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EL GIRO DE HITLER HACIA EL ESTE

DICIEMBRE DE 1920 - JULIO DE 1921

 

 

 

 

El 16 de diciembre de 1920, Hitler tenía muchos problemas urgentes que resolver, además de encontrar el mejor modo de lidiar con sus hermanos o planificar el futuro a largo plazo del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Aquella noche, él, Hermann Esser y Oskar Körner —futuro vicepresidente del partido— se enteraron de la venta inminente del Völkischer Beobachter, como se llamaba entonces el Münchener Beobachter de Rudolf von Sebottendorf, al conde Karl von Bothmer y sus socios.[579] Era una noticia pésima para el NSDAP.

Sebottendorff, el expresidente de la Sociedad Thule, llevaba un tiempo tratando desesperadamente de vender el periódico y su editorial, la Eher Verlag, que estaba en números rojos. En verano, las cosas llegaron a tal punto que el hombre que había presidido aquella sociedad profundamente antisemita trató de venderle el periódico a la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de Fe Judía.[580]

Mientras el periódico estuvo en manos de Sebottendorff y sus socios sirvió a los intereses del Partido Socialista Alemán (DSP), pero también daba cobertura a otros partidos völkisch.[581] Aunque la situación no era la ideal para el NSDAP, que por aquel entonces concentraba sus esfuerzos en convertirse en la principal fuerza de la extrema derecha en Múnich, al menos el periódico ayudaba. Si el Völkischer Beobachter caía en manos de Bothmer —el codirector del curso de propaganda al que asistió Hitler en 1919— se convertiría en el vocero de los separatistas bávaros. No solo no brindaría el menor apoyo al NSDAP, sino que muy probablemente lo atacaría.

Las siguientes veinticuatro horas pusieron de manifiesto el extraordinario talento de Hitler para darle la vuelta a una crisis que no había previsto y salir de ella victorioso y fortalecido. La tarde del 16 de diciembre, el NSDAP, que carecía de un periódico propio y de fondos para fundar uno, se enfrentaba al riesgo de que el único rotativo de la ciudad que le hacía caso se le pusiera en contra. Pues bien, la tarde siguiente el partido de Hitler tenía su propia publicación quincenal, su vocero, con el que le sería más fácil hacerse oír y propiciar la futura consolidación de la extrema derecha en Múnich.

El 17 de diciembre, de madrugada, Hitler, Esser y Körner corrieron a la zona oeste de la ciudad para reunirse con Anton Drexler, el presidente del NSDAP. Allí, en unas pocas horas, planificaron cómo hacerse con el Völkischer Beobachter. Después, mientras aún estaba oscuro, los cuatro se dirigieron al norte atravesando las callejuelas del barrio obrero donde vivía Drexler, hacia las elegantes calles de Nymphenburg, donde sacaron a un malhumorado Dietrich Eckart de su cama a las siete de la mañana.

Cuando Eckart fue consciente de por qué Drexler, Hitler, Esser y Körner estaban plantados sobre el felpudo de su puerta, se puso manos a la obra. El partido tenía que recaudar ciento veinte mil marcos para superar por la tarde la oferta de compra de Bothmer. Pero no contaba con donantes lo suficientemente ricos como para aportar esa cantidad. La única persona en Múnich que estaba dispuesta a donar dinero al NSDAP para comprar el periódico era el doctor Wilhelm Gutberlet, un protestante de la región norteña y rural de Hesse, que se había afiliado al partido el mes anterior. Tenía una participación de diez mil marcos en el periódico y en octubre le había ofrecido gratis a Drexler la mitad.[582]

Para que el NSDAP recaudara ese dinero, Eckart debía hipotecar sus bienes, con lo que se cubriría la mitad del importe, y pedir un préstamo a su amigo Gottfried Grandel, de Hamburgo, para reunir el resto. Recurrir a un banco para obtener el préstamo no parecía una opción viable, entre otras cosas porque no se podía conseguir un préstamo bancario en tan poco tiempo. Además, para un grupo de hombres obsesionados con combatir la esclavitud de los intereses, endeudarse con un banco no era lo más apetecible. Drexler y Eckart fueron a ver al general Franz Ritter von Epp, que había creado su propia milicia, los Freikorps Epp, en la primavera de 1919. La unidad de Epp había sido una de las más brutales de entre las fuerzas blancas que pusieron fin a la República Soviética de Baviera; después, se había incorporado a la Reichswehr de la ciudad, donde representaba el extremo más reaccionario del espectro político.

La idea de acudir a Epp fue un acierto; Drexler y Eckart obtuvieron en préstamo sesenta mil marcos de los fondos de la Reichswehr a los que tenía acceso Epp, ofreciendo como garantía algunas propiedades de Eckart.[583] No existen registros de la conversación, pero muy probablemente Drexler y Eckart hicieron hincapié en la necesidad de evitar que el Völkischer Beobachter cayera en manos de los separatistas, más que en defender la causa del NSDAP.

Hitler, mientras tanto, se apresuró a coger un tren a Suabia para buscar a Grandel, que dirigía una planta química en Augsburgo y había fundado en la ciudad una sección del NSDAP en agosto. Volvió de allí con una garantía de préstamo en el bolsillo por la cantidad que faltaba para efectuar la compra.

El trato se selló en la oficina de un notario,[584] y el Völkischer Beobachter se convirtió en el periódico del NSDAP o, mejor dicho, de la Asociación Nacionalsocialista Obrera, que ahora ocupaba una posición privilegiada para liderar la extrema derecha en Múnich, gracias a la capacidad de reacción de Hitler y a su habilidad para hacer frente con rapidez a los imprevistos.

 

 

La dificultad que los principales miembros del NSDAP encontraron para obtener fondos con cierta rapidez revela que las puertas de la alta sociedad de Múnich seguían cerradas para Hitler. Solo una vez, durante 1920, consiguió acceder a la elite de la ciudad, gracias a su interés por el arte, no por su dedicación a la política. Debido a su gusto por los montajes operísticos, Clemens von Franckenstein, el antiguo director general del Teatro Real de Múnich, lo invitó a su villa. Pero, como recordó más tarde su amigo Friedrich Reck, Franckenstein acabó arrepintiéndose de invitar a Hitler.

Cuando Reck, que era hijo de un político conservador prusiano y había escogido Múnich para vivir, llegó a la villa de Franckenstein, el mayordomo le informó de que alguien se había sentido en la obligación de llegar una hora antes. Al cruzar el salón marmóreo repleto de tapices donde solían reunirse los invitados y el anfitrión, se encontró con ese alguien, Adolf Hitler. «Se ha presentado en aquella casa, donde nunca antes había estado, luciendo unas polainas, un sombrero flexible de ala ancha y una fusta —escribió Reck en su diario sobre la ocasión—. También iba con un collie». Hitler parecía, pues, completamente fuera de lugar. Según Reck, recordaba a un «vaquero, con sus calzones de cuero, sus espuelas y su colt en la cintura, sentado en los escalones de un altar barroco [...]. Hitler estaba allí, como un camarero —por aquel entonces era más delgado y se notaba que pasaba hambre— impresionado, constreñido por la presencia de un auténtico barón de carne y hueso; anonadado, sin atreverse a sentarse del todo en la silla, apoyando sus flacos lomos en la mitad, más o menos, del asiento, y trayéndole sin cuidado la gran dosis de fina y distante ironía que su anfitrión destilaba en cada cosa que le decía; abalanzándose de forma hambrienta sobre las palabras como un perro sobre trozos de carne cruda, mientras daba golpecitos a sus botas con su fusta».

Y entonces entró en acción. Reck escribe: «Se puso a darnos un discurso. Hablaba y hablaba, no paraba nunca. Pontificaba. Predicaba como el capellán de una división del ejército. No le contradijimos ni nos arriesgamos a discrepar siquiera un poco, pero empezó a vociferar, a gritarnos. Los sirvientes creyeron que nos estaban agrediendo y salieron rápidamente en nuestra defensa».

No es de extrañar que a Reck no le gustase mucho Hitler, ya que en aquella época cohabitaba con su amante judía. El resto de los participantes en la reunión se sintieron también decepcionados y avasallados por su presencia. «Cuando se fue —escribe Reck—, nos quedamos sentados en silencio, confundidos, incapaces de verle el lado gracioso al asunto. Estábamos consternados, como si uno fuera en un tren y de repente se diera cuenta de que la persona con la que viaja en el compartimento es un psicótico. Nos quedamos así mucho tiempo, nadie decía nada. Finalmente, Clé [es decir, Clemens von Franckenstein] se levantó, abrió uno de los amplios ventanales y dejó que entrara el aire primaveral, el cálido Föhn [como se conoce al viento del sur en la Baviera meridional], en la estancia. No es que nuestro repelente invitado oliese mal y sobrecargara la atmósfera como sucede a menudo en los pueblos. El aire fresco disipó el sentimiento de ahogo. No era un cuerpo sucio el que había estado en el salón, sino algo peor, la sucia esencia de algo monstruoso.»[585]

Aunque, en 1920, quienes gobernaban en Baviera habían creado las condiciones que permitieron prosperar a Hitler y al NSDAP, el mundo de los ricos y las personas influyentes había seguido siendo inaccesible para él.[586] Como revela su comportamiento en casa de Franckenstein, Hitler era un inadaptado social que fracasó en su intento de contactar con los poderosos de la ciudad. La renuencia de estos a abrirle la puerta les creó, a él y al partido, problemas serios para financiarse. Aunque el NSDAP había conseguido hacerse con el Völkischer Beobachter, las penurias no desaparecieron. En lo que respecta a las donaciones, Múnich siguió siendo un terreno vedado para Hitler y el NSDAP.

La adquisición del periódico agravó las dificultades económicas. No solo había que recaudar fondos para pagar el crédito por la compra del Völkischer Beobachter y la Eher Verlag, sino que el partido era ahora responsable de las enormes deudas que tenía la editorial en el momento de su venta. Además, había que conseguir dinero para el día a día de la organización y para mantener a Hitler a flote.

En los meses siguientes, el NSDAP obtuvo la mayoría de los fondos de las donaciones de diez marcos que hacía cada miembro —para fastidio de Gottfried Grandel, que nunca recuperaría su inversión—. En el verano de 1921, Rudolf Hess le dijo a su primo Milly que, aunque los militantes eran generosos, teniendo en cuenta sus limitadísimos recursos, el partido había fracasado rotundamente en su intento de asegurarse grandes donaciones. Durante algún tiempo, el propio Hitler a menudo tuvo que depender, tanto financiera como materialmente, de la buena voluntad de personas con pocos recursos, como Anna Schweyer, una vecina que regentaba una verdulería en Thierschstrasse, o su vecino Otto Gahr y su esposa, Karoline, que le suministraban huevos con asiduidad.[587]

A raíz de la compra del Völkischer Beobachter, Hitler y Eckart solicitaron apoyo a la gente adinerada de Múnich. Sin embargo, no llegaron muy lejos. Según Hermann Esser y Adolf Dresler —que se unió al NSDAP en 1921—, además de una mujer que trabajaba en la sede del partido, toda la financiación recibida durante los primeros años —que fue considerable— procedía de un escaso número de individuos; básicamente un médico, un editor, un empresario y un dentista. El médico era, casi seguro, Wilhelm Gutberlet, el protestante venido a Múnich desde Hesse; el empresario debió de ser Gottfried Grandel, de Augsburgo; el editor, Julius Friedrich Lehmann, y el dentista, Friedrich Krohn, que vivió en Alsacia y Suiza antes de mudarse a Baviera en 1917. Posteriormente, una tal fräulein Doernberg (de quien solo se sabe que era amiga de una doctora de Múnich), una baronesa báltica que vivía en la ciudad (seguramente la viuda de Friedrich Wilhelm von Seydlitz, uno de los miembros de la Sociedad Thule ejecutados en las postrimerías de la república soviética) y un primo de Dietrich Eckart que vivía en las afueras donaron también dinero al partido. Hitler tuvo que depender, además, de la buena voluntad de Johannes Dingfelder, el médico que fuera el orador principal la noche en que se presentó públicamente el programa del partido, y de Voll, el dueño de una papelería de Múnich. El partido andaba con frecuencia tan escaso de fondos que Voll tenía que ir, casa por casa, pidiendo a amigos y conocidos que colaboraran con lo que pudieran. Hitler, mientras tanto, esperaba en el apartamento de su benefactor a que este regresara, de madrugada, con suficiente dinero para sacar la próxima tirada del Völkischer Beobachter.[588]

Debido a las dificultades para recaudar fondos en Múnich, Eckart y Hitler viajaron a Berlín poco después de adquirir el periódico. Eckart, que vivió un tiempo en Berlín antes de la guerra, tenía más contactos allí que en Múnich. Podía llamar a las puertas de algunos ricos y poderosos. En los meses y en los años venideros, él y Hitler volverían con mucha frecuencia a Berlín para recaudar los fondos que no eran capaces de conseguir en Múnich. Sus esfuerzos se vieron recompensados, especialmente por miembros importantes de una de las principales organizaciones ultranacionalistas de Alemania, la Liga Pangermana. Además, en 1923 recibieron una generosa donación de Richard Franck, un comerciante de café instalado en Múnich.[589]

En una de sus primeras visitas a Berlín, Hitler conoció, a través de Eckart, a Helen y Edwin Bechstein, los dueños del taller de pianos del mismo nombre y simpatizantes de la Liga Pangermana. Ambos se convertirían en partidarios leales en los años venideros. Gracias a ellos, pudo acceder a la alta sociedad. Cada vez que viajaba a Berlín, los visitaba en su elegante villa del siglo XVIII en Berlín-Mitte. Con los dos, pero en particular con Helen, hablaba de muchas cosas, no solo de política, mientras tomaban el té; de su mutuo amor por Wagner, por ejemplo, o de la vida en general. Con el tiempo, Helen empezó a tratar a Hitler como a un hijo, más que como a un político que los visitaba. En 1924, le dijo a la policía: «Ojalá Hitler fuera hijo mío».[590] Pero aunque la política raramente era el tema principal de sus conversaciones, los Bechstein abrieron sus arcas una y otra vez para llenar las del partido y los bolsillos de Hitler.[591]

En Múnich, Eckart siguió presentándo a Hitler a personas que podían interesarle. Pero a diferencia de la gente que le presentaba en Berlín, los de Múnich provenían, sobre todo, de la escena artística conservadora. Gracias a Eckart, Hitler conoció al fotógrafo Heinrich Hoffmann, el mismo que había tomado la foto panorámica de la multitud en el funeral de Eisner en la que se ve un rostro que podría ser el del propio Hitler. No puede establecerse con seguridad si Eckart ya los había presentado o si, en efecto, lo hizo en 1923. Como quiera que sea, en 1923 los dos se hicieron inseparables; tanto, que fue en el estudio de Hoffmann donde Hitler conoció a Eva Braun, su amante y futura esposa, que trabajaba allí. Una de las muchas cosas que tenían en común Hoffmann y Hitler es que ambos habían prestado servicio en ambos lados del tablero político. Muchas de las fotografías que Hoffmann hizo a Eisner y a otros revolucionarios se reunieron en un libro titulado Ein Jahr bayerische Revolution im Bilde (Un año de revolución bávara en imágenes) del que se tiraron ciento veinte mil ejemplares en 1919.[592]

 

 

Como Hitler no logró encandilar a los ricos y poderosos de Múnich en 1921, su camino al éxito se apartó de los salones de la clase alta de la ciudad y atravesó los de las cervecerías atestadas de humo y los restaurantes. Además, con el Völkischer Beobachter podía llevar su mensaje directamente a las casas de sus partidarios.

Uno de los cambios que se pudo apreciar de inmediato en la línea editorial del Völkischer Beobachter, tras convertirse en el periódico oficial del NSDAP, fue su acercamiento a los asuntos turcos. Anteriormente no había mostrado mucho interés por lo que ocurría en Asia Menor. O, si lo hizo, fue para informar negativamente del estado de las cosas en la península de Anatolia, aunque su anterior dueño, Rudolf von Sebottendroff, fuera ciudadano otomano.[593] O quizá por eso mismo. El caso es que, tras la compra del periódico por el NSDAP, Turquía se convirtió de la noche a la mañana en uno de los temas importantes, tal como lo era ya para otros periódicos y revistas alemanes de todo el espectro político.

El tema turco estaba muy presente en el país tras la Primera Guerra Mundial. Aunque fue entre la opinión pública liberal y de izquierdas donde se discutió acaloradamente a causa del exterminio armenio que llevaron a cabo las autoridades otomanas durante la contienda y que se saldó con más de un millón y medio de muertos, Turquía era sumamente importante para la derecha política por otras razones; los alemanes de derechas admiraban la negativa de Turquía a aceptar las condiciones punitivas del Tratado de Sèvres —el tratado de paz entre las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial y el Imperio otomano—, muy similar, según ellos, al Tratado de Versalles. Admiraban la actitud desafiante del nuevo líder turco, Mustafa Kemal Atatürk, y su movimiento político contra la ocupación aliada de Turquía y pedían que Alemania se inspirara en él para responder a los abusos de los vencedores.[594]

Ahora que el NSDAP era el dueño del Völkischer Beobachter, el periódico empezó a alabar el «heroísmo» de los turcos y a presentar a Turquía como un modelo por su rechazo de las exigencias de los aliados y por ser un Estado del que los alemanes tenían mucho que aprender. Por ejemplo, el 6 de febrero de 1921, se dijo en el periódico: «Hoy en día, los turcos son la nación más joven. Los alemanes no tendrán más remedio que recurrir también a los métodos turcos».[595]

Turquía interesaba a los primeros nacionalsocialistas no solo por las medidas kemalistas(4) que implantó al terminar la guerra, sino también porque un número sorprendente de personas cercanas al partido —como el antiguo mentor de Hitler, Karl Mayr, o Rudolf von Sebottendorff— habían sido testigos de primera mano de la política turca reciente. El más importante de ellos fue Max Erwin von Scheubner-Richter, vicecónsul alemán en Erzurum, al este de Anatolia, durante la guerra. Mientras desempeñaba su labor presenció la limpieza étnica, con consecuencias genocidas, de los armenios. Estaba tan conmocionado por lo que veía que envió telegramas urgentes a la embajada alemana en Constantinopla, con la esperanza de revertir las políticas antiarmenias.[596]

Cinco años después de aquello, Scheubner-Richter conoció a Hitler. Al poco de su primer encuentro, a finales de 1920, se hicieron amigos. Posteriormente, Scheubner-Richter se convertiría en el consejero de política exterior más importante para Hitler. Aunque apareció en escena al mismo tiempo que el partido adquiría el Völkischer Beobachter y empezaba a presentar a Turquía como un ejemplo, es improbable que Scheubner-Richter, debido a sus experiencias negativas en Erzurum, alimentara la admiración que los primeros nacionalsocialistas sentían por Turquía. Lo que sí hizo es ser de gran utilidad a Hitler, asesorándolo sobre los asuntos rusos y supervisando su cambio de perspectiva sobre el este, ocurrido en 1920 y 1921.

La preocupación de Scheubner-Richter por cómo marchaban las cosas en Rusia era personal. Nacido en Riga, con el nombre de Max Erwin Richter, cinco años antes que Hitler, creció entre los alemanes del Báltico en una época en que la etnia alemana ocupaba los escalafones superiores del ejército imperial ruso y del servicio civil. Alcanzar la mayoría de edad siendo un alemán del Báltico en mitad del imperio zarista, y en una época caracterizada por una creciente conflictividad social y política, marcó su vida y sus actos hasta el día de su muerte. Por tanto, el futuro asesor de Hitler era, en materia de política exterior, un producto típico de las provincias bálticas en las postrimerías del imperio zarista. Sin embargo, aparte de eso, había poco de típico en Max Richter. Tal vez su aspecto —era calvo y lucía bigote—; pero en general no había nada de ordinario en el asesor de Hitler; era un aventurero intrépido, ambicioso y lleno de determinación.

En 1905, Richter combatió en una unidad de cosacos contra los revolucionarios rusos. Poco después emigró a Alemania y se estableció en Múnich, en 1910. En 1911, Max Erwin Richter se convirtió en Max Erwin von Scheubner-Richter, al casarse con una aristócrata que le doblaba la edad, Mathilde von Scheubner. Para adquirir el título y pertenecer de pleno derecho a la aristocracia, se hizo adoptar legalmente por la tía de su mujer en 1912. Durante la Primera Guerra Mundial, Scheubner-Richter se enroló voluntariamente en el ejército bávaro, igual que Hitler. Después de un tiempo en el frente occidental, fue trasladado al Imperio otomano, donde, a pesar de no ser diplomático de carrera, lo destinaron a Erzurum en calidad de vicecónsul.

Posteriormente, tras llevar a cabo una misión secreta por Persia y Mesopotamia a lomos de un caballo, y tras un breve periodo como oficial de inteligencia en el frente occidental, la sección política de la Jefatura del Estado Mayor del Ejército lo envió a Estocolmo para contactar con grupos antibolcheviques en el imperio zarista. Su trabajo para la Jefatura del Estado Mayor del Ejército le granjeó el afecto del que probablemente era, después del emperador Guillermo, el hombre más poderoso de Alemania, el general Erich Ludendorff, que convirtió a Scheubner-Richter en su protegido. Hacia el final de la guerra le encomendaron organizar un servicio secreto antibolchevique en el Báltico alemán. A principios de 1919, su vida activa casi llega prematuramente a su fin, cuando las fuerzas bolcheviques lo arrestaron en Letonia, durante la guerra civil que afectó a la región como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, y lo condenaron a muerte. Pero gracias a la presión que el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán ejerció sobre los líderes bolcheviques, la pena le fue conmutada y se le permitió volver a Alemania. Scheubner-Richter se estableció entonces en Berlín. Allí se relacionó con círculos völkisch, así como con grupos de emigrados de alemanes del Báltico y de rusos «blancos», y participó en la intentona golpista de Kapp.[597]

Tras el fallido golpe, convergió, junto con otros alemanes bálticos y rusos «blancos», muchos de los cuales eran aristócratas, antiguos oficiales de alto rango y militares, en el éxodo a Baviera, donde el Gobierno de Gustav von Kahr les garantizaba refugio. Múnich se convirtió, así, en el hogar de los exiliados monárquicos en Alemania. En 1921 la población de rusos «blancos» de la ciudad ascendía a mil ciento cinco personas. El número de alemanes bálticos exiliados también aumentó rápidamente. Hacia 1923 unos quinientos treinta habían convertido Múnich en su ciudad adoptiva.

Allí, Scheubner-Richter multiplicó sus actividades en pro de la restauración de la monarquía en Rusia y Alemania. Desde mediados de junio hasta finales de octubre de 1920 encabezó una misión a la península de Crimea creyendo erróneamente que las tropas blancas tenían aún autoridad en el territorio. A finales de octubre, volvió a Múnich y estrechó lazos con antiguos compañeros suyos de la hermandad universitaria de Riga, la Rubenia, que, al igual que él, habían emigrado a la capital de Baviera. Uno de ellos era Alfred Rosenberg, por aquel entonces un importante ideólogo del NSDAP. Fue Rosenberg quien presentó a Scheubner-Richter y a Hitler, en noviembre de 1920.[598]

Poco después de ese primer encuentro, Scheubner-Richter acudió a una de las charlas de Hitler. Impresionado tanto por el discurso como por la afluencia de público, el aventurero germanobáltico se unió al partido muy poco después y empezó a asesorar a Hitler justo cuando este, cada vez con más frecuencia, había empezado a hablar de Rusia. Sin embargo, la influencia de Scheubner-Richter fructificaría en él más adelante, y no puede achacársele el giro inicial hacia el este de Hitler. De hecho, en los discursos de Hitler ya eran habituales las referencias a Rusia cuando Scheubner-Richter asistió por primera vez a uno de ellos. El 19 de noviembre, por ejemplo, Hitler declaró que la Unión Soviética era incapaz de alimentar a su propio pueblo, a pesar de ser un Estado agrario, «porque los bolcheviques gobiernan bajo el dominio judío». Dijo que Moscú, Viena y Berlín estaban controladas por los judíos y concluyó afirmando que la reconstrucción nunca se llevaría a cabo en esos lugares, pues los judíos eran los sirvientes del capitalismo internacional.[599]

El interés de Hitler en el este no había dejado de aumentar desde hacía un tiempo. Según un informe policial, en la charla que dio el 27 de abril de 1920 en la Hofbräuhaus, declaró que «Rusia, desde el punto de vista económico, era una ruina: la jornada laboral de doce horas, el látigo judío, el asesinato en masa de la Intelligentsia, etc., lo que le granjeó un caluroso aplauso». A mediados de los años veinte, Hitler empezó a considerar a Rusia como el aliado natural de Alemania contra el poderío angloamericano. Profundamente antioccidental como era, pero no antioriental aún, el 21 de julio de 1920 diría: «Nuestra salvación no vendrá jamás de occidente. Debemos aliarnos [el término alemán Allianz tiene connotaciones muy profundas] con la Rusia nacionalista y antisemita. No con los soviéticos [...] que están sometidos al poder judío [...]. El Moscú de la Internacional no nos apoyará, lo que hará más bien es esclavizarnos eternamente». Una semana después planteó la posibilidad de una alianza con Rusia «si se erradicara [de allí] el judaísmo».[600]

Los discursos de Hitler no solo mostraban un interés cada vez mayor en el este, sino, más concretamente, en el antisemitismo antibolchevique. Sin embargo, a diferencia del de, por ejemplo, el príncipe Georg von Bayern o el del arzobispo de Múnich, Michael von Faulhaber, el antibolchevismo de Hitler no estaba motivado por el miedo a una invasión rusa. El suyo era de una naturaleza muy distinta. Se debía a consideraciones geopolíticas que databan de la época en que se había radicalizado y politizado, así como a su objetivo de construir una Alemania lo bastante fuerte, interna y externamente, para sobrevivir en un mundo que cambiaba a gran velocidad. Su foco de atención no se abrió para añadir a su anticapitalismo el antisemitismo antibolchevique, sino para añadir una perspectiva geopolítica a su idea de la economía nacional como medio para reformar Alemania.

En aquel tiempo creía que la «unión» (Anschluss) con Rusia era necesaria porque Alemania no podía sobrevivir por sus propios medios. Llegó a la conclusión de que, para estar en condiciones de enfrentarse a Gran Bretaña y Estados Unidos, enemigos «absolutos» de Alemania, esta y Rusia debían asociarse, convertirse en aliadas. La gran preocupación de Hitler era el poder angloamericano, no el bolchevique. En aquella época, sin embargo, su solución para erigir una Alemania tan fuerte como los imperios más poderosos del mundo no pasaba por apropiarse de nuevos territorios. Su objetivo no era conseguir el Lebensraum o «espacio vital», sino sumar sus fuerzas a las de Rusia.

Lo que estaba implícito en las declaraciones de Hitler del 21 de julio de 1920 era que una alianza permanente con Rusia garantizaría la seguridad de las fronteras orientales de Alemania; asimismo, esta tendría acceso a alimentos y a recursos naturales desde el Rin al océano Pacífico, y el poder militar, económico y político de las dos naciones unidas sería tal que podría plantar cara al del Imperio británico y al de Estados Unidos.

Los presuntos judíos bolcheviques de Rusia le preocupaban no porque temiera una inminente invasión, sino porque, a su juicio, constituían un obstáculo para la alianza rusoalemana. Y aunque su antisemitismo era antibolchevique porque equiparaba el judaísmo y el bolchevismo, la jerarquía se mantuvo intacta en el pensamiento antisemita de Hitler; el antibolchevismo ocupaba una posición secundaria con respecto al anticapitalismo. En aquel momento simplemente se centraba en presentar el bolchevismo como una conspiración del poder financiero judío, más que en advertir, al estilo de Gottfried Feder, contra la esclavitud del interés. Lo dejó muy claro en su discurso del 19 de noviembre de 1920; los judíos bolcheviques eran los sirvientes del capitalismo internacional. Para Hitler, el antisemitismo antibolchevique no era más que una función de su antisemitismo anticapitalista, aunque lo invocase cada vez con más frecuencia. La única diferencia con respecto al pasado, era que ahora se enfocaba más en cómo usaban los banqueros judíos el bolchevismo para controlar y neutralizar a la clase obrera que en cómo explotaban al pueblo mediante los tipos de interés.

Hitler empezó a mirar hacia el este y a tomarse más en serio su antisemitismo antibolchevique cuando Alfred Rosenberg y Dietrich Eckart cobraron importancia en su vida. Rosenberg, antiguo camarada de Scheubner-Richter en la fraternidad Rubenia, era, como se dijo ya, un importante ideólogo del partido. En 1922, Hitler decía de él: «Es el único hombre al que siempre escucho. Es un filósofo».[601]

Aunque Scheubner-Richter y Rosenberg compartían, desde hacía mucho, la misma visión política, Rosenberg, al contrario que Scheubner-Richter, no era precisamente un apuesto aventurero. De hecho, a muchos otros nacionalsocialistas Rosenberg les parecía insufrible y desprovisto de todo encanto. Durante los años siguientes, la gente del entorno de Hitler, a espaldas de él y de Rosenberg, comparaba a este último con una «luz de gas anémica»,[602] por su hieratismo, la palidez de su rostro y su carácter sarcástico, frío, sin vitalidad. También por su aparente incapacidad para disfrutar de lo bello y de los placeres de la vida. Otros lo llamaban «bloque de hielo», o decían de él que era «un hombre sin emociones, frío como la punta del hocico de un perro», cuyos «ojos desvaídos, sin brillo, te miraban sin verte, como si no estuvieras allí».[603]

Rosenberg, un alemán del Báltico con ancestros alemanes, estonios, letones y hugonotes, que creció siendo súbdito del zar Nicolás II y estudió en Moscú durante la guerra, donde experimentó el poder bolchevique, había abandonado Rusia en 1918. Tras una breve estancia en Berlín hizo de Múnich su hogar.[604] Sin embargo, tardó un tiempo en adecuarse a la Alemania meridional, porque hablaba alemán con un fuerte acento ruso. En la época en que trabajaba para el Völkischer Beobachter, Hermann Esser tenía que editarle los artículos que escribía debido a que su alemán era muy artificial.[605] Como muchas otras figuras prominentes de aquellos primeros años del nacionalsocialismo en Múnich, Rosenberg era protestante y no procedía de Alta Baviera.

Conoció a Hitler a principios del otoño de 1919 y enseguida se afilió al NSDAP. En pocos meses, Rosenberg era ya importante dentro del partido a pesar de no poder prestar ningún apoyo material, pues lo había perdido todo al emigrar a Alemania. Al llegar a Múnich tuvo que alimentarse en los comedores de beneficencia, adonde debía llevar su propia cuchara, y se hospedaba gratis con un médico militar retirado gracias a un acuerdo con el comité de refugiados.[606]

Rosenberg era importante para el NSDAP por la influencia intelectual que ejercía sobre Hitler. Si damos crédito al testimonio de Helene y Ernst Hanfstaengl, que se convirtieron en amigos de Hitler en el invierno de 1922-1923, este depositó, al menos en un principio, una gran fe en Rosenberg, a quien consultaba sobre todo cuestiones relativas al bolchevismo, al arianismo y al teutonismo. Según Ernst Hanfstaengl, Hitler estaba decidido a llevar a cabo su programa antisemita, «a cualquier precio», debido a la influencia de Rosenberg.[607]

La prioridad de Rosenberg era el antibolchevismo antisemita. De hecho, los primeros discursos políticos que dio mientras aún estaba en Estonia, poco antes de emigrar a Alemania, versaban sobre la conexión que a su juicio había entre el marxismo y el judaísmo. Para Rosenberg, el bolchevismo no era un movimiento eslavo, sino el de unos nómadas asiáticos, violentos y primitivos, liderado por judíos. Aunque aparentemente Rosenberg invocaba más a menudo el bolchevismo judío, consideraba a este como intrínsecamente ligado al capitalismo judío. Para él, el bolchevismo y el capitalismo financiero judíos iban de la mano.[608] Por ejemplo, el 1 de mayo de 1921, escribió en el Völkischer Beobachter: «El mercado de valores judío se ha unido a la revolución judía».[609]

Rosenberg creía en la existencia de una conspiración judía; afirmaba que los líderes bolcheviques judíos seguían los dictados de los inversores judíos. En su libro Pest in Russland (La peste en Rusia), sostenía que los capitalistas judíos, en definitiva, manejaban los hilos en Rusia: «Si se acepta que el capitalismo es la forma más poderosa de explotación de las masas por parte de una minoría reducida, entonces no ha existido nunca en la historia un estado más capitalista que el que gobiernan los judíos soviéticos desde octubre de 1917».[610] Creía también que el presidente Woodrow Wilson no era más que un títere en manos de los banqueros judíos —que a su vez eran los que manejaban la bolsa de Nueva York, la de Londres y la de París— exactamente igual que los líderes bolcheviques rusos. Según Rosenberg, los líderes judíos, en las logias francmasónicas, planeaban dominar el mundo. Veía la influencia judía en todas partes; el espíritu judío se le antojaba omnipresente. En un panfleto suyo de 1923, exhortaba a la humanidad a liberarse de «la judaización del mundo».[611]

Fue este antisemitismo conspirativo, el cual, en lo que a Rosenberg respecta, no era de carácter exterminador[612] pero presentaba un bolchevismo en manos del capitalismo financiero, lo que permitió a Hitler integrar plenamente el antibolchevismo en su forma de antisemitismo inicialmente anticapitalista.[613]

Rosenberg manifestó sentimientos favorables a los rusos en los primeros años de su relación con Hitler, pero después esos sentimientos cambiarían. Aun así, el 21 de febrero de 1921, por ejemplo, publicó un artículo en Auf gut deutsch donde afirmaba que «los rusos y los alemanes son los pueblos más nobles de Europa [...]. Están destinados a depender los unos de los otros, no solo políticamente, sino también culturalmente».[614]

Otras ideas procedentes de la Rusia zarista llegaban a Hitler a través de Dietrich Eckart, a quien influían mucho sus contactos personales con los rusos «blancos» emigrados que se habían establecido en Múnich. Ya en marzo de 1919, afirmó en Auf gut deutsch que «a Alemania prácticamente no le quedará otra opción que aliarse con Rusia tras la eliminación del régimen bolchevique». En febrero de 1920 dijo que el pueblo ruso, oprimido por los judíos bolcheviques, era el aliado natural de Alemania. «Que Alemania y Rusia dependen la una de la otra es algo de lo que nadie duda», escribió, subrayando la necesidad de que los alemanes estuvieran en contacto con «el pueblo ruso» y le apoyaran contra el «actual régimen judío».[615]

A Eckart también lo influyeron, como a mucha otra gente de la derecha völkisch alemana, Los protocolos de los sabios de Sion, un informe apócrifo según el cual una organización internacional conspiraba para que los judíos dominaran el mundo. Los «protocolos» apenas habían tenido predicamento en Alemania antes y durante la guerra. Pero desde que, al término de esta, los emigrados rusos introdujeran en el país algunos ejemplares y estos se tradujesen al alemán, rápidamente se hicieron famosos en los círculos derechistas.[616]

Es difícil determinar la importancia que tuvieron Alfred Rosenberg y Dietrich Eckart en el giro de Hitler hacia el este. Sin duda, este cambio de perspectiva se produjo en él cuando los primeros alemanes bálticos y rusos «blancos» aparecieron en Múnich. Pero no se sabe si la llegada de Rosenberg y otros fue el desencadenante de este giro y de su asunción del antisemitismo antibolchevique o si su interés por Rosenberg y, posteriormente, por Scheubner-Richter fue una consecuencia del cambio en su manera de concebir el este. Dicho de otro modo, no se sabe si se produjo una transferencia cultural con la llegada de Rosenberg y otros emigrados de la Rusia zarista, o si las ideas extremistas de derechas en Rusia y en la Baviera meridional evolucionaron en paralelo. En fin, no podemos determinar si el nacionalsocialismo y el pensamiento de Hitler tenían raíces específicamente rusas.

Es casi imposible afirmar con seguridad que esa asunción por parte de Hitler del antisemitismo conspirativo que profesaban Rosenberg y los derechistas radicales rusos se debió a la influencia del propio Rosenberg y los suyos, ya no eran ideas nuevas ni se circunscribían a Rusia. Esas opiniones, que adquirieron protagonismo tras la Primera Guerra Mundial, existían ya de antes y habían viajado de país en país. También en Alemania existían corrientes antisemitas similares a las de la extrema derecha rusa. Pero, en el caso de Hitler, es difícil no concluir que fue sobre todo a través de Rosenberg, de los alemanes bálticos y de los rusos «blancos» como llegó a desarrollar y a consolidar sus ideas antisemitas de tipo conspirativo.

Más importante aún es que, gracias a esos emigrados, Hitler vio con sus propios ojos que existía un colectivo rusoalemán interdependiente, y eso sin duda le inspiró para su búsqueda de una respuesta al desafío de cómo construir una Alemania que no volviese jamás a perder una gran guerra. No mostraba, al menos en apariencia, ningún sentimiento antieslavo en aquella época; su racismo todavía era selectivo. Todo apunta a que le influyó más la ya clásica relación entre los conservadores alemanes y los rusos, que se remontaba a los días en que Catalina la Grande, de origen alemán, gobernó Rusia, que a los sentimientos antieslavos que había encontrado en la Viena de antes de la guerra.

Hitler no se habría mostrado tan receptivo a la influencia de Rosenberg y Scheubner-Richter si las ideas de estos no hubieran sido el complemento perfecto de sus ideas anteriores. Asimismo, no los habría considerado tan fundamentales si antes de conocerlos ya hubiera desarrollado y afirmado sus opiniones sobre el este y los judíos de allí.

La influencia rusa importa en la medida en que Hitler entró en contacto con alemanes bálticos y rusos «blancos» justo cuando estaba intentando revisar y refinar la respuesta encontrada en 1919 a la pregunta de cómo construir una Alemania perdurable. Presenciar la estrecha colaboración entre los rusoalemanes en Múnich, así como la transferencia cultural desde Rusia a Alemania de ideas antibolcheviques, fue lo que impulsó su giro hacia el este y su paulatino interés en el antisemitismo antibolchevique. En ese sentido, puede afirmarse que en la evolución de Hitler y del nacionalsocialismo hubo un fuerte componente ruso.

 

 

En Rosenberg y Eckart, Hitler encontró asesores intelectuales que abogaban por la colaboración rusogermana como una vía para que ambas naciones renacieran, y que hacían hincapié en la importancia del antisemitismo antibolchevique. En Scheubner-Richter encontró un consejero que, a diferencia de Rosenberg y Eckart, era un hombre de acción y no solo planeaba las políticas sino que las ejecutaba. A través de Scheubner-Richter, Hitler vio las ideas de Rosenberg y Eckart transformadas en algo real; fue Scheubner-Richter, también, quien ayudó a Hitler a llevar sus ideas a la práctica, algo fundamental para cualquier aspirante a líder, pero especialmente para él, que concedía tanta importancia a la voluntad y a la acción. Por ejemplo, en su discurso del 1 de enero de 1921, dijo:

 

No serán las mayorías obtenidas por los partidos en las elecciones parlamentarias las que liderarán esta lucha, sino la única mayoría que, desde que existe en la tierra, ha decidido la suerte de los Estados y los pueblos: la de la fuerza, la voluntad y la energía. Esta fuerza se liberará sin que importe el número de personas que haya que asesinar a cambio. El alemán verdadero, hoy en día, no debe ser un soñador, sino un revolucionario; no debe conformarse con las simples conclusiones científicas, sino transformar, con toda su voluntad y su pasión, las palabras en actos.[617]

 

Tras su regreso de la península de Crimea y poco antes de conocer a Hitler, Scheubner-Richter fundó Aufbau (Reconstrucción), una sociedad secreta radicada en Múnich y formada por alemanes y emigrados «blancos» muy activa a finales de 1920 y a principios de 1921. Aufbau se dirigía por igual contra los bolcheviques, los judíos, la República de Weimar, Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia; pero su objetivo concreto era derribar el régimen ruso y convertir al gran duque Kirill Romanov en el rey de una nueva monarquía favorable a Alemania. También, como objetivos secundarios, perseguían restablecer la monarquía alemana y acabar con el poder judío.

Técnicamente, Scheubner-Richter era el secretario primero de la Aufbau, pero en la práctica era el jefe del grupo. Su segundo al mando, Max Amann, fue el sargento del cuartel general del regimiento de Hitler durante la guerra. Hitler reclutó enseguida a Amann para que ejerciese de director general del NSDAP. De modo que los dos hombres que manejaban la Aufbau manejaban también a los nacionalsocialistas junto a Hitler.

Sin embargo, los afiliados del NSDAP y los de la Aufbau eran muy distintos, sobre todo porque pocos miembros del partido habrían podido permitirse formar parte de la sociedad secreta, ya que, como se suponía que esta debía financiar las actividades encaminadas a derrocar el régimen soviético, para ser socio había que pagar diez mil marcos como cuota de afiliación y otros veinte mil anuales. Debido al secretismo del grupo y a los escasos documentos que se han conservado, se sabe poco acerca de sus miembros. El presidente oficial era el barón Theodor von Cramer-Klett, que desviaba dinero a la Aufbau desde varios negocios familiares. El vicepresidente era Vladimir Biskupski, un exgeneral ruso. Otros oficiales y funcionarios «blancos» que se habían mudado a Múnich tras el golpe de Kapp también eran miembros. Entre ellos, se encontraba Fyodor Vinberg, que mientras vivía en Berlín reeditó Los protocolos de los sabios de Sion. Ya en Múnich, Vinberg lanzó un periódico ruso, Luch Sveta, donde sostenía que los judíos y los francmasones eran la encarnación del mal y buscaban destruir a la cristiandad para apoderarse del mundo.[618]

Scheubner-Richter fue quien llevó a Hitler hasta la Aufbau y los exiliados rusos y, en marzo de 1921, le presentó a la persona que, consciente o inconscientemente, le facilitó el camino para que se convirtiera en una figura nacional, el general Erich Ludendorff, el más poderoso líder militar de los alemanes en la segunda mitad de la Primera Guerra Mundial.

Durante la revolución alemana de 1918-1919, Ludendorff había abandonado Alemania disfrazado y, tan sigilosamente como pudo, se había refugiado en Suecia. Más tarde, regresó y se involucró en el golpe de Kapp. En el verano de 1920, formó parte del contingente de derechistas radicales que emigró a Múnich, donde vivía su hermana pequeña. La capital de Baviera lo acogió pero también lo vetó, es decir, los dirigentes conservadores le proporcionaron seguridad en la misma medida que a otros extremistas procedentes del norte del país, pero esos mismos dirigentes veneraban al peor enemigo de Ludendorff, Ruperto de Baviera. Una vez en Múnich, Ludendorff se encomendó a su protegido, Max Erwin von Scheubner-Richter, que se convirtió en su guía. Fue él quien le presentó a los miembros de la Aufbau y a Hitler. Gracias a Scheubner-Richter, que en 1921 ya colaboraba estrechamente tanto con Ludendorff como con Hitler, acabó estableciéndose una alianza fatídica entre los dos hombres.[619]

Ambos se dieron cuenta de que se necesitaban mutuamente. A Hitler le hacía falta que un célebre líder nacionalista, respetado en el país, lo amparase y lo ayudara a convertirse en una figura nacional. Ludendorff, por su parte, veía en Hitler a un joven enérgico, excelente orador y capaz de ganarse la confianza de gente a la que él no llegaba.

Pero esa alianza, de momento, forma parte del futuro. En la primera mitad de 1921, Hitler intensificó sus apariciones públicas para consolidar e incrementar el número de partidarios del NSDAP en Múnich y en el sur de Baviera. En sus discursos, se mostró tan provocador como pudo, bordeando la ilegalidad con sus declaraciones y sus actos; tanto que el 24 de febrero, un año después de que hiciera público el programa del partido en la Hofbräuhaus, Rudolf Hess le confesó a su madre que estaba extrañado de que «a Hitler no lo hayan metido ya en la cárcel».[620] A principios de julio, Hess le escribió a su prima Milly que Hitler montaba un espectáculo para obtener beneficios políticos, y comparaba al personaje que el pueblo veía durante sus discursos con el modo en que él lo veía el resto del tiempo: «El tono de Hitler no agrada a todo el mundo. Sin embargo, arrastra a las masas hasta un punto en el que escuchan, y vuelven. Hay que adaptar las herramientas al material, y H[itler] puede hablar de varias maneras. Me gusta oírlo sobre todo cuando habla sobre arte».[621] A principios de año, ya le había dicho a su prima: «El hombre de apariencia tan áspera es amable y tierno en su interior; se ve por la delicadeza con la que trata a los niños y la compasión que muestra hacia los animales».[622]

El ruido que hizo Hitler en 1920 y 1921 y la adquisición del Völkischer Beobachter dieron frutos espectaculares. Los afiliados del NSDAP se multiplicaron por diez a lo largo de 1920. A mediados de 1921 se unieron otras mil personas. Eso hacía un total de tres mil doscientos militantes. Cuando empezó a expandirse por el sur de Baviera, el NSDAP fue cambiando poco a poco su fisonomía. Aún era un partido casi totalmente urbano, pero a finales de 1920 uno de cada cuatro miembros procedía de fuera de Múnich. Esa expansión allende la ciudad hizo que el número de militantes de clase media aumentara ligeramente. Asimismo, disminuyó algo el número de protestantes, ya que entre la población del sur de Baviera había menos aún que en Múnich. Aun así, dominaban el NSDAP —más de uno de cada tres miembros era protestante—. El partido, además, siguió acogiendo a los obreros. Como Rudolf Hess escribió a su prima Milly: «Más de la mitad de los militantes son obreros artesanos, un número mucho mayor que el de cualquier otro partido no marxista. El futuro de Alemania depende sobre todo de que seamos capaces de reintegrar al obrero en el ideal nacional. En este sentido, sé que este movimiento tendrá mucho éxito —y por eso lucho entre sus filas—».[623]

El partido era bastante heterogéneo desde el punto de vista político, ya que mucha gente en Múnich aún estaba intentando encontrar su lugar en el mundo tras la guerra y sus convicciones políticas fluctuaban. Por ejemplo, Heinrich Grassl, un hombre de unos cuarenta y cinco años, militaba al mismo tiempo en el NSDAP y en el DDP, de signo liberal. Solo abandonó el NSDAP cuando Hitler se adueñó del partido.[624]

Comparado con la población total de Múnich, el número de militantes del partido de Hitler todavía era ínfimo, menos del 0,5 por ciento de los habitantes de la ciudad en el verano de 1921. Pero a pesar de los problemas que tuvo al principio para difundir su mensaje político, el NSDAP logró finalmente, a mediados de 1921, ser el principal beneficiario de la consolidación de la derecha radical, hasta entonces muy fragmentada.

Dos son las razones principales del ascenso del NSDAP tras su consolidación. La primera es que el partido siguió su propio camino, se negó a ser el comparsa de un grupo más fuerte y a unirse con socios similares. La segunda es que su puesta en escena fue mejor, hizo más ruido y entretuvo más a la gente que la de sus competidores. El responsable de todo esto no fue otro que Adolf Hitler.

 

 

Durante los casi dos años que transcurrieron desde su repentina iluminación política en vísperas del curso de propaganda con Karl Mayr, Hitler había estado intentando encontrar respuestas a la cuestión de cómo podría Alemania rehacerse para sobrevivir en un mundo tan velozmente cambiante. No se veía a sí mismo como un simple dispensador de consejos prácticos o como alguien que reviste los esfuerzos ajenos con un envoltorio más atractivo. Lo que hizo fue actuar como se suponía que actuaban los genios, intentando revelar la arquitectura del mundo y la naturaleza de las cosas y presentando sus revelaciones como un Nuevo Testamento para una nueva Alemania, anunciándolo con un lenguaje casi religioso y reafirmando una serie de medidas necesarias para librarse de la miseria del pasado y del presente.

Mi lucha, como los posteriores escritos y proclamas de los propagandistas de Hitler, daba a entender que el Nuevo Testamento para la nueva Alemania le había sido revelado a Hitler en sus años mozos, cuando era un estudiante y se buscaba la vida como artista en Viena. Más recientemente, se ha dado por sentado que Hitler se encontró aquel Nuevo Testamento ya prefabricado, durante la revolución o justo después de ella. Se ha dicho que Hitler simplemente se apropió de aquel Nuevo Testamento prêt à porter y fingió que era una revelación propia cuando, en realidad, solo cambió la etiqueta a un Nuevo Testamento escrito por otros y lo siguió el resto de su vida.

Aunque, por supuesto, se apropió de muchas ideas ajenas mientras daba forma a su Nuevo Testamento para Alemania, no se limitó a reproducirlas sin más ni se mantuvo fiel a ellas. Recogió y eligió entre la rica gama de colores que tenía a su disposición los que mejor se adecuaban a su pensamiento, borrando y volviendo a pintar su visión de Alemania. Esa visión no le suministró un Nuevo Testamento sino unas cuantas versiones abiertas que competían entre sí y eran capaces de adaptarse a las circunstancias y a las conveniencias. Hitler se mostró sorprendentemente flexible para cambiar su Nuevo Testamento cuando sus ideas se quedaban cortas para explicar el mundo.

Al principio, se centró en la condena de la macroeconomía del capitalismo financiero occidental. En ese momento, el tema de la raza era importante para él en cuanto que le permitía establecer un dualismo entre un espíritu judío y otro que no lo era. Con ese método podía determinarse si un país se encaminaba hacia un futuro brillante o, por el contrario, hacia la decadencia y la muerte. Lo que vino después no fue solo un giro hacia el este, sino un cambio de perspectiva; Hitler dio un salto de la macroeconomía a la geopolítica para comprender y explicar el mundo. Como consecuencia de ello buscó una alianza permanente con Rusia, a la que consideró la vecina oriental de Alemania —ignorando así la existencia de Polonia—, para que ambas naciones pudieran competir de igual a igual con el mundo angloamericano. Por el camino, el antibolchevismo y el antisemitismo de tipo conspirativo fueron cobrando cada vez más importancia. Sin embargo, el antisemitismo de Hitler mantuvo su jerarquía, puesto que entendía el antisemitismo antibolchevique en función del antisemitismo anticapitalista.

Mientras escribía y reescribía las versiones provisionales de su Nuevo Testamento, la suerte de Hitler cambió espectacularmente. En el verano de 1919 era un talentoso aunque esforzado propagandista de segunda para la Reichswehr en Múnich; a principios del verano de 1921, uno de los dos hombres más importantes de un partido que era la comidilla de toda la ciudad. En su ascenso hasta la cúpula del NSDAP, desafió el patrón habitual de la lucha de poderes dentro de los grupos políticos, caracterizado por las concesiones, las puñaladas traperas y los pactos secretos. Antes bien, la obsesión con el genio que existía en aquella época propició que un hombre con una despiadada voluntad de poder y talento para responder a los sucesos imprevistos se catapultase hasta la cima. Por otro lado, el estilo de Hitler, carismático y teatral más que razonador, era perfecto para un grupo disidente que quería hacerse oír en una ciudad repleta de partidos rivales de extrema derecha.

Pero Hitler se enfrentaba ahora a un nuevo problema; al transformar el NSDAP, se había granjeado la enemistad de muchos, no solo fuera del partido sino en sus propias filas. A principios del verano de 1921 los enemigos internos conspiraban contra él. Debía plantar cara a una amenaza inminente. Se jugaba su destino y su Nuevo Testamento.