VIII. La religión, base de la resistencia
No todos los disidentes anticomunistas eran cristianos, y no todos los cristianos que vivían bajo el totalitarismo comunista se opusieron a él. Pero he aquí algo interesante: todos y cada uno de los cristianos que entrevisté para este libro, fuera cual fuera su país de origen, transmitían una sensación de profunda paz interior, una paz que atribuyen a su fe, que les dio un terreno sobre el que mantenerse firmes.
Tenían todo el derecho del mundo a vivir permanentemente enfadados por lo que les habían hecho a ellos, a sus familias, a sus iglesias y sus países. Pero, si lo estaban, no lo parecían. Un ex preso de conciencia en Rusia me dijo que los cristianos deben aferrarse a «un sueño dorado —algo por lo que vivir, una idea de esperanza—. No basta simplemente con estar en contra de todo lo malo. Tienes que estar a favor de algo bueno. De lo contrario, te puedes volver realmente oscuro, loco y sombrío». Y aquí está el meollo de lo que la religión aporta a la resistencia antitotalitaria: una razón para morir, es decir, un motivo por el que vivir soportando cualquier sufrimiento que el régimen te eche encima, y no solo vivir, sino prosperar.
Esto no quiere decir que la importancia de los cristianos se mida únicamente en lo útiles que puedan resultar a la causa de la resistencia anticomunista. Cualquier creencia contraria que se sostenga con la misma apasionada interioridad de la fe religiosa podría servir este propósito. Con el fin de dar al diablo lo que le correspondía, los jóvenes bolcheviques de la era zarista soportaron su miserable exilio siberiano como campeones porque mantuvieron sus principios con fervor religioso. La importante lección que se debe extraer de aquí es que un credo que se tiene, no como la declaración de sus sentimientos, sino como una descripción de la realidad objetiva, es un preciado bien de incalculable valor. Te sirve para distinguir la verdad de la mentira. Y para aquellos cuyo credo es el cristianismo, frente al odio y la crueldad omnipresentes, la fe prueba que la Verdad verdadera, la Realidad real, es el amor eterno de Dios.
Los ejercicios espirituales del prisionero Krč méry
En la Checoslovaquia totalitaria, un seguidor de Kolaković llamado Silvester Krč méry se alzó como uno de los más importantes organizadores y discípulos del sacerdote. Años de estudio de la Biblia, de adoración y práctica espiritual personal bajo la guía del padre Kolaković habían preparado al joven médico para afrontar una larga pena de prisión, que comenzó con su arresto en 1951.
El fundamento de su resistencia era la firme convicción de que «no puede haber nada más hermoso que entregar mi vida por amor a Dios». Cuando se le pasó por la cabeza aquel pensamiento en la berlina de la policía minutos después de su arresto, Krč méry se echó a reír. A sus captores no les hizo gracia. Pero negarse a autocompadecerse y enseñarse a sí mismo a dar la bienvenida a cualquier cosa que le hicieran sus interrogadores como ayuda para su propia salvación, salvó la vida espiritual de Krč méry.
Tras las rejas, y sujeto a todo tipo de tortura y humillación, Krč méry (pronunciado «kirch-MERRY 97 ») se mantuvo cuerdo y esperanzado evangelizando a otros y practicando y cultivando su fe con disciplina.
En sus memorias, This saved us [Esto nos salvó], Krč méry recuerda que después de repetidas palizas, torturas e interrogatorios, se dio cuenta de que la única forma de superar la terrible experiencia que tenía por delante era confiar completamente en la fe, no en la razón. Dice que decidió ser «como san Pedro, cerrar los ojos y lanzarme al mar».
«En mi caso, realmente era para sumergirme en la incertidumbre física y espiritual, un abismo, donde solo la fe en Dios podía garantizar la seguridad», escribe. «Las cosas materiales que la humanidad consideraba certezas eran fugaces e ilusorias, mientras que la fe, que el mundo consideraba efímera, era el fundamento más fuerte y en el que más podía confiar».
Cuanto más dependía de la fe, más fuerte me volvía 98 .
Su rutina personal incluía memorizar pasajes de un Nuevo Testamento que un nuevo prisionero había introducido clandestinamente en la cárcel. Los fragmentos de las Escrituras que Krč méry ya había aprendido antes de que comenzara la persecución resultaron ser de gran ayuda tras las rejas.
«Memorizar textos del Nuevo Testamento resultó ser una excelente preparación para tiempos de prueba y encarcelamiento», escribe. «Los textos más hermosos e importantes que Dios ha entregado a la humanidad contienen un tesoro incalculable que ni ‘la polilla ni la carcoma roen, y que los ladrones no pueden entrar a robar’ (Mt 6,19)».
Este médico descubrió que memorizar las Escrituras le otorgaba una base sólida para la vida en prisión.
«De hecho, a medida que la vida espiritual de uno se intensifica, las cosas se vuelven más claras y la esencia de Dios se comprende más fácilmente», escribe. «A veces, una palabra o una sola frase de las Escrituras basta para colmar a una persona de una luz especial. Un nuevo matiz o un nuevo significado se revelan y penetran en nuestro interior y permanecen allí durante semanas o meses» 99 .
Krč méry estructuraba sus días y semanas para rezar la misa católica y, a veces, la Divina Liturgia ortodoxa. Intercedió por personas y grupos concretos, incluyendo sus captores. De este modo ordenaba la asfixiante dilatación del tiempo, especialmente durante los períodos de confinamiento. Krč méry y sus compañeros de prisión se sorprendieron en repetidas ocasiones de que las palizas y los interrogatorios fueran más fáciles de soportar que los períodos de espera aparentemente sin fin.
El prisionero hacía períodos de meditación profunda y sostenida, en los que reflexionaba profundamente sobre su propia vida y sus propios pecados, y abrazó un espíritu de arrepentimiento. En un momento dado, Krč méry se preguntó si estaba perdiendo el tiempo y aumentando su carga emocional y psicológica al adherirse a estos ejercicios espirituales de un día de duración.
«Intenté vivir unos días sin programa alguno, pero no funcionó», recuerda. «Las crisis más fuertes venían cuando pensaba que me iba a limitar a descansar y vegetar durante todo el día».
Krč méry cantaba himnos y rezaba letanías con otros prisioneros por las necesidades del día a día, e incluso por que Dios forjara en ellos un espíritu de humildad y voluntad que les hiciera capaces de soportar todo por causa de Cristo. Esta fraternidad era parte integral de la espiritualidad de la resistencia cristiana. El padre Kolaković había enseñado a la Familia la virtud de cruzar las fronteras de la Iglesia para extender la fraternidad a otros cristianos. El cautiverio y la tortura llevaron esto a la práctica. «En prisión, a nadie le importaban las diferencias confesionales», escribe Krč méry.
Este mismo principio resuena en el testimonio del pastor luterano Richard Wurmbrand y otros ex cautivos de los regímenes comunistas. No se trata un ecumenismo falso que afirma que todas las religiones son esencialmente iguales. Es más bien el reconocimiento mutuo de que, en el contexto de la persecución, abrazar la «solidaridad de los destrozados» de Jan Patoč ka se vuelve vital para la supervivencia espiritual.
Silvester Krč méry salió de prisión en 1964. Continuó su labor en la resistencia anticomunista los siguientes veinticinco años. Fue uno de los principales organizadores de la Manifestación de las Velas de 1988 en Bratislava, la capital eslovaca, junto con otros veteranos miembros de la iglesia clandestina. Fue la primera protesta masiva en Checoslovaquia en casi dos décadas y sirvió como catalizador de la Revolución de Terciopelo de 1989, que restauraría la libertad y la democracia.
El poder de la Iglesia sin poder
Patrick Parkinson es cristiano evangélico y decano de una de las mejores facultades de Derecho de Australia. Vivió en Bratislava en su época estudiantil a principios de la década de 1980 y fue testigo directo del poder espiritual de la Iglesia clandestina. En un mundo de desesperación, proporcionaban algo escaso y precioso: una esperanza real que ponía en riesgo sus vidas y su libertad.
«La Iglesia en aquel tiempo ofrecía a la gente una cosmovisión alternativa», me dice el profesor Parkinson. «Mis jóvenes amigos católicos de la Universidad, en particular, demostraban un gran coraje y una gran fe. La principal instrucción que tenían era leer la Biblia todos los días y orar todas las noches a las nueve por la Iglesia sufriente. Corrían mucho riesgo al reunirse en pequeños grupos de estudio de las Escrituras y de oración y las medidas de seguridad eran muy estrictas, pero Dios les protegió de maravillosas maneras».
Casi cuatro décadas después, Parkinson mira a los jóvenes cristianos eslovacos de su juventud en busca de esperanza para los oscuros y difíciles tiempos que nos han tocado vivir. «Había hambre de Dios cuando estaba allí, lo que atribuía en gran parte a lo enormemente desilusionados que estaban con el comunismo», dice. «La desilusión del materialismo puede que no se alcance hasta dentro de un par de generaciones más».
Y cuando llegue, los cristianos que proclamaron con sus palabras y hechos una alternativa real al materialismo hedonista serán faros que guiarán a los perdidos y a los azotados por la tempestad.
El padre Dmitry Dudko, que murió en 2004, era un sacerdote ortodoxo ruso que, con asombroso coraje, se enfrentó a las autoridades soviéticas por el Evangelio. A principios de la década de 1970, el padre Dmitry se convirtió en uno de los cristianos disidentes más conocidos de la URSS. Pasó ocho años en el gulag por haber escrito un poema en el que criticaba a Stalin; un compañero seminarista lo entregó. Finalmente fue ordenado, pero permaneció bajo estrecha vigilancia de la KGB.
Conmovido por la desolación espiritual y el alcoholismo resultante que asolaban la Unión Soviética, el padre Dmitry se volvió cada vez más audaz en su evangelización. Comenzó a dar sermones muy arriesgados en su parroquia de Moscú, homilías en las que se aplicaba la doctrina cristiana a la resolución de problemas de la vida real. Se corrió la voz de que había un sacerdote que no temía hablar del sufrimiento real de la gente. Las multitudes empezaron a llegar a escuchar al valiente sacerdote. Cuando la iglesia institucional, que estaba bajo el control de la KGB, ordenó al padre Dmitry que dejara de usar las homilías para agitar a las congregaciones, él continuó sus charlas en casa.
En su libro de 2014 sobre el padre Dmitry, El último hombre en Rusia , el periodista Oliver Bullough cita a un ateo que decía que después de escuchar al sacerdote predicar, «la inmoralidad de la sociedad soviética, su inhumanidad y corrupción, su falta de código moral o ideales creíbles, significa que aquellos a quienes llegan las enseñanzas de Cristo las perciben como un resplandeciente contraste. Destaca el valor del individuo, de la humanidad, el perdón, la gentileza, el amor» 100 .
Otro testigo decía que «cuando el padre Dmitry respondía públicamente nuestras preguntas, era como una bocanada de aire fresco». El sacerdote subrayaba a quienes le escuchaban que era necesario cultivar la esperanza en que puede que el mañana sea mejor, y que deben abrazar el sufrimiento y amarlo hasta y para sanarse. Bullough dice que, en 1973, cuando las charlas del padre Dmitry ya se habían dado a conocer en todo Moscú, el sacerdote atraía a ateos, intelectuales, cristianos de todas las denominaciones e incluso judíos y marxistas.
¿Por qué acudían? Porque vivían en un sistema total que insistía en que tenía todas las respuestas a cualquiera pregunta que cupiera plantearse en la vida. Pero la gente era totalmente miserable, estaba perdida y sufría. Sabían que todo era mentira, porque vivían dentro de esa oscura mentira. Se sentían atraídos por personas que parecían vivir a la luz de la verdad.
Alexander Ogorodnikov fue en su día un célebre líder juvenil soviético que, desilusionado con el comunismo, puso su entusiasmo al servicio de la Iglesia creando grupos de discusión independientes. Cuando nos reunimos en Moscú, me dijo que en uno de sus seminarios apareció un anciano escritor que se sentó a escuchar a los jóvenes cristianos que hablaban de la fe, y que tenían en común haberse criado como ateos en buenas familias soviéticas. El visitante no abría la boca.
«Al final se puso de pie y dijo que era hijo de un alto funcionario del zar. Ogorodnikov recuerda que dijo lo siguiente: ‘Hermanos, no tienen idea de lo que están haciendo. Con que únicamente diez de ustedes hubieran estado en San Petersburgo en 1917, la Revolución no habría acontecido’», recuerda.
«Ese hombre sabía lo que era pasar por el gulag», continúa. «Se sentía a gusto entre nosotros. Había un ambiente realmente fraternal en los seminarios. Aquellos seminarios eran como una hoguera a la que la gente podía acercarse para calentar sus congelados corazones ortodoxos. Así era la sangre que corría por nuestras venas. Así era nuestra confesión de fe».
Viktor Popkov era uno de los jóvenes soviéticos desilusionados que encontró el modo de acercarse al diminuto movimiento cristiano de la época. Me siento con Popkov, cristiano ortodoxo, en una cocina en el centro de Moscú. A principios de la década de 1970, Popkov no estaba nada interesado en la fe. «Vivía sumido en un pantano, tratando de encontrar un pedacito de tierra en el que hacer pie», dice.
Nada bajo el comunismo era real. El Estado ejercía un control total. El extranjero , la célebre novela de 1942 de Albert Camus, el existencialista francés, fue lo que llevó a Popkov a rondar las comunidades cristianas. Aunque Camus era ateo, la novela llevó a aquel joven ruso que vivía en un Estado ateo a buscar a Cristo.
«Tenía una pregunta delante de mis narices: ¿qué sentido tiene vivir?», me dice. «Si Cristo es real, ¿qué se supone que significa eso para mí? Ahí comencé a alejarme de la vida soviética, y conozco a muchas personas a las que les pasó lo mismo».
Popkov comenzó a sentirse cada vez más atraído por la Iglesia. El sacerdote ortodoxo local no quería hablar con él. Si el gobierno se enteraba de que había estado hablando con alguien que quería convertirse, podrían despedir al sacerdote. Popkov escuchó rumores en Moscú de que existían grupos de personas que se reunían para hablar sobre el cristianismo. Desafortunadamente, la KGB también se enteró.
De todos modos, si asistías a las reuniones, la KGB presionaría a tus padres y profesores para que te disuadieran de la fe, recuerda Popkov. Era difícil lidiar con esto, «pero, al mismo tiempo, te facilita una experiencia de vida diferente. Y a través de esta experiencia de fe y de este encuentro con Cristo recibes un nuevo sentimiento y sabes que no volverás por nada del mundo a ser lo que un día fuiste. Estás dispuesto a soportar cualquier cosa que te echen encima».
«Realmente no puedes prepararte para esto», continuó. «Tener una conexión viva con Cristo es como enamorarse. De repente sientes algo que no has sentido antes y estás listo para hacer algo que nunca antes has hecho».
Para Viktor Popkov, eso significó soportar años de acoso por parte de la policía secreta, que culminaron en una sentencia de prisión en 1980.
«Quizás esto suene fuerte», dice, «pero tienes que estar listo para morir por los principios y las cosas que confiesas; solo así tendrás la fuerza necesaria para resistir. No veo alternativa alguna».
Esta es la verdad que el sacerdote ortodoxo rumano George Calciu proclamó a los jóvenes de Bucarest en una de sus homilías de Cuaresma de 1978, una serie de sermones que le valió una segunda temporada en la cárcel:
Ve, joven, y cuéntales esta noticia a todos. Deja que la luz de tu rostro angelical brille a la luz de la Resurrección, porque hoy el ángel en ti ... ha vencido al mundo en ti. Dile a los que hasta ahora han oprimido tu alma divina: «Creo en la Resurrección», y los verás encogerse de miedo, porque tu fe los ha vencido. Ellos se inquietarán y gritarán desesperados: «Esta tierra es tu paraíso y tus instintos son tu cielo».
No te detengas en tu camino, sigue adelante, brillante y puro, dando a todos la luz de esa Resurrección el primero de los sábados. Tú, amigo mío, eres el único portador de tu deificación en Jesucristo, y contigo mismo elevas a todo el pueblo rumano a la altura de su propia resurrección. ¡De la muerte a la vida y de la tierra al cielo! 101
Poco después de dar ese sermón, la dictadura rumana condenó al padre George a diez años de prisión. Cumplió cinco, le soltaron anticipadamente y el régimen le expulsó a Estados Unidos.
El milagro de los cigarrillos
Si crees que Dios existe, también tienes creer que los milagros son posibles. Los cristianos vivimos guiados por la fe, pero a veces Dios nos envía un mensaje para recordarnos que existe y que no nos ha abandonado. Mientras tomamos té en el vestíbulo de un hotel de Moscú, Alexander Ogorodnikov me cuenta una historia sobre algo extremadamente improbable que le sucedió al entrar en una prisión soviética, algo que le indicó que Dios le había llevado a aquella cumbre de la miseria humana con un propósito superior.
«Cuando me metieron en la celda con los otros presos, dije: ‘¡La paz sea contigo!’», Recuerda Ogorodnikov. «Uno de los prisioneros me preguntó si era cristiano. Dije que sí. Me dijo que se lo probara. Otro recluso dijo: ‘Somos la escoria de la tierra. Ni siquiera tenemos cigarrillos. Si tu Dios nos da cigarrillos, todos creeremos en Él’».
Ogorodnikov les dijo a sus compañeros de prisión que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo, y fumar lo ensucia. Pero, continuó, Dios te ama tanto que creo que incluso te daría cigarrillos como señal de su misericordia. Ogorodnikov les pidió a todos que se pusieran de pie y oraran juntos por esto. Todos se rieron, pero se pusieron de pie respetuosamente mientras él los guiaba en oración.
«La celda estaba atestada, pero se hizo el silencio», recuerda. «Oramos durante quince minutos, luego les dije que la oración había terminado y que podían sentarse. Justo en ese momento, los guardias abrieron la puerta de la celda y arrojaron un montón de cigarrillos dentro de la celda».
«¡¿Eso pasó de verdad?!», le pregunto asombrado.
«Sucedió de verdad, sí», responde. «Fue increíble. Allí estaba la señal por la que había orado. Los prisioneros gritaron: ‘¡Dios existe! ¡Él existe!’. Y fue entonces cuando supe que Dios también me estaba hablando a mí. Me estaba diciendo que tenía una misión para mí aquí en esta prisión».
Alexander Ogorodnikov comenzó así su vida oculto tras los muros del sistema penitenciario soviético. Pero Dios sabía bien dónde se encontraba. Y por eso, como descubriría más tarde el disidente cristiano, Dios se manifestó a través de su fidelidad a los condenados a morir ante un pelotón de fusilamiento que buscaban desesperadamente una señal de esperanza. La conexión de Ogorodnikov con Dios sería, para estos desgraciados, su único salvavidas.
Ver, juzgar, actuar
Se acerca una dolorosa época de pruebas, e incluso de persecución. Los cristianos tibios o superficiales no saldrán adelante con su fe intacta. Los cristianos de hoy deben profundizar en la Biblia y la tradición de la Iglesia y enseñarse a sí mismos cómo y por qué el mundo poscristiano de hoy —lleno de egocentrismo, centrado en buscar la felicidad y que rechaza el orden sagrado y los valores trascendentes— es una religión rival del cristianismo auténtico. También deberíamos ver cuántos de los valores del mundo se han absorbido en la vida y la práctica cristianas.
Entonces debemos juzgar cómo los caminos del mundo y sus demandas entran en conflicto con lo que Cristo requiere de sus discípulos. ¿Somos admiradores o seguidores? ¿Cómo lo sabremos?
Lo sabremos cuando actuemos —o no— como cristianos cuando tengamos que pagar un precio por permanecer fieles. Puede ser algo pequeño al principio: que no te incluyan en un equipo deportivo porque no puedes jugar los domingos por la mañana, o el respeto de tus compañeros cuando no te manifiestes por una causa política. Pero las exigencias que se nos hagan crecerán y las consecuencias de no someternos a las del mundo se agravarán más. El padre Kolaković dijo esto a su familia y, en cierto modo, nos está diciendo lo mismo hoy.
Servimos a un Dios que creó todas las cosas con un propósito. Él nos ha mostrado en la Biblia, especialmente en los Evangelios, quiénes somos y cómo debemos vivir para estar en armonía con el orden sagrado que él creó. No quiere admiradores; quiere seguidores. Como Jesucristo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, Dios sufrió con la humanidad para redimirla. Nos llama a compartir su pasión, por nuestro propio bien y por el bien del mundo. No nos promete nada más que la cruz. No la felicidad, sino el gozo de la bienaventuranza. No se trata de riqueza material, sino de riqueza de espíritu. No la libertad sexual como abandono erótico, sino la libertad sexual dentro del compromiso amoroso y mutuamente sacrificado. No poder, sino amor; no auto-soberanía, sino obediencia.
Esta es la intransigente religión rival que el mundo poscristiano no tolerará por mucho tiempo. Si no eres sólido como una roca en tu compromiso con el cristianismo tradicional, entonces el mundo te quebrará. Pero si es así, entonces esta es la roca sólida que quebrará el mundo. Y si esas rocas sólidas se unen, forman un muro de solidaridad que difícilmente romperá el enemigo.