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El comercio global de ideas robadas

Le ha ocurrido a Bill Gates y a Bono, la estrella del rock; a la General Motors y al general Mijaíl Kaláshnikov, el militar ruso inventor del fusil de asalto que lleva su nombre; a J.K. Rowling, creadora de Harry Potter, ya la Pfizer, creadora de la Viagra: a todos ellos les han robado ideas.[1]

«No es agradable que sea un ladrón quien se encarga de tu campaña de promoción», reflexionaba Bono, líder y cantante del grupo U2, tras descubrir que su álbum de 2004 How to Dismantle an Atomic Bomb había sido pirateado y antes de salir al mercado ya estaba disponible en Internet. En el año 2003, meses antes de lanzar en todo el mundo su nuevo sistema operativo Longhorn, Microsoft descubrió copias robadas en Malaisia y Singapur, donde se vendían a dos dólares la unidad.[2] La General Motors ha acusado a un fabricante de automóviles chino de copiar uno de sus modelos.[3] En 2004, el general Kaláshnikov demandó a Estados Unidos por haber adquirido fusiles AK-47 pirateados para equipar a la policía iraquí.[4] Actualmente circulan en todo el mundo alrededor de cien millones de unidades de esta arma, muchas de las cuales son clones perfectos del original. «¿Y qué podemos hacer? —se quejaba el general Kaláshnikov—. Es un signo de los tiempos.»

El caso es que, independientemente de que se las califique de imitaciones, réplicas, copias o artículos pirateados o adulterados, las falsificaciones están por todas partes. Pensemos en cualquier artículo de cualquier industria, y con toda probabilidad habrá sufrido el ataque de los imitadores. Ningún producto está a salvo, se trate de armas o de perfumes; de coches, motocicletas o zapatillas deportivas; de medicamentos o de maquinaria industrial; de relojes, raquetas de tenis, palos de golf, videojuegos, software, música o películas.

Los compradores corrientes que adquieren imitaciones suelen arriesgarse muy poco al hacerlo, o nada en absoluto. Pero las falsificaciones son artículos robados; y lo son porque son producto del robo de la marca comercial, el diseño y las ideas de alguien. Pese a ello, resultan sumamente fáciles de encontrar. De hecho, en casi todas las ciudades existe un mercado o un área determinada que son conocidos por vender copias baratas ilícitas de casi cualquier artículo de consumo.[5] En dichos mercados se ofrecen bolsos de imitación y relojes y gafas de sol de dudoso origen, que se presentan al comprador en escaparates atiborrados. Pero los escaparates no son más que la punta del iceberg. Dentro de las tiendas se encuentran elegantes catálogos de falsificaciones particularmente valiosas —porque son difíciles de producir o porque resultan especialmente deseables en un momento determinado—, que los contrabandistas sacan de sus escondites una vez cerrado el trato. Los productos se apilan en almacenes, a veces formando hileras de artículos de contrabando entregados por camiones desde los puertos a los que han llegado en enormes contenedores, eludiendo las inspecciones gracias a la suerte o a base de engaños. Estos mercados constituyen un fenómeno auténticamente global: tanto en los países ricos como en los pobres, a menudo exhiben las mismas mercancías en escaparates y tenderetes de aspecto similar. Con frecuencia, los comerciantes pertenecen al mismo grupo étnico independientemente de la ciudad o incluso del continente donde se encuentren.

¿De dónde proceden esos artículos? Normalmente de Asia; China, Taiwan y Vietnam son los puntos de origen más probables, aunque ni mucho menos los únicos. Allí, los productos o sus componentes suelen provenir de las mismas cadenas de montaje donde se fabrican los productos de marca que luego se copian. Pero también existen otras instalaciones productivas, más o menos clandestinas y ocultas a las autoridades; eso cuando no son estas las que las protegen. Se sabe que en China los gobiernos provinciales y el Ejército de Liberación Popular (ELP) —las fuerzas armadas chinas— participan en la producción de diversas falsificaciones, y en general se cree que el sistema penitenciario proporciona trabajadores forzosos a tal fin. En otros países, sin embargo, las instalaciones donde se producen copias ilegales de productos de marca pueden ser fábricas modernas que ofrecen los mejores puestos de trabajo de la zona.

Para cuando llegan a la calle, la mayor parte de las falsificaciones han sido objeto de tantos intercambios y transportes que resulta difícil rastrear en qué condiciones se produjeron. A la mayoría de los consumidores, no obstante, eso les da igual, pues están en juego otros impulsos y deseos más intensos. La afluencia de falsificaciones al mercado responde a fuerzas poderosas: las ansias de consumir productos de marca, y la irresistible tentación de comprar a precio de ganga. Las empresas propietarias de las marcas confían en lograr que los consumidores paguen su precio íntegro, mientras que los falsificadores se conforman con ofrecer un mercado alternativo. La batalla entre ambos constituye uno de los grandes conflictos económicos de nuestra época.

EL PRECIO DE LA FAMA

«Hemos descubierto a nuestro enemigo, y somos nosotros mismos.» Los directivos de Adidas, Guess, Calvin Klein, Sony, Black & Decker y las demás empresas que han aspirado a hacerse un nombre en el ámbito internacional, para ellas o para sus productos, bien podrían hacer suya esta célebre frase. Es tan irónico como cierto que el atractivo y la imagen de éxito que han logrado infundir en sus artículos, permitiendo de ese modo aumentar los precios y los ingresos, es precisamente lo que los convierte en objetos idóneos de robos y falsificaciones. Por regla general, cuanto más éxito tenga una marca, más se la falsificará. La vulnerabilidad a los imitadores es el talón de Aquiles de la identidad de marca. Es el precio de la fama.

Exactamente igual que las marcas a las que imitan, también las falsificaciones han recorrido un largo camino.[6] Antaño eran fácilmente detectables y ridículamente primitivas en calidad y diseño. Dado que resultaba casi imposible confundirlas con los productos auténticos, su fabricación y venta parecían más bien el típico ejemplo del «delito sin víctimas». Pero las cosas han cambiado. En la actualidad, las falsificaciones comportan enormes costes, en primer lugar para las empresas, que ven mermar sus ingresos y perjudicada su reputación. Por ejemplo, se calcula que los ingresos anuales que pierden las empresas estadounidenses a causa de las falsificaciones suman entre 200.000 y 250.000 millones de dólares. La Unión Europea estima que se pierden cada año alrededor de cien mil puestos de trabajo a causa de las falsificaciones. Pero las copias ilegales también suponen costes para los gobiernos, tanto en dotación de medios para perseguirlas como en impuestos que se dejan de recaudar. En 2003, el comercio de productos falsificados en el estado de Nueva York alcanzó una cifra estimada de 34.000 millones de dólares, privando a dicho estado —según cálculos de sus propios funcionarios— de 1.600 millones en ingresos fiscales.[7]

Pero, sobre todo, la falsificación perjudica a los consumidores inconscientes, a veces —por ejemplo, en el caso de los medicamentos pirateados o de los recambios de automóvil que incumplen las normas de calidad— con fatales consecuencias. A pesar de ello, las falsificaciones resultan ubicuas, son cada vez más sofisticadas, tanto en su calidad como en la sutileza del engaño, e inundan literalmente el mercado global. Según la Interpol, desde comienzos de la década de 1990 el tráfico de falsificaciones ha aumentado a un ritmo ocho veces superior al del comercio legítimo. Hace veinte años se estimaba que las pérdidas comerciales producidas en todo el mundo debido a las falsificaciones rondaban los 5.000 millones de dólares. Hoy están en torno a los 500.000 millones. Eso sitúa el coste de la falsificación entre el 5 y el 10 por ciento del valor total del comercio mundial, lo que equivale, por ejemplo, al PIB de Australia. Y sigue creciendo, al menos si se mide por el número de incautaciones de productos falsificados que se producen en las aduanas. En la Unión Europea, dichas incautaciones aumentaron un 900 por ciento entre 1998 y 2001, y se duplicaron de nuevo al año siguiente.[8] En el caso de las aduanas estadounidenses, las incautaciones aumentaron un 12 por ciento entre 2002 y 2003, mientras que Japón, por su parte, también declaraba incrementos sustanciales.[9]

Una de las razones de este aumento es la constante expansión de la oferta de falsos productos de marca que se encuentran en el mercado.[10] Antes, las falsificaciones que cruzaban las fronteras afectaban sobre todo a la industria de la moda y, dentro de esta, a los artículos más lujosos, como camisas Pierre Cardin, bolsos Gucci, maletas Louis Vuitton, etcétera. Estos, obviamente, siguen siendo objeto de los imitadores; pero en la actualidad también lo son las válvulas industriales, los cigarrillos, los DVD, los detergentes, las bolsas de basura, los videojuegos, los amortiguadores, los inhaladores para el asma, los aparatos de medición, los puros y el champán. En Oriente Próximo han aparecido válvulas defectuosas que exhiben el logotipo de reputados fabricantes italianos grabado en acero en el lugar exacto. En toda Asia aparecen copias de calidad de películas que aún no han sido estrenadas. El 20 por ciento de los maestros de escuela japoneses admiten haber comprado a sabiendas ropa o complementos con la etiqueta falsificada.[11]Y hay fábricas en México que adquieren materias primas a la India con las que producen y envasan medicamentos falsos, cuyos ingredientes activos están diluidos o sencillamente no existen, y que venden a los estadounidenses en Tijuana o a través de Internet.

Las falsificaciones casi han llegado a saturar algunos mercados, y muy especialmente en China, que representa la «zona cero» de este comercio.[12] En dicho país se vende cada año en productos falsificados un mínimo de 16.000 millones de dólares. El 40 por ciento de los productos de Procter & Gamble y el 60 por ciento de las motocicletas Honda no son originales, como tampoco lo es el 95 por ciento del software industrial. Abundan los medicamentos falsos, tanto los occidentales como los tradicionales chinos. Pero a la vez China es probablemente el mayor exportador mundial de falsificaciones. Otros importantes países de origen son Taiwan, Vietnam, las Filipinas, Malaisia, Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas, así como diversos países de América Latina y África. Algunos de ellos incluso se han especializado: Ucrania en discos ópticos, por ejemplo, o Rusia en software y Paraguay en cigarrillos. La distribución es global, y emplea los mismos medios que el comercio legítimo. Por otra parte, Internet no hace sino potenciar este panorama: según ciertas estimaciones, cada año se comercializan online unos 25.000 millones de dólares en productos falsificados.[13] Resulta fácil montar tiendas en Internet, conectando rápida y discretamente a compradores y vendedores; el correo electrónico y las descargas de archivos han convertido las copias electrónicas de películas y canciones en productos que es posible comprar y vender.

Otra razón del auge de las falsificaciones es que las instalaciones y equipos que requiere su fabricación se han difundido por todo el mundo, sobre todo gracias a los fabricantes originales, que han compartido tecnología y conocimientos con filiales, proveedores y concesionarios extranjeros con el fin de penetrar en nuevos mercados. De hecho, la reproducción de productos comerciales constituye una de las más potentes herramientas del capitalismo. Franquicias y concesiones resultan esenciales para establecer la identidad peculiar de una compañía, su «marca global». Muchos productos que consideramos artículos de lujo —los cosméticos más caros, por ejemplo, o la alta costura— se confeccionan, siguiendo las especificaciones del propietario de la marca, en fábricas de producción en serie que trabajan para múltiples clientes. Un perfume de moda que se vende en lujosos centros comerciales o en sofisticadas boutiques puede proceder de la misma fábrica que los que se ofrecen en una cadena de tiendas de descuento. Un televisor o una lavadora-secadora de marca y de valor más elevado puede muy bien ser igual al modelo «clónico» que se ofrece por solo una parte de ese precio. Las marcas nos sugieren calidad, unidad y consistencia, pero ocultan la difusión global de las instalaciones, el trabajo y el know how que intervienen en la fabricación de todo producto.

La innovación y la tecnología constituyen un arma de doble filo. Las nuevas tecnologías significan nuevos productos —cámaras más pequeñas, remedios para la disfunción eréctil, zapatillas deportivas con cámara de aire— y, en consecuencia, más artículos para falsificar. Los nuevos procesos de fabricación benefician a los productores ilícitos tanto como a los propietarios legales de las marcas, y a menudo con muy poco tiempo de diferencia, cuando no simultáneamente. Las impresoras láser y los escáneres han revolucionado el arte de falsificar envases, etiquetas y manuales de instrucciones. La tecnología de grabación de discos ópticos, hoy disponible de forma generalizada, se traduce en que los DVD piratas ucranianos de dos dólares tienen muy poco que envidiar, en cuanto a calidad, a los originales de treinta dólares. Incluso es posible que las herramientas empleadas en este comercio sean falsas, desde las copias ilegales del programa Autocad utilizado en los diseños hasta las cadenas de montaje compuestas íntegramente de piezas falsificadas.

Especialmente en los países en vías de desarrollo, la gente no parece sentirse demasiado desconcertada por el predominio de artículos falsificados, ni siquiera de aquellos que funcionan mal o que, como en el caso de los medicamentos pirateados, pueden hacer que una persona enferme o muera. Ello se debe en parte a que apenas tienen otras opciones. La industria farmacéutica estima que entre una cuarta parte y la mitad del mercado africano está integrado por productos falsificados. Un estudio realizado en las farmacias de la ciudad nigeriana de Lagos reveló un 80 por ciento de falsificaciones.[14] En tales condiciones, uno aprende a adaptarse, a encontrar imitaciones y vendedores en los que confiar. En el cercano Togo, todas las empresas de distribución legal de música han abandonado el mercado o han tenido que cerrar, de modo que hoy solo se puede acceder a las grabaciones a través de CD piratas, que saturan el mercado local y se envían a toda África occidental.[15] Lo mismo ocurre en muchos países de América Latina. El riesgo de que el producto resulte inapropiado o defectuoso constituye un aspecto de la vida cotidiana perfectamente asumido. Y es posible que se contemple la falsificación como un mal menor, que al menos genera puestos de trabajo e ingresos a escala local, como descubrió la policía tailandesa cuando intentó hacer una redada en una fábrica de juguetes del centro del país y se encontró con que un millar de personas se habían concentrado para impedirles el paso.[16]

Mientras tengan la calidad suficiente, las réplicas no autorizadas de productos comerciales, lejos de rechazarse, en ocasiones son acogidas favorablemente. Uno de los motores del auge de los medicamentos genéricos —que por exigencias de la seguridad social suelen dispensarse en farmacias cuando están disponibles— fue la fabricación no autorizada de copias de populares fármacos por parte de empresas de la India y Brasil, que consiguieron «reconstruir» su fórmula, algo así como si uno desmontara un coche para luego montarlo de nuevo. En la actualidad hay grupos activistas y expertos sanitarios que sostienen que los genéricos no autorizados pueden ayudar en la causa de la lucha contra lacras universales como la malaria, la tuberculosis y el sida. Por otra parte, se atribuye a las reproducciones no autorizadas de grabaciones musicales la virtud de estimular la innovación artística, gracias a las mezclas, los sámplers y la electrónica. Existe todo un movimiento de programadores informáticos e ingenieros de software que ponen su trabajo a disposición de todo el mundo mediante la libre reproducción de acuerdo con lo que se denomina «código abierto», afirmando que actuar de otro modo equivale a reprimir la innovación y a impedir que toda una serie de herramientas útiles vean la luz.[17]

Es evidente que una aplicación técnicamente correcta diseñada para el sistema operativo Linux no tiene nada que ver, por ejemplo, con un falso bolso de piel Prada cuya etiqueta reza «Prado» y que se rompe al cabo de tres semanas, y mucho menos con unos viales de agua del grifo a los que se hace pasar por la vacuna de la meningitis. Sin embargo, no siempre está claro dónde situamos la línea divisoria como consumidores. Con frecuencia, las falsificaciones no se compran por necesidad, sino por libre elección, y los clientes que lo hacen disponen de otras opciones. Hay personas que han adoptado el hábito de utilizar un reloj barato que dura solo unos meses como algo que forma parte de su estilo de vida. Muchas mujeres de Corea y Japón guardan sus bolsos caros para ocasiones especiales y llevan imitaciones cuando salen a hacer recados o cuando llueve, lo que equivale a la costumbre de llevar circonitas o bisutería y guardar las joyas auténticas para ocasiones que merecen la pena y garantizan cierta seguridad. «Tengo varios bolsos falsos, y no sé de ninguna de mis amigas que no tenga uno», admitía una neoyorquina de la alta sociedad que sin duda podía permitirse perfectamente comprar solo originales.[18]

Las marcas poseen un poderoso atractivo. Como así también los precios bajos. Y para miles de millones de consumidores, la combinación de ambas cosas resulta sencillamente irresistible.

PROPIEDAD INTELECTUAL ES PROPIEDAD REAL

Definir qué es falsificación y qué no lo es depende del concepto de propiedad intelectual. El término puede resultar algo engañoso, ya que no todo lo que abarca es «intelectual» en el sentido académico. Antes bien, la ley de propiedad intelectual rige el derecho a utilizar o a beneficiarse de algo que constituye una idea original —fórmulas de medicamentos, diseños de automóviles, películas, novelas, juegos de mesa, modelos de zapatillas deportivas, tejidos sintéticos, etcétera—, así como los nombres y símbolos distintivos utilizados para identificarla.[19] El aerodinámico logotipo de Nike o los arcos dorados de McDonald’s son símbolos que ayudan a atraer clientes y generar ingresos; se trata, por tanto, de activos valiosos. En resumen, la propiedad intelectual es «la idea de que es posible ser propietario de ideas».

Para proteger la propiedad intelectual se utilizan sobre todo tres instrumentos legales: las marcas registradas, que afectan a las palabras, imágenes y símbolos empleados para identificar o distinguir un producto o una empresa; las patentes, destinadas a los inventos, y los derechos de autor, o copyright, que abarcan las obras literarias, de arte, la música y el software. Aunque casi todos los países utilizan estos mecanismos, las leyes y prácticas que rodean a cada uno de ellos varían de un lugar a otro, por no mencionar el modo en que se aplican.

Si se puede ser propietario de ideas, entonces estas pueden comercializarse. Así, existe la posibilidad de autorizar a otros a hacer uso de la propiedad intelectual, a través de un contrato y mediante el pago de una tarifa. Cuanto mayor sea la proporción del valor de mercado de un producto que resida en su marca —lo que hace, por ejemplo, que un peluche de Mickey Mouse sea distinto de cualquier otro peluche—, y no en sus componentes materiales, más pagarán las empresas para protegerla. La falsificación representa un ataque parasitario a ese valor: los falsificadores pagan las materias primas y la mano de obra que utilizan, pero «toman prestado» —o mejor dicho, roban— el valor de marca, del que se benefician todo lo que pueden.

La batalla sobre la propiedad intelectual se ha convertido en un importante conflicto económico internacional. Los países en los que residen la mayoría de los titulares de propiedad intelectual —y donde el valor de marca genera la mayor parte de sus ingresos— sostienen que la garantía de esos derechos de propiedad constituye un requisito indispensable para el progreso constante de la humanidad. Si no se garantizan a los creadores de nuevas y valiosas ideas los derechos de propiedad —y los ingresos resultantes—, desaparecerán los incentivos para estos, y la innovación disminuirá. Es un argumento lógico, e incluso en los países que andan escasos de inventores, los titulares de patentes y las empresas propietarias de grandes marcas entienden este principio. De hecho, muchos se muestran de acuerdo con él, y sus gobiernos han prometido que harán todo lo posible para frenar el uso ilícito de la propiedad intelectual. Sin embargo, los progresos realizados al respecto no resultan demasiado alentadores. Como todas las industrias, una tras otra, han descubierto con decepción que los incentivos para la falsificación resultan, sencillamente, demasiado poderosos.

EL INVENTARIO: DE RELOJES CARTIER A TRACTORES CATERPILLAR

Las falsificaciones son muy variadas. Algunos falsificadores se toman la molestia de reproducir todas y cada una de las señales de identificación, en tanto que otros se limitan a sugerir una marca conocida sin prestar mucha atención a los detalles. Algunas falsificaciones se describen abiertamente como copias, mientras que en otras se insiste en su carácter auténtico. A veces los imitadores cuentan con que sus clientes saben que los productos son falsos; en otros casos, se basan precisamente en el engaño. Algunas imitaciones son productos bien hechos que funcionan a la perfección; otros son defectuosos, o entrañan peligros potenciales. Un rápido vistazo a varias de las industrias más afectadas —indumentaria, productos industriales, software, música y vídeo, y medicamentos— revelará la variedad de artículos, el sofisticado oportunismo y la ilimitada creatividad de los falsificadores. Y mostrará asimismo que estos abastecen a un mercado que está tan ávido de comprar sus ilegales mercancías como ellos de venderlas.

Indumentaria y complementos. En una redada llevada a cabo en junio de 2004 en la neoyorquina Canal Street, se encontraron bolsos falsificados de marcas famosas por un valor de 24 millones de dólares.[20] En Europa, la industria de la indumentaria y el calzado de diseño ha dejado de ganar 8.000 millones de dólares a causa de las falsificaciones, y 3.000 millones la de cosméticos. En Italia, país puntero de la moda europea y principal víctima de algunas de las falsificaciones más sofisticadas del mercado, hasta un 20 por ciento de la ropa que se compra consiste en imitaciones de prendas de vestir de marca, y se calcula que las ventas de artículos de piel falsos en todo el país alcanzan los 1.400 millones de dólares. En Hong Kong y Singapur, las cifras resultan aún más elevadas.

Las falsificaciones más valoradas son las denominadas «supercopias», meticulosas imitaciones de artículos de lujo que incluso han llegado a confundir a los propios empleados de Chanel, en los parisinos Campos Elíseos.[21] La capital mundial de la supercopia es Corea del Sur, con una probable producción anual de un millón de artículos que luego se venden por la décima parte de lo que cuesta el producto auténtico. Un falsificador coreano admitía haber vendido su supercopia del famoso bolso Kelly de Hermès por 3.900 dólares, un precio todavía menor que el del auténtico, que puede alcanzar los 25.000 dólares debido al extraordinario prestigio del que goza la marca Hermès. Lo que permite a este falsificador lograr el engaño son los avanzados métodos de producción empleados en la elaboración de las supercopias, que cuentan con tecnología punta e incluso con expertos artesanos de la industria europea de los artículos de lujo que venden sus conocimientos de forma encubierta. Se trata, pues, de «artesanos deshonestos», no muy distintos de los científicos deshonestos implicados en el tráfico ilegal de armas. Los supercopiadores saben muy bien lo que quieren, y un ejemplo de ello es que los ladrones que en el verano de 2001 irrumpieron en la sede central de una casa de modas italiana robaron, única y exclusivamente, muestras de la colección primavera/verano de 2002.

Los propietarios de las marcas se muestran alarmados por la creciente calidad de las falsificaciones. Los doscientos Rolex falsos incautados en Italia entre 2000 y 2004 estaban tan bien hechos —hasta el punto de contar con una serie de hipersecretas señales internas— que consiguieron engañar a la propia empresa.[22] Incluso los clientes más adinerados y exigentes están descubriendo que en la actualidad la calidad de las falsificaciones es tan elevada que pagar varias veces más por un original está perdiendo su atractivo.[23] Algunos fabricantes confían en que la apertura, en centros comerciales de lujo, de tiendas de venta al público de productos de marca directamente de fábrica y a precios rebajados (lo que se conoce como outlets) ayude a combatir esta tendencia al convertir la experiencia de la compra —que incluye no solo el producto, sino acudir al centro comercial para adquirirlo— en algo de lo que los consumidores adinerados puedan alardear.

Sin embargo, no todos los propietarios de marcas confiesan sentirse alarmados. A algunos fabricantes de artículos de lujo les preocupan menos las falsificaciones, ya que están seguros de que estas apenas desplazan del mercado a un mínimo de su exclusiva clientela; e incluso creen que pueden tener un efecto positivo, actuando como una especie de guía previa que aconseja a los aspirantes a nuevos ricos cuáles son las marcas que deberán procurarse cuando lleguen a serlo. A veces los datos parecen respaldar esta visión; una muestra de ello es que las ventas de relojes Omega de doce mil dólares no paran de subir desde hace varios años pese a la profusión de imitaciones de ochenta dólares que pueden conseguirse en la calle.[24]

En privado, no obstante, los propietarios de marcas reconocen que no tienen todos los triunfos en la mano. El director general de una de las marcas más conocidas de relojes suizos me decía: «Ahora competimos con un producto fabricado por presos chinos. El negocio lo dirigen militares chinos, junto con sus familiares y amigos, utilizando más o menos las mismas máquinas que tenemos nosotros, que adquieren en las mismas ferias industriales alemanas a las que nosotros acudimos.[25]

Y proseguía: «El modo en que hemos racionalizado este problema consiste en suponer que sus clientes y los nuestros son distintos. La persona que compra una copia pirata de uno de nuestros relojes de cinco mil dólares por menos de cien no es un cliente que hemos perdido. Quizá sea más bien un futuro cliente que algún día querrá tener el artículo original en lugar del falso. Quizá nos equivoquemos, y de hecho gastamos algo de dinero en luchar contra la piratería de nuestros productos; pero dado que no parece que nuestros esfuerzos nos protejan demasiado, cerramos los ojos y esperamos que la situación mejore».

Pero cerrar lo ojos y esperar que la situación mejore es un lujo que solo algunas empresas pueden permitirse. Para las que venden productos más baratos como ropa, música o vídeos, la falsificación es una amenaza que puede llegar a acabar con empresas enteras.

Productos industriales. Si uno es un fabricante de automóviles con intereses en China, probablemente se las vea en más de una ocasión con algún fabricante del país cuyo producto, casualmente, tiene el mismo aspecto, diseño o prestaciones que el suyo. Por ejemplo, los faros en forma de ojos saltones del Chery QQ —un automóvil de fabricación china— son un fiel reflejo de los de un modelo de General Motors, el Chevrolet Spark, con el que también comparte muchas otras características. Pero en el mercado de automóviles de Ya Yun Can, en el extremo norte de Pekín, el QQ se vende por poco más de cinco mil dólares, un 20 por ciento menos de lo que cuesta el Spark. Sin embargo, resulta difícil para GM acusar abiertamente a Chery de haberle robado el diseño. La empresa SAIC, copropietaria de Chery, es ni más ni menos que el socio de GM en su consorcio chino; y los principales propietarios tanto de Chery como de SAIC son los gobiernos de diversas provincias chinas. Por otra parte, no existe ningún precedente favorable: la reclamación de Toyota contra otro fabricante chino, Geery, al que acusó de copiarle el logotipo, fue rechazada por un tribunal de dicho país. Tampoco hay muchas probabilidades de que prospere la demanda de Nissan basada en el argumento de que el todoterreno Sing del fabricante chino Great Wall es una imitación de su modelo Paladin. Parece evidente que el gobierno chino alienta de manera tácita esta clase de imitaciones, que representan una especie de acelerador de transferencia tecnológica. Los fabricantes de automóviles apenas tienen otra opción que aceptarlo como uno de los costes de hacer negocio en un mercado, como el chino, muy atractivo.

Los coches totalmente clónicos todavía no han aparecido en el mercado exportador, pero seguramente no tardarán en hacerlo.[26] En China se venden millones de falsas motocicletas Honda a unos trescientos dólares la unidad, lo que representa aproximadamente la mitad del precio del original, y muchas de ellas ya se están exportando.[27] Se calcula que los recambios de automóvil clónicos, la mayor parte de los cuales proceden de la India, China, Taiwan y Corea del Sur, ya han conquistado un sector del mercado mundial por valor de 12.000 millones de dólares. Francia estima que una décima parte de los recambios de automóvil que se venden en Europa son falsificados, mientras que la empresa Daimler-Chrysler calcula que en China, Taiwan y Corea los falsificadores acaparan alrededor del 30 por ciento del mercado.[28] Los fabricantes estadounidenses han descubierto versiones falsas de filtros, frenos, amortiguadores, bombas, baterías y parabrisas de marca. Esas imitaciones no siempre son inocuas: se han encontrado pastillas de freno fabricadas a base de serrín comprimido, y se ha hecho pasar aceite de motor de baja calidad por líquido de transmisión. Aún más preocupante resulta la difusión de recambios falsificados en la industria aeronáutica. En un caso concreto, un mecánico de la compañía estadounidense United Airlines especialmente atento descubrió recambios falsificados completos, con sus cajas reglamentarias y toda la documentación en regla, pero con una vida útil de 600 horas en lugar de las 20.000 de los originales.[29]

Ningún producto parece inmune. El representante en Jordania de un acreditado fabricante de válvulas italiano llamó a la sede central de la empresa para preguntar por qué estaban vendiendo válvulas directamente en el mercado local con un 40 por ciento de descuento.[30] Pero los artículos en cuestión no eran sino falsificaciones de alta calidad, que incluso ostentaban el logotipo estampado en cada pieza. Un fabricante de bombas de alcantarillado de Ohio culpaba de la pérdida de cinco millones de dólares en ingresos y de veinticinco puestos de trabajo a las empresas que en Brasil y en China copiaban sus productos, y hasta sus anuncios y manuales. Y la lista continúa. Aunque hay muchos países de origen distintos, un punto común es China, donde la base fabril y la omnipresencia de empresas extranjeras que hacen negocio a través de representantes y concesionarios prácticamente garantiza las oportunidades de falsificación.[31] En respuesta, muchas empresas han renunciado a frenar la oferta de productos falsos, prefiriendo, en cambio, estrechar el control de sus canales de distribución.

Música y vídeo. Normalmente, la música no se vende a peso.[32] No obstante, en España, por ejemplo, producir y distribuir un kilogramo de música y películas falsificadas resulta cinco veces más rentable que vender un kilogramo de hachís. En el primer semestre de 2002, el servicio aduanero estadounidense se incautó de 2,1 millones de discos piratas, lo que representaba un 66 por ciento más que el año anterior. En Rusia, entre 2000 y 2003, el número de instalaciones de fabricación de CD se duplicó; en la actualidad, el país exporta CD piratas al menos a veintiséis países.[33] Ucrania es considerado como otro de los principales puntos de origen, al igual que Taiwan, donde la capacidad de fabricación de discos supera ampliamente el volumen de las ventas legítimas.[34] Nueve de cada diez grabaciones que se venden en China son piratas. En algunos mercados africanos y latinoamericanos no hay más que falsificaciones, puesto que la industria discográfica legítima sencillamente ha desaparecido. Puede que la calidad sea inferior, pero es mejor que nada.

Evidentemente, los discos compactos pregrabados constituyen solo una parte del problema. Las ventas globales de la industria discográfica llevan años bajando, y parte de la culpa la tiene el auge de las descargas por Internet. La industria discográfica calcula que cada año pierde 4.500 millones de dólares a causa de las copias ilegales, y al menos en el caso de Estados Unidos se han tomado severas medidas para identificar y cerrar las empresas responsables. Para no tener que irse —y nunca mejor dicho— con la música a otra parte, los principales sellos discográficos han lanzado sus propios servicios de descargas previo pago o bien se han asociado, con mayor o menor entusiasmo, a distintos proveedores de software especializados.[35] Sin embargo, y pese al éxito comercial de algunas tiendas de música online como iTunes, de Apple, la situación de la piratería, según un estudio de la propia industria discográfica, sigue siendo «boyante».[36]

No cabe duda de que la distribución online y la piratería están cambiando la industria discográfica, obligando a importantes estudios de grabación a fusionarse y a un número creciente de tiendas de discos a cerrar por haber quedado obsoletas. No está tan claro si los esfuerzos de la industria pueden hacer mucho para frenar esta tendencia. A principios de 2004, por ejemplo, un DJ de Atlanta llamado Danger Mouse puso en Internet lo que tituló el Álbum gris, una mezcla elaborada electrónicamente entre el Álbum blanco de los Beatles y el Álbum negro del rapero Jay-Z.[37] Esta flagrante violación de dos copyrights distintos le valió las alabanzas de toda la crítica, empezando por el New York Times, como augurio de las innovaciones musicales venideras. El mismo día en que la industria discográfica amenazó con presentar una demanda, 170 sitios web colgaron los temas en la red.

Tendencias similares afectan a la industria cinematográfica. A pesar de que bajar un archivo de vídeo de Internet puede llevar varias horas, se calcula que hay un millón de películas ilegalmente disponibles online y que cada día se realizan quinientas mil descargas.[38] Pero el dinero de verdad sigue estando en los DVD piratas producidos en «videofactorías» asiáticas, que se venden en todo el mundo y hacen que el comercio legítimo deje de ingresar 3.000 millones de dólares. El reto de sacar los DVD lo más rápido posible ha hecho que el arte de la falsificación alcance nuevas cotas. En una ocasión el actor Dennis Hopper compró en Shanghai una «excelente» copia de una película en la que acababa de trabajar, tan completa que hasta incluía las pistas de voz que había grabado hacía solo dos días en un estudio de Hollywood.[39] Los fans chinos de Harry Potter podían comprar la película de su héroe meses antes de que se estrenara en el país por solo 1,20 dólares. La piratería de DVD representa una auténtica crisis para la industria cinematográfica, ya que este negocio basa hasta el 80 por ciento de sus ingresos en el mercado secundario, el integrado por el vídeo, el cable o la televisión de pago.[40] En el epicentro de la oferta y la demanda de DVD piratas, la industria cinematográfica de Hong Kong se ha ido marchitando, produciendo menos películas cada año.

Software. Dos semanas antes de que Microsoft lanzara su sistema operativo Windows 95, una red internacional llamada DrinkorDie, con miembros en Estados Unidos, Australia, Noruega, Finlandia y Gran Bretaña, distribuía el producto online.[41] Desde entonces, el gigante del software no ha parado de tener encontronazos con distribuidores «freelance» de todo el mundo. Microsoft es la principal víctima, pero no la única. Adobe, que desarrolla el software de creación de archivos pdf, calcula que el 50 por ciento de los programas vendidos en su nombre son piratas. Y a fin de que las tasas de piratería superiores al 90 por ciento de China, Vietnam y Ucrania, o las superiores al 80 por ciento de Rusia, Indonesia y Zimbabwe, no nos den la impresión de que el problema solo les afecta «a ellos», vale la pena señalar que alrededor de la cuarta parte del software de las empresas estadounidenses es ilegal, y lo mismo ocurre con el 50 por ciento de las españolas. Al fin y al cabo, ¿quién no ha utilizado alguna vez una versión «no del todo legal» de Microsoft Word?

Falsificar software es un gran negocio que, según algunos cálculos, le cuesta a esta industria 13.000 millones de dólares anuales en todo el mundo, y miles de puestos de trabajo solo en Estados Unidos. Su volumen y sofisticación pueden resultar impresionantes.[42] En noviembre de 2001, por ejemplo, las autoridades de Los Ángeles se incautaron de 31.000 copias de software pirata procedente de Taiwan, por un valor de cien millones de dólares. También encontraron dispositivos de seguridad, manuales, códigos de barras, tarjetas de registro y acuerdos de usuario final, todo ello falsificado, junto con 85.000 cartones de tabaco no menos falso. Microsoft, cuyo equipo antipiratería ha pasado de tener dos empleados en 1988 a contar actualmente con más de 250, es también la fuerza impulsora de la denominada Business Software Alliance (BSA), un grupo de industrias que presiona en favor de la protección de los derechos de propiedad intelectual del software en todo el mundo. Este organismo afirma haber hecho algunos progresos para frenar el fenómeno denominado «unidisco», en el que una sola copia legítima de un programa podría llegar a engendrar suficientes falsificaciones para satisfacer el mercado de un país. Paralelamente, sin embargo, escuelas, universidades, empresas y gobiernos de los países en vías de desarrollo se encuentran a menudo con que no tienen otra alternativa, dados los costes, que utilizar copias ilegales de software.

Medicamentos. Abundan las historias terribles relacionadas con medicamentos falsificados.[43] En 1995, una falsa vacuna de la meningitis mató a miles de personas en Níger. Al año siguiente, 89 niños haitianos murieron tras ingerir un jarabe para la tos adulterado con anticongelante. En 1999 se descubrió que más de la tercera parte de las unidades existentes en el sudeste asiático de una determinada píldora contra la malaria eran falsas. En China se desvían para el uso humano fármacos empleados en veterinaria, cambiándoles la presentación.[44] La agencia pública de noticias de Shenzhen calcula que en 2001 murieron en China 192.000 personas a causa de medicamentos falsificados, tanto por las toxinas que contenían algunos de ellos como por la ausencia de efectos curativos de otras que carecían de su ingrediente activo.

La Organización Mundial de la Salud estima que el 8 por ciento de los fármacos que se expenden en el mundo son falsos, por un valor que alcanza los 32.000 millones de dólares[45] (es probable que este cálculo se quede corto, ya que muchas veces no se informa oficialmente de la presencia de un medicamento falso porque las pruebas de ello desaparecen en el cuerpo del paciente). Según cierto estudio, casi la mitad de las falsificaciones del mercado o no contienen ningún ingrediente activo o contienen uno que no corresponde, incluyendo el 10 por ciento de los que contienen sustancias contaminantes. El resto es probable que no sean legítimos, pero siguen siendo fármacos, quizá caducados y reenvasados; quizá correctamente elaborado, pero distribuidos con envases o etiquetas falsos o engañosos. Millones de personas apenas tienen otra opción que acudir a los medicamentos falsificados —conscientes de ello o no— para tratar sus afecciones.

El riesgo de tropezar con una falsificación aumenta con la popularidad del fármaco en cuestión y el prestigio que tenga la marca. Antibióticos, inhaladores, tratamientos para enfermedades comunes, fármacos para el sida: todos constituyen objetivos lucrativos. Y lo mismo sucede con la Viagra, cuya asombrosa popularidad la convierte en principal candidata a la falsificación. Los mensajes ofreciendo Viagra que actualmente constituyen el azote de todos los usuarios de correo electrónico suelen conducir a impostores. En un caso producido en 2002, la falsa Viagra se expedía desde fábricas de China, a través de empresas intermediarias establecidas en la propia China, la India y Estados Unidos, hasta tiendas de venta online con sede en Colorado y Nevada.[46] Los fármacos llegaban a Estados Unidos ocultos en altavoces estéreo y peluches, y luego se enviaban a los clientes por correo. Uno de los distribuidores se jactaba de poder entregar millones de píldoras todos los meses.

El comercio de medicamentos falsificados está muy bien organizado y su cadena de producción alcanza proporciones auténticamente globales, comparables a la de las mayores y más modernas empresas multinacionales. La India y China, los principales proveedores de ingredientes activos para la industria legítima, constituyen también la primordial fuente de suministro para los falsificadores. Otros países, como México, se especializan en la elaboración y envasado de los fármacos. La dispersión en múltiples países hace difícil seguir la pista de los medicamentos falsos, y no digamos erradicarlos. En el caso de Haití, por ejemplo, el rastro del supuesto jarabe para la tos implicaba a empresas haitianas, chinas, alemanas y holandesas; sin embargo, al final los investigadores no lograron descubrir dónde se fabricaba el producto. Incluso dentro de los propios países los focos de producción son difusos o están camuflados. Un ejemplo de ello es el caso de cierto lote de 1.800 cajas de medicamentos fabricados en China. Etiquetados como si se hubieran elaborado en la India y Pakistán bajo licencia de empresas multinacionales, resultó que estaban implicados diez fabricantes de falsificaciones de cinco provincias chinas, que empleaban a cinco proveedores diferentes para envasar sus productos.[47] Los lugares de producción abarcan desde pequeños talleres familiares hasta laboratorios legítimos, ya que una empresa que produzca un fármaco bajo licencia solo necesita añadir un turno extra en el que se trabajará con materias primas de inferior calidad; incluso es posible que los trabajadores de la cadena de montaje ni siquiera sepan que están haciendo algo malo.

En resumen, cualquier artículo popular de cualquier clase corre el peligro de ser objeto de los imitadores. Pero la industria de la imitación no constituye una imagen-espejo perfecta de la producción legítima. Por el contrario, al estar libres de los costes que comporta el desarrollo y el mercadeo de ideas propias, los falsificadores pueden pasar con facilidad de un producto a otro, combinándolos entre sí y mezclando artículos legales e ilegales en los mismos envíos, o en los mismos centros de producción.

ESTÁN EN TODAS PARTES

Las redes de falsificación son de naturaleza multinacional, se dedican a cualquier producto y están descentralizadas. Una redada llevada a cabo en Los Ángeles en 2003 reveló la existencia de 9,7 millones de dólares en falsificaciones de marcas, entre las que se incluían Black & Decker, Sony, Rolex, Makita y DeWalt, acompañadas de DVD piratas.[48] Los artículos procedían de China, pero ninguna de las cinco personas detenidas era de dicho país. En una redada realizada en Nueva York el mismo año, se acusó a seis hombres de Brooklyn de importar de China treinta y cinco millones de cigarrillos ocultos en contenedores detrás de ollas de cocina.[49]Vendían sus productos por medio de una empresa con sede en una reserva india del norte del estado de Nueva York, y también a través de Internet. A dos de ellos se les acusó también de importar pilas falsas de China a través de Lituania. Todos ellos estaban siendo investigados en Europa.

Estos y otros casos revelan una cadena de producción descentralizada, en la que las materias primas, los componentes y los procesos de ensamblado, envasado y distribución se hallan dispersos en múltiples lugares. Esta estrategia, posibilitada por la tecnología de la comunicación y las redes de transporte globales, minimiza y dispersa el riesgo. Además, dividir la producción en sus componentes hace que resulte más fácil superponer discretamente cada una de las etapas a operaciones legítimas. Internet aúna todas estas ventajas; la ilimitada profusión de sitios públicamente accesibles, los chats y los portales de anuncios donde se ofrecen productos manifiestamente falsos ilustran a la perfección lo cómodos que llegan a sentirse los traficantes en el ciberespacio. Para los consumidores, encontrar un artículo falsificado o pirateado no resulta más difícil que entrar en tiendas online globales como eBay.

Por otra parte, el comercio de falsificaciones cuenta a menudo con la protección de poderosos intereses. Las sumas de dinero que se pueden ganar resultan demasiado grandes para escapar a la amenaza de la corrupción. En algunos casos, en el tráfico de falsificaciones hay intereses políticos implicados en forma de inversores directos u operadores; el ejemplo más evidente es el del ejército chino. En teoría, desde 2001, y por orden del gobierno, el ELP ha ido renunciando paulatinamente a sus intereses comerciales.[50] Pero esta política adolece de notorias excepciones, y muchos oficiales del ELP que dirigen negocios se han retirado oficialmente pero conservan tanto el control de su empresa como sus influyentes relaciones. Asimismo, otros negocios están en manos de parientes y camaradas de militares. Desentrañar cuál es el papel de las empresas del ELP, o, para el caso, de aquellas que son propiedad del gobierno nacional o las administraciones provinciales, es una tarea casi imposible, por mucha voluntad política que se ponga.

Del mismo modo, aunque hace tiempo que se presume la existencia de redes de piratería que emplean como mano de obra presos de cárceles chinas, resulta muy difícil de demostrar. En diciembre de 2004, sin embargo, se difundió la información de que Sony tenía documentos que probaban la fabricación de consolas PlayStation 2 falsificadas utilizando esa mano de obra. Según el Financial Times, Sony descubrió diez redes de piratería que producían hasta cincuenta mil consolas diarias, y al menos una de ellas empleaba a reclusos de una cárcel de Shenzhen (cerca de Hong Kong) para montar las unidades.[51] Ni que decir tiene que aplicar medidas contra la mano de obra reclusa plantea las mismas espinosas cuestiones políticas que meterse con las empresas del ELP. Pero China no es el único país en el que la falsificación disfruta de un apoyo semioficial mediante inversiones, connivencia o ayuda a través de la corrupción. En algunos casos, los falsificadores no dejan otra opción a los funcionarios: los responsables de piratear discos, por ejemplo, advirtieron a los funcionarios de Malaisia de que, o les dejaban operar, o los mataban.[52]

La falsificación se superpone a otras clases de comercio ilícito, al crimen organizado y a las redes terroristas. Un vínculo natural, dadas las semejanzas del producto y el formato, es el que se da entre el comercio con medicamentos falsos y el tráfico de drogas, que han compartido rutas en muchas ocasiones. Asimismo existen indicios de que el crimen organizado ha entrado en determinadas ramas del comercio de falsificaciones, como es el caso de bandas rusas y asiáticas en el de los CD y DVD piratas.

Por su parte, los vínculos con el tráfico de seres humanos aparecen en el nivel de la distribución. En España, por ejemplo, las redes de falsificación de música y vídeo inundan las calles con 150.000 CD copiados cada mes.[53] Dichas redes se organizan según bases étnicas: indios, paquistaníes y bangladesíes se encargan de la producción, mientras que la venta está en manos de africanos subsaharianos. Sus nuevos competidores marroquíes y chinos se organizan, en cambio, en una estructura vertical, y controlan tanto la producción como la venta. Muchos «empleados» son inmigrantes ilegales que tienen que trabajar dieciséis horas diarias, los siete días de la semana, para cumplir con sus cuotas de producción o de venta a fin de saldar la deuda contraída con los traficantes que les han hecho entrar en el país.

Sin embargo, de entre todos los vínculos infames del tráfico de falsificaciones, los que más alarma han provocado son los que este tiene con diversas redes terroristas. Como ya he señalado en capítulos anteriores, existen numerosas evidencias de que determinadas células terroristas descentralizadas que siguen el modelo de al-Qaeda han utilizado el comercio con productos falsificados para financiar sus operaciones. Los responsables del primer atentado contra el World Trade Center, cometido en 1993, se financiaron en parte con la venta de camisetas falsificadas en una tienda de Broadway. En 1996, un alijo de cien mil camisetas falsas con la marca Nike y el logotipo olímpico, destinadas a venderse durante los preparativos de los Juegos Olímpicos de Atlanta, condujo hasta los partidarios del jeque Omar Abdel Rahman, el clérigo encarcelado. Es posible que terroristas del 11-S se financiaran comprando grandes cantidades de cigarrillos en algún estado norteamericano donde los impuestos son bajos, como Carolina del Norte, y vendiéndolos luego en otro donde son más elevados, obteniendo de ese modo un beneficio. Asimismo, los militantes islámicos responsables de los atentados del 11-M en Madrid tenían un negocio casero de falsificación de CD.

Numerosos grupos terroristas parecen haber puesto el punto de mira en esta clase de negocios. Los supuestos destinatarios de un envío de pastillas de freno y amortiguadores alemanes falsificados descubierto en el Líbano eran miembros de Hezbolá. Se cree que tanto el IRA como ETA comercian con toda clase de artículos falsificados, desde bolsos y prendas de vestir hasta perfumes y DVD, incluyendo —al menos en un caso descubierto en Irlanda del Norte— copias piratas de El rey León. Sin embargo, aun cuando la denominada «guerra contra el terrorismo» ha centrado relativamente su atención en esta clase de negocios, lo ha hecho debido a su vínculo con grupos terroristas y después de que aumentasen los recursos para la lucha contra estos en detrimento de otras prioridades. En consecuencia, hay pocas probabilidades de que el actual interés en los negocios de los grupos terroristas tenga demasiado impacto a largo plazo en un comercio mundial de productos falsificados que mueve un volumen de medio billón de dólares.[54]

DUELO DE TITANES

La batalla de las falsificaciones enfrenta a dos antagonistas igualmente formidables. Las empresas multinacionales propietarias de marcas valiosas tratan, obviamente, de alimentar el deseo del consumidor, y es en esto en lo que los falsificadores ven su oportunidad. La envergadura del actual comercio de falsificaciones en todo el mundo revela que los compradores tienden a sucumbir a la doble tentación de buscar tanto los productos de marca legítimos como las falsificaciones baratas que ese interés genera, lo que constituye, a todas luces, un círculo vicioso.

En este choque de fuerzas titánicas, los gobiernos y sus leyes suelen quedar relegados a un papel marginal por mera falta de relevancia, dado que el mercado evoluciona a un ritmo mucho más rápido del que emplean dichos gobiernos en ponerse al día. Sin embargo, estos desempeñan un papel fundamental a la hora de dar forma al comercio de imitaciones, ya que son los que establecen las reglas del juego mediante las leyes de propiedad intelectual que promulgan y aplican, y que varían ampliamente de unos a otros. Así, por ejemplo, en Estados Unidos un primer delito de falsificación puede acarrear una multa de dos millones de dólares y una larga pena de cárcel,[55] mientras que en China apenas supone una multa de 1.000 dólares.[56] En Malaisia, donde incluso un delito menor relacionado con drogas acarrea en ocasiones la pena de muerte, falsificar CD o software se castiga con una multa de 100.000 ringgits, unos 26.000 dólares.[57] Al mismo tiempo, la multa máxima por falsificar medicamentos es solo de 25.000 ringgits, o 6.500 dólares.

En cualquier caso, las leyes locales resultan de un uso limitado contra un comercio que cruza fronteras con enorme facilidad. Los tratados internacionales, por su parte, cuentan al menos con el beneficio de proporcionar un marco de referencia común y obligatorio, lo que representa un primer paso de cara a realizar cambios y perseguir delitos más allá de las fronteras nacionales. La protección de los derechos de propiedad intelectual se ha beneficiado de los fuertes intereses de las grandes empresas multinacionales, lo que ha contribuido a situar el tema en un lugar prioritario en las agendas de los organismos internacionales.[58] Quizá el resultado más útil hasta la fecha de dichas conversaciones haya sido el de someter los desacuerdos internacionales sobre derechos de autor, patentes y marcas registradas al arbitraje de la Organización Mundial del Comercio (OMC), un recurso limitado a las disputas entre gobiernos, y que, por lo tanto, no resulta plenamente adecuado para combatir las falsificaciones, pero que representa un paso significativo.[59]

Aun así, los gobiernos no pueden competir con los incentivos económicos ni de los propietarios de marcas ni de los imitadores en lo que constituye, por encima de todo, una batalla comercial. Frente a la incapacidad o, en algunos casos, la falta de interés de los gobiernos a la hora de dar la batalla, las empresas se han convertido en las protectoras y defensoras de sus propias marcas, haciendo de ello una especialidad comercial. En un congreso internacional sobre falsificación celebrado en Bruselas en 2004, todas las firmas que patrocinaban o respaldaban el acto estaban especializadas en nuevas tecnologías destinadas a autentificar los productos y dificultar su copia.[60] Consultores de seguridad como Kroll o Pinkerton, junto con sus socios locales en determinados países, están haciendo un gran negocio con la protección de la propiedad intelectual. Un ejemplo de que la lucha contra las falsificaciones ha engendrado su propia y floreciente industria.[61]

Históricamente, a medida que las economías se desarrollan las empresas locales dan cada vez más importancia a la protección de la propiedad intelectual, y lo hacen por la sencilla razón de que generan un número creciente de inventos e ideas propios. Las empresas productoras de medicamentos genéricos de la India —autorizadas entonces por las leyes del país a analizar y reproducir la composición de fármacos patentados en el extranjero— violaban los derechos de propiedad intelectual pero ayudaban a desarrollar la industria farmacéutica local.[62] Ahora que esta está dando sus frutos en la forma de innovaciones tecnológicas originales, las empresas indias han empezado a pedir la protección de patentes. En la actualidad, las empresas chinas son cada vez más vulnerables a la falsificación, y paralelamente aumenta el apoyo local a las leyes de propiedad intelectual (un experto en el tema, el profesor Zheng Chensi, sufrió la ignominia de ver que sus libros sobre la protección de la propiedad intelectual en China eran pirateados y colgados en Internet).[63]

Pese a ello, el volumen, la calidad y la penetración global de toda clase de productos falsificados no ha dejado de aumentar. Todos los incentivos apuntan en ese sentido, pues resulta demasiado fácil producir, transportar y vender falsificaciones, y demasiado sencillo para los clientes hacerse con ellas. Cuanto más invierten los propietarios de marcas en generar en la gente el deseo de adquirir sus productos, más fuerte resulta la tentación de comprárselos a falsificadores con un sustancioso descuento. Y mientras haya demanda, habrá oferta.

Es posible que los titulares de propiedad intelectual estén muy motivados a la hora de proteger sus derechos y la capacidad de generar ingresos de sus intangibles activos; pero siempre lo estarán más unas redes que pueden ganar miles de millones suministrando a los hambrientos clientes lo que estos quieren. A los gobiernos, forzados a colocarse en medio de este campo de batalla, solo les quedará ver cómo aumenta la frustración y la corrupción entre sus filas. Y las empresas probablemente obtendrán mejores resultados mediante la innovación constante —la investigación y el desarrollo aplicados a producir artículos que resulten, además de asequibles, difíciles de copiar— que confiando meramente en el despliegue de ejércitos de abogados y grupos de presión en la batalla para proteger sus marcas.