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Los alimentos, componentes indispensables en todas las actividades culturales que conformaron el mundo prehispánico, fueron ofrendas para las deidades, tributo para los señores, manifestación de hospitalidad, oferta de paz y compañero del hombre, desde el nacimiento hasta la muerte. En el México antiguo, la comida constituía un nexo entre humanos y dioses.

El Téotl, ‘energía divina’, era la esencia suprema que se manifestaba de diversas formas; su fuerza permeaba el universo y gobernaba la naturaleza. En el calendario agrícola se honraba cada etapa de maduración del maíz con un Téotl en particular; entre los mexicas, los principales eran Centéotl y Chicomecóatl.

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En la mayor parte de las culturas prehispánicas existía al menos un dios del maíz. En los vestigios de cada pueblo se ha encontrado evidencia arqueológica de la adoración que profesaban a la planta que fuera su principal fuente de alimento. Curiosamente, en varios de los panteones mesoamericanos se hacía la diferencia, por medio de dioses distintos, entre el maíz joven y el maduro. Para los mexicas, por ejemplo, existía Xilonen, la diosa del jilote o maíz tierno; Centéotl, el maíz mismo; Chicomecóatl, su contraparte femenina, asociada también con la fertilidad; así como Ilamatecuhtli, la diosa del maíz maduro.

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Tláloc, el dios de la lluvia, descendía desde el cielo para fecundar la milpa. Era temido por su ira, que podía provocar tempestades y granizo. Las ceremonias en su honor incluían el sacrificio de niños para la petición de agua y un ritual que consistía en golpear a las mujeres con bolsas rellenas de paja para hacerlas llorar y simular la lluvia. Tláloc y sus ayudantes, los tlaloque, habitaban el paraíso conocido como Tlalocan, representado en el famoso mural de Tepantitla, en la zona arqueológica de Teotihuacán.

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La escena representada en esta pieza se conforma de tres partes: en la superior encontramos un área pintada de color naranja; la segunda parte consiste en una inscripción pseudo glífica y en la parte inferior se observa la representación de dos mazorcas semi-antropomorfas y varios símbolos de preciosidad. Aunque es posible identificar los glifos de este vaso, la inscripción no forma un texto lingüístico. Una de las cabezas de la tercera parte de la escena presenta un grano y dos hojas, mientras que la otra cabeza tiene sólo una; en ambos casos, salen del costado de la cabeza. Estas hojas se pueden identificar como cáscaras de mazorca, por lo que posiblemente se trate de la cabeza del dios del maíz.

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