El Hombre Sin Nombre tiene un pasado tan misterioso como su alias. Harry el Sucio estuvo casado, pero su esposa murió y apenas se menciona en las películas. Los personajes interpretados por Clint Eastwood suelen padecer inquietantes pesadillas de acontecimientos anteriores, aunque solo existan en la acción acelerada del presente. Surgen de nieblas remolineantes, saldan ambiguas deudas pendientes desde hace mucho tiempo (haciendo girar sus armas como magos) y se alejan cabalgando en el ocaso, o bien en coches relucientes.
Al igual que los personajes que interpreta, Clint se muestra reservado sobre su persona, su pasado, su vida privada. No tanto reservado como selectivo, pero es un número que representa bien de cara a la galería. Su memoria es perfecta en ocasiones, conveniente en otras. Le gusta saber, pero no revelar. El actor, como los personajes que encarna, prefiere saber algo que el público ignora.
Es imposible que el público conozca la saga familiar de los Eastwood, paralela a la historia de Estados Unidos. Probablemente ni el propio Clint la conoce en toda su extensión. En entrevistas, la estrella de la pantalla ha mencionado solo de pasada su árbol genealógico, chismes útiles para su imagen. (En la biografía autorizada de Richard Schickel, Clint Eastwood, se omite por completo.) Pero la herencia es fascinante, los genes se cuelan en sus películas, y la epopeya de los Eastwood antes de que Clint naciera proporciona, en este libro, una majestuosa obertura a una vida que es la historia triunfal de un éxito genuinamente americano (aunque no del todo dorado).
Para algunos la obertura, que suena tras los títulos de crédito iniciales, resultará sorprendente, con toques tanto festivos como de jazz, profusos instrumentos de cuerda y un banjo juguetón, fragmentos de melodías y ritmos dispares que se integran de manera asombrosa en una composición roja-blanca-azul digna de Copland o Ives.
No es del todo cierto, como escribió Richard Schickel, que «no haya ningún Eastwood en la Sociedad de los Descendientes del Mayflower», aunque eso bruñe el aura de un desamparado. El primer antepasado por vía paterna llegó a América a principios del siglo XVII. Los Eastwood se contaban entre los primeros pioneros que se dirigieron al Oeste. Originalmente yanquis, puritanos y establecidos en el Este, los miembros de la familia se dispersaron y desplazaron hasta Nueva York, Ohio, Michigan, Virginia, Illinois, Luisiana, Kansas, Colorado, Nevada, California y Alaska, y entretanto inscribieron sus nombres en los anales de la guerra de Independencia, los primeros conflictos por la formación de los diversos estados, la guerra de 1812, la guerra de Secesión y la fiebre del oro. Fundaron ciudades, erigieron iglesias en pleno campo, ocuparon cargos municipales, portaron placas de las fuerzas de la ley, acumularon tierras y propiedades. Constituían un clan con aptitudes para los negocios, y fueron granjeros, carreteros, constructores de barcos, tenderos, viajantes de comercio, propietarios de hoteles y bares, mineros… y, sí, muy al principio, los Eastwood demostraron cierto talento para el negocio del espectáculo.
Clint es como una semilla plantada a la sombra que crece hasta convertirse en el orgullo del bosque, la secuoya más alta. Pero el éxito y la prosperidad caracterizaron a su linaje mucho antes de que él viniera al mundo.
El primer varón nacido en América con su apellido fue Lewis Eastwood, que vio la luz más de un cuarto de siglo antes de la guerra de Independencia, en 1746, en Long Branch (Nueva Jersey).1 Los padres de Lewis habían viajado al Nuevo Mundo desde Inglaterra, donde los Eastwood eran respetables terratenientes que afirmaban que sus antepasados se remontaban hasta el siglo XVII y eran originarios de Dublín y Louth, en Irlanda.
La vida de Lewis ofreció un ejemplo perfecto a los futuros Eastwood. Granjero y transportista (de bienes comerciales), Lewis Eastwood se trasladó libremente de un lugar a otro y residió durante cierto tiempo en Allentown (Nueva Jersey), así como en Goshen, Schenectady, Ballston Lake, Kinderhook, Catskill y Red Hook, en el estado de Nueva York.2 En algunos lugares solo vivió unos meses; en otros, varios años. Invirtió sus ganancias en tierras —una afición de los Eastwood—, y el optimismo posterior a la guerra de Independencia le llevó a Nueva York, donde fundó una curtiduría.
Eso sucedía hacia 1792. Aparte de la curtiduría, Lewis Eastwood continuó siendo propietario de una compañía de transporte bastante grande. Un directorio de Nueva York le situó en el puesto 103 de mil doscientos transportistas, lo que indica que poseía un número considerable de carros. Los carreteros dominaban todo el transporte interurbano de Nueva York a principios del siglo XIX y controlaban el comercio y la venta de muebles, productos mercantiles, leña, heno y alimentos. A cambio de comprometerse a acatar las ordenanzas municipales, tenían el monopolio de la expedición de licencias y, en consecuencia, llegaron a acumular una gran influencia local.
Los inmigrantes advenedizos tenían prohibido el acceso a la asociación de carreteros, a los que se acusaba continuamente de inflar los precios. En general los carreteros apoyaban al partido de la clase dirigente, el Republicano Demócrata, en aquellos tiempos todavía el partido de Thomas Jefferson, quien hizo lo posible por limitar las intromisiones y regulaciones de los estamentos gubernamentales. Aunque Clint ha dicho con frecuencia a sus entrevistadores: «Soy el primero de la familia que ha triunfado», los carreteros «triunfaron», y los primeros Eastwood estaban muy unidos a los privilegios y el poder.
Según la Encyclopedia of New York, un carretero era «fácil de reconocer por su levita blanca, el sombrero de granjero y la pipa de cerámica». Es poco probable que el Lewis Eastwood de la levita blanca condujera sus carros; debía de contratar a otros para transportar las mercancías. Vivió sucesivamente en Eagle Street (más tarde bautizada Hester) y Henry Street, ambas situadas en barrios con edificios de ladrillo del distrito 7 (lo que más tarde se conocería como Lower East Side), el más populoso de la ciudad a principios de siglo. Ambas direcciones se encontraban muy próximas a los muelles y terminales de transbordadores del río East.
También se hallaba cerca el templo de la Tercera Iglesia Presbiteriana, al que los Eastwood debían de acudir, pues eran personas piadosas, una de las características familiares que evolucionaría hasta desaparecer en Clint. Lewis Eastwood aparece en documentos en los que se compromete a entregar quince chelines para el sueldo de un pastor de Allentown (Nueva Jersey), en 1784.
La vida ordenada de Lewis empezó a derrumbarse cuando su primera esposa falleció. Aunque parece que contrajo segundas nupcias, no volvió a ser el hombre respetable de antes. Se dio a la bebida y durante sus últimos años consiguió dilapidar «todas sus propiedades», según su hijo Asa. Cuando Lewis se retiró a Allentown, cerca de donde había nacido, y donde moriría en 1829, su alcoholismo se convirtió en una advertencia para los futuros miembros de la familia.
Lewis tuvo cinco hijos, entre los cuales se contaban John, un constructor de barcos que vivió en Sackets Harbor (Nueva York); Enos, un capitán de barco que transportaba ostras en Shrewsbury (Nueva Jersey); y Asa, nacido en Allentown en 1781. A los Eastwood les gustaban los nombres bíblicos, muy comunes entre los puritanos que emigraban a América.
Asa, padre del tatarabuelo de Clint, era el hijo menor de Lewis y el más avispado: ahorrador, trabajador, preocupado por los intereses de la comunidad y con una capacidad inagotable de adaptarse a los retos de la vida. Los Eastwood creían que la experiencia era el mejor maestro. Asa no terminó sus estudios y se convirtió en el alumno más aventajado de su padre en el negocio del transporte. En 1800 se alistó en la Marina, fue destinado a la fragata Constitution y combatió en la guerra de Trípoli, librada entre Estados Unidos y los Estados del norte de África, recibiendo elogios por su valiente conducta. Nueva York era su puerto de origen, y allí se casó con Mary Doxsey en 1801, en Long Island, cuando ella tenía diecinueve años y él acababa de cumplir veinte.
Después de la boda ofrecieron a Asa un cargo de oficial en un buque de guerra holandés, que aceptó de inmediato. «Tras combatir en todos los rincones del mundo durante varios años y padecer todas las vicisitudes de la fortuna, el joven aventurero regresó a Nueva York, donde su joven esposa le esperaba pacientemente», según una crónica publicada de la vida de Asa Eastwood, tan idealizada como algunos artículos posteriores sobre Clint. Asa no debió de padecer vicisitudes durante mucho tiempo, pues en 1802 el alcalde de Nueva York, Edward Livingston, le concedió una licencia de carretero. «Estas licencias se las consiguieron amigos del señor Eastwood mientras este se encontraba en alta mar», según la crónica publicada, que pasa por alto el hecho de que la influencia paterna garantizó un puesto para Asa en la élite de los carreteros. Pero los primeros Eastwood también preferían la mística del «hecho a sí mismo».
El Directorio Longworth de Nueva York demuestra que Asa siguió los pasos de su padre mientras se instalaba en el Lower East Side. Muchos otros Eastwood, según los archivos, trabajaban en el lucrativo negocio de los carros. Pero Asa tenía otros intereses: también dirigía un hotel y bar cerca de los muelles (precursor del Hog’s Breath Inn de Clint), y fue el primer Eastwood que participó en política. Al igual que su padre, Asa era republicano demócrata, miembro prominente de la Sociedad Tammany (más tarde famosa por su corrupción), y ejercía varios cargos públicos.
Hacia 1807 Asa entró como alférez en la infantería ligera de la ciudad. Pronto le nombraron teniente y oficial de reclutamiento. Desde 1807 hasta 1822 fue uno de los agentes de policía sin sueldo de la ciudad, que eran nombrados por el alcalde con la responsabilidad de reprimir disturbios, mantener la paz en las calles y actuar como funcionarios de los tribunales. Estos agentes de policía y comisarios de Nueva York —los primeros Harry el Sucio de la nación— también encendían las farolas por las noches, estaban atentos por si se producía algún incendio y vigilaban Potter’s Field, el cementerio de los pobres, para que los estudiantes de medicina no fueran a robar cadáveres. No llevaban un uniforme especial, aparte de los cascos de piel, y por eso se les bautizó como «cabezas de piel».
«Los nombramientos se sucedieron —escribió un tal Horatio Alger sobre la vida de Asa—, y el ex militar se convirtió en uno de los políticos más serios del antiguo Nueva York. Con un hotel, una panadería, la vieja curtiduría, cargos municipales y estatales, y un empleo de recaudador de impuestos federal, cuyo cometido consistía en obligar a los cuáqueros a pagar los impuestos de guerra, Asa Eastwood no tardó en llegar a ser un hombre rico y un líder político de Manhattan.»
Reveses y contratiempos eran consustanciales a la mitología de los Eastwood. Después de la guerra de 1812 Asa «había tocado fondo», aunque todavía se hallaba en posesión de una fábrica de barriles y otros negocios. La vida metropolitana estaba plagada de tensiones, y Asa fue el primer Eastwood que obedeció a la llamada de la naturaleza. Se mudó al norte de Nueva York. A principios de abril de 1817 adquirió una granja de cuarenta hectáreas en el condado de Onondaga, después zarpó en dirección a Albany en una barca de fondo plano y desde allí atravesó los «bosques sin caminos» durante nueve días, acompañado de su esposa y la familia, compuesta por tres hijas y cinco hijos, entre ellos un bebé de cinco meses.3
Nos encontrábamos a cinco kilómetros de nuestro destino cuando la noche se nos echó encima —escribió Asa Eastwood en su diario—. Estaba oscuro, llovía y hacía frío, no había camino que seguir. Avanzábamos guiados por la intuición, el hombre al que había contratado y los niños en la carreta, mi esposa en una calesa y yo a la cabeza a tientas. Estaba oscuro como boca de lobo, y la carreta se atascó en un enorme bache lleno de barro. Lo primero que exclamé fue: «¡Dios mío, mis hijos!». Los sacamos por fin y utilizamos la cubierta de la carreta para montar una tienda. Improvisamos camas sobre una alfombra y nos acostamos hambrientos, ateridos y manchados de barro. No teníamos nada de comer, ni para los hombres ni para las bestias. Encendimos un fuego como mejor pudimos con una vieja caja de madera. Los lobos aullaban a un ritmo espantoso, pues los bosques estaban plagados de dichos animales.4
Esa tensión centrada en la familia nunca aparecería en los westerns de Clint Eastwood. Para empezar, los personajes de Clint pocas veces están «con la esposa», y por lo general inician sus aventuras más al oeste, al otro lado del Mississippi, con la frontera ya establecida. Los colonos necesitaban sus armas para protegerse de los humanos más que de los peligros de la naturaleza. El principal problema de Asa y su familia, no obstante, se presentó en cuanto llegaron a su destino: la granja, que habían comprado se hallaba en la orilla meridional del Oneida, a unos dos kilómetros al este de South Bay, pero los Eastwood, acostumbrados a las comodidades urbanas de los edificios de ladrillo rojo, se encontraron con una «miserable chabola» que necesitaba reparaciones con urgencia.
Los vecinos se congregaron para ayudar a restaurar la casa. Los hombres añadieron una espaciosa ala, mientras sus esposas daban de comer a los voluntarios, que se iban turnando. Pusieron persianas en las elegantes ventanas. Quemaron robles para despejar el terreno. La cercana Cicero bullía de rumores acerca del hombre rico que se había trasladado a la ciudad. Una de las primeras cosas que hizo Asa Eastwood fue engrosar el número de los feligreses locales.
Asa afirmó en una ocasión que «sabía un poco de todo, pero no era experto en nada». Se puso a cultivar verduras y hortalizas para transportarlas al mercado a través del riachuelo del bosque y el río Mohawk, con el fin de aprovechar la proximidad de Syracuse. Compró ganado, caballos y heno, participó durante un breve tiempo en una empresa dedicada al comercio de sal y abrió además unos almacenes de utensilios domésticos. Sin embargo, como era un hombre muy recto, Asa «descubrí que había que mentir tanto para vender productos que no lo pude soportar», y no le gustaba dirigir la tienda ni ocuparse de las tareas agrícolas. Sintió la necesidad de regresar a Nueva York para dedicarse a la política y las inversiones. Su esposa tendría mucho trabajo durante su ausencia: Mary Doxsey Eastwood tuvo que supervisar todas las labores de la granja, criar a once hijos y, en los ratos libres, ganar un poco más de dinero tejiendo e hilando lana.
Bajo la supervisión de su madre, los hijos mayores cortaban leña, cultivaban los campos y se ocupaban de los caballos y el ganado. Asa volvió a Nueva York en 1821, y durante la siguiente década dividió su tiempo entre el campo y la ciudad. En el condado de Onondaga ejercía de juez de paz, y en Nueva York continuaba siendo comisario. Tal era su posición social en Nueva York que fue nombrado ciudadano de honor mediante un decreto de la junta de concejales, por recomendación del alcalde Stephen Allen.
Se hospedaba a menudo en Tammany Hall, sede de la sociedad de dicho nombre, y escribía a su esposa largas cartas llenas de consejos prácticos. Se quejaba del ritmo acelerado de la vida urbana y afirmaba que suspiraba por su familia y la existencia bucólica. «Es un hecho cierto que las bellezas de Nueva York no sean [sic] iguales a las de las orillas del Oneida», escribió Asa Eastwood. Coogan —el personaje interpretado por Clint en La jungla humana— demuestra ser un verdadero descendiente de Asa cuando, plantado en una colina que domina los rascacielos de Manhattan, musita: «Estoy intentando imaginar cómo era, solo los árboles y el río, antes de que la gente llegara y lo echara todo a perder».
En 1821 Asa fue elegido delegado para asistir a un congreso cuyo cometido era revisar la Constitución del estado. En 1833 fue elegido miembro de la asamblea del estado de Nueva York en representación del condado de Onondaga. Aunque educado en la fe de Jefferson, en esa época Asa empezaba a decantarse hacia los liberales. Se había «opuesto con firmeza a la invasión del poder esclavista», y se negó a seguir al Partido Demócrata «cuando abandonó sus antiguos objetivos y cayó en una ciénaga de esclavismo y propagandismo», según una fuente. Después de votar por John C. Frémont, el candidato antiesclavista a la presidencia, el primero que presentaba el recién fundado Partido Republicano, en 1856, Asa se cambió de chaqueta. Posteriores generaciones de Eastwood (incluido Clint) se mantendrían fieles a los republicanos y defenderían ideas conservadoras.
Mary Eastwood murió en 1862, después de sesenta años de matrimonio. Asa, que vivió hasta 1872,5 mantuvo contacto con su prole por carta y siguió escribiendo su diario personal hasta pocos días antes de fallecer. Los hijos de Asa se dispersaron. Su hija Mary se había casado y trasladado a Indiana, Lucinda fue a Michigan, Samuel a Nebraska, y Elisha terminó en Luisiana, donde continuó siendo un empecinado unionista durante la guerra de Secesión y más tarde llegó a ser un juez de paz bastante respetado. Otros hijos, en cambio, manifestaron pocas ansias de viajar y se quedaron en el norte de Nueva York. Entre ellos se encontraban John, Benjamin, Nelson, Enos, William y Lewis. Este último aparece en este libro como el tatarabuelo de Clint por parte de padre.
Nacido en la ciudad de Nueva York en 1810, cuando la familia vivía en Front Street, Lewis Washington Eastwood era el tercer hijo de Asa. Era uno de los Eastwood satisfechos con su suerte y se contentó con vivir en el condado de Onondaga. Se casó con Margaret A. Sullivan, tuvo cinco criaturas y fue el primer hijo de Asa en morir, en 1863, en Cicero. El menor de sus cinco vástagos era Asa Bedesco, bautizado con el nombre del patriarca y nacido en Cicero en 1846. Asa B. sería el bisabuelo de Clint. Según los datos del censo, Asa permaneció en la ciudad durante un tiempo después de la muerte de su padre, y fue el primer Eastwood que se dirigió al Oeste, entre 1872 y 1879. Entonces ya había cambiado la agricultura por la minería y la ingeniería.
Las ciudades están sucias y atestadas. La belleza y la soledad de las tierras salvajes resultan estimulantes. En los mejores westerns de Clint, los personajes que interpreta carecen de hogar. Huyen, persiguen. Viajan a lo largo de kilómetros y años para satisfacer su deseo de dejar atrás su vida atribulada.
La siguiente documentación disponible muestra a Asa B. trabajando de minero en Nevada, antes de que le nombren capataz de la mina Hathaway, en Placer (California), uno de los condados situados en la vertiente occidental de la sierra que se extienden por el centro y norte de California. Este territorio fue uno de los primeros que se vieron invadidos durante la fiebre del oro de 1849, y con posterioridad tanto buscadores de oro como grandes empresas abrieron minas y canteras con regularidad.
Ambas ramas de la familia de Clint tenían antecedentes mineros. En sus películas, el actor también muestra cierto afecto por el ambiente de los campamentos y ciudades mineros, aunque sus parientes jamás alcanzaron la riqueza, a diferencia de Pardner, el personaje que encarna Clint y canta «Gold Fever» en La leyenda de la ciudad sin nombre. Una fiebre del oro menos armoniosa inyecta emoción en los sangrientos argumentos de Infierno de cobardes y El jinete pálido.
En la mina Hathaway, situada a un kilómetro al sudoeste de la ciudad de Ophir, Asa B. Eastwood tenía a su cargo a unos treinta hombres cuyo trabajo consistía en explorar una veta de mineral de menos de un metro de anchura donde había galena argentífera, blenda y piritas que contenían cobre, hierro y arsénico. Como muchos Eastwood, Asa B. mantenía al menos dos residencias: una, por motivos de trabajo, en una aldea dedicada al cultivo y transporte de fruta llamada Newcastle, y otra en el cercano y floreciente San Francisco.
Cuando el bisabuelo de Clint murió de neumonía el 2 de abril de 1908, a la edad de sesenta y dos años, el Placer Herald se deshizo en alabanzas describiéndolo como «un valiosísimo ciudadano. No solo en un sentido moral y patriótico, sino también en lo tocante a los negocios. […] Era un gran hombre de anchas miras, honorable y respetado». El Placer County Republican admitía que Asa B. era «uno de los ciudadanos más leales del condado de Placer. Era un hombre dedicado a la minería, y en los últimos años había trabajado mucho con el fin de preparar la mina Hathaway para operaciones a gran escala. Era un ciudadano muy respetado por todos cuantos le conocían, así como un hombre honrado, recto y sencillo, y la comunidad en que vivió le echará mucho de menos».
Después del funeral, los restos de Asa B. partieron en el tren número 5 para ser incinerados en Oakland, que hacia 1908 era el centro neurálgico de la familia, al menos para la rama de los Eastwood que había emigrado al Oeste. El bisabuelo de Clint dejaba esposa, Mabel, una hija que vivía en Los Ángeles y dos hijos: Orlo, de Corte Madera, en el condado de Marin, y Burr Eastwood, nacido en 1871, el benjamín, a quien el destino había elegido para ser el abuelo de Clint Eastwood.
La señora de Asa B. Eastwood y sus tres hijos se habían instalado en la calle Siete de San Francisco hacia la década de 1880, cuando la ciudad de la bahía estaba convirtiéndose en el puerto y el centro financiero más importantes de la costa del Pacífico americana. Asa B., cuyas responsabilidades incluían el transporte y la venta de minerales extraídos en Hathaway, pasaba bastantes temporadas en San Francisco. Tal vez Mabel Eastwood y sus hijos preferían el clima templado de la ciudad. No cabe duda de que un caballero adinerado como Asa B. gustaba de la alta sociedad.
Hacia 1888, Burr, que contaba entonces diecisiete años, y Orlo, el hermano mayor, trabajaban de dependientes en Holbrook, Merrill y Stetson, una tienda de venta al detalle situada en la esquina de Market Street y Beale Street, que tenía lazos comerciales con las empresas mineras. Importadores y mayoristas pioneros, Holbrook, Merrill and Stetson ofrecían artículos de estaño, y ferretería, herramientas y máquinas, bombas de agua, aparatos eléctricos, hornos, cocinas y estufas, complementos del hogar y, más adelante, accesorios de automóviles. Sus ventas ascendían a millones de dólares al año.
Los Eastwood llevaban el arte de la venta en las venas. Burr consiguió un ascenso en Holbrook, Merrill and Stetson y abandonó el hogar familiar para vivir solo en 1900. Ese mismo año Burr se casó con Jessie Anderson, una de las cuatro hijas de Matthew y Lois Anderson. Son los Anderson, emigrados de Escocia, los que aportan las primeras inquietudes culturales a la rama Eastwood del árbol genealógico de Clint. Ambos Anderson eran profesores de piano, y la madre legó su piano vertical de fabricación alemana («el piano de la abuela Andy») a su hija Jessie. El instrumento ocupó un lugar destacado en el hogar de Clint cuando era pequeño, y se dice que todavía sigue en la familia, una reliquia bien conservada que aún funciona.
El primer vástago de Burr y Jessie Eastwood, Burr hijo, vino al mundo dos años después de la boda, en 1902, y en 1906 nació el segundo, Clinton. Para una familia con debilidad por los nombres de pila breves, el de Clinton representaba un cambio, el primero en los anales de los Eastwood. Parece razonable conjeturar que era el apellido de soltera de Helen Anderson, la madre de Jessie, que nació en Vermont, de donde procedía la familia.
Mientras que Orlo no tardó en abandonar Holbrook, Merrill and Stetson para aceptar un empleo de gerente en la Mechanical Installation Company, Burr padre fue uno de los Eastwood poco dados a los cambios y trabajó toda su vida para la empresa de venta al detalle, que le empleó durante cuarenta años en sus diversas encarnaciones, hasta que acabó de director de departamento en Tay-Holbrook, que en la época en que se jubiló Burr padre había abierto oficinas, plantas y almacenes en ocho ciudades.
Tan sólida era la posición de Burr padre que en 1908 pudo trasladarse con su familia al otro lado de la bahía de San Francisco, a Piedmont, un pequeño municipio rodeado, tanto entonces como ahora, por Oakland. Piedmont, cuyo nombre procede del latín y significa «pie de montaña», era una localidad de colinas sembradas de robles y arroyos centelleantes, con una vista espectacular de San Francisco y el mar. Magnates de la banca, el ferrocarril, la energía, las inversiones, la industria maderera y la minería que desdeñaban el bullicio y frenesí de San Francisco huían a Piedmont. Allí podían criar a sus hijos en magníficas casas enclavadas en fincas rústicas con extensos jardines. En la ciudad recién fundada empezaban a aparecer «cochecitos de gasolina», se había mejorado el sistema de abastecimiento de agua y la luz eléctrica comenzaba a llegar a las viviendas.
La primera casa de Burr padre en Bonita Avenue se encontraba en el límite de Piedmont con Oakland, pero en un hermoso emplazamiento. La trágica muerte de su esposa tuvo lugar en 1925. Jessie Eastwood falleció, cuando solo tenía cuarenta años, víctima de las complicaciones de un cáncer de mama. El hijo menor de Burr, Clinton, contaba entonces casi veinte años, y no cabe duda de que echó en falta a su madre, pero esta hija de profesores de piano ya le había enseñado a amar la música.
Clinton era «intelectualmente perezoso» como estudiante, recordaba un compañero de clase, y mostraba cierta «arrogancia despreocupada» acerca de su apostura y su posición social. Era un atleta alto, guapo y robusto en Piedmont High, donde jugaba a fútbol americano de delantero. Los amigos de la familia creían que tenía posibilidades de ir a la universidad con una beca deportiva. Pero en 1925 abandonó Berkeley al cabo de uno o dos semestres y, siguiendo la tradición familiar, optó por la escuela de la vida.
Burr volvió a casarse enseguida, en 1927, el mismo año en que su hijo Clinton contrajo matrimonio con Margaret Ruth Runner. Cuando se desposó Burr hijo, sus nupcias hicieron furor en las páginas de sociedad de la prensa local: la novia era la hija del doctor M. O. Forster, presidente del Instituto Indio de Ciencias de Bangalore (India), una joven que destacaba en la alta sociedad, mientras que el novio era «bien conocido entre la juventud» de Piedmont. Clinton, sencillo y sin pretensiones, quedó eclipsado por su hermano mayor; su boda fue modesta y los periódicos no la mencionaron.
Los Runner no eran tan conocidos como los Eastwood. No obstante, Margaret Ruth Runner, a quien todos llamaban Ruth, aportaría una columna vertebral de hierro a la unión. Más de una persona entrevistada para este libro ha afirmado que la discreta Ruth Eastwood no era lo que parecía. Lo mismo puede decirse de muchas mujeres Eastwood, que disfrutaban de la fama de sus maridos con un aire elegante que disimulaba el nervio que en realidad tenían.
El famoso hijo de Ruth, que dedicó su Oscar a la mejor película por Sin perdón a su madre, sentada entre el público la noche de los premios, se sentía en ocasiones más dispuesto a hablar sobre su padre en las entrevistas. Pero puede afirmarse que Ruth Eastwood ejerció una influencia igual, si no mayor, sobre Clint, y que la mitad de su árbol genealógico aportó cualidades impresionantes, pintorescas y a veces peculiares al linaje.
Los antepasados de Clint por parte de madre se encontraban entre los primeros colonos de Nueva Inglaterra, donde organizaron su vida alrededor de la tierra, la comunidad, la autoridad y el culto público.
William Bartholomew —el primer antepasado norteamericano del que se tiene constancia en la rama Runner del clan— era hijo de una familia de Burford (Inglaterra). El primero de una larga estirpe de Bartholomew norteamericanos, llegó de Londres al Nuevo Mundo en 1634, con treinta y dos años, y se estableció como comerciante en Ipswich. Más tarde residiría en Marblehead y Charlestown. Fue enterrado en el cementerio de Charlestown al lado de John Harvard.
William engendró a William hijo, tal vez el primer Bartholomew nacido en el Nuevo Mundo, en 1640 o 1641. William hijo se casó con Mary Johnson y el vástago de ambos, Andrew, contrajo matrimonio con Hanna Frisbie, de Branford (Connecticut, estado al que se había mudado antes de 1729). La familia estaba bien afianzada en América cincuenta años antes de la guerra de Independencia.
Los Bartholomew poseían en Branford varios molinos que Andrew administró hasta la muerte de su padre, tras la cual tanto él como su hermano Benjamin se convirtieron en sus propietarios y administradores. Durante su vida Andrew logró amasar grandes cantidades de bienes raíces en Branford, Wallingford y ciudades cercanas. Era muy conocido en la zona por su participación en las actividades de la iglesia y los asuntos locales, y también fue comandante de los voluntarios militares de la zona.
Joseph (nacido en 1721), hijo de Andrew, engendró a Andrew (nacido en 1744), quien se casó con Rachel Royce, de Wallingford. Andrew, que vivía en una extensa granja de Wallingford situada en la carretera del norte que comunicaba con Durham, fue también comandante de voluntarios, lo cual explica por qué los vecinos le conocían como capitán Bartholomew. Una crónica de la genealogía de los Bartholomew afirma que él y sus vástagos eran (como Clint) «de tez morena y alta estatura». Aunque tenía fama de tacaño (como Clint), se mostraba derrochador con su prole. Y entre los diez hijos que Andrew Bartholomew tuvo con dos esposas sucesivas había un tal Noyes Dana Bartholomew.
Noyes Dana —el tatatatarabuelo de Clint por parte de madre— nació en Wallingford el 2 de abril de 1785. Liberal hasta 1856 y, al igual que los Eastwood, miembro incondicional del Partido Republicano a partir de ese momento, «era un granjero trabajador y concienzudo —según una crónica de su vida—, que realizaba las labores del campo en las estaciones pertinentes». Después de participar en la guerra de 1812, Noyes Dana Bartholomew se trasladó, durante la presidencia de Martin van Buren, desde Wallingford a Elmwood, en el norte de Illinois, al este de Peoria. Se llevó consigo a su esposa, Elizabeth Hall, y a sus diez hijos, de los que tres habían nacido en Wallingford: Luzerne (el mayor, nacido en 1812), Noyes Ellsworth (el 17 de junio de 1826) y Edward Franklin (el 8 de agosto de 1828). Otros parientes Bartholomew le siguieron.
Elmwood había crecido al amparo del proyecto de construcción de la línea del ferrocarril de Peoria y Oquawka, que atravesaría la zona central de Illinois. En 1835 se descubrió carbón en las colinas cercanas, y las perspectivas de expansión y desarrollo parecían atractivas.
El 3 de abril de 1838, cuatro hombres —Noyes Dana Bartholomew y su hijo mayor Luzerne, Calvin Cass y Frederick Kellogg— dibujaron el trazado de la ciudad de Newburg, un kilómetro al oeste de Elmwood. Los Kellogg fueron otra familia fundadora de Newburg; las gemelas Cornelia y Cordelia Kellogg (nacidas en 1829) eran hijas de Edward y Jane Kellogg, cuya casa con jardín de North Street se encontraba a dos kilómetros de la granja de los Bartholomew. Las gemelas se casaron con los hermanos Noyes Ellsworth y Edward Franklin Bartholomew,6 que tenían más o menos su misma edad y habían recibido una educación parecida en 1848 y 1853, respectivamente.
La unión matrimonial de los Bartholomew y los Kellogg da a Clint sobrados derechos para pertenecer a la Sociedad Mayflower. Los primeros Kellogg habían llegado a América durante el auge de la emigración puritana, entre 1620 y 1640, con abundante cantidad de dinero, bienes y ganado. Myles Standish y el gobernador Bradford eran antepasados directos. Casi todos los estados de Estados Unidos pueden jactarse de tener a un Kellogg entre sus pioneros y ciudadanos destacados. Un descendiente famoso fue W. K. Kellogg, de Michigan, el rey de los cereales.7
Los Kellogg y los Bartholomew erigieron las primeras escuela e iglesia de Newburg. Noyes Ellsworth Bartholomew envió la primera partida de ganado de la ciudad a Chicago. Su hermano mayor, Luzerne, reunió noventa y siete hectáreas de tierra, donde se construyeron una fábrica de tejidos de lana, una noria, un molino de viento para bombear agua y un matadero, desde el cual enviaba barriles con carne de cerdo que se transportaban en barco por el río Illinois hasta el mercado de San Luis.
Newburg era una localidad pequeña, con muchos ciudadanos unidos por lazos de parentesco. «Eran tiempos en que lo más importante era la comunidad, cuando ser pionero en Illinois significaba sacrificio, penalidades, soledad, compensados solo por la promesa de grandes beneficios, el amor de los vecinos y el reparto de las responsabilidades —según el relato de uno de los pioneros de Newburg—. Eran los tiempos del colegio construido con troncos, los concursos de ortografía, las escuelas de canto y la pequeña iglesia de la comunidad.»
La esposa de Luzerne era Betsy Yale Bartholomew, descendiente directa de la familia Yale de Connecticut, una mujer muy culta que, según se decía, escribía tanto en prosa como en verso con facilidad. Luzerne debía de ser el más pintoresco de los antepasados de los Runner. No solo era granjero, maquinista e inventor —a principios del siglo XX, su hijo John dirigiría la Bartholomew Co., que fabricó el automóvil Glide de un solo cilindro y ocho caballos de fuerza, también conocido como «el Bartholomew»—, sino además un valiente aventurero. Cuando los Illinois Jayhawkers,8 un grupo de hombres de diversas procedencias, decidió partir de Illinois en busca de oro, Luzerne se distinguió como uno de sus líderes. Convertido en otro «capitán Bartholomew» (en referencia al pirata galés Bartholomew Roberts), Luzerne ejerció de guía de un contingente de quince carretas entoldadas y veintiún hombres que se dirigían hacia lejanos horizontes.
Después de abandonar Galesburg (Illinois), en abril de 1849, el grupo al mando de Bartholomew llegó a Salt Lake City en septiembre, demasiado tarde para explorar la helada ruta del norte que atravesaba las montañas. Un rastreador se ofreció a conducirles hacia el sur siguiendo la Old Spanish Trail.
Había división de opiniones sobre si continuar hacia el oeste o pasar el invierno en Salt Lake City, porque la estación estaba demasiado avanzada —explica Manley Ellenbeckan, historiador de los Jayhawkers—. Un anterior desastre invernal en el paso Donner era el culpable de las vacilaciones. Ante esta disyuntiva, Luzerne y su hermano Edward Franklin se separaron. Luzerne se encontraba en el grupo minoritario. Tomó la carreta número 9 de los Bartholomew y siguió la ruta Lossen, paralela al río Humboldt. Llegaron a Sacramento el 3 de noviembre con todos los miembros del grupo sanos y salvos.
El hermano menor de Luzerne, Edward Franklin, que contaba entonces veintitrés años, condujo al equipo que viajó siguiendo la ruta del valle de la Muerte y llegó a la zona de Sacramento más adelante, en la primavera de 1850. Edward Franklin tendría buena suerte como minero, mientras que Luzerne se cansó de buscar oro después de conseguir unos noventa centavos de polvo centelleante. Luego conoció por casualidad a un ranchero del río Sacramento cuyo ganado era pasto de cazadores furtivos y, llevado por un impulso, le compró la propiedad. Luzerne estaba rastreando la cordillera para investigar el misterio cuando descubrió al culpable: un oso gris.9 Con la ayuda de un herrero del grupo, Luzerne construyó una gran jaula de hierro con una puerta de guillotina activada por un resorte y, utilizando un venado como cebo, capturó al oso, el de mayor tamaño visto en cautividad en aquel tiempo. Se calculó que, erguido, medía un metro y medio hasta el hombro, y pesaba más de ochocientos kilos.
Demostrando un instinto para la explotación en el más puro estilo de Bronco Billy, Luzerne puso al oso el nombre de Bruin y lo transportó, primero en una jaula provista de ruedas y luego en barco, a lo largo del istmo de Centroamérica y el golfo de México en dirección a Nueva Orleans, y después Mississippi arriba hasta Elmwood, donde Bruin pasó el invierno, antes de ser exhibido la siguiente temporada ante el público boquiabierto de todo el Este y Canadá. Más adelante Luzerne hizo una gira con el oso en los espectáculos de variedades de P. T. Barnum, y presentó al animal en las principales ciudades europeas. Con posterioridad el oso se convirtió en una atracción para los turistas en Central Park.
Entretanto, un enriquecido Edward Franklin Bartholomew regresó a Illinois, se casó y se dedicó a la tarea de fundar una familia. El segundo de sus cuatro vástagos, e hija mayor, nacida en 1859, fue Sophia Aurelia Bartholomew, bisabuela materna de Clint. Edward Franklin era propietario de unos grandes almacenes, hasta que fue llamado a filas como «jefe de caravana» para la causa de la Unión. Sirvió en la caballería durante un año, hasta que una herida en el pie le obligó a darse de baja del ejército.
Con la guerra de Secesión todavía en pleno apogeo, Edward Franklin planeó mudarse al condado de Linn (Kansas), tal vez seducido por las cartas de sus compañeros buscadores de oro que habían emigrado allí. En aquel momento, trasladarse a Linn equivalía a ondear la bandera abolicionista, pues el condado había sido un sangriento campo de batalla del movimiento antiesclavista. Los abolicionistas habían derrotado a los esclavistas en las elecciones de 1857, que proclamaron Kansas estado libre, pero militantes y activistas proesclavistas todavía se oponían a la decisión. El feroz cruzado antiesclavista John Brown y el igualmente feroz coronel James Montgomery eran los héroes del condado de Linn.
A principios de 1863 una caravana de los Bartholomew partió en dirección a Mound City (Kansas),10 capital del condado y principal encrucijada para residentes temporales en la frontera. Hay indicios de que Edward Franklin pasó primero por San Luis, con el fin de llenar los carromatos de provisiones para la apertura de unos nuevos grandes almacenes. Su esposa Cordelia y los niños le siguieron por tren en el invierno de 1863-1864. En esa época Edward Franklin ya había comprado una casa de troncos de una habitación y un corral para el ganado. Había abierto una tienda de artículos de ferretería y herramientas, Bartholomew & Smith, en la Tercera con Main Street. Y el negocio florecía: los periódicos daban cuenta del creciente número de carromatos que llegaban procedentes del Este.
El hermano mayor, Noyes Ellsworth, en otro tiempo un granjero próspero cuyo negocio se había visto sacudido por la depresión de la posguerra, le siguió con su esposa e hijos en 1866, al frente de mil cien cabezas de ganado. Un tercer hermano, Samuel Dana, también se mudó a Kansas. Los hermanos Bartholomew fueron miembros fundadores de la sociedad que en 1866 construyó la primera iglesia congregacionalista de la ciudad. Noyes Ellsworth fue el primer diácono de la iglesia y ejerció de tal durante veinticuatro años.
En los westerns de Clint, las actrices suelen interpretar personajes secundarios poco definidos que se mueven por su sentido del deber: dueñas de saloons, prostitutas de ciudades fronterizas, avejentadas esposas de granjeros. Las mujeres de carne y hueso de las que desciende la estrella de cine llevaron vidas más complicadas, y la esposa de Edward Franklin, Cordelia Kellogg Bartholomew, un ejemplar de la saga, constituye una figura sobresaliente en la historia del condado de Linn.
El condado de Linn contó con una de las primeras asociaciones en favor de los derechos de la mujer, y Cordelia Bartholomew se encontraba entre las que contribuyeron a organizar el que debió de ser el primer club femenino al oeste del Mississippi, la Ladies’ Enterprise Society de Mound City, que tenía como objetivo la construcción del Centro de Reunión Libre de Mound City, dedicado al culto religioso y la celebración de reuniones educativas y conferencias científicas, literarias y políticas. Cordelia fue una de las primeras presidentas del club.
La asociación estaba compuesta sobre todo por madres jóvenes que habían dejado las comodidades, la cultura y el refinamiento de la vida civilizada para fundar un hogar en este nuevo país salvaje —según se lee en Linn County, Kansas, A History, de William Ansel Mitchell—. Puesto que las familias con hijos pequeños iban creciendo (las familias numerosas eran corrientes en aquel tiempo, las mujeres daban a luz cada dos años), asuntos tales como un nuevo edificio para el colegio, la escuela dominical, la iglesia o la sala de conferencias eran de vital importancia para ellas. Esta tarea interesaba a sus maridos y hermanos, pero la vida durante el último año de la guerra de Secesión, e incluso en los años inmediatamente posteriores, era demasiado agotadora para encargarse de dicha labor.
Edward Franklin poseía como mínimo setenta y tres hectáreas en el límite sudoccidental de Pleasanton, y los documentos demuestran que realizaba constantes transacciones de tierra. Entre 1874 y 1878 también se dedicó a viajar para una agencia, que algunos parientes creían que era la Wells Fargo. Estos viajes le llevaron a Colorado, donde se buscaba oro desde 1860 en Oro City. Las cantidades de este metal habían empezado a disminuir, pero se descubrió que las arenas de la minería de placer se componían de carbonato de plomo con un elevado contenido en plata, lo cual condujo a la fundación de la cercana ciudad de Leadville (lead significa «plomo»).
Durante casi catorce años los Bartholomew se habían comportado como ciudadanos destacados de Mound City. No obstante, algunos antepasados11 Eastwood sentían una inquietud que la vida hogareña convencional no lograba aplacar. En 1878, el año del alboroto de Leadville, Edward Franklin Bartholomew se mudó de nuevo, esta vez al centro de Colorado. Nada más llegar a Buena Vista, compró un edificio a un tal Charles Claude (C. C.) Runner, propietario de terrenos y minas en la zona. Los demás miembros de la familia Bartholomew llegaron un año después en tren a Canon City, el final de la línea. Allí los esperaba Edward Franklin, que los trasladó en un carromato de carga hasta Buena Vista, al sudoeste de Denver. En una fotografía aparece a las riendas de un carromato delante del recién inaugurado Bartholomew Bros. Store, en Gunnison Street.
Buena Vista ardía en deseos de que llegara la primavera de 1880, cuando se construiría la línea férrea que atravesaría la ciudad camino de Leadville. Los Bartholomew arrimaron el hombro y cortaron leña para las traviesas. Colocando raíles con ellos estaba C. C. Runner, a quien puede vislumbrarse en una fotografía antigua, tomada hacia 1880, con el hijo de Edward Franklin, Edward Albert Bartholomew (hermano de Sophia), un sobrino Bartholomew y otro hombre.
El Bartholomew Bros. Store (propiedad conjunta de Edward Franklin y su hermano Samuel Dana) esperaba aprovechar la circunstancia de que la estación de Buena Vista se perfilaba como una escala importante. Los anuncios de Bartholomew Bros. en el periódico del condado de Laffee prometían comida de calidad y equipo de minería, además de «un elegante surtido de excelentes muebles, vajillas y artículos para el hogar. Tenemos el mayor almacén de la ciudad y podemos ofrecer alicientes inigualables a los compradores». Más adelante Edward Franklin emprendería otros muchos negocios complementarios, incluido un vivero de plantas en el cercano Pueblo.
C. C. Runner12 era uno de los granujas de la dinastía; según la tradición familiar, un bribón cuya sola presencia seducía al personal. Estaba emparentado con otra familia bien arraigada en América que se remontaba al siglo XVII en Virginia. C. C. había nacido en 1857, probablemente en Virginia. Era inevitable que se enamorara de la hija mayor de Edward Franklin, Sophia, con quien se casó en 1881, tal vez en la iglesia congregacionalista de Buena Vista, donde Samuel Dana Bartholomew, el tío de la novia, acababa de ser nombrado diácono. Su primer hijo nació en Buena Vista (Colorado) el 17 de febrero de 1882. Fue Waldo Errol Runner, el abuelo materno de Clint.
Sophia, que añoraba el lugar donde se había criado, deseaba regresar a Mound City. La joven pareja se mudó allí poco después del nacimiento de Waldo, y su segundo hijo nació en Mound City en 1885. Los periódicos de la ciudad indican que C. C. Runner se dedicó enseguida a los negocios. Abrió la tienda de comestibles y carnicería Wolf and Runner (Joe Kidd, uno de los personajes fronterizos que Clint interpretó en una película, era uno de esos «proveedores de carne» fundamentales para una empresa como Wolf and Runner).
Los Runner vivieron en Mound City desde 1882 hasta 1889, un período rico en experiencias. C. C. se convirtió en hombre de negocios, personaje destacado de la comunidad y artista local. Marido y mujer aparecían una y otra vez en los periódicos: C. C., ocupado en organizar la feria de verano y presidente de la comisión encargada de los preparativos de la celebración anual del Cuatro de Julio; Sophia, fundadora del Club de la Biblioteca y siempre dispuesta a ofrecerse voluntaria para dirigir diversas actividades en la localidad.
La seña distintiva de C. C. eran sus inclinaciones teatrales: era actor y músico. Está documentado que interpretó el papel de Livingston en la popular obra Streets of New York, montada en mayo de 1884 por la Watson’s Independent Hook and Ladder Co. en la Mound City Opera House, con el fin de recaudar fondos para los nuevos uniformes de los bomberos. El crítico del Mound City Progress quedó impresionado y tomó nota, como harían después algunos críticos en el caso de Clint, de lo bien que le sentaba el personaje ficticio a la persona real conocida por todos: «Y pronunció las palabras: “No puedo ayudarle, estoy sin blanca, pero nunca había sido consciente de mi pobreza hasta ahora”, de forma elocuente y apropiada. Tal vez el señor Runner tuvo ocasión en otro tiempo de emplear dichos términos en serio».
Tal vez porque C. C. tenía un sueldo de mil dólares al año como representante de una tienda de instrumentos musicales, también se ofrecía como músico. En artículos periodísticos se menciona que tocó el órgano durante unos ejercicios militares llevados a cabo por el Cuerpo de Limpieza de Mound City (mayo de 1884), y que fue uno de los cinco músicos que amenizaron un baile a beneficio del Cuerpo de Extinción de Incendios (también en mayo de 1884). No solo era conocido como actor y músico, sino también como bailarín, y lo bastante bueno al menos para dar clases del arte de Terpsícore en tres escuelas de Mound City. Como a los Eastwood les gustaba combinar los negocios con el placer, C. C. tuvo, durante un breve período, su propia escuela de baile en Strong’s Hall.
C. C. tenía muchos asuntos entre manos. Es asombroso que encontrara tiempo para dormir. También abrió el Oyster Lunch Room en el edificio Hulland & Curry, donde, dicho sea de paso, por Navidad se regalaban pavos a los jugadores, y con un socio dirigía una fábrica de ladrillos que consiguió cocer doscientos cincuenta mil ladrillos en un espacio de cuarenta días.
Cuando a principios de 1885 «dos negros borrachos» armaron un alboroto en el Oyster Lunch Room, C. C. escribió una carta abierta al periódico, quejándose de que el jefe de policía de la ciudad no cumplía con su deber. Sin embargo, no hay que imaginar a C. C. ciñéndose un revólver de seis balas para tomarse la justicia por su mano, pues cuando el jefe de policía le contestó con otra carta abierta, acusó a C. C. de promover con su ejemplo personal el consumo de alcohol y tabaco, la blasfemia, el juego y la caza en domingo.
Puede que este escándalo vergonzoso animara a C. C. y a Sophia a regresar a Pueblo (Colorado), donde en 1889 aparecen empadronados de nuevo. Los Runner tendrían dos hijas más, y otros cinco años de matrimonio no del todo feliz. Las minas se habían agotado y C. C. había probado, sin que llegara a gustarle, la aburrida vida de comerciante y ciudadano recto. Viajaba con regularidad para promocionar un órgano que vendía una tienda de instrumentos musicales de Pueblo, y cuyas virtudes mostraba en recitales públicos celebrados al aire libre en ciudades cercanas.
Sophia se convirtió a la ciencia cristiana, que no representaba un cambio muy radical respecto del congregacionalismo, pero, según los parientes, sus fervientes creencias causaron problemas a la familia. En un momento dado, siguiendo los dictados de la ciencia cristiana, se negó a llamar al médico para que atendiera a una hija gravemente enferma, la cual murió con posterioridad. A C. C. la religión no le atraía y la paternidad había perdido su lustre para él. La fiebre del oro del Yukón emitió su canto de sirena y hacia 1898 encontramos a C. C. en Alaska, en compañía de una mujer llamada Lizzie Burke. Su abandono indignó de tal manera a Sophia que empezó a inscribir a C. C. en los registros oficiales como «fallecido». Es dudoso que volviera a ver al vagabundo de su marido. Y cuando un hijo viajó a Alaska para reunirse con C. C., el reencuentro debió de ser lo bastante desagradable para que, al regresar jurara que, en adelante, evitaría todo contacto con su padre.
En Skagway (Alaska), C. C. y Lizzie Burke vivían en el hotel Fifth Avenue, del que, según los directorios de la ciudad, fueron propietario y gerente, respectivamente, durante los diez años siguientes. Con el tiempo C. C. llegaría a administrar una cadena de catorce hoteles en Alaska. La vía férrea que atravesaba Skagway era la principal puerta de entrada al Yukón y gran parte de Alaska, y el frenesí de los descubrimientos de oro inyectaba emoción y vitalidad en la ciudad. El hotel Fifth Avenue fue el antecedente del actual Mission Inn de Carmel, propiedad de Clint. Por lo visto, era un establecimiento de primera categoría: cien habitaciones, todas encaladas, provisto de luz eléctrica y un sistema de timbres de llamada también eléctricos, baños privados, agua fría y caliente, y perreras para que los mineros alojaran a los canes que cargaban con sus provisiones.
En plena fiebre del oro, la población de Skagway ascendía a más de diez mil personas. Hacia 1910, había disminuido a un millar. Entonces C. C. ya se había separado de Lizzie Burke y trasladado a una de las últimas fronteras norteamericanas, Los Ángeles (California), donde acabaría su vida trabajando para compañías mineras a la sombra de la floreciente industria cinematográfica. Cuando C. C. Runner murió en 1936, firmó el certificado de defunción un tal Val Burke, aunque en aquel tiempo C. C. tenía varios parientes cercanos en California, entre ellos un nieto de seis años llamado Clinton hijo. Lo más probable es que Val Burke fuera un hijo ilegítimo.
En julio de 1903 Waldo Errol Runner (el primogénito de C. C. y Sophia) se casó con Virginia May McClanahan en una ceremonia presidida por el pastor de la Primera Iglesia Metodista Episcopal de Pueblo (Colorado).
Virginia May era producto de los Boyle de Pensilvania y St. Joseph (Missouri), y de los McCorkles y McClanahan de Virginia.13 Los Boyle estaban emparentados con los Beyl de Alemania, quienes llegaron a América a mediados del siglo XVIII y, convertidos ya en los Boyle de Virginia, fueron notables médicos, predicadores y legisladores. Virginia May era la hija de Matilda, también conocida como Mattie Bell, cuyo marido dicen que fue el primer médico que estudió en la Universidad Johns Hopkins. Por aquel entonces tenía la consulta al oeste del Mississippi. Su padre era supervisor de condado de escuelas públicas en Missouri. Dos de sus tíos eran William Boyle, maderero pionero de Indiana, y Henry Green Boyle, uno de los primeros ciudadanos de San Bernardino, también maderero, que compró un aserradero y fue dos veces representante en la asamblea legislativa de California.
Los Boyle eran personas duras y honradas, que se comportaban como algunos personajes de Clint. Henry Green Boyle, nacido metodista, se hizo mormón; a principios de la década de 1840 se topó con un agente de policía de una ciudad de Virginia, conocido por ser un «hombre malo» y llamado Henry McDowel, quien empezó a echar pestes de los mormones y se burló de él. «No quería tener problemas con él y así se lo dije, pero nada excepto una pelea iba a satisfacerle», escribió en su diario.
Después de un acalorado intercambio de insultos, Boyle derribó de un puñetazo al agente de policía.
Se levantó —escribió Boyle— y le derribé por segunda vez después de golpearle tres veces. Le pegué en la cara y los ojos y la boca hasta que sangró, pero consiguió aguantar (porque era un hombre fornido y pesaba 81 kg) y me arrojó sobre una silla de la esquina del mostrador entre algunos barriles de clavos y piezas fundidas.
Cuando McDowel se disponía a sacar el cuchillo para utilizarlo contra mí, cogí una tapa de horno que había cerca y golpeé a McDowel tres veces. […] Esto le dejó inconsciente…
Yo no tenía ni un rasguño; en cambio, McDowel tardó mucho tiempo en recuperar el sentido. No habló durante dos días y no se encontró bien durante seis meses. Casi toda la gente de la comunidad se alegró de que le hubiera atizado.
El matrimonio de Waldo Errol Runner y Virginia May McClanahan dio como fruto tres hijos: la primera, Virginia Bernice (nacida en 1904), vino al mundo en Pueblo (Colorado), pero los dos siguientes, Melvin (1906) y Margaret Ruth (1909), vieron la luz en California, adonde los Runner se habían trasladado hacia 1904.
Los había acompañado Sophia Bartholomew, la bisabuela de Clint, quien aparece en el directorio de Oakland en 1910 y que consignó como ocupación «practicante del cristianismo científico», además de identificarse tozudamente como «viuda», aunque C. C., su marido, estaba muy vivo. Su hijo Waldo trabajó un tiempo para la Southern Pacific Railroad, y después fue oficinista y contable en la zona de Oakland, antes de aparecer en los años veinte como ejecutivo de la Gray Bumper Manufacturing Co., que fabricaba elegantes parachoques traseros (rejillas que albergaban neumáticos de repuesto y un «maletero») de automóviles.
Waldo y Virginia May vivieron al principio en barriadas de Oakland, pero su suerte mejoró poco a poco y en los años veinte residían en el número 169 de Ronada, en Piedmont,14 a unas seis manzanas de distancia de la casa de Burr Eastwood. Los Runner y los Eastwood no solo tenían antepasados que se habían dedicado a la minería y los negocios, sino que además sus hijos asistían a las mismas iglesias del barrio y confraternizaban en la escuela.
Tanto Clinton como Ruth Eastwood iban al instituto de Piedmont, aunque Ruth siempre se encargó de subrayar que lo abandonó antes del último año y que acabó sus estudios en la famosa Anna Head School de Berkeley, colegio con y sin internado, que educaba y preparaba a las jóvenes damas para conducirse de forma apropiada. Aunque los Runner eran de Piedmont, no podían permitirse todavía enviar a sus hijas a Anna Head, pero Ruth estaba decidida a estudiar allí por el prestigio social, según un pariente, al contrario que Melvin, su hermano mayor, que se conformaba con las escuelas públicas de Piedmont. También al contrario que Ruth, Melvin prefirió continuar su educación y se licenció en ingeniería.
La bonita y menuda Ruth, aunque era inteligente, no estaba interesada en ir a la universidad. Tenía un novio más bien por razones de conveniencia social, pero había echado el ojo a Clinton Eastwood, que era más conocido y apreciado, dejando aparte que los Eastwood gozaban de una posición social más elevada. Uno de los motivos por los que Clinton no duró mucho en la universidad, dicen unos parientes, fue que Ruth, dos y años y medio menor que su amado, tenía prisa por casarse lo antes posible tras acabar sus estudios en el instituto.
«Creo que Ruth persiguió al padre más que al revés —afirma un pariente que habló con la condición de conservar el anonimato—. Creo que Clinton padre estaba demasiado pagado de sí mismo para perseguir a alguien.» Ruth era más ambiciosa. No solo persiguió a Clinton y conquistó su afecto, sino que además los parientes le conceden el mérito (y también la familia Runner) de conducirle al éxito. «Hay personas que toman y otras que dan —dice un pariente— y Ruth era de las que tomaban. Creo que Clint [su hijo actor] se rige por la misma regla.»
Waldo, el padre de Ruth, había seguido los pasos de C. C. cuando Ruth tenía unos dieciséis años. Abandonó a su esposa y se separó de ella geográficamente, pues se trasladó a Los Ángeles. Virginia May Runner continuó residiendo en los alrededores de Piedmont, pero Ruth Runner se quedó sin padre, del mismo modo que Clinton, cuya madre había muerto en 1925, se había quedado sin madre. La falta común de un progenitor debió de forjar un lazo entre ambos, así como influir en los puntos fuertes y débiles de su papel como padres.
Según el certificado del matrimonio Eastwood-Runner, del 5 de junio de 1927, Ruth, de dieciocho años, trabajaba de contable en una compañía de seguros y Clinton de cajero. El pastor que presidió la ceremonia fue el reverendo Charles D. Milliken, pastor de la Iglesia Interdenominacional de Piedmont. Tres años después, la documentación muestra que Clinton se había sumado a la larga tradición familiar de los viajantes de comercio, en este caso de acciones y bonos.
Su primer hijo, un niño grandote, nació el 31 de mayo de 1930, por algún motivo no aclarado, en el hospital Saint Francis de San Francisco.15 «Asumió de inmediato su condición de estrella —explicaba su madre en una entrevista para el periódico inglés News of the World— por ser el bebé más rollizo, más de seis kilos. Las enfermeras se divertían mucho enseñándoselo a las otras madres y le llamaban Sansón porque era muy grande.» También recordaba que, después de dos semanas en el hospital, cuando las madres recientes se reunían para aprender a cambiar pañales y dar de comer a sus hijitos, el recién nacido más grande del pabellón consiguió su primer papel de protagonista: el «modelo de los pañales» de las enfermeras.
Al muchacho, producto evolutivo de este pasado genuinamente americano de ascensión lenta y abundante en avatares, lo llamaron Clinton por su padre. No le pusieron segundo nombre. A veces le llamaban Sonny, o solo Junior. Aunque fue Clinton padre el primero a quien sus amigos llamaron Clint, hoy día el hijo que lleva su nombre es conocido en todo el mundo por este diminutivo de una sola sílaba. Algunas viejas amistades, sin embargo, llevadas por la costumbre, todavía llaman Clinton a la estrella del cine.