7

UNA HERRAMIENTA DE DOS MIL QUINIENTOS AÑOS DE ANTIGÜEDAD

MARZO - AGOSTO DE 1920

 

 

 

 

La primera vez en su vida que Hitler subió a un avión, el 16 de marzo de 1920, parecía que iba a un baile de disfraces, con su barba postiza y su atuendo entre civil y militar. Sin embargo, participaba en una misión secreta. Karl Mayr les pidió a él y a Dietrich Eckart que volaran a Berlín para contactar con Wolfgang Kapp, un político y activista nacido en Nueva York e integrante de la facción más derechista del Partido Nacional del Pueblo Alemán.[465]

Desde el fin de la guerra, la derecha radical alemana se había mostrado más bien receptiva. Aunque no estaba precisamente contenta con el nuevo sistema político parlamentario liberal, ayudó al Gobierno del Estado y al de la nación a responder a los desafíos de la izquierda radical, como la revuelta espartaquista de Berlín de 1919 y la República Soviética de Baviera. Los intentos de la derecha radical de derrocar a la democracia parlamentaria en 1918 y 1919 pecaron de inmadurez en el mejor de los casos. Debido a que el descontento se había extendido entre sus seguidores, la derecha radical cambió de actitud y pasó del modo reactivo al modo proactivo. A principios de 1920, Kapp y unos cuantos cómplices conspiraron para derrocar al Gobierno nacional de Berlín, acabar de una vez con la democracia liberal e impedir la inminente reducción de las fuerzas armadas en un 75 por ciento. El 13 de marzo, el ejército regular y las milicias bajo el mando del general Walther von Lüttwitz, que a su vez estaba a las órdenes de Kapp, ocuparon Berlín con la intención de instaurar una dictadura militar.[466]

Cuando Eckart, Hitler el barbafalsa y el piloto despegaron de un aeródromo de Augsburgo, el primero se hacía pasar por un comerciante de papelería y el segundo por su contable, de viaje a la capital del país por asuntos de negocios. Pero su verdadero cometido era establecer una línea de comunicación directa entre los golpistas de Berlín y Mayr.[467]

El día del alzamiento militar, un emisario de los sublevados llegó a Múnich y se reunió con el general Arnold von Möhl, jefe de facto de las Fuerzas Armadas de Baviera. Como Hermann Esser contó después, Möhl pidió «inmediatamente a su mano derecha política que se uniera a la conversación. Se trataba del capitán Mayr». Sin embargo, el general rechazó rápidamente la propuesta que le hizo el emisario de unirse a los golpistas. Este probó suerte con Mayr, pues lo veía más proclive a aceptar la petición. Según Esser, Mayr era «el único [...] que conocía con detalle los planes de la gente de Berlín», y se mostró dispuesto a colaborar para que el golpe llegase también a Baviera.[468]

Pero Mayr se dio cuenta muy pronto, con pesar, de que la mayoría del círculo de oficiales próximo a Möhl había reaccionado tibiamente al golpe de Kapp. Así que decidió actuar a espaldas de aquel y hacerse cargo de la situación personalmente. Para ello, buscó la colaboración de Dietrich Eckart, que debía ayudarle a coordinar las acciones de apoyo al golpe en Baviera. Al percatarse de que la comunicación directa con los golpistas de Berlín era imposible, Mayr decidió enviar a Eckart y a Hitler en misión secreta.[469]

Eckart era el más indicado para ese trabajo, ya que él y Kapp se conocían desde 1916. Kapp había asistido como público a una de las obras de teatro de Eckart. Tras la representación, estaba convencido de que aquella obra debía difundirse lo más ampliamente posible «para provocar un renacer del sentimiento nacional». En el invierno de 1918-1919, Kapp donó mil marcos a Eckart cuando este lanzó su revista semanal Auf gut deutsch. En agradecimiento por su generosidad, Eckart le escribió: «Lo que más me alegra es la seguridad que tú me das de que estoy haciendo mi trabajo como debo, y de que lo hago también en tu nombre». Además, unas semanas antes del golpe, los dos se habían reunido en Berlín.[470]

Es difícil saber con certeza qué esperaba lograr Hitler en Berlín, mientras su avión ponía rumbo al norte y él, que tenía miedo a las alturas, vomitaba sin parar sobre las frondosas colinas de Baviera y el centro del país.[471] No es posible determinar si, mientras el gélido viento le cortaba el rostro allá en lo más alto de Alemania, creía que estaba utilizando a Mayr para realizar sus objetivos y ambiciones o que Mayr lo utilizaba a él.

Independientemente de quién jugara con quién, el fracaso de Mayr, Hitler y Eckart fue estrepitoso, debido a una falta de realismo a la hora de evaluar el apoyo con el que contaban los sublevados en Berlín, Múnich y el resto de Alemania. Llenar la Hofbräuhaus hasta los topes era una cosa; diagnosticar adecuadamente la situación en Múnich y Berlín y echar abajo un Gobierno otra muy distinta, fuera del alcance de los tres conspiradores.

Todo fue mal desde el principio. La primera experiencia aérea de su vida dejó tan profunda huella en Hitler que tardó años en volver a subirse a un avión. El que le llevaba a Berlín se quedó sin combustible mientras sobrevolaba las llanuras del sur de la ciudad, y el piloto se vio obligado a aterrizar en Jüterborg, donde un grupo de izquierdistas hostiles rodeó enseguida a los pasajeros. Pero los tres hombres lograron salir con bien de la situación y seguir su camino hacia la capital alemana.[472]

Cuando finalmente llegaron a Berlín, el intento de golpe de Estado estaba ya desmoronándose. La mayoría de los funcionarios de la ciudad se negaron a apoyar a los golpistas. Además, muchos conservadores de quienes dependía el éxito de la sublevación decidieron no implicarse. Por ejemplo, Ulrich von Hassell, a la sazón diplomático en la embajada alemana en Roma, y a quien los golpistas querían como futuro ministro de Asuntos Exteriores, decidió no moverse de Roma hasta ver cómo acababa todo. Cuando el golpe fracasó, él siguió prestando servicio tranquilamente a la República de Weimar.[473] La extrema derecha había sobreestimado su poder y los apoyos con los que supuestamente contaba.

El viaje de Eckart y Hitler a Berlín fue un completo fiasco, salvo por el hecho de que los unió más aún. Trataron de volver a Múnich lo antes posible, pero el 17 de marzo llovía y tuvieron que esperar un día más para volar de nuevo.[474]

 

 

Karl Mayr no había logrado que Baviera se contagiase del golpe de Kapp. Sin embargo, el intento de sublevación desencadenó una oleada de cambios políticos en el Estado. El 13 de marzo, Möhl no solo rechazó la propuesta del emisario de los golpistas, sino que proclamó públicamente su lealtad al Gobierno. Pero ese mismo día, al anochecer, un número cada vez mayor de oficiales lo presionó para que diese un paso más. De modo que el general presionó a su vez al Gobierno bávaro para que declarara el estado de emergencia y le transfiriera temporalmente el poder.

Möhl había estado jugando a un juego muy diferente del de Mayr. Como monárquico bávaro —pero no secesionista—, su objetivo era, presumiblemente, aprovechar la oportunidad que le daba la crisis de convertir de nuevo a los bávaros en los amos de su casa sin romper Alemania, así como de propiciar un Gobierno liderado por el Partido Popular Bávaro. Mayr y Eckart, por el contrario, optaron por secundar a los golpistas de Berlín.

En una reunión del Consejo de Gobierno bávaro llena de dramatismo, a Möhl, allí presente, le fueron otorgados poderes especiales, y se convirtió en comisionado del Estado (Staatskommissar). Pero la decisión del Consejo provocó la ruptura de la coalición de Gobierno entre el Partido Socialdemócrata, el Partido Popular Bávaro y el Partido Democrático Alemán fraguada en mayo del año anterior. Aunque los ministros socialdemócratas —el presidente Johannes Hoffmann entre ellos— votaron a favor de otorgar poderes especiales a Möhl, creyendo que evitaría la propagación en Baviera del golpe de Kapp, inmediatamente después llegaron a la conclusión de que su posición en el Gobierno se había vuelto insostenible y todos presentaron su renuncia ese mismo día.

Los sucesos de la noche del 13 al 14 de marzo de 1920 fueron el desencadenante, no la causa principal, de la ruptura de la coalición de Gobierno entre el SPD y sus dos socios burgueses. Ya desde que se formó aquella alianza, los choques por motivos políticos entre el SPD y el BVP fueron constantes, sobre todo en lo que concernía al papel que la Iglesia católica debía desempeñar en los colegios. En cualquier caso, el BVP nunca habría aceptado el rol de subordinado del SPD, siendo, como era, el partido con mayor representación parlamentaria —contaban con cinco escaños más que los socialdemócratas—. La concesión de poderes especiales a Möhl fue la gota que colmó el vaso y acabó haciendo añicos el Gobierno del Estado.

Möhl no tenía especial interés en ostentar el poder personalmente. Habría preferido dárselo al BVP, que a su vez habría querido tener al SPD como socio subordinado, de ahí la polémica. Entretanto, la opción más clara era un Gobierno del BVP liderado por Georg Heim, pero habría sido altamente improbable que la mayoría del Parlamento lo aprobara, a causa de las fuertes convicciones separatistas de aquel. De modo que el BVP decidió apostar por un tecnócrata como candidato a la presidencia, Gustav von Kahr, gobernador de Alta Baviera. El nombramiento se confirmó dos días después, el 16 de marzo, en el Parlamento.[475]

El cambio de Gobierno en Baviera no fue un golpe de Estado. Ni un cambio de paradigma con una nueva autoridad que fuera a caminar de la mano con los nazis hacia el abismo y a convertir Múnich en la «capital del movimiento [nacionalsocialista]», tal como el NSDAP la denominaría una vez en el poder.[476] El estado de emergencia duró solo dos días, hasta el 16 de marzo. El ejército al mando del general Von Möhl devolvió el poder al Gobierno civil el mismo día que Mayr envió a Hitler y Eckart a Berlín para apoyar la instauración de una dictadura militar.

En el nuevo Gobierno bávaro, el BVP, el liberal Partido del Pueblo Alemán y la Liga de los Campesinos de Baviera constituyeron la mayoría de la cámara. Además, cuando Kahr fue elegido presidente, declaró: «Seré leal, por supuesto, a las constituciones del Reich y del Estado».[477] La diferencia entre lo que ocurriera en Múnich y lo que había sucedido en Berlín está muy bien sintetizada en las distintas visiones que Möhl y Mayr tenían del futuro. Ambos deseaban una Alemania más conservadora y autoritaria. Pero la visión del primero era la de un conservador bávaro, mientras que la del segundo respondía a la de un nacionalista alemán. Uno se mostró a favor, al menos en 1920, de la senda constitucional, mientras que el otro promovió una dictadura militar.

Aun así, el nuevo Gobierno bávaro representó un brusco giro a la derecha, que concedió al NSDAP un atisbo de esperanza, a pesar del fracaso berlinés de Hitler y Eckart. Kahr empezó a convertir Baviera en una Ordnungszelle (literalmente, «célula de orden») donde las Einwohnerwehren —las milicias locales que se habían formado tras la caída de la república soviética— tenían un papel protagonista. Con la bendición de la Iglesia católica —que veía en las milicias, como dijo el nuncio Eugenio Pacelli, «el principal baluarte contra el bolchevismo»—, el Gobierno de Kahr trató de impedir la desmembración de las Einwohnerwehren exigida por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. Además, la Ordnungszelle de Kahr ofreció refugio a ultraderechistas de toda Alemania, incluidos los cabecillas del golpe de Kapp. Algunos de ellos formarían más adelante la Organization Consul, el grupo violento que asesinaría en pocos años a dos ministros del Gobierno, Matthias Erzberger y Walther Rathenau. El jefe de la policía de Múnich, Ernst Pöhner, un protestante que procedía de la parte más nororiental de Baviera, apoyó y protegió a los extremistas de derechas que inundaban el Estado, facilitándoles, entre otras cosas, pasaportes nuevos.[478]

A pesar de la insignificante subida electoral de los partidos ultraderechistas, las elecciones que se celebraron en Baviera el 6 de junio de 1920 trajeron consigo un Gobierno aún más conservador. Lo encabezaba, de nuevo, Kahr, que contaba con el apoyo de los partidos de su Gobierno anterior, así como el de la sección bávara del derechista Partido Nacional del Pueblo Alemán.[479] A diferencia del SPD —que perdió la mitad de sus votantes en favor de la izquierda radical— el BVP —aunque profundamente dividido en su enfoque de la democracia parlamentaria y de la república— mantuvo su posición. En consecuencia, el BVP se convirtió en el partido natural de Gobierno en Baviera hasta 1933, cuando le fue arrebatado el poder por la fuerza. Incluso entonces, el Gobierno bávaro liderado por el BVP fue, de entre todos los gobiernos estatales de Alemania, el que mayor resistencia opuso a las maniobras de los nazis para tomar el poder.

Durante la República de Weimar, el BVP, a diferencia de los otros partidos conservadores alemanes, se las arregló para albergar en sus filas tanto a moderados como a radicales.

Aun así, los gobiernos liderados por el BVP fueron un refugio seguro para los grupos de derechas, en parte por la simpatía que muchos de sus miembros más conservadores sentían hacia ellos. Y, lo más importante, aunque los líderes del BVP aprovecharon el golpe de Estado de Kapp para devolver el poder a Baviera, los sucesivos gobiernos liderados por el partido se sirvieron de los grupos ultraderechistas, sin importarles mucho que sus objetivos políticos no tuvieran nada que ver con los de ellos, como instrumentos para hacer más fuerte aún al Estado; cualquier cosa con tal de que los bávaros volvieran a ser los señores de su casa.

Para que la estrategia diera frutos a medio y largo plazo, el Gobierno de Kahr proporcionó a la derecha radical un suelo fértil donde crecer. Tras lo ocurrido a mediados de marzo de 1920, tanto la derecha moderada como la extremista ganaron influencia. Sin embargo, curiosamente, el NSDAP no sería el principal beneficiario de la derechización de Baviera durante los meses posteriores.

El fracaso del golpe de Kapp no fue la única decepción que se llevó Hitler en marzo de 1920. A finales de mes —tras sesenta y ocho meses en el ejército— lo desmovilizaron, lo obligaron a dejar de servir en las fuerzas armadas a las que tanto había amado desde que se hubo unido voluntariamente en 1914. Le entregaron un hato compuesto por una capa militar, una guerrera, un par de pantalones, ropa interior, una camisa y zapatos, así como cincuenta marcos en efectivo, y lo pusieron en la calle.

El motivo más probable por el que Hitler salió del ejército es que tanto el choque entre Karl Mayr y Möhl, como su vuelo a Berlín en representación de Mayr el mismo día en que Möhl devolvía el poder al Gobierno civil de Baviera, lo privaron de un benefactor influyente en un momento crucial. Cuando hubo que decidir, a finales de marzo, a quién licenciar y a quién no en el proceso de desmantelamiento de la Comandancia Militar del Distrito 4, el soldado raso Hitler, como protegido de Mayr, era una elección bastante obvia.[480]

 

 

Ahora que estaba fuera del ejército, Hitler, por primera vez en más de cinco años, tenía que apañárselas solo. Pero en cuanto abandonó su alojamiento en los barracones, un miembro de su nueva familia adoptiva lo ayudó a encontrar un nuevo hogar. Josef Berchtold, el dueño del estanco que había donado la máquina de escribir al comité ejecutivo del NSDAP y que, por un breve tiempo, dirigiría las SS, en 1926, le buscó un cuarto, alquilado por una tal frau Reichert, en la misma calle en la que él vivía junto a sus padres, Thierschstrasse. Hitler pasó a ser un vecino más de un barrio pequeñoburgués próximo al río Isar y al casco histórico de Múnich. Como le habían quitado sus quehaceres militares, no le quedaba otro remedio que encontrar una nueva estructura con la que vertebrar sus días.

La habitación, estrecha y rectangular, estaba en el extremo sur del pasillo del apartamento de frau Reichert, en Thierschstrasse 41, un edificio en cuya fachada había una hornacina con una estatua de la Virgen María curtida por la intemperie. Los muebles «fin de siglo» de la habitación eran baratos y sencillos. Al lado de la ventana estaba la cama, en la que Hitler normalmente se acostaba tarde y de donde se levantaba mucho más tarde aún. Era demasiado ancha para el rincón que ocupaba, así que el cabecero cubría parte de la ventana. También había una cómoda, un armario y un lavabo sin agua corriente. En medio de la habitación, sobre el suelo de linóleo, descansaba un sofá, junto a una mesa ovalada, donde Hitler probablemente leía el periódico después del desayuno.

A la hora del almuerzo, dejaba su cuarto, bajaba las chirriantes escaleras para salir a la calle y caminaba hacia la sede del partido en la Sterneckerbräu, donde almorzaba en alguno de los restaurantes baratos de la zona o en los comedores populares, cuyo menú compuesto en su mayor parte de verduras y nabos, aderezados ocasionalmente con algún pellizco de carne, estaba disponible por 30 peniques. Después, pasaba la tarde hasta bien entrada la noche en las reuniones del partido. Casi de un día para otro, Hitler se había convertido en un político profesional. De hecho, era el único político profesional del partido en ese momento, ya que era el único que no tenía un empleo y podía dedicarse por completo a la política. Técnicamente, era el primer oficial de propaganda (I. Werbeobmann) del partido.[481]

Como dedicaba todo su tiempo y su talento al NSDAP, debió de percatarse pronto de que ni él ni el partido iban precisamente de éxito en éxito, a pesar del terreno fértil que el Gobierno había proporcionado a los grupos derechistas. La primavera y el verano de 1920 constituyeron, de hecho, un periodo bastante decepcionante para el NSDAP. En el Parlamento bávaro se debatió en dos ocasiones sobre los judíos y se contempló la posibilidad de expulsar de Baviera a los que procedían de Europa del Este. Sin embargo, ni una sola vez se mencionó al NSDAP en los debates parlamentarios, a pesar de que Hitler había convertido a los judíos en el tema de algunos de sus discursos y de que su petición de expulsarlos de Alemania era aclamada por su público. Pero esa petición raramente se oía más allá del local donde él hablaba.[482]

En el revuelto mercado de la derecha bávara, el NSDAP fue incapaz de hacer valer su marca y su rasgo político más propio, el antisemitismo. A pesar de que, en el verano de 1920, el partido llenaba los salones más grandes de las cervecerías de Múnich, aún no se lo consideraba una fuerza con el suficiente poder como para contar con ella. Había crecido demasiado y era demasiado estridente en ese momento como para recuperar la estrategia de Harrer de expandirse como una sociedad casi secreta, en el caso de que hubiera querido. Pero aún no era lo bastante grande ni ruidoso como para marcar la diferencia.

En julio, Anton Drexler llegó a la conclusión de que el NSDAP, a juzgar por cómo se habían desarrollado las cosas, no era aún lo bastante fuerte para sostenerse sin ayuda y propuso que el partido considerase la posibilidad de fundirse con otras fuerzas, como el Partido Socialista Alemán (DSP). Pero Hitler, igual que con Harrer, se opuso firmemente a la estrategia de Drexler y, también igual que con Harrer, se salió con la suya. Sin duda, en la negativa de Hitler pesó el recuerdo de cómo le había dado esquinazo el DSP cuando había intentado unirse al partido. Hitler no tenía el más mínimo deseo de compartir un partido con la misma gente que lo rechazó en el pasado. En lugar de fusionarse con otra fuerza política, el NSDAP entró como miembro independiente en una asociación nacional socialista no vinculante, junto al Partido Socialista Alemán y dos grupos nacionalsocialistas de Austria y Bohemia.[483]

Pero existía el riesgo de que el triunfo de Hitler se quedase en nada, a menos que el NSDAP empezase a causar tal sensación que el Parlamento no pudiera ignorarlo. Con su extraordinario talento para la oratoria, Hitler vio en la crisis del NSDAP una oportunidad para sí mismo y la aprovechó a ultranza. Era el único miembro veterano del partido capaz de exponer sus argumentos de un modo llamativo y atrayente en el bullicioso mercado de la derecha política de Múnich. Y lo que dijo y cómo lo escenificó no pasó desapercibido. Tras el fracaso del NSDAP para hacerse oír en los debates parlamentarios sobre el antisemitismo, el miércoles 13 de agosto, Hitler dio un discurso programático sobre el tema, ante más de dos mil personas, en el gran salón de la Hofbräuhaus. Se titulaba «¿Por qué somos antisemitas?».

Aunque el antisemitismo formaba parte de la visión del mundo de Hitler desde el verano de 1919, solo en dos ocasiones, en 1920, fue el tema único y explícito de sus discursos. El que dio el 13 de agosto surgió, probablemente, de la conciencia de que debía ir más lejos aún si quería que su mensaje llegase a la gente.

Hitler habló durante más de dos horas aquel miércoles en la Hofbräuhaus. Desde la primera frase hasta la última intentó dejar claro que el NSDAP no era un partido antisemita cualquiera. Nada más empezar, proclamó con osadía que su partido estaba «a la cabeza» del movimiento antisemita en Alemania. Aparentemente sin esfuerzo, se fue metiendo al público en el bolsillo. Los aplausos le interrumpieron cincuenta y ocho veces; también algunos «¡Bravo!». El discurso estuvo repleto de burlas y farsas, sarcasmos e ironía mezclados con algunas bromas secas o autocríticas. El público se rio a carcajadas cuando afirmó que la Biblia no era una obra del todo antisemita o cuando dijo: «Buscamos constantemente tener algo que hacer; cuando los alemanes no tenemos nada que hacer, siempre nos queda darnos de cabezazos los unos contra los otros».[484]

Igual que en el pasado, el mensaje antisemita que Hitler lanzó aquella noche era una combinación de antisemitismo anticapitalista y de judeofobia racista. Básicamente, se reducía a la advertencia de que el capitalismo judío internacional estaba destruyendo Alemania y el resto del mundo y de que los judíos eran egoístas y miraban solo por ellos mismos, no por el bien común. Por eso, afirmaba, eran incapaces de formar su propio Estado y vivían como parásitos, chupando la sangre de otros pueblos. Así, lo único que sabían hacer era contribuir a la destrucción de los estados para apoderarse de ellos. A su modo de ver, el «materialismo y mammonismo»(3) judíos eran la antítesis del verdadero socialismo. Repitió las ideas de Gottfried Feder sobre las finanzas judías sin citar su nombre. Y calificó a Gran Bretaña como «esa otra judería».

El mensaje de fondo de las palabras de Hitler era que los judíos estaban marchitando Alemania porque provocaban «un debilitamiento de la raza aria». El pueblo, por tanto, tenía que afrontar la disyuntiva de «o librarse de los visitantes indeseados o perecer». La principal preocupación de Hitler desde su politización unos años antes —cómo edificar una Alemania poderosa, que no volviera a perder nunca una gran guerra y que perdurara por siempre en el nuevo sistema internacional— destacó claramente en su discurso.

Hitler aprovechó también para atacar la actitud de los conservadores bávaros hacia los judíos y criticó con dureza al periódico más importante, el Münchner Neuestern Nachrichten, por darles voz en sus páginas. No por casualidad, el nuevo redactor jefe del periódico era nada menos que Fritz Gerlich, colaborador de Mayr y contrario al antisemitismo. Al igual que en las primeras proclamas antisemitas de Hitler, en 1919, las referencias al antisemitismo antibolchevique no fueron más que una acotación en su discurso. No consideraba a los comunistas internacionalistas actores dignos de tener en cuenta, sino que los presentaba, como al propio Karl Marx, como judíos oportunistas en manos de la plutocracia judía internacional dominada por los inversores y los financieros.

Aquella tarde, Hitler básicamente tendió la mano a los antiguos espartaquistas. Parece probable que lo hiciera como un reflejo de su izquierdismo militante durante la revolución de Múnich, pero no podemos probarlo (ni refutarlo tampoco). Afirmaba que incluso «los espartaquistas más feroces» tenían, en realidad, un buen fondo y que simplemente habían sido manipulados por los judíos internacionalistas.[485] Esta opinión no respondía a una maniobra estratégica. Durante el resto de su vida, también en privado, afirmaría lo mismo. Por ejemplo, el 2 de agosto de 1941 confesó a su séquito en su cuartel general: «No le reprocharé nunca a unos simples paisanos que hayan sido comunistas. Solo se lo echaré en cara a los intelectuales».

También diría que, en general, los comunistas alemanes le caían mil veces mejor que algunos aristócratas que colaboraron con él en distintos momentos.[486]

En su discurso del 13 de agosto, Hitler no mencionó la palabra «bolchevismo» ni una sola vez;[487] solo en el debate posterior, cuando sus adversarios políticos lo desafiaron directamente al invocar la situación en Rusia, la pronunció por fin. Pero lo hizo para reprochar a sus críticos que no tuviesen «ni la más remota idea de cómo es el sistema bolchevique», puesto que no se habían dado cuenta de que su objetivo no era mejorar la vida del pueblo, sino destruir las razas en nombre de los capitalistas judíos. En el anticapitalismo de Hitler, y en su creciente antibolchevismo de 1919 y 1920, había una jerarquía clara; el bolchevismo estaba dirigido por el capitalismo judío internacionalista desde Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia; de este modo, convertía el antisemitismo antibolchevique en un medio para alcanzar un fin mayor.[488]

 

 

Un rasgo recurrente de los discursos de Hitler, no solo de aquel que dio el 13 de agosto, era esa variedad «biologizada» de antisemitismo que ya había dejado caer en su carta a Adolf Gemlich; es decir, el uso de la terminología médica para describir la supuesta influencia dañina de los judíos. En un discurso que dio el 20 de agosto, dijo: «No penséis que se puede combatir una enfermedad sin erradicar su causa, sin exterminar los bacilos, y no creáis que se puede luchar contra la tuberculosis racial sin procurar que la nación se libre de quienes la provocan». Por tanto, había que luchar contra los judíos sin concesiones: «El efecto del judaísmo no remitirá ni la nación se librará de su veneno hasta que se erradique la causa, el judío, de nuestro medio».[489]

Esta forma de hablar de los judíos en 1920 conecta directamente con sus declaraciones «biologizadas» de la época en que el Holocausto estaba echando a andar, a comienzos de los años cuarenta. En julio de 1941, mientras los Einsatzgruppen —las unidades de exterminio de las SS que operaron en la retaguardia del ejército regular durante la invasión de la Unión Soviética— masacraban a comunidades judías enteras, Hitler expresó a menudo la misma idea: «Me siento el Robert Koch de la política —diría a sus más allegados en el cuartel general—, él descubrió el bacilo de la tuberculosis y abrió nuevos caminos a la ciencia médica. Yo he descubierto que el judío es el bacilo y el fermento de toda descomposición social».[490]

Las manifestaciones antisemitas de Hitler no eran muy originales.[491] Aunque su visión se apartaba del antisemitismo bávaro convencional, lo cierto es que era un producto de las ideas de muchos extremistas de Baviera y de otros lugares. La verdadera cuestión no es si el lenguaje antisemita de Hitler era original, pues está claro que no, sino, más bien, si el significado que tenían para él sus palabras era el mismo que para aquellos que empleaban un lenguaje similar.

Es más, la cuestión es por qué el antisemitismo de Hitler emergió de forma tan notoria en el verano de 1919. Aunque lo relacionemos con su particular camino de Damasco —la experiencia de conversión ocurrida en julio de ese mismo año— y aunque identifiquemos las influencias antisemitas a las que estuvo expuesto en aquella época, no lograremos explicar por qué ese nuevo antisemitismo suyo se convirtió en una herramienta tan poderosa e integral para comprender el mundo y revelárselo a otros.

Para entender el antisemitismo extremo de Hitler y el legado que dejó en su vida, compararlo con el de otros habitantes del Múnich posterior al Tratado de Versalles no basta. Si queremos comprender en profundidad por qué el antisemitismo llegó a ser tan atractivo para Hitler, tenemos que explicarnos por qué para tantos europeos, tras la Primera Guerra Mundial, este se convirtió en el prisma para mirar el mundo y en la fuente de todos sus males. Además, hay que investigar si la gente utilizaba el antisemitismo como una metáfora para darle sentido al mundo o si, por el contrario, lo entendían literalmente.

Decir que el antisemitismo es uno de los odios más antiguos de la humanidad y tildarlo de irracional, más que revelarnos algo, nos lo esconde.[492] ¿Por qué la gente invoca un sentimiento irracional como ese en ciertos momentos de la historia y no en otros? ¿Por qué el antisemitismo adopta formas tan diversas? ¿Y por qué cada vez que ha estallado la tensión entre judíos y no judíos —no solo en Múnich tras la Primera Guerra Mundial, sino en la civilización occidental hasta el presente—, la hostilidad hacia los primeros ha adoptado formas tan groseras y desproporcionadas en relación con el acto o el fenómeno social que la hubiera desencadenado?

En los últimos dos mil quinientos años, la historia de las relaciones sociales entre los judíos y los no judíos no se ha caracterizado por un antisemitismo constante y uniforme. La flexibilidad del antisemitismo y su habilidad para cruzar fronteras culturales, religiosas, políticas, económicas y geográficas, así como de perdurar, generación tras generación, lo han convertido en un instrumento poderoso para analizar y encontrar sentido a los problemas del mundo en ciertas épocas. Se empleó por primera vez en el antiguo Egipto y después se convirtió en un rasgo característico de la vulnerabilidad de la tradición occidental.

En cada nuevo brote de hostilidad hacia los judíos, las sucesivas generaciones de antisemitas no reaccionaban en contra de las prácticas sociales del judaísmo. Lo que hacían, más bien, era reformular las expresiones anteriores del antisemitismo para usarlas como marcos donde encajar los problemas de su propio mundo y darles así un sentido.[493] Es esta tradición que Hitler y otros europeos actualizaron para contextualizar la crisis revolucionaria mundial que sobrevino tras la Primera Guerra Mundial y se extendió hasta principios de los años 1920. Y es a esta tradición a la que Hitler volvió para encontrar sentido a los males históricos, en general,[494] y a la debilidad de Alemania en particular. Por eso el antisemitismo atrajo tanto a Hitler y a un número incontable de personas: por su poder para generar en ellos la fuerza y el espíritu capaces de conducir y cambiar los acontecimientos en una época marcada por una profunda crisis nacional.

Sin embargo, la manera en que el antisemitismo actuaba como guía y motivación en la Alemania de la posguerra no seguía un patrón único. Para algunos, el antisemitismo tenía un carácter literal y se traducía en acciones concretas contra los judíos; para otros, era solo una metáfora, y, para unos cuantos más, era literal en esencia, pero metafórico en sus expresiones más extremas. Examinar cada una de estas opciones nos ayudará a definir la judeofobia de Hitler y el modo en que la entendieron los demás.

No fue solo en el Múnich posterior a la caída de la república soviética donde la judeofobia convencional adoptó una forma concreta, la de un antisemitismo antibolchevique, es decir, un antisemitismo que no atacaba a todos los judíos sin distinción. Cuando el antisemitismo fue una metáfora para intentar explicar el mundo, no siempre se dirigió intencionadamente contra todo el que tuviera orígenes judíos. Un ejemplo de este tipo de antisemitismo es el de Houston Stewart Chamberlain, de suma importancia, ya que se encuentran claros ecos de sus trabajos en los discursos y los escritos de Hitler, que lo señaló como su mayor influencia.[495]

El antisemitismo del yerno inglés de Richard Wagner se plasmó con notable éxito en su libro de 1899 Die Grundlagen des 19. Jahrhunderts (Los fundamentos del siglo XIX), un tratado en dos volúmenes que abordaba la conexión entre la raza y el desarrollo cultural, y que Hugo Bruckmann, su editor —y marido de la empobrecida princesa rumana Elsa—, le animó a escribir. Con este libro, Chamberlain se proponía dar sentido al siglo que terminaba y ayudar a la gente a encontrar su lugar y una guía en el siglo por venir.[496]

Aunque el concepto principal que Chamberlain manejaba era el de «raza», se centraba en el judaísmo, no en los judíos. Para él la raza no era realmente una categoría biológica. Lo que defendía era, más bien, que la creación de una nueva «raza» pura permitiría a la civilización avanzar. Ese nuevo tipo de raza se definiría por una adhesión común a un conjunto de ideas, más que por rasgos biológicos compartidos. De hecho, Chamberlain no tuvo ningún problema en dedicar el libro a Julius Wiesner, un científico vienés de origen judío, y un famoso escritor y dramaturgo, Karl Kraus, judío asimilado no sionista y convertido al catolicismo, se deshizo en elogios para los Grundlagen y no creyó que el antisemitismo racial de Chamberlain estuviera dirigido contra los judíos asimilados o los conversos como él.[497]

De hecho, Chamberlain pensaba —como le dijo claramente a Hugo Bruckmann en una carta— que «el judío es un producto completamente artificial». En esa carta, con fecha del 7 de agosto de 1898, el yerno de Wagner sostenía que «es posible ser “un judío” sin ser judío; y uno no tiene por qué ser “un judío” aunque sea judío». Chamberlain no creía que los judíos —esto es, la gente judía con la que uno se tropezaba diariamente— fuesen el verdadero problema: «La verdad es que el “peligro judío” es mucho más profundo, y el judío no es responsable de él. Nosotros mismos lo creamos y somos nosotros los que tenemos que superarlo».[498] En otras palabras, para Chamberlain, ser judío significaba asumir una serie de ideas que podían hacer suyas tanto los judíos como los que no lo eran. Su objetivo último era purgar al mundo de esas ideas supuestamente nocivas.

El antisemitismo de Otto Weininger, el ídolo del mentor de Hitler, Dietrich Eckart, se parecía mucho al de Chamberlain. Para Weininger, la judeidad era un estado del alma que rechazaba las ideas trascendentales y se refocilaba en el materialismo. Según Weininger, la judeidad era una constitución mental de la especie humana que había alcanzado su máxima expresión en el judío como tipo ideal. Recomendó a todas las personas que lucharan contra su judío interior, advirtiendo de que, en los tiempos modernos, el espíritu de la civilización occidental se estaba volviendo cada vez más judío.[499]

En pocas palabras, Chamberlain y Weininger, los dos pensadores que ejercieron la mayor influencia, o al menos una de las mayores, en el desarrollo del antisemitismo de Hitler y de su mentor, concebían el propio como un rechazo de un cierto conjunto de ideas. Chamberlain no fue la única persona en ver su antisemitismo racial como una metáfora. Muchos de los que estaban o estarían después cerca de Hitler compartían esa visión. Y precisamente porque percibían el carácter metafórico del antisemitismo de Chamberlain se mostraban de acuerdo con él.[500]

Por ejemplo, Hugo Bruckmann —que fue presentado a Chamberlain por el amigo judío de este, el director de orquesta Hermann Levi, afincado en Bayreuth— y su mujer Elsa estaban deslumbrados con los Grundlagen.[501] Esta escribió en su diario: «Leyendo Los fundamentos del siglo XIX de Chamberlain; completamente fascinada tanto por el contenido como por la forma; no recuerdo un libro más placentero que este».[502] El antisemitismo metafórico de Chamberlain la agradaba, entre otras cosas, porque no le generaba ningún conflicto con su gran amiga Yella u otros muchos judíos de su círculo íntimo.

Su interacción con los judíos por aquel entonces y durante el resto de su vida es de suma importancia, no solo por la amistad de su marido con Chamberlain, sino porque desde mediados de los años veinte hasta la década de los cuarenta, Elsa y Hitler se hicieron tan íntimos que ella llegaría a convertirse en una especie de madre para él. Las relaciones de Elsa con los judíos revelan aspectos de las interacciones entre judíos y gentiles en algunos de los círculos sociales próximos a Hitler, y, por extensión, sobre cómo percibían los más allegados a él su antisemitismo y sobre cómo esta percepción fue modificándose a lo largo de los años.

Elsa Bruckmann y Gabriele «Yella» von Oppenheimer eran íntimas amigas desde que se conocieron en 1893, cuando Elsa, aún una princesa empobrecida, pasó algunas semanas en el Palais de los Tedesco, una familia judía vienesa de clase alta. En los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, las dos mujeres mantuvieron la relación más cercana posible entre dos personas que viven en ciudades distintas. Por ejemplo, tanto en 1921 como en 1922, Elsa y su marido pasaron más de dos semanas en la finca de los Oppenheimer, en los Alpes austríacos.[503]

Elsa Bruckmann seguiría admirando al autor insignia de su marido. El 31 de diciembre de 1921 le escribió una carta a Max Mell, poeta y nacionalista austríaco, en la que daba rienda suelta a sus pensamientos sobre la más reciente obra de Chamberlain, Mensch und Gott (Hombre y Dios), un libro profundamente antisemita: «No me extraña que Mensch und Gott haya causado en ti tan profunda impresión: ¡es un libro tan personal, tan entusiasta, tan comprometido con lo que de verdad importa!».[504]

Elsa Bruckmann era también amiga del escritor judío Karl Wolfskehl y de su mujer, Hanna. En 1913, Hanna declaró que su marido y ella la querían muchísimo.[505] Las tres pasiones de Karl eran el misticismo, el coleccionismo (en especial de libros viejos, bastones y cachivaches de todo tipo) y el sionismo. Uno de sus amigos era Martin Buber, probablemente el más famoso filósofo sionista del siglo XX. Wolfskehl se implicó en las actividades de los grupos sionistas de Múnich y, en 1903, cubrió el Congreso Sionista de Basilea, en Uganda, para un periódico de Múnich. Sin embargo, se consideraba alemán antes que judío. A Wolfskehl le interesaba poco el sionismo político; lo que le atraía de verdad era la fuente de renovación espiritual y cultural que el sionismo representaba para el judaísmo.[506] Es probable que Elsa Bruckmann y Karl Wolfskehl fueran amigos porque tanto el antisemitismo de ella como el sionismo de él, aunque reales y profundamente arraigados, eran, antes que nada, metafóricos.

Elsa siguió profesando el mismo tipo de antisemitismo incluso cuando se convirtió en una madre para Hitler. De ahí que los Bruckmann se quedaran de piedra ante la creciente tormenta antisemita de 1938, lo mismo que Karl Aleksander von Müller, el historiador que tanto había influido en Hitler durante el curso de propaganda, amigo de la pareja. Los tres se sintieron horrorizados por la persecución que se llevó a cabo contra los judíos tras la Kristallnacht o Noche de los Cristales Rotos, como confesó Ulrich von Hassell cuando lo visitaron en su casa de Ebenhausen, al sur de Múnich. El 27 de noviembre de 1928, Hassell escribió en su diario: «Su repugnancia [la de los Bruckmann así como la de Müller y su mujer] por la inmunda persecución de los judíos es tan grande como la de cualquier persona decente. Incluso los más leales nacionalsocialistas de [la ciudad de] Dachau, que “se han aferrado a ella” hasta este momento, están, según Bruckmann, completamente hundidos tras presenciar la barbarie demoníaca desplegada por las SS y sus torturas a los desgraciados judíos que han caído en sus manos».[507]

En mayo y junio de 1942, Elsa Bruckmann intercedió en repetidas ocasiones ante las autoridades nazis para que no deportaran a Yella; finalmente consiguió que le permitieran pasar el resto de su vida junto a su nieto Hermann en el castillo de Wartenburg, en Austria. En noviembre de 1942, fue su amistad con la dramaturga Elsa Bernstein la que evitó que esta última fuese deportada desde el campo de concentración de Theresienstadt a un campo de exterminio polaco; Bernstein simplemente mencionó que era amiga íntima de Elsa Bruckmann y de la cuñada de Chamberlain, Winifred Wagner; eso la salvó del Holocausto.[508]

El antisemitismo de Chamberlain, Bruckmann y muchos otros se ceñía a ciertas ideas que ellos consideraban judías, no a los judíos. Pero, teniendo en cuenta la influencia de Chamberlain en los escritos y discursos de Hitler y la identificación que este sentía con aquel, es inevitable preguntarse: ¿percibió la gente el antisemitismo de Hitler tal como percibía el de Chamberlain? O, en otras palabras, ¿se tomó como algo metafórico? ¿Y cómo veía el propio Hitler su antisemitismo?

El de Chamberlain y otros como Elsa Bruckmann, así como dos mil quinientos años de intermitente pensamiento antijudío, proporcionó marcos de referencia a los ciudadanos del Múnich de posguerra para calibrar el antisemitismo de Hitler. Como era de esperar, muchos en aquel entonces y en los años venideros no creyeron que el lenguaje antisemita —exterminador, «biologizado», partidario del «todo o nada»— de Hitler fuera literal.

En cierto modo, su rechazo del antisemitismo emocional y de los pogromos, así como su insistencia en que luchaba contra los judíos como un todo para salvar Alemania y mejorar el mundo, colocó a Hitler, al menos aparentemente, en la tradición antisemita de Chamberlain y lo hizo parecer una consecuencia natural de los dos mil quinientos años de pensamiento antijudío que lo precedían. Durante el Holocausto, por supuesto, el lenguaje exterminador, «biologizado» y partidario del «todo o nada» de Hitler fue cualquier cosa menos metafórico. Sin embargo, no está claro si en 1920 había cruzado ya la línea.

Es perfectamente posible que el antisemitismo exterminador y «biologizado» de Hitler en aquella época se remontase a su mismo inicio, es decir, a la segunda mitad de 1919. Es decir, es imposible desmentir que, a diferencia de muchos otros, realmente creía que la sangre judía transmitía parásitos a la sociedad alemana. En ese caso, quizá tuviera ya el genocidio judío en mente. Pero aunque no fuera así, el desarrollo lógico del antisemitismo de Hitler tras la Primera Guerra Mundial apuntaba ya al genocidio, fuese o no consciente de ello.[509]

Sin embargo, es igualmente posible, quizá más, que Hitler hablase en sus inicios metafóricamente o que no hubiera decidido aún si su antisemitismo era literal o metafórico. En sus discursos, a veces parecía compartir con Chamberlain la idea de que uno podía ser judío sin serlo y de que el objetivo del antisemitismo era luchar contra el espíritu judío. Por ejemplo, el 7 de enero de 1920, como orador invitado a un acto de la Federación Alemana de Protección y Defensa Völkisch, dijo, arrancando el aplauso de la audiencia: «El gran villano no es el judío, sino quien se pone a su servicio». Y añadió: «Combatimos al judío porque obstaculiza la lucha contra el capitalismo. Nuestra miseria nos la ha causado una parte de nosotros mismos».[510]

Es imposible, por último, saber si el antisemitismo racial, «biologizado» y partidario del «todo o nada» que profesó Hitler era literal o metafórico en 1920, porque nadie puede mirar dentro de su cabeza. Ninguna inteligencia puede superar este obstáculo. Incluso si nuevos documentos del propio Hitler o que recojan sus palabras salieran a la luz, la duda persistiría; puesto que se reinventaba constantemente a sí mismo y fue un mentiroso reconocido que decía siempre lo que creía que los demás querían oír, no sabremos nunca cuándo hablaba de verdad y cuándo mentía. Por tanto, lo más que podemos hacer es explicar por qué algunas conjeturas sobre sus intenciones y pensamientos íntimos son más probables que otras, así como examinar sus patrones de comportamiento, para deducir cómo funcionaba su mente y qué pretendía en realidad.

Una manera de comprobar si Hitler concebía su antisemitismo racial «biologizado» y partidario del «todo o nada» en sentido literal o figurado es observar cómo lidió con los judíos que conoció y trató en persona. Lo más probable, si hubiera concebido su antisemitismo literalmente, es que hubiera sido inflexible con ellos.

En su discurso del 13 de agosto de 1920, Hitler afirmaba que no se debía intentar distinguir entre judíos buenos y malos individualmente. Dijo que incluso los judíos que en apariencia eran buenas personas contribuían, sin embargo, con sus acciones, a la destrucción del Estado, puesto que hacerlo estaba en su naturaleza, cualesquiera que fueran sus intenciones.[511] De igual modo, a principios de los años cuarenta, declaró categóricamente que no se debían hacer excepciones en la persecución de los judíos, por duro que esto pudiera resultar en algunos casos. La noche del 1 al 2 de diciembre de 1941, mientras el proceso industrial de aniquilación de los judíos se ponía en marcha, dijo en su cuartel general: «Nuestra legislación racial causa muchas penalidades a las personas, pero uno no debe basar sus análisis y valoraciones en el destino de los individuos».[512] Sin embargo, esto es precisamente lo que hizo él en numerosas ocasiones.

Una de las excepciones de Hitler fue Emil Maurice. Cuando Heinrich Himmler intentó expulsarlo de las SS y del partido, a mediados de los años treinta, por su ascendencia judía, Hitler no solo desautorizó a Himmler, sino que ofreció a Maurice su apartamento para que celebrara allí su banquete de boda, además de darle una buena suma de dinero como regalo nupcial y de otorgarle una dispensa especial para permanecer en el partido y en las SS.

Los dos se habían hecho amigos poco después de que Maurice se uniera al DAP a finales de 1919. Maurice fue una de las pocas personas a las que Hitler permitía tutearlo. En las innumerables reyertas en las que participó, en las cervecerías y en las calles de Múnich, descolló como uno de los más brutales y violentos nacionalsocialistas durante los primeros tiempos del partido. Como reconocimiento a esos dones, Hitler lo puso al frente de las SA en 1921; Maurice se convirtió también en el asistente de su guardia personal —la Stosstrupp-Hitler— en 1923, y llegó a ser uno de los fundadores de las SS. Durante un tiempo, hizo también de chófer de Hitler y, cuando ambos fueron encarcelados en Landsberg, tras el fallido golpe de Estado de 1923, de asesor.

No está del todo claro cuándo se dieron cuenta Maurice y Hitler de que aquel tenía un bisabuelo judío. Según algunos, los rumores sobre su ascendencia judía ya corrían en 1919, mientras que, según otros, se percataron mucho más tarde. Por un lado, considerando el servicio que Maurice prestó al partido y a Hitler, no es de extrañar que este lo protegiera, por más que su número dos de las SS tuviera, según la lógica del Tercer Reich, una octava parte de judío. Pero por otro, la decisión de Hitler no deja de sorprendernos, ya que vino después de una larga riña y un profundo y amargo distanciamiento entre los dos amigos, pues Hitler fue incapaz de soportar que su sobrina Geli Raubal y Maurice se enamoraran. Podría muy fácilmente no haberse puesto de parte de Maurice contra Himmler, no reconciliarse con él y no protegerlo del modo en que lo hizo. Y, sin embargo, desautorizó al mismo Himmler y visitó a Maurice y a su esposa en su apartamento.

El apoyo que Hitler prestó a Maurice nos da detalles sobre la naturaleza de su antisemitismo por otra razón; en 1939, cuando estalló la guerra, Hitler cortó súbitamente todo contacto con Maurice y se negó a recibirlo cuando este se lo pidió en 1941.[513] Aquel cambio repentino de actitud es tan significativo como el apoyo que le había prestado anteriormente. Si hubiera mantenido las relaciones con Maurice durante la Segunda Guerra Mundial, el hecho de que Hitler apoyara y protegiera a uno de sus hombres más cercanos a pesar de su herencia judía podría no haber tenido tanta importancia. Sin embargo, el cambio total de Hitler al empezar la guerra sugiere que la herencia judía de Maurice fue algo grave para él desde el mismo momento en que tuvo conocimiento de ella. Por otro lado, la reconciliación con Maurice de mediados de los años treinta fue un reflejo, por lo que parece, de un cambio en la actitud de Hitler. Así que quizá cabría suponer que su antisemitismo fue primero metafórico y solo en vísperas de la Segunda Guerra Mundial se literalizó. Pero lo cierto es que, desde 1922 en adelante, el comportamiento de Hitler apunta a que el genocidio era ya su «solución final» preferida para el desafío que representaban los judíos europeos. Así que su relación con determinados individuos como Maurice sugiere, finalmente, que —mientras creyó que su genocida «solución final» era impracticable— se mostró dispuesto a ayudar a los judíos que personalmente le gustaban. Al creer durante tantos años que estaba obligado a encontrar una opción alternativa al genocidio para purgar Alemania de la influencia judía, habría tenido sentido que protegiera a ciertos judíos próximos a él o a sus colaboradores.

Hitler hizo también todo lo posible por ayudar a Eduard Bloch, el médico judío de su difunta madre y de él mismo durante la infancia, que vivía en Linz, Austria. Tras la invasión de este país, en 1938, Hitler le concedió a Bloch un Sonderstatus, un «estatuto especial», que permitió al doctor seguir viviendo en Linz, más o menos intacto.[514] Como en el caso de Maurice, el hecho de no haber visto a Bloch en muchos años le ponía bastante fácil no implicarse y no protegerlo como lo hizo.

También autorizó personalmente a un grupo de veteranos judíos, que habían formado parte de su regimiento durante la Primera Guerra Mundial, a salir del país.[515] Además, el suegro del especialista en geopolítica Karl Haushofer era judío, y no parece que a Hitler le importara cuando acudió a él para que lo ayudara a desarrollar sus ideas sobre geopolítica y sobre el «espacio vital». Ni tampoco que Rudolf Hess, su hombre de confianza desde mediados de los años veinte, fuese íntimo del padre de Haushofer, a quien veía casi como a su propio padre, y amigo de su hijo.[516] De hecho, Hitler admitió ante Hess que había tenido dudas sobre la naturaleza de su antisemitismo. Como el propio Hess le dijo por carta a Karl Haushofer, el 11 de junio de 1924 —cuando cumplía condena junto a Hitler en la fortaleza de Landsberg—, no se había percatado hasta que estuvo permanentemente con Hitler de que este no tenía las ideas tan claras como en un principio le había parecido: «No se me ocurrió, por ejemplo, que había llegado a la postura que mantiene hoy con respecto a la cuestión judía tras una dura lucha interior. Constantemente lo asaltaba la duda de que, después de todo, pudiera estar equivocado».[517] La carta de Hess revela que Hitler no tuvo nada clara al principio la naturaleza racial, «biologizada» y partidaria del «todo o nada» de su antisemitismo, y que este fue poco a poco abandonando la esfera metafísica para transformarse en literal y potencialmente genocida entre 1919 y mediados de los años veinte.

Tampoco sabemos muy bien qué pensar de un episodio ocurrido en la década de los treinta, cuando el sobrino medio irlandés de Hitler, William Patrick, se mudó a Berlín. Contrariado porque, según él, su tío lo ninguneaba, William amenazó con revelar secretos familiares a la prensa a menos que le dieran un trabajo mejor y más privilegios. Esto pudo empujar a Hitler a pedirle discretamente a su abogado, Hans Frank, que indagara en su árbol genealógico para ver si tenía algún antepasado judío.[518] Hoy está bastante claro que los rumores de que su abuelo paterno era judío,[519] así como los de que su familia descendía de judíos bohemios o húngaros, son infundados. Pero lo que nos importa, en este caso, no es si Hitler tenía orígenes judíos, sino el hecho de que se sintiera impelido a solicitar a Hans Frank que lo investigara sobre la base de unos simples rumores, lo cual sugiere que, durante un tiempo, no estuvo seguro de si eran ciertos o no.

 

 

En el verano de 1920 nada indicaba que Hitler tuviera clara ya la naturaleza de su antisemitismo o que hubiese formulado su «solución final» para el problema. En esa época usaba el antisemitismo como una herramienta para encontrar un sentido a los males del mundo, dentro de una tradición inventada dos mil quinientos años antes, a orillas del Nilo. La retórica extremista de su incipiente antisemitismo debe verse en el contexto de las dificultades a las que él mismo y el NSDAP se enfrentaron en la primavera de 1920. En un momento en el que el partido simplemente no lograba hacerse oír, Hitler tuvo que encontrar la manera de destacar y de fortalecer a su formación en el revuelto mercado de la política derechista bávara. Su modalidad de antisemitismo se convirtió así en un instrumento para distinguirse de los muchos otros oradores y políticos antisemitas que había en Múnich.

Hitler logró causar sensación en la ciudad al ofrecer una variedad de antisemitismo más radical y coherente que la habitual. Cuanto más se aferraba al «todo o nada», cuanto más insistía en que cualquier concesión era despreciable, cuanto más extremista se volvía, tanto más crecían sus posibilidades de que lo escucharan en el bullicioso mercado derechista de Múnich. No fue otra cosa que el deseo de ser oído y de destacar lo que hizo que su antisemitismo se radicalizara. En ese momento no pretendía conseguir un apoyo mayoritario, sino marcar la diferencia con respecto a los partidos de extrema derecha que competían con el NSDAP. Para lograrlo, parece que fue ajustando su retórica antisemita mediante el modo «prueba y error» y llevando más lejos aquellas ideas y consignas que su público recibía con mayor entusiasmo y que la izquierda abucheaba con más fuerza, lo que desencadenó una espiral de autoafirmación y una radicalización cada vez mayor de ese antisemitismo.

Pero pronto encontraría un modo de escenificación más efectivo aún para aumentar su encanto.