Casa de campo de los Kensington
Lo último que Meli esperó ver, cuando se preparó para irse a dormir, fue una enorme sombra abalanzarse sobre ella que la maniató y encapuchó para arrastrarla a la fuerza de su cama. Ni siquiera pudo vociferar, tan solo emitir unos gritos ahogados porque, cargada como la tenía sobre el hombro, sentía que cada movimiento, que le golpeaba el estómago, le robaba el aire.
Cuando sintió el aire frío en sus pies desnudos, volvió a intentar gritar. No contó con que, de repente, el cuerpo que la cargaba desaparecería. Por la sacudida que sufrió, al ser depositada en el piso, y por el grito ahogado masculino, descubrió que el hombre que la había estado llevando había sido noqueado, y ella sería depositada con suavidad en una habitación cálida. Con las pésimas ataduras que le habían realizado, no le costó liberar sus manos y quitarse la capucha de la cabeza.
Meli quedó paralizada y tan solo podía observar al hombre de pie a unos metros de distancia. Era algo imposible de evitar con aquella llamativa indumentaria de anchos pantalones negros y la camisa cruzada blanca. Eso sin mencionar la oscura caballera sujeta en un rodete y el arma… jamás había visto algo semejante. Ya eso solo habría capturado su atención en cualquier otra circunstancia. Le recordó a un sable, pero más angosta y alargada, y parecía ser mucho más sencilla de manipular. El filo brillaba bajo la luz del fuego que le daba un aire mortal. Y deseó poder dibujarla, pero no pudo admirarla por mucho tiempo más que, al instante, su captor regresó para volver a secuestrarla, pero este cayó bajo el filo de la exótica arma. La sangre manó con rapidez del profundo y delgado corte….y fue entonces que ella se desmayó.
Lo próximo que supo fue que Callan se hallaba cerca porque su voz retumbó en la estancia.
—¡Hiroichi! ¡Viejo amigo! Jamás podré agradecerte lo que has hecho.
Meli abrió los ojos a tiempo de verlo realizar una muy formal reverencia en la cual colocaba las manos a los lados de su cuerpo y doblaba la parte superior de su cuerpo.
—No fue nada comparado a lo que tú hiciste por mí, Callan-san.
—Tonterías. Salvaste a Meli. Ella…
—Ella es tu tesoro, Ryu[3]-san —bromeó el desconocido, y lo palmeó en el hombro, olvidando toda formalidad—. Ahora, espero me la presentes como corresponde.
—Señorita Amelia Thompson, permítame presentarle a mi buen amigo, Masamune Hiroichi. Nos visita desde Japón —le informó mientras la ayudaba a levantarse del sillón de tres cuerpos, donde la había acomodado luego de su desmayo.
—Es un honor conocerla, lady Amelia.
—Señor Hiroichi.
—Masamune, pequeña. Ellos siempre utilizan el apellido por delante del nombre cuando se presentan.
—Le estoy muy agradecida por su ayuda. Si no, no sé qué habría pasado.
—En ese caso, espero que no le importe que le haga compañía mientras dure su estadía.
—Pero… —La tensión en Callan le dio la respuesta. Alguien había intentado secuestrarla, tener a un aliado como el recién llegado para protegerla definitivamente era una idea excelente—. Se lo agradezco. —E imitó la reverencia que Callan había hecho momentos atrás, a lo que Masamune se mostró en extremo complacido.
Luego de eso, y con todo lo ocurrido, Meli decidió satisfacer su curiosidad respecto a su salvador. No era que su interés fuese de manera alguna romántica, pero no podía evitar querer descubrirlo todo sobre una cultura tan diferente a la suya.
Así fueron transcurriendo las horas aquella noche. La visita del samurái, tal como le explicó el hombre que era, resultó ser una visita más que bienvenida. Pudo aprender mucho sobre su país de origen y tuvo la oportunidad de realizar varios dibujos de él y su inseparable katana. Sin mencionar que el hombre le mostró grabados de escenas tradicionales y Meli quedó fascinada con su arte y su manera de escribir. El samurái le prometió que le enseñaría a manejar la escritura kanji una vez que el peligro hubiese pasado y pudiera hacerlo con tranquilidad.
Amelia no pretendía dominar el idioma a la perfección, pero la idea de aprender algunas nuevas palabras la emocionaba y también la distraía del giro que había tomado su vida.
Si a Callan le molestaba su fascinación, jamás dio muestras de ello, excepto unos días después cuando le anunció que debía regresar a la ciudad por una emergencia. La tensión en su cuerpo era algo más que por lo apremiante de la situación. Meli confirmó sus sospechas cuando, sin aviso alguno, él la tomó en sus brazos y, uniendo sus cuerpos lo más posible, le robó un apasionado beso que la dejó sonrojada e intrigada respecto a cómo sería conocer más íntimamente a Callan.
Meli, en vez de estar ofendida, esperaba con ansias su regreso. Pese a lo ocurrido con lady Camille, su corazón había tomado una decisión y deseaba decírselo a Callan en persona y no por medio de una carta. Quería ver su rostro cuando ella, al fin le confesase sus emociones. Solo esperaba que no fuese tarde para ello. Si su apasionada despedida había sido sincera, entonces él aún anhelaba un compromiso con ella.