Capítulo 3
EL LABERINTO

PROSIGUIENDO CON EL APASIONANTE MUNDO DEL SÍMBOLO y de los conceptos que de él se derivan, el laberinto es de cita obligada.
Que el hombre prehistórico haya utilizado la cueva como habitáculo, es indiscutible. Que algunas de estas cuevas fueron reservadas exclusivamente para otros menesteres que los de su cotidianidad, parece más que probado. Su utilización supuso un salto cualitativo en la evolución y desarrollo del ser humano. En ellas comenzaron los ritos funerarios, ceremonias y otras prácticas mágico-sagradas. De la simple materialidad se pasó a una toma de conciencia de trascendencia y la caverna representó ese punto de encuentro en el que el brujo, chamán o sacerdote ponía en práctica los rituales.
Así fue como estos lugares considerados sagrados por el hombre, cubiertos y cerrados, pronto tomaron características similares entre culturas y civilizaciones que empezaban a despertar y a desarrollarse. Allí donde la Naturaleza no proveía de grandes oquedades, el ser humano comenzó a crearlas artificialmente en la medida de sus necesidades. Construcciones calificadas de ciclópeas fueron apareciendo por la cuenca mediterránea, la denominada fachada atlántica y el norte de África.
Algunos especialistas son de la opinión de que la construcción del primer laberinto, versión artificial de las cuevas que se comunicaban entre sí a través de pasadizos y corredores, fue atribuido a Ammenemés II, faraón de la XII dinastía según el historiador Herodoto [4] , quién mandó edificarlo en Haouara, en la depresión de El Fayoum, cerca del lago Moeris, (el actual Birket-Karoun). Se trataba de un inmenso y complejo palacio compuesto por centenares de salas y corredores distribuidos en distintos niveles.
Después de ser abandonado por la administración egipcia, se convirtió en centro religioso dando nacimiento a la leyenda de que en dicho lugar Anubis, el dios con cabeza de perro, tomaba el alma de los difuntos faraones y los conducía con la ayuda de un hilo en presencia de Osiris quien debía juzgarlos.
Según autores de la Antigüedad como Herodoto y Estrabón [5] , el palacio de Ammenemés inspiró al arquitecto ateniense Dédalo para la construcción de la prisión del Minotauro, encargo del rey cretense Minos. Esta leyenda cretense, transmitida por la literatura grecolatina, se convirtió en la fuente más citada por la cultura occidental y tomada como referente indiscutible de la psicología moderna, en el estudio del complejo universo del inconsciente del ser humano.
No cabe duda de que la leyenda griega toma elementos y aspectos de los misterios egipcios. Su relación con la muerte, la posibilidad de que el alma del fallecido no encuentre el camino hacia la trascendencia y la necesidad de un hilo físico que le permita alcanzar dicho objetivo. Estas analogías que constituían sus bases e interpretaciones alegóricas, vieron con el paso del tiempo como otras venían a superponerse a la leyenda original.

Teseo mata al Minotauro.
Laberinto y muerte son sinónimos. Resulta fácil perderse tanto en el egipcio como en el griego. Incluso el propio Anubis se encuentra impotente sin la ayuda del hilo que pueda indicarle el camino estrecho y tortuoso que conduce a la salvación. El alma del difunto no debía perder de vista a su guía y Anubis no podía soltar dicho hilo bajo ningún pretexto, pues entonces ambos se verían condenados a una penumbra eterna entre la muerte de los hombres y la vida de los dioses. Tanto Anubis como Teseo precisaban de este hilo para llegar a su objetivo. Sin él, Anubis se extraviaría y, perdiéndose, perdería también el alma que le había sido confiada. Teseo por su parte, sin este hilo, prueba del amor de Ariadna, no podría salir del laberinto. Para ambos, sea para que el alma del egipcio alcanzase la paz del centro, o que el cuerpo de Teseo llegase a reencontrarse con la luz del exterior, el hilo era absolutamente necesario.
A pesar de que para los griegos, la imagen del laberinto no era básica ni necesaria para los conceptos filosóficos o metafísicos que poseían, y no tenían necesidad de tomar prestado un laberinto egipcio al que añadir a su mitología sobre la muerte, pues ya tenían el símbolo del Styx, río que se enroscaba en nueve anillos alrededor del Hades [6] , ello no impedía que los autores griegos tomaran la idea de procedencia egipcia como un jalón que relacionase estrechamente ambas culturas. Sean legendarios, míticos o alegóricos, no cabe duda de que los laberintos de Ammenemés y de Minos han llegado hasta nuestros días con toda su carga de simbolismo.
Con la llegada del cristianismo, cuyo comienzo fue difícil, precario y lleno de dificultades tanto externas, como las persecuciones a las que se vio sometido, o las que se añadieron con las escisiones internas de las llamadas primeras herejías como el gnosticismo o el arrianismo, pongamos por caso, el laberinto y sus interpretaciones desapareció y se ausentó de la realidad de los primeros cristianos. Este signo profano y en consecuencia pagano no tenía cabida en las directrices que se estaban estableciendo en aquel momento. No olvidemos que el judaísmo estuvo durante largo tiempo en contra de las ideas helenísticas y que los primeros cristianos, herederos en cierta medida de una ortodoxia judaica, siguieron sus mismos pasos.
El laberinto no aparece en la iconografía cristiana hasta después del Edicto de Milán del año 313, y precisamente en los confines del área de influencia helénica, en África del Norte. Es el más antiguo laberinto cristiano conocido y fue encontrado en El Asnam, en la localidad de Orleansville en Argelia, en la basílica de San Reparatus que data del año 324. La misma edificación proclama la más pura tradición de los templos romanos y sus mosaicos son los típicos suelos que construyeron por todas partes durante siglos y que son una de sus características principales.

Anubis.
Este laberinto ofrece un motivo central en el que figuran las palabras SANCTA ECLESIA, en una especie de palabras cruzadas o crucigrama, dispuesto como si se tratara de una especie de «juego de la oca», pero también bajo el aspecto de un cuadrado mágico. En San Reparatus, el objetivo a alcanzar recorriendo dicho laberinto es la salvación que ofrece la Santa Madre Iglesia, aunque su forma e intencionalidad recuerde mucho más a aquella felicidad eterna que era buscada por los faraones al penetrar en el laberinto de Ammenemés que a la muerte segura que esperaba a las víctimas de Cnossos. Efectivamente, podemos encontrar un paralelismo entre la victoria de Teseo y el triunfo del hombre sobre la muerte que le ofrece la Iglesia, pero no es menos cierto que la finalidad de Teseo era la de «salir» del laberinto y no solamente la de llegar a su centro.

Reconstrucción ideal del laberinto de San Reparatus.
Cuando se contempla el laberinto de San Reparatus se ve claramente su juego de letras, la repetición constante del lema siempre incompleto si exceptuamos que, solamente partiendo de su centro, podremos leer las dos palabras que lo forman. Ello puede llevarse a cabo en cuatro ocasiones: Partiendo de la letra S del centro hacia la derecha y hacia abajo, del centro hacia abajo y a la izquierda, del centro hacia la izquierda y hacia arriba y finalmente, del centro hacia arriba y a la derecha. Solamente efectuando este orden en su lectura, es cuando aparece SANCTA ECLESIA en toda su extensión. Únicamente entonces es cuando la disposición de esas cuatro lecturas forman, sorprendentemente, la imagen de una svástica, uno de los símbolos más antiguos de la humanidad y que no resulta precisamente sospechoso de pertenecer a la simbología cristiana, sino todo lo contrario.
Además, cabe resaltar que la palabra ECLESIA está escrita con una sola C, cuando normalmente se escribía con dos. Esta aparente falta ortográfica tal vez fuese intencionada a fin de transformar un simple juego de letras en un cuadrado mágico basado en el número 13 considerado místico. El laberinto cuyas medidas no permiten recorrerlo físicamente, (2,40m x 3m), tenía que efectuarse con la observación, posiblemente meditando su mensaje.
Aunque soy consciente de que puedan tratarse de simples conjeturas, creo que a partir de ese momento la imagen del laberinto empezó a tomar un cariz mucho más profundo y simbólico, que poco a poco fue adquiriendo interpretaciones varias y que solo unos pocos sabían desentrañar. Espirales y laberintos han sido representados desde la prehistoria, los petroglifos de las lajas graníticas de todo el mundo son prueba de ello. En contramos su imagen a un lado y al otro del Atlántico, en África y en Asia, entre culturas distantes entre sí por miles de kilómetros. Tal vez este símbolo pertenezca al inconsciente colectivo desde la noche de los tiempos, allí donde se pierde la memoria.
La forma espiro-helicoidal en el espacio y tomando una dirección horizontal determinada tomará el aspecto de un muelle que simbolizará el proceso evolutivo humano. Este movimiento de hélice codifica el desarrollo y la continuidad de los distintos estados de la existencia. Estos se repiten, pero siempre en planos diferentes. Algunos estudiosos ven en cenefas y lacerías la representación simbólica de dicho proceso.
Los grados de la Iniciación también siguen el mismo modelo. Por eso suelen expresarse gráficamente bajo la forma de una escalera de caracol ascendente: «el Dragón del conocimiento» o «la Serpiente de la Sabiduría». Dichas formas aparecen con frecuencia enroscadas en las columnas de algunos templos partiendo de su base, que es la representación de lo físico y material, para ir subiendo en una lenta ascensión hacia lo superior y lo trascendente. Su aspecto serpentiforme es aprovechado para darle una explicación eclesiástica claramente ortodoxa como representación de la serpiente, es decir, del pecado.
Según la tradición de los gremios medievales, los compañeros constructores, cuando celebraban sus rituales iniciáticos, efectuaban una vuelta alrededor del templo y por su interior, siguiendo el movimiento del sol y se detenían en los símbolos que iban apareciendo en el recorrido, mientras recitaban las fórmulas del gremio correspondiente al que pertenecían y proseguían esta ronda hasta terminar la circunvalación del edificio.
El recorrido del rito comenzaba en el centro de la iglesia, allí donde se unen las energías del Cielo y de la Tierra. Era entonces cuando comenzaba una andadura circular o, mejor dicho, un camino en forma de espiral en el que el iniciado recorría el interior del templo de izquierda a derecha, según las manecillas del reloj;
seguía por el muro norte, el muro del este y el del sur, hasta llegar a la puerta, en el oeste, saliendo al exterior. Con ello simbolizaba el paso de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento.
Un cambio a otro estado de conciencia y una nueva realidad.
Una vez en el exterior, proseguía su ronda iniciática por el lado norte de la construcción, allí donde el sol no luce, oculto por la noche, y sigue su curso por el espacio para nacer por el este, donde se cruzaba en el camino del iniciado, que seguía su andar hacia el sur, donde se encontraría con el astro rey en toda su fuerza y plenitud, recibiendo sus rayos benefactores, símbolo del conocimiento representado en numerosas ocasiones por el oro o el disco solar, para más tarde reencontrarse con él, en el oeste, en el pórtico de entrada al templo y ya en el proceso de declive. Esta muerte-resurrección del iniciado era a imitación del ciclo vital y sin fin del ocaso y nacimiento del rey de los astros.
Tengamos presente que nos hallamos en plena Edad Media, época en la que la Astrología regía los destinos del ser humano y ello marcaba las pautas de conducta en esa búsqueda de trascendencia y en el comportamiento a seguir para acceder a ella.

El laberinto de Amiens, un juego de iniciación de los artesanos que trabajaban para los gremios medievales.
Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha ritualizado sus creencias manifestándolas en cánticos y bailes. Danzas circulares alrededor de las hogueras en la noche de San Juan celebrando los solsticios, círculos de piedras de época prehistórica, trilitos en Stonehenge configurando una forma circular, megalitos que parecen estar indicando la salida y la puesta del sol o los equinoccios, y todo ello separado por el espacio y el tiempo y pertenecientes a culturas y civilizaciones muy diferentes y además distantes entre sí.
Tradiciones ancestrales que pasaron de generación en generación y que en la actualidad perviven bajo el aspecto de fiestas populares que, lamentablemente, han perdido su significado original que habría que buscar por los recovecos de la memoria. El significado simbólico y todo aquello que representaba se ha convertido en un folclore colorista. Las llamadas danzas tradicionales son po siblemente los residuos de aquellas otras que se llevaban a cabo en honor del sol. De ese culto al astro rey, que surgió desde la más remota antigüedad, procede el apelativo de Culturas Solares.
No es de extrañar pues que los caminos de iniciación de los canteros medievales recordasen el movimiento del sol, su forma circular y que además, conociendo la existencia de los llamados petroglifos prehistóricos en los que aparecen espirales y laberintos, tomasen dichas formas como base para la adquisición simbólica de ciertos conocimientos.
A su vez, el laberinto con el paso del tiempo, se convierte así mismo en mucho más abstracto y sus contenidos menos evidentes. Como tantas veces, la Iglesia ante la imposibilidad de negar la leyenda original, le da un sentido relacionado innegablemente con el concepto original, pero con nuevos valores, asociados lógicamente con sus dogmas y creencias. El combate de Teseo con el Minotauro pasa a ser representativo de la lucha del Bien contra el Mal, la victoria de San Miguel sobre el diablo, o San Jorge sobre el dragón, en definitiva, el triunfo del creyente, una vez efectuada su andadura por el tortuoso camino de su vida mortal, sobre la muerte.
El florecimiento del laberinto viene a producirse durante los siglos XII y XII, principalmente en las grandes catedrales góticas. Su imagen aparecerá en Poitiers, Amiens, Auxerre, Reims, Mirepoix, Saint-Omer, Saint-Quen tin o en Tolouse en forma octogonal, cuadrada o circular, incrustado en el enlosado de la nave o bien mucho más discretamente en una sala capitular como el caso de la catedral de Bayeux, o inmenso como el conocido por todos de Chartres. Nos hallamos frente a una expresión formal que impregna el psiquismo humano más universal.
El huso alargado en el que está el hilo que ofrece Ariadna a Teseo servirá para desenvolverlo en el interior del laberinto. Una vez cumplida su misión, Teseo regresa enrollándolo de nuevo, tomando perfectamente una forma circular. El huso alargado representa las imperfecciones de su ser interior, que precisa desenvolverse y superar una serie de pruebas. La esfera que construye al recuperar el hilo simboliza la perfección lograda, una vez completado el proceso y saliendo al exterior. En algunos vasos encontrados en el Ática vemos la figura de Teseo portando un hacha de doble filo que recibe el nombre de Labris y que, según la tradición, fue el arma del dios Ares-Dionisos, quien recorrió el primer laberinto.

El más famoso laberinto místico, el de la catedral de Chartres.
El hacha o la espada han sido siempre emblemas de la voluntad. Para abrirnos paso dentro de nuestro propio laberinto interior es necesario ante todo esta fuerza rectora. El hilo que sirve para encontrar el camino de regreso es la memoria, que nos evitará caer en los mismos errores cometidos en el pasado. En realidad Ariadna entrega una clave, una solución personal. El Minotauro es la materia, lo físico y mundano que nos atrapa como una cárcel, igual que a Teseo.
No cabe duda de que estamos ante un arquetipo de nuestra psique más profunda: el inconsciente colectivo de C.G. Jung [7] .
Podemos imaginarnos el descenso de esta forma espiro-helicoidal desde el espacio, representando así el recorrido que efectúa la energía universal para que, atravesando distintos planos, niveles y estadios del Cosmos, en su descenso se convierta en energía cada vez más densa, hasta alcanzar el estado de la materia, tal y como la conocemos. Si el recorrido es efectuado en un sentido inverso, es decir, ascendente, representará entonces la evolución.
Como las espirales, tampoco los laberintos son patrimonio exclusivo de una u otra filosofía, religión o cultura. Ya desde la noche de los tiempos aparecen petroglifos esparcidos por todo el mundo con este motivo. Con el tiempo, dichas formas geométricas abandonaron las lajas pétreas para incorporarse al hábitat del ser humano, apareciendo en puertas y ventanas, y convirtiéndose en motivos ornamentales recurrentes de la orfebrería y la cerámica. Así fue como pronto llegaron a formar parte de la arquitectura. Palacios, ermitas, iglesias y catedrales poseen espirales y laberintos de todo tipo.
En todo caso, no siempre implican alusiones iniciáticas. En numerosas ocasiones, fueron escogidos simplemente como elementos decorativos para embellecer un volumen arquitectónico, un muro o el capitel de una columna. Pero incluso en estos casos su selección nos revela que estamos ante una expresión formal que impregna el psiquismo humano más universal.
Sin embargo, cuando las espirales y los laberintos poseen un significado esotérico, generalmente aparecen junto con otros elementos indicadores de que nos encontramos ante un lugar trascendente y frente a símbolos que nos desvelarán su contenido, ayudándonos a proseguir nuestra experiencia de adquisición de nuevos conocimientos.
Estas espirales, y sus múltiples variantes que pueden observarse a través del ancho mundo, han sido también utilizadas como esquema del laberinto, símbolo que nos permitirá abrir otras puertas y alcanzar otros horizontes. El laberinto de Abydos, en Egipto, era conocido como «el caracol». De forma circular, en sus pasillos se celebraban las ceremonias iniciáticas de los antiguos Misterios, al igual que sucedía en Newgrange, Irlanda, en cuya entrada se erigía una piedra con el símbolo de la espiral.
Estamos ante el sentido último de la aventura del Yo que, una vez alcanzado el objetivo, pasa de las tinieblas a la luz y de la ignorancia al conocimiento. En este sentido, el símbolo representa la victoria de lo espiritual sobre lo material, de la inteligencia sobre el instinto y de lo eterno sobre lo perecedero. Este recorrido iniciático formaría parte de uno de los muchos secretos que se atribuyen al rey Salomón y, en consecuencia, dichas representaciones tan recurrentes en las catedrales europeas recibieron el nombre de «Laberintos de Salomón».
El centro de éstos es un punto arquetípico en el cual reside el Principio Supremo que es necesario buscar. Dicho punto se encuentra en el espacio sagrado y ordenado del templo. Constituye el lugar secreto y oculto al profano al cual solo se puede acceder atravesando el mítico laberinto que va del atrio al altar, de la periferia al centro del templo, en un periplo que evoca al del psiquismo humano durante el proceso iniciático de búsqueda.
Estos conceptos profanos, al cristianizarse, no perdieron su esencia a pesar de recibir calificaciones y denominaciones propias de la ortodoxia imperante. Los laberintos de las catedrales eran conocidos en la Edad Media con el nombre de «Camino de Jerusalén». Pero no se trataba de evocar la imagen de la ciudad histórica, sino de la «Jerusalén Celeste», citada en los Evangelios. Los maestros constructores pertenecientes a los gremios herméticos medievales, como los llamados «Hijos de Salomón», sobre quienes planeaba la sombra alargada de la Orden del Temple, conocían perfectamente el significado del laberinto y su representación simbólica. Durante años en sus construcciones dejaron la impronta de sus conocimientos bajo un leve barniz cristianizante, evitando de esta manera confrontaciones con el poder establecido que, en definitiva, era quién contrataba sus servicios. Su mensaje y su legado están ahí, en la mudez de la piedra, esperando a que el buscador de verdades trascendentes descubra los saberes y conocimientos que se encuentran en el alma de la piedra.

Los petroglifos en forma espiral son una de las primeras manifestaciones de la espiritualidad humana. En la foto, Newgrange, Irlanda.
Recorrerlo es una renovación interna. Lo importante no es llegar, sino hacer camino. Estar en él, vencer las pruebas que se presentan y decidir en cada de sus encrucijadas. Se trata de la propia vida en la que hay que elegir en cada instante. Hay que dirigirse hacia Occidente, a lo desconocido, donde se pone el Sol, allí donde el cuerpo perece y los iniciados regresan a su patria celeste.
Todo buscador posee ese hilo de Ariadna que puede permitirle recorrer su propio laberinto y destruir ese Minotauro interior, que le impide alcanzar otros niveles superiores de conciencia. Portaladas, canecillos, metopas y capiteles, son el testimonio de ese parpadeo cósmico que es el hombre y de su esfuerzo espiritual para trascender su condición y eternizarse.

El castillo de Ponferrada fue uno de los principales de la Orden del Temple.