Antes de realizar sus viajes en
bicicleta y moticicleta, hizo dos en barco, aunque son poco
conocidos porque no existe un diario, solo relatos cortos de él, de
su padre y de Calica Ferrer.
—Desde que lo conocí era adepto a la
aventura y a los viajes.
—¿Usted lo acompaña en algún otro?
Fuera del que hace el año 1953, claro —pregunto.
—No, pero él, antes de ir conmigo,
ya había realizado tres viajes por América Latina.
—¡Cómo? Yo solo conozco dos viajes:
uno en barco y otro en motocicleta.
—En barco lo hizo dos veces. Para
ello se empleó como enfermero del Ministerio de Marina y se embarcó
en una nave de esta institución.
—El viaje, ciertamente, es por el
Atlántico. ¿Hasta dónde llegó?
—El primero no sé, pero el segundo
me dijo que había llegado hasta las Bahamas.
—De su segundo viaje trajo regalos
para toda su familia y amigos.
Él se trajo una camisa blanca de
nylon, que la usaba tanto que nosotros la apellidamos como la
"semanera", camisa esta, que muchas veces estaba sucia, al igual
que su ropa. Era tan descuidado con el vestir, que incluso algunas
veces se ponía zapatos diferentes, o si era un par idéntico, los
cordones diferentes entre uno y otro zapato.
LA PRIMERA META:
BOLIVIA
En el primer viaje que hace
con Alberto Granado había visto la miseria en todo el Continente,
particularmente en Bolivia. Es este el primer país en el que vuelca
su atención, pues allí se está viviendo, al parecer, un momento de
efervescencia revolucionaria. Por eso, Bolivia es el primer país
que visita.
Después de regresar, como
médico resuelve hacer un nuevo viaje. Para ello busca a su amigo
Calica Ferrer para que lo acompañe.
En septiembre de 2004, mantuve
con él una larga conversación:
—¿Tenía usted conversaciones
de política con Ernesto?
—¡Sí!
—¿Qué le llamó más la atención
cuando hablaban de este tema?
—Él y yo teníamos una idea
clara sobre el imperialismo yanqui, que era el autor de la letra y
música de todo lo que se pasaba en América.
—¿Usted militaba en algún
partido o actuaba en las luchas universitarias?
—Yo era más activo que él,
pues era miembro y dirigente de la Federación Universitaria de
Córdoba (F.E.C.).
—¿Y Ernesto?
—¡No!
—Y, ¿cómo surge la idea del
viaje por toda América?
—Después que retornó de su
viaje con Alberto Granado en motocicleta, yo lo noté un hombre más
maduro, más politizado. La idea del viaje es suya y él me invita a
que lo acompañe.
Aquí conviene hacer un breve
paréntesis. Puede llamar la atención el hecho de que Ernesto
buscase a Calica y no a Tomás Granado —hermano de Alberto—, o a
Carlos Figueroa, por ejemplo. Ocurre que ambos, no tenían ni la
concepción ni el enfoque político de Calica. Ernesto y Calica
hablaban el mismo idioma en ese aspecto. La amistad con Granado y
Figueroa tenía otros matices, no estaban politizados.
La entrevista continúa:
—¿Era un viaje de aventura o
tenía otros objetivos?
—Nuestro primer destino fue
Bolivia, porque sabíamos que allá se estaba produciendo una
revolución importante. Sabíamos que las minas habían sido
nacionalizadas y que sería realizada una Reforma Agraria.
No fue un viaje de aventura,
fue un viaje con perspectivas diferentes.
—¿No era, entonces, un viaje
de turismo y aventura?
—No, el viaje fue definitorio
en la formación ideológica de Ernesto. El recorrido que hicimos no
fue de turismo, ni de aventura, fue la fragua de un pensamiento
revolucionario que cambiaría el mundo.
—¿Quién les financia el
viaje?
—Comenzamos a "manguear"
[2]
el dinero de tíos, primos, abuelos, amigos,
¡qué sé yo! Vendíamos una y otra cosa, juntamos, le voy a decir la
cantidad exacta: Ernesto, 5900 pesos, y yo, 6200 —12100 pesos eran
aproximadamente 700 dólares—, que en gran parte me dio mi madre,
quien me fabricó un cinturón especial que lo vestí allí, bien
seguro. Cuando precisábamos de dinero, Ernesto me decía con el
humor que lo caracterizaba: Sacá el dinero de tu cinturón de
castidad. Nos agenciamos de todas las formas que usted pueda
imaginar. Colaboraron todos nuestros familiares. Cada uno nos daba
lo que podía.
Ernesto ya está convertido en
un revolucionario de conciencia, solo le falta empuñar un arma, y
es para esto que realiza el viaje.
Veamos cómo se produce su
cuarto embarque por América del Sur, ahora a través de su
padre:
Muchos amigos
y familiares fuimos a despedirlo, y cuando el tren arrancaba de la
estación Retiro del Ferrocarril General Belgrano, Ernesto, en vez
de subir al vagón, caminó varios metros por el andén y, levantando
el brazo en el que sostenía un bolso verde, gritó: "Aquí va un
soldado de América". El largo tren comenzó a andar lentamente, y
solo después de repetir su exclamación, el Che subió al vagón que
lo transportaría fuera de nuestro país. Nadie entendió aquel grito:
"Aquí va un soldado de América".
En ese grito ante el tren,
podemos observar que responde ya a una decisión tomada.
Prosigamos con el testimonio
de Calica Ferrer:
—Una vez en territorio
boliviano, ¿qué les impresionó?
—Nos impresionó mucho la
cantidad de gente armada que veíamos por las calles. Era una cosa
de locos ver a los milicianos con sus "piripipis".
—Y, ¿qué fue lo primero que
hicieron?
—Ir al Ministerio de Asuntos
Campesinos. Logramos una entrevista con el ministro Ñuflo
Chávez.
—¿Cómo les fue?
—¡Mal! Nuestra impresión fue
negativa, pues luego que llegamos vimos a los indios, es verdad,
sucios, pero eran dedetizados como animales para matar sus piojos y
para que no le contagien al ministro. Sin embargo, Ernesto le
comentó en una carta a su amiga Tita Infante: "Bolivia es un país
que ha dado un ejemplo realmente importante a América", y añadió
algo que me llamó la atención: "En alguna guerra nos vamos a
meter".
—Por lo que me narra, es
posible que Ernesto ya tuviese una posición clara sobre el drama
social y geopolítico de la América Latina, ¿es correcto?
—Sí, Ernesto ya poseía una
visión muy clara del drama social de América. La tragedia de la
pobreza, el precipicio que había entre las clases que lo tenían
todo y los que no tenían nada, la falta de sanidad, de educación.
Las experiencias que habíamos tenido en Bolivia iban moldeando aún
más su pensamiento. Allí se podía tocar directamente la injusticia,
y también se podía entrever el poder latente en un pueblo que
despierta.
Cabe aclarar que Ernesto y
Calica van al Ministerio a pedir trabajo y a ofrecer sus servicios
a la revolución boliviana, pero cuando ven ese desprecio por los
seres humanos, abandonan el país y sus intenciones pese a que el
ministro les ofrece ayuda.
"Estoy un poco desilusionado
de no poder quedarme" (Ernesto Guevara Lynch, Aquí va un
soldado de América,15) anota después en una carta a su madre,
el 14 de julio.
Deciden no ir a trabajar a
ese centro médico y, por el contrario, le piden al Dr. Molina que
los ayude a visitar una mina. Este los recomienda a los directores
de las minas de wolfran La bolsa negra, situada tras del
Illimani.
Parten en un camión.
Ascienden hasta los cinco mil metros de altura, y luego descienden
hasta un valle donde está la administración de la mina.
Al llegar, uno de los
ingenieros los lleva a conocer un lago alimentado por un glaciar
del cerro Mururata. Después van al lugar donde se obtiene el
wólfram —mineral que extraen los mineros del socavón con un
molino—. A Ernesto y Calica les proporcionan máscaras, botas y un
capacete e ingresan a la mina. Esto los deja muy impresionados por
las condiciones degradantes en las que trabajaban los mineros.
Cuando salen, encuentran un barrio de ranchos donde viven los
mineros con sus familias, y los ingenieros les muestran
ametralladoras instaladas es tratégicamente apuntando al rancherío.
En aquel momento la mina estaba ya nacionalizada por el Gobierno y
de pendía de la Secretaría de Asuntos Mineros pero, hasta hacía
poco, cuando era privada y estaba en manos de los grandes barones
del estaño (Patiño, Hoschild y Aramayo), las ametralladoras eran
disparadas para re primir a los mineros en caso de que pidieran
alguna mejora en el salario o en las condiciones de trabajo.
Unos minutos después vieron
llegar a los mineros que venían de La Paz. Ernesto recuerda así
este pasaje:
Llegaron los
mineros con sus caras pétreas y sus cascos de plástico colorado que
los asemejan a guerreros de otras tierras.
Ernesto y Calica calculan su
edad entre los 50 y 60 años de edad, pero, en realidad, no tenían
más de 35 años. Estaban todos afectados por enfermedades pul
monares debido a que habían trabajado toda la vida sin protección,
sin horario, pagados solo a destajo —es decir, por jornal por día y
al margen de la ley—, aspirando el sílice de los socavones y
contrayendo tuberculosis pulmonar. Esta situación también fue
constatada por mí cuando visité en 1956 las minas de Catavi y
Huanuni.
EL ENCUENTRO CON
GUATEMALA
En Guayaquil se encuentran con
Ricardo Rojo, a quien conocieron en La Paz, y con los estudiantes
ar gen tinos de derecho Andreews Herrer, Eduardo Gualo García y
Oscar Valdovinos. Aquí es donde se separa de Calica, pues Ernesto
resuelve ir con esos amigos a Guatemala.
Allí llegan en un automóvil
viejo, casi sin gasolina y con cinco dólares en los bolsillos el
día 23 de diciembre de 1953.
En el paso
tuve la oportunidad de pasar por los dominios de la United
Fruit, convenciéndome una vez más de lo terrible que son estos
pulpos capitalistas. He llorado y jurado ante una estampa del viejo
camarada Stalin no descansar hasta ver aniquilados a estos pulpos
capitalistas. En Guatemala me perfeccionaré y lograré lo que me
falta para ser un revolucionario auténtico.
Unas líneas más abajo,
concluye así una carta que dirige a su tía:
Te abraza, te
besa y te quiere tu sobrino, el de la salud de hierro, el estómago
vacío y la luciente fe en el porvenir socialista. (Ernesto Guevara
Lynch, Aquí va un soldado de América, 28.)
Podemos observar que su viaje
a Guatemala tiene un objetivo claro: el de ponerle su hombro a la
revolución guatemalteca —pues hasta ahora él es tan solo un
"Revolucionario de papel"—, y el de graduarse como un "auténtico
revolucionario". Esta es una prueba más de que el Che no es un
aventurero más cuando realiza sus viajes por América del Sur. Este
viaje lo hace para convertirse en un "revolucionario de
verdad".
El 28 de diciembre del mismo
año, ya en Guatemala, en una carta dirigida a su madre,
manifiesta:
Por fin estoy
en la meta y frente a la poderosa disyuntiva que se me presenta,
(...) Creo que me quedaré dos años por aquí si las cosas salen
bien, y seis meses, más o menos, si veo que no hay posibilidades
apreciables.
"Dos años si las cosas van
bien" quiere decir si consigue su objetivo; si no hay nada que
hacer, como en Bolivia, "seis meses".
A los pocos días de su
llegada conoce a los exilados cubanos en Guatemala —remanentes del
Asalto al Cuartel Moncada, jefaturizado por Fidel Castro Ruz el 26
de julio de 1953, en Santiago de Cuba—: Antonio Ñico López, Mario
Dalmáu, Armando Arancibia y Antonio Darío López, el Gallego. Los
exiliados cuentan a Ernesto el fracaso de dicho asalto y le dan
referencias del líder del mismo. En principio la historia le
pareció tan alejada de la realidad que comentó con ellos: "Esto
parece algo cowboyesco"; pero a medida que pasa el tiempo y la
amistad se fortalece, Ernesto da crédito a la existencia de aquel
líder cubano. Comprende la magnitud del fracasado asalto, y se
pregunta a sí mismo: "¿Podré conocer algún día a su líder, Fidel
Castro?".
Ernesto llega a tener
contacto con estos cubanos gracias a Hilda Gadea; y a ella,
mediante la tarjeta de recomendación que le da, en el Perú, Castro
Rossmorrey, amigo de Hilda. Estos últimos tenían lazos de unión
porque ambos eran miembros de la APRA.
El 12 de febrero de 1954,
cuando lleva un poco más de 30 días en Guatemala, evoca tres hechos
importantes.
Veamos el primer tema:
Mi plan para
los próximos años: por lo menos seis meses en Guatemala, siempre
que no consiga algo bien remunerativo económicamente que me permita
quedarme dos años. Si se da lo primero luego iré a trabajar a otro
país durante un año, ese país podría ser, en orden decreciente de
probabilidades, Venezuela, México, Cuba, Estados Unidos.
El segundo tema:
Mi posición
no es de ninguna manera la de un diletante hablador y nada más; he
tomado posición decidida junto al gobierno guatemalteco y, dentro
de él, en el grupo del PGT, que es comunista, relacionándome además
con intelectuales de esa tendencia que editan aquí una revista y
trabajando como médico en los sindicatos, lo que me ha colocado en
pugna con el colegio médico, que es absolutamente
reaccionario.
En Guatemala a su izquierda Hilda Gadea
(su futura primera esposa) y Vicente Rojo.
En 1953 gobernaba Guatemala
el Coronel Jacobo Arbenz, quien, elegido presidente en 1950, dictó,
dos años después de haber tomado el poder, la Ley de Reforma
Agraria, mediante la cual expropió a la United Fruit
Company grandes extensiones de tierras ociosas que eran
mantenidas como reserva. Arrebató de manos de la compañía
norteamericana un total de 91 mil hectáreas de tierras
improductivas y las distribuyó a los campesinos (Douglas Kellner,
Os grandes líderes. Che Guevara, 20).
Durante su estancia en
Guatemala, algunos días, Ernesto trabaja como cargador en los mue
lles, en agotadoras jornadas nocturnas. Él mismo escribe su
experiencia en una carta enviada a su tía Beatriz:
Laburé en la
descarga de toneles de alquitrán, ganando 2,63 por doce horas de
laburo pesado como la gran siete, en un lugar donde hay mosquitos
en picada en cantidades fabulosas. Quedé con las manos a la miseria
y el lomo peor.
Trabaja también como pintor
de brocha gorda y hace letreros o placas de calle. Ernesto enfoca
esta cuestión y otras más, relacionadas con sus dificultades
económicas, en una carta dirigida a su madre, el 28 de febrero de
1954:
A mis
fracasados proyectos de laburo hay que agregar cuatro más, que cual
meteoros pasaron sin dejar más que una leve estela de aburrimiento.
Es la primera vez que tengo necesidad de laburar, y no consigo,
pues en general en América hay que cuerpearle al trabajo. Esto es
relativo, y aquí tengo una oferta en firme para trabajar como
pintor en un taller que hace letreros.
También, durante un tiempo
gana algunos centavos vendiendo imágenes de Cristo como apunta él
mismo:
Por ahora
vendo en las calles una preciosa imagen del Señor de Esquipulus, un
Cristo Negro que hace cada milagro bárbaro. El que vendo yo, está
iluminado con un sistema parecido al de Adolfo (un amigo de Buenos
Aires que es fotógrafo), pero peor. Ya tengo un riquísimo
anecdotario de milagros del Cristo, y constantemente lo aumento;
entre broma y broma me le mando algún pechacito por si cola...
(Ernesto Guevara de la Serna, Escritos y discursos, Tomo
II, 9).
A pesar de necesitar el
dinero para llevar el día a día, por seguir sus principios, rechazó
un trabajo. Veamos lo que cuenta Hilda Gadea en su libro Años
decisivos:
Le hablé a
Zeissig de Guevara contándole los hechos: que era médico argentino,
que deseaba ir a El Petén a trabajar por un año, Zeissig me ofreció
ayudarlo; se lo presenté, y él, a su vez, lo introdujo en la
Dirección Nacional de Estadística. Ernesto dejó su curriculum
vitae, y dijeron que le contestarían. Una mañana llegó Zeissig a mi
oficina con la noticia: "Sí, aceptan a Guevara, pero que se
inscriba en el PGT.
Me sonó
extraño todo eso y quise saber qué haría él, lo llamé a mi oficina
y se lo dije. Me respondió bastante enojado: "Mirá, le decís que
cuando quiera inscribirme en el partido lo haré voluntariamente, no
por interés." Realmente admiré esa actitud: necesitaba trabajar
para subvenir sus necesidades, pero no era capaz de hacer algo en
contra de los principios verdaderamente morales y revolucionarios.
A los pocos días, algo más callado, me explicó: "No es que yo no
esté de acuerdo con la ideología comunista, sino que los métodos no
me gustan; no se debe conseguir adeptos de esa manera, todo es
falso".
Como ya se ha dicho, cuando
Ernesto llega a Guatemala, queda encantado por la efervescencia
revolucionaria que vive el país. Puesto que tiene la vocación de
revolucionario, al día siguiente de su llegada entra en contacto
con Alfonso Bauer, presidente del Banco Nacional Agrario
Guatemalteco, a quien le cuenta algo de su vida y le pide dos
cosas: que le ayude a encontrar trabajo para sobrevivir y que lo
relacione con el gobierno, al que resuelve ofrecer su modesto apoyo
en cualquier área médica o política.
Por aquellos días, él medita
la posibilidad de un fracaso de la revolución guatemalteca cuando,
al hablar de la pretendida socialización del país, la considera
"sumamente difícil", vaticinio que iría a cumplirse unos meses
después. Leamos como se refiere al tema:
La influencia
del PGT es grande en parte de los otros tres partidos, por
intermedio de elementos que han tirado hacia la izquierda y están
dispuestos a ayudar a la socialización total de Guatemala, tarea
sumamente difícil. (Ernesto Guevara Lynch, Aquí va un soldado
de América, 43)
El 21 de febrero toma parte
en un acto político en conmemoración de otro aniversario del
asesinato de Augusto César Sandino (Adys Cupull y Froilán González,
Un hombre bravo, 56). La posibilidad de trabajar como
médico nunca llega a un término feliz, pues era necesario revalidar
su título de médico, lo que llevaba tiempo y dinero. Por eso, vive
en unas condiciones de penuria superiores a las todos sus viajes y
a las de todas sus estancias fuera de casa.
Realizados sus contactos con
miembros del partido comunista, encubierto bajo el manto del PGT
(Partido Guatemalteco del Trabajo), ingresa en una organización
denominada Alianza de la Juventud Democrática (Hilda Gadea,
Años decisivos, 105), un brazo del PGT.
En cuanto Ernesto empieza a
buscar formas de sobrevivir y de relacionarse con revolucionarios
guatemaltecos y de todo el continente, la familia Foster Dulles no
se queda de brazos cruzados y quiere reponer sus uñas, cortadas por
Jacobo Arbenz, para recuperar sus bienes expropiados en 1952 debido
a la ley de Reforma Agraria. Valiéndose de esto, la Central
Intelligency Agency (CIA) utiliza la extensión de los brazos
tentaculares de la familia Dulles y monta una operación clandestina
que adquiere el nombre de Operación Suceso, cuyo objetivo es
derribar el gobierno de Jacobo Arns.
Ernesto, al observar esto,
influye en la Alianza de la Juventud Democrática, en la cual
comienza a trabajar organizando la defensa del país y de la
revolución. Un día, en el gran patio del Instituto Nacional de
Varones, liderados por Edilberto Torres Rivas, Ernesto hace un
juramento junto a todos los miembros de la citada Alianza:
—¿Juráis
defender la soberanía nacional amenazada por la agresión de
traidores guatemaltecos y mercenarios, patrocinada por el
imperialismo?
En coro, la
muchedumbre de estudiantes y obreros contestó:
—¡Sí,
juramos! (Hilda Gadea, Años decisivos, 105)
Ernesto se unió a los
miembros de la Alianza de la Juventud para hacer guardias
nocturnas, pues Managua comenzó a ser bombardeada, un preludio de
la invasión de 300 mercenarios liderados por Castillo Armas, un
enviado de los Estados Unidos. Y aquí es que Ernesto, por primera
vez en su vida, empuña un arma (un fusil) para hacer guardias de
día y noche.
En el mes de abril se ve
obligado a salir de Guatemala, pues ha de renovar su visado de
permanencia.
Cuando retorna al país, que
vive un momento de efervescencia revolucionaria, escribe una carta
a su madre, y en lugar de colocar la fecha como habitualmente hace,
apunta: "Primer mes de la esperanza".
¿Por qué? Seguramente lo hace
porque al regresar ve alguna esperanza de que el camino al
socialismo no parará. Otra explicación no encuentra el autor, pues
nadie deja de colocar fecha a una carta, o bien la sustituye por
algún nuevo calendario como, por ejemplo, hicieron los franceses en
1789, cuando sustituyeron los meses por Brumarios, etc.
Este mes escribe dos
artículos, los titula El dilema de Guatemala y La
clase obrera de los Estados Unidos.
Hay en estos textos dos
frases dignas de ser transcritas:
Es hora de
que se supriman los eufemismos. Es hora de que el garrote conteste
al garrote, y si hay que morir, que sea como Sandino y no como
Hazaña.
Aquí repite su idea de que es
necesario responder al fuego con el fuego y que solo de ese modo es
posible liberarse del yugo norteamericano.
Preparémonos,
pues, a luchar contra EE.UU.; el fruto de la victoria será no solo
la liberación económica y la igualdad social, sino la adquisición
de un nuevo y bienvenido hermano menor: el proletariado de ese
país.
El 10 de mayo hace mención a
la medicina y a su orientación política. Menciona, en una carta
dirigida a su madre, Celia de la Serna:
En Guatemala
podría hacerme muy rico, pero con el rastrero procedimiento de
revalidar el título, poner una clínica y dedicarme a la alergia
(aquí está lleno de colegas del fuelle). Hacer eso sería la más
horrible traición a los dos yos que se me pelean dentro, el
socialudo y el viajero.
Foster Dulles, Secretario de
Estado norteamericano es, por "singular casualidad", uno de los
dueños de la United Fruit Company, y su hermano, también
por "extraordinaria coincidencia", miembro de la CIA. De modo que
planifican cuidadosamente la invasión de Guatemala por un ejército
de sátrapas y mercenarios compuesto de 400 soldados, que invadirán
Guatemala en junio de 1954.
El hecho influye tanto en
Ernesto que envía una carta el 20 de junio a su madre. He aquí un
fragmento:
Bombardearon
diversas instalaciones militares del territorio, y hace dos días un
avión ametralló los barrios bajos de la ciudad matando a una chica
de dos años. El incidente ha servido para aunar a todos los
guatemaltecos debajo de su gobierno y a todos los que, como yo,
vinieron atraídos por Guatemala. El espíritu del pueblo es muy
bueno y los ataques tan desvergonzados sumados a las mentiras de la
prensa internacional han aunado a todos los indiferentes con el
gobierno, y hay un verdadero clima de pelea. Yo ya estoy apuntado
para hacer servicio de socorro médico de urgencia, y me apunté en
las brigadas juveniles para recibir instrucción militar e ir a lo
que sea.
Dos días antes de escribir
esta carta traslada armas y trata de agrupar a algunos jóvenes para
combatir, salvaguardar a dirigentes políticos y a simpatizantes con
el gobierno de Arbenz (Adys Cupull y Froilán González, Un
hombre bravo, 58).
Hilda Gadea, en esta época
amiga del Che, apunta en su libro:
Ernesto se
unió a los compañeros de la Alianza de la Juventud para hacer
guardias en las noches. Se había ordenado el oscurecimiento total y
ellos vigilaban que no se encendieran luces en ninguna casa, o que
la luz interior no se filtrara al exterior porque estas podían
servir de guía a los aviones piratas.
Unas páginas después,
amplía:
Ernesto
contaba que insistentemente proponía en la Alianza de la Juventud
la necesidad de ir al frente a pelear y que muchos jóvenes,
alentados por él, estaban dispuestos, y que una y otra vez lo
presentaban al PGT, pero que no les hacían caso, dándoles como
respuesta que el Ejército había tomado las medidas necesarias y que
el pueblo no debía preocuparse. Me consta que Guevara y otros
revolucionarios latinoamericanos elaboraron planes para mejorar la
defensa y rechazar la pequeña fuerza invasora, compuesta de 700
hombres, mercenarios en su mayor parte.
Percibíamos
un atemorizamiento general, índice de una falta de conciencia
política y pérdida de confianza en sus dirigentes. Él estaba seguro
de que si se le decía la verdad al pueblo, que era necesario luchar
contra una fuerza superior —el imperialismo norteamericano—, y si
se le daba armas, podía salvarse la revolución. "Aún más
—afirmaba—, aunque cayese la capital, podría continuarse luchando
en el interior: en Guatemala hay zonas montañosas apropiadas.
Entonces se
dedicó a buscar a algunos líderes políticos amigos y
revolucionarios sinceros en esa época —entre ellos a Marco Antonio
Villamar y Alfonso Bauer Pais— para transmitirles esta idea. El
primero le contó que con un numeroso grupo de obreros fue al
Arsenal a pedir armas y que los militares se las negaron, y que les
dieron un plazo de minutos para desalojar, si no, tiraban al
cuerpo; tuvieron que irse.
El segundo le
confió que ya estaba enterado de la renuncia de Arbenz, y se
mostraba muy deprimido porque el presidente no consultó al Comité
de Emergencia formado por políticos de todos los partidos, del cual
era miembro el propio Bauer Pais.
En realidad Ernesto, mucho
antes del comienzo de la Operación Suceso, había ya previsto la
intervención norteamericana:
Políticamente, las cosas no están yendo muy bien porque se sospecha
de un golpe en cualquier momento sobre el patrocinio de nuestro
amigo Ike (Adys Cupull y Froilán González, Un hombre
bravo, 157).
Por Ike, evidentemenete se
refiere al presiedente norteamericano de entonces,
Eisenhower.
Durante todo este tiempo, la
prensa, que está en poder del capital privado, defiende sus
intereses. Por ello, Ernesto es lapidario contra esa mal proclamada
"Libertad de Prensa":
Este es un
país en el cual se pueden inflar los pulmones y llenarlos de
democracia. Hay periódicos aquí dirigidos por la United
Fruit y, si yo fuese Arbenz, los cerraría en cinco minutos,
porque ellos son una vergüenza; dicen lo que quieren, lo que bien
entienden, y ayudan a crear la atmósfera que la América del Norte
desea, mostrando que Guatemala es un antro de ladrones, comunistas,
traidores, etc. (Jon Lee Anderson, Che Guevara, una
biografía).
En el mes de marzo, uno de
los tentáculos del coloso del norte llega hasta Venezuela, donde
está reunida la OEA. Sus decisiones, en defensa de los sagrados
intereses de las 91 mil hectáreas que estaban beneficiando a 100
mil campesinos guatemaltecos, no se dejaron esperar. Con apenas dos
abstenciones (México y Argentina) y un voto en contra (Guatemala),
fue firmada, el 26 de marzo, por los cancilleres latinoamericanos:
"La intervención armada en cualquier estado miembro que fuese
dominado por el comunismo ya que, en esas condiciones constituye
una amenaza al hemisferio americano"(Jon Lee Anderson, Che
Guevara, una biografía, 165).
Para hacer oír el ruido de
sus cañones, los norteamericanos encuentran un testaferro: el
coronel Carlos Castillo Armas, graduado en Fort Leavenworth Kansas.
Así, en el atardecer del 18 de junio de 1954, es bombardeada la
capital guatemalteca y, simultáneamente, parte una expedición de
invasores de Honduras.
Ernesto había previsto que
esto ocurriría tarde o temprano. Vanos fueron sus esfuerzos por
convencer, a través de sus amigos, al gobierno para que se crearan
milicias populares y se entregaran armas a los obreros y
campesinos. Veía con extremo temor la pluralidad de partidos que
constituían el frente de fuerzas políticas que apoyaban a Jacobo
Arbenz, "quienes, debido a sus rencillas internas y sectarismos,
entorpecían la acción efectiva de las medidas revolucionarias del
gobierno y debilitaban la unidad del pueblo". Esto último se lo
dijo Ernesto a Bauer en una ocasión (Martha Rojas, Testimonios
sobre el Che, 81).
Iniciado el bombardeo,
Ernesto se mueve, insiste en que debe ser armado el pueblo, pero
sus relaciones con los altos escalones del gobierno son
inexistentes. Además, cuando Arbenz resuelve distribuir los fusiles
y crear milicias populares, los militares no se lo permiten.
El 26 de junio las fuerzas
norteamericanas parten utilizando un testaferro y vencen los
mercenarios. Se decreta la caída de Jacobo Arbenz. Ernesto se ve
obligado a exiliarse en la Embajada Argentina, ya que los invasores
lo buscan desesperadamente para apresarlo y, con certeza, para
matarlo, pues tuvo una participación activa y desesperada. Había
sugerido que el gobierno asumiera una posición más severa. Propuso
incluso que Arbenz organizara guerrillas refugiándose en las
montañas, en las cuales él se incorporaría. Pero en ese entonces,
su influencia en el partido CGT era muy pequeña. Hicieron oídos
sordos y Arbenz renunció el mismo día.
El 4 de julio envía una larga
carta a su madre, de la que extraemos los fragmentos más
destacados:
La traición
sigue siendo patrimonio del Ejército, y una vez más se prueba el
aforismo que indica la liquidación del Ejército como el verdadero
principio de la democracia (si el aforismo no existe, lo creo
yo).
Escribe de nuevo a su madre,
el día en que comienza el bombardeo:
El jefe
militar de la "Brigada Augusto César Sandino" es el nicaragüense
Rodolfo Romero —quien contaría después:
Le entrego
una carabina checa que usaba el Ejército de Guatemala y me
pregunta: "¿Y esto cómo se maneja?". Le doy instrucciones rápidas
de arme y desarme de campaña y lo llevo, en esa noche sin luces, a
la parte más elevada del edificio para que hiciera su primera
posta, de dos a seis de la mañana. (Paco Ignacio Taibo, Ernesto
Guevara, también conocido como el Che, 74)
Los invasores ingresan en
Guatemala con paso de parada. Se autonominan Ejército de Liberación
Nacional. Tienen en sus filas a 400 mercenarios entrenados por
"Tachito" Somoza de Nicaragua desde el mes de febrero. Los
bombardeos son realizados a diario, los aviones utilizan
aeropuertos principalmente nicaragüenses y, a pesar de que sus
pilotos aciertan en muy pocos blancos, consiguen su objetivo de
intimidación.
Nueve días después de haberse
iniciado el conflicto bélico, Jacobo Arbenz es obligado a renunciar
por las propias Fuerzas Armadas, que hasta entonces sostenían a su
gobierno.
Refugiado en la Embajada
Argentina, Ernesto le escribe una carta a su tía Beatriz, el 22 de
julio. Ahí hace hincapié sobre su decisión irrevocable de encontrar
algún lugar donde poder convertirse en revolucionario:
De todas
maneras estaré atento para ir a la próxima que se arme, ya que
armarse se arma seguro, porque los yanquis no se pueden pasar sin
defender la democracia en algún lado.
Abandona Guatemala y llega a
México en tren, el 18 de septiembre de 1954. En el vagón conoce al
guatemalteco Julio Roberto Cáceres, a quien llama el Patojo por su
baja estatura, y establece una estrecha amistad con él, porque
ambos hablan el mismo idioma y son comunistas.