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Esko, Sieradz. La juventud es verdaderamente un periodo muy duro de la vida. Y si a las vicisitudes de la juventud se les une la ambición de escribir, entonces sí que hay que estar en forma para poder con todo. A ese estar en forma contribuyen la perseverancia, el esfuerzo, las lecturas, la capacidad de observación, una cierta distancia con respecto a uno mismo, la empatía, el espíritu crítico, el sentido del humor y el firme convencimiento de que el mundo se merece seguir existiendo, y con más felicidad que hasta ahora. Los textos que nos ha mandado apenas si dejan entrever las ganas de escribir, y no muestran todavía ninguna de las virtudes mencionadas. Tiene usted mucho trabajo por delante.

Elżbieta G., Varsovia. «¿Qué caminos he de seguir para, estudiando por mi cuenta, yo sola, poder conocer la literatura polaca, y más concretamente la poesía?». Si no has acabado el bachillerato, hay que dominar el programa escolar de literatura y también, como mínimo, el de historia. Leer revistas literarias. Asistir a encuentros literarios. Escuchar debates. Intentar conocer a personas realmente cultas. Como ves, un programa atractivo, pero que no garantiza efectos impresionantes inmediatamente. Así es nuestra vida. Corta, por así decirlo. Y exige paciencia con todos y cada uno de los detalles.

K. K. K., Katowice. Un relato negro que no desmerece en nada de los que se suelen leer en la revista Panorama.[11] No despreciamos en absoluto ese género, porque es lo único que se puede leer con una cierta atención en la sala de espera del dentista. Pero la verdadera literatura empieza realmente cuando los personajes vivos intrigan más que un misterioso cadáver. Cordiales saludos.

M. G., Breslavia. Es usted un humilde aprendiz de los poetas, observa sus trucos, traslada imágenes concretas de los poemas de estos a los suyos. Algunos de los poemas empiezan con un epígrafe a cierta «Señora», solo porque esa lírica «Señora» está desde hace algún tiempo muy de moda. Los versos se caracterizan por una rima cuidada y la completa indiferencia del autor hacia el tema tratado. La edad explica muchas cosas. Cuando se tienen diecisiete años, uno aparenta cualquier cosa con tal de no parecerse a sí mismo. Cuando echamos la vista atrás, recordamos muy bien ese horror.

Jawor de Jawor, Breslavia. Merecen ser destacadas algunas páginas del relato, concretamente las que recogen la conferencia del profesor de astrozoología. Las hemos leído entre risas y le reconocemos una gran imaginación a la que ha sabido usted imponer la disciplina de una sistematización pseudocientífica. Es una lástima que el contexto ficticio de la conferencia ya no sea tan original y ya no esté tan cuidado estilísticamente. Los principiantes lo tienen difícil en este mundo. Tienen que impresionar al lector con una obra que en su conjunto sea buena y que mantenga ese mismo nivel todo el tiempo, es decir, el poema completo y no solo que haya una metáfora lograda, o el relato entero y no solo un fragmento. Los fragmentos, pasajes, anotaciones se publican apenas después de la muerte del principiante, que habrá trabajado toda su vida duramente para llegar a ser un maestro. Es algo amargo, pero probablemente bastante sensato. Por favor, siga en contacto con nosotros. Le animamos encarecidamente a seguir escribiendo.

Michał, Nowy Targ. Rilke desaconsejaba a los jóvenes poetas temas demasiado generales y manidos, ya que son los más difíciles y requieren mucha madurez creativa. Les proponía que escribieran sobre lo que veían a su alrededor, lo que les ocupaba a diario, lo que habían perdido, lo que habían encontrado. Recomendaba introducir en los poemas cosas que nos rodean, las imágenes de los sueños, los objetos recordados. «Si su vida diaria le parece pobre —escribía— no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que aún no es lo bastante poeta como para convocar su riqueza». Nuestros consejos quizá pudieran parecerle superficiales y simplones. Por eso nos apoyamos en la autoridad de uno de los poetas más esotéricos del mundo, y, mire usted por dónde, en lo mucho que apreciaba esas cosas que se suelen llamar normales.

B. Bz., Breslavia. A menudo nos llegan textos cuyos autores, en sus cartas, comentan que han sido bien valorados por profesores de polaco de la escuela. Nosotros, en cambio, o recurrimos al silencio como única respuesta, o hacemos una valoración negativa, o, en el mejor de los casos, recomendamos dejar para más adelante el sueño de publicar. ¿Pero a quién creer entonces? Todo parece indicar que alguien se equivoca, o el profesor de polaco o el redactor. La verdad es que no se equivoca nadie. Las valoraciones son diferentes porque los criterios utilizados son diferentes. El profesor de polaco elogia y destaca el poema por su perfección estilística, por las exuberantes frases, por la claridad de las imágenes y por la correcta aplicación del modelo de versificación en cuestión. No le exige a la obra una particular frescura en la expresión, ni originalidad de ideas, porque sabe que cuando alguien está en edad escolar la personalidad se está apenas formando y, por lo tanto, aún no es capaz de expresarse con voz plena. Si nosotros estuviéramos en el lugar de tu profesor, también nos habrían alegrado tus sonetos, a los que desde el punto de vista formal no se les puede reprochar nada, lo cual demuestra que has entendido perfectamente nuestra lección sobre el soneto. El caso es que la mera habilidad artesanal no es suficiente en el mundo de la literatura «de los adultos». El tema de tus sonetos está tomado de la poesía romántica y las imágenes son imágenes manidas y han sido banalizadas por numerosos epígonos. Y de nuevo tenemos que repetir que habrá que esperar para publicar. De momento, sigue atentamente las clases de tu profesor de polaco. Porque en polaco hay que sacar un «sobresaliente».

Cz. B., Łódź. Querido Czesław, estábamos en ascuas por saber quién era el asesino y nos tuviste con el corazón en un puño hasta el final. ¡Y de repente, el propio difunto sale del ataúd y señala al culpable! ¡No lo vamos a negar, eso sí que es una sorpresa! Nos mandes lo que nos mandes, lo leeremos con gran placer. Pero con la valoración tendrás que esperar aún algunos años; todo parece indicar que no llevas mucho tiempo en este mundo. Pronto te darás cuenta de que no solo doña Agatha escribe historias que hielan la sangre en las venas, sino también el señor Homero, el señor Shakespeare, el señor Dostoievski y algunos señores más. Recibe un cariñoso saludo.

B. K., Radom. A juzgar por la caligrafía, el autor no es una persona de avanzada edad, es decir, tiene aún por delante una gran cantidad de benévolo tiempo. Así que, que lea buena poesía y que la lea bien, siguiendo las infinitas posibilidades de cada palabra utilizada. Se trata, ni más ni menos, de las mismas palabras que reposan muertas en los diccionarios o que tienen una vida gris en el habla cotidiana. ¿Cómo es posible que en la poesía brillen con esa luz, como si fueran completamente nuevas y hubieran sido descubiertas apenas un momento antes por el poeta? He ahí, como diría Horacio.

M. M., Wrocław. Su hijo —dieciséis años y medio— en los últimos meses ha empezado a escribir poemas, anda alicaído, intenta dejarse la barba, lleva uno de esos anillos grandes de bisutería y un pañuelo raro atado al cuello y pasea su obra poética por la ciudad en el estuche de un violín. Nos pregunta usted, como conocedores del tema, si lo que le sucede a su hijo tiene realmente que sucederle y si hay alguna esperanza de que se le pase algún día. Se le pasará, claro que se le pasará. De momento, el muchacho quiere llamar la atención a toda costa y está justo en esa edad en la que se cree en la infalibilidad de los accesorios. Lo único que nos parece dudoso es que todo eso haya empezado escribiendo poesía. Probablemente haya empezado todo al mismo tiempo y, por regla general, todo se pasa también al mismo tiempo. Si el chiquillo realmente tiene madera de escritor, pronto entrará en otra fase de desarrollo. Se dará cuenta, un tanto desconcertado, de que verdaderamente es alguien diferente y eso no es nada cómodo en la vida. Intentará cambiarlo o, al menos, ocultarlo a toda costa. Se habla de eso en Tonio Kröger. No nos encontramos ahí, ni mucho menos, con una manifestación infantil de la otredad, sino con una otredad auténtica, ese tipo de sensibilidad interior que anuncia más de una complicación en la vida. Pero no vayamos tan rápido. Quedémonos, de momento, con el estuche y el anillo. ¿Qué pueden hacer en estos casos los pobres padres? Los pobres padres esperan pacientemente, recuerdan cómo eran ellos cuando tenían esa edad y buscan consuelo en libros de filosofía.

Ewa, Bytom. ¿Quién sabe?, es posible que algunas fuerzas poéticas dormiten en el fondo de su alma; el hecho, sin embargo, es que todavía no logran aflorar. Pone usted a su paso obstáculos hechos de montones de metáforas, tantas que resulta imposible percibir el mundo más allá de ellas. Los esfuerzos por ser cada vez más poéticos son la inseguridad más frecuente de los poetas primerizos. Temen la más sencilla de las frases e intentan enmarañarla, y complicarse la vida ellos mismos y complicársela a los demás. De diez, uno consigue sobreponerse a ese amaneramiento y llega a convertirse en un buen poeta, cinco dejan de escribir, uno se pasa a la prosa (¡ojalá que sea con un mejor resultado!), y los otros cuatro siguen escribiendo y extrañándose cada vez más de que sus poemas no impresionen a nadie. Si uno hace cálculos, aquellos diez se han convertido de repente en once. Está claro que mientras estábamos escribiendo el texto, alguien más se ha sumado al grupo.

Z. N-ski, Wadowice. «Érase que se era una guapa, dulce y prudente muchacha que tenía un novio que era también un dechado de virtudes. Iban a casarse al cabo de dos años y trabajar en lo mismo. Pero un día, la muchacha conoció a un impresionante grupo de guitarristas eléctricos que actuaban con largas batas hechas de satén estampado para colchas. La felicidad se esfumó, la muchacha se fue con aquel grupo de músicos tan maravillosamente vestidos y empezó a berrear como solista en los más variados clubes de mala muerte». He ahí una historia sacada de la vida misma. Podría parecer incluso que no exige ningún esfuerzo creativo, que sale sola… Pero aquí también es necesario pensar bien cómo componer el texto, encontrar el tono preciso. Ha sufrido usted un ataque de incontinencia verbal, ha cargado el texto de peroratas moralizadoras, apareció un brillo amenazador en sus ojos, cuando lo que había que hacer aquí era arrojar una mirada triste y burlona y también intentar entender, porque en la buena prosa eso también es necesario.

Me-Lon, Katowice. Teniendo en cuenta que en la primera página aparece el director, lo normal es que en la segunda aparezca la secretaria, y si en la segunda aparece la secretaria, en la tercera, la esposa del director, en la cuarta, por su parte, un coche corriendo al balneario, y en la quinta…, no se sabe, porque a pesar de una angelical paciencia con respecto a esas «estampas de la vida» no hemos sido capaces de seguir leyendo hasta el final y metidos profundamente en nuestros pensamientos hemos enviado a la inmensidad interplanetaria la siguiente pregunta: ¿por qué esas historias de oficina tienen que ser tan esquemáticas, planas y sin alma? Dice usted que el relato es «realista». Sin embargo, el realismo no consiste en emplear un esquema trillado en miles de sketches. Todo lo contrario, se llega a él precisamente cuando se acaba el esquema y las personas que entran en acción empiezan a pensar y a sentir a semejanza, más o menos, de las personas de verdad. Desde esta concepción, Historia como muchas otras está lo más lejos posible del realismo. Sin aproximarse, a pesar de ello, a ningún otro tipo de prosa.

M. O., Trzebień. «La despedida del verano brota como un blanco pecho de la túnica que un broche recoge…». Esto sugiere varias preguntas: por qué como un pecho, por qué necesariamente blanco, por qué brota, por qué de la túnica. El resto del poema nos deja esa inquietud sin respuesta. En lugar de eso aparece Adán tentado por una serpiente, lo cual es una atrevida novedad que no parece, sin embargo, que vaya a tener mucho futuro. La humanidad ha hecho suya con sumo placer la idea de que Eva es la culpable de todo.

A. G. K. Un cuento agradable, relatado de forma sencillita, y del que se desprende una única conclusión: qué bien está eso de enamorarse a primera vista y ser correspondido, sobre todo cuando no hay nada en el pasado que ensombrezca ese sentimiento y el futuro también es de lo más prometedor. Nos encantaría que nos invitaran a esa súper boda y levantar una copa de vino tinto para brindar por la felicidad de los novios. Como lectores, sin embargo, nos sentimos defraudados. Quizá tengan la culpa de todo los cuentos que leímos en la infancia en los que las brujas malas, aunque solo fuera por un momento, intentaban desbaratar los planes de los enamorados y estropearlo todo. Es posible que haya escogido usted para que lo valoremos un relato que cuando fue leído entre amigos no generó ninguna discusión, y que por eso consideró usted que era el mejor. Si fuera así, envíenos, por favor, uno de los que sí fue criticado. Saludos.

B-dan, Chełm, región de Lublin. Escribe usted —como leemos en su carta— sin metáforas, que al parecer han caído ya en desuso en la poesía. Veamos, pues, cómo es la cosa en los poemas que nos adjunta. Es cierto, no hay metáforas, pero únicamente metáforas de esas nuevas que tiene que crear uno solo, porque de las otras, de las viejas, de las que forman parte ya del habla coloquial, sí hay varias. Porque, sabe usted, las metáforas no son, ni mucho menos, rarezas poéticas, son una de las características más vivas de la lengua. Nunca permitirán ser desterradas por completo. Así, en líneas generales, parece que se mete usted en unos problemas fuera de lugar en los inicios. Primero, debería preocuparse por saber si tiene algo que decir. Desde ese punto de vista, sus poemas son un desierto y eso ningún truco formal lo puede ocultar. «Quiero ser poeta». Ja, de nuevo empieza usted por el final. Preferimos claramente a los que simplemente «quieren escribir». Lo que pasa es que eso es algo muy serio.

H. O., Poznań. Raras veces sucede que alguien se dedique a traducir poesía por mero placer, y menos de poetas tan difíciles de traducir como, por ejemplo, Goethe. Por eso lamentamos que nuestra valoración de esos intentos no sea agradable. El traductor está obligado no solo a ser fiel al texto, sino que además tiene que trasladar a su idioma toda la belleza de esa poesía sin olvidar su forma y conservando en la medida de lo posible el estilo y el espíritu de la época. Goethe, en las traducciones que usted ha hecho, parece un poeta sin posibilidad alguna de alcanzar renombre mundial: le gustan las rimas torpes (perder, éter, silla, alevosía), tiene serias dificultades con las frases sencillas («cuando te acerques al mercado», que debería corresponder a «Wenn dich auf dem Markte zeigest»), e incluso le es difícil dar con el ritmo regular. Cuesta entender qué habrá visto Mickiewicz en un infeliz como ese.

M. Mar, Varsovia. El Poema sobre mi madre es muy correcto, se diría que es un poema pulido cuidadosamente. Toca un tema que por motivos obvios resulta cercano a todo el mundo, y a pesar de eso no emociona (¿porque en esencia se trata aquí de emocionar, verdad?) y despierta ciertas dudas que vamos a intentar desgranar aquí brevemente. Existe un cierto modelo de poemas sobre las madres que se remonta, como mínimo, al siglo xix, cuando la madre de un joven poeta fue presentada como una viejecita de rostro ajado, cubierto de surcos y la aureola de sus blancos cabellos. Llevaba un sempiterno vestido negro y tenía colocadas sus arrugadas y temblorosas manos sobre las rodillas. Hasta ahora, ese modelo sigue expiando sus culpas tercamente en forma de poemas, y eso a pesar de que las madres de esos descomunales veinteañeros tienen de media unos cuarenta y tantos años (por lo menos en las ciudades) y están muy lejos de sentirse ancianas matronas. Y además, hacen todo lo posible para no parecerlo. ¡Qué le vamos a hacer!, la mirada de los hijos es despiadadamente convencional. Y eso no ayuda a escribir buenos poemas.

A. M., Varsovia. Los gatitos maúllan, miau, miau, mientras el reloj de pared, tic-tac, tic-tac, y papá y mamá les dan un beso a los niños antes de ir a dormir, muac, muac… ¿Qué cosita es? Está más claro que el agua, poemillas infantiles escritos por algunas horrendas señoras. Desea usted unirse al grupo. No podemos prohibírselo, pero, por lo que más quiera, tenga usted piedad de nuestros hijos, que no hacen otra cosa que salir huyendo ante ese tipo de literatura, fiuuu, fiuuu, fiuuu.

M. N., Varsovia. «En caso de que estos poemas se publiquen, quiero que aparezcan con el seudónimo de Consuelo Montero. Gracias». Es una gran idea para una cabecita de trece años. Sería interesante saber si la redacción de algún semanario español ha recibido poemas de una verdadera Consuelo Montero que desee publicarlos con el exótico seudónimo de Marysia Nowak. Eso sí que sería un auténtico intercambio cultural, ¿verdad? No obstante, aún es pronto para empezar a publicar. Que las dos señoritas sigan trabajando duramente y sean pacientes.

[11] Semanario ilustrado publicado en Silesia desde el año 1954.