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Paw. Łuk., Varsovia. Desea usted llegar a ser un Villon del siglo xx. Perfecto. Le maravilla «esa vida repleta de emociones de verdad». «Un poeta —escribe usted— no abría de tener freno alguno…». ¡Sagradas palabras! En el mejor de los casos, no habría de tener freno. Aprovechando, queríamos llamar su atención sobre un pequeño detalle de la vida de Villon que parece habérsele pasado a usted por alto. Ese gran poeta se licenció en la Facultad de Artes de la Universidad de la Sorbona, de lo que hay que sacar la conclusión de que era un joven con una gran formación para la época. Le damos nuestra palabra de honor de que ese hecho tuvo una gigantesca importancia en su poesía.

M. A. K., Szczecin. Tenemos aquí apenas un borrador de un relato. «¿Y eso? —dirá usted—, he contado unos hechos de la manera más discreta y más delicada posible. Todo lo que un observador imparcial podría haber visto. ¿Qué más quieren?». Pues quizá que fuera usted una observadora más curiosa. Del protagonista de un conflicto de naturaleza psicológica no basta con decir que simplemente era ciego, porque ser ciego no dice nada de su carácter. ¿Y su chica? Cuando acabamos de leer, seguimos sabiendo demasiado poco de ella como para que se nos quede en la memoria como un personaje concreto. En los siguientes relatos recuerde una cosa, por favor: el autor tiene que ser un espía de sus personajes de ficción, escuchar detrás de la puerta, observarlos a escondidas cuando están solos, abrir sus cartas e intentar saber sobre qué temas callan. Reciba nuestros saludos.

Kali, Łódź. Somos partidarios del viejo principio de que el escritor tendría que saber de sus personajes algo más que ellos mismos. O, como mínimo, lo mismo. Eso sí, nunca menos. ¿Cómo explicar la decisión de Marek de dejar de golpe y porrazo su trabajo en la fábrica? En el relato no hay ninguna justificación de ese hecho, y eso a pesar de que se trata de un punto de inflexión en la vida del protagonista que resultará decisivo en el futuro. Hasta los más pequeños actos de una persona tienen un sinfín de motivos. Un autor debería aspirar a descubrir esos motivos, crear una especie de jerarquía según el grado de importancia, y, muy a menudo, sacar a relucir motivos que hasta ese momento habían pasado desapercibidos. La pregunta «¿por qué?» es la pregunta más importante en el idioma terrestre, y muy probablemente también en los idiomas de cualquier otra galaxia. El escritor tiene que conocerla y tiene que saber hacer uso de ella. Para empezar, intente usted enterarse de alguna cosa más de ese Marek suyo.

Zygfryd Miel., Gdańsk. En sus textos hay algo: cierta imaginación, cierta burla, cierto sentido del absurdo (¡muy de moda!). Pero habría que reescribir cada relato, como mínimo, unas cinco veces todavía. Le recuerdo, de paso, que Chéjov reescribía sus textos siete veces, y que Thomas Mann hacía cinco correcciones (entretanto se inventó la máquina de escribir).

B. D., Piastów, cerca de Varsovia. El pecado original de todo escritor debutante: la fe en la omnipotencia del tema. Parece que basta con pensar un tema para que la mayor y principal parte del trabajo ya haya sido realizada, y que ese pequeño resto que queda, es decir, contar ese tema, sea un detalle sin mayor importancia. Sobre todo, claro, porque el tema en sí mismo ya es atractivo: el amor. La historia de amor de una joven muchacha hacia un hombre casado que finaliza por voluntad propia en la línea de esos consejos que aparecen en revistas femeninas tipo Zwierciadło o Przyjaciółka.[14] Las cosas, sin embargo, son absolutamente diferentes. El tema es lo más fácil, y por sí mismo no tiene ningún valor literario. Empieza a tenerlo cuando se enmarca en una realidad psicológica y social, cuando aparece documentado por la observación y la experiencia del autor. En su relato todo está manga por hombro y apenas esbozado: que si un pueblo, que si una chica, que si un hombre… El corazón de la chica alberga «sentimientos contradictorios», el hombre «le cierra la boca con un beso»… Se puede escribir así, es cierto, pero no hay que escribir así.

P-ł, Lublin. No solo no dudamos de la existencia del amor a primera vista, sino que además estamos dispuestos a ver en ese fenómeno una severa trascendencia de la naturaleza. Puede estar seguro de que la escena que usted describe ha tenido lugar, y no una única vez, ni tampoco solo en esa playa. El caso es que esas personas que se han interesado tan rápido la una por la otra, no han sido capaces de interesarnos a nosotros antes que nada. Eso, lo primero. Lo segundo es que el autor debería insuflar en esa escena algo de su propia experiencia. Convencer al lector de lo importante que ha sido todo eso, o si no, al menos, de lo tremendamente insignificante que ha sido. Y entonces no habrá un: «Lo tercero…».

Belka, Gniezno. Claro que sí, la confianza en uno mismo es muy necesaria a la hora de escribir. Solo que depende de cuál, porque hay dos. Una se desprende del hecho de que todavía se ha leído poco. Ante la falta de cualquier escala de comparación, el primer poemilla sobre que el sol brilla con mayor claridad en primavera, le puede parecer al autor una obra maestra sin igual, a la que después siguen otras. El segundo tipo de confianza en uno mismo, si bien es cierto que no lleva consigo repentinas fascinaciones, ofrece a cambio una mayor garantía de resultados satisfactorios. Hay que alcanzar un buen conocimiento de la literatura clásica y de la literatura contemporánea. Pensar si ya todo ha sido dicho, y dicho desde una perspectiva que cierre la cuestión del todo. Si no, igual es tu turno. Aparece la confianza número dos. Sobre textos que nacen de ese tipo de inspiración, ya se puede hablar. Saludos.

Puszka, Radom. Incluso sobre el aburrimiento hay que escribir de forma apasionada. Es una regla de oro de la literatura que ningún «-ismo» es capaz de derribar. Debería usted empezar a escribir un diario, cosa que, de paso, recomendamos a todos los candidatos a escritor. Ya verá usted como entonces se da cuenta de la cantidad de cosas que suceden en un día en el que aparentemente no sucede nada. Si, por caso, no apreciara usted nada digno de ser anotado —ninguna observación, ningún pensamiento, ninguna impresión— la conclusión solo podrá ser una: no tiene usted madera de escritor. Le animamos a que haga el intento.

Grzywa, Zakopane. No queda otra, joven melenudo, hay que conocer la poesía clásica, aunque solo sea para evitar trabajar en balde. No vaya a ser que —cosa que puede suceder— escribas Król-Duch[15] y después te siente mal que alguien lo haya escrito antes.

Ewus, Chełm, región de Lublin. Y de nuevo, por segunda vez esta semana, recibimos en la redacción una autorización para hacer todas las correcciones que consideremos oportunas. De debutantes tan poco serios como esos, poca cosa buena va a sacar la literatura. Sentimos curiosidad por saber si el Comité Olímpico Polaco recibe cartas del tipo: «Tengo la intención de ganar el campeonato del mundo, les autorizo a entrenar por mí»…

T. W., Cracovia. En la escuela no hay, por desgracia, bastante tiempo para enseñar cómo analizar estéticamente una obra literaria. Se comenta, sobre todo, el tema y se subraya la relación con el momento histórico. Es un conocimiento muy necesario, pero no es suficiente ni para alguien que tiene que llegar a ser un lector autónomo, ni mucho menos para alguien que tiene él mismo aspiraciones creativas. A menudo, nuestros jóvenes corresponsales se indignan cuando se enteran de que sus poemas sobre la reconstrucción de Varsovia o sobre la tragedia de Vietnam pueden no ser buenos. Entienden que las buenas intenciones deciden automáticamente sobre la forma. Pero, claro, para llegar a ser un buen zapatero no basta con ser un entusiasta de los pies del género humano. Hay que entender también de pieles, de herramientas, saber escoger la forma adecuada, etcétera, etcétera. La creación artística requiere un esfuerzo parecido.

Idem, Radomsko. Al talento no le basta con la «inspiración». De vez en cuando, todos nos sentimos inspirados, pero solo los que tienen talento son capaces de pasar horas frente a la hoja de papel y perfeccionar los dictados del espíritu. Si a alguien no le apetece hacer eso, quizá es que no ha nacido para la poesía… De ahí ese raro fenómeno que hace que haya una infinidad de inspirados rimadores, pero poetas de verdad, pocos. Tanto antes como ahora, tanto ahora como en el futuro…

Olgierd, Olsztyn. A pesar de sus veintitrés años, es usted todavía extremadamente pueril. Se imagina usted que un debut poético es algo parecido a un éxito fulgurante en el mundo de la canción. Un debut: la bomba, el público enloquece, la muchedumbre se agolpa para conseguir un autógrafo, las revistas están llenas de fotos, las entrevistas no cesan… Nadie ha conseguido todavía realizar una conquista así, ¿sabe usted? Los lectores no se emocionan tan fácilmente como la gente asidua a los conciertos de música pop. Y en general, la literatura es hoy el dominio de emociones menos vehementes, pero sin duda más firmes. Se ve usted rodeado de un enjambre de entusiastas, recitándoles poemas, ¿pero qué poemas, qué poemas? Primero hay que escribirlos, trabajar duramente, corregirlos, usar la papelera, empezar de nuevo… Si alguien piensa en la literatura, que se imagine en unas condiciones diferentes, más modestas: en una habitación vacía frente a una hoja de papel. En un paseo solitario. Con un libro ajeno, porque no solo merece la pena leer los libros de uno. Y finalmente en conversaciones con personas en las que no se es el principal centro de atención. De los poemas enviados hay dos que destacan por una relativa claridad. Los demás son tediosamente caóticos.

M. J., Varsovia. Son unos relatos todavía demasiado flojos. Considera usted que la expresión «un gran amor» basta para emocionar al lector y engancharlo a las vivencias del protagonista. Habría, sin embargo, que demostrarle por qué ese amor era tan grande y por qué había de tener alguna importancia para alguien ajeno a todo eso. Del texto se desprende que nos encontramos ante un cariño con una base pequeña y una superestructura modesta. Cierto, son precisamente este tipo de historias las que suelen darse más a menudo en la vida real, pero si la literatura tuviera que pasar a depender de la estadística, acabaría muriendo de inanición al poco tiempo.

K 4, Szczecin. Estamos hartos de esos cientos de personajes de relatos y fragmentos de novelas con una vida interior tan pobre que hemos empezado a tener dudas de si es posible que gente así exista realmente o si incluso pudieron existir en la época de las cavernas. Desea usted llegar a ser escritor y un escritor mínimamente conocido, un buen escritor, pero seamos sinceros: personajes de esos que son incapaces de hilar en una conversación ni siquiera una frase relativamente coherente y llevan una vida inconsciente y absolutamente maquinal no van a llevarlo a usted al Parnaso. Todo escritor ambicioso intenta fabricarse su propio protagonista pensante, tiene que crear al menos un personaje a su imagen (y nosotros no acabamos de imaginar que ese Józek el Largo sea el portavoz que usted ha elegido), alguien que pueda vivir una vida novelística en una dimensión de una despabilada conciencia. Sin esa ambición no irá usted nunca más allá de unas mediocres imágenes costumbristas.

D. D., cerca de Cracovia. Un guion de televisión se escribe como una obra de teatro, con la salvedad de que puede haber cambios con mayor frecuencia que en un escenario teatral. No hay que conocer todo ese galimatías técnico (como, por ejemplo, cuándo mostrar un primerísimo plano en el que se vea incluso un puente sintético en la mandíbula de J. César, y cuándo tomar un plano panorámico que no permita saber quién narices anda por ahí con esa toga), eso son cuestiones del director, de su concepción y cosas así. Saludos.

J. J. La acción se desarrolla en una panadería descrita meticulosamente, con su amasadora, su sobadora, su batidora, su laminadora, su obrador, su norma de cocción de pan. Hay algo en esa minuciosidad, en esa descripción, propio de un informe. De paso, nos enteramos del tipo de conflictos que tienen lugar en una panadería. Todo parece indicar que nos encontramos ante un reportaje periodístico, solo que lo de llamarlo «relato» lleva a engaño, predispone al lector para tener otro tipo de emociones.

Pero Z., Chełm, región de Lublin. A los animales que en la literatura hablan con voz humana se les exige mucho. No solo tienen que hablar con sentido, sino que además solo pueden decir cosas importantes. Los pobres tienen que ser graciosos, lógicos, agudos. En pocas palabras, se les exige más —¡y con qué frecuencia!— de lo que se les exige a los representantes del género humano, a los que se les permite soltar disparates y balbucear en el papel para la máquina de escribir —como si no fuera difícil de conseguir ese papel—. Hemos leído un relato más sobre unos individuos, humanos, que intercambian vagas ideas en el bar El Osezno. Podría usted escribir algo sobre individuos sobrios. Es más complicado escribir algo así, pero como premio leeremos el relato hasta el final.

Mae, Krościenko. De hecho, no se sabe por qué la escritura de epigramas es casi en su totalidad un dominio masculino. Tampoco es que sea para que los hombres estén orgullosos de ello, porque el nivel medio de los epigramas publicados es muy bajo. ¿Y sabe usted por qué? Porque ellos escriben uno de cada dos que se les ocurren, y lo que tendrían que hacer es escribir uno de cada diez. Si aplica usted ese principio, ya verá como eso la convierte en la mejor.

Paulina, Jelenia Góra. Las fábulas de animales, moraleja incluida, están algo pasadas de moda, pero, en todo caso, dedicarse a ese género exige originalidad, empezando, por ejemplo, por el tipo de animales introducidos. Y usted, que si el león, que si el lobo, que si la oveja. Le rogamos que busque animales que Esopo no tuvo en cuenta. ¿Qué le parecerían, por ejemplo, las bacterias?

L. W., Przemyśl. No, no nos sorprende para nada la forma de esa especie de relato o de ensayo moralista porque no somos los guardianes de esa pureza de los géneros literarios tan poco vigente en nuestros días. Valoramos todas las cosas como si se rigieran por unos principios propios, internos, y solo conforme a las posibilidades que encierran en sí mismas. No nos entristece que un largo comentario tenga la misma importancia que una acción insignificante, solo nos llena de tristeza que ese comentario sea tan ingenuo. Cuando exalta usted la vida bucólica en el seno de la naturaleza, ve en el conocimiento, en la curiosidad por el mundo y en el deseo de tener un futuro mejor las causas de todo el mal en la tierra. Esperamos que vaya usted conociendo mejor la vida en el seno de la naturaleza y, de paso, que mejore su caligrafía.

M. G., Gdynia. El género grotesco es un juego literario muy refinado. Sin poesía, sin gracia estilística y sin inteligencia no hay nada que hacer. Y lo que es seguro es que lo grotesco no tiene como objetivo que a la gente le entren ganas de vomitar. Para provocar ese efecto basta con ver a las dependientas que primero cortan el salchichón y después, con esas mismas manitas blancas, cuentan el dinero. En unas condiciones así la palabra escrita debería ofrecerle al lector paz y consuelo.

Wojciech Z., Kielce. De momento, vemos esa juvenil y despreocupada facilidad para escribir sobre cualquier cuestión que a uno le viene a la cabeza. Las palabras se abalanzan como un alud de nieve primaveral. Pero igual valdría la pena mordisquear, de vez en cuando, el lápiz y mirar desesperado la ventana.

[14] Espejo, Amiga, revista mensual la primera (desde 1957) y semanario el segundo (1948-2009, y después de aparición quincenal), dirigidos principalmente al público femenino.

[15] Rey-Espíritu, del poeta, dramaturgo y filósofo romántico polaco Juliusz Słowacki (véase nota al pie n.º 18, en la pág. 119).