UN ENGRANAJE DE LA MAQUINARIA SOCIALISTA
FEBRERO - PRINCIPIOS DE ABRIL DE 1919
El 15 de febrero de 1915, el poeta y novelista Rainer Maria Rilke se sentó en su escritorio, en Múnich, y se quedó mirando la fotografía que la condesa Caroline Schenk von Stauffenberg, una conocida suya, había adjuntado en su última carta. En ella aparecían los tres hijos de la condesa, Claus, Berthold y Alexander.
La situación política en la ciudad había empeorado drásticamente desde que Rilke le escribiera a su madre aquella felicitación de Navidad llena de prudente optimismo. Aun así, cuando se dispuso a redactar la carta de respuesta a la condesa, trató de mantener esa actitud positiva y reflejar en el papel su esperanza de que, a despecho de la miseria actual, el hijo de Von Stauffenberg, «un muchacho que ya promete mucho», conocería un mundo mejor.
Rilke escribió: «Quién sabe si no nos corresponde a nosotros la tarea de superar el peor peligro, el caos más terrible, para que la próxima generación crezca con normalidad en un mundo profundamente renovado». Le dijo también a la condesa que, a pesar de la indigencia presente, el futuro sería espléndido para sus tres hijos, pues, «seguramente, cuando atraviese la falla abierta por la guerra, cuando deje atrás su horrible abismo, el curso del río fluirá con más facilidad hacia lo nuevo y lo abierto».
Con su prudente optimismo sobre el futuro de Claus, de doce años de edad, y sus hermanos, Rilke expresó su deseo de que la crisis de aquel momento no fuera un presagio de algo peor, sino que desembocara en «un veredicto favorable a la humanidad». El día que escribió esa carta era simplemente inconcebible que, veinticinco años después, Claus Schenk von Stauffenberg y su hermano Berthold fueran ejecutados por su intento de asesinato, el 20 de julio de 1944, del hombre que, en aquel momento, no era más que un don nadie de veintinueve años de edad, recién retornado a Múnich tras prestar servicio en Traunstein.[77]
Una de las razones por las que la situación política en Múnich se había deteriorado tan rápidamente desde mediados de febrero era la continua adversidad económica, el hambre reinante en la ciudad que de nuevo dio un hogar a Hitler.
Pocos días después de la revolución, el profesor y ensayista Josef Hofmiller dijo medio en broma que si esta realmente hubiera llegado a ocurrir «habríamos tenido cerveza potable».[78] Las cosas no habían mejorado desde entonces y muchos en Múnich culpaban de ello a las potencias vencedoras de la guerra. Como recordaba la militante sionista Rahel Straus: «El acuerdo de paz no supuso el fin del bloqueo lanzado contra Alemania. Y eso fue terrible. La gente resistió las adversidades porque sabía que no había más remedio; era la guerra. Pero la guerra había terminado, las fronteras seguían cerradas y el hambre permanecía. Nadie podía entender por qué se condenaba a la hambruna a un pueblo entero».[79]
El hambre y el sentimiento de haber sido traicionados, tal como describió Straus, fueron la causa de que los ciudadanos de Múnich se radicalizaran, mucho más que la experiencia de la guerra o las opiniones políticas que existían antes de ella. Esa, al menos, fue la conclusión de los dos agentes del servicio de inteligencia británico, los capitanes Sommerville y Broad, destinados en Múnich. A finales de enero enviaron un informe a Londres en el que se decía: «A menos que se les preste asistencia antes de abril, fecha en que las reservas de alimentos se acabarán, no será posible mantener a los bávaros —ya bastante desnutridos— a raya». Predijeron que «el hambre provocará disturbios y empujará a la gente al bolchevismo, y no cabe duda de que esto angustia bastante a las autoridades».[80]
Y era este drástico empeoramiento de la situación, más que el persistente bloqueo por parte de las potencias vencedoras, lo que Kurt Eisner no sabía cómo manejar. Aunque estuviera repleto de buenas intenciones, simplemente no entendía el arte de la política. Era incapaz de comprender que ser un buen político requería unas herramientas del todo diferentes a las que necesitaba un buen intelectual. Muchas de las características que son virtudes para los pensadores son un lastre para los políticos, de ahí que la perspicacia en la teoría se asocie a menudo con la ineptitud política.[81] El líder revolucionario bávaro carecía también de capacidad de adaptación y de astucia, así como de la habilidad para, una vez en el poder, tomar decisiones con rapidez y explotar a su favor los acontecimientos. Era un hombre afable pero sin carisma y sin aptitudes para liderar. Era, en suma, el polo opuesto del Hitler que aparecería a finales de ese mismo año.
Los críticos de fuera de la política veían a Eisner como a un intelectual sin ningún talento para el liderazgo. El periodista Victor Klemperer lo describió como un «hombrecillo delicado, enjuto, encorvado y enfermizo. Su cabeza calva no era imponente. Su escaso pelo, gris y sucio, se le derramaba sobre el cuello, y su barba rojiza tenía un sucio matiz grisáceo. Sus ojos, tras las gafas, eran de un gris ceniciento». El escritor judío no detectaba en ese rostro «ningún asomo de genio, de respetabilidad o de heroísmo». Para Klemperer, Eisner no era más que «una persona mediocre y ajada». Algunos de los ministros del Gobierno que no pertenecían a su partido se mostraban incluso menos elogiosos con respecto a sus cualidades políticas. Por ejemplo, Heinrich von Frauendorfer, el ministro de Transportes, le dijo a Eisner durante una reunión del Consejo de Ministros del 5 de diciembre: «Todo el mundo opina que no tienes ni idea de cómo se gobierna». Y añadió: «¡No eres un hombre de Estado... eres un loco!».[82]
Otro problema era que un gran número de figuras señeras del Gobierno y de los consejos no habían nacido en Baviera. Kurt Eisner fue incapaz de darse cuenta de que poner al frente del Gobierno a más revolucionarios locales habría contribuido a legitimar ante el pueblo el nuevo régimen. En febrero, Klemperer, que cubría la revolución de Múnich para un periódico de Leipzig, bromeó en uno de sus artículos: «En Múnich, lo que pasaba antes en el arte pasa ahora en la política; todo el mundo se pregunta: “¿Dónde están los de Múnich? ¿Dónde están los bávaros?”».[83]
Y peor aún; debido a su falta de talento político, Eisner no tenía la más mínima —y realista— idea de cómo contener a los revolucionarios radicales de sus propias filas y de los grupos que estaban aún más a la izquierda, como los espartaquistas —un grupo llamado así por Espartaco, el líder esclavo de la época romana, y que defendía la dictadura del proletariado—, una vez que la euforia de los primeros días hubo decaído. Eisner no hizo caso de las constantes y urgentes advertencias que le reprochaban haber confiado demasiado en la extrema izquierda y haber subestimado, así, el riesgo de que diera un golpe de Estado. Dijo a los miembros de su gabinete que la gente de la extrema izquierda solo se desahogaba: «Es necesario que el pueblo libere sus tensiones».[84] No se dio cuenta de que con su intento de amansar a la extrema izquierda de Múnich no había hecho más que alentarla, cavando así su propia tumba como político.
Para los revolucionarios radicales, Eisner se había vendido a los reaccionarios. Reaccionarios, para ellos, eran tanto los socialdemócratas (SPD), los liberales y los conservadores moderados como los genuinos reaccionarios. En su visión del mundo idealista pero paranoide, que aplicaba los razonamientos típicos de los bolcheviques, la democracia parlamentaria, el liberalismo, el gradualismo y el reformismo, por un lado, y el autoritarismo derechista, por el otro, no eran sino dos caras de la misma moneda.
A primeros de diciembre de 1918, Fritz Schröder, uno de los representantes del Partido Socialdemócrata Independiente, el partido de Eisner, arremetió explícitamente contra la democracia parlamentaria en el Consejo de Soldados: «El grito en favor de la asamblea nacional no es más que cháchara reaccionaria».[85] De igual modo, el anarquista Eric Mühsam exigió la instauración de una dictadura benigna cuyo objetivo no fuese apoyar al proletariado, sino «suprimir el proletariado».[86] Y un colaborador cercano de Mühsam, Josef Sontheimer, reclamó un gobierno popular violento. «Espero —espetó Sontheimer en un mitin celebrado a principios de enero—, que nos alcemos en armas para saldar nuestras cuentas con los reaccionarios.»[87] Unos días antes, los comunistas habían dicho, con ocasión de una marcha en Múnich, que «la gente debería ir a las urnas para elegir la Asamblea Nacional no con papeletas, sino con granadas de mano».[88]
A finales de noviembre de 1918, Erhard Auer, ministro del Interior y líder del SPD, había llegado ya a la conclusión de que el persistente radicalismo de la extrema izquierda hacía insostenible la democratización de Baviera. Profundamente preocupado por la posibilidad de que surgiera la tiranía, Auer arremetía continuamente contra Eisner y su incapacidad para emprender acciones decisivas contra los radicales de la izquierda. El 30 de noviembre declaró: «No puede haber, no debe, una dictadura en nuestro Estado popular libre».[89] Como los partidarios de Eisner se sentían cada vez más acosados desde todos los frentes, no tardaron mucho en suprimir la libertad de expresión. El 8 de diciembre ordenaron a unos pocos cientos de soldados tomar las oficinas de los periódicos liberales, conservadores y socialdemócratas moderados. Dos días después, los estadounidenses que residían en Múnich recibieron una notificación urgente del Departamento de Estado de Estados Unidos; en ella se les comunicaba que su seguridad no estaba garantizada y se les conminaba a «volver a casa tan pronto como sea posible».[90]
En el resto del país los intentos de echar abajo el nuevo orden liberal llegaron incluso más lejos, demostrando así que la inquietud de Auer estaba más que justificada. A principios de enero, los comunistas intentaron dar un golpe de Estado en Berlín para derrocar al Gobierno de la nación. Pretendían aniquilar la democracia parlamentaria, evitando que se celebraran elecciones generales, y establecer así una república soviética alemana. Si los socialdemócratas moderados lograron salvar la incipiente democracia parlamentaria alemana fue gracias a la ayuda de las milicias. Pero los intentos por parte de la extrema izquierda de acabar por la fuerza con la democracia en Alemania no se limitaron a la capital. Por ejemplo, desde el 10 de enero al 4 de febrero, existió una república soviética en Bremen, la antigua ciudad hanseática del noroeste del país. A finales de 1918 y principios de 1919, el principal desafío al que tuvo que enfrentarse la recién instaurada democracia liberal en Alemania no provino de la derecha, sino de la izquierda.[91]
En Baviera, el único desafío serio que no procedía de la izquierda radical fue el de Rudolf Buttmann, un bibliotecario de la Biblioteca del Parlamento de Baviera que había vuelto recientemente de la guerra y que, más tarde, entre 1925 y 1933, lideraría el partido nazi en el Parlamento bávaro. Junto al editor pangermanista Julius Friedrich Lehmann y otros conspiradores, Buttmann planeó derrocar al Gobierno de Eisner y organizó, para ello, una Bürgerwehr («milicia») a últimos de diciembre. Pero sus colaboradores tenían orígenes políticos muy diversos. Entre ellos había extremistas conservadores y de la derecha radical, que soñaban con organizar un golpe contra Eisner, así como miembros de la Sociedad Thule, una agrupación secreta de radicales de derechas que jugaría un papel prominente en el nacimiento y los primeros tiempos del partido nazi. Entre los cómplices de Buttmann se encontraban también destacados socialdemócratas; de hecho, para organizar la Bürgerwehr se alió con Erhard Auer, quien también colaboró con otro miembro de la Sociedad Thule, Georg Grassinger, para intentar descabezar a Eisner.[92]
Tras llegar pronto a la conclusión de que restaurar la monarquía, su opción preferida, era inviable, Buttmann decidió respaldar a los revolucionarios moderados. En el invierno de 1918-1919, abogó a menudo por un acercamiento de tipo práctico a los socialdemócratas, los sindicalistas y otros grupos. A diferencia de los radicales de izquierdas, estaba dispuesto a aceptar el nuevo sistema parlamentario surgido tras la guerra. Por aquel entonces, Buttmann no era aún el militante nacionalsocialista en el que se convertiría después. La entrada del diario de la mujer de Lehmann del 6 de enero de 1919 sugiere que, tanto Buttmann como Lehmann, colaboraron sinceramente con los ministros del SPD. También revela que los dos hombres no tenían previsto en esa fecha participar activamente en el derrocamiento del Gobierno, sino más bien ayudarlo para que se anticipara a los desafíos de la extrema izquierda. «A principios de diciembre, se armó discretamente a la milicia en Múnich —escribió Melanie—, para contrarrestar las acciones violentas de la brigada espartaquista, cuyos miembros irrumpieron armados en una serie de reuniones y forzaron la dimisión del ministro del Interior, Auer, un socialista moderado.» Y añadió: «Julius trabajó mucho y con entusiasmo. Se esperaba que la milicia estuviera organizada y preparada para derrotar la próxima aventura espartaquista, prevista para antes de las elecciones. El Gobierno estaba al tanto de todo y los ministros moderados se mostraban más que favorables».[93]
Como indica el caso de Buttmann y Lehmann, el proceso de democratización de Baviera en la posguerra no nació muerto. En aquel tiempo, algunos de los hombres que en un futuro llegarían a ser los partidarios más importantes de Hitler estaban aún dispuestos a aceptar una Baviera democrática y parlamentarista. Incluso la Sociedad Thule, a la que pertenecía Julius Friedrich Lehmann, imaginaba por aquel entonces la Baviera del futuro dirigida por un líder del SPD. A principios de diciembre, el SPD elaboró un plan para dar con la mejor manera de arrestar a Eisner y reemplazarlo por Auer.[94]
Mientras la situación política en Múnich se radicalizaba cada vez más, a principios de 1919, Hitler y Schmidt seguían apoyando con sus acciones al Gobierno revolucionario. Incluso cuando se incorporaron a su regimiento en Múnich tras volver de Traunstein, justo en un momento en el que se fomentaba la desmovilización del personal. Para facilitar la pronta incorporación de sus miembros a la vida civil, el regimiento organizó un departamento de empleo. A cada soldado se le concedía un permiso de diez días para buscar trabajo, con derecho a reincorporarse a la unidad en caso de no encontrarlo.[95] Y sin embargo, Hitler y Schmidt escogieron seguir prestando servicio al nuevo régimen, incluso cuando, el 19 de febrero, los adversarios de Eisner amagaron con un golpe de Estado para desbancarlo.
Aquella intentona golpista permanece aún hoy cubierta de misterio. El líder de la sublevación para desalojar a Eisner del poder fue un marinero, Obermaat Konrad Lotter, integrante del Consejo de Soldados de Baviera. Secundado por seiscientos marineros —muchos de los cuales eran bávaros— que apenas unos días antes habían vuelto a Baviera procedentes del mar del Norte, el golpe finalizó con un intercambio de disparos en la Estación Central de Múnich. Según los indicios de que disponemos, a Lotter lo angustiaba que Eisner no tuviera intención o no fuera capaz de entregar el poder a los partidos ganadores de las elecciones de Baviera y, por lo tanto, que una revolución aún más radical, apoyada por tropas afines a la extrema izquierda, fuese inminente. Es bastante revelador que ni el regimiento al que pertenecía Hitler ni ningún otro contingente de tropas de los radicados en Múnich saliera al rescate de Lotter y los suyos.
Existen motivos más que fundados para creer que la cúpula del SPD estaba involucrada en el golpe, pues Lotter se había reunido con el líder del partido, Erhard Auer, poco antes de pasar a la acción. El motivo del encuentro era discutir si se destinarían tropas progubernamentales para salvaguardar la seguridad de Múnich. Lotter declaró públicamente, además, el 13 de diciembre, que si Auer se convertía en el líder revolucionario de Baviera, un 99 por ciento de los bávaros apoyaría al Gobierno revolucionario, y, según un telegrama diplomático del nuncio papal en Baviera, Eugenio Pacelli —el futuro papa Pío XII—, los marineros de Lotter habían revelado que su objetivo era proteger la sede del Parlamento para garantizar que la apertura de la nueva sesión parlamentaria se llevara a cabo el 21 de febrero, tal como estaba planeado.[96]
Al seguir prestando servicio en una unidad leal a Eisner, Hitler estaba de facto del lado del líder revolucionario de Baviera, no del de Lotter. Seguía residiendo en los cuarteles del Segundo Regimiento de Infantería en Lothstrasse, al sur de Oberwiesenfeld, donde lo habían destinado tras regresar de Traunstein y cumplía con sus deberes. Uno de ellos era montar guardia en distintos puntos de la ciudad. Por ejemplo, algunos soldados de su compañía —treinta y seis en total, entre los que probablemente se encontraba él— fueron desplegados, desde el 20 de febrero a marzo, donde había acabado con un tiroteo el intento golpista de Lotter, la Estación Central de Múnich.[97] Cumpliendo con su deber, Hitler ayudó a impedir que otros destituyeran al líder judío y socialista de Baviera y defendió al régimen contra el que aseguraría —una vez convertido en nacionalsocialista— que siempre había luchado.
A pesar de los esfuerzos de Hitler y sus compañeros por proteger a Eisner, bastaron solo dos días, tras el fracaso de Lotter, para que sus adversarios volvieran a la carga. Esta vez no fallaron. El 21 de febrero, el día en que se inauguraba la legislatura en el Parlamento bávaro, un joven estudiante y oficial del Regimiento de Infantería Leib, el conde Anton von Arco auf Valley, se acercó sigilosamente a Eisner por la espalda cuando este salía del Ministerio de Asuntos Exteriores de Baviera para encaminarse al Parlamento, a la sesión de apertura, donde tenía previsto presentar su dimisión, y le descerrajó dos tiros en la nuca. Murió en el acto.[98]
Es más que probable que Eisner muriera como consecuencia de un complot urdido por oficiales del Regimiento de Infantería Leib, la unidad de élite que en otro tiempo se encargaba de proteger al rey. A la sobrina nieta de Michael von Godin, un oficial compañero de Anton von Arco y hermano de uno de los comandantes del regimiento de Hitler durante la Primera Guerra Mundial, le dijo una de sus tías abuelas que los oficiales del Regimiento de Infantería Leib habían conspirado para asesinar a Eisner. Su tía abuela también le confesó que Michael von Godin y sus compañeros del regimiento echaron a suertes quién se encargaría de llevar a cabo el asesinato, y el azar determinó que fuera Von Arco.[99]
Tras el asesinato de Eisner, nada volvió a ser lo que era, y menos aún tal como Arco y los otros conspiradores imaginaron que sería. Un oficial estadounidense de alto rango, Herbert Field, lo comprobó a su pesar. Unas horas después del asesinato, Field, representante estadounidense del Consejo de Control Aliado en Múnich —un organismo que se creó tras el armisticio—, se dirigió a la Estación Central de Múnich acompañado de un oficial alemán. Una vez allí, los soldados los atacaron, tiraron al suelo al oficial alemán y le arrancaron las charreteras del uniforme. Unos días después del suceso, Field escribió en su diario: «El panorama es extremadamente oscuro. Pronto, esa es mi impresión, los bolcheviques instaurarán su reinado».[100] Como la estación estaba a cargo de los soldados de la compañía de Hitler y sus unidades hermanas, aquel hecho da una idea del tipo de hombres con los que Hitler servía en la unidad a finales de febrero de 1919, independientemente de si él, en persona, participó en el ataque contra Field (véase imagen 4).
Si Hitler, tal como aseguraría después en Mi lucha, estaba tan desconectado de los soldados izquierdistas que servían en Múnich, ¿por qué no intentó desmovilizarse, vista la situación? ¿Por qué nunca mencionó el intento de golpe de Lotter? En los años venideros hablaría ad nauseam de sus propias experiencias en la guerra, pero solo vagamente sobre la revolución. Después de todo, si hubiera hablado del ataque contra el oficial americano o de otros sucesos similares que ocurrieron en la ciudad —esto es, si hubiera manifestado su oposición a ellos—, habría podido ilustrar mucho mejor sus posteriores reparos a la revolución —incluido lo que siempre decía de que esta debilitó fatalmente a Alemania cuando el país pasaba por su peor momento—. Pero, en Mi lucha, Hitler prefirió guardar silencio sobre su servicio en Múnich en la época del asesinato de Eisner y fingir que estaba todavía en Traunstein por aquel entonces. En las horas, días y semanas posteriores al asesinato de Eisner, la radicalización de Baviera se aceleró, y el centro de la estructura política del Estado se deterioró con rapidez. Para muchos, las concesiones y la moderación no valían ya para nada.
Sin embargo, el asesinato de Eisner no fue la causa principal de la ulterior radicalización de Baviera. En realidad, la izquierda radical nunca aceptó el resultado de las elecciones celebradas a principios de enero. Desde el mismo día en que se anunciaron los resultados, se pusieron en marcha planes para abolir la democracia parlamentaria y entregar todo el poder a los consejos de soldados, de obreros y de campesinos, organizaciones creadas a imitación de los sóviets.[101]
Por ejemplo, en una reunión del Consejo de Obreros celebrada a principios de febrero, Max Levien, líder de los radicales revolucionarios de Baviera, los espartaquistas, nacido en Moscú, defendió la necesidad de una nueva, una segunda e «inevitable» revolución para aplastar a la burguesía en una «guerra civil sin cuartel». En su opinión, los consejos debían apoderarse de todo el poder legislativo y ejecutivo hasta el día en que el socialismo se estableciera firmemente en Alemania. En la misma sesión, Erich Mühsam exigió que el Consejo actuara contra el Parlamento de Baviera en el caso de que este no satisficiera sus exigencias. Creía que, al igual que en Rusia, todo el poder debía estar en manos de los consejos.[102]
El 16 de febrero, había tenido lugar en Theresienwiese una gran manifestación organizada por los socialdemócratas independientes, los comunistas y los anarquistas. Durante la marcha, la multitud, infestada de soldados, vociferaba: «¡Abajo con Auer!» y «¡Larga vida a Eisner!».[103] No solo había asistido el propio Eisner. Con toda probabilidad, el acto, en el que ondeaban banderas rojas junto a pancartas que reclamaban la dictadura del proletariado, también contó con la presencia nada menos que de Adolf Hitler, dado que su unidad vigilaba el evento. Durante la marcha, Mühsam declaró que aquella protesta era el preludio de la revolución mundial, y Max Levien amenazó al Parlamento para que aceptara los dictámenes del proletariado.[104]
Según el informe diplomático redactado por Eugenio Pacelli, el nuncio papal, el 17 de febrero, la gente se preguntaba sin cesar durante los días previos al intento de golpe de Lotter y al asesinato de Eisner: ¿qué haría la izquierda radical una vez que se abriera el nuevo Parlamento bávaro el 21 de febrero —el día que asesinaron a Eisner—? Decía Pacelli que, a juzgar por sus últimos actos, era improbable que la izquierda radical aceptara transferir el poder al Parlamento y renunciar así a su creencia en la necesidad de una segunda revolución más radical. También afirmaba que Eisner, tras fallar en su intento de asegurarse un contundente apoyo electoral, se había decantado por dar más poder a los consejos.[105]
En resumen, el asesinato del líder de la revolución de Baviera no fue la causa principal de la segunda revolución que estalló a raíz de su muerte. La muerte de Eisner proporcionó a la izquierda radical una excusa para intentar hacerse con el poder y liquidar totalmente la democracia parlamentaria, un pretexto para legitimar lo que pensaban hacer de cualquier modo.
El propio Eisner, aunque sus intenciones no estuviesen muy claras, había mandado señales que podían interpretarse como una invitación a actuar contra el Parlamento. Poco antes de su asesinato, había declarado: «Podríamos arreglárnoslas sin la Asamblea Nacional pero no sin los consejos [...]. Una asamblea nacional es un organismo sujeto a elección, y puede y debe cambiarse cuando discrepa de las masas populares».[106] Ya antes había hecho otras declaraciones que, como poco, se prestaban al malentendido. Por ejemplo, el 5 de diciembre dijo a los miembros del Consejo de Ministros bávaro: «Me trae sin cuidado el público, cambia de opinión cada día». También calificó al Parlamento de «organismo retrógrado», añadiendo que, en su opinión, el auténtico problema de su Gobierno era que «no somos lo suficientemente radicales». Cuando Johannes Timm, el ministro de Justicia, le preguntó ese mismo día: «¿Opina entonces que los soldados deberían disolver la Asamblea Nacional si no está usted conforme con ella?», él le respondió dando a entender que dimitiría el día 21 de febrero no para allanar el camino a una transición pacífica, sino a otra revolución más radical. Su respuesta fue: «No, pero si se dan las circunstancias habrá otra revolución».[107]
Tanto si la decisión de dimitir el 21 de febrero la tomó Eisner con fines estratégicos —para desencadenar una revolución renovada, tal como mucha gente sospechaba por aquel entonces—[108] como si aceptaba sinceramente la supremacía del Parlamento, una cosa estaba clara; la izquierda radical por fin podría hacer lo que llevaba semanas queriendo hacer, otra revolución.
El día en que murió Eisner, se reunieron los consejos y constituyeron un Comité Central que se hizo cargo del poder ejecutivo de Baviera y trató por todos los medios de impedir la formación de un nuevo Gobierno parlamentario. Al día siguiente los aviones arrojaron octavillas sobre Múnich anunciando que se había declarado la ley marcial. Los soldados deambulaban por las calles y los coches con banderas rojas las recorrían a toda velocidad. Una de esas banderas —del color de la revolución— ondeaba ahora también en lo alto del edificio de la universidad. El Consejo de Soldados y el Consejo de Obreros informaban a la población de que «los bandidos, los ladrones, los saqueadores y los agitadores contra el gobierno actual serán ejecutados».[109] Por la noche, los disparos de los fusiles y de las ametralladoras tomaron la ciudad. A los sacerdotes, que para los radicales eran contrarrevolucionarios y reaccionarios, no se les permitió acceder a los hospitales militares.[110]
El cabecilla del nuevo régimen era Ernst Niekisch, un socialdemócrata del ala más izquierdista y profesor en Augsburgo, Suabia. Su ascenso al poder en Baviera fue una jugada claramente incompatible con los procesos democratizadores propios de la democracia parlamentaria occidental. Él era un adepto del nacionalbolchevismo, un movimiento político que creía en el bolchevismo pero rechazaba sus principios internacionalistas. Niekisch opinaba que Alemania debía dar la espalda a occidente, pues solo así, según él, podría detener su declive. Para el nuevo líder de Baviera, el futuro estaba en el este; creía que si los espíritus de Prusia y de Rusia se mezclaban, y si se rechazaba el liberalismo, Alemania y Rusia disfrutarían de una nueva edad de oro.[111]
Cinco días después de su asesinato, el miércoles 26 de febrero, Kurt Eisner fue incinerado. Por la mañana temprano, doblaron las campanas de la iglesia; se hicieron salvas con los fusiles durante media hora, a modo de homenaje, antes de que la marcha fúnebre desfilara por Theresienwiese. Compuesta por decenas de miles de asistentes, esta serpenteó a través del centro de Múnich, mientras los aviones la sobrevolaban en círculos. Las delegaciones de los partidos socialistas y de los sindicatos de Múnich, los prisioneros de guerra rusos, los representantes de todos los regimientos acuartelados en la ciudad, así como otros innumerables grupos desfilaron junto al ataúd de Eisner. La marcha finalizó en la plaza situada enfrente de la Ostbahnhof, la Estación Este, donde se pronunciaron panegíricos antes de reducir, en el vecino Cementerio Este, el cuerpo de Eisner a cenizas.[112]
La enorme multitud que asistió al funeral deja bastante claro que Eisner fue, tras su muerte, más popular que en vida. Sin embargo, la opinión de los que asistieron a la marcha no representaba necesariamente la del grueso de la población de Múnich. El Gobierno había pedido a los ciudadanos que desplegaran banderas por toda la ciudad para homenajear a Eisner el día de la cremación. Pero la petición se ignoró ampliamente. Las banderas ondearon, sobre todo, en los edificios públicos; muy pocas casas particulares las exhibieron. A Friedrich Lüers, un simpatizante del Partido Democrático Alemán —de signo liberal— que había servido en la misma compañía de Hitler —el regimiento List— al principio de la guerra, la marcha fúnebre le pareció «una broma de mal gusto».[113]
Tanto si participó como si no en el desfile, es más que probable que Lüers se reuniera con su antiguo camarada de armas Adolf Hitler. Una foto de Heinrich Hoffmann, que posteriormente se convertiría en el fotógrafo oficial de Hitler, muestra la llegada de la marcha fúnebre a la Ostbahnhof (véase imagen 6). En ella se ve un grupo de prisioneros de guerra rusos uniformados; uno de ellos sostiene un gran cuadro o una fotografía de Eisner. Un numeroso contingente de soldados de uniforme está de pie justo detrás de él. Se cree que uno de ellos puede ser Adolf Hitler. Su presencia en la marcha fúnebre revelaría que Hitler deseaba rendir tributo al líder caído, judío y socialista, puesto que la asistencia no era obligatoria para los soldados. Aún se discute mucho si, en efecto, el de la foto de grupo es o no él. La fotografía tiene demasiado grano como para identificar con certeza al soldado que presuntamente es Hitler. La complexión física, la altura, la postura y el dibujo de la cara del sujeto en cuestión se ajustan exactamente al aspecto que se supone tendría Hitler en una foto granulada. Pero, en febrero de 1919, Múnich albergaba, sin ninguna duda, a muchos soldados de apariencia similar. Con todo, hay una alta probabilidad de que el individuo de la foto sea, en efecto, Adolf Hitler. Por ejemplo, en la copia de la imagen incluida entre las fotos que el hijo de Heinrich Hoffmann vendió a la Biblioteca Estatal de Baviera en 1933, hay una flecha que señala al presunto Hitler. La flecha no fue dibujada sobre la copia que hoy se guarda en la Biblioteca Estatal, así que probablemente Hoffman o su hijo la dibujaron sobre el negativo. Además, el hijo de Hoffmann confirmó a principios de los años ochenta que el de la foto era Adolf Hitler.[114]
Tanto si lo es como si no, un hecho ocurrido entre febrero y principios de abril arroja incluso más luz sobre la estrecha relación de Hitler con el régimen revolucionario; las votaciones para nombrar al representante de los soldados —Vertrauensmann— de su compañía, la Segunda Compañía de Desmovilización. Hitler resultó elegido. Ahora ocupaba un puesto cuya función era servir, respaldar y defender el régimen revolucionario de izquierdas.
Su tarea consistía básicamente en contribuir a que el régimen funcionara sin sobresaltos.[115] Sin embargo, si damos crédito al artículo publicado en marzo de 1923 en el Münchener Post —un periódico socialdemócrata bastante tendencioso, pero que siguió muy de cerca el desarrollo del incipiente movimiento nacionalsocialista— sus responsabilidades no se quedaron ahí; también hizo de intermediario entre el departamento de propaganda de su regimiento y el régimen revolucionario. Según el artículo, Hitler colaboró activamente con el departamento, dando charlas en defensa de la república. El artículo lo firma Erhard Auer, el rival de Kurt Eisner. Auer estuvo a punto de morir asesinado, en represalia por la muerte de Eisner, el mismo día que este. En 1920 se convirtió en el redactor jefe del Münchener Post.[116]
Incluso aceptando que el artículo de Auer quizá exagera el grado de implicación de Hitler en las labores propagandísticas prorrepublicanas, sirve al menos para constatar que, a principios de 1919, decidió activa y deliberadamente ocupar un puesto cuyo propósito era servir, respaldar y defender el régimen revolucionario. La fecha exacta de su elección la desconocemos. Pero debió de ser antes de abril, puesto que la orden emitida por el batallón de desmovilización del Segundo Regimiento de Infantería, fechada el 3 de abril, menciona a Hitler como Vertrauensmann de la compañía.[117]
La elección como Vertrauensmann de su compañía fue un auténtico punto de inflexión para él. No tanto por las implicaciones políticas del cargo cuanto por el hecho de que ahora, por primera vez en su vida, ocupaba un puesto de liderazgo.
Su transformación en líder, tras no haber sido más que un solícito receptor de órdenes —un solitario y un buscavidas, ajeno a las jerarquías, que durante toda la vida había estado en lo más bajo del escalafón—, se puso por fin en marcha. Pero el comienzo de la metamorfosis no fue explosivo. Todo indica muy claramente que el proceso se coció a fuego lento, guiado por la conveniencia y el oportunismo.
¿Cómo fue posible que un hombre que nunca había mostrado cualidades para el mando ni, al menos aparentemente, ningún deseo de liderar decidiera postularse para el cargo de Vertrauensmann? Ni siquiera en Traunstein se le vieron aptitudes de líder; seguramente porque, si las hubiera mostrado, lo habrían mandado de vuelta a Múnich junto con la mayoría de los guardias del Segundo Regimiento de Infantería, a finales de diciembre de 1918. Se habría visto obligado a responder por su comportamiento en lugar de ser uno de los elegidos por los oficiales de campo para quedarse allí. ¿Y cómo fue posible que sus camaradas estuvieran ahora dispuestos a votarle cuando en el pasado no había sido para ellos más que un entrañable solitario?
La única respuesta probable a estas cuestiones es que su traslado, a mediados de febrero, a la Segunda Compañía de Desmovilización de su unidad, le hubiera indicado que tenían previsto desmovilizarlo en breve a menos que consiguiera un puesto que lo impidiese. La vacante de Vertrauensmann era ese puesto. La perspectiva de continuar en el ejército es el motivo más probable de que Hitler decidiera lanzarse al ruedo y presentar su candidatura. Las demás explicaciones o bien se contradicen con su comportamiento previo, cuando no mostró interés alguno por el liderazgo,[118] o no nos permiten dar con la razón por la que los hombres de su compañía estuvieron dispuestos a votarle.
Que sus camaradas le votaron porque simpatizaban con la derecha radical y vieron en él a uno de los suyos implicaría que el propio Hitler manifestó y debatió con ellos ideas contrarrevolucionarias, xenófobas y nacionalistas.[119] Sin embargo, la mayoría de los soldados de Múnich y, por tanto, de los votantes en las elecciones a Vertrauensmann eran de izquierdas por aquel entonces.
En las elecciones que se celebraron en Baviera, en enero, una aplastante mayoría de miembros del Batallón Ersatz del Segundo Regimiento de Infantería —al igual que ocurrió con otras unidades radicadas en Múnich para las que se organizaron votaciones especiales en cada distrito— optó por los socialdemócratas. Por ejemplo, en una de las mesas electorales del Batallón Ersatz del Segundo Regimiento de Infantería, la que estaba en Amalienstrasse, un impresionante 75,1 por ciento de los votos fue a parar al SPD. El partido de Eisner, el USPD, quedó en segundo lugar con un irrisorio 17,4 por ciento.[120]
Es más, no mucho antes de que los hombres de la Segunda Compañía de Desmovilización eligieran a Hitler, los del batallón al que pertenecía la compañía votaron como su representante a Josef Seihs, que era bien conocido por sus inclinaciones izquierdistas. De hecho, se unió al Ejército Rojo unas pocas semanas más tarde.[121] Los mismos hombres que votaron contundentemente a favor de los partidos de izquierdas en enero y eligieron a un candidato con férreas convicciones izquierdistas como representante de su batallón, difícilmente habrían escogido para representar a su compañía a un candidato bisoño con ideas derechistas declaradas. Del mismo modo, es difícil de creer que hubieran votado a alguien a quien considerasen un devoto de la izquierda más dura.
La respuesta, por tanto, se encuentra en los matices. Los soldados de Múnich oscilaban entre la izquierda moderada, esto es, el SPD, y la izquierda radical en sus diferentes manifestaciones, no entre la izquierda y la derecha. Después de todo, más del 90 por ciento de los soldados de la unidad de Hitler habían votado o bien por la izquierda moderada o bien por la izquierda radical en las elecciones bávaras de enero. Esto no implica que Hitler apoyara abiertamente la revolución; pero si la hubiera criticado, aunque fuera moderadamente, habría perdido toda posibilidad de ser elegido. En pocas palabras, no importa cuáles fuesen sus convicciones más íntimas, el caso es que los demás percibían a Hitler como alguien que, cuando menos, apoyaba las ideas izquierdistas moderadas.
La mayoría de los hombres de la unidad Ersatz de Hitler que habían rechazado la desmovilización y que habían servido junto a él en Traunstein y otros lugares, no eran precisamente conocidos por su entusiasmo para cumplir con el deber y por sus dotes de liderazgo. Es improbable, por tanto, que pusiesen el listón muy alto para elegir a sus candidatos. Eso le abrió la puerta a Hitler. Pero incluso con el listón bajo es bastante impensable que hubieran votado a un candidato con ideas derechistas declaradas.
El contexto en el que Hitler fue elegido Vertrauensmann indica con toda claridad que su decisión de postularse, cuando en el pasado no había mostrado el más mínimo interés por el mando, fue una consecuencia de su visión oportunista y calculadora. Pero ahora que ocupaba un puesto de autoridad por primera vez en su vida, se le presentaba la ocasión de aprender el desempeño de sus funciones, lo cual le hizo ser consciente de que realmente tenía madera de líder. En las conversaciones con algunos de sus colaboradores más cercanos de los primeros tiempos del partido nazi, Hitler reveló que había sido completamente inconsciente de su talento para liderar hasta la primavera de 1919. Claro está, no dijo una palabra sobre su experiencia como Vertrauensmann. Lo que hizo fue revestir su despertar como líder con los ropajes de la fantasía —cómo supuestamente desafió a los revolucionarios radicales en una posada cuando regresaba a Múnich desde Traunstein—. Alguien le contó este relato rocambolesco al periodista socialdemócrata Konrad Heiden y él lo incluyó en su biografía de Hitler, compuesta en el exilio: «se subió en la mesa, dominado por la pasión, sin saber casi qué estaba haciendo y, de pronto, descubrió que podía hablar».[122]
La importancia real del invierno y la primavera de 1919, el periodo durante el cual Hitler fue un engranaje de la maquinaria socialista, no radica en la esfera política, sino en la decisiva transformación de la personalidad que experimentó gracias a su oportunismo y a su arribismo. Casi de la noche a la mañana, pasó de ser un tipo extraño y solitario, un tipo al que se apreciaba, pero en quien nadie vio nunca ningún talento para el mando, a ser un líder en ciernes.