Capítulo I:

La confusion

Somos lo que pensamos.

Emocionado, casi hasta las lágrimas, Ibrahim, impaciente, dando vueltas con las manos entrecruzadas en la espalda, esperaba la llegada de las dos hermanas, con las qué ese día, según las leyes islámicas, contraerían matrimonio Él y su amigo

Karim.

Teólogo apasionado y practicante del catolicismo, Ibrahim era a simple vista, un hombre por demás agradable. De complexión delgada, estatura media y siempre sonriente, no demostraba, a pesar del cabello entrecano, sus cuarenta años cumplidos. Siempre dispuesto a servir, no escatimaba esfuerzo alguno para agradar. El síndrome de Tourette1, un trastorno incurable en su cerebro, que, bajo condiciones de estrés lo obligaba a gesticular y emitir sonidos que no podía controlar, lo hacía aún más singular.

Mientras aguardaba la llegada de su futura esposa, Ibrahim, no pudo contener sus pensamientos. Recordó cada instante de su ida a Marruecos, y más aún, de cómo el destino, sin pensarlo, la puso en su camino. Karim, viejo amigo suyo, practicante del islam2, a quien conoció en Arabia Saudita durante un viaje de negocios, algunos años atrás, lo condujo a ella. ¡Quién iba a pensar que en Marruecos estaba la mujer de su vida! Nunca le pasó por la mente, sin embargo, después de aceptar desposarse por las leyes islámicas, sin renunciar al catolicismo, y haber cubierto la dote3 que por ley debe otorgar el novio a la novia, que, en el caso de Ibrahim fue una cantidad importante, la autorización le fue concedida.

Algunos años, más tarde, mientras caminaba presuroso de regreso a su hogar, un amigo suyo lo abordó.

¡Necesito hablar contigo! le dijo.

¿Sobre qué? Preguntó intrigado Ibrahim sin

detenerse.

¡Sobre tu esposa!

¿Mi esposa? ¿Qué pasa con mi esposa?

He observado un comportamiento extraño, desde hace varias semanas, que creí pertinente hacértelo saber. Ella y Karim…

¡No digas más! Lo atajó Ibrahim, retirándose apresuradamente, sumido en sus pensamientos.

La relación de Ibrahim con su esposa para él era, lo mejor que la vida les había dado hasta entonces, sin embargo, una tarde, apenas entró a la casa

de regreso de sus actividades, ella, sin misericordia, con la mirada cargada de desprecio, le dijo:

¡Quiero el divorcio, Ibrahim!

¿Para qué quieres el divorcio si somos felices?

¡Te digo que quiero el divorcio!

¡Jamás te lo daré!

Ibrahim selló sus labios y su pensamiento. No volvió a tratar el asunto con su esposa, a la que eludía cada vez que intentaba abordar el tema.

El repiquetear del timbre del celular de Ibrahim, lo sacó de sus pensamientos.

Una llamada de su padre. Intrigado, contestó.

¡Hola papá! ¿Qué pasa?

¡Debes darle el divorcio a tu esposa Ibrahim! Sin mediar saludo, escuchó decir del otro lado de la línea.

Sin interrumpir a su padre y sin poder contener el sonido de su tic, Ibrahim podía imaginar su expresión por el tono de su voz.

¡Ha estado conmigo, y me dice que es insoportable vivir contigo!

¡Qué te niegas a darle solución a esa situación aun cuando la vida de ambos es un infierno!

¡Darle el divorcio será lo mejor para ti!

¡Piénsalo hijo!

Unos días más tarde, presionado por las circunstancias y atormentado por un inmenso dolor, Ibrahim concedió el divorcio a su esposa, quien se marchó con sus dos hijas, de las cuales, la mayor, padecía como él, el síndrome de Tourette4.

En atención a su creencia religiosa, que le concedía tener hasta tres esposas con el permiso previo

de la primera5, Mohamed, el amigo de Ibrahim, le pidió a su esposa el permiso correspondiente para incorporar, como segunda esposa, a la exesposa de Ibrahim, a lo que ella se negó rotundamente.

¡Jamás permitiré que tengas como segunda esposa a mi propia hermana!

Ante la negativa de su esposa, Mohamed, le pidió el divorcio, lo que le fue concedido unos meses después, acompañado, por supuesto, de una importante carga financiera.

Habiendo obtenido Mohamed el divorcio, se casó, apenas unos días más tarde, con la exesposa de Ibrahim.

Al enterarse, Ibrahim, quien aún cargaba con el inmenso dolor de la pérdida de su esposa, enloqueció.

Su corazón se llenó de rencor y en su pensamiento, solo una palabra cabía: venganza.

Por lo qué decidido a vengarse, se prometió a sí mismo, destruir socialmente a Mohamed.

¡Y lo hizo!

Mohamed, desprestigiado ante la comunidad, en la que alguna vez fue un personaje importante, se marchó de la ciudad.

El tic nervioso ocasional de Ibrahim se hizo, además de intenso, permanente. Su otrora eterna sonrisa fue relevada por el cuasi ladrido de su tic. Era evidente que la medicina suministrada con la ausencia y el desprestigio de Mohamed, no alivió su dolor…