Ula, Sopot. ¿Definir la poesía en una sola frase? ¡Uf! Conocemos al menos quinientas definiciones de otros, pero ninguna nos parece lo suficientemente precisa y amplia a la vez. Todas ellas expresan el gusto de la época. Nuestro natural escepticismo nos impide intentar definirla de nuevo. Pero recordamos un bonito aforismo de Carl Sandburg: «La poesía es un diario escrito por un animal marino que vive en la tierra y que quiere volar por los aires». ¿Le sirve, de momento?
Ir. Przyb., Gdańsk. No intente ser poético a toda costa, lo poético es aburrido, porque siempre es secundario. La poesía, al igual, por otra parte, que toda la literatura, saca sus fuerzas vitales del mundo en que vivimos, de las vivencias realmente vividas, de las experiencias realmente sufridas y de los pensamientos pensados de forma autónoma. El mundo hay que volverlo a describir continuamente porque nunca es el de antes, aunque solo sea porque antes no estábamos nosotros. Es posible que El canto borrascoso lo pudiera haber escrito Tetmajer,[6] pero usted tiene veinticuatro años y treinta millones de compatriotas esperan saber, con el corazón en un puño, qué puede contarles de sí mismo.
Pal-Zet, Skarżysko-Kam. De la lectura de los poemas que nos ha enviado se deduce que no percibe usted la diferencia esencial entre la poesía y la prosa. El poema Aquí, por ejemplo, es una sobria descripción prosística de una habitación y de los muebles que hay en ella. En la prosa, una descripción de este tipo cumple una función precisa: define el lugar en el que se desarrollará la trama. En un instante se abrirá la puerta, entrará alguien y empezarán a pasar cosas. En la poesía lo que se «desarrolla» tiene que ser la descripción en sí. Todo se convierte en importante y lleno de significado: la elección de las imágenes, su composición y la forma que adquieren mediante las palabras. La descripción de una habitación común y corriente ha de ir transformándose ante nuestros ojos en el descubrimiento de esa habitación y se nos tiene que contagiar la emoción de ese descubrimiento. De lo contrario, por mucho que el autor se haya esmerado en fragmentar las frases en los versos del poema, la prosa seguirá siendo prosa. Y, lo que es peor, sin continuación posible.
Grażyna, Starachowice. Para usted la poesía es lo sublime, lo absoluto, la eternidad, el suspiro y el gemido, todo ello en una concentración tal que supera incluso la de los álbumes de recuerdos de señoritas de principios de siglo. Con esa grandilocuencia va a ser difícil conquistar al lector actual. Es más, hasta la persona más cercana y de confianza, tras oír apenas una frase de esas, mirará a la interlocutora con pavor y al cabo de unos instantes recordará de pronto que tiene que salir a hacer un recado muy urgente. ¿Entonces, qué? ¿Nos desabrochamos las alas e intentamos escribir algo con los pies en la tierra?
Zb.-P., Lublin. La poesía siempre exagera un poquito, pero hay que reconocer que en la actualidad lo hace menos que en cualquier época anterior. En nuestros días sería impensable la idea de J. A. Morsztyn,[7] que en el soneto titulado «Los galeotes» comparaba sus tribulaciones amorosas con el sufrimiento de un esclavo encadenado a una galera y concluía, sin ningún reparo, que a los galeotes, a pesar de todo, les resultaba más fácil vivir en este mundo. El soneto está escrito con brillantez, pero no parece que nadie haya llegado a creerse nunca el dolor de su autor. ¿Qué se desprende de eso? Si queremos que nos crean, seamos comedidos. «Lloro tu ausencia con lágrimas de sangre». ¡Por favor, señor Zbigniew!
P. G., voivodía de Katowice. No somos maximalistas, no esperamos que las lecturas cotidianas produzcan una gran revolución espiritual. Ese tipo de emociones tiene lugar muy de vez en cuando y, si se da, hay que considerarlo un regalo y no una obligación del destino. En el día a día, no está mal si una lectura nos muestra el mundo bajo una luz diferente a la de nuestra sensibilidad y aunque sea solo por un momento nos preocupa, nos sorprende, nos alegra. No todos los poemas pueden ser tan arrebatadores como lo fuera la Oda a la juventud de Mickiewicz,[8] pero todos tienen que ser una sorpresa. Los apelativos aceptable, común, corriente los descalifican automáticamente. Con los ejemplos que nos adjunta usted, nos demuestra que es capaz de escribir sobre cualquier cosa que sea considerada poética, manteniendo en todos los casos el mismo equilibrio espiritual, virtud inestimable en la vida diaria, especialmente cuando hacemos alguna gestión administrativa, pero menos indispensable en la poesía, porque esta es una celebración, no se da todos los días, sino solo muy de vez en cuando, es el fruto de un estado excepcional, una feliz casualidad. Ni siquiera los poetas con un gran bagaje literario están «habituados» a escribir poemas. A no ser que ya no sean poetas.
L. P., Kutno. En verdad, sería justo y admirable que la intensidad del sentimiento por sí sola determinara el valor artístico del poema. En ese caso resultaría, sin duda, que Petrarca era un cero a la izquierda comparado con un joven apellidado —pongamos por caso— Bombini, ya que Bombini enloqueció realmente de amor, mientras que Petrarca consiguió conservar el equilibrio emocional necesario para inventar bellas metáforas.
Habitante de Kalisz, Kalisz. Como se desprende de la lectura, echa usted mano de la pluma únicamente en estado de desesperación. «Amargura», «vacío», «alma desgarrada», «sufrimiento sin límites», «la nada», he ahí los términos que se repiten continuamente. Las fechas al pie de los poemas demuestran que, en más de una ocasión, entre un poema y otro transcurre mucho tiempo. Quizá estemos equivocados (en cuyo caso le rogamos disculpe nuestra falta de delicadeza), pero ¿no se tratará por casualidad de periodos más felices en los que las cosas van mejor? Si es así, ¿por qué no siente entonces también el deseo de inmortalizar esos instantes? ¿Y no será que, casualmente, la monotonía de los poemas remitidos es fruto del falso convencimiento de que sollozar es la única actividad digna de un auténtico poeta? ¿De qué vate sigue usted las huellas? Porque no parece que vaya a ser de ese que tras haber descrito más de un infierno, también sabía hacerle justicia a un buen guiso de col con carne.
Ary, Szczecin. «Dejen a un lado la realidad y no podrán nunca más equivocar un cuadro», diría el famoso escultor Alberto Giacometti. Ese profundo y acertado pensamiento se podría aplicar también a la literatura: dejen a un lado la realidad y no podrán nunca más equivocar un poema… Es evidente, porque equivocar es algo que solo se puede hacer desde el punto de vista de la comparación. En el mundo de la arbitrariedad absoluta es algo que resulta imposible. Si en los poemas desaparece cualquier punto de referencia con respecto a la realidad, si el autor renuncia a propósito a la ambición de expresar su relación con el mundo y consigo mismo, ¿será posible encontrar criterios que permitan dictaminar lo que es bueno, lo que es peor y lo que es malo? Los poemas que nos remite usted son puzles de palabras cuyo único misterio y particularidad es el azar. No hemos descubierto ninguna regla de asociaciones, ningún intento de construir alguna imagen coherente. Por no hablar del sentido. «En los azúcares del mundo me sumerjo como si de un estornino, al que despierta la corteza, fuera el cuerpo»… Señor…
G. A., Szczyrk. Nos apena que siendo, como es usted desde hace años, una fiel lectora de nuestro humilde «Correo» nos entienda tan poco. Nunca hemos tenido nada en contra de la rima y jamás de los jamases hemos tirado a la papelera obras poéticas por el mero hecho de que rimen cabrero con lucero. Hacemos uso de la papelera solo en los casos en los que ese cabrero, personaje, por lo demás, pintoresco y con una gran carga expresiva en el contexto montañés de la región de Podhale, es incorporado a la fuerza al poema sin que lo justifique la lógica de la imagen poética. Y no rimar es imposible, y tanto más hacerlo —como diría Sęp Szarzyński—.[9]
A. O. K. A todos los poetas les asalta la tentación de decirlo todo en un solo poema. Advertimos, sin embargo, del peligro que comportan dos caminos que con toda seguridad llevarán al fracaso artístico. El primero consiste en enumerar en el poema un sinfín de cosas para que recoja el máximo número de elementos posible. El segundo es jugar en el poema con unas cuantas nociones que tienen supuestamente la mayor carga conceptual (para concederles esa mayor carga las escribe usted con mayúscula), a saber: Amor, Vida, Muerte, etc. En ambos casos ese soñado «todo» continúa indómito y lleva una vida disoluta más allá de los límites del poema.
B. L., voivodía de Breslavia. El miedo a emitir un juicio claro, el continuo intento de metaforizarlo todo escrupulosamente, la incesante preocupación no tanto por la precisión y la fuerza expresiva como por si se es lo suficientemente poeta en cada verso son las típicas neuras de casi todos los vates primerizos. Curables, si uno toma conciencia de ellas a tiempo. De momento, sus poemas recuerdan las laboriosas traducciones de un lenguaje sencillo a uno enmarañado, tanto que entran ganas de solicitar que nos envíe los originales a partir de los cuales se realizó esa estéril labor. Créanos si le decimos aquí que es mejor una única metáfora relacionada orgánicamente con la idea inicial del poema que mil quinientas parcheadas a posteriori. Dentro de unos meses, mándenos, por favor, algo nuevo.
Heliodor, Przemyśl. Escribe usted: «Sé que en algunos pasajes los poemas son flojos, pero ¿qué le vamos a hacer?, ya no pienso corregirlos más». ¿Y por qué, Heliodor? ¿Porque la poesía es algo demasiado sagrado? ¿O porque es algo demasiado insignificante? Ambas formas de tratar la poesía son erróneas y, lo que es peor, eximen a los poetas primerizos de la obligación de trabajar el poema. Es agradable y placentero decirles a los amigos que el viernes a las 24:45 nos poseyó el espíritu del vate y empezó a susurrarnos al oído cosas misteriosas con tanta exaltación que apenas si dábamos abasto para anotar lo que nos dictaba. Incluso grandes poetas han disfrutado contando esos cuentos a sus sorprendidos amigos. Pero en casa, a escondidas, corregían afanosamente esos dictados de ultratumba, borraban partes, los rehacían. Una cosa son los espíritus, pero también la poesía tiene su lado prosaico.
Alcybiades, Żywiec. El poema cautamente precedido de tres asteriscos empieza así: «Me quitaron la casa / refugio para el miedo. / Me quitaron el aire / y el moho en las alcobas…». Hay algo evidente: alguien se lamenta. ¿Pero quién? Eso es algo que no se aclara en todo el poema. La alcoba hace pensar en antiguos acontecimientos. ¿Qué acontecimientos? O también puede ser que lo que se dice suceda en nuestros días, pero en un edificio antiguo. Es un misterio. ¿Y quiénes son esos ladrones? ¡Le han quitado la casa! ¡Le han quitado el aire! Si le han quitado el aire, quiere decir que lo han ahogado. Pero al mismo tiempo se han llevado el moho, y eso, en cambio, merece cierto reconocimiento. ¿Con qué objetivo hicieron lo uno y lo otro? Cuatro versos y mil dudas. ¿Mil? Ninguna. Simple y llanamente ni el autor sabía qué estaba escribiendo. No es el primero, ni el último. Y la vida va pasando.
R. B., Lanckorona. En el poema «Crepúsculo» se compara el corazón con un polluelo. Aceptemos, pues, que es parecido a un polluelo. Pero es que apenas un instante después el corazón aparece en otro papel, es una pequeña boya temblorosa sobre «la superficie del silencio». Y eso no es todo. En la siguiente frase, el corazón recibe el nombre de cimbalillo que convoca a «los pensamientos extraviados». Entre las comparaciones que van apareciendo no realiza usted ninguna selección, todas son buenas con tal de que sean «poéticas». Una comparación sirve para reforzar y precisar una descripción. Si no cumple esa función, se trata de una comparación mala e innecesaria. ¿Qué nos puede quedar de un poema en el que todo se compara con todo sin cuidado alguno por la uniformidad de las imágenes y por sus vínculos recíprocos?
Tad. G., Varsovia. Trabajando como trabaja en un ámbito no relacionado con la cultura, y encontrándose, como usted mismo dice, «en la segunda mitad de la vida», echa usted, de vez en cuando, mano de la pluma y escribe un poema en el que expresa diferentes y maravillosos pensamientos en forma de aforismos. Para usted, la poesía es un territorio donde coger aliento tras las dificultades de la cotidianeidad, un territorio en el que uno se puede olvidar un momento de muchos asuntos del día a día. Es así como nacen algunas de esas estrofas de una gracia un tanto ingenua e infantil que, sin embargo, parecen estar al margen de un tiempo concreto y de la personalidad del autor. Los poetas «de casta» hacen justo todo lo contrario: la poesía no es para ellos un entretenimiento y una huida de la vida, sino la propia vida. Por eso intentan expresar en ella todo eso que usted aparta a un lado: las experiencias, el desasosiego, los reproches, las preguntas que se hace una persona adulta. No siempre les bastan los moldes poéticos ad hoc, y sus aforismos rara vez son tan cándidos. No aparentan ser más jóvenes de lo que son, ni saber menos del mundo de lo que en realidad saben. Le va a costar a usted hacerles la competencia a esos especialistas del verso. De la misma manera que a ellos les resultaría difícil realizar el complicado trabajo que hace usted.
Benigna K., Gdańsk. Un poeta lírico suele escribir ante todo sobre sí mismo. Que los poemas resulten interesantes para otras personas dependerá de la personalidad del autor, de las dimensiones de su universo personal. En su caso, se trata de unas dimensiones minúsculas. La imaginación es incapaz de dar un salto a otro tiempo y otro espacio. ¿Qué escribió Tuwim?[10] «Desde aquí, claro está, nada se ve, / ni se oye, es algo natural, / sigiloso, sagaz, avanza el tigre / en medio de la selva tropical…». No vale la pena seguir escribiendo si de vez en cuando no nos asalta la idea de ese tigre. Y otras muchas y extrañas ideas que aparentemente no tienen nada que ver con nuestra vida cotidiana.
Miodnica. Son unos poemas simpáticos, pulidos, bien construidos, pero también muy «a la manera de». No contienen ni una imagen, ni una expresión que nos sorprenda por su frescura. Y es que la poesía, aunque trate temas tan manidos como el asombro frente a la primavera o la tristeza otoñal, lo tiene que hacer todo el tiempo como si fuera la primera vez, realizando nuevos descubrimientos líricos. En caso contrario, ¿no es suficiente con lo que ya se ha escrito? Atentos saludos.
Marek T., Zakopane. Tienes una idea errónea de los poetas. Desde que el mundo es mundo, no ha habido ninguno que cuente las sílabas con los dedos. El poeta nace con oído. Con algo tenía que nacer, digo yo.
K. K., Bytom. Lamentamos tener que repetir todo el tiempo: inmaduro, trivial, amorfo… Pero, al fin y al cabo, no se trata de una sección para premios Nobel, sino para los que tendrán que esperar todavía un tiempo antes de encargar un frac y viajar a Estocolmo. Nos apena que considere usted el verso libre como una liberación de todo tipo de reglas. Escribe usted frases sueltas que corta como le viene en gana y coloca algunas palabras a la derecha, y después otras a la izquierda. La poesía (independientemente de las consideraciones que podamos hacer sobre ella) es, ha sido y será siempre un juego y no existe un juego sin reglas. Es algo que los niños saben perfectamente. ¿Por qué lo olvidan los adultos?