VII. Las familias son células de resistencia

La familia es donde aprendemos por primera vez a amar a los demás. Si tenemos suerte, también es donde aprendemos por primera vez a vivir en la verdad.

Lo flojos que se han vuelto los lazos familiares y la laxitud del tradicional compromiso matrimonial han dejado a los estadounidenses sin el refugio doméstico con el que sí contaban los disidentes anticomunistas. Los cristianos estadounidenses, lamentablemente, no se diferencian tanto ni cuanto de los no creyentes.

Existe un fuerte modelo de resistencia antitotalitaria basado en la familia cristiana: el clan Benda de Praga. Los Benda son una gran familia católica que sufrió mucho en 1979 cuando el Estado checoslovaco condenó a su patriarca, Václav, a cuatro años de prisión por actividades de lucha por los derechos humanos.

Václav Benda y su esposa, Kamila, ambos académicos, figuraban entre los únicos creyentes cristianos que trabajaban en las filas más altas del movimiento disidente checo. No era fácil vivir como cristianos en la Praga de aquel entonces, y no solo por el régimen ateo. En aquellos días, checos y eslovacos vivían unidos en un solo Estado, pero sus culturas eran muy diferentes. Los eslovacos eran profundamente católicos y, como nación independiente hoy en día, siguen siendo uno de los países europeos más devotos. Los checos llevaban mucho tiempo ya siendo más laicos, y aunque su país sigue siendo culturalmente conservador en comparación con las naciones de Europa occidental, solo Francia les supera como la nación más atea de Europa.

La familia y el Estado totalitario

«La Iglesia católica clandestina fue la principal fuente de resistencia aquí», me contaba uno de mis contactos eslovacos. «Pero allí», es decir, en la mitad checa del antiguo Estado comunista, «la resistencia cristiana la conformaba la familia Benda».

Eso no hay que entenderlo al pie de la letra. Había otros disidentes checos católicos y protestantes, incluso dentro del movimiento Charter 77, que los Benda ayudaron a liderar. Sin embargo, la exageración retórica del eslovaco dice algo sobre la estima en la que se tiene a esta familia de Praga en el corazón y la mente de muchos de los que lucharon contra el comunismo en su país.

Václav Benda, padre de seis hijos, creía que la familia era la piedra angular de la civilización y debía ser promovida y protegida a toda costa. Era muy consciente de la amenaza que el comunismo representaba para la familia y pensaba en el papel que debería desempeñar la familia tradicional en la organización de la resistencia cristiana anticomunista. En el invierno de 1987 a 1988, Benda escribió un breve ensayo titulado «La familia y el Estado totalitario», en el que explicaba sus principales ideas y lo que ha de hacerse para ayudar a la familia a hacer frente a un gobierno y un orden social que están empeñados en destruirla 91 .

En aquel ensayo, Benda decía que tenemos que deshacernos de «los habituales clichés sobre la liberación» de las obligaciones tradicionales del matrimonio y la familia. En el modelo cristiano, el matrimonio y la familia ofrecen a los creyentes que luchan dentro de un orden totalitario tres dones que necesitan con urgencia.

La primera es la fructífera comunión de amor:

en la que nos unimos sin perdón al prójimo simplemente en virtud de nuestra cercanía; no basándonos en el mérito y los derechos, sino en virtud de la necesidad mutua y la reciprocidad afectiva —sin que las motiven, por cierto, las nociones de igualdad y permanente conflicto entre los sexos— 92 .

El segundo don es la libertad:

que se nos ha dado de manera tan absoluta que incluso como seres finitos y, en el curso de las condiciones del mundo, seres aparentemente enraizados, somos capaces de tomar decisiones eternas y permanentes; toda promesa matrimonial que se cumple, toda fidelidad que desafía la adversidad, es un desafío radical a nuestra finitud, algo que nos eleva —habiendo sido creados con cuerpo— más alto que los ángeles 93 .

El tercero de los dones es la dignidad del individuo dentro de la comunidad familiar.

En prácticamente todos los demás roles sociales somos reemplazables y nos pueden sustituir, ya sea con razón o sin ella. Sin embargo, un cálculo tan frío de la justicia no reina entre marido y mujer, entre hijos y padres… entre ellos rige la ley del amor. Incluso donde el amor falla por completo… y con todo lo que acompaña a ese fracaso, el atractivo de la responsabilidad compartida por la salvación mutua permanece, lo que nos impide renunciar a hijos indignos, esposas engañosas y padres evasivos 94 .

Las ideas que Benda sostenía sobre la familia no eran una utopía. Reconocía que las familias son humanas, demasiado humanas, y están llenas de fracasos y debilidades. Sin embargo, en el pasado, la familia podía confiar en el mundo exterior para sacar adelante su misión y, a su vez, las familias fuertes producían ciudadanos capaces de construir sociedades civiles capaces. Sin embargo, bajo el comunismo, la familia sufrió un ataque directo y sostenido por parte del gobierno, que veía su soberanía como una amenaza al control estatal de todos los individuos. Benda escribe: «El terror intelectual de izquierdas logró lo que quería: el matrimonio y la familia se convirtieron en instituciones extremadamente problemáticas».

Las familias tradicionales, cristianas o no, que viven en el capitalismo liberal poscomunista de hoy saben muy bien que el asalto de la izquierda contra el matrimonio y la familia tradicionales comenzó en Occidente con la revolución sexual de la década de 1960.

Y hoy sigue en forma de ataques directos de la izquierda woke , incluidos profesores de Derecho que abogan por estructuras legales que desmantelen la familia tradicional como una institución opresiva. Y de manera más inquietante, procede de políticas, leyes y decisiones judiciales que reducen o coartan los derechos de los padres en casos relacionados con menores transgénero.

Pero no solo proviene de la izquierda. Con el avance del consumismo y el individualismo, hemos construido un ecosistema social en el que la función de la familia se ha reducido a producir consumidores autónomos, sin sentido de vinculación u obligación con nada que vaya más allá de la satisfacción de sus propios deseos. Los padres conservadores a menudo detectan rápidamente las amenazas a los valores de su familia por parte de los ideólogos progresistas, pero pueden aceptar acríticamente la lógica y los valores del libre mercado, por no hablar de poner sin pensar la mente de sus hijos en las redes de los teléfonos móviles e Internet.

Esa es la razón por la que el consejo que Václav Benda da a las familias que viven bajo el ataque del comunismo totalitario sigue siendo tremendamente relevante para las familias de hoy.

La familia moderna no se mantendrá unida si el padre y la madre consideran que el divorcio es una vía fácil para resolver las dificultades del matrimonio. Tampoco, decía Benda, una familia puede aguantar mucho tiempo si los hijos se burlan de la idea del matrimonio. Cuando los miembros de una familia aceptan una cultura de «extravagancia sexual, promiscuidad, relaciones fáciles de entablar y romper, [y] falta de respeto por la vida» (es decir, el aborto), entonces no pueden esperar que la familia sea lo que se supone que es ni que haga lo que se supone que tiene que hacer.

A veces estas cosas se presentan en la vida familiar por faltas morales de alguno de sus miembros, y otras veces se manifiestan por condiciones externas, ya sean económicas o sociales. Podemos controlar algunas cosas, dice Benda, pero no otras. Tenemos que basar nuestros ideales en el realismo y en la conciencia de nuestros límites. Las familias no deben permitir «ni la tiranía patriarcal ni los locos excesos del feminismo», así como deben oponerse al «culto a los niños» y a satisfacer todos sus deseos.

Y aunque sea un gran padre de familia, Benda comprendía que el padre cristiano debe ser, ante todo, siervo de Cristo.

La familia no puede sobrevivir como comunidad si su cabeza y centro es uno de sus propios miembros. La afirmación cristiana es simple; Cristo tiene que ser el verdadero centro, y los miembros individuales de esta comunidad participan en la obra de su salvación a su servicio. Uno espera que una familia bien fundada pueda existir incluso sin esta afiliación religiosa distintiva; sin embargo, el enfoque del servicio a algo «más allá», ya lo llamemos amor, verdad o cualquier otra cosa, parece esencial 95 .

Benda decía que la casa familiar debe ser un auténtico hogar, «es decir, un lugar habitable y apartado, protegido del mundo exterior; un lugar que sea punto de partida de aventuras y experiencias con la garantía de regresar de forma segura», es decir, un refugio en un mundo sin corazón. En el afectuoso y seguro hogar cristiano se forman niños que son capaces de amar y servir a otros en el seno de su familia, de la Iglesia, del vecindario y, ciertamente, de la nación. La familia no existe únicamente para sí misma, sino para Dios en primer lugar y después también para el bien de la comunidad en general, que podemos definir como una familia de familias.

Cuando el orden totalitario tiene presos a una nación y a su pueblo, las familias cristianas tienen que presionar al mundo totalitario al menos con tanta vehemencia como este se aplica en su contra. Eso es lo que enseñaba el patriarca Benda, y así vivían él y su familia.

Benda vivió lo suficiente como para llegar a ver la caída del comunismo en 1989, y su amigo y colaborador cercano Václav Havel se convirtió en el primer presidente de una Checoslovaquia libre (que presidió la separación pacífica de las naciones checa y eslovaca). Benda permaneció activo en la política checa hasta su muerte en 1999. Su viuda, Kamila, todavía vive en aquel apartamento de Praga atestado de libros en el que su esposo y ella ofrecían seminarios clandestinos para disidentes en la era comunista.

Consejos de Benda para criar a los hijos

Visité a Kamila por primera vez en el apartamento de la familia en Praga en la primavera de 2018 para presentar mis respetos a la memoria de su difunto esposo. Sus ideas habían dado forma a mi proyecto de La opción benedictina 96 , que tiene como meta la construcción de comunidades cristianas fuertes en la cultura poscristiana de Occidente. Invitó a algunos de sus hijos y nietos a pasar la noche. Nos reunimos en el salón de su apartamento, con estanterías con miles de volúmenes que iban del suelo al techo, fotos familiares enmarcadas esparcidas por todas partes y un enorme crucifijo de yeso colgado de la pared.

Ese domingo por la noche aprendí que Václav y Kamila no solo habían criado niños que mantuvieron la fe cristiana bajo la persecución comunista, sino también que su prole se mantuvo fiel después del comunismo, a pesar de que la abrumadora mayoría de sus compatriotas checos habían dado la espalda a Dios. Es más, todos los nietos de Benda también son católicos practicantes.

El apartamento de la familia Benda se encuentra cerca de la antigua sede del StB (Státní bezpeč nost), la policía secreta de la era comunista. Bajo la dictadura, las personas que habían sido convocadas para ser interrogadas a veces se detenían en casa de los Benda para recibir ánimo y consejos sobre cómo soportar lo que estaba a punto de suceder sin venirse abajo. Esas mismas personas pasaban por el apartamento después de su terrible experiencia en busca de consuelo. Lo que la familia Benda daba a los miembros de la resistencia era mucho más que mera hospitalidad cristiana.

Tanto en esa primera visita como en dos reuniones posteriores con miembros de la familia Benda, me moría de ganas de saber cómo hicieron Václav y Kamila para llevar a su familia a fortalecer la fuerza interior de sus hijos, no solo como fieles católicos sino también como jóvenes que entendían el significado de la misión de sus padres y los sacrificios que esto necesariamente conllevaría. He aquí los consejos que ofrecen.

Ejemplo de valentía moral

«Para nosotros, nuestros padres eran héroes», dice Patrik. «Mi padre era el sheriff de la película Solo ante el peligro ». Václav a menudo enseñaba a sus hijos a leer el mundo que los rodeaba y a comprender las personas y los acontecimientos en términos de lo que es correcto y lo que no. No permitía que cayeran en la ignorancia o la indiferencia. La historia les había puesto en mitad de una batalla de demasiado calado.

Por ejemplo, Václav explicaba a sus hijos que hay cosas más peligrosas que la pérdida de las libertades políticas.

«Nuestro padre nos decía que hay una diferencia entre dictadura y totalitarismo», me cuenta Marek. «La dictadura puede complicarte la vida, pero no buscan engullir tu alma. Los regímenes totalitarios, en cambio, sí van tras tu alma. Tenemos que ser conscientes de eso para poder proteger lo que los cristianos consideramos más importante».

Ver cómo se comportaban sus hermanos en su adolescencia reveló a Patrik cuánta autoridad moral tenía su padre dentro de la familia. La rebelión contra la autoridad es normal para los niños de esa edad, pero los hijos de los disidentes no disfrutaban de ese lujo.

«Teníamos que echar a un lado cualquier tipo de riña familiar para enfrentarnos a la amenaza externa del comunismo», dice Patrik. «Cuando mi padre le decía a mi hermano Martín que no podía beber alcohol en público hasta que cumpliera los dieciocho, me explicó que esta regla era una forma de proteger a toda la familia contra el régimen. ‘No puedes hacer eso’, le decía a Martin, ‘porque podría ponernos en peligro a todos’».

En lugar de ver esto como un yugo pesado, los niños de la familia Benda lo consideraban como una oportunidad para ponerse al servicio de algo más grande que ellos mismos.

«Ver Solo ante el peligro moldeó de verdad la forma en que luchábamos contra el mal», dice Marek Benda. «Todos le piden al alguacil que se vaya para que el pueblo no tenga problemas con los malos. Pero el sheriff regresa de todos modos, porque su virtud y honor no le permiten irse. Vuelve en busca de ayuda, pero nadie se presta. Solo su esposa le ayuda al final. Y, en cierto sentido, esa también era la historia de nuestra familia. Es lo mismo que hicieron nuestro padre y nuestra madre».

Martin Benda nos dice que no pensemos que su padre nació con esa heroicidad. Una noche en la que Kamila llegaba tarde a casa, Václav vigilaba nervioso desde la ventana, temiendo que su esposa hubiera sido arrestada por la policía secreta.

«Ahí fue cuando comencé a admirar a mi padre aún más», dice Martin. «Fue entonces cuando vi que era humano. Estaba asustado, pero no quería que su miedo lo dominara».

Llena de bien su imaginario moral

Ponerles Solo ante el peligro y películas del estilo no era el único modo en que Václav y Kamila Benda preparaban a sus hijos para la resistencia cristiana. A pesar de las exigencias de su trabajo como profesora en la universidad, Kamila se tomaba la molestia de leer en voz alta a sus hijos durante dos o tres horas diarias.

«¿Todos los días?», le pregunto anonadado.

«Todos los días», afirma.

Les leía cuentos de hadas, mitos, historias de aventuras e incluso algunos clásicos de terror. Sin embargo, más que cualquier otra novela, El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien era la piedra angular del imaginario colectivo de su familia. Por qué Tolkien, pregunto.

«Porque sabíamos que Mordor era real. Sentíamos que la historia de los hobbits y las demás criaturas que se oponían al malvado Sauron era como la nuestra. Los dragones de Tolkien son más realistas que muchas de las cosas que tenemos en este mundo».

«Puede que mamá nos leyera El señor de los anillos seis veces», recuerda Philip Benda. «Se trata de Oriente contra Occidente. Los elfos de un lado y los orcos del otro. Y una vez que conoces el libro, ves que primero tienes que luchar contra el imperio del mal, pero la guerra no concluye ahí. Después, tienes que resolver los problemas en casa, dentro de la Comarca».

Así es como Tolkien preparó a los niños de la familia Benda para hacer frente al comunismo y también para vencer la idea de que la caída del comunismo era el final de la búsqueda del Bien y la Verdad. Tras el colapso del comunismo, encontraron distintas formas de contribuir a la reconstrucción moral de su nación.

Patrik dice que la clave es exponer a los niños a historias que les ayuden a conocer la diferencia entre la verdad y el embuste, y enseñarles cómo discernir esto en la vida real.

«Mi mamá siempre alentó y apoyó nuestra imaginación, ya fuera a través de la lectura de libros o jugando con muñecos», dice. «También nos enseñó que la imaginación era algo que nos pertenecía por completo, que nadie nos podía arrebatar. Y eso también era algo que nos diferenciaba de los demás».

No tengas miedo de que te tachen de rarito

«Cuando íbamos al colegio, nos hacíamos notar, y no solo por nuestra fe, sino también por la ropa que llevábamos», cuenta Patrik. «Teníamos ropa de lo más variopinta, ya que heredábamos algunas prendas de nuestros primos o de otras personas que nos las donaban. No nos dolía ser diferentes porque considerábamos que esta excepcionalidad era valiosa y no algo malo».

Los vástagos de los Benda dicen que sus padres les vacunaron así contra la enfermedad de la ideología comunista, que estaba por todas partes. Les educaron para que entendieran que ellos, como cristianos, no debían dejarse arrastrar para llevarse bien con todos dentro de la sociedad totalitaria en la que les había tocado vivir. Václav y Kamila sabían que si no ponían todo su empeño en transmitir ese sentido de diferencia a sus hijos, corrían el riesgo de perderlos a manos de la propaganda y de que siguieran la generalizada asimilación que se daba dentro del sistema totalitario.

«A veces era muy difícil», reflexiona Patrik. «Éramos pobres y sabíamos que éramos diferentes. Era completamente imposible comprar algo de ropa para ir a la moda o seguir las tendencias. Nosotros nunca tuvimos los juguetes coleccionables con los jugaban los demás niños. Se nos hacía cuesta arriba en algunas ocasiones, pero nos hizo más fuertes».

Prepárate para hacer grandes sacrificios por el bien de todos

Kamila recibió una vez una carta que su esposo le enviaba desde la cárcel, en la que decía que el gobierno estaba considerando la posibilidad de dejarlo en libertad antes de tiempo si aceptaba emigrar a Occidente llevándose consigo a su familia.

«Le escribí para decirle que no, que sería mejor que se quedara en la cárcel para luchar por la verdad en la que creemos», me cuenta.

Dale un par de vueltas: esta mujer estaba criando seis hijos sola, en un Estado totalitario comunista. Pero se reafirmó en la voluntad de sacrificarse —y de sacrificar una vida materialmente más cómoda y políticamente libre para sus hijos— en aras del bien común.

Y es que, si no hacemos esto pensando que así ponemos las cosas más fáciles a nuestros hijos, nos puede salir el tiro por la culata a un nivel brutal.

«Conocíamos a personas que se rindieron por el bien de sus hijos», dice Patrik. «Querían que sus hijos tuvieran una mejor educación, así que transigieron en sus valores y se unieron al Partido Comunista. Pero al final acabaron alejándose de sus propios hijos. Fui testigo de esto cuando estaba en la universidad en 1989, durante la Revolución de Terciopelo. Algunos estudiantes odiaban terriblemente a sus padres, que habían hecho tantas concesiones por ellos».

Hoy, los hijos y nietos del Dr. Benda tienen las cartas que este envió a su madre y a su abuela, respectivamente, desde la cárcel. Son un testimonio escrito de cómo su sólida fe sólida ayudó a soportar el cautiverio a este preso político. Estas cartas son un catecismo para sus descendientes, y uno muy locuaz al haber salido de la pluma de un héroe de carne y hueso y no de un santo de escayola.

«En una de sus cartas, nos cuenta cómo estar en prisión le daba una nueva perspectiva de los Evangelios», dice Patrik. «Él habla de cómo Jesús dijo en su Pasión: ‘No se haga mi voluntad, sino la tuya, Padre’. La carta de mi padre muestra cómo creía que estaba dando testimonio al sufrir persecución. Esto nos ayudó a todos a comprender el ejemplo del Señor».

«Papá creía que a pesar de que las cosas iban mal y él estaba sufriendo, y de que no veía que sus acciones tuvieran consecuencias positivas, hay un Dios bueno que al final ganará la batalla», agrega Marketa, una de las hijas de Benda. «Dios ganará con el tiempo, aunque yo no viva para verlo. Entonces mi sufrimiento no carece de sentido, ya que soy parte de una batalla mayor de la que terminaremos saliendo victoriosos. Eso es lo que nuestro padre nos mostró con su vida».

«Pero mi padre creía que el comunismo caería y que él viviría para verlo», dice Patrik.

«Eso es cierto», dice Kamila. «Pero también tenía la convicción de que destruir el régimen comunista era la misión de su vida. Siempre estaba hablando con Dios y preguntando cuál era el camino correcto. Siempre luchó por ver los valores correctos y estar a la altura de ellos».

«Esto es algo muy importante sobre mi padre», dice Marketa. «Él creía que era responsable ante Dios, no ante la gente. No le importaba que otras personas no entendieran por qué hacía las cosas que hacía. Actuaba ante los ojos de Dios. Y ya sabes, la Biblia le daba fuerzas, porque está llena de las historias de los profetas y de otros que van más allá de los límites de lo comprensible o de lo que los demás entendían, con el propósito de obedecer al Señor».

Enseñarles que son parte de un movimiento más amplio

Los Benda eran miembros fundadores de Charter 77, la principal comunidad disidente checoslovaca. La Carta 77 era un documento firmado en 1977 por más de doscientos artistas, intelectuales y otros, que exigía que el régimen comunista respetara los derechos humanos. Algunos de sus signatarios, incluidos el dramaturgo y futuro presidente Václav Havel y Václav Benda, terminaron en prisión por defenderla.

«Involucramos a nuestros hijos en nuestras contiendas», dice Kamila. «Tenían la sensación de que todos conformábamos un grupo con un objetivo común. Les criamos para que entendieran que estaban luchando por una buena causa, por la justicia».

No se trataba simplemente de tener las opiniones correctas y los sentimientos adecuados. Los niños Benda se ponían en riesgo por la resistencia.

«A veces, cuando queríamos enviar algo confidencial, enviábamos a uno de los niños, porque era menos probable que lo capturaran», recuerda Kamila. «También aprendieron a tragarse pequeños trozos de papel con mensajes escritos en ellos si había peligro de arresto».

Participar activamente en un movimiento más amplio por la libertad, la democracia y los derechos humanos ayudó a fomar a los niños Benda de otro modo. Aunque Václav y Kamila Benda mantuvieron sus creencias católicas intransigentes dentro de la familia sin hacer ningún tipo de concesión, mostraron a sus hijos a través de su ejemplo la importancia de trabajar con personas buenas y decentes fuera de la comunidad moral y teológica de la Iglesia.

Patrik me recuerda que los miembros de su familia eran los únicos cristianos involucrados en el movimiento en toda Praga. Ninguno de los otros miembros senior de Charter 77 eran cristianos. Aunque la mayoría eran vehementemente anticomunistas de una forma u otra, uno de ellos, Petr Uhl, se describía a sí mismo como un «marxista revolucionario», pero que creía que no vale la pena luchar por un estado marxista sin derechos humanos.

«En Charter 77 convergían personas con ideas y visiones del mundo totalmente diferentes», dice Patrik. «Tenías, por ejemplo, socialistas democráticos por un lado y católicos fervientes por el otro. Para mí era totalmente normal que, de pequeña, me criara en una comunidad de personas con opiniones muy diferentes. Así que eso rompió la burbuja que me rodeaba». La lección de valorar la diversidad dentro de una unidad más amplia de objetivos compartidos es algo que los cristianos de hoy deben aceptar.

«Al ver lo que está sucediendo en Estados Unidos hoy, podemos constatar que se están alzando muros y abriendo brechas entre las personas», dice. «Siempre estamos dispuestos a hablar, a conversar con el del otro bando para evitar levantar esas fronteras. Sabes, es mucho más fácil adoctrinar a alguien que está encerrado entre cuatro paredes».

Practicar la hospitalidad y servir al prójimo

Kamila dice que obedecer el mandato del amor fraterno que Cristo nos dio significa nunca cesar de defender a cualquier persona perseguida, no solo a los fieles cristianos. Y mencionó a las personas que se pasaban por su apartamento de camino al interrogatorio. Kamila era una especie de buque nodriza que compartía con ellos estrategias para soportar los interrogatorios policiales, que podían llegar a ser bastante duros, sin soltar nada de información.

Hasta veinte personas se presentaban todos los días en el piso de Benda en busca de consejo, comodidad y comunidad. Y una vez que la policía liberaba a los sospechosos, estos solían regresar a la casa de Benda. Ya sea que hubieran aguantado sin decir ni mu, o que hubieran roto su silencio bajo presión, Kamila siempre les ofrecía una taza de té y una copa de vino y los animaba.

«Mamá les decía: ‘No pasa nada, la próxima vez lo harás mejor’», dice Patrik. El círculo disidente era demasiado pequeño y frágil para que se dieran la espalda unos a otros, a pesar de los fracasos, frustraciones y decepciones. Kamila y yo hablamos de nuevo sobre los seminarios de enseñanza de la era comunista que los Bendas llevaban a cabo en su apartamento. Es una práctica que han adoptado sus hijos adultos. En estos días, Marketa organiza reuniones similares en el apartamento familiar.

«Ella llama a estas reuniones las ‘Tardes del queso’», me dijo la sobrina de Marketa, Klara, «por su apodo. La llaman ‘la ratona’. Invita a personas que conoce de la universidad o del trabajo, y todos hablan de lo que tienen entre manos».

Patrik, que también es anfitrión de estas reuniones, dice que proyectan una película una vez al mes e invitan a grupos de personas a verla y charlar sobre ella. Claro, dice, puedes ver lo que quieras en tu propia casa, pero hay algo único en compartir la experiencia con otros y hablar de ello.

«Creo que una de las cosas más importantes de esto es que a la gente realmente le gusta reunirse y quiere conocerse, pero cuando no tienes un tema para estructurar la reunión, generalmente se acaba desperdiciando la oportunidad», dice Klara, la hija adolescente de Patrik. «Si tienes una película, puedes partir de la película. Acabamos hablando de los exámenes del instituto y de cuánto los odiamos. Y es genial, pero la cuestión es que tienes que empezar desde un punto concreto».

Menciono la conocida idea de Václav Benda de que en una sociedad de individuos atomizados, como la de la Checoslovaquia comunista, era importante que la gente corriente se uniera y así no se olvidara de la existencia de los demás. En una época en la que la gente ya no recuerda ni cómo era aquello de relacionarse con los vecinos, el simple hecho de compartir una comida o una película es un acto político. Esta, digo, es una forma de luchar contra la soledad y el aislamiento que da pie a que el totalitarismo llegue al poder.

Eso es cierto, dice Patrik, pero también es verdad que hablar de cine es una forma de que los miembros más mayores de la comunidad contribuyan a transmitir la memoria cultural a los jóvenes.

«Más de una vez me he topado con personas a las que saco al menos veinte años a las que le parecía genial una película… y no sabían que era un remake de una cinta anterior», dice. «Además, no solo proyectamos películas nuevas, sino también otras más antiguas. Saltar entre eras ayuda a los jóvenes a comprender el contexto cultural en el que se realizan las películas. El hecho de que los más jóvenes puedan aprender de la sabiduría y la experiencia de los mayores es realmente significativo».

Para la familia Benda de Praga, su propósito es primero servir a Dios y luego viene servir a los demás. Lo hicieron bajo el comunismo y lo siguen haciendo bajo el liberalismo poscristiano. Es una tradición familiar.

La importancia social de la familia

La familia Benda no era la única que plantaba cara al comunismo. En muchas conversaciones a lo largo y ancho del antiguo bloque soviético, escuché muchas historias sobre cómo la familia cristiana era naturalmente la base sobre la que se apoya la formación de la fiel resistencia al comunismo.

En Rusia uno espera encontrarse cristianos ortodoxos, pero los baptistas son mucho más escasos. No les habían visto el pelo en este país hasta la segunda mitad del siglo XIX, e incluso hoy en día solo rondan los setenta y seis mil en una vasta nación de 145 millones de almas. Yuri Sipko, un amable pastor de pelo canoso fue en su día el líder de los baptistas de su país. Fue una labor muy difícil, incluso después del colapso del poder soviético. Los baptistas rusos sufren la marginación, y hasta la persecución, incluso por parte de otros creyentes. Sin embargo, bajo el comunismo, no solo tenían que lidiar con el ostracismo de sus compañeros cristianos, sino que, como todos los demás creyentes, fueron severamente atacados por el Estado soviético. La propaganda comunista mostraba a los baptistas como miembros de un culto primitivo y peligroso. Sipko, nacido en 1952 en una familia de doce hijos, dice que su padre y su madre sembraron la semilla del coraje en su corazón.

«Mi padre era el pastor de nuestra congregación. Ejercían sobre él todo tipo de presión», recuerda Sipko. «Cuando era niño, lo único que tenía claro era que quería ser como mi padre. Veía que era capaz de enfrentarse él solo, con dignidad y coraje, a sus enemigos».

Cuando Yuri todavía era niño, los soviéticos enviaron a su padre a prisión durante cinco años por predicar. Su madre, como otras mujeres de la congregación, tuvo que criar sola a los niños. Estas madres leían la Biblia a los pequeños, rezaban con ellos, lloraban con ellos y les mostraban los motivos por los que vivir.

Un día la maestra de Yuri pidió a su madre que fuera a la escuela para reunirse con ella. La maestra estaba enojada porque el niño se negaba a aceptar las lecciones de ateísmo y materialismo que exigía el Estado. La maestra de Yuri exigía saber a qué tipo de culto pertenecía la Sra. Sipko y por qué enseñaba a los niños aquellas tonterías. El niño observaba a su madre, cuyo marido estaba en prisión a causa de su fe, para ver cómo reaccionaba ante la reprimenda de una figura de autoridad.

«Sacó su Biblia y empezó a leer», recuerda sonriendo. «Me hace muy feliz pensar en esto. La maestra me llamó y me dijo: ‘Este chico es nuestro . Está aprendiendo nuestras lecciones’. Pero bajo la protección de mi madre, encontré el valor necesario para decir: ‘No, yo creo en Dios’. La maestra se llevó un buen chasco».

De manera parecida, pero con consecuencias mucho más relevantes, las autoridades polacas se llevaron otro chasco similar cuando terminaron con el padre Jerzy Popiełuzko, capellán del sindicato polaco Solidaridad. A pesar de las numerosas amenazas de muerte, el sacerdote de Varsovia se pronunció contra el régimen criminal. En 1984, la policía secreta lo asesinó y arrojó su cuerpo a un río.

El padre Jerzy fue un seminarista mediocre y un cura del montón, hasta que sintió la llamada a aceptar su destino con el surgimiento de Solidaridad frente a la brutalidad comunista.

Paweł Kę ska, que dirige el museo Popiełuzko en la parroquia de Varsovia que atendía el sacerdote mártir, me dijo que casi un millón de personas acudieron al funeral del padre Jerzy. Y luego me contó una historia sobre la modesta infancia de aquel sacerdote que se convertiría en un héroe nacional y que va camino de ser canonizado en la Iglesia católica.

Kę ska contaba que la aldea venida a menos en la que nació el padre Jerzy no es nada del otro mundo. Kę ska había ido hace poco allí en peregrinación con un grupo de estudiantes.

«El pueblo es muy normalito, no hay nada espiritual allí», me decía Kę ska. «En la casa en la que vivía el padre Jerzy, hay una habitación que se ha abierto ahora como una especie de museo, pero todos los objetos que contiene están cubiertos por un espeso manto de polvo. Junto a la pared hay una pequeña mesa rematada con una especie de lámina de plástico y sobre ella descansa una nota a mano del hermano del padre Jerzy, que decía lo siguiente: ‘Todos los días rezábamos alrededor de esta mesa con nuestra madre’. También hay una foto de aquella madre, una anciana cansada. Al otro lado de la hoja de papel hay un relicario con las reliquias del padre Jerzy».

El padre Jerzy terminó su corta vida admirado como un héroe nacional de la resistencia cristiana al comunismo, amado por millones por su fidelidad a Dios y por estar dispuesto a arriesgar su propia vida para alzar su voz frente a la injusticia que sufría el otro. Pero comenzó en una casita de un pueblo pobre y aburrido en mitad de la nada, en el seno de una familia que rezaba junta.

«Y ahí está la respuesta», concluía Kę ska. «La fuerza de ese hombre, y lo que nuestra identidad necesita hoy». «No es casualidad que las dictaduras intenten siempre acabar con la familia, porque es en la familia donde se obtiene la fuerza para poder luchar», explica Mária Komáromi, la profesora católica de Budapest. «Te sientes respaldado, y así puedes salir ahí fuera y enfrentarte a cualquier cosa. Es tan cierto hoy como lo era en su día bajo el comunismo».

Durante mis periplos por el Este, me he encontrado una y otra vez con supervivientes del comunismo que hacían énfasis en que es mucho más difícil identificar las amenazas a la fe y a la familia ahora que bajo el comunismo. Pero no es menos necesario reconocerlas, y aplicarse además a esta tarea con disciplina, sin confiar únicamente en el sentimentalismo, sino con una caridad dura, la única que perdura.

Tertuliano, un padre de la Iglesia primitiva que escribió bajo la persecución romana, dijo que la apertura de los mártires al sufrimiento, incluso hasta la muerte, siembra el amor de Dios en los corazones de los hombres. Puede que sea cierto, pero, como muestran las historias de las familias Benda, Sipko, Popiełuszko y de tantos otros disidentes del comunismo, el amor de madres y padres es la semilla de la Iglesia.

Ver, juzgar, actuar

En el totalitarismo suave que se avecina, los cristianos tendrán que considerar la vida familiar de una manera mucho más acertada y seria. La familia cristiana tradicional no es simplemente una buena idea, sino que también es una estrategia de supervivencia de la fe en tiempos de persecución. Los cristianos deben parar de dar por sentada la vida familiar y, en cambio, abordarla de un modo más reflexivo y riguroso. No podemos contentarnos con vivir como viven todas las demás familias, con la única diferencia de ir a la iglesia los domingos. Albergar buenas intenciones y las creencias teológicas apropiadas no bastará. Los padres cristianos han de ser deliberadamente contraculturales en su enfoque de la dinámica familiar. Podemos dar por concluidos los días de vivir como el resto del mundo y esperar que nuestros hijos salgan bien.

El modelo de familia Benda requiere que los padres ejerzan el discernimiento. Por ejemplo, los Benda no optaron por huir de la cultura popular, sino que eligieron inteligentemente qué partes de ella querían que sus hijos absorbieran. Visitar la casa de la familia Benda no es entrar en un campamento espartano, sino en un lugar lleno de libros, arte y vida. La familia Benda consideraba que podían estar abiertos a las cosas buenas del mundo que les rodeaba debido a la disciplina moral, intelectual y espiritual que se respiraba en el seno de la familia.

Y actuaban abiertos al mundo. Václav Benda enseñaba que la familia no existe solo para sí misma, sino para el servicio de algo que va más allá de sí misma. Quien visita a Kamila, se sienta en sillas y sofás que están desgastados de haber acomodado a tantos invitados a lo largo del tiempo para compartir la alegría de la vida cristiana de su clan. Es cierto que Václav y Kamila Benda tenían que juzgar cuidadosamente a quién dejaban entrar en su casa y qué podían decir delante de ellos, pero no les cabía duda de que su papel como cristianos no era el de bajar las persianas y esconderse, como hacían tantos otros cristianos checos, sino estar al servicio de la Iglesia y del mundo. Para los Benda que continúan entre nosotros —Kamila, los hijos y los nietos de Václav— sigue siendo así.

Como veremos en uno de los próximos capítulos, el compañerismo de pequeñas comunidades fue clave para que tomara cuerpo una eficaz resistencia cristiana ante el totalitarismo. Una verdad de la que dan testimonio la familia Benda y otras familias que formaron la conciencia de otros disidentes anticomunistas es esta: si quieres amar y servir a la Iglesia, a la comunidad y a la nación, primero tienes que aprender a amar y servir a tu familia.