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DOS VISIONES

OCTUBRE DE 1919 - MARZO DE 1920

 

 

 

 

Karl Harrer no compartía el entusiasmo de Drexler por el nuevo militante. Tal como el propio Hitler recordaba en 1929: «El presidente “nacional” del DAP estaba completamente convencido de que yo carecía de las más elementales habilidades retóricas y de que me faltaba la serenidad necesaria para dirigirme al público. Para él, yo hablaba atropelladamente, no meditaba mis frases, mi voz era escandalosa y, por si fuera poco, no paraba de agitar las manos».[381]

Karl Harrer se mostró reacio a dar la bienvenida a Hitler, principalmente, porque su visión del Partido Obrero Alemán era muy diferente de la de Drexler, un desacuerdo que arrastraban desde que habían empezado a colaborar durante la guerra. Su desavenencia, ya en la posguerra, sobre el futuro del DAP fue determinante para las aspiraciones de Hitler. Harrer consideraba a Hitler un patán que no encajaba en su visión de lo que debería ser el DAP. Durante el otoño y el invierno se le puso a prueba, para ver si estaba a la altura de las grandes esperanzas que Drexler había depositado en él.

Harrer concibió siempre el DAP como una versión obrera de la Sociedad Thule, a la que él pertenecía. La Sociedad Thule, una comunidad secreta cuyos intereses eran una mezcla de extravagantes cultos mistéricos procedentes del norte de Europa y creencias místicas sobre el Völkisch aderezadas con ideas políticas antisemitas, solo aceptaba entre sus miembros a personas en cuyo linaje no hubiera antepasados judíos. Sus miembros creían que Thule había sido un país prehistórico del norte de Europa, quizá la actual Islandia o una Atlántida germana, el hogar de los primeros alemanes, cuya civilización desapareció sin dejar rastro. Los objetivos de la sociedad eran estudiar y resucitar la cultura y los ritos religiosos de Thule y edificar una nueva Alemania.

La Sociedad Thule, cuyo distintivo era la esvástica, era un invento de un disidente enviado a Múnich en la primavera de 1918 por la Orden Alemana (Germanenorden, una sociedad secreta antisemita y pangermanista fundada en 1912 en Berlín), para contrarrestar el escaso éxito que habían cosechado en la capital de Baviera las actividades de esta. Aquel disidente era Adam Glauer, que se hacía llamar Rudolf von Sebottendorff. Hijo de un maquinista de ferrocarril de Baja Silesia, Sebottendorff pasó muchos años en el Imperio otomano, del que se convirtió en súbdito, y en 1913 luchó en la Segunda Guerra Balcánica. Regresó a Alemania poco antes de la Primera Guerra Mundial, pero como era ciudadano otomano no pudo ingresar en las Fuerzas Aéreas Alemanas.

La Sociedad Thule operaba en Múnich como una tapadera de la Orden Alemana, y dirigía las actividades völkisch en la ciudad. En su apogeo, a principios de 1919, contaba con aproximadamente doscientos miembros y operaba desde las habitaciones alquiladas de un club de oficiales navales en el lujoso Hotel Vier Jahreszeiten. Con objeto de llegar al mayor número posible de gente, Sebottendorff adquirió el Münchener Beobachter, en aquel momento un insignificante periódico dedicado a las noticias locales y deportivas, que Hitler supuestamente comenzó a leer durante su estancia en Lechfeld. La Sociedad intentó también actuar directamente sobre el terreno. Con ese fin creó un grupo paramilitar el 10 de noviembre de 1918.

Como la Sociedad Thule solo atraía a gente de clase alta y de clase media ilustrada, algunos de sus miembros llegaron a la conclusión de que debía crearse una segunda sociedad secreta, tutelada por la principal, que fuese capaz de captar a los obreros. Por eso Karl Harrer contactó con Anton Drexler, y ambos fundaron el DAP como una Sociedad Thule de estilo «clase obrera». Ese mismo ímpetu Thule fue el que dio lugar al nacimiento del Partido Socialista Alemán, que había rechazado a Hitler a principios de septiembre.

Sebottendorff afirmaría más tarde que la Sociedad Thule, más que Hitler, había fundado e impulsado el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Según Sebottendorff, la Sociedad suministró al DAP sus ideas políticas y su estructura organizativa.[382] Para él, Hitler no era más que un instrumento muy talentoso en manos de la Sociedad Thule. «Reconocemos el mérito, la grandeza y la fortaleza de Hitler», escribió Sebottendorff en 1933. Sin embargo, puntualizaba, fue con la labor llevada a cabo por la Sociedad Thule con la que se forjaron las armas utilizadas por Hitler.[383] Sebottendorff no se aleja mucho de la verdad. Harrer y la Sociedad Thule habían sido esenciales en la fundación del DAP. Es más, algunos futuros líderes nacionalsocialistas, como Anton Drexler, Dietrich Eckart, Rudolf Hess —que llegó a ser el hombre de confianza de Hitler—, Hans Frank —su jurista preferido y administrador de la Polonia ocupada— y Alfred Rosenberg —futuro ideólogo del Partido Nazi—[384] fueron invitados usuales en los encuentros que organizaba la Sociedad.

El papel desempeñado por la Sociedad Thule es importante, además, porque revela que ni los ciudadanos de Alta Baviera ni los católicos participaron en la constitución del futuro partido nazi. El historial de Sebottendorff, así como el de algunos de los invitados principales, indica que quienes frecuentaban la Sociedad eran, en un número aplastante, ciudadanos de Múnich que no procedían de Alta Baviera, que no profesaban la religión católica y que habían convertido la ciudad en su hogar adoptivo hacía muy poco. Rosenberg y Hess habían nacido en el extranjero, Sebottendorff en el este, Eckart en el Alto Palatinado, en Baviera nororiental, y Frank era natural del estado de Baden, al suroeste de Alemania. Hess y Rosenberg eran protestantes, Eckart era hijo de un pastor protestante y de una católica que murió cuando él era niño, Frank era un católico a la antigua usanza y Sebottendorff había roto con el cristianismo, atraído por el ocultismo y las ideas esotéricas, así como por ciertas corrientes del islam que había conocido durante su estancia en el Imperio otomano. Además, Johannes Hering y Franz Dannehl, cofundadores de la Sociedad Thule, procedían, respectivamente, de Leipzig, en Sajonia, y de Turingia. De igual modo, la mayoría de los miembros de la Sociedad Thule a los que se tomó como rehenes y ejecutó durante los últimos días de la república soviética, a finales de abril, ni venían de Alta Baviera ni tenían ascendencia católica. Lo que se decía en los años de la posguerra, con tono despectivo, sobre los cabecillas de la revolución de Múnich de 1918 y 1919 —que eran land fremde elemente, es decir, «elementos extranjeros en Baviera»— podía aplicarse igualmente a la Sociedad Thule. Sus líderes eran, en sus orígenes, un reflejo derechista de los cabecillas de la República Soviética de Baviera.[385]

Harrer concebía el DAP como una sociedad exclusiva y secreta, una suerte de logia que, mediante la selección de hombres capaces de influir en los obreros, popularizaría el Völkisch y las ideas antisemitas entre la clase trabajadora. La grosería de Hitler no tenía cabida en su idea del partido.

Poca gente había oído hablar de la Sociedad Thule antes de la ejecución de algunos de sus miembros en los últimos días de la República Soviética de Baviera. Incluso alguien con tantos contactos entre los círculos conservadores como el ensayista y profesor Josef Hofmiller no llegó a saber de su existencia hasta que hubo caído la república soviética. El 7 de mayo, en una de las últimas entradas conservadas de su diario, Hofmiller se preguntaba: «¿La Sociedad Thule? ¿Qué es eso?».[386] Sin embargo, pocos días después, las ejecuciones estaban en boca de todo el mundo y la Sociedad Thule se convertía en el tema de las conversaciones de la ciudad. Desde el punto de vista político, la sociedad consiguió, casi de la noche a la mañana, legitimidad como defensora de Baviera frente a los izquierdistas radicales, ante muchas personas que, de no haber sido por los acontecimientos, habrían considerado a la organización una simple extravagancia. Por momentos, la Sociedad Thule ganaba protagonismo y la visión de Harrer parecía posible.[387]

Pero cuando Hitler apareció en escena en septiembre, Drexler y los más próximos al presidente local del DAP habían empezado ya a recelar de la idea que Harrer tenía del DAP como una sociedad secreta del estilo de la de Thule pero para la clase trabajadora. Por un lado, Drexler y los suyos eran hombres con iniciativa a quienes probablemente no agradaba mucho la idea de ser simples instrumentos en manos de la Sociedad Thule. Por otro, la fama y la importancia que adquirió la Sociedad tras el colapso de la República Soviética de Múnich fueron poco más que flor de un día. De hecho, el líder del grupo, el autoproclamado aristócrata Rudolf von Sebottendorff, abandonó Múnich inmediatamente después de la caída de la república soviética. Con poco más de un año en la ciudad había tenido suficiente.[388]

A lo largo del verano, la Sociedad Thule se fue convirtiendo en un grupo cada vez más marginal en la vida política de Múnich. Para los miembros del DAP, el apoyo de la Sociedad fue perdiendo cada vez más importancia.[389] Los miembros de la Sociedad Thule se daban cuenta, seguro, de que mucha gente contraria a la república soviética se había unido a ellos únicamente por interés estratégico, pero que a largo plazo, ahora que la república había sido derrotada, dejarían de apoyarles. Es más, una organización que se cimentaba en el rechazo del cristianismo tenía pocas posibilidades de echar raíces profundas entre la clase dirigente bávara. Sebottendorff y los suyos habían llamado Thule a su sociedad porque creían que Islandia, antes de su declive, había sido el refugio de los germanos que se resistieron a la cristianización en los albores de la Edad Media.[390] Resumiendo, en el otoño de 1919, la Sociedad Thule era solo una sombra de lo que había sido.

En lugar de plegarse a la idea de Harrer de que el DAP debía funcionar como una sociedad secreta, Drexler presionó para acoger a Hitler en el partido con el fin de convertirlo en un eficaz propagandista, es decir, de utilizarlo para atraer a la gente. Drexler propuso que Hitler diera su primer discurso oficial en la reunión que el DAP celebró en octubre. Como Harrer se había convertido en un «pato cojo» dentro del partido desde la implosión de la Sociedad Thule, Drexler lo tuvo fácil. La única concesión que Harrer consiguió fue que Hitler no interviniese en primer lugar, es decir, que no fuese el orador principal, sino el segundo en importancia.[391]

 

 

El discurso con el que Hitler se estrenó oficialmente en el DAP fue un éxito instantáneo. Tuvo lugar la tarde del 16 de octubre de 1919, justo después del discurso principal, en la Hofbräukeller, una de las cervecerías más conocidas de Múnich, que estaba al otro lado del río yendo desde el centro de la ciudad. Tal como informó el Münchener Beobachter pocos días después, Hitler dio un «discurso apasionado», a favor de la «necesidad de luchar contra el enemigo común de las naciones», es decir, los judíos, e instando a la gente a apoyar una «prensa alemana, para que la nación sepa las cosas que silencian los medios judíos».[392]

El debut triunfal de Hitler demostró que Drexler tenía razón, y el nuevo fichaje se convirtió en uno de los oradores habituales del partido. Hermann Esser, que había trabajado para Mayr, igual que Hitler, y ahora asistía a menudo a las reuniones del DAP, se dio cuenta de que el talento de Hitler como orador sobrepasaba al de cualquiera de los otros. Tal como recordó después sobre aquellos primeros discursos: «Creo que el efecto que provocó Hitler ya entonces se debía a una particularidad que pude comprobar más tarde en repetidas ocasiones; la gente de Austria, los austriacos nativos, poseen en general un enorme talento para la oratoria sin necesidad de apoyarse en notas, un talento del que carecen los alemanes del norte o nosotros, los bávaros». Sin embargo, a juicio de Esser, la herencia austriaca de Hitler no era el único motivo de su éxito como orador: «También hizo gala de un buen sentido del humor en algunas de sus observaciones; a veces podía ser bastante irónico. Fue la mezcla de todo esto lo que provocó ese efecto en sus oyentes». Además, Hitler se expresaba con más claridad y era más convincente que los demás oradores. La gente pensaba que tenía algo especial, y eso lo hacía muy atractivo. Veían en él a alguien que «era un soldado y alguien que había pasado hambre», alguien que «daba la impresión de ser un pobre diablo» y alguien que daba a sus discursos un toque particular por su uso de la ironía.[393]

Hitler volvió a hablar en la reunión celebrada por el DAP el 13 de noviembre, en medio de una creciente agitación antisemita que llenó las calles de Múnich de octavillas y folletos contra los judíos. Esa vez, la charla versó sobre el Tratado de Versalles. Para conectar con el público, Hitler habló de cómo se había sentido traicionado, por la actitud a finales de primavera o principios de verano de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Terminó diciendo: «No hay ningún acuerdo internacional, solo engaño; no hay reconciliación, solo violencia».[394] Lo que vino después, de acuerdo con el informe de la policía, que vigilaba el acto, fue «un aplauso atronador e interminable».[395]

Quince días más tarde, Hitler habló en quinto lugar en otro acto del partido. Y de nuevo abordó el tema de las falsas promesas hechas al final de la guerra sobre la autodeterminación de los pueblos, clamando: «Reivindicamos el derecho de los vencidos y los engañados a ser tratados como humanos»; y preguntando a sus oyentes: «¿Qué somos, ciudadanos o perros?». Pero Hitler no se limitó a criticar a las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial; también habló de las ventajas de establecer un Gobierno de tecnócratas. Ante la risa de sus oyentes, aludió a Matthias Erzberger, el ministro de Finanzas con formación de profesor: «Un hombre que es el mejor maestro de la ciudad de Buttenhausen puede ser, sin embargo, el peor ministro de Finanzas». Y exclamó: «¡Queremos expertos en nuestro Gobierno, no incompetentes!».[396]

El otoño daba paso al invierno, y los actos del DAP se celebraban en sitios extremadamente fríos, ya que estaba prohibido calentar los salones debido a la gran escasez de combustible en la ciudad. Sin embargo, la participación de Hitler comenzó a dar sus frutos y la asistencia a los actos del DAP empezó a ser cada vez mayor.[397] Cuando el 10 de diciembre caminó hacia la parte delantera del salón del restaurante Zum Deutschen Reich para hablar —con unos pantalones negros, una camisa blanca, una corbata negra y una vieja zamarra que, según los rumores, había sido un regalo de un vendedor ambulante judío en la Viena de antes de la guerra—, pasó entre trescientas personas, diez veces más de las que habían asistido a algunos de los mítines del DAP durante el verano.[398]

Como en las otras charlas, Hitler trató de identificar las consecuencias de lo que identificaba como las vacías promesas de Wilson sobre el amanecer de una nueva era en las relaciones internacionales. Planteó tres preguntas: «¿Quién tiene la culpa de la humillación que ha sufrido Alemania?», «¿Qué es lo justo?», «¿Puede haber justicia cuando no hay derecho? [Es decir, ¿puede haber justicia sin un sistema formal de justicia?]».

Para Hitler, la fuerza era más importante que el derecho, una opinión que en aquel momento no tenía relación con el darwinismo social. Más bien tenía que ver con la conciencia de que las promesas hechas por Estados Unidos a Alemania al acabar la guerra se desvanecieron en cuanto llegó el momento de cumplirlas. Hitler dijo: «Pudimos comprobarlo cuando terminó la guerra. Estados Unidos rehúsa unirse a la Sociedad de Naciones porque son un país lo bastante poderoso como para no necesitar la ayuda de nadie; además, eso limitaría su libertad de movimiento».

La convicción de Hitler de que «la fuerza y la conciencia de tener subalternos cubriéndote las espaldas en formación cerrada marcan qué es lo justo» se basaba también en las lecturas de la historia de los siglos anteriores. Él sostenía que la manera en que Japón trató a China en el siglo XIX, el modo en que Gran Bretaña entró en la India, la discriminación en Estados Unidos hacia los inmigrantes que no eran de raza blanca y la estrategia de Inglaterra con respecto a Holanda a principios de la Edad Moderna se habían basado en la fuerza, no en el derecho. Afirmaba que solo si los alemanes se daban cuenta de lo que todos los demás sabían ya —que no hay derecho sin fuerza— el país podría sobrevivir. Y añadía que Alemania debía encontrar una solución a los problemas de abastecimiento de comida que estaban obligando a la gente a emigrar a los dominios del Imperio británico. La emigración era muy perjudicial, insistía, porque Alemania perdía de este modo a muchos de sus mejores hombres y se debilitaba, mientras que los británicos se volvían más poderosos internacionalmente.

Las conclusiones de la charla de Hitler en el gélido salón del Zum Deutschen Reich fueron dos; en primer lugar, Alemania debía refundarse para sobrevivir en el nuevo escenario mundial, y, en segundo, Alemania debía aprender a distinguir qué países serían siempre sus enemigos y cuáles se enfrentarían a ella solo por conveniencia. Había, según él, dos clases de adversarios. «En el primer grupo están nuestros eternos enemigos, Inglaterra y Estados Unidos. En el segundo están las naciones que han desarrollado aversión hacia nosotros debido a sus propias desgracias o a otros motivos.»[399] Uno de los países que Hitler no incluyó en el grupo de los enemigos naturales de Alemania era el que acabaría provocándole al país el mayor número de bajas durante la Segunda Guerra Mundial, Rusia.

Hitler culpaba de los problemas internos del país, tal como ya hizo en Lechfeld y en su carta a Gemlich, al capitalismo financiero judío, no a los bolcheviques. «Nuestra lucha es contra el dinero. Solo el trabajo nos ayudará, no el dinero. Nuestra lucha es contra las razas que representan al dinero.»

Y terminaba diciendo que los alemanes debían plantar cara al capitalismo judío y al mundo angloamericano si querían llegar a ser «un pueblo libre dentro de una Alemania libre».[400]

 

 

Aunque el papel de Hitler en el DAP llegó a ser muy activo en el otoño de 1919, él seguía dedicándose diariamente a sus labores propagandísticas para la Comandancia Militar del Distrito 4. Hasta finales de octubre formó parte del Segundo Regimiento de Infantería. El 26 de ese mes se le trasladó al Schützenregiment 41, donde prestó servicio como oficial de educación adjunto al personal del regimiento. El traslado llevó a Hitler más cerca del corazón de Múnich, ya que se alojó en los barracones Türken, el mismo lugar donde el voluntario irlandés de las Fuerzas Armadas Alemanas, Michael Keogh, lo había salvado del linchamiento.

Hitler ocupaba ahora un puesto de su agrado. Solo tenía que salir del cuartel para encontrarse en pleno barrio artístico de Múnich, donde estaban los museos de arte más famosos de la ciudad, las pinacotecas Antigua y Nueva. Dentro del cuartel podía pasar el rato en la biblioteca del regimiento, puesto que ahora era el bibliotecario, y enfrascarse en la lectura, su pasatiempo favorito.[401]

Cuando se alejaba de los cuarteles por asuntos oficiales, solía terminar en las unidades militares de Múnich. Pero en una ocasión lo enviaron a Passau, en la frontera bávara con Austria, donde había vivido parte de la infancia, para hablar con los soldados de un regimiento destinado allí. En enero y febrero de 1920 participó también como orador en dos cursos de propaganda, como los que él mismo había recibido el verano anterior, y habló de los «Partidos políticos y lo que significan» y de su tema favorito, «La paz de Versalles».[402]

El oficial que organizaba los dos cursos, que no era Karl Mayr, se quedó tan impresionado por la apasionada charla de Hitler sobre Versalles que le pidió que preparara un folleto en el que comparase, en virtud de su título, «La paz punitiva de Brest-Litovsk y la paz de la reconciliación y del acuerdo internacional de Versalles».

Hitler se volcó completamente en la confección del folleto, para demostrar cómo, desde su punto de vista, la de Brest-Litovsk, que Alemania impuso a Rusia a principios de 1918, había sido una paz entre iguales. Se esforzó por dejar claro que Alemania respetó escrupulosamente la soberanía territorial de Rusia, reanudó el comercio con ella de inmediato y, además, renunció a todas las exigencias de reparación por daños de guerra. En resumen, Hitler presentó el tratado de Brest-Litovsk como un proceso motivado por la urgencia de promover «la paz y la amistad». Al Tratado de Versalles, por el contrario, lo describió como «una paz punitiva que no solo ha sustraído a Alemania algunos de sus principales territorios, sino que la mantiene en una posición de paria, haciendo imposible su recuperación social y material».[403]

Desde finales del otoño de 1919 y durante el invierno siguiente, Hitler se movió entre los cuarteles Türken, las oficinas de la Comandancia Militar del Distrito 4 y los locales donde se reunía la ejecutiva del DAP.[404] Sus actividades dentro del DAP y del ejército se complementaban.

Karl Mayr vio claramente que la labor de Hitler en el DAP beneficiaba los intereses de la comandancia del distrito, como demostró el constante apoyo que prestó a su protegido. En primer lugar, respaldó la decisión de Hitler de afiliarse al DAP,[405] y, en segundo, añadió a la paga regular que este recibía del ejército un sobresueldo —hizo también lo mismo con Esser, que seguía trabajando para él— procedente de unos fondos reservados. Cada tres o cuatro semanas, Mayr les deslizaba en los bolsillos diez o veinte marcos extra, sobre todo cuando, en calidad de analistas pero también, posiblemente, como espías, supervisaban reuniones políticas nocturnas para él. El propio Mayr acudió también a la charla que dio Hitler para el DAP el 12 de noviembre.[406]

Mayr envió a Hitler al DAP, pero fue el propio Hitler quien dio los pasos necesarios para meterse en política y estaba ya politizado cuando apareció en el Partido Obrero Alemán. Es decir, Mayr aprobó las decisiones y acciones de Hitler y trató de utilizarlas en beneficio de la Reichswehr, pero Hitler no entró en política a petición suya. Mayr intentaba servirse de él como de un instrumento, pero Hitler se volvía cada vez más difícil de manejar. De hecho, empezó a emanciparse de la influencia de Mayr a finales de 1919 y empezó también a usar a otros como instrumentos suyos, posiblemente incluso al propio Mayr. Aunque no fue hasta marzo de 1921 cuando se dio cuenta de que ya no tenía metido a Hitler en el bolsillo, lo cierto es que este empezó a prescindir de Mayr como mentor a finales de 1919.[407]

Su nuevo padre adoptivo fue el ideólogo del DAP, Dietrich Eckart, poeta, dramaturgo, bohemio, de carácter más bien jovial pero ciclotímico, adicto a la morfina y con cara de morsa. Eckart era veintiún años mayor que Hitler. Aunque, al principio, sus proyectos fueron un fracaso económico, la adaptación dramática que llevó a cabo en 1912 de Peer Gynt, drama en verso en cinco actos de Henrik Ibsen, le proporcionó fama y dinero.

En palabras de Hermann Esser, desde finales de 1919 en adelante, «Hitler más o menos veneró a Eckart como a un amigo paternal, lo mismo que yo». Según Esser, «Eckart desempeñó el papel de padre para nosotros y lo honramos como tal».[408] Eckart, por su parte, declararía después que se quedó muy impresionado con Hitler cuando se conocieron: «Me sentí atraído de inmediato por su personalidad y me di cuenta muy pronto de que era exactamente el hombre que necesitábamos en nuestro aún joven movimiento».[409] Para Eckart, que admiraba la energía de Hitler, este era, de lejos, el mejor orador del DAP, y lo consideraba su favorito y su protegido. Cuando Esser y Hitler se enfrentaban, lo que ocurría en ocasiones, Eckart mediaba para poner paz, pero también le decía a Esser, tal como él mismo declaró más tarde: «No te hagas ilusiones, él es mucho mejor que tú».[410]

Como muchos otros nacionalsocialistas tempranos, Eckart era un elemento extraño en una Baviera sureña y católica, que se había sentido atraído por Múnich. Nacido y crecido en el norte de la región, pasó algunos años en Berlín antes de mudarse a Múnich, en 1913, el mismo año en que lo hiciera Hitler. Había muchos paralelismos entre las vidas de Eckart y de Hitler, a pesar de la diferencia de edad. Ambos se sentían artistas, ambos probablemente padecieron depresión, ambos habían pasado dificultades —Hitler en Viena, Eckart en Berlín— y las pasiones de ambos eran, en igual medida, el arte y la política. Ambos también habían estado en contacto con judíos antes de la guerra y ambos prefirieron después correr un tupido velo sobre ello.

Cuando tenía veinte años, en Viena, Hitler había hecho negocios con judíos y había hecho amistades judías en una residencia para obreros. Las influencias judías fueron mucho más profundas en Eckart, puesto que los dos hombres que más admiraba antes de conocer a Hitler eran judíos; Heinrich Heine y Otto Weininger. Heinrich Heine, el gran poeta judeoalemán, había sido su héroe de juventud. La primera publicación de Eckart fue una edición de los versos de Heine.

En 1899, Eckart honró a la figura literaria judía más famosa de Alemania, el genio nacional del siglo XIX: «Si uno atiende a la desolación que caracterizó ese periodo de Alemania, a su enorme vacío, no se sorprenderá lo bastante por la fuerza del genio de un hombre único que hizo añicos los ignominiosos grilletes [del pueblo] y condujo a los espíritus liberados hacia nuevas sendas llenas de asombro. Este hombre fue Heinrich Heine».[411] En 1893, Eckart escribió incluso un poema en el que alababa la belleza de una joven judía.[412]

Weininger, un judío austriaco que se hizo protestante ya de adulto, empezó a ser una figura importante para él cuando se convirtió al antisemitismo, a principios del siglo XX. Publicó su libro Geschlecht und Charakter (Sexo y carácter) en 1903, poco antes de suicidarse con veintitrés años. Su tema principal era la polaridad entre lo masculino y lo femenino, tanto en los individuos como en el universo, donde el principio femenino se asimilaba a lo judío. Para Weininger, las características principales del principio femenino eran el materialismo y la carencia de alma y de personalidad. Tras leer el libro, Eckart empezó a venerar al autor como a un héroe, por su rechazo de la propia condición judía, y escribió en su diario: «Si tengo en mis manos el libro de Weininger, ¿no tengo también su cerebro en mis manos? ¿No tengo acaso los cerebros en mí para ir más allá de lo escrito hasta llegar a sus mismos pensamientos? ¿No es mío él? ¿No soy yo suyo?».[413]

A pesar de las influencias judías tempranas, tras la Primera Guerra Mundial y la revolución, Hitler y Eckart usaban una retórica exterminadora cada vez que se referían a los judíos. En su carta a Gemlich, Hitler señaló que su objetivo último era «la eliminación total de los judíos», y Eckart le dijo, cuando ambos se encontraron por primera vez, que su deseo era meter a todos los judíos en un tren y mandarlos al mar Rojo.[414]

La influencia de Eckart fue determinante para Hitler, no solo por lo que le aportó desde el punto de vista político sino porque fue probablemente quien hizo que empezara a considerarse un ser superior. Fue también alguien fundamental para Hitler fuera de su vida política o, para ser más precisos, en su vida limítrofe con la política y el arte. Gracias a Eckart, Hitler —que nunca había logrado introducirse en los círculos artísticos de Múnich— conoció a artistas afines a él, que constituían una especie de subcultura en una ciudad dominada por las ideas artísticas progresistas. La persona más importante que Eckart presentó a Hitler fue Max Zaeper, un pintor de paisajes cuyo anhelo era purgar el arte de la influencia judía y que regentaba un salón de artistas que compartían la misma visión del mundo. Cuando Eckart llevó por primera vez a Hitler al salón de Zaeper, en otoño de 1919, le presentó como un experto en arquitectura popular. Y si algo parecía Hitler allí, ante los otros miembros del salón, era un experto en miserias.[415] Como uno de ellos recordaría después, Hitler apareció «con sus ojos grises levemente velados, con su pelo oscuro, su bigote mustio y las aletas de la nariz tensas a más no poder. Su traje tenía un aspecto lúgubre y gastado, con unos viejos pantalones de pitillo raídos y dados de sí a la altura de las rodillas».[416]

Dietrich Eckart fue tan crucial para Hitler que este le dedicó el segundo volumen de Mi lucha, aunque no lo mencionó en el texto porque pretendía presentarse como un hombre hecho a sí mismo y solo por sí mismo. Sin embargo, a pesar de haberle omitido, Hitler admitió en privado que Eckart había sido para él un verdadero maestro y mentor. En la noche del 16 al 17 de enero de 1942, les dijo a los suyos en el cuartel general militar: «Todos hemos avanzado tanto desde entonces que no somos conscientes de lo que [Eckart] fue para nosotros; una estrella polar. Los escritos de los demás estaban repletos de lugares comunes, pero si él te regañaba: ¡cuánta agudeza! En aquel entonces, yo no era más que un crío en cuestiones de estilo».[417] En efecto, Eckart fue la influencia capital de Hitler en los primeros años del partido.[418]

 

 

A finales de 1919, el DAP había crecido extraordinariamente comparado con su situación durante el verano, aunque seguía siendo una agrupación política más o menos oscura, como se ve por la escasa acogida que tenía entre los estudiantes de Múnich. Si bien es cierto que muchos de los asistentes a las reuniones del DAP en aquella época eran universitarios, la gran mayoría de ellos no mostraba ningún interés por el partido y sus actividades. Por ejemplo, un estudiante de Renania que cursó el semestre de invierno en la Universidad de Múnich ese año no asistió a ninguno de los actos del DAP. No era otro que Joseph Goebbels, el hombre que se convertiría en el jefe de propaganda del Tercer Reich. No es que los estudiantes como Goebbels fueran apolíticos, simplemente no estaban interesados en el DAP.

Goebbels oscilaba entre su crianza católica, contra la que empezaba a rebelarse —aunque votó al Partido del Pueblo Bávaro (BVP) mientras estudiaba en Würzburg, en enero— y sus florecientes ideas socialistas, antimaterialistas, nacionalistas alemanas y rusófilas, por otro. Mientras vivía en Múnich trabajó en una obra de teatro titulada La lucha de la clase obrera y se sentía intelectualmente muy próximo al poeta y escritor judío Ernst Toller, uno de los miembros destacados de la República Soviética de Baviera. El lugar donde Goebbels quizá se cruzó con Hitler sin percatarse de ello fue el palacio de la ópera, adonde los dos acudían para disfrutar de las obras de su amado Wagner.[419]

Las ideas socialistas, antimaterialistas y nacionalistas de Goebbels y las de Hitler, así como las del emergente DAP, no eran mundos distintos. Pero sus actitudes con respecto a los judíos sí. El ferviente antisemitismo del DAP fue probablemente el principal motivo por el que los estudiantes como Goebbels no simpatizaron con él. A principios de 1919, Goebbels escribió a su novia Anka: «Sabes, no me despierta ninguna simpatía ese exagerado antisemitismo [...]. No puedo decir que los judíos sean mis amigos, pero no creo tampoco que nos podamos librar de ellos a base de maldiciones y polémicas o incluso de pogromos; y aunque fuera posible, sería un acto muy abyecto e inhumano».[420]

Sin embargo, a pesar de la oscuridad que rodeaba al DAP, un rayo de esperanza brilló en el horizonte en el invierno de 1919-1920, concretamente el 16 de enero de 1920. Aquel día, el juicio al conde Arco, el asesino de Kur Eisner, fue visto para sentencia.

El resultado no regocijó precisamente a la derecha política, ya que Arco fue condenado a muerte. Goebbels fue testigo directo de los tumultos que se desencadenaron en la Universidad de Múnich a causa del veredicto. La universidad se llenó de apasionadas manifestaciones de protesta en favor de Arco.[421] La forma en que el fiscal del juicio alabó al condenado indica cuánto se había derechizado el clima político en los últimos meses y cómo habían surgido oportunidades para los grupos y partidos de la derecha radical. En sus consideraciones, el fiscal parecía más su abogado defensor que el portavoz de la acusación: «Fue un verdadero, arraigado y profundo patriotismo lo que movió al acusado». Y añadió: «Si a todos nuestros jóvenes les inspirara un patriotismo igual de ardiente, podríamos encarar el futuro de nuestra patria con el corazón dichoso y llenos de confianza».[422]

Incluso el ministro de Justicia bávaro, Ernst Müller-Meiningen, miembro del Partido Democrático Alemán (DDP), de signo liberal, simpatizaba con el asesino de Eisner, de modo que no tardó en conmutar la pena de muerte por la cadena perpetua, primero, y, más tarde, por una reclusión de cuatro años, tiempo que Arco pasó en una cómoda celda en la fortaleza de Landsberg.[423] Durante el juicio, Arco cautivó a medio Múnich. A Elsa Bruckmann, por ejemplo, le pareció «especialmente atractivo». La antigua princesa rumana opinaba que «sus motivos fueron absolutamente nobles» y le dijo a su madre que «la gente solo tenía palabras de elogio para él».[424]

El DAP no se benefició directamente del giro a la derecha dado por la política bávara, avivado por las muestras de simpatía hacia Arco. Las diferencias políticas e ideológicas entre este y el DAP pesaban al menos tanto como sus concomitancias,[425] ya que Arco era un separatista bávaro, además de monárquico. Fue la facción más separatista, monárquica y autoritaria del BVP, la gran beneficiada del giro a la derecha que experimentó Baviera. De hecho, estando ya Hitler en el poder, al asesino de Eisner le hacía muy poca gracia el partido del soldado que había servido al régimen de Eisner. En 1933, se puso a Arco bajo custodia, por temor de que pudiera atentar nuevamente, esta vez contra Hitler.[426]

Con todo, el DAP también le sacó partido a la derechización de Baviera. Todas las fuerzas políticas que habían criticado a Eisner y que ahora ayudaban a controlar los posibles intentos de golpe de Estado por parte de la izquierda radical se ganaron la estima de los partidarios más influyentes de la derecha conservadora y de los centristas. En otras palabras, aunque los simpatizantes del DAP eran relativamente pocos a principios de 1920 y a pesar de que muchos de los objetivos políticos del partido chocaban abiertamente con los de los conservadores y centristas, el papel desempeñado por el DAP como parte del bloque antirrevolucionario le dio un lugar en la política bávara. Esa aceptación le otorgó la legitimidad y las herramientas para, a diferencia de lo que le pasaba antes, llegar a la gente y desarrollarse de cara al futuro.[427]

Además, muchos conservadores alemanes, especialmente los jóvenes, se dieron cuenta al terminar la guerra de que el viejo régimen había desaparecido para siempre. Llegaron a la conclusión de que los partidos conservadores y las organizaciones de antes de la guerra habían sido incapaces de resolver la «cuestión social», es decir, las tensiones sociales y de clase que había acarreado la industrialización. Asimismo, dejaron de creer que el partido conservador de antes de la guerra, Deutschkonservative Partei (Partido Conservador Alemán), incluso en la forma renovada que adoptó en la posguerra, fuera capaz de convertirse en una fuerza política del pueblo y atraer a los obreros. Era cierto que el nuevo partido conservador, como su nombre indicaba —Partido Nacional del Pueblo Alemán, Deutschnationale Volkspartei o DNVP—, tenía la intención de ser una fuerza realmente popular, pero los jóvenes conservadores de Alemania, como Ulrich von Hassell, dudaban de que pudiese lograrlo.

Hassell, el yerno de Alfred von Tirpitz —el ultraconservador que estuvo al frente de la armada imperial durante el reinado del emperador Guillermo y, a la sazón, figura señera del DNVP— publicó un manifiesto, «Nosotros, los jóvenes conservadores», en noviembre de 1918, justo después de la guerra, en el que abogaba por que los conservadores se aliaran con los socialistas, más que con los liberales. Como estaba en contra del capitalismo internacional angloamericano, no veía ninguna salida en una alianza política con los liberales. En el manifiesto, el joven miembro del DNVP apostaba claramente por la cooperación entre socialistas y conservadores, una alianza que, a su juicio, no solo era posible sino también deseable para resolver la «cuestión social» y encarar el futuro. Para él, ese era el único modo de asegurar la pervivencia del conservadurismo en una época marcada por la política de masas. Al principio, cuando elaboraba su idea del gran pacto entre conservadores y socialistas, Hassell había pensado en el Partido Socialdemócrata (SPD), pero al cabo de pocos meses se los quitó de la cabeza.[428]

Lo que subyace en la propuesta de Hassell forma parte de una amplia estrategia de reajuste llevada a cabo por los conservadores que, en última instancia, benefició sobre todo a los partidos colectivistas herederos tanto del nacionalismo como del socialismo. Dicho de otro modo, el manifiesto de Hassell conminó a los conservadores de toda Alemania a ser más curiosos y a abrirse a partidos como el DAP. Se creía que estos partidos podrían atraer a votantes que, hasta el momento, habían estado fuera del alcance de los conservadores, y no importaba mucho que unos y otros no compartieran los mismos objetivos políticos.

A corto plazo, al DAP no podía beneficiarle mucho la apertura de los conservadores mientras solo operase en Baviera. Pero había un terreno fértil más allá del estado bávaro para que formaciones como esta prosperaran. En el resto del país, las principales fuerzas políticas conservadoras, entre las que destacaba el Partido Nacional del Pueblo Alemán, pensaban que por muchos esfuerzos que hicieran no lograrían por sí mismas atraer a la clase obrera y a la clase media baja. Por eso confiaron a los partidos pequeños del estilo del DAP esa tarea. Pero en Baviera, el DNVP o, para ser más exactos, su facción local, el Mittelpartei, no era el principal partido conservador. El conservadurismo bávaro estaba dominado por el BVP que, a diferencia del DNVP, era un partido popular que atraía a gente de distintos estratos sociales. Aunque los políticos del BVP quizá vieran al DAP como un útil aliado en su lucha contra el bolchevismo, no sentían la necesidad de delegar en otros la responsabilidad de atraerse a los obreros y a la clase media baja. Pensaban que el BVP era perfectamente capaz de hacerlo solo. De modo que un partido con el perfil del DAP, si quería realmente abrirse paso, debía salir de Baviera.[429]

Sin embargo, dentro de Baviera, al DAP le benefició el hecho de que una importante minoría de católicos hubiera empezado a sentirse marginada por el internacionalismo de la Santa Sede y la democratización del BVP, y de que ese sentimiento se convirtiese poco a poco en hostilidad. Para ellos, el DAP se presentaba como un posible nuevo hogar político. Los artículos y panfletos de los escritores católicos locales, como Franz Schrönghammer-Heimdal —amigo íntimo de Dietrich Eckart—, los alentaban. Schrönghammer-Heimdal, que muy pronto se afilió al DAP, propugnaba un catolicismo nacional y völkisch. Para él, Jesús no fue un judío sino un galileo ario de Nazareth. En algunos de los artículos de Eckart pueden apreciarse ecos del tipo de catolicismo que su amigo defendía.[430]

Los católicos de Múnich que creían en ese tipo de catolicismo nacional ya no se sentían representados por el arzobispo de la ciudad. Aunque Faulhaber no era muy amigo del nuevo orden político, su cometido era luchar contra la restricción de los derechos de la Iglesia católica. Pero para consternación de los católicos más derechistas, Faulhaber apoyó la «paz» y el «acuerdo entre las naciones». Incluso empezó a aceptar la democracia, siempre que no se instaurase en el seno de la iglesia. Como escribió en su carta pastoral de la cuaresma de 1920: «Los árboles de la tierra crecen hacia lo alto, pero las estrellas del cielo nos alumbran desde allí». En otras palabras, creía que el gobierno político de la tierra debía legitimarse desde abajo —es decir, democráticamente— y que el gobierno de la religión debía ejercerse desde las alturas a través del Papa.[431] La minoría importante de católicos que se sintió postergada por Faulhaber y la jerarquía católica de Baviera proporcionó al DAP, a medio plazo, su gran oportunidad para crecer.

Algo que también benefició al DAP fue la continua carestía y la hambruna que reinaban en Múnich con el retorno de la epidemia de gripe como telón de fondo. La situación en la ciudad era tan extrema que Faulhaber y el papa Benedicto XV hablaron, durante la visita del arzobispo a Roma en diciembre de 1919, de cómo el hambre se grababa en el rostro de los niños. El 28 de diciembre, el Papa hizo un llamamiento al mundo para que prestara ayuda a los niños alemanes enviándoles amor y pan.[432]

Por último, la razón fundamental por la que el futuro del DAP empezó a resplandecer fue el resultado de la lucha de poder entre Drexler —presidente de la sección de Múnich— y Harrer —presidente nacional—, que alcanzó su punto crítico hacia finales de año. Tras fracasar en su intento de frenar el ascenso de Hitler dentro del partido en octubre de ese mismo año, Harrer recuperó la iniciativa. Pero estaba condenado a perder, ya que Hitler y Drexler se dedicaban a socavar la visión que Harrer tenía del partido, la visión del estilo Thule, cada vez que podían. Entre los dos consiguieron aislar a Harrer dentro de la ejecutiva. Hitler sostenía que el partido debía ir al encuentro de las masas lo antes posible, mientras que Harrer seguía firmemente convencido de que el DAP no debía, bajo ningún concepto, mezclarse con ellas.

El 5 de enero de 1920, el combate entre Harrer, Drexler y Hitler llegó a su fin, cuando el líder nacional del DAP se dio cuenta de que lo habían acorralado en un rincón del cuadrilátero y no tenía escapatoria. No volvería ya a desempeñar ningún papel importante en ningún sitio; murió prematuramente en 1926, a los treinta y cinco años.

Con la renuncia de Harrer, murió también lo que el DAP conservaba de la Sociedad Thule. Hitler y Drexler prevalecieron. Drexler se convirtió en el líder absoluto del partido y las resistencias contra la posición de Hitler dentro de la ejecutiva se desvanecieron. Hitler, el propagandista con más talento del partido, podía prestar servicio ya sin ninguna oposición por parte de la directiva.[433]

 

 

Con Harrer fuera de juego, Drexler y Hitler pudieron conspirar a sus anchas para que el partido se abriera al mundo y dejara de ser una sociedad casi secreta. Los primeros intentos de crear una infraestructura política profesional se habían dado ya en noviembre, cuando empezaron a imprimirse los formularios de inscripción, así como la publicidad de los actos del partido y sus estatutos.[434]

Y el 15 de enero de 1920, el DAP contó por fin con su primera sede real. La Sterneckerbräu les ofreció una habitación gratuita con la condición de que las reuniones semanales del partido se celebrasen allí. La oferta contemplaba que los asistentes a las reuniones consumirían comida y bebida del restaurante.[435] Así describió Hitler la nueva oficina: «Era una habitación pequeña, abovedada y oscura, con paneles de madera marrón, de unos seis metros de largo y tres de ancho. En los días nublados, todo estaba oscuro. Iluminamos las paredes con carteles que anunciaban nuestras reuniones y, por primera vez, colgamos nuestra nueva bandera. La desplegábamos sobre la mesa cuando nos reuníamos; siempre la teníamos a la vista».[436]

Solo se podía acceder a la oficina a través de un callejón estrecho, por un lateral de la Sterneckerbräu. Cuando Hitler y sus colaboradores tomaron posesión de la oficina, alinearon las mesas y dejaron una en el centro de la sala. Alrededor de ella, se sentaban los miembros de la ejecutiva durante sus reuniones. Habilitaron una mesita para el director gerente (Geschäftsführer) y la colocaron junto a la mesa central. En ella pusieron una máquina de escribir, donada por un miembro del partido que regentaba un estanco en la esquina de la calle. Una vieja caja de puros sirvió para guardar el dinero.[437]

Desde que se unió al partido, Hitler y sus discursos funcionaron como un imán para atraer a la gente a su causa. Por ejemplo, el 1 de diciembre de 1919, Emil Maurice, un veinteañero de origen hugonote, aprendiz de relojero nacido cerca del mar del Norte y que se mudó a Múnich durante la guerra y llegó a ser líder de las SA (el brazo paramilitar del DAP) en sus comienzos y uno de los mejores amigos de Hitler, se unió al partido como miembro número 594. Incluso después de 1945 siguió afirmando que fue el discurso que Hitler dio el 13 de noviembre lo que le hizo ver la luz y afiliarse.[438]

Con el nuevo año, el número de afiliados creció y los esfuerzos de Drexler y Hitler por dotar al partido de una infraestructura profesional empezaron a dar sus frutos. Entre los nuevos adeptos se encontraba Hermann Esser. Pronto, otros muchos, procedentes de la izquierda, se afiliaron. Uno de ellos fue Sepp Dietrich, antiguo dirigente del consejo de soldados de una unidad militar, que posteriormente se convertiría en el jefe de la guardia personal de Hitler —el LeibstandarteSS Adolf Hitler— y llegaría después a general de las Waffen-SS, durante la Segunda Guerra Mundial. Julius Schreck, otra nueva incorporación, que más tarde prestaría servicio a Hitler como chófer y asistente, había militado en el Ejército Rojo durante los días de la República Soviética de Baviera. Hitler estaba muy al tanto del pasado político de los nuevos fichajes.[439] Como él mismo declaró el 30 de noviembre de 1941: «El 90 por ciento de los miembros de mi partido en aquella época eran izquierdistas».[440]

El 16 de enero de 1920, se afilió al partido uno de sus miembros más importantes, el capitán Ernst Röhm, futuro jefe de las Sturmabteilung o SA, procedente del otro extremo del espectro político. Asistió al mitin del DAP que se celebró el 16 de enero, decepcionado con el conservador Partido Nacional del Pueblo Alemán. Se entusiasmó tanto con lo que vio y oyó que se afilió inmediatamente. En los años venideros, Röhm utilizaría su influencia para poner a disposición del DAP/NSDAP dinero, coches y armas de la Reichswehr. Pronto, Hitler y Röhm se trataron mutuamente con el informal du, y aquel se convirtió en invitado habitual de las cenas en casa familiar de Röhm. En febrero, el futuro vicepresidente del NSDAP, Oskar Körner, se unió al partido tras asistir a un discurso de Hitler. Como Emil Maurice, Körner era otro protestante que no procedía de Alta Baviera y que residía en Múnich. Nacido en Silesia, en la frontera entre Polonia y Alemania, el futuro vicepresidente del partido se había afincado en Baviera al acabar la guerra y había abierto una juguetería.[441]

Aunque las actividades de Drexler y Hitler tras la expulsión de Harrer empezaban a dar buenos resultados con bastante rapidez, los dos hombres no tenían intención ninguna de que el partido creciera poco a poco ni de reclutar a sus miembros de uno en uno. Lo que de verdad querían era una presentación a lo grande. Para ello, el comité ejecutivo diseñó un nuevo programa y se aventuró a alquilar el Festsaal, el salón más amplio de la Hofbräuhaus, la más famosa cervecería de Múnich, el 24 de febrero de 1920. Intentar que unas dos mil personas, el aforo del Festsaal, acudieran a su convocatoria era desde luego un gran riesgo para un partido que apenas seis meses antes solo era capaz de congregar unas pocas docenas de simpatizantes.[442]

Los carteles que anunciaban el acto empezaron a llenar la ciudad cinco o seis días antes. Era la primera vez que el DAP pegaba carteles en Múnich. Drexler y Hitler, mientras tanto, aguardaban nerviosos a ver el resultado de su apuesta. En Mi lucha, Hitler se refirió al riesgo que corría el partido: «Tenía una única inquietud en aquellos días: ¿se llenaría el salón o tendríamos que hablarle al vacío?». Y añadía: «Esperaba ansiosamente que llegara esa tarde». Sin embargo, la publicidad del acto funcionó, tal como el propio Hitler detalla: «La sala se abría a las 7.30. A las 7.15 entré en el salón de banquetes de la Hofbräuhaus, en la Platzl de Múnich, y mi corazón estalló de alegría. La enorme sala, o así me lo pareció entonces, estaba repleta de gente; una masa de casi dos mil personas apiñadas hombro con hombro. Y lo mejor es que era precisamente el tipo de gente que deseábamos captar».[443]

En Mi lucha, Hitler envuelve el relato en una gran expectación, como si el nuevo programa del partido hubiera sido lo que llenó el salón aquella tarde. Solo menciona de pasada que otro orador se dirigió a la multitud antes que él, pero sin decir su nombre. Y, sin embargo, fue la presencia de aquel hombre, y no la curiosidad por el programa del DAP, lo que caló en la gente. De hecho, en el cartel rojo que se distribuyó por toda la ciudad no aparecían ni el programa del partido ni Hitler. En él se anunciaba tan solo que aquella noche Johannes Dingfelder, médico, activista völkisch y, sobre todo, ídolo de masas, hablaría en la Hofbräuhaus.[444]

La estrategia del DAP, que por entonces seguía siendo un oscuro partido que difícilmente habría podido convocar a una multitud con el lanzamiento de un nuevo programa político, fue usar un gancho para el acto del 24 de febrero. Utilizaron a Dingfelder como cebo para llenar la Hofbräuhaus antes de presentar el partido y su nuevo programa. Cuando Dingfelder terminó de hablar, Hitler se encargó de esa tarea.

Aunque había ascendido muy rápidamente en el DAP, en aquel momento solo era el «comercial» del partido. De hecho, aunque presentó el programa, es bastante improbable que fuese su principal arquitecto. Según Hermann Esser, alguien muy próximo tanto a Drexler como a Hitler, este «no participó en absoluto en la redacción del programa». Lo más probable es que se limitara a ayudar a Drexler a reforzar sus puntos de vista y en la edición y los retoques finales.[445] Si hubiera sido el artífice, dadas sus declaraciones sobre los judíos del verano anterior, así como su obsesión por el tema justo antes y después de que se redactara el programa, es lógico suponer que tendría que haber habido en ese programa alguna mención explícita a los judíos, y no es el caso.

El programa constaba de veinticinco puntos o exigencias, algunos de los cuales apelaban a la transversalidad política; la demanda de instaurar una meritocracia, la exigencia de que todos los ciudadanos tuvieran los mismos derechos y deberes, así como la institución de un seguro para la tercera edad y la prohibición del trabajo infantil. Por lo demás, trataba de equilibrar las reivindicaciones nacionalistas y las socialistas.

Entre las nacionalistas se encontraba la «unión de todos los alemanes en una Gran Alemania basada en el derecho nacional a la autodeterminación». Dicho de otro modo, se exigía la creación de un Estado que incluyera también a Austria y a los demás territorios germanoparlantes allende las fronteras del país. Para ello, se pedía la revocación del Tratado de Versalles. Otra de las propuestas era que la ciudadanía alemana se concediera solo por criterios étnicos, que el derecho romano se sustituyera por el derecho germánico y que se acabara con la inmigración extranjera.[446]

Las exigencias programáticas de tipo socialista iban de la mano con los otros puntos. Se hizo hincapié en que todas ellas constituían la esencia misma del partido, sus cimientos, y no una simple estrategia hipócrita para ganarse a los obreros.[447] Destacaban, sobre todo, la petición de acabar con la «esclavitud de los intereses», la abolición de los ingresos que no procedieran directamente del trabajo, la persecución de los especuladores de guerra y la confiscación de sus bienes, la nacionalización de las compañías fiduciarias (es decir, la desintegración de los monopolios mediante la nacionalización), la reforma agraria, la prohibición de especular con la tierra, la expropiación de los terrenos para uso comunal sin compensaciones y la implantación de la pena de muerte para los usureros y especuladores.

El programa era marcadamente antiliberal, ya que abogaba por el colectivismo y atacaba el individualismo, argumentando que el interés común debía anteponerse al interés particular. El último punto pedía «la creación de un Estado fuerte y centralizado del estilo del Reich» para poder realizar todos los puntos anteriores. En ese sentido, el DAP recalcaba su determinación de anular el regionalismo bávaro y se definía a sí mismo en oposición a las principales corrientes políticas centristas y derechistas de Baviera. La plataforma exigía también la expansión más allá de los territorios germanoparlantes. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurriría después, no se mencionaba en ninguna parte la anexión de territorios europeos que no fuesen germanoparlantes. La exigencia se limitaba a las colonias en el extranjero, para «alimentar a nuestra gente y ubicar a nuestros excedentes de población».

Como se ha dicho, el programa del partido no se centraba en ningún momento en los judíos. En palabras de Hermann Esser, la «cuestión judía» se trató «de un modo bastante comedido y con el máximo cuidado».[448] Por supuesto, muchos de los puntos eran un producto del antisemitismo del DAP.[449] Sin embargo, solo en dos de los veinticinco se mencionaba explícitamente a los judíos; uno se centraba en ellos, el otro atacaba ideas supuestamente judías pero compartidas también por quienes no lo eran. Por lo tanto, no está claro si eran los cuerpos judíos o el «espíritu judío» lo que impulsaba y caracterizaba el antisemitismo del partido. El punto 4 estipulaba que ningún judío podría obtener la ciudadanía alemana. El punto 24 pedía que se combatiera «el espíritu materialista judío tanto fuera como dentro de nosotros».[450]

En Mi lucha, Hitler narra el acto como si hubiera sido un enorme triunfo y describe cómo los comunistas y los socialistas que acudieron a desafiar a los ponentes tenían aún la sartén por el mango cuando él tomó la palabra. Sin embargo, sigue diciendo, una vez empezó a desgranar el programa del partido, las protestas de los izquierdistas se ahogaron en los gritos y rugidos entusiastas y atronadores de quienes apoyaban los veinticinco puntos: «Y cuando finalmente presenté, uno por uno, los veinticinco puntos a las masas y les pedí personalmente que se pronunciaran sobre ellos, uno tras otro fueron aceptados con una incontenida alegría, una y otra vez, unánimemente, y como la última tesis les llegó al corazón, me vi de pronto frente a un salón repleto de gente unida por una nueva convicción, una nueva fe, una nueva voluntad».[451]

La propaganda nazi afirmó después que todo lo que habían necesitado para frenar los intentos de los «comunistas» de interrumpir el acto fue «un puñado de viejos camaradas de guerra de Hitler que vigilaban el local». Esto formaba parte de la estrategia que pretendía presentar al regimiento de Hitler y, por extensión, a todo el ejército alemán de la Primera Guerra Mundial como una Volksgemeinschaft («comunidad popular») que había dado origen al nacionalsocialismo.[452] El mismo Hitler declaró en Mi lucha que, mientras se vaciaba el salón la noche del 24 de febrero de 1920, «un fuego se había encendido y de sus llamas surgiría algún día la espada con la que el Sigfrido germánico recobraría su libertad y la nación alemana su vida». Y añadió: «Y, junto a ese resurgir próximo, sentí que caminaba la diosa de la venganza, dispuesta a hacer justicia por el acto perjuro del 9 de noviembre de 1918. Y entonces, el salón, lentamente, se vació del todo. Y lo que allí nació siguió su curso».[453]

Lo que ocurrió realmente tras la charla de Dingfelder fue bien distinto. Las protestas de los izquierdistas nunca se acallaron, y la presentación del programa del partido provocó una acalorada disputa. Mientras se marchaban del local, los comunistas y los socialdemócratas corearon eslóganes a favor de la Internacional Comunista. A Dingfelder le dijeron al entrar que había por lo menos cuatrocientos activistas de izquierdas entre el público. Y él mismo descubrió más tarde que, poco antes de que comenzara la charla, un comunista había amenazado con matar a Hitler y al cabeza de cartel.[454]

Los periódicos allí presentes pasaron por alto el programa del partido y a Hitler en las crónicas posteriores. El Münchener Zeitung, por ejemplo, describió con detalle la charla de Dingfelder, pero solo en el último párrafo, de pasada, dejó caer que «tras el discurso, un miembro del comité, Hitler, explicó el programa del Partido Obrero Alemán». Los periódicos revelaban también lo poco conocido que era el DAP en aquel momento, pues se refirieron a él como el «recientemente fundado Partido Obrero Alemán», olvidando que se había constituido un año antes. El Münchner Neuesten Nachrichten ni siquiera mencionaba a Hitler por su nombre y se limitó a señalar que, tras la intervención de Dingfelder, «un orador explicó el programa del Partido Obrero Alemán mientras lanzaba afiladísimos ataques contra Erzberger, contra los judíos, contra la usura y la especulación, etc.».[455]

Pero aunque la presentación del programa no fuera el gran acto que Drexler y Hitler habían concebido, la estrategia del cebo sí podía calificarse, a grandes rasgos, de éxito; la táctica de esconder al segundo orador había funcionado. El DAP había logrado congregar a dos mil personas que aquella noche regresaron a sus casas y empezaron a difundir sus impresiones sobre la apasionada charla de Hitler. La noche del 24 de febrero de 1920, quedó claro en la Hofbräuhaus que, allí donde Hitler apareciera, nadie se aburría.

Los mítines posteriores en los que Hitler participó reunieron un público inusitadamente numeroso. Mediante sus intervenciones, la nueva estrella del partido fue capaz de mantener vivo el interés de la gente en el DAP. A lo largo de 1920, solían asistir entre mil doscientas y dos mil quinientas personas a cada acto, mientras que solo unas pocas docenas, como ya se ha dicho, frecuentaban los mítines un año antes.[456]

 

 

El primer acto masivo del DAP marcó el final de la disputa interna sobre la naturaleza del partido y la dirección que debía tomar. La visión al estilo Thule de Harrer, que concebía el partido como una sociedad secreta dirigida en la sombra por pangermanistas eminentes fue definitivamente derrotada.

La concepción de Hitler y Drexler había triunfado. La única huella de la visión de Harrer que quedaba por liquidar era el nombre del partido. Cuando lo fundó junto a Drexler, Harrer había desestimado la sugerencia de llamarlo Partido Nacionalsocialista. Pocos días después del 24 de febrero, el DAP cambió su nombre por el de Nationalsozialistische Deutscher Arbeiterpartei (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán o NSDAP). Según el dentista Friedrich Krohn, un destacado miembro de los primeros tiempos del partido, el cambio de nombre se debió a la necesidad de dejar claro inmediatamente que no se trataba de un movimiento obrero internacionalista y marxista. Es curioso, sin embargo, que los términos «nacional» y «socialista» no aparecieran ni una sola vez en el programa presentado el 24 de febrero. Legalmente, el partido no comenzó a existir bajo ese nombre hasta finales de septiembre de 1920, cuando se fundó la Nationalsozialistischer Deutscher Arbeiterverein (Asociación Nacionalsocialista Obrera).[457]

Hitler había sido el centro de las discusiones dentro de su nueva familia adoptiva y, junto con Anton Drexler, logró salir airoso del enfrentamiento. Cuando Karl Mayr le había pedido que asistiera al mitin del DAP celebrado el 12 de septiembre de 1919, Hitler no tenía, desde luego, un plan trazado para transformar el partido en los siguientes cinco meses o para beneficiarse personalmente de dicha transformación. Sin embargo, el éxito en política rara vez resulta de la implementación gradual de un plan o una estrategia a largo plazo. El arte de la política generalmente recompensa a aquellos que tienen talento para responder con celeridad a situaciones imprevistas y para explotarlas no solo en provecho propio, sino también en provecho de las ideas políticas que difunden. Y Hitler ya empezó a destacar en esto a principios de 1920. Él no era una simple marioneta en manos de la Reichswehr o de los notables de la derecha radical de Múnich. Sí, lo utilizaron. Pero él los utilizó a ellos. Con sorprendente rapidez cambió las tornas con respecto a quienes le apoyaban pero lo consideraban un instrumento. Y ellos ni siquiera se percataron, hasta que no pasó bastante tiempo, de la facilidad con la que Hitler se desembarazó de su influencia.

Gracias a su alianza con Drexler, Hitler fue capaz de defenestrar a Harrer y de extirpar del partido la huella de su visión al estilo Thule, contribuyendo de este modo a que el DAP se convirtiera en una fuerza a tener en cuenta. En 1920, el DAP era ya un grupo que gozaba de prestigio y que se hacía oír en la política bávara. Durante el proceso, en la primavera de 1920, Hitler, que hasta el año anterior fue el tipo raro y solitario de siempre, pasó a ser el nuevo fichaje del partido y a convertirse después en su segunda figura más poderosa, solo por debajo del presidente, Anton Drexler.

Hitler era muy consciente de que, en algún momento, podía depender de Harrer, de la Sociedad Thule y de los pangermanistas eminentes que la dirigían para difundir sus ideas y fortalecer su perfil. Por eso, una vez se apartó a Harrer, Hitler se mostró con frecuencia cortés con la Sociedad Thule y sus promotores. Sin embargo, jamás asistió a ninguna de las reuniones de la Sociedad[458] y guardó durante el resto de su vida un profundo rencor hacia Harrer y los suyos. Nunca lo dejó correr. Nunca fue capaz de olvidar el modo en que Harrer lo había tratado y nunca confió del todo en los pangermanistas de Múnich que dirigían la Sociedad Thule. Siempre se mantuvo alerta para no dejarse utilizar por ellos, como quedó de manifiesto en los tibios contactos que mantuvo con el editor Julius Friedrich Lehmann, líder pangermanista völkisch y persona importante en Múnich. Hitler se había convertido casi totalmente en el dueño de su destino.[459]

Los elementos a partir de los que Hitler desarrolló sus ideas políticas no eran muy novedosos, pero él los utilizó para construir algo que, si bien no destacaba por su originalidad, sí era peculiar. En los discursos que dio en aquella época se aprecian ecos de su pangermanismo —reunir a todos los alemanes étnicamente puros bajo el mismo techo— de los tiempos de la guerra, combinados con su objetivo, desde el verano de 1919, de erigir una Alemania indestructible. Exigía la unificación de Alemania y Austria, rogaba a sus oyentes que no emigraran, atacaba el Tratado de Versalles y alertaba contra el capitalismo internacional judío.[460] Poco a poco, junto con Anton Drexler, hizo que el DAP dejara de ser un partido dirigido a los obreros alemanes y se convirtiera en uno claramente nacionalsocialista.

Mientras desarrollaba las ideas políticas para construir una Alemania que jamás volviera a perder una guerra, Hitler no era todavía un completo nazi. Todavía no atacaba abiertamente el bolchevismo ni se refería al «espacio vital» alemán en el este. Aún tardó en hacerlo. Su persistente falta de interés en el bolchevismo llama la atención, teniendo en cuenta cuánto lo temían los bávaros. Por ejemplo, el 17 de febrero de 1920, el príncipe Georg von Bayern, nieto del último príncipe regente Leopoldo de Baviera, le anunció en una carta al arzobispo de Múnich, Michael Faulhaber, que «el avance del ejército bolchevique ruso por Centroeuropa es inminente».[461] A finales de mes, Faulhaber le escribió a Wilhelm von Hohenzollern-Sigmaringen, el príncipe depuesto de uno de los estados más pequeños del Imperio alemán, que la gente de Múnich esperaba que en Salzburgo, Innsbruck y Viena se constituyeran repúblicas soviéticas en marzo.[462] Y un espía infiltrado en el Partido Comunista de Alemania (KPD) informó, cinco días antes, de que, «según ciertas declaraciones hechas por miembros del KPD, el partido está organizando revueltas para las próximas semanas en colaboración estrecha con Rusia». El espía también informó sobre una reunión secreta de cien miembros del KPD pertenecientes a la sección de Múnich: «Los revolucionarios están muy animados y confiados en su victoria; esperan acciones inminentes tanto desde la derecha como desde la izquierda; estas últimas cuentan con la ayuda del Ejército Rojo de Rusia».[463]

A principios de 1920 no estaba claro aún el alcance del antisemitismo de Hitler. Aunque, sin duda alguna, era ya profundamente antisemita, todavía estaba por decidir si su retórica extremista y racial contra los judíos debía interpretarse en sentido literal o metafórico. Su preocupación fundamental era cómo hacer frente al poder capitalista de occidente. Siempre abogó, de boquilla, porque Alemania se alzara contra Francia,[464] pero su auténtica preocupación era el capitalismo angloamericano, el poder que ostentaban Inglaterra y Estados Unidos.