I. LOS ORÍGENES

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Los comienzos. Abstracciones, monstruos, titanes y gigantes. El reinado de Urano. Mutilación de Urano y aparición de Afrodita.

1. La mente griega se ha resistido a aceptar que la Creación haya brotado de la nada. Siempre existió “algo”, y ese algo evolucionó hacia las actuales formas del mundo. El primitivo Caos de Hesíodo no es un comienzo en el sentido absoluto, sino sólo un punto de partida. Otras cosmogonías ulteriores —el orfismo, las especulaciones que recoge Ovidio en sus Metamorfosis, la paráfrasis del Génesis erróneamente atribuida a San Cipriano y donde se mezclan ya nociones clásicas y hebreas— han intentado llenar de diversos modos el abismo entre la nada original y el Universo visible. Pero la creencia popular de los griegos debe estudiarse propiamente en Hesíodo.

Los dioses griegos no crearon el mundo y ni siquiera han sido eternos, aunque sean inmortales. Nacieron un día de los días. Además, antes de ellos encontramos unas vagas entidades cósmicas, con frecuencia meras abstracciones, que casi no llegaron al culto y que poco a poco se encaminan, mediante la metáfora biológica del ayuntamiento sexual y la descendencia de padres e hijos, hacia las personas mitológicas.

Aunque las normas sociales de Grecia rechazan las relaciones incestuosas, es natural que se las admita como la única forma inteligible de acoplar las fuerzas originales para hacerlas producir nuevos entes.

A las fuerzas cósmicas, abstracciones y monstruos, que corresponden al reinado de Urano, sucede la era de los titanes, bajo el reinado de Cronos, y a éste, finalmente, sucede la monarquía olímpica de Zeus, la etapa de los dioses auténticos. Por bastardeo entre dioses y humanos, nace la especie de los héroes, los cuales, por otra parte, también pueden ser deidades locales venidas a menos bajo la nueva religión.

Estas tres etapas son una composición artificiosa para estructurar varias épocas de la creencia: 1) la anterior a Grecia, propia de los pueblos no helénicos; 2) la mescolanza de nociones entre los cultos autóctonos, los importados por el inmigrante y los de nueva elaboración; 3) y al cabo, la definición olímpica, la religión oficial del Estado griego, la cual se deja bañar por todos los flancos, según lo ha explicado la introducción, en las aguas del misticismo popular.

2. Del Caos primitivo, dice Hesíodo, nacen Gea (la Tierra), el Tártaro (el Obscuro Abismo), Eros (el amor), Érebo (la Sombra) y finalmente la Noche. La Noche y el Érebo engendran al Éter (o Aire Superior) y al Día. Gea por sí sola, da nacimiento a Urano (el Cielo), a las Montañas y al Ponto (el Mar).

Adviértase de una vez que, en el sistema hesiódico, se distingue claramente entre Urano (el Cielo) y Éter (el Aire Superior), entre Gea (la Tierra) y Ctón (el Suelo), y entre el Ponto (el Mar) y el Océano (Río que rodea a la Tierra).

3. De Urano apenas puede decirse que sea un dios. Ni se lo adoró ni tuvo representaciones artísticas. Algunos quieren referirlo a una ascendencia sánscrita y a una posible etimología que significa “piedra”, y lo explican recordando que el cielo era concebido como una extensión de bronce o de hierro.

Gea, en cambio, es ya casi una diosa abuela, de cuyo culto quedan noticias, pero a quien sustituirán en la mitología otras deidades más plenamente antropomórficas. El arte llegó a figurarla como una matrona que se levanta del suelo.

Urano y Gea se unen para engendrar hijos, a quienes pronto conoceremos: los Titanes, los Cíclopes, los Hecatónquiros o Centímanos.

4. La noche engendra una nidada de abstracciones sin mito ni culto en general: Moros (el Hado), Ker (algo como un Ángel de la Muerte), Tánatos (la Muerte), Hipnos (el Sueño, que tuvo algún altar), los Ensueños, Momo el deturpador (espíritu acusatorio como el de Job, que encuentra faltas en cuanto hacen los dioses), Ecis (el Dolor o Desgracia), Némesis (retribución e Indignación contra el mal, también adorada en alguna parte), el Despecho, Filotes (Goce Sensual), Geras (la Vejez), Eris (Discordia).

Eris, a su turno, es madre de Ponos (el Trabajo), Leteo (el Olvido, que en otras partes es un río, hijo de Hades), el Hambre, los Infortunios, las Luchas, las Batallas, las Matanzas, los Asesinatos, las Querellas, las Mentiras, la Deslealtad, el Apasionamiento y el Horcos (literalmente, el Juramento, pero personalizado en el espíritu que castiga el perjurio, de donde el horco de los romanos: deidad subterránea y su mansión).

Entre las crías de la Noche, algunos añaden las Hespérides: guardianas en el lejano Occidente, de un árbol cuyos frutos de oro Gea ofrecerá a Hera como presente nupcial, cuando ésta se despose con Zeus. Las Hespérides (Eglea, Eritia, Aretusa y Héspere, Hesperia o Hesperetusa) pasan el tiempo cantando, y las ayuda en su guarda un dragón, hijo de Forcis y Ceto, de quienes adelante hablaremos. Su jardín se sitúa unas veces junto al Atlas africano, y otras, junto al Atlas arcádico, por donde corre el río Ladón, nombre del dragón que las acompaña.

La Noche es también madre de las Moiras (Hados), que para otros son hijas de Zeus y Temis. Originariamente fueron aves de los destinos, que traen su suerte al recién nacido y que los romanos identificarán con las Parcas. Como éstas, son tejedoras, y Hesíodo las llama Cloto (Hilandera), Láquesis (Distribuidora) y Átropos (Inexorable). Se las concibe como unas ancianas que tuercen el hilo de las existencias individuales, y la filosofía se ha apoderado de ellas para elaborar ideas sobre la predestinación que aquí no nos incumben. La poesía les asigna respectivamente la trama, el pasado, el futuro, o bien la rueca, el hilo y las tijeras. Las artes las figuran en el acto de leer y redactar la página de los destinos, por donde se les ha llegado a atribuir la invención de ciertas letras, etcétera.

5. El Ponto es padre de Nereo, cuyo vetusto imperio marítimo será heredado por Posidón. Se lo llama por antonomasia el Viejo, lo caracteriza su fiel apego a la verdad, su incapacidad para mentir; y en contraste con las feroces deidades del mar, a cuya estirpe pertenece, es solícito, bondadoso y prudente. Su naturaleza, como conviene a un ser acuático, es proteica, y muda de aspecto a voluntad. Su contrafigura es Proteo, un embustero incorregible. Nereo crió a Afrodita; y aunque se resistió algún tiempo, señaló a Héracles el camino rumbo al Jardín de las Hespérides y le proporcionó la copa del Sol para que navegara por los mares desconocidos. Tal vez Gea haya sido su madre. Tuvo por hijas a las Nereidas, y a Doris por consorte.

Entre las Nereidas fueron famosas la arcaica Tetis y la reciente Galatea. El mito de Tetis es ya un mito importante y plenamente desarrollado; el de Galatea es de larga tradición poética y ha inspirado el más cabal y rotundo entre los poemas de Góngora. Pero no ha llegado aún la hora de referir estas fábulas.

El Ponto tuvo otros hijos de Gea: dos varones, Taumas y Forcis, y dos hembras, Ceto y Euribia (la Monstruo del Mar y la Potente). Taumas engendró, en una hija de Océano llamada Electra, a Iris y a las Arpías.

Iris, cuyo doble simbolismo como meteoro y mensajera divina ya conocemos y que fue la esposa de Céfiro, parece especialmente adscrita al servicio de Hera, como Hermes al de Zeus.

Las Arpías son, por una parte, aves ladronas, dotadas de rostro femenino y, por otra parte, los espíritus de la ráfaga y de la polvareda, los vientos mordientes y traviesos tan conocidos en toda Grecia. Se llamaron respectivamente Aelo, Ocípete y Celeno: la Viento Tempestuoso, la Alas Ligeras y la Oscura. También se recuerda a la arpía Podarga o Plantas Raudas, que tuvo de Céfiro a los dos caballos de Aquiles: el Janto o Castaño y el Balio o Rodado.

Forcis, casado con su hermana Ceto, engendró una extraña descendencia: el dragón de las Hespérides ya mencionado (Ladón), las Greas (Penfredo, Enío y Dino) que nacieron con canas, y las tres Gorgonas (Esteno, Euríale y Medusa). Las Greas, imágenes de la vejez, son tuertas y desdentadas, o más bien poseen un solo ojo y un solo diente que se prestan entre sí, y hacen oficio de guardianas para las Gorgonas. Éstas, por su parte, son engendros espantables, imágenes de la pesadilla, cuyo rostro petrifica al que lo contempla, poseen cabelleras de serpientes y aúllan como perras. Medusa era mortal, y cuando cayó a manos del héroe Perseo, dio a luz al Pegaso, caballo alado, hijo de Posidón, y a Crisaor el de la Espada de Oro.

Este Crisaor tuvo, de la Oceánida Calirroe, el monstruo de tres cabezas llamado Gerión, que un día se enfrentará con Héracles. Gerión es hermano de Equidna, la mujer serpiente, quien dio a luz nuevos monstruos, fecundizada por el viento Tifeo o Tifón: Ortro, el perro de Gerión; Cerbero, el perro de cincuenta cabezas que guarda la puerta del Infierno; la Hidra Lernea, la Quimera, la Esfinge Tebana y el León Nemeo.

Esta generación de monstruos —ya dotados de numerosos miembros como Gerión, Cerbero e Hidra, ya híbridos como la Equidna o como la Quimera que era león, dragón y cabra, o como la Esfinge que era un león alado con una cabeza de mujer— revelan, según se ha dicho, la influencia de la imaginación asiática. Los griegos los relegaron generalmente al mundo subterráneo, y encaminaron su propia imaginación hacia figuras más radiosas y bellas. Tanteos y errores, extravagancias divinas, vacilaciones naturales con que daba sus primeros pasos el mundo; fauna pavorosa y desmesurada, anterior a los animales que hoy pueblan la tierra, son los megaterios, los diplodocus y los catoblepas de la teogonía.

6. Hemos dejado para el final la progenie de Urano y Gea, que nos acerca a la segunda etapa o reino de Cronos. Es ya tiempo de conocerla.

El primer grupo de esta progenie son los Titanes: Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Japeto, Teía, Rea, Temis, Mnemósine, Febe, Tethys (no confundirla con Tetis) y Cronos.

Los nombres mismos de los Titanes no parecen de origen griego. Son vejeces más o menos perdidas en la confusión del pasado. Hiperión, dios solar, es una verdadera extrañeza. Ceo y Crío son inciertos. Febe, la de la Corona de Oro, aparecerá un día asociada con la Luna y hasta identificada con su nieta Ártemis. Teía no es más que “la divina”. Mnemósine, una pura abstracción que simboliza la memoria y queda fuera de la leyenda de los Titanes.

Seis Titanes forman una sección aparte, acomodada en parejas: Cronos y Rea, Océano y Tethys, Japeto y Temis. Reservamos para más adelante el caso de Cronos y Rea, por su articulación lineal con la mitología futura.

Océano y Tethys tuvieron numerosa progenie: todos los ríos del mundo y las tres mil Oceánidas. Es famosa la Éstix (la Horripilante), corriente y laguna infernal cuyo nombre sella los juramentos divinos. Homero dice que de esta pareja han nacido todos los dioses, contradicción con sus propios testimonios y los de otros autores.

De Japeto poco sabemos. Su esposa Temis, originariamente diosa terrestre, es identificada con Gea por Esquilo. Japeto y Temis son los padres de Prometeo, cuya historia interesa tanto a la raza humana según lo veremos después.

7. La “titanesa” Teía, unida a Hiperión, engendró a Helios (el Sol), a Selene (la Luna) y a Eos (la Aurora). Helios posee escasa historia, pero como todo lo ve y lo oye, hace el chismoso: revela a Hefesto los amores de Ares y Afrodita, revela a Deméter que el raptor de su hija Kora ha sido Hades, etc. También es famoso por sus amoríos (con Climene, Clitia, Leucótoe, Roda), no tan numerosos como los de Zeus, pues en clima cálido la fertilidad corresponde más al dios de la lluvia que no al del sol. Tardíamente, se pretendió identificarlo con Apolo o con Héracles. Se lo imagina como carrero, a veces alado, y pocas veces como un verdadero jinete. Lleva por halo el disco del Sol. Conduce una cuadriga; sus caballos se llaman Pirosio (Fogoso), Eosio (Matinal), Etón o Étope (Ardiente) y Flegón (Llameante). Habita en Oriente, cada noche se hunde en el mar oeste, o en la corriente de Océano, donde descansa y se baña para reaparecer por levante, flotando en la copa de oro que le sirve de barca. Según Homero, posee siete ganados vacunos y otros tantos cabríos, cada uno de cincuenta cabezas, y los pastorea por la isla de Trinaquia, indecisa isla occidental. Los compañeros de Odiseo perecieron en un naufragio por haber dispuesto para su alimento de los toros de Helios. Como los toros son, en números redondos, 350, y otras tantas las cabras, Aristóteles vio aquí un símbolo de los días y las noches que completan los doces meses lunares (354). Pero el número 50 es característico de muchas leyendas griegas: cincuenta remos en el tipo de barco llamado pentekónteros, cincuenta Egiptos, cincuenta hijas de Dánao, cincuenta hijos varones de Príamo, cincuenta cabezas de Cerbero, cincuenta troyanos en torno a cada hoguera del campamento, cincuenta Nereidas, cincuenta Argonautas, cincuenta hijas de Endimión y Selene, etc. La aproximación a los días del año puede ser mera coincidencia.

La consorte de Helios es Perse, hija de Crío y Euribia. De esta pareja nacieron Eetes y Circe, cuyas leyendas conoceremos a su tiempo.

8. Selene, la hermana de Helios, tiene también otros nombres y otra genealogía, de que no queremos acordarnos. Posee singular prestigio mágico. Se la identifica a veces con Ártemis, por vagas semejanzas de origen. También es carrera, pero su tiro es de dos caballos, y aun de dos toros. A veces cabalga, ya a caballo, ya a lomos de un novillo o de un mulo. Ha dado pábulo a muchas alegorías filosóficas y poéticas, todas ajenas a su mito. Su más brillante episodio, sus amores con Endimión, hallará sitio más adelante.

9. Eos también recorre los cielos en carroza de dos caballos. Homero habla de sus dedos rosados y su túnica de azafrán, como corresponde a los colores del alba. Su personalidad se perfila en tres o cuatro historias de amor: la de Titono, la de Orión, la de Clito y la de Céfalo.

Homero hace a Titono hijo de Laomedonte y hermano de Príamo, real estirpe troyana. Eos, enamorada de su belleza, lo raptó y pidió a Zeus que le concediera la inmortalidad, pero se olvidó de pedirle que lo librara de la vejez. De suerte que Titono fue envejeciendo hasta convertirse en un andrajo, especie de saltamontes con voz humana, a quien Eos tenía cautelosamente encerrado. Titono fue el padre de Memnón, el héroe etíope que perece en la saga troyana.

Eos, enamorada otro día de Orión, lo raptó asimismo, pues era hembra que no paraba en escrúpulos. Los dioses se encelaron. Ártemis dio muerte a Orión con sus propias flechas. Tal vez Eos comenzaba ya a propasarse.

En otra ocasión raptó a Clito, miembro de la familia profética de los Melampodios y tío de Anfiarao. A menos que se trate de una perífrasis poética para explicar que Clito murió al amanecer o que murió de muerte temprana.

Por último, Eos amó a Céfalo, y tuvo de esta unión un hijo llamado Faetonte, que no debe confundirse con el hijo de Helios y Climene. Afrodita se apoderó de este Faetonte y lo hizo demonio guardián de sus sagrarios.

10. El titán Crío tuvo tres hijos de Euribia: Astreo, Palante y Perses. Hesíodo todavía achaca a Eeos el haber tenido hijos con Astreo (el Estelar), a saber: los Vientos, la Estrella Matutina y todas las otras estrellas.

Palante es esposo de Éstix, en quien engendra una prole de símbolos: Zelos (la Emulación), Nike (la Victoria), Cratos (el Poder) y Bía (la Violencia). Estos hijos se aliaron a Zeus cuando sobrevino la guerra entre los Titanes y los dioses por lo que Zeus concedió a Éstix la guarda de los juramentos divinos. Quien viola una promesa jurada en nombre de la Éstix pierde la conciencia durante un año y es desterrado durante nueve años del cielo.

Perses, el último de los Criadas y el más sabio, se unió con Asteria, una hija de Ceo y Febe, y engendró a la diosa Hécate, una diosa-fantasma.

Ceo y Febe tuvieron también otra hija, Latona, llamada a concebir de Zeus a Apolo y a Ártemis, los hermosos Dioses gemelos.

11. Tal es la genealogía de los Titanes. Su leyenda tiene por centro la Titanomaquia o combate contra los nuevos dioses olímpicos que al fin los derrotan y sojuzgan.

12. El segundo grupo en la progenie de Urano y Gea son los Cíclopes: Brontes (Hombre-Trueno), Estérope (Hombre-Rayo) y Arges (el Resplandeciente). Los Cíclopes tienen en mitad de la frente un ojo único y redondo, son herreros, y a ellos se confiará el forjar los rayos de Zeus. Para Homero, son unos gigantes silvestres, dedicados al pastoreo, tal vez en Sicilia. Algún contemporáneo los tiene por mitificación de los herreros que florecían en la primitiva Corinto. Adquirió fama singular el cíclope Polifemo, por su relación con el mito de la Nereida Galatea y con la leyenda heroica de Odiseo. No confundirlos con los Cíclopes constructores, población mítica venida de Licia para ayudar a los reyes de Argos y edificar los muros de Micenas y de Tirinto.

13. Los Hecatónquiros o Centímanos, tercer grupo de esta progenie, son los gigantes Coto, Briareo (así llamado por los dioses, y Egeón por los hombres) y Gíes. Parece que el nombre solo de Egeón lo emparienta con el mar Egeo, y se sospecha que su imagen proviene de los pulpos marítimos, motivo favorito en las remotas artes cretenses.

14. En esta confusión de sucesos imaginarios, importa destacar los siguientes: el Caos, cargado con las simientes de las cosas, engendró a Gea. Ésta engendró a Urano, y se unió con él para dar el ser a los Titanes, a los Cíclopes y a los Hecatónquiros. En torno a esta constelación, se mueven las demás sombras, de que algunas quedan en condición de esbozos y de símbolos, y otras cobrarán corporeidad mitológica; singularmente cuando logran, por haberse aliado a Zeus y a los Olímpicos, salvar el tránsito entre la edad oscura o prehelénica y la luminosidad helénica.

15. La leyenda griega abunda en casos de rivalidad entre padres e hijos, que los antropólogos explican por los celos mortales del varón viejo ante el varón nuevo: origen del crimen prehistórico a que puso fin la exogamia, impidiendo que los descendientes —ignorantes aún de su verdadera relación filial, pues ésta es una noción tardía— buscaran a sus compañeras en el seno de su misma tribu. La mitología lo interpreta como el pavor del viejo ante el creciente vigor del joven, que acaso le arrebate el poder. Y sucede entonces que el último hijo, aquel cuya plenitud viril coincide con la ancianidad del jefe, es, en efecto, quien lo desposee finalmente. Así aconteció a Urano con Cronos, y así acontecerá después a Cronos con Zeus, pues la misma historia se repite. Urano, en su espantoso recelo, quiere rechazar a sus hijos hacia el seno de la madre Gea. Llega un instante en que ésta no puede ya resistirlo, y pide a sus propias criaturas que la venguen. La Tierra, en suma, no soporta ya la turgidez de los seres que la mano del padre amontona en las entrañas del Tártaro.

Los hijos no se atreven a nada, salvo el menor, Cronos, tema que todavía halla eco inesperado en la leyenda del Cid, donde también el menor de los hermanos resulta el más apto para la venganza. Gea provee a Cronos con una hoz de “diamante gris” (hierro o acero), y cuando nuevamente Urano quiere acercarse a Gea, Cronos acierta a mutilarlo de un tajo.

La sangre de Urano gotea sobre el suelo y engendra por sí sola otros seres: las Erinies, los Gigantes, las Melíades (especie de Ninfas arbóreas). El miembro arrancado cae al mar y, al revolverse con la espuma, da nacimiento a Afrodita, último retoño de Urano. La diosa, llevada por las olas, arriba a la isla de Citeres, donde se le juntarán Eros e Hímeros (el Amor y el Deseo).

2

El reinado de Cronos. Cronos, Rea y su descendencia, Fílira y Quirón. Acceso de Zeus. La Titanomaquia.

1. Aún no hemos salido de la prehistoria religiosa. Andamos todavía entre monstruos, iniquidades primitivas y cataclismos; aunque, por lo pronto, aconteció una larga tregua de los elementos y hubo una era de felicidad para los hombres, que por lo visto ya habían sido creados. Volveremos sobre esto al hablar de las “edades hesiódicas” que antecedieron a la historia. Sepamos, en tanto, lo que hay bajo las figuras de los titanes Cronos y Rea, en quienes ahora descansa el gobierno del mundo.

2. Cronos es una deidad prehelénica hasta por su nombre, que en vano se ha pretendido derivar de palabras griegas cuyo significado pudiera ser “el Segador” o “el Tiempo”. Al primer sentido corresponden las representaciones artísticas en que empuña la hoz o la guadaña, interpretadas también como armas para la mutilación de Urano. Al segundo sentido corresponde la conocida explicación de la fábula: a semejanza del tiempo mismo, Cronos devora a sus criaturas. Como la mayoría de las primitivas deidades, Cronos es un espíritu agrícola. En Atenas, Tebas y Rodas se le consagraban las fiestas Cronias, donde amos y criados celebraban juntos la cosecha, comunidad social propia de los ritos campestres, y donde hasta pudo haber algunos sacrificios humanos, de que quedan vagos recuerdos.

Se lo imagina como a un anciano adusto y sombrío. La poesía homérica, en memoria de la hañaza con que incapacitó a su padre Urano, lo llama “Cronos el artero”. Los romanos lo identificaron con Saturno.

3. Rea, la hermana y esposa de Cronos, suele confundirse con Gea, su madre, con la siria Cibeles y, en general, con las divinidades terrestres que abundan en el Mediterráneo Oriental y cuyo culto supone tres ideas fundamentales: a) el sentido sobrehumano de la maternidad, b) la fertilidad física que inspiró los ritos licenciosos de la Milita babilonia y aun la griega Afrodita, y c) el dogma de que los númenes han tenido una madre. En los conflictos, se la ve frecuentemente inclinarse a sus hijos, más que a su esposo.

Los romanos la identificaron con Ops, diosa de la feracidad silvestre, aunque le daban por marido al dios Consus, pues la esposa de Saturno era Lúa.

4. Cronos y Rea tuvieron por descendencia a Hestia, Deméter, Hera, Hades, Posidón y Zeus.

Pero Cronos se distrajo alguna vez con la Oceánida Fílira, con quien tuvo dos o tres hijos. Sólo mencionaremos al más ilustre, el centauro Quirón, híbrido de hombre y caballo al que Zeus metamorfoseó finalmente en tilo, a ruegos de su madre que deseaba para él una forma más ortodoxa. Debe su naturaleza mezclada al hecho de que Cronos, cuando andaba buscando a Zeus en Tesalia para devorarlo, se disfrazó de garañón a fin de que Rea no lo reconociera, o a fin de poseer a Fílira, quien huía de él transformada en yegua: tema recurrente, como se verá en la fábula de Posidón y Deméter.

5. Urano y Gea anunciaron a Cronos que, así como él había destronado a su padre, uno de sus hijos le arrebataría el poder. Por lo cual Cronos devoraba a sus hijos conforme iban naciendo. Los hijos, inmortales, se mantenían vivos en las entrañas de Cronos.

El sentimiento maternal de Rea, siempre alerta, acabó por poner remedio a semejante monstruosidad. Logró esconder a Zeus, su último brote, envolvió un peñasco en los pañales (¿el Omphalós de Delfos?) y se lo dio a comer a Cronos. Después, ministró a éste una poción que lo hizo vomitar sucesivamente el peñasco y luego a sus otros cinco hijos. Zeus pudo crecer oculto, y cuando tuvo tamaños, acudió, para derrocar a su padre, al conocido expediente de dar libertad a los presos y encabezar la conspiración.

Los presos eran nada menos que sus tíos paternos, los Cíclopes y los Hecatónquiros a quienes Cronos había hundido en el Tártaro. A cambio de su libertad, los Cíclopes forjaron para Zeus el rayo, la más temible de las armas, y los Hecatónquiros pusieron al servicio de Zeus sus cien brazos.

6. La lucha por la consolidación de Zeus ocupó largas edades y dio lugar a numerosos incidentes. El primero, la Titanomaquia o guerra contra los Titanes. Pues éstos, con excepción de los más sabios —Prometeo, Océano, Temis, Latona, Éstix y sus hijos—, estaban de parte de Cronos.

Los ejércitos de Zeus se fortificaron en el monte Olimpo, entre Tesalia y Macedonia; Cronos y los suyos, en el monte Otris, algo más al sur.

Entre convulsiones y terremotos, los rayos de Zeus y las piedras de los Hecatónquiros determinaron la derrota de los Titanes, quienes a su vez fueron a ocupar la hondura del Tártaro. Los Hecatónquiros, cautivos ayer, pasaron a la condición de carceleros.

El titán Atlas fue objeto de una excepción, aunque no precisamente envidiable. En razón de su fuerza descomunal, quedó encargado de sostener la bóveda celeste para evita catástrofes cósmicas: primera mejora del nuevo régimen.

Más tarde, Zeus dejó salir a los Titanes, como testigos cuando la liberación de Prometeo —pues éste a su vez ha de caer un día de la gracia—, o bien, dulcificada ya su fiereza con la edad y seguro ya de su poder en el transcurso de los siglos los perdonó en definitiva.

7. Cronos fue enviado al Occidente, la región más desconocida para los griegos, donde ellos acostumbran relegar cuanto desaparece de sus horizontes habituales. Allá el viejo dios se consagró al gobierno de las Islas Bienaventuradas, reposo de almas escogidas, rodeado de sus partidarios y bajo la vigilancia de Briareo el Centímano. Según Evhemero, fundó en el Lacio la ciudad de Saturnia, antecedente de la futura Roma.

8. La Titanomaquia se interpreta de varios modos. Algunos ven en ella un mito naturalista, pugna entre las primitivas y desordenadas fuerzas cósmicas y el relativo orden que las sucedió; otros, un eco de la victoria obtenida por la nueva casta olímpica, religión de los invasores, sobre las nebulosas creencias prehelénicas; otros más, un rastro de los hundimientos de la Egeida, que nunca se borraron de la memoria y que el inseguro suelo de Grecia se encargaba de seguir recordando en tiempos históricos. Y tal vez todos tengan razón en parte.

9. Hay quienes creen que la sustitución de Cronos por Zeus, pareja de la sustitución de Urano por Cronos, conserva el residuo de la costumbre jurídica sobre la sucesión del padre por el hijo menor. La hipótesis es dudosa. Curioso advertir que, en Homero, Zeus es el primogénito de Cronos, así como Hera es la hija mayor de Cronos.

10. Los demás episodios relativos a la consolidación de Zeus son, en principio, posteriores a su usurpación del poder paterno. Para entonces, Cronos ha dejado de ser un mito operante.

3

El reinado de Zeus. Personalidad de Zeus. Repartición del Universo. Las consortes de Zeus. Asoman Atenea, Dióniso, Hermes y otros dioses. La Familia Olímpica y sus veleidades.

1. A la vez que un monte de Tesalia, el Olimpo comienza a ser algún vago lugar del cielo, donde reinan, presididos por Zeus, los nuevos dioses. En la concepción homérica, Zeus asume el mando por derecho de sucesión legítima; en la hesiódica, por unánime elección de los dioses, tras el vencimiento de los Titanes. Con el reinado de Zeus comienza el sistema que podemos llamar sistema homérico. Aunque Homero es anterior a Hesíodo, su panorama de los mitos es en cierto modo, mucho más “moderno” que el de éste. Pero en ambos puede apreciarse que, de una manera general, los invasores septentrionales —quienes distan mucho de constituir un solo grupo religioso o político—, insisten en la preeminencia de las deidades varoniles; en tanto que los autóctonos mediterráneos —pueblos, a su vez, ya muy revueltos a lo largo de los milenios prehistóricos— insistieron en la preeminencia de las deidades maternales. El reinado de Zeus dura cuanto dura la vigencia religiosa de la mitología helénica.

2. La personalidad de Zeus es un caso de sincretismo que deja ver los muchos materiales mezclados. Esta mezcla es obra inconsciente de los siglos. No nos extrañen sus manifiestas contradicciones, ni que ellas, a fuerza de convivir, hayan llegado a ser aceptadas sin exigírseles absoluta coherencia. Zeus es una estatua fabricada con distintos metales. Los principales elementos de la fusión son el Zeus del Norte y el Zeus del Sur.

a) El Zeus del Norte es una deidad indoeuropea, etérea y celeste, parangón del Júpiter itálico, del Dyaus de la India y del Tiau germánico. Acaso sus funciones originales residen en el gobierno de los fenómenos atmosféricos y su inmediata consecuencia sobre la fertilidad terrestre. Tal es la figura más estable de Zeus, si no la más antigua, pues la traían consigo, o acabaron de elaborarla en Grecia, los inmigrantes septentrionales, prendiendo en torno a este sostén los atributos y fábulas seculares de los autóctonos egeos. En los mitos de Zeus queda el rastro de su viaje de norte a sur. Dodona —puertas noroccidentales de Grecia— es su oráculo favorito. Desde allí habla con los mortales, a través de la encina sagrada que agita el viento, cuyo rumor descifran los misteriosos sacerdotes Seles o Heles.

A este Zeus incumbe, en verdad, la consolidación olímpica. Dios de guerreros trashumantes, dios de invasores, por fuerza se lo invoca desde cualquier suelo y no está apegado a un solo territorio, como los genios del lugar que adoran las sedentes sociedades agrícolas; lo cual contribuye a la universalización de la idea divina. La subordinación que Zeus impone a las demás deidades, convirtiéndolas en algo como sus ministros y arcángeles, sin duda fue un paso hacia el futuro monoteísmo.

b) El Zeus del Sur nos devuelve al sistema hesiódico, a los antecedentes prehelénicos, a los embriones de la religión griega. Tras de admirar al Zeus del Norte en pleno vigor, nos encontramos en el Zeus del Sur con el dios naciente, el Zeus Niño. Sustraído, pues, el infante a la ferocidad del padre Cronos, como antes se dijo, había que buscarle un escondite adecuado. Algunos quieren que Zeus haya venido al mundo en Creta, donde los abuelos Gea y Urano aconsejaron a Rea que lo ocultara; otros dicen que, una vez nacida la criatura, fue llevada sigilosamente a la cueva de Egeón (Creta), la cual se encontraba en el monte Dicte o, según tradición posterior, en el monte Ida. Allí los Curetes —demonios turbulentos e inventores de las armas broncíneas— ensordecían los gemidos del niño con sus danzas y el estrépito de sus espadas y escudos, y le proveían alimentos la cabra Amaltea y las abejas silvestres. Sus ayas eran dos ninfas locales: Ida y Adrastea. La tradición calla sobre toda la época de su crecimiento, y nos lo presenta otra vez cuando se encuentra ya en edad de destronar a su padre Cronos. A la muerte de Amaltea, Zeus guarneció su égida con la piel de la cabra.

Conviene retener estos rasgos característicos de los cultos egeos: 1) Los Curetes y sus danzas orgíasticas, tipo ritual común a la historia de Dióniso y sus coros de sátiros. 2) La imagen del Dios Niño, del Magno Doncel que, según el Himno a Zeus encontrado en las inscripciones de Palecastro (Creta), aparece entre los donceles saltantes, embriagados por la música de las flautas, para estimular la fertilidad y la vida. 3) La religión del “entusiasmo”, la enajenación, el éxtasis, que admite la comunión con la naturaleza divina mediante la carne y la sangre del toro sacrificado, símbolo de fecundidad. 4) Rasgo el más singular y más cargado de porvenir, la noción del Dios Niño que, como todos los espíritus de la vegetación, muere y resucita. Pues Creta se jactaba de guardar en su territorio, no sólo la cuna, también la tumba de este Zeus mediterráneo, por mucho que fuera inmortal; incoherencia de que sólo habrán de burlarse los poetas alejandrinos, en quienes se ha extinguido ya el calor del misticismo vetusto.

c) Algunos rasgos orientales han podido deslizarse también en el mito de Zeus. La Titanomaquia muestra ciertas semejanzas (¿fortuitas?) con la epopeya babilónica de Cumarbi. También tienen paralelos babilónicos los motivos de la castración paterna de Urano y, especialmente, la sustitución del hijo por una piedra.

Naturalmente que Zeus, en sus peregrinaciones y residencias, se contamina con algunas vejeces locales. En el norte, el Zeus Lafistio, y en el sur, el Zeus Liceo o Licayo, aún aceptan algún salvaje sacrificio humano en tiempos históricos, o al menos aún se lo recuerda. En el monte Lafistión (Beocia), ello parece una modalidad del rito arcaico sobre la occisión del rey viejo. En el monte Licaón (Arcadia), ello se mezcla enigmáticamente con las simbolizaciones del Lobo-Hombre y las prácticas de iniciación por escondite o criptía. También se pretende que Zeus nació junto a la fuente Clepsidra (Mesenia). Señalamos simplemente estos casos, sin poder aquí discutirlos.

3. El Zeus del Norte y el Zeus del Sur se conciertan, sumariamente, en la fábula de la Titanomaquia y en los sacros matrimonios del indoeuropeo con las autóctonas. Este concierto, ingenioso esfuerzo de la imaginación clásica, se aplica más o menos a toda la Familia Olímpica, cada uno de cuyos miembros parece, a la vez que un último enfoque, una composición de varias fotografías superpuestas.

El Zeus definitivo que de aquí resulta, por lo mismo que suma en sí todas las funciones celestes, terrestres y subterráneas, visibles e invisibles, físicas y morales, extrahumanas, sobrehumanas y humanas, es adorado bajo mil nombres, según el caso y el lugar, como lo explicamos en la Introducción.

Ser majestuoso y de poder máximo, se lo representa en juvenil madurez, armado del cetro de rayos y acompañado de su águila favorita. Suele asociársele la encina, tan abundante en las regiones predilectas de su culto, Dodona y Arcadia. El cetro es figurado como un objeto bicónico, arma arrojadiza que despide las chispas eléctricas en zigzag y, a veces lleva un par de alas. La Égida es también uno de sus principales atributos, a un tiempo escudo y arma ofensiva que aterroriza y desbarata a aquellos sobre quienes se la sacude. Mera piel de cabra en el origen (aigís, así como la nébride, nebrís, era una piel de venado), ella conserva el recuerdo inconsciente de la magia atribuida al cuero animal. En Homero, la Égida es ya de oro, como casi todos los objetos divinos; la revisten el Espanto, el Valor, la Discordia y la Persecución, y lleva incrustada la horripilante cabeza de la Gorgona. El escudero natural de Zeus es Atenea (excepcionalmente, Apolo), quien tiene también la facultad de embrazar la Égida para salir con ella a la guerra.

4. Zeus, una vez que ha vencido a los antiguos Titanes, procede a organizar su mando. Sus primeras medidas son la repartición del Universo y la elección de una consorte divina.

La repartición del Universo se limitó por ahora a tres grandes zonas tradicionales y se llevó a cabo sin contratiempo: Zeus se reservó el cielo, entregó los mares a Posidón, y el mundo subterráneo a Hades. El Olimpo y la Tierra quedaron como dominio comunal de los tres hermanos, siempre bajo el poder eminente de Zeus. Los principios institucionales de Grecia —y en general, de Europa— respecto al hogar patriarcal, la exclusión de las hermanas (Hestia, Deméter, Hera), etc., encuentra aquí su reflejo.

5. Los simples amoríos de Zeus no nos importan de momento. Cuando las amantes son mortales, la historia revela el esfuerzo de alguna familia noble o reinante por emparentarse con los dioses; esfuerzo que no siempre tuvo éxito: toda Grecia, por ejemplo, hacía mofa del supuesto hijo de Zeus, Corinto, epónimo de la ciudad así llamada. Pero el caso de las esposas de Zeus tiene ya alta la trascendencia mítica y lleva, como era de esperar, a examinar ciertas contradicciones. Como dios celeste, Zeus tiene que adoptar por compañera a una diosa terrestre, una diosa “cereal”. Y aquí aparece una serie de pretendientes.

El griego es monógamo, pero cierra los ojos ante el concubinato y las aventuras secundarias. El conflicto entre las pretendientes se resuelve atribuyendo a Zeus varias nupcias sucesivas, o bien varias relaciones extramatrimoniales. Algunas de sus compañeras, rebajadas luego a la categoría de amantes mortales, han comenzado por ser númenes de la fertilidad, como Semele; otras (Metis, Temis, Mnemósine) se diluyen en símbolos; éstas (Dione, Maya) se van encaminando al olvido; aquéllas (Deméter, Perséfone) se desenvuelven en mitos independientes y se desvinculan de Zeus. Hera, finalmente, viene a ser su consorte clásica y la Primera Dama del Cielo. Las examinaremos una por una.

a) Metis es la primera esposa de Zeus. Significa la sabiduría y el buen consejo. Estaba predestinada a dar a luz dos hijos: Atenea primero, y luego algún dios más poderoso que todos. ¡Siempre la amenaza del hijo usurpador, suspendida sobre la cabeza del padre! Esquilo, en la profecía de su Prometeo encadenado, transporta esta idea a mayor altura, y anuncia que a Zeus, dios inicuo y cruel, ha de suceder algún día una divinidad de sumo poder y justicia. Zeus acautelándose a tiempo, decide, según el ejemplo de su progenitor, tragarse a Metis antes de que nazca Atenea. Y Metis desaparece de la mitología en el vientre de su divino esposo, lo que sin remedio da una proyección alegórica: Zeus absorbe la Sabiduría en su propio ser. En cuanto a Atenea, cuyo germen bullía ya en las entrañas de su madre, acabará por nacer como un brote de la frente de Zeus, abierta de un oportuno hachazo por Prometeo, Hefesto o alguno de sus oficiales de fragua.

Atenea, diosa prehelénica y egea, es así acogida por la nueva Familia Olímpica de la única manera posible: como hija de Zeus; pues las diosas vetustas o se resisten a aceptar un marido, o sólo aceptan un compañero secundario y humilde. Además, Atenea no puede tener madre: su categoría impide que se la subordine a otra diosa. “Interesante capítulo de la diplomacia primitiva y de la política religiosa”, comentan los modernos mitólogos.

b) La segunda esposa de Zeus es Temis, conocida como alegoría de la Justicia, pero originariamente diosa terrestre. De esta pareja han nacido las Estaciones (Horas) que, si bien con escaso culto y mitología escasa, tienden desde los días de Hesíodo a convertirse en númenes morales, bajo los nombres de Eunomía o Buena Ley, Dicea o Justicia e Irene o Paz. De esta pareja nacieron asimismo las Moiras, cuyo sentido ya conocemos y que antes hemos encontrado como unas hijas de la Noche, en el sistema hesiódico (tipo de confusión a que debemos acostumbrarnos, pena de no entender la autentica mitología griega); y después, nació Eurínome (que, en Hesíodo, es hija de Océano y Tethys), quien, a su vez, concibió a las tres Cárites o Gracias, espíritus de la belleza asociados generalmente a Afrodita, dos de las cuales por lo menos —Auxo y Hegemone— disfrutaron en Atenas de un culto agrario. Pues, a poco investigar, todas las antiguas deidades han servido o sirven para abonar el suelo.

c) La tercera esposa de Zeus fue Deméter, indiscutible representación de la tierra fértil, en quien el celeste esposo engendró a Kora o Perséfone, la que viene a ser el grano cereal, amén de las implicaciones que se le han buscado con los enigmas de la periodicidad femenina. Según la fábula órfica, fábula de remota raíz tracia o frigia, Zeus se unió también a su hija Perséfone, futura esposa de Hades.

d) Aunque no sea del todo legítimo situar a Perséfone entre las consortes de Zeus, esta unión esporádica, recogida por el orfismo, tampoco puede relegarse al montón de los simples amoríos de Zeus con heroínas mortales, tanto por la categoría divina de la amante como por las consecuencias de este ayuntamiento. Perséfone, en efecto, tuvo de Zeus un hijo, que fue nada menos que el Dióniso Sagreo, niño cornúpeta que murió a manos de los Titanes, cuyo germen quedó vivo y fue recobrado y absorbido por Zeus, quien de nuevo lo ensayó en Semele. Muerta Semele antes de darlo a luz, Zeus volvió a rescatar el embrión, y esta vez acabó de criarlo en uno de sus muslos. Más tarde explicaremos con detención el mito de Dióniso. Por ahora observemos que hemos visto brotar del cuerpo de Zeus dos deidades privadas de seno materno: Atenea y Dióniso.

e) Mnemósine, la Memoria, es la cuarta esposa de Zeus, Ella dio nacimiento a las Musas, madrinas de las artes y de las ciencias. No es el momento de tratar a fondo este mito de innegable tinte alegórico.

f) En quinto lugar (sexto, si se cuenta a Perséfone), Zeus se unió a Latona y tuvo de ella a Ártemis y a Apolo, gemelos de primera categoría que exigirán capítulo aparte (II: 6, § 5, pp. 450-451).

g) Finalmente, Zeus se desposó con Hera, a quien Homero presenta como su consorte de la primera hora, desde los días del reinado de Cronos. Diosa territorial de Argos, su misma jerarquía obligó sin duda a desposarla cuanto antes con el Dios Máximo de los invasores aqueos o preaqueos, convirtiéndola además en hermana de su regio marido. Era el medio más fácil para conciliar las disidencias étnico-religiosas con los antiguos micenios de la región.

A reserva de dar a Hera toda la consideración que merece, y a reserva de referirnos a su descendencia, que es algo complicada, falta todavía descubrir en el pasado nebuloso de Zeus algunas asociaciones matrimoniales más remotas que las hasta aquí enumeradas.

h) Hesíodo no incluye en su lista a la Oceánida Dione. Los mitólogos aseguran que Dione es la más antigua compañera de Zeus y, por decirlo así, su esposa etimológica: el genitivo de Zeus es Dios, y Dione el femenino. Homero hace a Afrodita hija de Zeus y Dione, y por raro caso, nos presenta a Dione como habitante pacífica del Olimpo, a pesar de la celosa Hera. Sea que Dione haya venido a Grecia en compañía del Zeus del Norte, o que lo haya recibido a las puertas de Grecia como una diosa local, participa excepcionalmente del culto de Zeus en Dodona. Pero la figura de Hera acabó por borrarla de la conciencia religiosa. Es una diosa evanescente; aun se la confunde con su hija Afrodita (como a Hiperión con su hijo Helios, como a Erictonio con su descendiente Erecteo).

i) También Maya es una diosa evanescente. Hija de Atlas el Titán, visitada secretamente por Zeus, dio a luz a Hermes, un verdadero dios menor, por lo demás de intensa y simpática personalidad y más bien amigo de los hombres. Era Maya una de las Pléyades, es decir, hermana de Taigeta, Electra (no Océanida ni la Agamemnónida), Alcione, Astérope, Celeno (no la Arpía) y Mérope.

Adviértase que, de las tres hermanas de Zeus —Hera, Deméter y Hestia—, sólo Hestia es ajena a toda relación matrimonial con el dios.

6. Según Hesíodo, de Zeus y Hera nacieron Hebe, la escanciadora olímpica que se desposará al fin con Héracles, cuando éste sea deificado; Ares, que parece ente de origen tracio, genio de la guerra mañosamente acogido en la casa real de los Olímpicos; e Ilitia (a veces, Ilitias, en plural), madrina de los partos, parangón de la Lucina romana y que tiene traza de cretense. Ilitia dio a luz un niño, Sosípolis, Salvador del Estado, quien ayudó a los elidenses contra los arcadios, atemorizando a éstos al asumir forma de serpiente.

Así como Dióniso y Atenea son solamente hijos de Zeus —salvo la prehistoria de los gérmenes—, así Hera engendró por sí sola a Hefesto, deidad de raíz asiática.

Como se ve, la casa real de los Olímpicos está hecha de subterfugios, tendentes a organizar en casta y genealogía un puñado de nociones que proceden de distintos rumbos. Algunas autoridades aun niegan a Hebe, a Ares, a Ilitia, el derecho a la prosapia olímpica. Poco a poco, se irá configurando el canon de los Doce Dioses, lo que no dejó de provocar competencias y componendas.

7. Ni la primera repartición del Universo ni la elección de Hera como definitiva esposa de Zeus agotan las empresas preparatorias del régimen olímpico. Todavía tendrá Zeus que reprimir las veleidades de su propia familia, y luego, establecer su relación pacífica con los hombres.

Limitándonos por ahora al primer punto, diremos que Hera, Atenea y Posidón se levantaron un día contra Zeus y lograron encadenarlo. La Nereida Tetis trajo en su auxilio al centímano que los Dioses llaman Briareo, y los mortales, Egeón. Éste, cuenta Homero, rompió las cadenas de Zeus, se sentó a los pies de su trono y atemorizó a los sublevados.

Podemos ver aquí un eco poético de las efervescencias y hasta las mezclas explosivas ocasionadas por las primeras amalgamas religiosas del mestizaje helénico.

4

La creación del hombre. Erictonio-Erecteo. Los mitos de Prometeo. Epimeteo. Pandora. Tetis y Peleo.

1. Imposible fijar la era de la creación del hombre. No exijamos cronología al mito, que escapa a la serie del tiempo, ni esperemos secuencia lógica entre las versiones inconexas. Sólo importa representarse las imágenes de la mitología. El hombre puede haber sido creado en dos épocas: o bien en la edad áurea de Cronos, o bien, más tarde, bajo el reinado de Zeus. Éste, en todo caso, tendrá que reorganizar y reconstituir la raza humana, para el aseguramiento de su poder.

Algunos sospechaban que el hombre, como los árboles, había sido un brote del mismo suelo después cultivado por sus descendientes. Los atenienses se decían autóctonos porque su antecesor común, Erictonio, era un terrígena. Erictonio fue padre del rey Penteo, que a su vez lo fue de Erecteo. Pero es frecuente confundir el nieto con el abuelo, como ya lo hace la Ilíada. Y tal es la sutileza de las investigaciones mitológicas, que aun en lo imaginario establecen categorías de mayor y menor validez, de modo que algunas autoridades legitiman la confusión de Erecteo con Erictonio y niegan toda consistencia a esa vaga sombra de Penteo que se interpone como para dividirlos en dos entidades diferentes.

Otros suponían que el hombre era un fruto de los árboles o un desprendimiento de las rocas. Pero según los órficos, la secta más dada a la sistematización, el primer hombre fue amasado con las cenizas de los Titanes a quienes Zeus fulminó después que ellos hubieron devorado los restos del Dióniso Zagreo: lo cual explicaría, como lo hemos adelantado en la Introducción, la doble y contradictoria naturaleza del hombre, ya titánica y ya divina por los dos principios que se juntaron en su elaboración. La leyenda de Prometeo hace sospechar que la creación del hombre fue ajena a la voluntad de Zeus.

2. La tradición principal considera a Prometeo como el creador directo de nuestra especie, aunque hay quien sólo le conceda el haber sido su primer guardián o tutor. Prometeo, dice pues la voz general, modeló al hombre con el barro de Panopea (Beocia), donde los viajeros admiraban las agregaciones de la materia original, petrificada por los siglos. Y que aún despedía un olor de carne humana. Atenea, una vez hecho el muñeco, le comunicó el soplo de vida.

3. Prometeo mal podría escapar a la fatalidad común de los mitos. Su estatuto familiar se presta a controversias. ¿Es hijo de Japeto y Clímene, de Japeto y Temis, de Hera? ¿Fue su padre Eurimedonte el gigante o el propio Urano? ¿Fue su madre Asia, o bien Asopis? Ya se le da por esposa a alguna de sus posibles madres —Clímene, Asia—, ya a Pandora, a Celeno (acaso la Pléyade, no la Arpía), a Pirra (que más bien es su nuera), a Primea, a Hesione (no naturalmente la princesa troyana, hija de Laomedonte, que es muy posterior), o bien a Ariotea: esta última, singularmente, en el culto de los Cabiros.

En todo caso, es Prometeo un arcaico genio del fuego, pura cepa helénica, a quien su rival asiático, Hefesto, vino a relevar de sus funciones. Contaba con algunos sagrarios; y como varias ciudades se enorgullecían de poseer su tumba, es evidente que el dios de antaño había degenerado en héroe mortal para los días de la Grecia histórica. Según el alejandrino Apolodoro,1 Prometeo sólo alcanzó la inmortalidad por gracia del centauro Quirón quien, afligido de cierta herida incurable, le cedió su propio privilegio y solicitó la muerte. Pero estas transferencias privadas de las virtudes divinas son, cuando menos, muy dudosas.

4. Prometeo —“el previsor”— y Epimeteo —“el que lo piensa después”— eran hermanos. Encargados ambos de los seres terrestres, Epimeteo, no muy avisado, distribuyó entre los animales todas las excelencias. Poco quedaba a Prometeo para su criatura preferida, la más noble, la única que ostenta postura erecta y levanta la frente al cielo.

Para poder dotar al hombre, Prometeo comenzó por comunicarle algunas virtudes, escogidas en el patrimonio de los animales; después, para hacerlo superior a todos, discurrió una osadía que había de pagar con larguísimos sufrimientos, por cuanto violaba las normas originales de la Creación o, al menos, la voluntad de Zeus, no muy interesado entonces por la suerte de los humanos.

La postración de éstos era extrema, pues con el espíritu que conoce y discierne, se les había dado la desgracia de saberse mortales. Además, según cierto moderno exégeta, mal soportaban el desamparo, la intemperie, el frío de las glaciaciones prehistóricas, privados de la vestidura y resguardos que protegen a los animales superiores, eterna lamentación de Segismundo. Y he aquí que Prometeo decidió robar una chispa del fuego celeste y comunicarla a la humanidad. Base de las artes y las industrias, el fuego vino a suplir nuestra deficiencia, preparándonos para las hazañas de la historia.

El mayor encanto de los mitos está en su plétora de significaciones latentes. Un hombre de hoy puede, si le place, —a condición de no atribuir a los antiguos sus propias imaginaciones—, figurarse que la transgresión de Prometeo afectaba fundamentalmente los sentimientos religiosos, al proporcionar a la criatura nuevas posibilidades prácticas de inmediata aplicación para dominar el mundo que la rodea, las cuales, como la magia o como el bíblico Árbol de la Ciencia, prescinden en mucho del intermediario divino. Por otra parte, el dón prometeico, industrial, conduce directamente al urbanismo, y aleja hasta cierto punto del campo, donde siempre se han cunado las religiones primitivas. El paso de la agricultura a la artesanía es un paso hacia el descreimiento.

Finalmente —explica Platón en el Protágoras—, el desarrollo de las técnicas, si no es guiado por el sentido político y moral, hará que los hombres se aniquilen con sus propios inventos: harto lo hemos visto. De aquí —sigue discurriendo Platón por boca de su protagonista— que, tras el peligroso presente de Prometeo, Zeus considerara indispensable atajar el daño, enviando a su mensajero Hermes entre los hombres, a fin de que predicase y enseñase a los pueblos las artes de la recta y justa convivencia. Este pasaje platónico es ejemplo de los mitos que inventa el filósofo para mejor explicarse, y muestra la utilidad de la fábula como apoyo del pensamiento abstracto.

5. ¿Cómo robó Prometeo el fuego celeste? Si todavía consultamos a Platón, averiguaremos que lo sustrajo a la fragua del dios Hefesto; si a la poetisa Safo, que encendió subrepticiamente una tea en las ruedas del carro del Sol; si a Esquilo —quien, a más de poeta trágico, era lo que hoy llamaríamos un teólogo—, que Prometeo transportó el fuego a la tierra en un cañuto hueco, nártheex o ferula communis.

Por lo pronto, Zeus no pudo ya destruir al género humano (Esquilo asegura que tal fue su primer propósito) y, encolerizado, quiso castigar la desmesura o hybris, pecado capital de los griegos, en que había incurrido el titán, redentor prehistórico de los hombres.

6. No fue ésta la única transgresión de Prometeo. Recordemos que, según lo ha explicado la Introducción, cuando la disputa sobre la res sacrificada, quiso hacer sentir a los nuevos dioses, a los mozalbetes olímpicos, la superioridad y la experiencia de la vieja casta titánica, y engañó a Zeus —pesada burla—, forzándolo a aceptar la peor parte. Zeus consideró indigno de su grandeza el rectificarse y dejó instituido su error, dictando así el principio de los “grandes rotativos” modernos; pero de él podemos decir, como del rey en Homero: “Hoy cela su ira, mañana la ejecuta”. Tenía que sobrevenir el castigo.

7. Por si fuere poco, Prometeo era poseedor de un secreto terrible, verdadero nubarrón en los horizontes del cielo, y se negaba a revelarlo. Como en el caso de Metis, el Destino tenía previsto que, si Zeus llegaba a unirse con cierta diosa, engendraría un hijo capaz de destronarlo: el irritante amago que perturbaba incesantemente a todos los amos del Universo. Pero ¿quien podía ser esta diosa? Sólo Prometeo y su madre Temis sabían que era la Nereida Tetis. Y aunque tanto Posidón como Zeus aspiraban a los favores de Tetis —lo que ya era de por sí un peligro para la olímpica paz y el porvenir del régimen—, Prometeo se obstinaba en callar.

8. Hay más aún: el historiador Duris de Samos, un discípulo de Teofrasto, ha recogido en alguna parte la especie de que Prometeo pretendió hacer suya a Atenea, insolencia patente. Ignoramos los fundamentos de esta última acusación. Cualquiera de los anteriores cargos bastaba para el enojo de Zeus, aunque cada uno procede de tradición distinta.

9. Si Prometeo acumuló los agravios, también Zeus multiplicó sus castigos. Ante todo, encargó a Hefesto, su artífice, rival siempre mal avenido con el antiguo genio del fuego, que hiciera una mujer de barro. Atenea le infundió vida, y se encargó de vestirla y ataviarla. Las Gracias y Peitho —el espíritu de la Persuasión— la cubrieron de vistosas joyas. Las Horas o Estaciones la adornaron con las flores de la primavera. Afrodita le prestó sus encantos. Hermes la instruyó en ardides y astucias. Tal fue Pandora, “la de Todos los Dones”, la hembra fatal que había de seducir y perder al ingobernable Prometeo e invalidar para siempre a sus ridículos juguetes humanos.

Pero Prometeo vivía sobre aviso, y los dioses tuvieron por mejor que Pandora no lo afrontara directamente, sino que antes se presentara al incauto de Epimeteo. Pandora traía consigo una ánfora cargada con todos los males del mundo. Y aunque Prometeo había prevenido a su hermano que desconfiara de los presentes de Zeus, tarde se le hizo a Epimeteo para destapar el ánfora nefasta, de donde escaparon al punto cuantas calamidades hoy nos afligen. Sólo la Esperanza quedó en el fondo, preciosa ironía del cuento.

10. No paró en esto la venganza de Zeus. A una orden suya, Hefesto, asistido por los hijos de Éstix —es decir, por Cratos y Bía: la Fuerza y la Violencia—, condujo a Prometeo hasta una cumbre lejana, al parecer en lo alto del Cáucaso, y allí lo encadenó y lo clavó en una roca. Un águila enorme, hija de Tifón y de Equidna, le devoraba día a día las entrañas, especialmente el hígado, centro de las pasiones, que por la noche se rehacía para que el tormento fuera inacabable.

Así pasaron treinta mil años, nada menos; hasta que Héracles, de camino para el Jardín de las Hespérides, o en busca de las manadas de Gerión, rompió las cadenas de Prometeo, sea por propio impulso o por mandato de Zeus. Pues parece que Prometeo al fin se dejó doblegar, y entregó su secreto a cambio de su liberación. Como los griegos nunca se han de poner de acuerdo, siempre hay por ahí quien afirme que la revelación del secreto fue cosa de su madre Temis. Zeus había jurado por la Éstix (juramento inviolable) que Prometeo permanecería eternamente atado a la roca: para conciliar el conflicto, se lo hizo llevar en adelante un anillo con un fragmento de la roca engarzado.

Inútil añadir que Zeus, y aun Posidón por las dudas, renunciaron al cortejo de Tetis. Ésta, para mayor seguridad, tuvo que casarse con el mortal Peleo, rey de los mirmidones, matrimonio de que nacerá, tras otros hijos malogrados, —porque Tetis, no deseando prole mortal, los echaba al fuego conforme los daba a luz—, el héroe Aquiles.

Por lo demás, la murmuración mitológica pretende que ya Tetis, de suyo, había rechazado las proposiciones de Zeus, por lealtad y gratitud a Hera, de quien había recibido crianza. Pero las pretensiones de Zeus y de Posidón respecto a Tetis ¿pudieron mantenerse en suspenso durante los trescientos siglos que duró el silencio de Prometeo? Las medidas no son iguales para dioses y para hombres y, como solían decir los griegos, el desliz del pie de un gigante es carrera para un enano.

5

Las Edades Hesiódicas: Oro, Plata, Bronce, Hierro, y paréntesis de la Edad Heroica. Los Diluvios. Deucalión y Pirra; Ogigos.

1. La humanidad, entretanto, venía cruzando varias etapas de su remota evolución. Suelen llamarse las Edades Hesiódicas por el nombre del poeta que las describe. Estos pasajes de Hesíodo son el primer intento de una filosofía de la historia y admiten largas interpretaciones sociológicas, políticas y económicas. Aquí sólo nos incumbe su valor en la mitología.

2. Primero fue la Edad de Oro, “dichosa edad y siglos dichosos” inmortalizados en una página de Cervantes. Se la sitúa bajo el reinado de Cronos: incompatibilidad ya señalada con el mito de Prometeo, que asigna la creación del hombre a una época posterior.

Tregua transitoria y feliz de los elementos, imagen de la inocencia primitiva, en la Edad de Oro no había leyes ni legisladores, y todo era paz y ventura. Se ignoraba el mal y no existían las enfermedades. La Tierra ofrecía gratuitamente sus frutos, los árboles destilaban miel, los ríos manaban vino y leche. Nadie necesitaba trabajar para el sustento y se vivía en comunidad de bienes. No había armas ni guerras, ni hacía falta la navegación porque todo se encontraba en casa. Los hombres alcanzaban una larga vejez, y luego eran transportados en sueños al reino de los espíritus, desde donde hacían de invisibles guardianes para los supervivientes.

3. La Edad de Plata vino después, sin que los griegos nos expliquen, como lo explican los hebreos, a qué pudo deberse este menoscabo o primera degradación de la naturaleza humana. Los hombres aún eran vigorosos, la infancia duraba cien años, pero la seguían una efímera juventud y una muerte pronta. Los espectros de los muertos todavía podían rondar el mundo en calidad de demonios. La existencia se hizo más breve, porque Zeus acortó los veranos y extremó el rigor de los inviernos. Era menester buscar abrigo en las cuevas y era ya fuerza trabajar para sustentarse. La mala intención y la indolencia se iban extendiendo, se olvidaban los deberes piadosos. Dioses y hombres se disputaban sus respectivos privilegios. Aquí, como queda dicho, los hombres se vieron respaldados por Prometeo; o si se prefiere, aquí podemos insertar sin violencia las tradiciones sobre el robo del fuego y la definición de los sacrificios. Los funestos dones de Pandora comenzaron a obrar sus esperados efectos; y Zeus, finalmente, ordenó que la Tierra se tragara a la estirpe de la Edad de Plata.

4. La Edad de Bronce no se hizo esperar, y en proceso de decadencia creciente, condujo a la edad todavía más miserable que había de seguirla. Los frutos de la tierra ya no eran apreciados, y se prefería el alimento animal, con su horror de humores y sangre. Todos vestían de bronce y llevaban vida de combatientes, y el resultado fue que se aniquilaron entre sí en mutuas contiendas.

5. La Edad de Hierro, que sobreviene a continuación, ve desaparecer todas las bendiciones de antaño. La perversidad se ha enseñoreado del mundo. De aquí el “problema social” que provoca las lamentaciones de Hesíodo, quien no se consuela de vivir en época tan menguada. Ya era común destruir los bosques y cortar los árboles, para fabricar navíos y lanzarse a los mares en busca de locas aventuras. El suelo se repartió en propiedades privadas y fue codiciosamente escarbado, a objeto de arrebatarle el oro de las minas y el hierro que requerían las armas. La tierra era profanada con la sangre del crimen. Los dioses no querían ya frecuentarla, y uno a uno se habían ido encaminando a sus divinas mansiones. La última en emprender el vuelo fue Astrea, la Dama Estrella identificada con la Justicia, hija de Zeus y Temis, que aún vemos lucir en la constelación de Virgo durante las noches despejadas. —Tal vez —suspiraban los griegos—, tal vez vuelva un día, trayéndonos de nuevo las delicias de la Edad de Oro.

6. “Históricamente”, puede decirse que la Edad Heroica, la Edad Media griega que abarca desde el derrumbe de la cultura egea hasta la invasión doria, cabalga entre el Bronce y el Hierro. El hierro, esta maldición de la historia que decía Esquilo, apenas fue usado entre los guerreros de la Ilíada, y más bien se lo consideraba entonces como rareza y como material de labranza; pero será el arma por excelencia de los dorios, llamada, en virtud de su condición y baratura, a dominar el bronce de los magnánimos caballeros aqueos. Los hombres de esta edad, los héroes, representan un inesperado progreso: eran una raza más justa que las precedentes, si se exceptúa la inolvidable Edad de Oro; eran verdaderos semidioses. ¡Ay, perecieron en los sucesivos asaltos de Tebas y de Troya! Unos cuantos gozaron después de eterno reposo en las Islas Bienaventuradas.

7. Allá por las postrimerías de la Edad de Bronce —hasta donde cabe la precisión en lo impreciso—, Zeus, disgustado de los hombres,2 juntó en consejo a los Olímpicos para proponerles la completa destrucción de tan miserables criaturas, las cuales —dice Nietzsche— no pasan de ser unos animales enfermos. Fulminarlas a fuerza de rayos parecía imprudente. Este recurso, comparable a nuestra bomba atómica, orillaba al peligro de quemar el eje del Universo. Zeus optó por desatar lluvias torrenciales e inundar a la humanidad en un diluvio. El Noto o Viento Sur amontonó entonces sus negras nubes. Posidón azuzó sus legiones pluviales y encabritó las aguas.

Fue imposible evitar la destrucción de los pueblos. Prometeo no podía permanecer indiferente. Quiso asegurar la perpetuación de la raza humana. Y como al fin y a la postre había admitido por esposa a Pandora, una vez que el mal de su aparición estaba consumado, tenía de ella un hijo, Deucalión, cuya consorte era Pirra. Aconsejó a Deucalión que fabricase un arca donde ambos pudieran refugiarse. El arca resistió las tormentas y, cuando bajaron las aguas, vino a quedar depositada sobre la cumbre del Parnaso. Haga el lector todas las reflexiones que guste respecto al Diluvio griego y el Diluvio que los hebreos heredaron de los babilonios, y respecto a las semejanzas entre Deucalión y Noé.

Por lo demás, Deucalión y Pirra eran virtuosos y merecían salvarse. Así lo reconoció el propio Zeus, y resolvió protegerlos. Ordenó al Bóreas o Viento Norte que barriera presurosamente las nubes, mientras Posidón, con su tridente, pastoreaba mares y ríos para reducirlos a su cauce y límites anteriores. La Tierra fue recobrando su fisonomía, y otra vez resultó habitable.

La pareja humana, solitaria en mitad del mundo, imploraba a Temis. La voz de un oráculo se escuchó de pronto. Deucalión y Pirra recibieron orden de echar a andar desnudos, velado el rostro para ignorar lo que aconteciera, y arrojando por sobre sus hombros “los huesos de su madre”, es decir, las piedras de la Tierra. Prometeo, detrás de ellos y con una tea encendida, iba sollamando las piedras que sus hijos lanzaban. Las de Deucalión se transformaban en hombres; la de Pirra, en mujeres. El advenimiento de esta raza pétrea equivale a una segunda creación de la humanidad.

8. Nos queda la tradición de otro Noé griego y de otro Diluvio anterior al de Deucalión. Una de las puertas de la Tebas beocia se llamaba Ogigia, en memoria de Ogigos, esposo de Teba, que había reinado en la región antes de la llegada de Cadmo. Durante su tiempo, se supone que aconteció un primer Diluvio. Ogigos pudo salvarse por los presagios de la Estrella del Sur, que cambió de pronto de color, tamaño y ruta. Pero este Diluvio no alcanza, en la fábula, validez panhelénica, y las noticias son tan confusas que Ogigos pasa, a veces, por rey de Licia, o de la Tebas egipcia, o “de los Titanes”. Se cuenta que llegó al Ática más de mil años antes de la primera Olimpíada, o sea por el siglo XVIII. Este episodio tan incierto también se confunde con el de Deucalión.

9. Hemos presenciado, pues, varios intentos de acabar con el hombre o de rehacerlo: 1) La Tierra se tragó a los hombres de la Edad de Hierro; 2) los hombres de la Edad de Bronce se destruyeron a sí mismos; 3) durante la Edad Heroica, buena parte de los hombres desapareció en las dos guerras de Tebas y en la guerra de Troya. Según la saga troyana, Zeus resolvió provocar el conflicto de Troya ante las quejas de la Tierra, que no soportaba ya la sobrepoblación del mundo. Añadamos que, según Esquilo, Zeus meditaba ya en aniquilar a la raza humana, y sólo se detuvo porque Prometeo la robusteció con el singular presente del fuego. Así representa el folklore griego la terrible noción del arrepentimiento divino, común a muchos pueblos.

10. Al cabo de tantos azares y titubeos, se ha logrado la relación pacífica entre Zeus y los mortales. Pero ¿hemos acabado ya con la consolidación olímpica? Aún quedaban por delante nuevas empresas. Hay que presentarlas en algún orden. Guardémonos, sin embargo —insisto— de buscar aquí el encadenamiento de causas y efectos, o siquiera de antecedentes y consecuentes. Esta maraña de fábulas no obedece a las perspectivas racionales. Al contrario, el suceder mítico se desvirtúa conforme se enreda en la trampa del suceder histórico; no admite continuidad ni fechas. “Helena no tiene edad”, decía Goethe.

6

La Gigantomaquia. Sublevación de Tifeo. Alzamiento de los Aloades. Aloeo e Isimedia. Personalidad y hazañas de los Aloades Oto y Efialtes, niños gigantescos.

1. Zeus había extremado su crueldad para con los antiguos poderes. Gea, la Tierra, se manifestaba inquieta, se sentía agraviada. ¿Pretendía vengar a Urano, ella que había provocado su derrocamiento? ¿Le indignó el encarcelamiento de los Titanes sus hijos? ¿O el que Atenea hubiese dado muerte a Egis, uno de sus espantables engendros, por quien sentía piedad maternal? ¿O le ofendía que los Olímpicos diesen en burlarse de ella y del Tártaro? ¿O que prefiriesen los cielos y se alejasen cada vez más de la terrestre mansión? De todo hubo seguramente. Gea decidió dar de sí algunos monstruos que castigaran la dureza de Zeus. Estos monstruos fueron los Gigantes. Lo mismo podemos verlos como recién nacidos, o como recién libertados de su prisión subterránea y engendrados anteriormente por la sangre que derramó el mutilado Urano. Por ser producto de la Tierra, también se los llama Gegeneis.

2. El origen de los Gigantes es muy oscuro. O son fuerzas volcánicas o son los espíritus que las animan. Más que malvados, se muestran violentos, pues Grecia nunca conoció un verdadero Diablo o Genio del Mal. Por su carácter, recuerdan el salvajismo de los Cíclopes. En cuanto a su figura, además de su desmedida talla y su fuerza ingente, tenían haces de culebras en vez de pies humanos. Sus nombres son de estirpe griega: Agrios es “el Silvestre”; Feto, “el que echa a andar”; Ton, “el Veloz”; Hipólito, “el que da rienda a los caballos”; Efialtes, “el pesadilla”, etc. Parecen, pues, unas contrafiguras ya helénicas de los prehelénicos Titanes, salvo que éstos a veces fueron objeto de culto, como vetustos dioses nativos, y los Gigantes no pasan de ser imágenes míticas. Su rebelión es un movimiento reaccionario contra el nuevo régimen, o —racionalizándolo— un eco de las luchas entre los primeros ocupantes de Grecia y los invasores aqueos. Los Gigantes no eran inmortales, pero sólo podían morir bajo los golpes combinados de un dios y de un hombre.

3. La Gigantomaquia tuvo por campo de operaciones el incierto suelo de Flegra, no sabemos si en el istmo de Tracia, si en Arcadia, en los Campos Flegrios junto al Vesubio, o hasta en España según hipótesis posteriores. A fin de hacer invencibles a sus aliados, Gea hizo brotar cierta planta mágica. No contaba con que Zeus ordenaría al Sol, a la Luna y a la Aurora que la ocultasen cuidadosamente a la vista de sus enemigos; no contaba con que esta vez los dioses reclutarían el refuerzo de los humanos, todo lo cual les daba ventaja. Por lo pronto, Zeus llamó en su auxilio a Héracles, su portentoso hijo, cifra del vigor físico y de la paciente abnegación. Además, el nuevo régimen demostró una incontrastable superioridad estratégica, y los Olímpicos hicieron alardes de heroicidad y valor que han deleitado a los poetas. La intervención de Héracles (que derribaba con sus flechas a un gigante para que lo rematara Zeus con el rayo, Atenea con égida y lanza o Dióniso con el tirso) es un anacronismo y revela el carácter artificial y reciente de la Gigantomaquia, pues el nacimiento de Héracles es posterior a la creación de los hombres y al Diluvio de Deucalión.

Los Gigantes avanzaron arrojando peñascos e incendiándolo todo. Tras ardua lucha, quedaron definitivamente derrotados; a menos que entendamos las ulteriores erupciones volcánicas como últimas muestras de su rebelión, y el Paricutín sería, entonces, un Gigante no del todo vencido. Varios Gigantes yacen aplastados bajo las montañas y las islas. Atenea cubrió el cuerpo de Encélado con el territorio de Sicilia, por donde el insolente resuella la llamarada del Etna. Posidón desmembró la isla de Cos y con el fragmento que vino a ser el islote de Nísiro, enterró a Políbotes.

4. La Gigantomaquia muchas veces se confundió con la Titanomaquia, en parte porque duplica su tema, y en parte por la fortuna que gozó como asunto artístico. Es más atractiva y obvia la figura de un Gigante que la de un Titán, y el nuevo motivo ofuscó al motivo anterior.

5. Otro contratiempo más esperaba a Zeus, y tal fue la sublevación de Tifón o Tifeo. No es ella un mero incidente de la Gigantomaquia, aunque acomoda en la campaña de inconformismo suscitada por Gea. La sublevación de Tifeo, en efecto, se diferencia por dos rasgos característicos: el hecho de que Tifeo combatió a los dioses solo y sin aliados, y el que logró por mucho tiempo sostener una victoria ofensiva. Aun hubo rumores de que, en lo más recio de la brega, la corte olímpica, salvo Atenea, tuvo que refugiarse en Egipto, donde Zeus se disfrazó de carnero, Apolo de cuervo, Dióniso de chivo, Hera de vaca, Ártemis de gata, Afrodita de pez, Hermes de ibis. Lo cual no pasa de ser una “calumnia” inspirada en el afán de equiparar a los dioses griegos con los egipcios Amón, Hator, Tot, Isis, etc. (así como suele identificarse a Tifeo con Set, el enemigo de Osiris), o una patraña provocada por el deseo de explicar los atributos animales de ciertos dioses. Queda vivo el hecho de que Tifeo efectivamente supo amedrentar a los Olímpicos, como solamente lo harán Héracles en sus arrebatos irascibles, Atenea en naciendo, y Apolo en su primer mostración.

6. Conocemos ya a Tifón o Tifeo como hijo del Tártaro y de Gea, como esposo de la anguiforme Equidna, y padre de algunos monstruos zoológicos. Un himno homérico lo da por brote espontáneo de Hera, lo que mal se aviene con su función mítica, y tampoco cuadra con la exorbitante figura de Tifeo, impregnada de olor asiático.

Era Tifeo industrioso y hábil de manos, de pies infatigables, fortísimo y también gigantesco. Su cabeza, un racimo de cien cabezas de serpientes. Su voz, horrísona y atronadora. Ya hablaba la lengua de los dioses, ya mugía como un toro, o ladraba como una jauría, o bien lanzaba agudos silbos que repercutían en el eco de las montañas. Propias condiciones de un espíritu del viento, y que corresponden a su parentesco sísmico y volcánico, pues cierta teoría helénica atribuía las erupciones y los terremotos a los vientos encerrados bajo la corteza terrestre.

7. Los rayos olímpicos alejaron por algún tiempo al monstruo. Pero éste volvió a la carga y se fortificó en el monte Casio (Siria). Más aún, se atrevió a luchar con Zeus cuerpo a cuerpo. Usando de un arma cortante (hárpee), tal vez dotada de virtud mágica, como la que esgrimió Cronos contra Urano y la que esgrimió el héroe Perseo contra la Gorgona, Tifeo trozó a Zeus los tendones de pies y manos y lo encerró en la caverna Coricia (Cilicia). Delfina, otra mujer-serpiente, puso a buen seguro los tendones de Zeus, que así se vio reducido a la impotencia. Al fin Hermes y Egipán (una hipóstasis de Pan el caprípedo), descubrieron el escondite y lograron sustraer los preciosos miembros, mientras el héroe Cadmo, bajo la inocente traza de pastor, distraía a Tifeo con los aires de su flauta silvestre.

Una vez restaurado, Zeus se remontó al cielo en su carro volador y comenzó a descargar sobre Tifeo las baterías de rayos, obligándolo a replegarse hasta el monte Nisa. Allí las Moiras lo cercaron solícitamente y le dieron a comer carne humana, alimento impropio para el monstruo que, sometido a esta dieta antinatural, se debilitaba por instantes. Pero todavía resistió con bravura, internándose por los vericuetos de Tracia. La sangre que vertía a chorros dio su nombre al monte Haimos (háima), macizo balcánico.

Los griegos occidentales de Italia (que, por lo demás, siguen aquí a Píndaro), empeñados en transportar a su nuevo hogar las leyendas de la metrópoli, lo hacen acabar sus días en Sicilia, donde, por contaminación con el mito del gigante Encélado, lo suponen sofocado bajo el peso del Etna. Así lo entendieron Juan de Mena y Góngora, siguiendo a Ovidio. Pero la tradición ortodoxa toma otros dos rumbos: o lo sotierra bajo los montes Arimos, cuyo sitio se ignora y que falsamente se identifican con la isla Inarima (Enaria o Isquia, frente a Campania), o más generalmente se conforma con hundirlo en el Tártaro. Allí Tifeo se mantiene vivo y goza de cierta libertad, puesto que allí engendra, en el seno de Equidna, a su repugnante prole animal y a los vientos tempestuosos. No al Noto y al Céfiro, por supuesto, que son vientos de ascendencia divina.

8. La última amenaza seria contra Zeus fue el alzamiento de los Aloades o hijos de Aloeo (¿“el Disco”, “el Trillador”?) aunque su madre Ifimedia se jactaba de que el verdadero padre de estos gallardos mozos no era Aloeo, sino Posidón. Poco sabemos de Aloeo. En cuanto a Ifimedia, la imaginación de los comentaristas ha adornado su historia. Se le atribuye el haber dado los primeros pasos para seducir a Posidón, asomándose diariamente por las playas y echándose agua en el seno a fin de llamar la atención del dios marino. O se asegura que su verdadero amor era el río Enipeo, cuya apariencia asumió Posidón para obtener sus favores (lo que también se cuenta de Tiro, madre de Pelias y Neleo). Otros mantienen que los Aloades eran hijos de Gea, donde las autoridades modernas creen ver la relación de este mito con alguna Madre terrestre de Anatolia. En todo caso, la Tierra los crió y los hizo gigantes.

9. Los Aloades eran dos gemelos, Oto y Efialtes, los mayores y más hermosos hombres que vio el mundo si se exceptúa al cazador Orión, pues a los nueve años medían nueve codos de ancho y nueve brazas de altura. Crecían nueve pulgadas por mes y siete pies por año. Cuando decidieron dar la batalla a los dioses, pensaron que lo más acertado era escalar el cielo. Para esto les hubiera bastado encaramar sobre el monte Olimpo el monte Osa, y encima todavía el monte Pelión, contando con la ventaja de su estatura en incesante progreso. Era menester atajarlos antes de que llegaran a edad adulta. Apolo los acribilló con sus flechas cuando aún no criaban el bozo.

Pero ya habían mostrado de lo que eran capaces, pues ataron al propio Ares y lo encerraron en un jarro de bronce durante trece meses, al cabo de los cuales el dios estaba ya extenuado. Fue menester toda la astucia de Hermes para librarlo de este trance. Hermes rompió las ataduras y lo sustrajo sigilosamente de la prisión, a ruegos de Eribea, la segunda esposa de Aloeo y madrastra de la pareja.

10. Tal es la esencia de la historia. Pero los aditamentos de los antiguos mitólogos merecen recordarse. Según ellos, la animadversión de Oto y Efialtes contra los dioses proviene de que los muy gigantones querían desposarse nada menos que con Hera y con Ártemis, lo que da idea de su osadía y su precocidad; y su animadversión contra Ares proviene especialmente de que Ares, en forma de jabalí, dio muerte a Adonis, confiado por Afrodita a la guarda de los gemelos: variante al parecer muy tardía.

Unos aceptan que ambos murieron a manos de Apolo; unos aseguran que a manos de Apolo y Ártemis. Quiénes afirman que Ártemis, bajo la forma de una cierva, pasó entre ellos a todo correr y, como ambos dispararon a la vez sus arcos, se mataron el uno al otro, pues de otro modo no podían morir. Enviados al Tártaro, se les ató de espaldas a una columna, y no con cadenas ni lazos, sino con serpientes, y se les sometió a mil torturas. Pues el Tártaro era una prefiguración del Infierno, destinado, mucho más que a los pecadores comunes, a los que agraviaban o desacataban a los dioses.

Como Efialtes se llama también el Titán de la Pesadilla, y como la pareja de los Aloades muestra resabios de divinidad desvanecida, ciertos mitólogos quieren ver aquí un caso más de dioses vetustos rebajados por la religión vencedora a la categoría de demonios.

Oto y Efialtes, en efecto, disimulan, bajo el mito de su rebelión, algunos borrosos rasgos de genios benéficos, fundadores de ciudades, amigos y adoradores de las Musas, a las que erigieron varios altares. Sus tumbas eran veneradas en Antedón (Beocia), aunque Creta pretendía guardar los restos de Oto. Naxos les consagró un culto heroico. Sus hazañas se extienden por Tesalia, Beocia y Naxos, donde recobraron a su madre Ifimedia y a su hermana Pancratis, que habían sido víctimas de un rapto. Ifimedia era adorada entre los carios, y ella y Pancratis son conocidas como ayas del niño Dióniso, que por cierto era una devoción especial de Naxos.

11. Vencido el último alzamiento, la historia ulterior de Zeus se reduce a sus intervenciones en pro o en contra de tal o cual dios, de este o del otro mortal.

Hemos visto, pues, sucederse a Urano, a Cronos y a Zeus. Más tarde, hemos visto consolidarse el poder de Zeus a través de varios episodios: 1) la Titanomaquia; 2) las veleidades de la Familia Olímpica; 3) las reyertas con el género humano, sus destrucciones o mermas sucesivas (catástrofe de la Edad de Plata, guerras del Bronce, los Diluvios, dos guerras tebanas y una guerra troyana); 4) la Gigantomaquia; 5) el levantamiento de Tifón, y 6) la rebeldía de Oto y Efialtes. Con esto damos término a la descripción de los orígenes. Corresponde ahora examinar la gradual definición de la Familia Olímpica, llamada a gloria imperecedera.