XXIII

Okada y yo llegamos al final de Hanazono-chō, y nos dirigimos a las escaleras de piedra del santuario de Tōshōgu. Durante un rato, nadie habló.

—También hay gansos desafortunados —dijo Okada, como hablando para sí mismo. Por algún motivo sin lógica alguna, volví a pensar en la mujer de Muenzaka—. Solo tiré la piedra en su dirección, no para darles… —dijo, esta vez mirándome.

—Ya —respondí, pese a que pensaba en la mujer—. Aun así, quiero ir a ver cómo Ishihara lo coge —añadí tras un rato.

Esta vez fue Okada quien dijo:

—Ya.

Comenzó a caminar, absorto. Tal vez pensaba en el ganso.

Bajamos las escaleras de piedra y nos dirigimos al sur, en dirección al santuario de Benten. Por algún motivo la muerte de ese ganso había nublado nuestros corazones de oscuridad, fragmentando así nuestros intentos de conversar.

Cuando pasamos por delante del arco de la entrada de Benten, Okada parecía estar obligándose a sí mismo a desviar el tema.

—Tengo que hablar contigo.

Me dijo algo que me pilló de imprevisto.

Esto es lo que me dijo. Planeaba venir a mi habitación a contármelo esa noche, pero como justo lo había invitado, decidió acompañarme. Había pensando en decírmelo mientras comíamos, pero ya no era posible. Decidió resumírmelo mientras caminábamos.

Había decidido irse al Occidente antes de graduarse, había recibido el pasaporte del Ministerio de Asuntos Exteriores y había notificado a la Universidad su intención de no graduarse. Un profesor alemán llamado Professor W., que había venido a Asia para estudiar las enfermedades endémicas, le había ofrecido un contrato y cuatro mil marcos para el viaje de ida y vuelta a Alemania y un salario de doscientos marcos al mes. Había estado buscando a un estudiante que pudiera hablar alemán y que leyera los caracteres chinos con fluidez, por lo que el profesor Bälz lo había recomendado. Fue a visitarlo e hizo un examen. Tuvo que traducir dos o tres líneas del Somon y del Nankyō, y cinco o seis del Shōkanron y del Byōgenkōron[27]. Lamentablemente, en el Somon apareció el término «triple calentador», que no pudo leer completo. Pero aprobó el examen y firmó el contrato de inmediato. El doctor W. lo llevaría a Leipzig, alma máter también del doctor Bälz, y lo ayudaría a aprobar sus exámenes del doctorado. Como tesis, le permitirían usar la bibliografía que él mismo había traducido para el doctor W.. Okada iba a marcharse de Kamijō a la mañana siguiente y se mudaría a casa del doctor W., en Tsukiji, donde lo ayudaría a empaquetar toda la documentación que había ido recolectando en China y Japón. Después, acompañaría al doctor W. en una investigación a Kyūshū, y ahí embarcarían en un barco de la Messagerie Maritime.

A veces me detenía y le decía cosas como: «¡Qué sorpresa!» o «¿Lo dices en serio?».

Quería escucharlo atentamente, por lo que caminábamos despacio. Cuando terminó de hablar y miré el reloj vi que sólo habían pasado diez minutos desde que nos separamos de Ishihara. Y en ese tiempo ya habíamos dado la vuelta a dos terceras partes del lago. Estábamos llegando al final de Naka-chō.

—Si vamos ahora será demasiado pronto —dije.

—¿Qué te parece si vamos al Rengyokuan a comer fideos? —propuso Okada.

Estuve de acuerdo y nos dirigimos hacia allí. Era el mejor restaurante de fideos de la zona, desde Shitaya hasta Hongō.

Mientras comíamos, Okada dijo:

—Es una lástima no graduarme después de todo el esfuerzo, pero el Gobierno japonés nunca me concedería una beca, por lo que si no voy ahora puede que nunca pueda ir a Europa.

—Claro que sí, es una oportunidad única. ¿Y qué más da la graduación? Si obtienes el doctorado allí es lo mismo, y aunque no lo consigas, no importa.

—Yo también lo creo. Tendré mejores cualificaciones. De momento, me conformo con eso.

—¿Y ya lo tienes todo listo? Parece que los preparativos serán complicados…

—En absoluto, iré con lo que tengo. El profesor W. dice que los trajes que hacen en Japón no me servirán allí.

—Vaya… Leí en Kagetu Shinshi que Narushima Ryūhoku, el editor, un día simplemente decidió subirse en un barco cuando estaba en Yokohama.

—Yo también lo leí. Se fue sin decir nada a su familia, pero al menos yo he avisado a la mía.

—Vaya. ¡Qué envidia! Irás con el profesor W., así que no tendrás ningún problema. Me pregunto cómo será la comida allí… No me lo puedo ni imaginar.

—Yo tampoco sé lo que me espera, pero ayer vi al profesor Shōkei Shibata y, como he aprendido mucho de él, le expliqué los detalles y me ha dado una copia de su guía por Europa.

—¿Cómo? ¿Tiene un libro así?

—Sí, pero no está a la venta. Al parecer lo escribió para patanes.

Mientras hablábamos, miré el reloj y vi que sólo faltaban cinco minutos para los treinta. Salimos deprisa del Rengyokuan y fuimos donde nos esperaba Ishihara. El lago estaba envuelto en la oscuridad y solo el rojo del santuario de Benten podía verse entre la penumbra de la niebla.

Ishihara, que nos había estado esperando, nos condujo a la orilla del lago.

—Ahora es el momento. Los otros gansos se han ido moviendo. Empezaré ahora. Vosotros quedaos aquí y dadme indicaciones. Mirad bien. A unos cinco metros y medio hay un tallo de loto roto encarado a la derecha. Y si miráis recto hay otro, más bajo, que va a la izquierda. Debo ir recto, en medio. Si veis que me desvío, tenéis que darme indicaciones, como «a la derecha» o «a la izquierda».

—Ya veo. Como el método de Parallaxe. Pero, ¿y si el agua es profunda? —preguntó Okada.

—No me llegará a los hombros —dijo Ishihara, desnudándose rápidamente.

Cuando miramos por dónde pasaba Ishihara, vimos que el barro apenas le llegaba por encima de las rodillas. Parecía una garza, alzando cuidadosamente una pierna tras otra. Cuando pensábamos que el lago se ahondaba, volvía a elevarse. Seguía caminando entre los dos tallos de loto.

De repente, Okada dijo:

—Derecha.

Ishihara se desvió un poco a la derecha.

Entonces, Okada dijo:

—Izquierda.

Ishihara se había desviado demasiado a la derecha. Después, Ishihara se detuvo y se agachó. Se dirigió hacia nosotros. Cuando pasó por el loto más lejano que habíamos usado como referencia, vimos que en su mano derecha tenía la presa.

Llegó a la orilla, cubierto de barro sólo hasta medio muslo. El ganso era mucho más grande de lo que habíamos esperado. Ishihara se lavó rápidamente las piernas y se vistió. En esa época apenas paseaba gente por esa zona, por lo que nadie había visto a Ishihara entrar ni salir del lago.

—¿Cómo vamos a llevárnoslo? —pregunté.

Ishihara, aún vistiéndose, respondió:

—El abrigo de Okada es el más grande, así que si no te importa, lo envolveremos en él. Lo cocinaremos en mi casa.

Ishihara había alquilado una habitación de una familia. La esposa del propietario no tenía muchas virtudes, pero si le daban una parte del ganso no diría nada a nadie. Llegaríamos a su casa girando en Yushima, al final de un callejón por detrás de la mansión de los Iwasaki. Ishihara nos explicó el plan brevemente. Había dos caminos por los que podíamos ir hasta la casa de Ishihara desde donde nos encontrábamos. Uno era llegando por el sur, por Kiridōshi, y el otro por el norte, por Muenzaka. Ambas rutas rodeaban la casa. La diferencia entre ambas en distancia era mínima, ese no era el motivo de nuestra preocupación. El problema era la comisaría, y había una en cada recorrido. Cuando comparamos las ventajas y desventajas de cada una, acordamos evitar el ajetreado camino de Kiridōshi y pasar por la calle de Muenzaka, que era más tranquila. Decidimos que la mejor manera era que Okada llevara el ganso debajo de su abrigo entre los dos para que no resultara sospechoso.

Okada accedió, algo resignado, a llevar el ganso. Lo llevara como lo llevara, sobresalían dos o tres plumas del bajo del abrigo. Además, ahora había un bulto extraño, por lo que la silueta de Okada parecía un cono. Ishihara y yo teníamos que encontrar la manera para que Okada no llamara la atención de nadie.