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LEBENSRAUM

PRIMAVERA DE 1924-1926

 

 

 

 

Mientras estuvo en la cárcel, la estrella de Hitler, contra todo pronóstico, no declinó. Pronto se convirtió en un objeto de admiración, una leyenda. La gente empezó a verlo como un tribuno de la plebe recluido tras los gruesos muros de la fortaleza de Landsberg. Fue entonces cuando la alta sociedad de Múnich comenzó a interesarse por él. Elsa Bruckmann, que nunca había recibido a Hitler antes del golpe de Estado, lo bombardeaba ahora con cartas, libros y paquetes repletos de comida y chucherías, como hacían muchos otros. A mediados de mayo, Rudolf Hess, encarcelado junto a él, informó de que Hitler tenía muy buen aspecto; ya no estaba demacrado. Según Hess, no solo se debía a las horas que dedicaba al sueño y al ejercicio en la prisión, sino también al casi ininterrumpido goteo de paquetes llenos de pasteles, encurtidos, salchichas y conservas.[856] Kurt Lüdecke, uno de los más apasionados devotos que tuvo Hitler en la primera mitad de los años veinte, rememorando su visita a Landsberg, dijo que el cautiverio le había sentado bien, que había mejorado: «Llevaba pantalones cortos de cuero, una chaqueta tirolesa y la camisa abierta por el cuello. Le resplandecían las mejillas, rojas de salud, y le brillaban los ojos; el tiempo que llevaba “a la sombra” no había enfriado su ardor. Al contrario, físicamente se le veía mejor, y más feliz que nunca. Landsberg le sentaba de maravilla».[857]

Elsa Bruckman también acudió allí, dos veces. Más tarde, recordaría que, de camino a Landsberg, en su primera visita, «el corazón se me salía del pecho ante la idea de dar las gracias personalmente al hombre que nos había abierto los ojos, a mí y a tantos otros, y nos había mostrado la luz en la oscuridad y el camino que llevaba hasta ella». En la fortaleza, Hitler la recibió «vestido a la manera bávara y con una chaqueta de lino amarilla». El hombre de los pantalones cortos de cuero la cautivó, le pareció «sencillo, natural, ¡todo un caballero de mirada límpida!». En los pocos minutos que pasaron juntos, ella le dio recuerdos de parte de los estudiantes que se habían sumado al golpe fallido y de parte de Houston Stewart Chamberlain. Antes de despedirse, le dijo a Hitler que «una profunda lealtad le esperaba fuera; una lealtad hasta el último aliento».

Durante los ocho minutos que pasaron juntos, Elsa Bruckmann y Hitler sembraron la semilla de una fatídica relación que duraría dos décadas. Tras salir de Landsberg en libertad condicional, mucho antes de cumplir condena, el 20 de diciembre de 1924, Hitler acudió como invitado al salón de Bruckmann con asiduidad. Ella le abrió las puertas de la alta sociedad que, hasta el momento, habían permanecido cerradas para el líder de los nacionalsocialistas.[858]

Bruckmann fue una de las muchas personas que lo visitaron en la fortaleza y se aseguraron de que no cayera en el olvido mientras duró su cautiverio en la campiña bávara. Para Hitler, Landsberg fue casi como una sala de audiencias, ya que el juicio y la condena lo habían convertido en una enigmática celebridad política. En total, acudieron trescientos treinta visitantes, que pasaron ciento cincuenta y ocho horas y veintisiete minutos con él, entre el día de la condena y el de la liberación. Por supuesto, algunas visitas eran de sus abogados, pero la mayoría no; Helene y Edwin Bechstein, sus fervientes devotos de Berlín, le hicieron compañía durante dieciocho horas y media; Hermine Hoffmann, la viuda de las afueras de Múnich a quien Hitler llamaba Mutterl, fue a verlo siete veces; incluso su querido pastor alemán fue a verlo, ya que su casera, Maria Reichert, lo llevó consigo. Sus compañeros de partido también lo visitaron, así como sus antiguos comandantes del regimiento. Pero Ernst Schmidt solo se dejó caer por allí una vez, lo que no es mucho para alguien que no se había separado de Hitler ni durante la guerra ni justo después de esta. Es significativo que lo visitasen también bastantes nuevos admiradores.

Su hermanastra Angela lo visitó una vez, el 17 de junio, día de San Adolf, para celebrar con él su santo. Angela, la gerente de la cafetería de los estudiantes judíos de Viena, no quiso al principio seguir en contacto con su hermano tras el arresto. Otto Leybold, el guardia de la fortaleza de Landsberg, registró en sus notas privadas a finales de 1923 que las dos hermanas de Hitler «no quieren recibir noticias suyas desde la prisión porque no simpatizan con la conducta antisemita de su hermano, “el líder antisemita más importante de Alemania”».[859] Sin embargo, incluso en prisión mantuvo Hitler las distancias con las personalidades pangermanistas próximas en su día a la Sociedad Thule y a la concepción que Karl Harrer tenía del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Aunque Julius Friedrich y Melanie Lehmann visitaron con relativa frecuencia a su yerno, Friedrich Weber, encarcelado junto a Hitler, nunca se vieron con este.[860]

Por supuesto, quienes lo visitaron no habrían podido por sí mismos mantener a Hitler en el candelero. Su creciente fama se debió a otros dos factores; el primero es la asombrosa incapacidad de otros líderes populistas de derechas para reemplazarlo —como consecuencia de las constantes luchas internas y los enfrentamientos entre las principales figuras, no surgió ningún contrincante serio que aglutinara a la extrema derecha—, y, el segundo, que Hitler escribió otro libro en la fortaleza de Landsberg y esta vez no se ocultó detrás de otro autor.

El tiempo que pasó en Landsberg fue en realidad tan importante porque allí empezó a trabajar en Mi lucha, cuyos dos volúmenes se publicaron en julio de 1925 y a finales de 1926 respectivamente. Al principio, su idea era que el libro se titulara 4 ½ Jahre Kampf gegen Lüge, Dummheit und Feigheit: Eine Abrechnung (Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la idiotez y la cobardía. Un ajuste de cuentas), en referencia tanto a su andadura en el DAP/NSDAP como a sus años de servicio en la guerra. Pero al final lo acortó y se quedó en Mi lucha. Hitler decidió no desahogar su frustración con todos aquellos que no lo apoyaron o que, según él, lo habían traicionado en vísperas del golpe. De hecho, lo único que no se llegaba a abordar en Mi lucha era el golpe fallido, seguramente porque Hitler dependía de la buena voluntad de aquellos con quienes quería ajustar las cuentas, es decir, la elite política y social de Baviera, para que lo liberaran pronto y, una vez en la calle, no correr el riesgo de que volvieran a meterlo entre rejas, ya que estaba en libertad provisional, o lo deportaran, ya que aún no tenía la ciudadanía alemana. El Consejo de Ministros bávaro había sopesado, en abril de 1924, deportarlo a Austria, pero no llegó a una resolución.[861]

El primer volumen de Mi lucha, que tiene más de cuatrocientas páginas, es una Bildungsroman autobiográfica y medio inventada que abarca desde el nacimiento de Hitler, en 1889, hasta la presentación en público del programa del DAP, en 1920. Hitler relata cómo sus experiencias infantiles y adolescentes, así como las vividas durante la Primera Guerra Mundial, le revelaron la arquitectura oculta del mundo. De este modo se presentaba a sí mismo, implícitamente, como un genio venido de la nada con la capacidad innata de comprender lo que se escondía tras la fachada de la realidad. No usó la autobiografía para registrar experiencias del pasado, como es lo habitual, sino como un manifiesto de intenciones. El primer volumen de Mi lucha era algo así como la historia de una revelación. Hitler daba cuenta en él de cómo convirtió sus descubrimientos en recetas para reformar Alemania y, por extensión, el mundo entero. Se presenta como una especie de Cenicienta, en versión masculina, o como el fornido Juan (el personaje de uno de los cuentos de los hermanos Grimm); como el muchacho de Brannau que debía salvar a Alemania, encontrando respuestas a cómo pudieron suceder los hechos del 9 de noviembre de 1918 (la fecha de la derrota alemana y del estallido de la revolución)[862] y a qué lecciones políticas podían aprenderse del hundimiento del país.

Ya se sabe que la sobreactuación es la esencia de la política,[863] pero el grado en que Hitler miente sobre su vida en Mi lucha lo deja a uno pasmado. Su relato es, en ocasiones, casi pura ficción. Pero las constantes mentiras son coherentes, porque su objetivo era contar una versión de su vida apropiada para sacar las lecciones políticas capaces de cimentar las ideas que defendía en 1924. Por lo tanto, Hitler reinventa implacablemente su propio pasado para contar cuentos políticos convenientes a sus fines. Por ejemplo, habla de sí mismo como de un típico producto del regimiento en el que sirvió durante la Primera Guerra Mundial. Con ello pretendía consolidar el mensaje político de que tanto a él como al nacionalsocialismo los «forjó» la guerra. Si hubiera admitido que, a pesar de ser un soldado concienzudo, para los hombres de las trincheras solo era un Etappenschwein o «puerco de retaguardia», sus batallitas, desde el punto de vista político, habrían valido menos que nada.[864]

El segundo volumen, en cambio, es un manifiesto programático más al uso. Hitler recogía en él ideas que ya había desarrollado en el primer tomo. Pero las presentaba de un modo más detallado y en forma de proclamas políticas, un género más convencional. Hacía también más hincapié en los asuntos internacionales, ya que escribió esta segunda parte entre septiembre y octubre de 1926, mucho después de salir en libertad de Landsberg.[865] Para trabajar en el libro se fue a las montañas cercanas a Berchtesgarden, a una cabaña al lado de la posada donde visitara a su mentor, Dietrich Eckart, dos años antes. Eckart había muerto de un ataque al corazón el 26 de diciembre de 1923. Mientras escribía el segundo tomo de Mi lucha, Hitler se sintió tan cerca intelectual y emocionalmente de su mentor y protector que se lo dedicó.[866] Y, sin embargo, Eckart no aparece en el libro; como ya estaba muerto, Hitler podía ignorar también la insistencia de su mentor en que los judíos no eran, en realidad, una raza desde el punto de vista biológico y en que la existencia humana dependía de la antítesis complementaria entre los arios y los judíos. Tal como escribió en Auf gut deutsch, en 1919, «el final de los tiempos» sobrevendría «si el pueblo judío pereciera».[867]

Había una razón aún más poderosa para la omisión de Eckart en Mi lucha. El hecho de que este fuera quien le explicó el mundo a Hitler en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial no casaba con la historia que Hitler estaba intentando colar, esto es, la del joven al que su genialidad y sus vivencias entre 1889 y 1918 le hicieron experimentar aquella epifanía en el hospital de Pasewalk, al final de la guerra, y tomar la decisión de meterse en política y salvar a Alemania.

No es una coincidencia que en los dos volúmenes de Mi lucha aparezcan términos y temas bíblicos. Hitler no se refiere a sí mismo como un mesías tan descaradamente como en el libro firmado por Koerber; aquí es más sutil.[868]

Tal como había venido haciendo desde que se politizara y radicalizara en el verano de 1919, al escribir Mi lucha no se esforzó por encontrar soluciones políticas a los desafíos de la época. Su meta seguía siendo definir de qué modo Alemania podía permanecer a salvo para siempre. De hecho, usa una y otra vez la expresión «por toda la eternidad» en el libro. En el tomo segundo hablaba de cómo «algún día [...] un pueblo, los ciudadanos de un Estado [se alzarían] unidos, forjados por un mismo amor y un mismo orgullo, inquebrantables, invencibles, por toda la eternidad».[869]

El libro de Hitler no era ilegible, era simplemente interminable, un conjunto de apuntes para discursos. Él era un orador, no un escritor, por más que hasta entonces se declarara escritor cada vez que le preguntaban por su oficio. Está claro que aspiraba a ser un escritor, pero sus talentos se limitaban a la oratoria. Sin sus dramatizaciones y el apoyo de su voz poderosa la mayoría de los capítulos resultaban áridos e indigestos. Ni siquiera sus partidarios «devoraron» el libro. Joseph Goebbels, por ejemplo, empezó a leerlo el 10 de agosto de 1925 y ese mismo día escribió en su diario: «Estoy leyendo Mi lucha, de Hitler. Me conmueve esta confesión política». Sin embargo, el futuro ministro de Propaganda del Tercer Reich tardó más de dos meses en acabarlo.[870]

Aunque Hitler no reveló en Mi lucha las fuentes en las que se basó, no intentaba fingir que todas sus ideas eran originales.[871] En la noche del 21 al 22 de julio de 1941, dijo en su cuartel general militar que «todo ser humano es el producto de sus ideas y de las ajenas».[872] No pretendía que su libro fuera una tesis doctoral, sino una declaración política, un manifiesto. No era tan raro que los políticos y los líderes revolucionarios no citasen sus fuentes. Mi lucha no se dirigía a los lectores en general, sino que predicaba para los conversos. El objetivo principal de Hitler no era reclutar nuevos partidarios, sino llegar hasta los que ya tenía en una época en que no podía hacerlo públicamente —al principio por estar encarcelado y después porque se lo prohibieron— y evitar de este modo pasar a un segundo plano y ser reemplazado por otro.[873] Sus lectores estaban familiarizados con las ideas generales en las que se basaba para definir y exponer sus convicciones políticas. Era, por tanto, absurdo y redundante citar sus fuentes en detalle.

 

 

Pero Mi lucha fue fundamental no solo para que Hitler mantuviera el contacto con sus admiradores. El libro y la investigación que llevó a cabo para escribirlo mientras estaba encarcelado le dieron la oportunidad de pensar y reconsiderar sus metas políticas. La noche del 3 al 4 de febrero de 1942, declaró que solo al escribirlo vio claras las cosas que antes había dicho sin pararse mucho a reflexionar. Gracias a la cavilación continua, añadió, había logrado definir lo que hasta entonces eran solo corazonadas.[874] Por esa razón, Hitler siempre se refirió a la temporada que pasó en Landsberg como a «un curso universitario pagado por el Estado».[875]

Mientras estuvo en la «universidad» de Landsberg, Hitler volvió sobre las respuestas que había dado desde 1919 en adelante a la cuestión de cómo edificar una Alemania nueva y perdurable. Al hacerlo, sus respuestas y, por lo tanto, su ideología, cambiaron radicalmente.[876] Y por esto es fundamental Mi lucha. Su relevancia no se debe al impacto que produjo en sus lectores durante los años veinte, dado que el primer tomo se vendió muy despacio y el segundo casi ni se vendió, sino a la manera en que el proceso de escritura modificó las ideas de Hitler y dio un empujón a su metamorfosis política.

Mucho de lo que afirmaba en Mi lucha estaba, por supuesto, en consonancia con lo que había venido diciendo en sus discursos entre 1919 y 1923. El primer volumen contenía también indicaciones sobre cómo había que impartir un curso de propaganda; se basaban en lo que había aprendido de la propaganda bélica británica y alemana. Aunque estaban bien escritas y exponían bien los puntos de vista de Hitler sobre el papel de la propaganda en política, nada de lo escrito era una sorpresa para alguien familiarizado con sus discursos.

Sin embargo, al escribir su libro, Hitler extrajo tres lecciones políticas que hasta entonces ignoraba o que no había tenido en cuenta. Mi lucha es importante, sobre todo, por estas lecciones. La primera es que hacerse con el poder mediante el uso de la fuerza ya no era viable. Como recordaría después, durante la Segunda Guerra Mundial, el nuevo Estado se había fortalecido mucho en 1924 y controlaba la mayor parte del armamento del país.[877] Así que, de ahí en adelante, renunciaría a la revolución y escogería la senda legalista y parlamentaria para llegar al poder.

La segunda y la tercera tuvieron consecuencias aún más nefastas. Tras desechar las respuestas que había dado hasta el momento a la cuestión de cómo crear una nueva Alemania que jamás volviese a perder una gran guerra,[878] Hitler adoptó la teoría del Lebensraum («espacio vital») y las ideas raciales de Hans Günther, el autor de Rassenkunde des deutschen Volkes, que se convertiría en el libro de teoría racial más influyente en el Tercer Reich.

Mientras Erwin von Scheubner-Richter y Lenin estuvieron vivos, la adquisición del Lebensraum no fue esencial para Hitler. Pero tras la muerte de Lenin vio claro que se había equivocado al esperar el hundimiento inminente de la Unión Soviética. Debido a esto y a su aceptación de que los monárquicos rusos serían incapaces de sublevarse en el futuro, su estrategia para la seguridad del Estado se había quedado obsoleta. No habría ninguna alianza entre los fascistas alemanes y los monárquicos rusos. Por eso, en Mi lucha concibió una respuesta radicalmente distinta al problema de la seguridad; en lugar de una alianza sostenible en el este, Alemania debía anexionarse, colonizar y sojuzgar nuevos territorios en esa región para hacerse con la hegemonía de Eurasia y estar a salvo por toda la eternidad.

Según entendía Hitler los asuntos internacionales —que, a su juicio, estaban experimentando un cambio fundamental—, Alemania necesitaba expandirse. Con una retórica llena de reminiscencias de los escritos militaristas alemanes previos a la Primera Guerra Mundial, Hitler afirmaba que expandirse era una cuestión de vida o muerte para el país: «Alemania será una potencia mundial o no será nada en absoluto[879] [...]. El pueblo alemán solo puede defender su futuro como potencia mundial». Y añadía: «En una época en que la tierra se divide paulatinamente en Estados, algunos de los cuales ocupan casi continentes enteros, no se puede considerar políticamente una potencia mundial a la madre patria mientras su perímetro se limite a unos ridículos quinientos mil kilómetros cuadrados».[880]

Y fue así como se encontró con el término Lebensraum. Lo había acuñado Karl Haushofer, profesor y mentor de Rudolf Hess, y se ajustaba más a lo que Hitler quería expresar que Bodenerwerb («adquisición de territorio»),[881] la palabra que había venido utilizando en sus apuntes para Mi lucha desde junio de 1924. Hitler no dialogaba con el trabajo de Haushofer ni se comprometía con el marco conceptual del que procedía el término. Le gustó Lebensraum porque daba nombre a algo sobre lo que había estado pensando mientras intentaba encontrar una respuesta al problema de la seguridad de Alemania; que los estados debían disponer de suficiente territorio para alimentar a su población, prevenir la emigración y ser lo bastante fuertes para hacer frente a otros estados.[882] El término no aparece muy a menudo en Mi lucha. Sin embargo, se utiliza para responder a la cuestión central del libro; cómo resolver el problema de la seguridad de Alemania.

Hitler escribió en Mi lucha: «[El movimiento nacionalsocialista] debe, pues, pasando por encima de las “tradiciones”, sin prejuicios, hallar el coraje para congregar a nuestro pueblo, su fuerza, y marchar junto a él por la senda que escapa de la constricción de nuestro “espacio vital”, dominar la vida, liberarnos permanentemente del peligro de desaparecer de la tierra o de tener que servir a otros como una nación esclava».[883]

Y más adelante decía: «Nosotros, los nacionalsocialistas, debemos ir más allá; el derecho a la tierra, al territorio, puede llegar a ser un deber si el declive es lo que le espera a una gran nación a menos que se expanda [...]. Lo retomamos donde nos detuvimos hace seiscientos años. Acabamos con el interminable avance de Alemania hacia el sur y el oeste de Europa y dirigimos nuestra mirada hacia las tierras del este. Damos por finiquitada la política colonial y mercantil de antes de la guerra y avanzamos hacia la política territorial del futuro. Pero si hablamos hoy en día de nuevas tierras en Europa, pensamos sobre todo en Rusia y en sus estados vasallos fronterizos».[884]

Si Alemania solo podía conseguir seguridad mediante la anexión de Lebensraum en el este —dado que la promesa de restablecer la Rusia nacionalista se había volatilizado—, entonces debía buscar alianzas en otros lugares. Como anotó Goebbels en su diario el 13 de abril de 1926, con base en la lectura de Mi lucha: «Italia e Inglaterra [son] nuestros aliados. Rusia quiere fagocitarnos».[885]

El reajuste que Hitler llevó a cabo de sus puntos de vista sobre las grandes potencias mundiales trajo también consigo un súbito cambio de actitud con respecto a Francia. Mientras que apenas mencionaba al vecino occidental de Alemania en el primer volumen de Mi lucha, sí lo hizo muy a menudo en el segundo —tanto, que las referencias a Francia aumentaron en un 1400 por ciento—. El país galo aparecía ahora como una amenaza insoslayable para la seguridad de Alemania.[886] Como el objetivo de Hitler era mirar de tú a tú al mundo angloamericano y ya no creía en una alianza entre Alemania y Rusia, lograr la hegemonía en Europa se convirtió para él en una necesidad imperiosa. No es sorprendente, pues, que la animadversión de Hitler hacia Francia y Rusia —los dos países que, desde el punto de vista geopolítico, obstaculizaban las pretensiones hegemónicas de Alemania en Europa— fuese más notoria que antes. Curiosamente, Polonia —el país al que Hitler trató con una crueldad sin parangón en la Segunda Guerra Mundial— casi no aparece en Mi lucha. En aquel tiempo, Polonia no formaba parte de su mapa mental. Los sentimientos antieslavos de Hitler no eran muy profundos, no en aquel tiempo al menos, puesto que Polonia no tenía peso internacional y no representaba, a su juicio, una amenaza para la seguridad de Alemania. Polonia solo le importó después, cuando lo consideró un territorio de provisión, una fuente de recursos que contribuiría a hacer de Alemania un país lo suficientemente grande para sobrevivir en un mundo tan cambiante. No sorprende, por tanto, que cuando Hitler compartió personalmente sus planes para Polonia con su general, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, la principal preocupación fuera cómo deshacerse de los habitantes de aquel país, tal como hizo el Imperio otomano con los armenios durante la Primera Guerra Mundial.

En Mi lucha, a diferencia de antes, Hitler da muestras también de un profundo interés por la teoría racial. La cuestión de los tipos de raza fue una prioridad en su programa solo después del golpe de Estado. Aunque el ejemplar del Rassenkunde de Hans Günther que Julius Friedrich Lehmann le envió en 1923 no tiene marcas de lectura, Hitler abrazó las ideas de Günther sobre los tipos raciales. Sin embargo, pasó por alto interesadamente la opinión de Günther de que los judíos, desde el punto de vista biológico, no eran una raza.[887] No puede establecerse con exactitud el origen de aquel nuevo interés de Hitler por la teoría racial. Pero es significativo que se apropiara de ideas que le permitían considerar a los eslavos como infrahumanos y definir el este de Europa como territorio a colonizar justo en el momento en que le convenía políticamente. Aquel momento llegó cuando Hitler empezó ver que una alianza entre Rusia y Alemania era inviable y tenía, por tanto, que buscar una nueva solución al problema de la seguridad del país. Esto indica que la geopolítica ocupó el primer lugar entre sus prioridades; es decir, que, al intentar solucionar el aprieto geopolítico en el que se encontraba Alemania, modificó sin problemas la esencia de su racismo. El racismo, en ese instante, no era más que una herramienta para abordar el desafío geopolítico de Alemania, con objeto de salvaguardarla por toda la eternidad.

El orden en el que Hitler escribió los capítulos de los dos tomos de Mi lucha fortalece la idea de que solo modificó su enfoque racista cuando, tras la muerte de Lenin, se desvaneció su sueño de una alianza permanente entre Rusia y Alemania. Mientras que en las secciones de «Volk und Raum» («El pueblo y el espacio») —el capítulo del primer volumen donde trataba más explícitamente el tema de la raza—, redactadas en 1922 o 1923, utilizaba un enfoque histórico para explicar las características de los judíos, la sección donde se exponen más propiamente las ideas de Hitler sobre la teoría racial data de la primavera o principios del verano de 1924. En esta aparecen clasificados los tipos de raza y las jerarquías, se perfilan los peligros que trae consigo la mezcla racial y se entona una alabanza a la pureza de los pueblos.[888] La frecuencia con la que Hitler trata los temas de la raza también cambia entre las dos entregas de su libro. En el segundo volumen, la palabra raza se menciona un 40 por ciento más que en el primero.

Comparar la frecuencia con la que aparecen los distintos términos utilizados en los dos volúmenes revela ciertamente cómo cambiaron sus preocupaciones. (El asterisco indica que la palabra señalada incluye todas las variantes de esta. Por ejemplo, Zion* incluye Zionismus, Zionisten, etc.) La presencia del término «pangermano» (Alldeutsch*), que tan importante había sido para Hitler en el pasado, disminuye en un 96 por ciento en el segundo volumen. De igual modo, a medida que se fue distanciando del anticapitalismo original, las referencias al capitalismo (Finanz *, Spekulat *, Wirtschaft *, Börse *, Kapital *, Mammon *, Zins *) caen en un 49 por ciento. Sorprendentemente, las referencias a los judíos caen también en un 50 por ciento (Jüd *, Antisemit *, Zion *).

Como era de esperar, en cambio, las referencias a la nación, el movimiento nacionalsocialista, el Estado, el poder, la guerra y la raza aumentaron, ya que Hitler intentaba averiguar cómo podía configurarse un estado nacionalsocialista. Los términos «nacionalsocialismo» (Nationalsozialis *) y «movimiento» (Bewegung) aumentan en un 102 por ciento, mientras que la frecuencia de la palabra «Estado» (Staat *) se dispara hasta el 90 por ciento. «Poder» (Macht *) sube un 44 por ciento. La cantidad de veces que aparece «raza» (Rass *) aumenta en un 39 por ciento y «guerra» (Krieg *) en un 31. La cifra del término «Nación» (Nation*) se incrementa en un 27 por ciento. «Pueblo» (Volk *), en un 26 por ciento. El total de veces en las que aparecen «1918» y «Versalles» se incrementa también de una manera bastante brusca, hasta alcanzar el 179 por ciento. En cambio, las referencias a «lucha» (Kampf *) se mantienen constantes.

La frecuencia con la que Hitler se refiere a los distintos países cambia también de una manera significativa. No solo mostraba un interés repentino por Francia. Las referencias a su país natal (Österr*, Wien*, Habsburg*) casi desaparecen, con una disminución del 90 por ciento, mientras que las menciones a Italia (Itali*) aumentan en un 57. Como prueba de su principal preocupación, el poder angloamericano, las referencias a Gran Bretaña y Estados Unidos (Engl *, Britisch*, Angels*, Anglo*, Amerik*) crecen en un 179 por ciento, mientras que las menciones a «occidente» (Westen*) lo hacen el doble. También crecen el doble las referencias al comunismo (Marx*, Bolschew*, Sozialist *, Kommunist *), mientras que las de la Unión Soviética lo hacen nada menos que en un impactante 200 por ciento (Sowjet *, Rußland *, Russ *), lo cual refleja su nueva preocupación principal, tras dar por imposible la alianza con una Rusia monárquica.[889]

Merece la pena destacar una diferencia más entre los dos tomos de Mi lucha; en el segundo, Hitler habla de una Weltherrschaft («dominación mundial») alemana, mientras que en el primero señala únicamente a los judíos como aspirantes a la Weltherrschaft. Sin embargo, solo utiliza una vez el término en referencia a Alemania. Afirma que, si en el pasado los alemanes hubieran sido menos individualistas, habrían alcanzado la Weltherrschaft. Qué tipo de «dominación mundial» tenía en mente se ve claro cuando se observa cómo usa Hitler el término en otras partes del libro. Hacia el final del segundo tomo habla de la Weltherrschaft británica de finales del siglo XIX y principios del XX. En otras palabras, Hitler sostiene que, si los alemanes se hubieran comportado en el pasado como los británicos, su país habría logrado un imperio similar. Por lo tanto, Mi lucha no debe leerse como un proyecto para gobernar en solitario cada rincón de la tierra, sino como una llamada a filas para igualar en importancia a los más grandes imperios del mundo.[890]

 

 

La evolución política que Hitler experimentó entre el final de la Primera Guerra Mundial y mediados de la década de los veinte, así como su flexibilidad ideológica y su disposición a modificar algunos de sus dogmas, no debe confundirse con el oportunismo. Hitler no fue tampoco un demagogo que simplemente desahogaba sus frustraciones, prejuicios e inquinas. Sin duda, el oportunismo fue fundamental para él en los meses posteriores al fin de la guerra. E incluso después y siempre, el oportunismo competiría con sus convicciones políticas. Habría hecho lo que fuera por escapar de la soledad. Y su personalidad narcisista lo empujaba continuamente a realizar acciones que alimentaban una conciencia exagerada de su propia importancia y de su singularidad y su necesidad de ser admirado.

Sin embargo, se hizo con el mando del NSDAP tanto por propio interés como por una causa en la que creía profundamente. Desde el momento en que se politizó y se radicalizó, en el verano de 1919, Hitler se esforzó realmente por comprender el mundo y por trazar un plan amplio y ambicioso para curar a Alemania y a las naciones de sus males. El uso insistente de la palabra Weltanschauung —que denota una concepción filosófica comprehensiva, una cosmovisión— es un signo claro de que pretendía elaborar un sistema político completo, coherente y ordenado.[891] El hecho de que sus puntos de vista políticos no dejaran de evolucionar entre 1919 y 1926 no se contradice con su pretensión de elaborar su propia Weltanschauung. Simplemente indica que el Hitler de principios de los años veinte estaba buscando aún la mejor respuesta a la cuestión de cómo Alemania podía reconfigurarse para sobrevivir en un mundo que estaba cambiando con celeridad.

Además, su flexibilidad ideológica y las repentinas —y periódicas— mudanzas de sus convicciones políticas —como se ve en la modificación de sus posturas racistas en 1924— indican que su cosmovisión tenía dos partes. La primera parte la constituía un conjunto de ideas cimentadas en premisas irracionales, pero perfectamente coherentes si uno aceptaba como válidas esas premisas. Los puntos de vista de Hitler sobre los judíos, sobre política económica y finanzas, sobre la naturaleza de la historia y del cambio histórico, sobre la naturaleza humana y el darwinismo social, sobre los sistemas de gobierno, sobre la necesidad de igualar a todas las clases sociales e instaurar el socialismo bajo dictados nacionalistas, sobre la necesidad de erigir estados que contaran con suficiente territorio y suficientes recursos y sobre la naturaleza del sistema internacional y de la geopolítica forman parte de ese conjunto interno de ideas. Cualquier otra idea, incluidas las que tenían tanta importancia para otros nacionalsocialistas, formaban parte del segundo grupo que conformaba su cosmovisión. No eran más que medios para obtener fines. De ahí que Hitler fuera extremadamente flexible con respecto a ellas, que estuviese dispuesto a modificarlas o a remplazarlas por otra cosa en cualquier momento si le convenía.

 

 

Con la conclusión de Mi lucha, la metamorfosis de Hitler —de ser un don nadie con ideas políticas indefinidas y mudables a convertirse en un líder nacionalsocialista— quedó completa. En la segunda mitad de la década de los veinte, el Adolf Hitler que, una vez en el poder, casi puso al mundo de rodillas se hizo visible. Por ejemplo, poco después de la publicación del segundo tomo de Mi lucha empezó a usarse el Heil Hitler con el que los nacionalsocialistas se saludarían. El término «nazi», en cambio, no era todavía de uso corriente para referirse a Hitler y a sus seguidores. Otros términos que circulaban en aquel momento dejaron de utilizarse después. Por ejemplo, en 1926, la gente se refería a los nacionalsocialistas con el término «nazisocis». Fue también después de 1924 cuando las SA y los miembros del partido empezaron a vestir camisas pardas. Antes, llevaban uniformes improvisados, con cazadoras y gorros de lana de esquiador.[892]

En 1926, año en que apareció el segundo volumen de Mi lucha, el futuro de Hitler y el destino de sus ideas dependían tanto de él mismo como de la capacidad de elección y decisión de millones de alemanes que en los años venideros sostendrían su Gobierno y se convertirían en cómplices de los crímenes del Tercer Reich.

Lo trágico para Alemania y para el mundo es que Hitler estuviera en Múnich tras la Primera Guerra Mundial y la revolución de 1918-1919. De no haber sido por la situación política de la Baviera posrevolucionaria y por el arreglo semiautoritario de marzo de 1920, no habría existido un terreno abonado para el NSDAP. Sin embargo, del mismo modo, lo trágico para Alemania y el mundo fue que, entre 1923 y 1933, año en el que Hitler alcanzó el poder, Alemania no se pareciese más a Baviera. Múnich, en particular, acabó siendo un lugar políticamente prohibido para el NSDAP. Aunque hubiera nacido allí, el partido tenía que hacer grandes esfuerzos para atraer votantes en la capital bávara. Entre finales de los años veinte y principios de los treinta, tres de cada cinco votantes de Múnich apoyaban al BVP o a los socialdemócratas, mientras que solo uno de cada cinco optaba por el NSDAP.[893]

Debido a la eficacia organizativa del BVP, el partido de Hitler nunca llegó a ser el más fuerte de Baviera en unas elecciones libres. La democracia se mantuvo en Baviera, en 1933, más que en cualquier otro sitio de Alemania. En resumen, de no haber sido por Baviera, Hitler difícilmente se habría convertido en un nacionalsocialista. Pero si el resto de Alemania se hubiese parecido más a Baviera, Hitler difícilmente habría llegado al poder.