. Todo ello
puede convertirse en referentes y pistas que nos ayudarán en gran
medida a la localización de dichos enclaves. Las supuestas
apariciones de Vírgenes, hechos extraordinarios, fuentes
milagrosas, las crónicas del lugar o bien el acervo popular estarán
indicándonos que el edificio posee características
especiales.
No cabe duda de que el
soporte fotográfico permitirá un estudio minucioso y relajado en
nuestras casas. Ello ofrece la posibilidad de examinar, comparar y
catalogar nuestro trabajo. Pero nuestra documentación gráfica
también podrá sorprendernos cuando comprobemos cómo la toma de una
instantánea puede convertirse en una revelación insospechada e
inaudita.
Capitel de una criatura con barbas en forma de espiral. Santa María
de Eunate, Navarra.
Esto
sucedió hace ya bastantes años, mientras observaba una de las fotos
de la conocida capilla octogonal de Eunate, cercana a Puente la
Reina, en Navarra. De su numerosa e interesante iconografía, estaba
contemplando una que pertenecía a las arquivoltas, concretamente la
fotografía de una extraña cabeza, con una especie de extraño
birrete o protuberancia y que lucía unas largas barbas en forma de
espiral. Al dejarla encima de la mesa para visionar otras, dicha
imagen quedó al revés y ante mi sorpresa, ésta representaba a un
macho cabrío o algo similar, cuyo aspecto no era precisamente
agradable. El birrete se había transformado en una especie de
perilla y las barbas en espiral en unas impresionantes cornamentas.
A partir de aquel día, intento observar las imágenes desde todos
los ángulos posibles, incluso a través de un espejo, por si hubiese
una figura especular oculta.
Me he permitido
contar esta anécdota personal únicamente con el ánimo de añadir
que, al parecer, aquellos canteros de la Edad Media dominaban
técnicas adecuadas para dejar constancia de sus conocimientos y
cómo transmitirlos sin levantar sospechas.
Lamentablemente, no nos será
posible reconocer todos y cada uno de los mensajes que nos legaron
aquellas hermandades de constructores. Ignoro el sentido y el
significado de aquella imagen. Tal vez estuviera indicando que el
lugar podía convertirse en benéfico o maléfico según la
intencionalidad de los rituales que se llevaran a efecto o bien de
la perspectiva que se adoptara. Pero también podría estar
expresando que ese enclave contiene, desde un principio, fuerzas
opuestas y complementarias que podrían actuar en el interior de la
mente o del alma de quien visitara el lugar. Quien sabe.
Poco a poco, vamos comprobando cómo
la comprensión de los símbolos se efectúa siempre a través de una
lectura interior, personal y profunda de la realidad como resultado
de la identificación entre el sujeto que conoce y el objeto
reconocido. El símbolo y su mensaje tienen su razón de ser en el
instante en el que el individuo se relaciona con éste y se
convierte, por así decirlo, en el centro de ese universo de claves,
conceptos y conocimientos.
El símbolo es en definitiva el
lenguaje del iniciado. En el universo de lo abstracto, la mente
requiere del símbolo para alcanzar otros niveles de comprensión,
distintos a los habituales. Todas las corrientes filosóficas,
ocultistas, es cuelas esotéricas e incluso todas las religiones se
expresan a través del símbolo, que en primer lugar esconde, oculta,
pero más tarde revela su misterio y su mensaje.
A pesar de los siglos
transcurridos, el mensaje de los constructores sigue ahí, formando
parte de aquella interminable cadena de transmisión que se conoce
con el nombre de tradición oral y que va más allá de corrientes
filosóficas o religiosas y espera al peregrino del conocimiento,
para ofrecerle verdades trascendentes en las etapas de su
andadura.
Nadie mejor que René Guenon
[3]
para definir de manera escueta y precisa el
significado del símbolo: «...expresión sensible de una idea»; es
decir, a través de él, la idea que contiene se hace comprensible.
Por su parte, el gran investigador rumano Mircea Eliade, en su
Tratado de historia de las religiones, indica lo
siguiente: «Si el Todo se puede apreciar en un fragmento es porque
cada fragmento repite al Todo».