El 1 de agosto de 1914, inmediatamente después de la orden rusa de movilización, Alemania declaró la guerra a Rusia. En un último intento de limitar la guerra, Guillermo II pidió a su Estado Mayor que detuviese momentáneamente el ataque contra Francia. Con otras palabras, que renunciasen al Plan Von Schlieffen. ¡Imposible! Los planes de guerra no se cambian en el momento de comenzar el conflicto. El 3 de agosto, Alemania presentó a Francia la declaración de guerra.
Todas las grandes potencias implicadas tienen su parte de responsabilidad por no haber detenido el engranaje. Con que una de ellas, cualquiera, hubiese declarado explícitamente que no tenía intención de entrar en el juego, este habría terminado. Austria-Hungría no se habría lanzado al conflicto si hubiese albergado dudas acerca del apoyo alemán. Rusia no habría dado un paso decisivo a la guerra si no hubiese sentido a Francia a su lado. “Cada Gobierno, en cada momento, eligió la solución que conducía a la guerra general”31, escribe Jean-Jacques Becker, quien, una vez más, no busca separar a Francia de la responsabilidad general. El colmo es que ninguno de los futuros beligerantes deseó la guerra, al menos no una de aquellas dimensiones. “No quisimos eso”, diría más tarde Guillermo II. Nadie quiso, pero nadie estuvo dispuesto a ceder, por poco que fuera, en aras de la paz. En cualquier caso, la “tesis Fischer” se cae. Para Alemania no fue una guerra de agresión preparada de antemano y con un resultado considerado seguro a su favor (porque, de lo contrario, no la habría hecho). Al margen de los proyectos de grandeza, reales o imaginarios, que tuviera Alemania (o, mejor dicho, unos y otros de los responsables, una y otra parte de la opinión pública), la guerra no habría estallado a causa de esos proyectos. Por otro lado, los responsables alemanes no parecen haber estado tan seguros de la victoria. Tenían dudas también Guillermo II, el canciller Bethmann-Hollweg y el general Falkenhayn, ministro de la Guerra que luego fue jefe del Alto Estado Mayor. En una expresión sumaria y muy poco académica, pero quizá más próxima a la verdad, puede decirse que la guerra fue el resultado de una inmensa estupidez colectiva. No es nada alentador que una estupidez de semejantes proporciones haya pasado a ser el acontecimiento fundador del siglo XX. Casi todas las convulsiones y transformaciones posteriores parten de agosto de 1914: sin la Primera Guerra Mundial, otro habría sido el rumbo de la historia.
La responsabilidad de Alemania fue grande, pero llegó a parecer mayor de lo que en realidad fue. El destino infausto de ese país fue haberse instalado, de forma duradera, en el papel real o supuesto de agresor. La historia “simplificada” de la Primera Guerra Mundial conserva al final solo momentos cruciales. Primero, la agresión austriaca (impulsada por Berlín) contra Serbia. Después, la declaración de guerra de Alemania contra Rusia (en el esquema simplificado, la movilización del ejército ruso prácticamente se deja de lado). El paso siguiente: Alemania declara la guerra a Francia. Sigue no solo la invasión de Francia por el ejército alemán, sino también la de Bélgica, país neutral, cuya neutralidad había sido garantizada también por Alemania. En realidad, este es el episodio que provoca la entrada en la guerra de Gran Bretaña, justo lo que Alemania esperaba poder evitar (aunque, probablemente, los británicos habrían entrado de todas formas para restablecer el equilibrio de fuerzas, que se había vuelto demasiado favorable a Alemania).
¡Un conjunto abrumador de cargos! En realidad, todos esos movimientos, que afectaron a su imagen durante mucho tiempo y de forma contundente, casi le fueron impuestos a Alemania, si no por los datos objetivos de la situación, en todo caso por el modo de verse esta desde Berlín. Se caía por su peso que Alemania tenía que apoyar a Austria-Hungría. Cuando Rusia decidió movilizarse, Alemania no podía permitirse esperar para ver si los rusos atacarían de verdad y si atacarían también los franceses, aliados de aquellos, en la otra frontera. Habría sido una espera muy arriesgada. El Plan Von Schlieffen preveía una guerra relámpago contra Francia que acabaría en las pocas semanas que necesitarían las tropas rusas para ser operativas. Por eso un conflicto austro-serbio se transformó casi de la noche a la mañana en una guerra franco-alemana. El Plan Von Schlieffen resultó ser a la postre demasiado optimista. Sin embargo, tuvo su lógica y habría podido tener éxito, por ejemplo, si la resistencia francesa hubiese sido tan débil como en 1870 o, más tarde, en 1940, en lugar de la fortaleza con la que en verdad resistieron en 1914. El éxito del plan dependía, no obstante, de envolver a través de Bélgica el flanco del ejército francés, lo que pareció suficiente para justificar la invasión de este país. Todo se ligaba con lógica, pero una lógica puramente militar que resultó ser insuficiente, mientras que los daños políticos fueron enormes al instalarse Alemania en una posición agresora, incluso de “violadora” de los estados neutrales. Pero ¿tenía alternativa? No mucha. Posiblemente, esperar la invasión ruso-francesa y dejar que los otros adoptasen el papel de agresores.
En adelante, todas esas cosas menoscabarían la imagen de Alemania. Desde luego, hubo una parte de culpa, pero también de fatalidad. Exceptuando un breve momento al principio de la guerra, cuando los franceses entraron en Alsacia y los rusos en la Prusia Oriental, Alemania no conoció la presencia de tropas enemigas en su territorio. En cambio, los ejércitos alemanes ocuparon todo el tiempo territorios extranjeros: parte de Francia, Bélgica, una zona cada vez más amplia en la parte occidental del Imperio ruso, más tarde una parte de Rumania… Inevitablemente, asumieron el papel del ocupante, que nunca es digno de encomio. Cuando penetraron en Serbia, los austrohúngaros se entregaron a todo tipo de atrocidades; pero no sabemos lo que habrían hecho los serbios si hubiesen entrado en Austria-Hungría. Atrocidades también en los Balcanes: eso era casi una tradición local. El comportamiento de los alemanes no fue nada suave en Bélgica ni en Francia. En las primeras dos semanas fueron ejecutados 5.500 civiles belgas y 500 franceses. Miles de edificios fueron destruidos, incluso monumentos históricos, sin que lo justificasen necesidades militares. A estos desmanes, ordenados desde arriba, hay que añadir abusos individuales, en especial, violaciones. Junto a la barbarie que acompaña por regla general a la guerra, había, hasta cierto punto, también una “filosofía” de la estrategia. A este respecto, los militares alemanes o franceses hablaban casi el mismo idioma. El general Helmuth von Moltke: “En todas las guerras, lo más beneficioso es acabar rápidamente. Con esta finalidad, hay que precisar que todos los medios son buenos, incluso los más condenables”. El general francés Henri Bonnal: “En la guerra, todo ha de sacrificarse al éxito de las operaciones […] cualquier exceso de sensibilidad, cualquier debilidad que pudiera comprometer el vigor de las tropas y, a la postre, su éxito es un crimen contra la patria”32. El ministro de la Guerra francés enviaba, nada más empezar las hostilidades, instrucciones acerca de la toma de rehenes a medida que se avanzase en territorio enemigo. La escasa presencia de los franceses en un rincón de Alsacia-Lorena queda ilustrada por escenas como esta (relatada por un soldado francés en una carta): “Un grupo de húsares entra en una granja alemana y les pregunta a los granjeros si hay alemanes en la granja. Ellos dicen que no, pero, nada más entrar, dos húsares caen abatidos por dos ulanos escondidos bajo un hangar. Se cerca la granja y se hace justicia en el acto. Se detiene a los habitantes, los llevan hasta la plaza de la aldea, los fusilan inmediatamente y, segundos más tarde, la granja es pasto de las llamas”33. Hay episodios que se dan más en el territorio ocupado por los alemanes. Obligados a retirarse, los franceses no tuvieron ocasión de proceder así. Por otro lado, no faltan tampoco exageraciones, incluso fabulaciones, sobre la cuestión de las atrocidades: eso forma parte de la propaganda de guerra. Los alemanes también ponen de su cosecha cuando relatan los actos de barbarie de los rusos en la Prusia Oriental y los franceses no se quedan a la zaga sacándose de la manga el macabro tema de los niños pequeños a quienes los alemanes habían cortado las manos: ¡pura invención!
Otra iniciativa estratégica de Alemania que dañó aún más su imagen fue la guerra submarina. Pero, una vez más, Alemania no tenía elección: las cosas se entretejieron de tal forma que todas sus decisiones parecían más condenables que las de los demás. ¡La alternativa habría sido no haber emprendido nada para no equivocarse! Desde el principio, estuvo sometida a un bloqueo y los aliados, para llevarlo a cabo, no tuvieron que hacer ningún esfuerzo: se producía por sí solo, por la posición central de Alemania rodeada de adversarios, y a eso se añadía el dominio inglés de los mares. De ahí se derivaron grandes dificultades de aprovisionamiento que entorpecieron el esfuerzo alemán de la guerra y que, sobre todo por la escasez de alimentos, minaron poco a poco la moral de la población. Alemania tenía que elegir entre resignarse (lo que, en tiempos de guerra, no es recomendable) o establecer a su vez un contrabloqueo. Más allá del aspecto moral y de las consecuencias del plan alemán, hay que destacar tanto la inventiva de las estrategias como el alto nivel tecnológico y la audacia de las tripulaciones. A partir de febrero de 1917, empezó una guerra submarina sin límites. La flota submarina de Alemania cortó las líneas de comunicación de Gran Bretaña y hundió tanto buques enemigos como también neutrales (sobre todo, norteamericanos) que contribuían al aprovisionamiento de los británicos. Navíos por un total de 540.000 toneladas fueron enviados al fondo del mar en febrero de 1917; en mayo, el tonelaje hundido se elevaba ya a 885.000. El tráfico de los puertos ingleses se redujo a una cuarta parte. Inglaterra empezó a asfixiarse y la perspectiva de perder la guerra se vislumbraba. Sin el apoyo británico, se derrumbaría el frente francés. Pero apareció a tiempo la solución salvadora: los convoyes que agrupaban a barcos mercantes escoltados por navíos de guerra. Las pérdidas empezaron a disminuir (aunque seguían siendo elevadas) y el comercio británico volvió a cobrar vigor. Alemania siguió sufriendo el bloqueo, mientras que sus adversarios consiguieron mitigar los efectos del contrabloqueo. Los riesgos de esta estrategia eran grandes y, desde luego, los alemanes eran conscientes de ello: que los acusaran de actos de barbarie, ya que no respetaban a los neutrales y, en especial, que Estados Unidos entrara en la guerra, pues los norteamericanos no podían tolerar indefinidamente los ataques alemanes. Estos esperaban que el éxito de la campaña submarina pusiera fin al conflicto antes de que Norteamérica tomase una decisión (declararon la guerra a Alemania en abril de 1917) y antes, en todo caso, de que el ejército estadounidense, que prácticamente no existía, empezase a existir y a llegar al frente francés. En eso se equivocaron, como se equivocaron también con el Plan Von Schlieffen; en ambos casos, los costes resultaron ser más elevados que las ventajas. En realidad, los alemanes, al igual que los otros, buscaban las mejores soluciones para ganar la guerra; solo que los datos geopolíticos favorecían a los aliados y, como perjudicaban a Alemania, la impulsaban a montar estrategias que, si bien tuvieron su lógica, condujeron a resultados perversos. El problema de Alemania fue, desde el principio al final de la guerra, que predominaron las razones militares sobre las políticas; había que obtener una ventaja militar sin importar el coste político. Por otro lado, poco a poco, la casta militar se impuso en la cúspide de la toma de decisiones, principalmente cuando se nombró al mariscal Von Hindenburg, secundado por el general Ludendorff, al frente del Estado Mayor. De hecho, este último sería hasta el final de la guerra el hombre más poderoso de Alemania. La relativa “militarización” del Gobierno del país coincidía con la tradición del militarismo prusiano, pero también era la respuesta a una situación excepcional: Alemania tenía que movilizar sus medios de la forma más eficaz posible para dar un golpe decisivo, pues todo retraso jugaba en su contra.