NOTA DEL AUTOR
El año 1967, cuando cumplía funciones de médico provincial en Comarapa (cantón situado aproximadamente a 80 kilómetros de Vallegrande), era simultáneamente columnista del periódico Prensa Libre. En el momento en que estalló la guerra de guerrillas en Bolivia, el 23 marzo del mismo año, resolví trasladarme a Cochabamba, para recabar una credencial como Corresponsal de Guerra del periódico en que trabajaba. Esta me fue concedida, y seguidamente me dirigí a la ciudad de La Paz para visarla en el Estado Mayor del Ejército.
Era empleado del Ministerio de Salud Pública y cobraba mi salario de médico en Vallegrande, donde tenía un amigo ajeno a la mentalidad de las Fuerzas Armadas. Como tenía interés de encontrar al Che y hacerle un reportaje, un día le solicité que me diese la información que me permitiese encontrarlo. Al principio, estuvo reticente; pero luego, accedió. No solo me dio lo que le había solicitado, sino que además me proporcionó información y documentos confidenciales (radiogramas, partes, órdenes militares, etc.), los cuales me ha hecho llegar incluso después de la guerra. De esa forma tengo en mi poder más de 200 documentos confidenciales rotulados como "Secreto".
Tres fueron los contactos más importantes que me concedió mi informante. Menciono solo dos de ellos:
El día 7 de julio, me llamó por teléfono y me dijo:
—El abuelo ha estado anoche en Samaipata.
Un día de esos tuve la certeza de que los encontraríamos, pues en un momento dado el hombre se detuvo y me dijo:
—Mire esto.
—¿Qué...?
—Observe el sentido de los machetazos en la selva abriendo senda.
Nosotros —es decir los campesinos bolivianos— cortamos de arriba abajo y esto está cortado de abajo arriba. Solo puede ser un extranjero.
Yo estaba muy animado. Seguimos esas señas, que concluyeron en un río. Atravesamos el mismo, pero no encontramos nuevas huellas en ningún lugar. Volví desconsolado, con los pies llenos de ampollas y el trasero destrozado.
El último contacto que dio mi informante fue el más importante para mí. El lunes 9 de octubre, me llamó por teléfono y me dijo:
—El abuelo llega hoy día a Vallegrande.
Debían ser las 9 ó 10 de la mañana. Una vez más, preparé mi máquina fotográfica, subí a mi motocicleta. Partí hacia Vallegrande y llegué a las cuatro de la tarde.
Este día, tuve el triste privilegio de ser uno de los pocos testigos oculares de la llegada del cadáver del Che a los pies de un helicóptero.
Los médicos de planta del Hospital Nuestro Señor de Malta, Moisés Caso y Abraham Baptista, ayudados por enfermeras y soldados, desnudaron el cuerpo del Che, del abdomen para arriba, con el fin de facilitar la formalización y la tomada de impresiones digitales. Observé, entonces, la facilidad con que era manipulado el cadáver y sospeché de la posibilidad de que no había muerto 24 horas antes, en combate, vale decir, el día domingo 8 de octubre, como había afirmado el Ejército en un comunicado oficial, el día 9.
Al día siguiente, martes 10, cuando llegaron aproximadamente 40 periodistas en un alrededor de las 11 de la mañana, después de tomarles unas fotografías en el aeropuerto, me adelanté a ellos en mi motocicleta. Pretendía ingresar cuanto antes a ese odeón conspiratorio, donde había sido preparado un espectáculo circense en la lavandería de Vallegrande, cuyo actor principal iba a ser el cadáver del Che. La idea era mostrarlo como un hombre vencido y muerto en combate. Resolví entonces colocarme entre el cuerpo del Che y la pared, en el eje medial de este "teatro al aire libre", frente a todos los espectadores, frente a los 40 periodistas que acababan de aterrizar en Vallegrande.
Fueron tomadas centenares de fotografías. Ningún profesional quería perder una sola foto de aquel momento histórico. Los militares comenzaron a narrar los hechos:
—Ayer llegó en un helicóptero...
—Recibió diversas herida de bala...
Un periodista preguntó:
—¿Cómo murió y cuál es la causa de muerte? ¿Alguien sabe? Coloqué mi dedo indicador a pocos centímetros de la herida de bala fatal, y dije:
—Este orificio corresponde a la penetración de la bala que lo mató. El disparo fue hecho a quemarropa. El Che no murió en combate.
Fue ejecutado.
La tarde de ese día viajé a Cochabamba en el mismo avión que trajo a periodistas de todo el mundo. Preparé mi artículo en la redacción de Prensa Libre y el Director rehusó a publicar mi denuncia de que el Che había sido rematado a quemaropa. Insistí una y otra vez para publicar y finalmente me dijo:
—Reginaldo, ¿sabes que va a suceder mañana si publicamos tu denuncia?
—No —respondí.
—Ocurrirán dos cosas: cerrarán mi periódico y a ti te detendrán o te harán desaparecer.
Regresé al día siguiente a Vallegrande dispuesto a profundizar mis investigaciones. El jueves 12 ingresé de forma subrepticia al Hospital Nuestro Señor de Malta gracias a mi condición de médico, pues estaba prohibido el ingreso de periodistas. Allí, entrevisté a cuatro soldados que participaron del Combate del Churo y el asesinato del Che. Luego, con inmensas dificultades y gracias a los documentos que llevé —los cuales acreditaban que debía vacunar toda la provincia de Vallegrande—, me interné en la zona de guerra. Deambulé por La Higuera y alrededores durante 10 días, lugares estos que conocía, ya los había visitado vacunando pobladores de los diferentes cantones del Departamento de Santa Cruz de la Sierra, pues, reitero, era médico del Ministerio de Salud Pública. Recogí testimonios de soslayo —pues no podía delatar mi condición de periodista— y comprobé el asesinato del Che. Retorné entonces a Cochabamba dispuesto a publicar lo que había descubierto ya sea en Prensa Libre u otro periódico. Cuando llegué a mi casa, mi madre me contó que el Ejército estaba tras mío y me pedía llorando como jamás la había visto que me callase y desapareciese.
Debo decir, con la indulgencia del lector, que no tuve los cojones bien puestos. Resolví hacer caso a los consejos de mi madre. Así, enyesé mi lengua y coloque una tela emplástica a mi boca. Huí al Brasil donde vivo hasta hoy en día, sepulté mi pluma y mis descubrimientos en el panteón del archivo.
El autor denuncia frente a los periodistas que el Che no murió en combate sino ha sido ejecutado.
Hasta la década del 80 prácticamente no hice nada, a no ser leer, releer y ordenar todas las publicaciones de prensa y de libros que me enviaba mi familia desde Cochabamba. Pero, a partir del momento en que tomó el poder el Dr. Hernán Siles Suazo y volvió la democracia a Bolivia, comencé a realizar viajes y más viajes al país, de norte a sur y de este a oeste, en busca de los protagonistas de la Guerra y sus testigos oculares. Ni qué decir que regresé a La Higuera y a Vallegrande más de una decena de veces, y en dos ocasiones a Ñancahuazú. Esto, claro, aparte de los cuatro viajes que he realizado a la Argentina y a Cuba.
¿Por qué demoré cuatro décadas para publicar este libro? Porque durante todo este tiempo he estado haciendo acopio de información, cruzando datos, revisando bibliografía, entrevistando personas, buscando los testigos y validando sus testimonios... Y además, porque más que periodista y/o escritor, soy médico y esta profesión es la que ocupa la mayor parte de mis días.
He de decir que todo lo que afirmo en esta obra es fruto de una prueba documental, fotográfica, de lo dicho por gente cercana a los hechos a la que he entrevistado y de los casi 50 testimonios recibidos. Debo precisar además que esto último radicó el principal problema que he enfrentado todos estos años de meditación y escritura: los testigos vivos de la historia tienen su propia óptica, esconden y/o narran lo que les interesa. Es decir, no siempre lo que cuentan corresponde a la verdad. Entonces, ¿qué hacer? Solo me quedó poner en práctica el clásico axioma de judicatura: Testis unus, testis nulus, vale decir, "testimonio único, testimonio nulo". He buscado siempre que ha sido posible una segunda declaración que coincida con la primera para publicar algo. Cuando el testimonio de un entrevistado no ha sido confirmado por nadie o por ningún documento, he omitido las declaraciones.
John Toland, ganador del premio Pulitzer y autor del libro Dioses de la Guerra escribe: "Aun cuando la historia sea investigada con el máximo de cuidado solo consigue ser una aproximación de la verdad". Sin embargo, como me considero intelectualmente honesto, considero fundamental destacar que todo lo que está publicado en esta obra se basa en hechos reales descubiertos por mí o por otros periodistas y/o escritores.
En este libro no existe improvisación. Como dije antes, he revisado, confirmado y cruzado todas las informaciones de todos los hechos que escribo. Y todo esto lo he hecho con sinceridad, porque creo que los libros son eternos.
"Un revolucionario que escribe historia debe ajustarse a la verdad como un dedo a un guante; tú lo hiciste pero el guante es de boxeo y así no vale" [1] . Esta es la frase del Che que intento honrar al máximo y si en algún momento no cumplo en un 100% es por error involuntario.

Sé que esta obra no es la primera ni la última en explorar el universo Che Guevara, pero expongo al lector un enfoque periodístico sobre el tema, presentando hechos concretos y reales. Este es un trabajo más de periodismo investigativo que literario, y es gran parte también de mi vida, todo lo cual pongo a disposición del lector.
Reginaldo Ustariz Arze