Capítulo 7

Amelia esperó en el foyer[2] mientras Rori buscaba a su cochero. Se acabada de desatar una fuerte tormenta y no había manera de poder marcharse de otra manera. Sin mencionar que, luego de lo ocurrido en la pista de baile, ella estaría de seguro en boca de todos. Ya podía imaginar lo que las habladurías dirían. Padre e hijo peleando por la misma dama. No era que le importase lo que dijeran, pero… sabía que eso podía afectar a su tío y arruinar su buena reputación para siempre. ¿Qué pensarían sus padres si toda Inglaterra la calificase de ser la amante de dos hombres a la vez?

—Una noche espantosa para un baile tan hermoso. Es realmente lamentable, ¿no es así, señorita…? —La voz del caballero la sorprendió y se giró ligeramente hacia su izquierda para hallarse con un hombre alto y espigado, que portaba un bastón con mango de plata, que se le hacía familiar pero no lograba recordar de dónde, así que tan solo asintió de manera educada.

No estaba de ánimo para hablar, de hecho, estaba preocupaba por lo ocurrido y no quería alterar a sus amigas de manera innecesaria cuando quizás no pasase de ser un evento rápidamente olvidado tan pronto algo más escandaloso ocurriera.

—Espero que no se ofenda, señorita, pero debo decirle que ha heredado la belleza de su madre y el temperamento de su padre. —A pesar de saber que cualquiera podía oírlos, el hombre no hizo intento alguno por susurrar sus palabras.

—¿Conoció… a mis padres? —Lo miró sorprendida mientras una memoria intentó abrirse paso en su mente, pero no lo logró aunque la invadió, por un instante, una sensación de incomodidad y retrocedió, con sutileza, unos pasos en un intento de poner cierta distancia entre ellos.

—Una pareja maravillosa. Un desafortunado accidente el que sufrieron… Dejarla sola a usted y a sus pupilas. Afortunadamente su tío pudo hacer arreglos para usted. Una lástima lo de la joven Ángela y su pequeña hermana.

Algo se debió reflejar en su rostro porque esa vez retrocedió de forma visible y el hombre se apresuró a estirar una mano en un ademán por agarrarla, pero fue interceptado por la presencia salvadora de Rori y la intimidante de Callan.

—Gracias, lord Merriweather… Ahora si nos disculpa… Ven, Meli, odiaría que te mojaras y terminaras enferma —comentó como al pasar Rori, pero Amelia apenas si fue consciente de cómo la subía al carruaje y de cómo este partía.

El horror en su mirada se debió transmitir en su rostro porque Callan avanzó alarmado en su dirección, pero se detuvo, y su mirada se tornó peligrosa mientras se focalizaba en el caballero que había estado instantes atrás a su lado.

Meli se recostó contra el respaldo e inhaló hondo varias veces. En ese momento, supo quién era el caballero y fue consciente de por qué estuvo en riesgo al haber estado a solas con él. Aún podía recordar lo ocurrido esa noche en la que le informaron que sus padres habían fallecido.

Su mente se trasladó a su infancia. A la noche en que toda su vida cambió por completo.

Su tío aún no había podido llegar a ella… Estaban las tres solas en la casa que sus padres tenían en el campo. Su mejor amiga de la niñez, Ángela; y su hermanita menor Teresa. Las Seymour habían quedado a cargo de sus padres cuando ellos fallecieron por la influenza. Junto con ellas estaba la institutriz de las tres, la señorita Connors, cuando el señor Malcolm Merriweather llegó apresurado y les informó de lo ocurrido.

Ella había estado destrozada e hizo falta mucho por parte de su institutriz para lograr calmarla. Sin embargo, no fue suficiente porque despertó en medio de la noche, durante una tormenta, como la de esos momentos, y fue cuando escuchó el llanto proveniente de la habitación de sus amigas.

Apenas si había dado unos pasos en esa dirección que vio una sombra abandonando la habitación. Una sombra alta y espigada… que empuñaba un bastón con el mango de plata que parecía la garra de un león. Tal como el hombre con el que se acababa de cruzar. Él la había visto, pero, en vez de revelar su identidad en la penumbra, le había indicado con un gesto de la mano que guardase silencio y se marchara… y ella lo había hecho. Aterrada había huido de regreso a su habitación. Al día siguiente, se encontró con una niñera nueva y con que su entonces muy silenciosa mejor amiga se marchaba junto con Teresa a vivir con el aterrador hombre. Luego de eso, y pese a que habían logrado prometer mantenerse en contacto, algo que ella había intentado durante mucho tiempo, jamás volvió a oír sobre Ángela. Solo el hecho de que su tío investigara y averiguase que se hallaba bien le ofreció algo de consuelo… hasta que ocurrió lo de Teresa y descubrió que su amiga Angie jamás había vuelto a hablar.

Que ese hombre hubiese vuelto no podía ser nada bueno. De hecho, la aterraba. Ese hombre la asustaba, y rogaba nunca más tener que volver a cruzárselo. Sabiendo que eso era imposible, al menos se conformaba con no tener que volver a estar a solas con él.

«¿Qué fue lo que te ocurrió, Angie?», recordó Meli. Habían sido parte de las últimas palabras que compartieron juntas luego de aquella horrible noche de su infancia.

Pero no quiso seguir hundida en aquel momento y se concentró en ver la lluvia caer por el resto del recorrido.