Hogar de lord Kensington, Londres
Al día siguiente
Amelia suspiró mientras observaba a los sirvientes organizarlo todo para las largas celebraciones que se llevarían a cabo en la fastuosa casa de campo del duque de Warwick. Aunque técnicamente Alexander y Calíope ya eran marido y mujer, las abuelas de ambos se habían rehusado a no tener un festejo por todo lo grande. Lo que implicaba que pronto todos se mudarían a la casa de campo y que terminó siendo una excelente excusa para que su amiga continuara con lo que había iniciado en su casa: conseguirle marido a cada una de las casi floreros. Y parecía que las únicas que estaban en vías de lograrlo eran las hermanas mayores de Cali, pese a lo inusual de las circunstancias. Porque, salvo por la infinita cantidad de bailes, ninguna de todas ellas había recibido propuesta alguna… o, al menos, no las que esperaban: decentes ofertas de matrimonio que involucrasen algo de afecto.
Su mirada se focalizó brevemente en el dibujo en el que había estado trabajando. Ya no le faltaba mucho para terminarlo y estaba muy orgullosa de ello. Fue entonces que escuchó voces en el pasillo y se encaminó al mismo.
Sammy pareció materializarse de la nada y, luego de darle un afectuoso abrazo, la miró de esa forma tan particular que ella había llegado a reconocer: el niño estaba a punto de revelarle algo que no estaba segura de querer saber.
—El Dragón te visita en sueños, tía…
—Sammy… —Sonrojada, Meli rogó que el pequeño no fuera capaz de ver los sueños que había estado teniendo la noche anterior. Eran muy poco apropiados para una dama… y aún más para un niño.
—No te preocupes. Él tiene su mirada en ti. Sus ojos son mágicos y tienen la tormenta en ellos —le susurró para luego marcharse con la misma velocidad con la que había aparecido.
—Ese mocoso es raro… —La voz masculina la sobresaltó, y la joven dejó escapar un chillido estrangulado mientras se llevaba una mano al pecho y se giraba en su dirección con rapidez.
—No… no es un mocoso —susurró, maldiciendo su absurda timidez. Con sus amigas y familia, no tenía ningún problema, pero se le acercaba un hombre desconocido y parecía que era muda. Excepto con el enmascarado de la noche anterior.
—Sí, lo es. Mocoso entrometido y raro. ¿Qué clase de niño va por los pasillos dándoles mensajes crípticos a los invitados de su familia? Uno que debería ser internado en un asilo.
—No…, por favor. —Sabía que Sammy era algo peculiar, pero no le hacía daño a nadie con sus comentarios. Aunque la habían descolocado un poco, era aún pequeño, de seguro que no era ni siquiera consciente del efecto que producía en la gente.
—¿Es tuyo?
Asustada y preocupada en partes iguales, tan solo logró asentir. No quería que se metiera en dificultades. Al fin y al cabo, estaba hablando con ella a solas.
—Debería educarlo mejor, señora…
—Y tú deberías dejar de entrometerte en donde no te llaman, Jacob. —Esta vez, la voz a sus espaldas la sobresaltó tanto que, al intentar girar con rapidez para ver quién era el recién llegado, se pisó el ruedo de la falda y chocó contra el cuerpo del hombre.
Mortificada, se quedó paralizada en su lugar. No sabía si disculparse, fingir un desmayo o huir de regreso al interior de la salita en donde había estado dibujando hacía instantes antes.
Que el caballero en cuestión no hiciera ademán alguno por soltarla luego de haber detenido una posible caída solo parecía empeorar su situación. Podía sentir cómo el sonrojo trepaba por su cuello y le cubría el rostro por completo hasta la punta de las orejas. Abochornada, no se atrevía a elevar la mirada para mirar a ninguno de los dos hombres.
—Al menos ya sabemos por qué el crío es tan raro. Basta con observar a la madre. No me sorprende que esté soltera…
—Estoy seguro de que tu padre sabrá apreciar sus opiniones sobre una de las más queridas amigas de lady y lord Kensington. —Cuando una tercera voz masculina apareció en escena, Amelia rogó que, de alguna manera, el piso se abriera bajo sus pies y la devorase… o, al menos, suplicó desmayarse.
—¿Lord… lord Douglas? —El primer hombre que le habló sonaba sorprendido, y eso logró que Amelia finalmente se atreviera a elevar el rostro para encontrarse con la más inusual y cautivadora mirada clavada ella. Algo que jamás creyó volver a ver en toda su vida… Ojos de una tonalidad violácea la observaban. Los mismos ojos de la noche anterior. Los ojos que tenían la tormenta en ellos…
—Ve, Peregrine. Yo me ocupo —fueron las palabras que pronunció, y Amelia se encontró liberada del agarre de su defensor, quien sin decir palabra alguna se marchó tan rápido como apareció—. En cuanto a ti, Jacob…
—Por favor, todos sabemos por qué estás aquí. Y, por lo visto, los rumores son ciertos. Aunque no es una gran belleza, es capaz de producir herederos sanos y fuertes. No del todo cuerdos, pero eso es un detalle fácil de ignorar.
Amelia no supo qué se apoderó de ella. Si el tener que soportar, temporada tras temporada, que la midieran, sopesaran y la hallaran fallada; si ver el amor que su amiga Cali logró hallar pese a ser tan diferente de lo esperado socialmente; o si tan solo había llegado a su límite al finalmente hallar a la persona que la empujó más allá. Pero, antes de que lord Douglas pudiera volver a intervenir, ella estrelló su mano contra el rostro de lord Jacob Murray.
—No soy una yegua de cría, milord. Sammy es un niño perfectamente normal y apenas escuche rumores sobre él, sabré que usted es el responsable y me aseguraré de que se arrepienta de haberlos iniciado.
—Una desabrida florero jamás…
—Cuyo tío es el arzobispo de Canterbury y que resulta que me adora… ¿A quién cree que las personas van a escuchar llegado el caso? ¿A usted…, un caballero venido a menos que ni siquiera puede mantener satisfecha a su amante, quien lo dejó por un hombre que lo triplica en edad, o a mi tío? —barboteó, y sintió cómo el horror la invadía por dentro, pero era incapaz de dejar de hablar. Sin embargo, sus palabras surtieron efecto cuando el hombre palideció y, sin decir una sola palabra, dio media vuelta y se alejó a vivo paso en dirección opuesta a la que ellos se hallaban.
Aplausos a sus espaldas le recordaron que no se hallaba sola. Sintió que palidecía mientras giraba con lentitud para observar de reojo al único testigo de tan bochornosa escena. Y, sin embargo, las palabras parecieron abandonarla una vez más porque solo logró emitir un suave suspiro cargado de resignación.
—Debo decir que nunca vi a una dama tener un exabrupto tan memorable… y cautivador, señorita… Thompson. ¿No es así? —Amelia no sabía si el caballero bromeaba o lo decía en serio, pero retrocedió un paso y consideró meterse dentro de la salita y encerrarse en el interior hasta estar segura de que se hallaba de nuevo a solas—. ¿No vas a huir o sí, pequeña sassenach[1]?
Se mordió el labio inferior y rogó que alguien, quien fuera, apareciera en ese momento para interrumpirlos. Era consciente de que si la hallaban a solas con un caballero…, incluso si este era algo mayor en edad que sus esperados pretendientes, se metería en serios problemas. Y ella no quería terminar casada por verse involucrada en una situación comprometida.
Sin embargo, una parte de ella estaba escandalosamente tentada a probar su suerte y permitirle comprometerla. Lo que era una absoluta locura. ¿O no? El pareció interpretar su silencio como una aceptación porque una sonrisa pícara se formó en sus sensuales labios antes de volver a hablar.
—Me alegra saber que estamos en concordancia y no me hagas perseguirte. Pero, dadas las circunstancias, tendremos que ser cautos, lo que no significa que no podamos pasar algo de tiempo juntos, conociéndonos… y a ese cautivador temperamento tuyo.
Alarmada, lo miró con fijeza a lo que él enarcó una ceja y dejó escapar una risa ronca que ella encontró cautivadora. Chillidos agudos acompañados de risas le recordaron de su predicamento, y en el momento en que Sammy, seguido de cerca por las gemelas, apareció por el pasillo, Amelia no dudó. Se movió con sorprendente velocidad y cerró la puerta de la salita a sus espaldas, por lo que lo dejó efectivamente afuera. Aliviada, se apoyó sobre la maciza entrada de madera y dejó escapar el aliento que venía conteniendo desde que había abandonado la habitación.
—Nunca una dama ha huido de mí, señorita Thompson, y usted no va a ser la primera. —Con aquellas palabras, Amelia se estremeció al escuchar los pasos del hombre que lo acercaron a la puerta—. Nos vemos en la cena de ensayo.
—Sobre mi cadáver… —masculló por lo bajo, sintiéndose segura en la vacía habitación y lejos de oídos curiosos.
—Esperemos no llegar a tanto. Aunque debo reconocer que si se presentase la oportunidad de tenerla en mis brazos…, no pondría objeción alguna al respecto.
—¡Milord! —Aunque intentó fingirse indignada, la risa burbujeó en su interior, y el hombre pareció intuirlo porque dejó escapar una carcajada propia en respuesta y, esa vez, ella supo que él realmente se había marchado.
Sin embargo, eso no le impidió escabullirse por la puerta balcón que daba a los jardines traseros. De ser posible, prefería no volver a hallarse con el caballero en cuestión. Aunque tenía sus dudas respecto a su identidad, sabía solo de una familia que poseyera esa tonalidad de ojos… Y no había mujer en Londres que no conociera la reputación del truhan de lord Callan Douglas, par del reino, y que ostentaba el título de duque de Cumbria… un linaje que solía ser representado por un dragón. ¿Acaso habría algo de verdad en las palabras de Sammy?