IV

Pese a que los eventos de esta historia cuyo protagonista es Okada ocurrieron antes de conocer yo la historia personal de la mujer, por motivos de claridad, hablaré de ella a continuación.

La historia comienza cuando la Facultad de Medicina aún estaba situada en Shitaya. Con las tejas grises de mortero, las paredes a veces cruzadas como tableros de y las ventanas abiertas con barrotes de madera gruesos como los brazos de un hombre, la finca de Todō se había convertido en una residencia estudiantil. Y, pese a que me sabe mal usar tal comparación, los estudiantes vivían como bestias. A día de hoy no se ven ventanas así, excepto en el castillo de Marunouchi, ya que incluso los barrotes de las jaulas de leones y tigres en el zoo de Ueno son más delgados.

En la residencia había sirvientes para los estudiantes que podían hacer recados para ellos. Los estudiantes vestían con un obi blanco y hakama a rayas, y sus recados de compra eran bastante previsibles. En esencia, pedían gelatina de judía dulce o boniatos asados. Hasta era posible que los pedidos se confundieran y trajeran lo otro. Por cada vez que hacían un recado, los sirvientes cobraban dos sen.

De entre estos sirvientes, había uno llamado Suezō. Pese a que los otros hombres estaban siempre con la boca abierta en un nido de barba, su mentón estaba perfectamente afeitado y los labios siempre cerrados. Pese a que las ropas de algodón rasposo de los demás sirvientes solían estar sucias, él vestía para trabajar ropa limpia y, en ocasiones, de tela de altísima calidad.

No sé quién sembró el rumor, pero tengo entendido que hacía préstamos a los estudiantes que iban mal de dinero. La cantidad no solía rebasar los cincuenta sen o un yen, pero cuando sobrepasaba los cinco o diez yenes, hacía firmar al prestatario una nota y renovaba la deuda si no se saldaba. Así fue como se convirtió en un prestamista. Sigo sin saber cómo logró amasar tal cantidad de capital si sólo ganaba dos sen como honorario. Tal vez sea verdad que cuando uno hace acopio de todas sus fuerzas para obtener lo que quiere, nada es imposible.

Para cuando la Universidad se trasladó de Shitaya a Hongō, Suezō ya no era un mero sirviente. Se había mudado a Ike-no-Hata y, no obstante, los estudiantes más irresponsables seguían entrando y saliendo de su casa.

Cuando comenzó a trabajar como sirviente ya estaba en sus treinta, tenía una esposa y dos hijos a los que mantener, y era pobre. Como al final su negocio como prestamista prosperó y pudo mudarse, empezó a hartarse de su esposa, una mujer fea y pendenciera.

Entonces fue cuando Suezō recordó a alguien. A una mujer que vio de camino al trabajo por los callejones estrechos y de tierra de Neribei-chō. Había una casa cuyas baldosas que tapaban las zanjas estabas rotas y cuyas puertas estaban entreabiertas todo el año. Era una casa oscura y cuando pasaba por ahí de noche, debajo de los aleros, había estacionada una caseta móvil y, aunque esta no estuviera, el camino era tan estrecho que debía cruzarlo en diagonal. Lo que llamó la atención de Suezō fue la música del shamisen. Supo después que quien tocaba el instrumento era una joven muy hermosa de dieciséis años. Aunque el aspecto de la casa era pobre, la muchacha siempre iba arreglada y vestía un kimono elegante. Cuando estaba en la entrada de la casa, al ver a alguien acercarse, se apresuraba al interior. Como Suezō era perseverante, descubrió sin esfuerzo que la joven se llamaba Otama, su madre había muerto y vivía sola con su padre, que trabajaba en esa caseta móvil como confitero en Akiba-no-Hara.

De pronto, la casa se transformó. La caseta debajo del alero ya no estaba cuando pasaba por delante de la casa de noche. Los alrededores de esa casa tan silenciosa, por decirlo en la jerga de la época, se habían modernizado, y las baldosas de las zanjas se habían reemplazado y habían colocado una puerta de celosía nueva. Una vez pudo ver unos zapatos occidentales colocados en la entrada. Poco después, habían colocado una placa nueva en la entrada cuyo título era el de un policía. Suezō, de compras por Matsunaga-chō y pasando por Nakaokachi-machi, supo también, aunque sin investigarlo expresamente, que el confitero ahora tenía un yerno. El nombre de la placa de la entrada pertenecía al yerno. Para el padre, que adoraba más a su hija que a sus propios ojos, encomendársela a un hombre con un rostro tan aterrador era como serle arrebatada por un demonio. No se sentía cómodo con esa intrusión en su vida, pero pese a que pidió consejo a varios conocidos, ninguno le dijo que rechazara la oferta.

Alguien dijo:

—Te lo dije. He intentado ayudarte a encontrar un buen pretendiente y dices que no quieres separarte de tu hija, así que el chico no ha podido decirte que no y se tiene que mudar con vosotros.

Otro exclamó:

—Si tanto te molesta, te diría que te mudaras bien lejos, pero como es policía podría averiguar donde habéis escapado y encontraros. No tenéis adónde huir.

Una mujer que tenía fama de ser inteligente le dijo:

—Tu hija es bonita y hasta el maestro te dijo que tenía un don para las artes. ¿Acaso no te dije que la enviaras a una casa de geishas para que aprendiera como shitajikko[10]? Un policía soltero tiene potestad para ir de casa en casa y llevarse a la chica que le guste si la encuentra. En estos casos, más que rendirte ante tu mala suerte, debes resignarte a ella.

Habían pasado tres meses desde que Suezō había escuchado estos rumores. Una mañana, vio que la puerta de la casa del confitero estaba cerrada y que había un cartel pegado: «Local en alquiler en Matsunaga-chō». Según las habladurías de los vecinos, que escuchó de pasada yendo de compras, el policía tenía una esposa e hijos en su ciudad natal. Al parecer, la cónyuge los había visitado sin previo aviso, creó un gran escándalo y un vecino tuvo que detener a Otama para que no se tirara al pozo. De entre todas las personas a quienes el padre había pedido consejo no hubo nadie que pudiera asesorarle legalmente, así que no se preocupó por ver los cambios en el registro familiar. El policía se había rascado la barba y aseguró que se encargaría de todos los trámites legales.

Había una chica que trabajaba en una papelería al norte de Matsunaga-chō, de cara redonda y blanca y cuello corto, a la que llamaban la Sin-cuello, que le dijo a Suezō:

—Pobrecita, la muchacha, es honesta y de verdad pensaba que se había casado con él, y resulta que lo único que quería era un sitio donde alojarse.

Y el padre de la Sin-cuello, un hombre rapado como los monjes, dijo acariciándole el pelo a su hija:

—Y pobre padre, también. Se sentía humillado ante sus vecinos, así que han tenido que mudarse a Nishitorigoe. Y, por si fuera poco, ahí apenas hay niños, así que tiene que seguir con su negocio en Akiba-no-Hara. Vendió su caseta a una tienda de segunda mano, aunque ha podido recomprarla una vez explicada su situación. Y, entre eso y la mudanza, ha gastado mucho dinero, así que estará pasando penurias. Bien que disfrutó de su tranquila jubilación en compañía del policía, un bebedor, pese a que él mismo rara vez bebe, mientras que la mujer y el hijo a duras penas sobrevivían.

Después de eso Suezō no volvió a pensar en ella hasta que comenzó a amasar una pequeña fortuna.

Suezō por entonces ya conocía a bastante gente de Nishitorigoe, así que solo tuvo que hacer unas pocas preguntas antes de averiguar el nuevo hogar del confitero, situado al lado de un garaje de rickshaws y detrás de un teatro. Otama no se había casado. Envió a una persona para hacerle saber que un importante empresario quería convertirla en su amante y, pese a que al principio se negó, como era una chica de carácter débil, decidió conocer a quien sería su amo en Matsugen para poder cuidar de su padre.