Capítulo 1
SIMBOLOGÍA

EL ESTUDIO ETIMOLÓGICO DE LA PALABRA SÍMBOLO procede del griego sumbolon, derivada así mismo del verbo sumballo que significa unir o juntar. Resulta muy significativo, para el tema que nos ocupa, tener constancia de esta búsqueda de unión del hombre con esa realidad formada por lo físico y lo metafísico. El ser humano era completo en un principio, antes de quedar «roto» por la «caída», y ello ha motivado que su objetivo final sea el de reunificar, unir las dos partes, la material y la espiritual, en un todo renovado regresando a su estado primordial.
Desde las escenas pintadas en las cavernas prehistóricas hasta el logotipo o marca de moda, el ser humano ha hecho uso del símbolo. Éste transmite información al presentarse con un aspecto y unas características propias que permiten su rápida identificación. Además, existen signos que poseen contenidos y significados ocultos que pueden transformar a aquél que capta y comprende su mensaje. Se trata de signos que han llegado hasta nuestros días desde la más remota antigüedad, en ocasiones perdiendo su contenido y esencia original adoptando nuevos significados.
Los buscadores de todos los tiempos conocían verdades que llegaban al hombre a través del símbolo. Los ritos iniciáticos de todas las culturas lo han utilizado en sus ceremonias. Desde un principio, llegó a diferenciarse aquello que el símbolo venía a manifestar en su parte visible y accesible al profano con el calificativo de exotérico. Pero esa otra dimensión, la esotérica (interna), que va más allá de las apariencias, es la que permite entrar en contacto con las fuerzas que realmente mueven al mundo, situándolo en el ámbito de lo sagrado.
Desde el antiguo Egipto hasta la Edad Media, estos signos han guardado celosamente sus secretos. Peregrinos de todos los tiempos y de todas las culturas han buscado este Saber que libera al ser humano de su ignorancia, ubicándolo en el lugar que le corresponde en el Universo y en comunión con la Naturaleza de la que forma parte. El maestro, el sabio o el iniciado reconocen en el símbolo las propiedades que posee y el esfuerzo que se precisa para descifrar su mensaje. La complejidad de los significados que posee y a los que hace alusión conducen al hombre por los laberintos de la mente y el corazón. El signo, al poseer múltiples interpretaciones, alcanza en su justa medida la comprensión de aquel al que va dirigido. Cada cual recibe el mensaje que le corresponde según su nivel de conciencia. A mayor nivel, mayor comprensión.
Aprehender el significado no se consigue únicamente a través de nuestras capacidades intelectivas, sino que demanda una elevada dosis de intuición. La mente, el corazón y el mundo de las emociones llevan al caminante por los senderos del mito, que encierra grandes verdades, y por los arquetipos, que son los esquemas básicos en que se asienta nuestra mente para construir su representación del mundo. Ese largo camino, que no es otra cosa que una vía iniciática, nos permitirá asimilar y comprender cómo a lo largo de los siglos el hombre ha venido representando a través de los símbolos esa búsqueda trascendente que le permitiera unir lo material con lo celestial, lo visible con lo invisible, lo terreno con lo divino y lo perecedero con lo inmortal y eterno.

 Hay símbolos tan antiguos como este que puede verse en el parque arqueológico de Villar del Humo y que debió proporcionar buena información sobre algo de lo que se han perdido las claves.
El símbolo posee un poder trascendente, pues hace percibir a aquél que lo contempla los variados aspectos de una aparente realidad. Lo visible o sensible y lo velado, lo que se ha manifestado y lo oculto o trascendente, lo consciente y lo que va más allá: lo supraconsciente. Donde no alcanza la palabra debido a sus limitaciones llega el símbolo expresando otras realidades esenciales. Por eso, cada símbolo tendrá una enseñanza u otra distinta según el observador. Al ser sintético, solo sugiere pero no expresa y por eso es el lenguaje utilizado por la metafísica tradicional. Esta es la base del arte del Románico y del Gótico. Es ante todo un arte sagrado y, como tal, nada resulta insignificante, gratuito o puramente ornamental.
No es de extrañar por tanto que en plena Edad Media aparezcan, por ejemplo, estos conceptos a través del mito de la espada rota, que el héroe debe soldar para empuñarla de nuevo y vencer al dragón, como ocurre en la leyenda nórdica de Sigfrido, o bien en el mito céltico-artúrico en los cuales la espada clavada en la piedra (lo superior retenido por lo material) demanda una liberación (acto de extraerla) o el conocido ciclo artúrico y el Santo Cáliz, el Grial, cuya búsqueda por parte de los caballeros de la Mesa Redonda les convierte en una «caballería celestial».

Todas las vías iniciáticas tienen sus propios símbolos. Este crucero en uno de los Mil Caminos de Santiago, junto a Santa Coloma de Albendiego, confirma al peregrino que va por buen camino.
En esta búsqueda descubriremos, por ejemplo, cómo el famoso yin-yang oriental, que corresponde al par de opuestos complementarios, también fue representado en los templos de la Edad Media, aunque de forma distinta. Cómo la Trinidad cristiana es la misma que la egipcia o la hindú, entre otras, y basadas todas ellas en el ternario espiritual y sagrado. Penetraremos en el mensaje universal que atesora el símbolo que nos introducirá en los dominios de la antropología, las religiones comparadas y las corrientes filosófico-religiosas de diferentes épocas.
Se trata de un viaje hacia lo mágico en el que tendremos la sensación de encontrarnos como perdidos en la inmensidad de un extraño bosque, cuyos árboles no figuran en los libros de botánica convencionales y sin guía que nos indique cuál es el camino a seguir. De todo ello se ocuparon los maestros canteros, artesanos y especialistas quienes transformaron la materia, dándole forma y transmitiendo su mensaje. Éste será el camino por el que transitaremos. Camino en ocasiones engañoso, que guarda celosamente conocimientos, saberes, conceptos e ideas que duermen un sueño de siglos.
Comprobaremos cómo, al margen de sus dimensiones, los templos poseen valores simbólicos que los convierten en representaciones del microcosmos y en una imagen cósmica del universo (macrocosmos). Este carácter simbólico se ve representado en las portaladas, cuya estructura es reflejo de las armonías del universo y de la naturaleza. Mientras que jambas y dinteles generan un cuadrado, símbolo de la tierra, las arquivoltas y las bóvedas originan semicírculos, reflejo de las esferas celestes.
Desde tiempos remotos, el simbolismo de lo terrenal y celestial viene siendo representado por las cuevas. En la Grecia clásica, la cueva representaba el mundo. Platón simbolizó a la gruta como arquetipo cósmico y como símbolo ético y moral. Para el filósofo, esa cavidad en las entrañas de la tierra era como el útero o la matriz materna. La luz es percibida como un reflejo y los seres como sombras, esperando su conversión para acceder a niveles superiores de conciencia y su conversión para la trascendencia del alma. Se trata de una exploración del yo interior y concretamente del yo profundo del inconsciente. Así es como la cueva se convierte en una imagen del cosmos, el suelo corresponde a la tierra y su bóveda al cielo, al igual que en las iglesias. En ellas, la paz interior que se logra en el silencio de los edificios propicia la introspección necesaria para un viaje interior.

San Isidoro de León. El macrocosmos representado por los símbolos del zodiaco que rigen el movimiento armónico de las esferas.
La escultura integrada en los elementos arquitectónicos cumple una doble función: estética y didáctica. Imágenes portadoras del mensaje evangélico, doctrinal o moral resultan asequibles a las gentes del pueblo llano, población analfabeta en aquella época. Además de cumplir su función estética, dicha iconografía es un reflejo de la belleza de los mundos celestiales y supraterrenales.
Era en las iglesias donde los feligreses podían contemplar conjuntos y repertorios inspirados en pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, desde el «Pecado Original» hasta la «Pasión de Cristo».
Existe toda una serie de representaciones que simbolizan pecados y virtudes, a través de figuras antropomorfas y de un nutrido bestiario de todo tipo: desde la fauna autóctona del lugar donde se halla emplazada la iglesia hasta seres fantásticos, híbridos compuestos por distintos cuerpos de animales y, en ocasiones, con el añadido de cabezas humanas. Fue a partir del siglo X cuando estas imágenes pasaron a engrosar las ya existentes.
Los seres híbridos de los capiteles románicos representan las bajezas humanas.
A todo ello se añaden temas que podríamos llamar profanos, formados por escenas cotidianas en las cuales pueden verse diversidad de profesiones y ocupaciones de la época, luchas entre caballeros, escenas de caza, juglares, músicos o combates entre hombres y fieras. En esta temática simbólica y narrativa se incluye el predominio de ornamentos moldurados, sobre todo en las arquivoltas de las portaladas. Los llamados dientes de sierra, zigzag, frisos ajedrezados o las llamadas puntas de diamante son los más utilizados. Asimismo el mundo vegetal adquiere gran relevancia con tetrafolias, hojas, tallos, zarzas, árboles, todo ello perteneciente al universo de lo simbólico.
Si resulta relativamente fácil reconocer figuras antropomorfas y es posible distinguir con cierta claridad a personajes evangélicos de los que no lo son, respecto a la flora y la fauna, la identificación se convertirá en una tarea bastante más compleja. Muchas veces los elementos vegetales darán la impresión equivocada de que se encuentran en un determinado lugar para llenar y embellecer al mismo tiempo un espacio. Pero no es así. Las lacerías y los entrelazados formados por hojas, ramas o frutos nos están indicando un mensaje claro. La existencia en la naturaleza de hojas perennes y hojas caducas nos está «hablando» sobre la eternidad o la muerte respectivamente.
Torneo estilizado en San Juan de Amandi, Asturias.
Poco a poco iremos descubriendo cómo cada motivo y cada detalle tienen su razón de ser. Una vez más estaremos frente a distintas interpretaciones, ante significados polivalentes. La zarza constituye uno de estos múltiples ejemplos. Tradicionalmente, las espinas, lo espinoso, simbolizan las dificultades del camino, los obstáculos a superar para alcanzar la luz, el conocimiento o la trascendencia. Al mismo tiempo, si dichas zarzas envuelven la imagen de un ser humano representará que su alma pecadora ha quedado atrapada por los deseos materiales, las pasiones y los vicios terrenales. La Alquimia también se halla presente en el mundo vegetal. El árbol lunar o solar, las rosas, así como determinados frutos aparecerán en canecillos, capiteles o arquivoltas, aguardando al peregrino con alma de alquimista para revelarle su mensaje. A pesar de la complejidad del tema, el uso del sentido común, la lógica y la coherencia serán de gran utilidad para poder extraer esa joya que es el mensaje y que se halla escondido tras el signo. No es posible imaginar a la paloma como símbolo terrestre o al sapo como uno celeste. Desvelar estos mensajes pétreos que los gremios de artesanos medievales dejaron para la posteridad es un apasionante recorrido hacia lo desconocido y un viaje en el tiempo. La verdad sea dicha, su estudio no es fácil. Pero nada de valor lo es.

Las parejas de seres fabulosos deben leerse en clave alquímica. Representan sales, metales y minerales utilizados en la Gran Obra. San Miguel, Ayllón.
Si el contenido es extraordinariamente importante, el continente también lo es. La relevancia de la construcción que visitemos estará condicionada evidentemente por su ubicación. En lo alto de una montaña será fácil contemplar una ermita o una pequeña iglesia. En cambio, en una localidad de tipo medio, el templo atesorará una relevancia mayor. En consecuencia, tendremos más posibilidades de contemplar imágenes en aquellos edificios que estén situados en las grandes urbes, exceptuando evidentemente los grandes monasterios que se encuentran por lo general en plena naturaleza. En esas construcciones, podremos llevar a cabo ese estudio o esa simple contemplación que nos lleve más lejos de las interpretaciones convencionales. Nuestro intento será el de poder diferenciar el mensaje estipulado por la ortodoxia cristiana de otros significados o claves, que subyacen a la lectura o interpretación oficial. Será entonces cuando entremos en el mundo de la ortodoxia y el de la heterodoxia.
Los próximos apartados no tienen por finalidad la de ofrecer al lector una guía que indique dónde encontrar esta o aquella imagen curiosa, extraña o con contenido supuestamente esotérico. Bien al contrario, se trata del intento en proponer las posibles interpretaciones de aquello que puede observarse en la simple visita de la iglesia de su localidad. Posiblemente obtendrá con ello una visión distinta de la que poseía tradicionalmente. Si los interesados por tema tan apasionante tienen la oportunidad de realizar una visita guiada por alguna de las muchas iglesias importantes de nuestra geografía, podrán confirmar cómo las doctas explicaciones del cicerone de turno a veces resultan demasiado simples o cuando no contradictorias, Y en el caso de que el visitante formule alguna pregunta concreta, la evasiva por respuesta o una nueva definición no convincente será todo lo que consiga. Creo que unos pocos ejemplos pueden ser suficientes para ilustrar esos encuentros con lo desconocido que unas veces despertarán nuestro interés y en otras nos dejarán perplejos.
En uno de lo templos visitados, aparecía una figura de largas barbas que cogía con ambas manos, dividiéndola en dos partes. Era evidente que la imagen estaba trasmitiendo una clave o señal que no llegué a comprender. Pero había más. Bajo ella, otra figura con los brazos levantados se hallaba sentada con las piernas cruzadas, ¡nada menos que sobre una flor de loto! Dicha figura estaba orando ante el astro rey en un gesto característico e inconfundible, tal y como lo hacían en distintas culturas y religiones solares, distanciadas entre sí en el espacio y en el tiempo. La flor de loto se abre ante la salida del sol y se cierra a su puesta. Dicha flor pertenece al mito egipcio de la creación, a la espiritualidad de la India, a la compasión en el Tíbet, etc. Todo ello estaba representado en una humilde y pequeña imagen, en principio, supuestamente cristiana.
En otra circunstancia parecida, la figura con barba se repetía, pero esta vez el gesto lo efectuaba con una sola mano, pues en la otra llevaba un bastón o cayado cuyo extremo terminaba en una «T». En ambos casos, la respuesta que recibimos los entusiasmados visitantes fue la misma: «Se trataba de un santo o de un monje, no se sabe con certeza».
A partir de aquí, comenzaremos la andadura por caminos laberínticos que son los que constituyen el mundo de los símbolos. Como en el cuento de Alicia, penetraremos en un país de maravillas donde lo aparentemente real resulta engañoso o ilusorio y comprobaremos cómo la realidad se esconde al otro lado del espejo.

San Martín de Fromista, un verdadero catálogo del simbolismo esotérico medieval.
Los artesanos dejaron la impronta de sus conocimientos, además de las obligadas imágenes estipuladas por la Iglesia. Nuestra labor de búsqueda será la de distinguir y reconocer la importancia que posee una ermita o una iglesia, según determinados parámetros. La historia del lugar, si desde tiempos remotos era considerado un enclave sacro, como la existencia de túmulos funerarios, dólmenes o menhires, serán elementos de peso. Tengamos presente que fueron muchas la iglesias que se levantaron en esos puntos o en sus cercanías. Todo ello puede convertirse en referentes y pistas que nos ayudarán en gran medida a la localización de dichos enclaves. Las supuestas apariciones de Vírgenes, hechos extraordinarios, fuentes milagrosas, las crónicas del lugar o bien el acervo popular estarán indicándonos que el edificio posee características especiales.
No cabe duda de que el soporte fotográfico permitirá un estudio minucioso y relajado en nuestras casas. Ello ofrece la posibilidad de examinar, comparar y catalogar nuestro trabajo. Pero nuestra documentación gráfica también podrá sorprendernos cuando comprobemos cómo la toma de una instantánea puede convertirse en una revelación insospechada e inaudita.

Capitel de una criatura con barbas en forma de espiral. Santa María de Eunate, Navarra.
Esto sucedió hace ya bastantes años, mientras observaba una de las fotos de la conocida capilla octogonal de Eunate, cercana a Puente la Reina, en Navarra. De su numerosa e interesante iconografía, estaba contemplando una que pertenecía a las arquivoltas, concretamente la fotografía de una extraña cabeza, con una especie de extraño birrete o protuberancia y que lucía unas largas barbas en forma de espiral. Al dejarla encima de la mesa para visionar otras, dicha imagen quedó al revés y ante mi sorpresa, ésta representaba a un macho cabrío o algo similar, cuyo aspecto no era precisamente agradable. El birrete se había transformado en una especie de perilla y las barbas en espiral en unas impresionantes cornamentas. A partir de aquel día, intento observar las imágenes desde todos los ángulos posibles, incluso a través de un espejo, por si hubiese una figura especular oculta.

Me he permitido contar esta anécdota personal únicamente con el ánimo de añadir que, al parecer, aquellos canteros de la Edad Media dominaban técnicas adecuadas para dejar constancia de sus conocimientos y cómo transmitirlos sin levantar sospechas.
Lamentablemente, no nos será posible reconocer todos y cada uno de los mensajes que nos legaron aquellas hermandades de constructores. Ignoro el sentido y el significado de aquella imagen. Tal vez estuviera indicando que el lugar podía convertirse en benéfico o maléfico según la intencionalidad de los rituales que se llevaran a efecto o bien de la perspectiva que se adoptara. Pero también podría estar expresando que ese enclave contiene, desde un principio, fuerzas opuestas y complementarias que podrían actuar en el interior de la mente o del alma de quien visitara el lugar. Quien sabe.
Poco a poco, vamos comprobando cómo la comprensión de los símbolos se efectúa siempre a través de una lectura interior, personal y profunda de la realidad como resultado de la identificación entre el sujeto que conoce y el objeto reconocido. El símbolo y su mensaje tienen su razón de ser en el instante en el que el individuo se relaciona con éste y se convierte, por así decirlo, en el centro de ese universo de claves, conceptos y conocimientos.
El símbolo es en definitiva el lenguaje del iniciado. En el universo de lo abstracto, la mente requiere del símbolo para alcanzar otros niveles de comprensión, distintos a los habituales. Todas las corrientes filosóficas, ocultistas, es cuelas esotéricas e incluso todas las religiones se expresan a través del símbolo, que en primer lugar esconde, oculta, pero más tarde revela su misterio y su mensaje.
A pesar de los siglos transcurridos, el mensaje de los constructores sigue ahí, formando parte de aquella interminable cadena de transmisión que se conoce con el nombre de tradición oral y que va más allá de corrientes filosóficas o religiosas y espera al peregrino del conocimiento, para ofrecerle verdades trascendentes en las etapas de su andadura.
Nadie mejor que René Guenon [3] para definir de manera escueta y precisa el significado del símbolo: «...expresión sensible de una idea»; es decir, a través de él, la idea que contiene se hace comprensible. Por su parte, el gran investigador rumano Mircea Eliade, en su Tratado de historia de las religiones, indica lo siguiente: «Si el Todo se puede apreciar en un fragmento es porque cada fragmento repite al Todo».