Los doce dioses. Grandeza y bajeza de Posidón. Su rencor a los troyanos. Su consorte Anfitrite. Su descendencia legítima. Tritón. Los amores de Posidón. Los caballos sobrenaturales: Pegaso y Arión. Mito de Escila. El bastardo Anteo. Quione y Eumolpo. Disputas de Posidón con Atenea y con Hera. El primer caballo, Escifio. El toro de Minos y otros monstruos. Posidón y el muro de los aqueos.
1. Forman la Familia Olímpica los Doce Dioses principales, suerte de canon que se define poco a poco en los siglos históricos. Estos dioses son generalmente: Zeus, Hera, Posidón, Deméter, Apolo, Ártemis, Ares, Afrodita, Hermes, Atenea, Hefesto, Hestia. Consta en Aristófanes que se solía jurar “por los Doce”. O este número tuvo algún sentido sagrado, o corresponde a la dedacópolis o conjunto de doce ciudades jonias del Asia Menor, o a los doce meses del año; o bien, según las nociones caldeas que Platón heredó de Eudoxo, la cifra se inspira en los doce signos del zodíaco.
En Olimpia se agrupó a estos dioses por parejas, y a cada pareja se consagró un templo. En Ática, se los adoró en el templo de Pisístrato, plantado en el ágora, y que se usaba como punto de arranque para medir las distancias. En el friso oriental del Partenón aparece un grupo de los Doce que, en cierto modo, presidía las fiestas Panatenaicas; pero Hestia —acostumbrada, como diosa hogareña, a quedarse en casa mientras los demás concurrían a sus celebraciones—, ha cedido el puesto a Dióniso, a quien parecía indispensable darle sitio por el desarrollo de la tragedia que él aposentaba en su teatro vecino.
Según el matiz de los cultos locales, la lista canónica de Eudoxo sufre algunas alteraciones de lugar en lugar. Así, en Olimpia, los titanes Cronos y Rea, y Alfeo, el dios fluvial, sustituyen a Hefesto, a Deméter y a Hestia. Platón, reformista teórico, propone dedicar un mes a cada una de las tribus de su Estado ideal, y asigna a Plutón (Hades) el último mes, incorporándolo en los Doce, para que, junto a los dioses celestes, haya también una deidad subterránea, de modo que el culto abarque el Universo. Alejandro, como símbolo y síntesis de los ideales helénicos, erigió un sagrario a los Doce en la India, al extremo más oriental de sus expediciones conquistadoras.
2. En el gobierno olímpico de los Crónidas, después de Zeus toca el turno al dios Posidón. La etimología lo llama “el Señor de la Humedad”; la poesía, “el Amo del Terremoto”, pues si una teoría explicaba el sismo por las sacudidas del viento subterráneo, otra lo explicaba como efecto de las corrientes de agua interiores.
Cuenta Pausanias que, así como Rea hizo tragar a Cronos una piedra en lugar del Zeus recién nacido, al que ocultó en un antro, igualmente ocultó al recién nacido Posidón entre una manada de carneros que pacían junto a la surgente Arne, verdadera Fuente-Ovejuna de la mitología clásica, y en su lugar hizo tragar un potrillo al artero Cronos. Lo que de una vez relaciona a Posidón con ambos animales. Veremos las consecuencias de esta relación al tratar de los Argonautas y el Vellocino de Oro.
La mitología y el arte representan a este dios armado siempre del tridente, a cuyos envites solía estremecer la tierra, y le prestan una apariencia levemente menos majestuosa que la de Zeus. Su edad es la plenitud viril, la acmé. Su fábula lo denomina hippios, Dueño de las Caballerías, como si quisiera referir los galopes al rodar y al tumbo de las olas, ya que su dominio es el mar; pero, en realidad, a causa del culto especial que mereció entre los caballistas tésalos. A veces, se le sacrificaban caballos; a veces, asume la forma del caballo en sus múltiples aventuras, o él mismo engendra corceles de condición sobrenatural.
En su persona se funden algunas deidades marítimas de procedencia extranjera —como aquella que vino a ser el Osogos cario— con los rasgos de alguna deidad más bien terrestre, deidad de los vientos, los torrentes y los terremotos.
Es de creer que esta deidad acompañaba a los invasores del norte, quienes entraron por Grecia a pie enjuto y no traían consigo un dios de los mares.
A diferencia del ecuóreo Nereo, que parece la serenidad misma, Posidón es irascible, hasta vengativo y enconado, y muestra alguna semejanza con los Titanes; con Briareo, por ejemplo, que de repente pasa por su yerno o su hijo.
Dotado de incontrastable vigor, cuando, en la escaramuza de los dioses provocada por la guerra de Troya, desciende precipitadamente del cielo, Hades teme que rompa la bóveda de la tierra, el techo de su profunda mansión. Dotado de agilidad única, recorre de cuatro zancadas la distancia entre Samotracia y Egea o Egas, lugar ignoto donde tiene su submarino alcázar.
Es agente plástico de la tierra, y en la geología queda el rastro de sus caprichos, ora benéficos o perjudiciales. Modela la cara de Grecia con su tridente, como un escultor con su cincel. Si en la Gigantomaquia desmiembra la isla de Cos para sepultar a Políbotes bajo la roca de Nísiro, lo mismo desahoga el valle de Tesalia, abriendo por entre el Osa y el Olimpo el paso del río Peneo, o mueve las inundaciones a su albedrío.
Los romanos, que carecían originariamente de un dios marítimo y apenas comenzaron a fabricar navíos hacia el siglo III, vísperas de la primer Guerra Púnica, lo identificaron, no sin violencia, con Neptuno, su oscuro geniecillo acuático.
3. En Homero, la fisonomía de Posidón es ya inconfundible, conocida y de relieve cabal, y el dios aparece como partidario de los aqueos, aunque refrenado por el temor de desagradar a su augusto hermano. Algunas razones tendría su parcialidad por los aqueos, pues la conducta de Posidón es previsible como la de una catapulta. No cuesta mucho averiguarlas:
Laomedonte, padre del rey Príamo que aparece en la Ilíada, había contado antaño con la ayuda de Posidón y de Apolo para levantar los muros de Troya; pues, a causa de cierta infracción —ya conocemos las pasadas veleidades de la Familia Olímpica—, Zeus impuso a ambos dioses como castigo el servir a las órdenes de un mortal. (Por cierto que, según Píndaro, parte de la obra quedó en manos del héroe Eaco, abuelo de Aquiles, y fue naturalmente el punto más endeble de la fortaleza, que un día derribarán los aqueos.) Pero Laomedonte, poco puntual en sus contratos —como lo averiguamos también por su incumplimiento para con Héracles, a quien defraudó más tarde—, se negó a pagar a los dioses el salario debido, lo que explicaremos al contar la saga de Troya. Apolo se olvidó del agravio y, ya cuando la Guerra Troyana, es un decidido protector de los sitiados y del caudillo Héctor. Pero Posidón, en cambio, guardó su inquina contra toda la descendencia de Laomedonte.
La saña con que, en el poema homérico, persigue a Odiseo y a sus compañeros, acaba de darnos la medida de su carácter vindicativo e iracundo.
4. La consorte de Posidón es Anfitrite (nombre minoico o anatolio), pálida diosa que recibió un culto ocasional semejante al de las Nereidas, de quienes suele considerársela hermana o madre. ¿Por qué no imaginarla como una “mamita”, hermana mayor que ha tomado cuenta de la casa y enseña a peinarse a las pequeñas?
Esta pareja olímpica es un paralelo algo atenuado de la pareja que forman Zeus y Hera: él es mujeriego, ella celosa. Dudamos de que Anfitrite haya sido feliz en su matrimonio, dado el mal genio y los deslices de su marido, a lo que debe añadirse que se casó forzada. El incontenible Posidón la perseguía, y ella se refugió al lado de Océano o de Atlas. No faltó quien la descubriera, y fue el Delfín en que cabalgaba Posidón, al cual éste recompensó después transformándolo en la constelación que se ve lucir junto al Águila, preciosa miniatura estelar.
5. Los hijos de Posidón y Anfitrite fueron Tritón, Bentesícime (Ola de Altura) y Roda o Rodos, ninfa de Rodas a quien otras versiones presentan como hija de Helios y Afrodita, de Helios y Anfitrite, o de Posidón y Afrodita. Cimopolia, otra hija de Posidón, la que se desposó con Briareo, ¿era legítima o bastarda? No averigüemos demasiado. Con excepción del primero, estos vástagos resultaron gente muy secundaria.
Tritón es un ser bien caracterizado, hombre hasta la cintura, y pez de la cintura abajo. Estos híbridos tienen singular destino mitológico: a veces se habla de uno, a veces de varios, en que se incluyen varones y hembras. El nombre de Tritón recuerda el nombre de su madre, y su figura nos hace pensar en el Dagón del Antiguo Testamento. Se lo confunde con Nereo y con Proteo. El arte aprovechó con frecuencia su alto valor decorativo, y lo representa soplando su caracola marina.
Lo que sobre él pudieron contar los navegantes griegos por desgracia se ha perdido para nosotros. Pero los poetas han salvado tal o cual episodio. Sabemos así que, cuando los Argonautas partían de Libia, en aquel su derrotero laberintoso, Tritón recogió del suelo un terrón y lo puso en manos de Eufemo, dándole a entender que los Eufémides serían los futuros amos y pobladores de la región. O Eufemo arrojó el terrón al mar, o se le cayó en la travesía. Entonces se vio brotar la isla de Tera, la cual, en efecto, fue más tarde colonizada por Teras, descendiente de Eufemo, y se desarrolló de tal suerte que a su vez envió una colonia a Cirene, costa de África. Este Tritón, a quien también llaman Eurípilo, pudo ser un dios local de Libia, adorado por los alrededores del lago Tritonis.
Otra leyenda de Tritón es de sabor helénico indiscutible y ha sido recogida en Tanagra: Un grupo de mujeres se purificaba en el mar para los ritos dionisíacos. Hijo de tal padre, Tritón se lanzó de pronto sobre ellas. Dióniso en persona tuvo que sujetarlo, o bien las mujeres mismas lograron embriagarlo y lo degollaron.
No era buen sujeto. Virgilio cuenta que ahogó a Miseno, sólo porque éste se atrevió a proponerle una competencia de trompeta. El gran tañedor de caracola lo consideró un agravio mortal.
6. Fuera de la vida conyugal, Posidón tuvo sus escarceos. Ya hemos visto que cortejó a Tetis, sin dársele un ardite que su rival fuera el propio Zeus. Ya hemos visto que los niños gigantescos Oto y Efialtes bien pudieron ser sus bastardos. También tuvo amores con Tiro, hija de Salmoneo el Mago, en quien engendró a Pelias —usurpador de su hermano Esón en el trono de Yaolcos— y a Neleo, el padre de Néstor.
Una vez lanzado, Posidón no reparaba en menudencias, y sus aventuras lo llevan a aliarse aun con el mundo de los monstruos. Desde luego, engendró, en la horripilante Medusa, a Pegaso, el caballo alado, y a Crisaor, el de la espada de oro. Se discute si no fue el verdadero padre de las Arpías. En todo caso, en una de las Arpías engendró a Arión —el Veloz—, otro caballo alígero. Arión permitió a Adrasto escapar indemne, cuando sus fuerzas quedaron derrotadas a las puertas de la Tebas beocia, y había sido montado antes, sucesivamente, por Copreo, rey de Haliarto (¿genio agrícola, abono del suelo según su nombre?) y por el infatigable Héracles. Los arqueólogos objetan que por aquel tiempo en Grecia el caballo sólo se usaba como bestia de tiro, y que el cabalgar vino después, por imitación de los guerreros asiáticos. Pero ¿cuándo la mitología hizo caso de los arqueólogos?
El relato más aceptable quiere que la madre de Arión haya sido Deméter, a quien Posidón, como solía, hizo suya por la violencia. Por aquellos días, en efecto, Deméter es la Deméter Erinis, la Furiosa. Llorosa y desesperada, recorría la tierra en busca de su hija Perséfone, raptada por Hades (luego era el invierno, según la racionalización del mito), y no estaba para requiebros. Asediada por el dios, se convirtió en yegua y echó a correr por las llanuras de Arcadia. Posidón le dio alcance muy fácilmente, a su vez mudado en garañón. ¿Qué mucho si su hijo salió caballo? ¿No hemos visto que pasó otro tanto a Cronos con Fílira? Pero el fruto de la unión entre el dios marítimo y la diosa terrestre no resultó un hijo, sino una pareja, salvo que no podemos revelar el nombre de la melliza por ser un secreto de los iniciados en los Misterios de Deméter.
Así lo contaban los de Telfusa. En Figalia hay otra variante: Una Deméter con cabeza de yegua negra —propia exorbitancia, caso único en la mítica griega, nada aficionada al zoomorfismo permanente de los dioses mayores, a diferencia de lo que acontecía en Egipto—, tuvo de Posidón una hija llamada Despoina, “el Ama”, nombre que también se aplica a la reina del mundo inferior, Kora o Perséfone.
Otra vez, Posidón se encaprichó por Escila, hija de Forcis y Hécate (o de Forcis y Crataís). Y aquí encontramos una manifestación de los celos de Anfitrite, no menos feroces que los de Hera. Anfitrite, para vengarse, envenenó con ciertas yerbas el baño de Escila, la cual quedó metamorfoseada en un ser espantoso, rodeado por un collar de cabezas de perro. La pobre se refugió en una cueva, tal vez situada por el estrecho de Mesina, donde se consolaba filosóficamente de su desgracia devorando a cuantos navegantes se le acercaban. Dicen que era un escollo, que era un remolino o algún otro obstáculo del mar. Odiseo, en su viaje de regreso, escapó a sus garras a fuerza de proezas y sacrificios.
7. Se atribuyen a Posidón muchos bastardos, la mayoría de tan mala índole como el padre, a menos que el ilustre Teseo y el cazador Orión figuren también en la cuenta. Uno de los más notables fue sin duda el gigante Anteo, hijo de Gea. Pues aunque Posidón, combatiente destacado contra los Gigantes, no siempre estaba a bien con su abuela y la trataba a empellones —al fin Señor del Terremoto—, otras veces, como Señor de la Humedad, también la acariciaba y fertilizaba, de donde se lo llamó “Fitalmio”, el que hace crecer las plantas. (Según cierta hipótesis, el nombre mismo de “Posidón” significa “esposo de la Tierra”, posis Das.) Era Anteo un ser invencible, y cobraba multiplicado vigor a cada contacto con la Tierra su madre, cada vez que caía al suelo. Héracles, que lo advirtió, opuso el ingenio a la resistencia material de su contrincante, y logró levantarlo en vilo y estrangularlo.
Alcione, una de las Pléyades, dio varios hijos a Posidón, colonizadores de los litorales: los héroes marítimos Hirieo o Urieo —fundador de Hiria o Uria, costa beocia—, Hiperenor, Hiperes y Antas; además, Etusa, la que por obra de Apolo concibió a Eleutero, el poblador de Eleutera. Celeno, hermana de Alcione, tuvo de Posidón tres hijos: Nicteo, Liceo y Eurípilo. (Adviértase la confusión con “Eurípilo”, el Tritón libio.) Como la salida y puesta de las Pléyades interesan al calendario naval, estos amores de Posidón con Alcione y Celeno han sido objeto de obvias interpretaciones.
Recordemos, por último, la triste historia de Quiones —la Muchacha Nieve—, hija de Bóreas y de Oritia. Quione se dejó seducir por Posidón y, avergonzada de su falta, arrojó al mar al recién nacido. Es decir, que el propio Posidón pudo rescatarlo, puesto que lo recibió en sus brazos. Tal fue el héroe Eumolpo, de quien se jactaba de descender la familia sacerdotal de los Eumólpidas, en Atenas.
Los amores de Posidón con Teofane serán referidos a propósito de los Argonautas.
8. No es ésta la única relación ateniense de Posidón, lo que nos lleva a otro aspecto de su mito. Recordemos que Posidón y Atenea se disputaron un día el padrinazgo del Ática. Como unos oficiales de arte que se presentan a la prueba, cada uno creó un portento. Posidón, a un golpe de su poderoso tridente, abrió la roca del Acrópolis e hizo surgir el primer caballo conocido, Escifio. Otros aseguran que simplemente hizo brotar una salina. Como el Tajo de Rolando se admira en las montañas de Roncesvalles, así los viajeros admiraban, bajo el pórtico del Erectión, la huella de esta hazaña. Por su parte, Atenea, de un bote de lanza, dio nacimiento al primer olivo, tan fundamental e importante para la economía de Atenas, pueblo de aceiteros. El dictamen recayó en favor de Atenea.
Posidón no se resignó, y manifestó su disgusto inundando el valle de Triasia. Los dioses lograron reconciliarlo con Atenea. Y ésta, siempre generosa, no tuvo reparo en que el Ática también venerara a su rival, aunque de cierta manera accesoria y confundiéndolo más o menos con Erecteo. Cuando los persas saquearon a Atenas, quemaron el sacro olivo del Acrópolis. Recobrada la ciudad por los atenienses, el olivo volvió a crecer con rapidez maravillosa —dos codos en el primer día—, y todavía se mantenía floreciente en tiempos del emperador Adriano, siglo II de nuestra Era.
9. Posidón se manifestaba frecuentemente inconforme con la repartición de los cultos. También disputó a Atenea la devoción de los trezenios. Zeus tuvo que dividir entre ambos la jurisdicción espiritual de Trezena. Posidón ganó el culto de Basileo o Rey; Atenea fue honrada como Sthenias o Poderosa, y como Políos o Señora de la Ciudad. Pero, en tanto que se decidía la querella, Posidón esterilizó los campos con sus aguas saladas, y sólo les devolvió la fertilidad cuando se le concedieron los honores que reclamaba. Los trezenios, para halagarlo, lo llamaron en adelante “Fitalmio” o Fertilizador.
En Petra, operó su sortilegio habitual, que era hacer brotar caballos de las rocas, y se lo veneró como “el Pétreo”, a cambio de lo cual concedió la feracidad a los antiguos eriales del contorno.
10. También entabló controversia para arrebatar a la propia Hera la advocación de la Argólide. Ínaco y sus jueces fallaron en favor de la diosa nativa, pues Hera estaba allí en sus dominios prehelénicos. Entonces Posidón, como lo sospecha el lector, inundó las tierras. Hera consiguió apaciguarlo. Y los argivos, para desarmar su rencor, le alzaron el templo de Posidón Proclistio, o Señor de las Inundaciones. Como arrebataba las hembras, así se adueñaba el dios de los cultos que le convenían. En lo que puede verse un rastro más de la lucha entre los antiguos cultos locales y la nueva religión importada.
11. Adelantaremos una referencia sobre el más extraordinario de los cultos cretenses, para que se vea cómo Posidón no sólo era capaz de engendrar caballos. Minos le pidió manifestarse de algún modo en favor de sus pretensiones al trono de Creta, y al punto Posidón hizo brotar de las aguas un estupendo toro. El rey Minos no quiso sacrificar el toro a su hacedor. La venganza de Posidón fue abominable: enloqueció a la reina Pasifae o Pasife, la hizo enamorarse del toro, y de aquí nació el Minotauro, el hombre cornúpeta cuya fábula, relacionada con Teseo, conoceremos más tarde.
Por lo demás, Posidón comparte con los otros dioses la facultad de suscitar monstruos a su albedrío, y cuando riñó con Laomedonte por las razones que ya sabemos, lanzó sobre Troya un monstruo con encargo de apoderarse de la princesa Hesione, al que Héracles tuvo que dar muerte; así como Ártemis, en su agravio, lanzó sobre los campos del rey Eneo al Jabalí de Calidón.
12. Por si las anteriores historias no bastaran para conocer el carácter envidioso y descontentadizo de Posidón, veámoslo, en la Ilíada, contemplar con desconfianza y resquemores el muro defensivo que los aqueos alzaron para protección de sus flotas, con ser los aqueos sus preferidos. ¡No fuera ese muro a competir, a ojos de la posteridad, con los muros de Troya, antaño levantados por él mismo y por el dios Apolo! Semejantes sentimientos —le recriminó Zeus con harta razón— son indignos de todo un dios; y para dejarlo conforme, y para mayor desesperación de los arqueólogos futuros, le dio permiso de derribar y barrer el muro aqueo en cuanto acabara la campaña.
Hades, su persona y su imperio de sombras. El rapto de Perséfone-Kora, su consorte. Pasión de Deméter. Demofonte. El ciclo de las Estaciones. Triptólemo. Yasión y Deméter. Los Misterios. La trinidad eleusina y Yaco.
1. Hades, Aidoneo o Plutón es el dios subterráneo por excelencia. No habita el Olimpo, sino algún lugar indefinido que también llegó a llamarse el Hades (nunca en los tiempos clásicos), donde reina entre los espectros de los difuntos. Tenido como inexorable —no como malvado, pues es siempre justo, aunque severo—, se lo nombra con eufemismos: “Hades” o “Aidoneo” viene a ser “el Invisible”; y “Plutón”, “el Rico”, acaso por los tesoros que la tierra esconde en su seno. También lo llamaron “Zeus Infernal”, “Polidegmón” u “Hospitalario”, “Eubuleo” o “el del Sabio Consejo”, y con otros términos adulatorios. El griego se vale de rodeos para hablar de la muerte; mejor que “el difunto”, dice “el desaparecido”, “el que se nos fue”; y en los testamentos, emplea fórmulas atenuantes: “Todo va bien, pero he aquí mi última voluntad por si algo acontece”. Así los romanos dirán, en sus epitafios: Migravit ad plures, fórmula de elegante elisión.
El arte representó a Hades pocas veces, siempre bajo la apariencia de un Zeus siniestro. Hades sólo tuvo culto en la Élide, donde era “Clímenos” o “el Famoso”.
Los romanos, que no tenían dios de la muerte o lo tenían olvidado, adoptaron al Plutón griego, y a veces lo llamaron simplemente Dis, abreviatura de Dives.
2. El episodio principal de su mito es su matrimonio con Perséfone o Kora, también llamada Persefata o Persefasa, que es la Proserpina de los romanos y que reúne en sí los caracteres de una diosa de los muertos y una diosa de la fertilidad. En esta última función, es doble figura, rejuvenecida, de su madre Deméter; si bien la galantería artística de los griegos las distingue, en la pintura y en la escultura, más por la talla que por la edad. (Por lo demás, el arte griego comenzó representando a los niños como adultos pequeños: en general, los niños sólo adquieren rasgos infantiles con el arte helenístico.) El divino matrimonio fácilmente concilió las nociones de la mortalidad (Hades: Perséfone) y del renacimiento perpetuo (Plutón: Kora).
3. Kora, virgen de singular belleza, vivía escondida en Sicilia, centro del culto consagrado a ella y a su madre (las Venerables por antonomasia), donde ésta creía tenerla a salvo de acechanzas. Pero Hades decidió tomarla por esposa, y obtuvo el consentimiento de su hermano Zeus, padre de la muchacha. Como a Deméter, en cambio, no le contentaba un yerno tan sombrío y adusto, Hades echó mano de la maña y la fuerza. Sobrevino el caso según el tipo antropológico del matrimonio por rapto, tan frecuente en los mitos. Veamos cómo aconteció:
Hena, remota sede de la diosa cereal, se preciaba de haber dado cuna a Deméter y a Kora, y pretendía que aquélla había hecho crecer en su suelo las primeras espigas. Y seguramente que en Sicilia,
de cuyas siempre fértiles espigas
las provincias de Europa son hormigas,
—como dijo Góngora— existía de antiguo el culto de alguna diosa de la vegetación. La infancia de Kora discurrió en Hena. Cierta vez que la muchacha jugaba en el campo con unas doncellas o ninfas, y se divertía cortando rosas, azafranes, violetas, lirios, jacintos y narcisos, Hades hizo brotar del suelo una flor maravillosa, “el narciso de cien cabezas”. Kora la arrancó. Al instante se abrió la tierra bajo sus plantas, y en lo hondo la recibió Hades en su carro ya uncido y dispuesto para emprender la carrera. A pesar de su resistencia, fue así arrebatada hasta el mundo inferior. Al desaparecer, Kora lanzó un grito desgarrador.
Deméter, que había oído el grito de su hija, la buscaba en vano. Encendió dos teas en el fuego del Etna (de donde puede proceder la costumbre nupcial de que la madre acompañe con dos teas encendidas a su hija recién casada hasta el hogar de su esposo), y se puso a recorrer el mundo; pero Kora no aparecía. Los dioses, por orden de Zeus, callaban ante los lamentos de aquella mater dolorosa. La Tierra compartió su duelo; la vegetación se marchitó, y el hambre cundía por todas partes: de aquí el invierno.
Ante el silencio de los dioses, Deméter, indignada, abandonó el Olimpo y siguió sus peregrinaciones. En su dolor, olvidó el cuidado de su persona y hasta se dejó envejecer. Al cabo de nueve días, el Sol, Helios, testigo ocular de cuanto sucede en el mundo, reveló a la afligida Deméter quién era el raptor de su hija y dónde la había ocultado. (Apolodoro dice que la delación se debe a los vecinos de Hermione; Ovidio dice que al río Alfeo.) Por su parte, Hécate había escuchado los gritos de la raptada, pero no había presenciado el caso.
4. Andaba Deméter en traza de anciana menesterosa por los alrededores de Eleusis, y descansaba junto al pozo Partenio (o de las Vírgenes), cuando las hijas del rey Celeo (o Eleusio), movidas de compasión y sin reconocer en ella a una diosa, se le acercaron y la llevaron consigo a su palacio. La reina Metanira la recibió como nodriza de Demofonte, su hijo.
Yambe (o Bambo), una sirvienta de palacio, logró que Deméter olvidara un poco sus aflicciones, a fuerza de chistes y jugarretas un tanto obscenas (de donde “Yambo”, el verso satírico); y la diosa poco a poco recobró la sonrisa y el buen humor. (El tema de las travesuras pasó luego al ritual de los Misterios Eleusinos. El uso de los chistes inconvenientes inspira la comedia desde sus remotos orígenes y aparecen también en la fábula de Héracles y los Cércopes.) Aunque Deméter rechazaba siempre el vino que le ofrecían, al fin aceptó unos tragos de cierta bebida, el kykeón, aderezada de poleo y harina, que vendrá asimismo a ser la bebida ritual de los Misterios. Ya se ve que estas fabulaciones a posteriori tienen por fin explicar las prácticas hereditarias cuyo significado original se ha perdido.
Consagrada ahora a la crianza de Demofonte, Deméter decidió comunicar a éste algunos privilegios divinos. Lo untaba de ambrosía y, por la noche, lo acrisolaba al fuego para darle la inmortalidad. Los padres la sorprendieron. Metanira, aterrorizada, lanzaba gritos de espanto. No queriendo pasar por una vulgar hechicera, Deméter abandonó en el suelo al niño y, reasumiendo su aspecto propio, reveló su identidad de diosa. Parece que el niño, en el tumulto, fue consumido por las llamas. Deméter ordenó entonces que Eleusis instituyera un simulacro anual en memoria de Demofonte, y un culto especial consagrado a ella misma, a cambio de lo cual ofreció transmitir sus secretos místicos a quienes se iniciaran en sus Misterios y proteger siempre a la población.
5. Al fin fue posible reconciliar a Hades y a Deméter. Pero, en adelante, Kora sólo pudo permanecer al lado de su madre una parte del año (una mitad, o un tercio), y el resto del año debió regresar al lado de su infernal esposo; pues había comido ya a la mesa de Hades algunas pepitas de granada, lo que creaba un vínculo indisoluble con el mundo inferior. Y así se explica el ciclo de las estaciones: cuando Kora se aleja y se recluye en el reino de sombras sobreviene el invierno; con el retorno a la compañía materna, vuelve la alegría al mundo de los vivos, y el suelo nuevamente florece.
6. Fiel a su promesa, Deméter, en tanto, restauró la fertilidad en tierras de Eleusis y, además, enseñó las artes de la siembra a Triptólemo, otro hijo de Celeo y de Metanira (quien pasa también por hijo de Eleusio, el héroe epónimo).
La tradición homérica dice que el cereal ya estaba descubierto, pero es creencia general que Deméter lo creó en ese instante, y los atenienses disputan a los sicilianos el haber sido los primeros beneficiarios de aquel nuevo favor divino.
Triptólemo, sin duda antiguo dios local hecho servidor de los Olímpicos, y singularmente, “viajante comercial” de la diosa, adquiere ahora importancia con el auge de los Misterios de Eleusis bajo la protección de Atenas. Aun suele mencionárselo entre los Jueces de los Muertos. El arte lo figura en una carroza de dragones alados, desde donde distribuye a los pueblos la bendición de la semilla. Un cuento tardío asegura que Lineo, rey escita, quiso matarlo para hacerse pasar por el donador de los cereales. Deméter llegó a tiempo para salvarlo, y transformó en lince al atrevido.
7. Eleusis vino, pues, a ser, la principal sede religiosa de Deméter. Y el mito de ésta, en adelante, casi se reduce a la historia de sus peregrinaciones y a la fundación de sedes secundarias. Deméter va dejando por todas partes la huella de su paso, lo que provoca otras tantas variantes, de que citaremos las más conocidas:
Ática: Cansada de buscar a su hija, Deméter fue acogida cierta vez por una vecina llamada Misme, que le dio a beber el kykeón. El hijo de Misme, Ascábalo, muchacho de malas maneras, se soltó riendo al ver la sed de la diosa. Deméter le arrojó a la cara las heces de la bebida y lo transformó en lagartija, animal en cuya piel manchada se aprecia el origen de la metamorfosis.
Argos: Cuando, en el siglo III, Pirro, el rey de los epirotas, al regreso de su infructuosa campaña en Italia, atacó a la ciudad, la diosa lo hizo morir de un golpe. Los descreídos aseguraban que fue una simple mujer quien le arrojó una teja encima, al ver que su hijo estaba a punto de perecer a manos de Pirro.
Feneo (Arcadia): En este pueblo corría el rumor de que allí mismo la tierra se había tragado a Perséfone, y de que, al instante, el caso había sido comunicado a Deméter quien, en recompensa, hizo a Feneo el dón de los cereales y concedió a la ciudad, como presente, el que nunca perdiera más de cien hombres en un combate.
Lebedea (Beocia): Esta ciudad disputa a Hena el tema de los juegos infantiles de Kora y, por consiguiente, la residencia de ésta y de Deméter su madre, antes del rapto. Kora, pretende la versión local, jugaba con la ninfa Herquina, quien dejó escapar un ganso. Kora lo encontró escondido en una cueva cubierta por una losa, de donde al punto brotó una fuente que recibió el nombre de Herquina.
Tesalia: Erisictón, hijo de Mirmidón o de Tropias, tuvo la mala idea de cortar los árboles de un bosque consagrado a Deméter para fabricar un templo. Deméter, bajo la apariencia de una sacerdotisa, lo previno contra el peligro de semejante impiedad, pero él la desoyó: —Sigue, pues, con tu obra —dijo la diosa—, que muy pronto te hará falta una sala para tus banquetes—. Y, en efecto, Erisictón se vio afligido de hambre insaciable. Aunque comía incesantemente, enflaquecía a ojos vistas. Agotó así todos sus recursos, y o bien se vio reducido a la mendicidad, o tuvo que vivir a cargo de su hija Mestra, una “ilusionista” que sabía cambiar de forma a voluntad. Ovidio comunicó nuevo sentido a la historia, explicando la ira de Deméter por la muerte de la ninfa que habitaba uno de los árboles derribados.
8. Ya hemos referido la aventura equina de Posidón y Deméter. Se atribuye a ésta otro encuentro amoroso sin duda de mayor dignidad. En un campo barbechado que se había labrado tres veces, Deméter se unió a Yasión, algún antiguo genio agrícola. Yasión pasa por hijo de Zeus y de Electra la Pléyade. Era, pues, hermano carnal de Dárdano, el antecesor de Troya. No sabemos si nació en Creta o en Samotracia.
Tal nupcia divina o “hierogamia” se interpreta como caso de magia simpática para comunicar la fertilidad al suelo mediante la virtud del amor. De este ayuntamiento nació Pluto, el Rico por antonomasia. Homero cuenta que Yasión fue fulminado por Zeus; otros dicen que alcanzó la vejez y murió de muerte natural; unos afirman que obtuvo por merecimiento legítimo el amor de la diosa, y los de más allá se figuran que lo sorprendió de algún modo.
Hay cierta inclinación a suponer que toda diosa poseída por un mortal ha sido forzada. No lo creamos: la imposición puede venir de más arriba, como en el matrimonio de Peleo y Tetis, matrimonio político decretado por Zeus. A veces, el mortal queda simplemente burlado, como en el caso de Ixión y la “nube Hera”, que pronto vamos a conocer, aunque hay mitólogos suspicaces que consideran esta fábula como una invención para salvar el buen nombre de Hera, lo que no pasa de una chocarrería. Otras veces la iniciativa corresponde a la diosa, como en Eos y los raptos de sus amantes humanos; o como en el episodio de Afrodita y Anquises, padres de Eneas, donde vemos a Anquises aterrorizado al descubrir lo que ha hecho, pues teme que tamaña proeza lo esterilice en adelante.
9. Pero ¿qué eran, en suma, los misterios Eleusinios, hasta donde es dable averiguarlo? Algo como una miniatura de drama teológico parecida a los “misterios” teatrales de la Edad Media. Los candidatos eran iniciados después de una serie de fáciles pruebas y purificaciones que acababan con un ritual: decir ciertas palabras, tocar ciertos objetos, ejecutar ciertos actos elementales. Los Misterios prometían la comunicación mística con la divinidad, al menos en los momentos de trance, y ofrecían la salvación eterna. En el drama de los Misterios figuraba una trinidad: Deméter y Kora, cuya separación y nuevo encuentro seguramente se representaba, y además, una confusa y oscura apariencia de Dióniso que recibe el nombre de Yaco. A éste se atribuye la invención del arado; ya es hijo o ya esposo de Deméter, ya más bien es hijo de Kora o del propio Dióniso, o hasta un muchacho criado por Bambo, la sirvienta de Metanira. La trinidad eleusinia corresponde a la trinidad romana de Ceres, Libera y Líber.
Poco antes de la batalla de Salamina —refiere la tradición vulgar— los griegos desleales que combatían al lado del invasor persa fueron testigos de un portento. La región había sido totalmente abandonada por sus habitantes. De pronto, se vio venir por el camino de Eleusis una inmensa nube de polvo hacia el campamento de los griegos leales. Se creyó que era un ejército de sombras encabezado por Yaco, pues se oían los ecos del himno con que se lo saludaba en los Misterios. Mal augurio para los invasores que, en efecto, fueron derrotados.
10. Tal es el ambiente que rodea la figura de Hades, aunque éste no participa en los Misterios de las diosas, sino que se limita a sus funciones en la morada de los muertos. Descendamos, pues, a esta penumbrosa morada. Conoceremos, así, las esperanzas del griego respecto a la vida ultraterrestre y al destino ulterior del alma.
Las mansiones de Ultratumba: I) El tártaro y sus huéspedes principales: Titio, Tántalo, Sísifo, Ixión. Penitentes secundarios: las Danaides, Ocnos el Soguero, Teseo, Pirítoo, Salmoneo el Mago. II) El Elíseo, Campos Elíseos o Islas Bienaventuradas. III) Descripción de la Casa de los Muertos, y requisitos para su acceso. Caronte y Cerbero. La condición de los muertos. Jueces de los Muertos: Minos, Eaco y Radamantis. Los ejecutores de los castigos: Quimera; Erinies, personalidad de estas diosas, su relación con las Euménides, las Arpías y las Ménades. Referencia al castigo de Orestes.
1. El capítulo de la vida futura y cuanto los teólogos han llamado “escatología” obliga a algunas explicaciones previas respecto a las nociones ético-religiosas.
Desde muy pronto se nota la tendencia a combinar las imágenes de lo subterráneo y lo infernal. La muerte parece un retorno al seno de la tierra, y es muy comprensible que las deidades de la muerte asuman un aspecto siniestro. Por otra parte, el anhelo humano exige una compensación a las penalidades terrestres, y de algún modo quiere asegurarse una suerte de inmortalidad y una futura salvación. Pero la necesidad de otorgar a las almas premios y castigos, concepto de la justicia distributiva en el “ultramundo”, no aparece de una sola vez. Se fue esclareciendo poco a poco merced a las promesas de los Misterios (Deméter, Kora, Dióniso), a las doctrinas de las sectas místicas (orfismo, pitagorismo en uno de sus aspectos) y a las prédicas de los poetas y filósofos dotados de genio religioso (Píndaro, Platón). Al fin se llegó a unos como bocetos de los que más tarde serán el Infierno y el Cielo de los medievales. No puede decirse que estos lugares corresponden exacta y distintamente a los lugares míticos de los griegos. Hubo siempre una indecisión de fronteras y algo como una falta de enfoque.
2. Aunque los tres sitios tienden a confundirse un tanto, hay que distinguir entre el Tártaro (cuya región menos profunda es el Érebo), las Islas Bienaventuradas (Campos Elíseos o Elíseo) y la Casa de Hades o Casa de los Muertos.
El Tártaro corresponde a lo que hemos llamado el régimen hesiódico, a la etapa vetusta. Es una noción prehelénica que se incorpora en la mentalidad griega a modo de proemio, de asepsia previa para poder instaurar el orden olímpico; es una cárcel para los antiguos dioses derrotados. La imaginación homérica presta al Tártaro un vestíbulo de bronce y lo cierra con puertas de hierro. O el Tártaro está en las honduras de la Tierra, o en algún abismo muy lejano. Pero de repente aparece como un anexo de la Casa de Hades, una suerte de crujía penitenciaria. Según Homero, se encuentra situado en un punto que dista de la Tierra cuanto ésta dista del Cielo; sin embargo, en otro pasaje, lo confunde un poco con la Casa de Hades, pues hace que Odiseo encuentre aquí, al lado de los espectros comunes, a algunos reclusos del Tártaro. No esperemos, pues, una repartición muy estricta de los penados. Tampoco una descripción muy precisa de estos lugares fantásticos: si, para Homero, el Tártaro es una región sin luz y sin aire, para Hesíodo es una región tempestuosa.
En principio, el Tártaro no está destinado al castigo sobrenatural de los hombres, sino de los personajes míticos que han agraviado a los dioses. La mente helénica no se conformó con encerrar allí a los Titanes en categoría de poderes ya destronados, sino que dibujó con nuevos toques la figura de algunos, atribuyéndoles determinadas ofensas particulares. Así sucede con Titio, Tántalo, Sísifo, Ixión. Ya sabemos que también Tifeo y los Aloades purgan su condena en el Tártaro, y ya sabemos que Prometeo, pecador aparte, mereció también un castigo excepcional, un infierno ad hoc en el Cáucaso.
3. El gigante Titio habitó, en vida, la isla de Eubea, donde alguna vez lo visitó “el rubio Radamantis”, futuro juez de los infiernos. Titio pretendió adueñarse de la diosa Latona, y los hijos de ésta, Apolo y Ártemis, le dieron muerte, pues así acostumbraban vengar siempre los agravios de la familia. Ahora, derribado en el suelo, el cuerpo de Titio cubría no menos de nueve yugadas. Como a Prometeo, dos buitres le devoraban el hígado, centro de la concupiscencia según ya lo hemos dicho. El castigo era adecuado a su falta.
4. Tántalo, un riquísimo rey de Lidia, padre de Pélope y de Niobe, antecesor de Agamemnón y de Orestes, a quienes transmite la maldición de su raza, es generalmente acusado de haber servido a los dioses, para probar su sabiduría, la carne de su propio hijo. Los dioses se percataron al instante, salvo Deméter, quien distraída con el dolor de haber perdido el rastro de Kora, devoró descuidadamente el hombro de Pélope. Devuelto a la vida por Zeus, Pélope llevó en adelante un hombro de marfil, y su padre Tántalo fue precipitado en el abismo infernal.
(Algún delito muy parecido se atribuye a Licaón, rey de Arcadia e hijo de Pelasgo, cuya piedad lo movió a fundar el culto del Zeus Liceo o Licayo, pero cuya locura lo arrastró a sacrificar a Zeus sus cincuenta hijos, una de las causas del Diluvio en ciertas versiones.)
El delito de Tántalo se cuenta también de otras maneras: a) Se dice que robó el néctar y la ambrosía de los dioses para brindarlo a sus amigos; b) que reclamó para sí la inmortalidad o algún otro privilegio divino; c) que divulgó ciertos secretos celestes; d) que encubrió a Pandáreo y no quiso revelar a Hermes dónde había ocultado aquél los bienes que sustrajo del sagrario de Zeus, y especialmente un perro de oro; e) que fue él, y no Zeus ni los dioses por orden de éste, quien robó a Ganimedes, el hijo de Tros, fábula tardía que no explicaría su castigo, puesto que Zeus aprovechó este rapto y convirtió a Ganimedes en copero de sus festines olímpicos; f) que, adelantándose a ciertos filósofos, declaró que el Sol no era un dios, sino una masa incandescente, versión igualmente tardía.
Su castigo —que en alguna tradición de última hora se reduce a haber sido aplastado, como un Gigante, bajo el monte Sipilo— es proverbialmente conocido como una tortura constante de hambre y sed. Sumergido hasta el cuello en un pozo de agua, el agua huye de su boca cuando quiere beber un trago. Sobre su cabeza, los árboles suspenden sus frutos; pero, si llega a alargar la mano, un viento aleja las ramas y las pone fuera de su alcance.
5. Sísifo, legendario rey de Corinto, fue famoso por su ingenio y su astucia. Se explica que una tradición tardía quiera hacerlo padre de Odiseo, quitando su lugar legítimo a Laertes, pues Sísifo pertenece a la misma casta de los maestros en ardides que el sutil personaje homérico ha bautizado con su nombre. Autólico, abuelo materno de Odiseo e hijo de Hermes —dios que es, en mucho, un verdadero patrono de los ladrones—, había recibido de éste el dón de hacer invisibles los objetos que hurtaba, o bien de mudarlos de aspecto. Un día robó las reses de sus vecinos y, desde luego, las transformó hasta hacerlas incognoscibles. Pero Sísifo pudo rescatar las suyas fácilmente, gracias a cierta marca secreta que les había hecho bajo las pezuñas.
Si, por una parte, Sísifo arranca del tema del Ladrón Simpático, por otra se relaciona con el tema del Diablo Burlado. Por haber delatado sus amoríos con Egina, Zeus ordenó a la Muerte que cargara con aquel indiscreto. Pero Sísifo logró encadenar a la Muerte. Libertada por Ares, la Muerte intentó un nuevo ataque. Sísifo, ya agonizante, tuvo tiempo de recomendar a su esposa, la Pléyade Mérope, que abandonara su cuerpo sin sepultura. Ante tan impía transgresión, Hades no podía darle cabida entre los muertos, y otra vez lo mandó a la tierra para que castigara la negligencia de Mérope. Sísifo volvió, en efecto, pero nunca se cuidó de castigar a su esposa, y murió de viejo, habiéndose reído de los dioses a su sabor. Sin duda se dejó llevar de su ingenio y no midió las consecuencias. Por lo cual lo encontramos ahora, en el Tártaro, obligado a encaramar incesantemente una pesadísima roca hasta una eminencia. En llegando a la cima, la roca rueda otra vez barranca abajo, y Sísifo vuelve a la faena.
Este castigo se ha prestado a interpretaciones. Ya se lo ve como alegoría de los vanos esfuerzos para contener los embates de las olas contra las peñas del istmo de Corinto; ya se lo refiere a ciertas imágenes artísticas que representan a Sísifo acarreando piedras para edificar la muralla del Acrocorinto.
6. Finalmente, Ixión, un nativo de Tesalia, era esposo de Día, hija de Eioneo. Cuando éste, según la antigua costumbre, fue a cobrar el precio de su hija, Ixión lo precipitó en un pozo de carbón ardiente. Zeus, sin embargo, le concedió purificarse del crimen. Ixión le pagó con la ingratitud, pues osó poner los ojos en Hera. Zeus formó una nube, Nefele, a la que dio el aspecto de Hera. Ixión, creyendo poseer a Hera, engendró en la nube la raza salvaje de los Centauros, cuyo primer ejemplar, Quirón, ya sabemos que fue hijo de Cronos y de Fílira. Ixión recibió por castigo el girar eternamente, atado a una rueda.
7. En los ejemplos anteriores, al lado de las torturas físicas hay una tortura moral que podemos reducir a la decepción de los empeños frustrados o imposibles, a la repetición incesante de un acto inútil. Esto nos recuerda a otros penintentes: a las Danaides, obligadas a llenar un tonel sin fondo, y a su contrafigura humorística, Ocnos el Soguero, el que trenza pacientemente una cuerda, mientras por el otro cabo su asno se la va comiendo. Pero este Ocnos más bien es personaje folklórico (motivo semejante a la tela que Penélope teje de día y desteje de noche), aunque la tremenda sistematización de los mitólogos lo haga pasar después por un pecador castigado.
8. Por supuesto que los distintos autores mandan al Tártaro a quien les place, con la misma libertad que Dante usó en su Infierno. No falta quien nos pinte allí a Teseo y a Pirítoo sujetos mágicamente en sendas sillas, por haber intentado rescatar a Kora. Pero la historia se dulcifica explicando que el castigo de Teseo fue pasajero; y la veneración de los atenienses por su héroe nacional los lleva a decir que Teseo se ofreció como víctima voluntaria, sea para salvar a su compañero Pirítoo o bien para compartir su suerte.
9. Según Virgilio, también está enclaustrado en el Tártaro cierto hijo de Éolo, es decir hermano de Sísifo, que se llamaba Salmoneo. Fue padre de Tiro, reina amada por Posidón, y, en concecuencia, fue antecesor del héroe minio Jasón, capitán de los Argonautas. El rey Salmoneo parece haber sido originariamente un mago, un evocador del rayo y la lluvia: aquello, para amedrentar al enemigo; esto, para el provecho de su tierra. Y si imitaba el trueno de Zeus con el estrépito de su carro de bronce, y las centellas de Zeus arrojando teas encendidas, tal vez no lo hacía para emular al dios, sino en la función misma de su oficio. Zeus lo fulminó con una descarga, lo que prueba que murió cumpliendo satisfactoriamente su deber, puesto que, efectivamente, provocó y atrajo el meteoro. Homero lo trata todavía con respeto. Pero luego se lo hizo pasar por un desorbitado cuyas extra-limitaciones tuvo que castigar el cielo. Vestigio de antiguas hechicerías y de la profesión de mago que nunca prosperó en Grecia —pues los evocadores de lluvias, en tiempos históricos, tenían siempre buen cuidado de implorar la voluntad de Zeus, convirtiendo así en sentido religioso lo que antes pudo ser una acción de magia directa—, sin duda Salmoneo proviene de una tradición muy remota, y la radicación de su fábula en tierras septentrionales y extremadas acusa ya el contagio de la barbarie prehelénica. Conviene recordar, además, que la fulminación por el rayo se entendió más de una vez como una consagración divina.
10. Nos hemos asomado al Tártaro. Asomémonos ahora a la segunda mansión de ultratumba: el Elíseo o Campos Elíseos, especie de paraíso minoico que los griegos identificaron con sus Islas Bienaventuradas. Frente al espantable Tártaro y a la penumbrosa mansión de Hades, el Elíseo es un lugar placentero. Lo gobierna Radamantis, solo o en compañía de Cronos. Allí son trasplantados en cuerpo y alma ciertos mortales amados de los dioses, como Menelao, para gozar de una dicha imperecedera. No es todavía un lugar de premios, sino de favores divinos, aunque ha de llegar a serlo. Los griegos acaban por enviar al Elíseo, como si dijéramos de propia autoridad, y también a consecuencia de la evolución en las ideas ético-religiosas, a sus héroes predilectos, ora mitológicos (Diomedes, Aquiles), ora históricos (los tiranicidas, como Harmodio y Aristogitón, etc.). Podemos decir que si Hades rige directamente la Casa de los Muertos e interviene en los negocios del Tártaro, el Elíseo escapa prácticamente a su poderío.
Píndaro describe el Elíseo como lugar acariciado por las brisas oceánicas, poblado de áureas flores, terrestres y acuáticas, prados aromosos y opulentos trigales. Los bienaventurados, ceñida la frente de guirnaldas, llevan la existencia propia de los caballeros helénicos, entregados a los deportes y a las artes. En los altares de los dioses, arden inciensos que dan a la región un olor balsámico. Y, desde luego, los bienaventurados no necesitan trabajar, pues la tierra les da el sustento espontáneo: añoranza de la Edad de Oro. Cronos, ya destronado, se llevó consigo sus normas al reino subsidiario que Zeus dejó bajo su guarda.
11. Llegamos a la tercera región, la Casa de los Muertos, su verdadera morada, el refugio para las almas ordinarias, el recinto subterráneo de Hades, que bien podemos imaginar como situado entre la Tierra y el Tártaro.
La entrada al reino de los sombras se halla, según tradiciones locales, en el Tenaro (Esparta). Pero la tradición homérica lo envía al país caliginoso y septentrional de los cimerios (que tampoco es la Cimeria o Crimea histórica), allende el Océano, en un sitio donde crecen los sauces y álamos sacros de Perséfone, junto a las Puertas del Sol y a la Mansión de los Sueños, más allá de las Rocas Blancas, en la confluencia de dos grandes ríos interiores. Allí, en la Pradera de Asfódelos, los espectros, tristes y atenuadas imágenes de los vivientes, arrastran un remedo de existencia mil veces peor que el aniquilamiento.
12. Una descripción sintética de la morada de los sombras, combinando a Homero y a otros autores, nos permite imaginarla como un territorio inferior, separado del resto del mundo por alguno de los cinco ríos infernales: Éstix (la Horripilante), Aqueronte (el Funesto), Piriflégeto o Flégeto (el Ardiente, el de la pira fúnebre), Cocito (el Gimiente) y Leteo (el del Olvido). Algunos de estos nombres se aplicaron a ríos reales, lo que crea muchas confusiones. Éstix era también un río de Arcadia; Leteo (el Olvido) y Mnemósine (la Memoria) también eran unas fuentes que brotaban en la caverna oracular de Trofonio (Lebadea, Beocia), y cuyas aguas hacían olvidarlo todo, salvo las órdenes que dictaba el oráculo; Mnemósine fue asimismo un río de Galicia (España). El Aqueronte es río aquí, lago allá, y en otras partes, simple pantano.
13. La frontera del otro mundo suele situarse en el Aqueronte mítico, y más generalmente, en la Éstix. El barquero que transporta a las almas es Caronte (¿dios de los muertos entre los etruscos?), a quien hay que pagar un óbolo por sus servicios. El óbolo o los óbolos para los gastos del viaje se ponían en la boca de los difuntos (a menos que sea una chuscada de Aristófanes). Las puertas están guardadas por el Can Cerbero, al que es fuerza echarle, para que se distraiga y permita la entrada, la torta de harina y miel que solía depositarse en las tumbas. Virgilio todavía complica el tránsito, pues habla de una zona intermediaria, un Limbo entre el Elíseo y el Tártaro, destinado a los que mueren antes de su hora, a los niños, a los suicidas o a los caídos en combate. Pero, para llegar al definitivo aposento de los muertos, era indispensable que el cadáver hubiera sido ritualmente inhumado o, durante la época de las invasiones y guerras heroicas, debidamente incinerado.
14. La existencia de las sombras no pasaba de ser una continuada lamentación, un llorar y suspirar por la vida. Se comprende que la imaginación griega haya reaccionado contra tan doliente perspectiva, y se haya inclinado hacia las tradiciones más edificantes del Elíseo prehelénico, hacia las promesas de los Misterios y las esperanzas místicas del orfismo y el pitagorismo. Aunque la fábula posterior sitúa en el Elíseo al héroe Aquiles, mientras éste —como en Homero— habita el reino de Hades, no hace más que echar de menos la tierra, y declara que preferiría mil veces ser el último esclavo entre los vivientes a seguir de príncipe entre los muertos. Por este camino, Grecia hubiera podido llegar prematuramente al descreimiento completo. Y así cuando, siglos después, el materialista Lucrecio oponga a esta imagen pavorosa y a los miedos de la superstición la idea de la disolución absoluta, puede decirse que, en verdad, más que una amenaza ofrece un consuelo.
15. Los muertos, en principio, conservan en la mansión de Hades el estado que ocuparon en vida: príncipe el príncipe, rico el rico, pobre el pobre, esclavo el esclavo. Y así, aunque gradualmente se perfilan la figura de unos Jueces de los Muertos, que reparten premios y castigos de acuerdo con la conducta anterior de cada uno, puede creerse que, en el origen, los grandes monarcas, por ejemplo Minos, sencillamente siguen administrado justicia entre sus súbditos y resolviendo sus posibles querellas como lo hacían en vida.
16. Pues, en efecto, habrá un juicio y habrá tormentos para las almas condenadas. Hades ejerce sobre todo ello una autoridad superior, pero sólo excepcionalmente se ocupa en persona de los castigos. Los verdaderos jueces son Minos, Éaco y Radamantis, cuyas funciones se han distribuido de muy diversos modos. Platón las ha sistematizado de manera ingeniosa: Radamantis juzga a los asiáticos, Éaco, a los europeos, y Minos decide en caso de empate.
17. La ejecución misma de las penas queda a cargo de la Quimera y, sobre todo, de las Erinies. Estas diosas, a quienes en la fábula hesiódica vimos nacer de la sangre de Cronos que goteaba sobre la tierra, son mitos de origen muy oscuro. Se las representa con cabelleras de serpientes, teas encendidas y látigos en la mano. Aunque llenas de fiereza, más bien son hermosas, en contraste con los diablos etruscos o medievales. Habitan el reino inferior, y sin duda viajan entre el Tártaro y la mansión de Hades, pero vienen también al mundo para cumplir su misión terrestre. Los romanos las llamaron Furias, o por su oficio o porque las relacionaron con Furina, una deidad harto nebulosa.
a) Las Erinies, por sus funciones, muestran algún vago parentesco original con Deméter y los demás poderes terrestres, depositarios de la venganza. No sólo castigan a los muertos, sino que persiguen a los delincuentes en este mundo, los desmedran hasta convertirlos en sombras, los precipitan en la mansión de Hades, y todavía allí los torturan. No califican el delito, no distinguen entre el dolo y la culpa sin intención: están aún en los albores de la conciencia moral. Sin embargo, representan ya un segundo paso en la evolución de los sentimientos penales, puesto que no castigan ya a los clanes y a las familias, sino sólo a los individuos, aunque todavía las inspira y mueve la ética del clan. En la era prehistórica, los agravios exteriores, entre uno y otro clan, se resolvían por el desquite o la venganza de sangre. Pero ¿qué hacer con los agravios entre individuos del propio clan, cuya sangre no debía derramarse? Había que segregar del grupo a los delincuentes, dejarlos morir de hambre o algún recurso parecido, y entonces entraban en acción las Erinies. Además de que su castigo era eterno, pues continuaba más allá de la tumba.
b) Su remota relación con los poderes terrestres confiere también a las Erinies cierto carácter de divinidades agrícolas, rasgo mitológico el más generalizado y constante, en virtud del cual suele confundírselas con otros espíritus más benévolos, como las Euménides. Siempre andan en compañía de otras deidades, cuyo nombre con frecuencia usurpan para poder merecer algún culto. A veces se mezclan con las Arpías, genios del viento, sin duda porque el espectro de los difuntos, psique o alma, se confunde con el soplo, el resuello. Se las emparienta con las Manías —relación con las Ménades, las mujeres enloquecidas en el culto orgiástico de Dióniso—, porque enfurecen a sus víctimas y las llevan a la enajenación.
c) Se ha querido ver en ellas los espectros mismos de los muertos que vuelven a vengar sus agravios. Pero es más lícito considerarlas como espíritus incorporados de la maldición, que ellas se encargan de cumplir ciegamente, sin atenuantes ni excepciones, y que, como un movimiento de relojería, una vez que se ha echado a andar no podría ya detenerse.
d) Les incumbe remediar toda violación de las normas naturales, y así, se encargan de privar cuanto antes del habla a Janto, el caballo de Aquiles, a quien Hera ha permitido excepcionalmente dirigir a su amo algunas palabras. Y Heráclito, especulando por su cuenta, decía que, si el Sol perdiera su camino, las Erinies se encargarían de imponérselo.
e) De modo especial, vengan los agravios de los hijos o los hermanos menores contra los padres o los mayores, y acaso también escuchan las quejas de los mendigos desairados y de cuantos merecen compasión. Y todavía más especialmente, castigan los crímenes entre gente de la misma sangre. No se ocupan de Clitemnestra, aunque ésta asesinó a su esposo; pero sí atormentan, sin querer atender razones, a Orestes, porque él, en desquite, dio muerte a su madre Clitemnestra.
18. Las Erinies son personajes predilectos de la literatura, como puede verse en la leyenda de Orestes, que tanto ayuda para entender la función punitiva a que estas diosas se consagran:
a) A su regreso de Troya, Agamemnón muere a manos de su esposa Clitemnestra y de Egisto. Orestes, el único hijo varón, sobre quien recae el derecho de la familia, venga a Agamemnón dando la muerte a Clitemnestra. Homero y Sófocles, fieles a la jurídica de los aqueos, lo hallan justo, tanto más cuanto que Orestes ha obrado por consejo de Apolo. La tradición esquiliana, que ignora estas sutilezas, lo somete pura y sencillamente a la persecución de las Erinies, puesto que ha derramado la sangre materna. Orestes sólo podrá ser absuelto por el Areópago ateniense, al que se someten los mismos dioses. Las Erinies acusan a Orestes y lo defiende el mismo Apolo. Los jueces están divididos, y decide el pleito el voto de calidad de Atenea, que favorece al vengador de su padre. Para aplacar a las Erinies, Atenea instituye en el Ática un culto en honor de tales diosas, disimulando su terrible nombre bajo el de Euménides o “Diosas Benévolas”. Los sociólogos investigan aquí el paso del vetusto matriarcado al nuevo respeto patriarcal.
b) Según otra fábula, Orestes no resulta absuelto por tribunal alguno, sino que, para alcanzar el perdón, debe antes purificarse de alguna suerte, parece que por diligencia de Apolo, el dios de las purificaciones, y mediante la aspersión ritual de sangre de cerdo, episodio que se sitúa en Megalópolis (Arcadia) donde se adoraba juntamente a las Erinies y a las Gracias.
c) Eurípides —postura sintética— somete a Orestes a una absolución condicional. Su liberación definitiva será el resultado de una penitencia: deberá emprender un viaje expiatorio a Táuride (Crimea), y allí rescatar la efigie de la diosa Ártemis, que era hasta entonces objeto de una adoración bárbara y sanguinaria en aquellas tierras distantes. Recobrada la efigie, se instituye en Hale (Ática) el culto de la Ártemis Taurópolos, donde un rasguño en la garganta del fiel conserva el recuerdo de los antiguos sacrificios humanos.
d) Pausanias nos da una versión más cruda: para mitigar la ira de las Erinies, Orestes tiene que morderse un dedo y entregarles la porción de sangre que le reclaman. Las Erinies, de negras que eran, se emblanquecen al instante y perdonan.
e) Los racionalistas —y Eurípides el primero— dan a entender que las Erinies no son más que una figura mítica del remordimiento.
19. Este paseo por los infiernos helénicos nos ha permitido apreciar las últimas proyecciones del dominio de Hades, y el contraste entre las visiones desesperadas y las visiones placenteras de ultratumba; donde comenzaron a elaborarse, de modo inconexo y vacilante, las ideas que el cristianismo medieval dejó en herencia a los modernos.
En torno a la persona de Hera. Condición de las deidades femeninas. Características de Hera. Su personalidad y sus incumbencias. Enigma de su cuna. Sus amores y sus nupcias con Zeus. Mitos y ritos de la hierogamia. Celos y rencillas. La muñeca Daidale. El Juicio de Paris.
1. Hemos visto desfilar rápidamente a las consortes de Zeus, hasta llegar a Hera, Señora de la Familia Olímpica. Pero hay que conocer más de cerca a esta reina entre las reinas del Cielo. Como corresponde a su majestad, el arte le da traza de matrona arrogante, casi siempre envuelta hasta los pies en sus vestiduras, coronada por una diadema o una guirnalda y con el cetro en la mano. En Italia fue identificada con Juno, cuyos caracteres son muy semejantes y a quien se atribuían las mismas historias que a su modelo. Para mejor abarcar los rasgos de Hera, se imponen algunas observaciones generales sobre el carácter de las diosas.
2. La naturaleza femenina trae consigo ciertas condiciones comunes a todas las diosas, en virtud de las cuales la mitología tiende a confundirlas o a entremezclar sus atributos. Por su parte, los mitólogos ceden a la tentación de relacionar entre sí a todas las diosas, o se empeñan en derivarlas unas de otras; lo cual ni es siempre demostrable ni siempre es necesario para entenderlas.
Como toda diosa se encuentra en potencia o en acto de maternidad, se pretende relacionar a Hera, con la Diosa Madre de los minoicos, cuya vaga imagen, a través de los siglos, sin duda prestaba, consciente o inconscientemente, algunos tintes reflejos a la fisonomía de las hembras olímpicas, sin por eso ser la estricta precursora de todas ellas. En el caso de Hera, la religión clásica perfiló con tal relieve los contornos que, cualesquiera sean los simples de la fábrica original, importa mucho más el resultado definitivo.
La idea de la maternidad y la idea de la fecundidad terrestre son inseparables, y acaso el distinguirlas sea violentar la mente de los antiguos. Pues hasta la época de los sofistas, cuando menos, el hombre fue considerado como una parte de la naturaleza. Los mitos de la femineidad divina no pueden menos de ofrecer semejanzas con dos órdenes de nociones: la fertilidad terrestre y la fertilidad humana:
a) La fertilidad del suelo, tipo Deméter-Perséfone: La función agrícola y la ganadera son por igual manifestaciones de la riqueza agraria. Hera muestra cierta relación con los animales y con las plantas:
i) Cuanto a los animales: El pavo de Hera, como el gallo de Hermes, es invención tardía. En cambio, el mito de Hera anda siempre en compañía de vacunos. En Argos, Hera es “diosa del yugo” y se la llama “rica en bueyes”. Ello corresponde de propio derecho a la diosa teleía, “la casada” por antonomasia: en la costumbre vieja, la novia se compraba con bueyes, y aun los padres daban a sus hijas nombres alusivos: Alfesíboya o “ganadora de greyes”, Feréboya o “la que trae ganado”, Políboya o “la que vale muchas reses”. Pero esta generalidad no agota el sentido de las apelaciones ganaderas en el caso de nuestra diosa: uno de sus principales sagrarios se halla en Eubea, isla de los bueyes; en el Hereón de Argos se solían guardar ganados como función propia del recinto; la Vaca Ío, o la Ío transformada en vaca, depende del mito de Hera; el toro, en el pensamiento mítico, es agente de fertilidad; Homero llama a Hera “la ojos de novilla”, aunque es cierto que lo mismo dice para toda mujer de ojos grandes. (Pero la Hera-Vaca que Schliemann creyó encontrar en Micenas está ya desechada.)
ii) Cuanto a los vegetales. Hera se asocia frecuentemente con las flores y las espigas. De la leche que brotó del seno de Hera y engendró la Vía Láctea (motivos del Tintoretto y de Rubens) han nacido los lirios.
iii) Ahora bien, cuando se identifica a Hera con la Tierra, hasta se le achacan los monstruos que más bien fueron concebidos por Gea: Tifeo, Hidra Lernea, los Gigantes, etcétera.
b) La fertilidad del ayuntamiento humano es concepto que, a su vez se bifurca:
i) Por una parte, se refiere al contagio que la tierra recibe de las uniones humanas, hierogamias, teogamias o sacras nupcias de Yasión y Deméter sobre los surcos del sembrado, o de Zeus y Hera que, cuando se juntan en el Olimpo, hacen florecer el lecho de sus amores.
ii) Por otra parte, el concepto se refiere al logro mismo de los hijos. Esto lleva a la confusión de Hera con su hija Ilitia, la comadrona, sea porque la deidad principal absorbe a la secundaria, sea porque ésta procede de aquella por “epiclesis” o personificación del epíteto. En Homero, una y otra persona son ya inconfundibles.
3. El que una deidad sea hembra, lleva a pensar que sólo se ocupa en los negocios y en los intereses femeninos; y más si, como en el caso de Hera, el culto sobresaliente está confiado a las vírgenes y a las matronas. Y esto, a pesar de que leyendas tan antiguas como la de Héracles o tan nuevas como la de Jasón (en la forma que nos ha llegado) indican suficientemente que Hera fue también adorada por los monarcas y caballeros. De donde derivan dos conceptos o dos interpretaciones del mito:
a) Sin fundamento suficiente, se quiere ver en Hera una Diosa-Luna, por haberse supuesto en la antigüedad que la luna gobernaba los ritmos de la fisiología femenina, o bien porque, en Lebadea, Hera aparece montada en carro, como el Sol y la Luna. Esto último, después de todo, es el medio común de locomoción que le presta Homero, y de aquí nada se concluye.
b) Como Hera es venerada igualmente por las doncellas, las madres y las viudas —en suma, por todas las mujeres, sea cual fuere su estado—, se ha buscado aquí una explicación para los nombres que le da el culto, al llamarla indistintamente Hera Doncella (Páis), Hera Casada (Teleía) y Hera Viuda (Cheéra). Y como esta viudez resulta incomprensible, puesto que su esposo Zeus es inmortal, otros prefieren traducir la última apelación por “Hera Abandonada”; a lo que se presta la falsificación de algunas fábulas etiológicas sobre las infidelidades de Zeus, el más galante de los dioses, y las querellas de la pareja olímpica, como la que se recordaba en Estínfalo.
En estas disenciones, los más prudentes se conforman con ver el eco de los primeros mestizajes religiosos, mal avenidos todavía, y los adeptos de la teoría naturalista quieren ver un símbolo de las perturbaciones atmosféricas, lo que no merece mucho crédito.
4. Finalmente, los sociólogos extremistas hacen de Hera una diosa de los matriarcados primitivos, cuyo compañero pudo ser Héracles según documentos recónditos; y, de Zeus, hacen un dios de los patriarcados supervivientes, cuya compañera fue Dione. En el enlace de Zeus y Hera encuentran entonces la reconciliación de los dos distintos tipos tribales.
5. Para los días clásicos, Hera se ha erigido definitivamente en guardiana del matrimonio, la institución familiar por excelencia. A ella incumbe “la llave de los himeneos”, dice expresivamente Aristófanes. Y sus sacras nupcias se celebraban al menos en ocho ciudades. Ática les consagraba el mes Gamelión, mes de los matrimonios (enero), lo que merece la aprobación de Aristóteles, quien considera el invierno como la estación más adecuada en el caso.
6. Hera aparece entonces como nativa de Argos. Pero no olvidemos que “Argos” fue antaño una designación harto general, y aun hay dudas sobre su ubicación primitiva. Homero todavía llama a los sitiadores de Troya “argivos” (o “dánaos” o “aqueos”), tal vez como llamaríamos hoy “ejército inglés” al que trae contingentes de Inglaterra, Irlanda, Escocia, etc.; y habla del futuro regreso de los sitiadores “a Argos”, como pudo, decir “a Grecia”.
La cuna de Hera es disputada sobre todo entre la Argos histórica (nordeste del Peloponeso), “el hogar de Hera” según Píndaro, y Samos, que posee títulos más antiguos. La leyenda de los Argonautas dice, en cambio, que éstos llevaron el culto de Hera desde Argos a Samos.
La cuna suele confundirse con los lugares en que se crió la diosa —isla de Eubea en una versión, y Témenos en otra—, y con los sitios más eminentes de su culto. Lo que multiplica el enigma: Hera fue adorada, prácticamente, en todas partes. En la Ilíada, ella misma declara su predilección por tres ciudades peloponesias: Argos, Micenas y Esparta, y los grandes capitanes aqueos son propiamente sus vasallos,
7. El hecho más importante de su fábula, sus nupcias con Zeus, se sitúa también en varios lugares. En cada uno, el mito respectivo asume una nueva modalidad, y el caso es evocado con distintas ceremonias rituales: ya simulacros matrimoniales, ya simulacros del previo desfloramiento de la novia (haciéndola, por ejemplo, compartir su primer lecho con un niño), etcétera.
Entre los islotes que despedazan el litoral eubeo, hay uno cuya caverna, según la gente de la región, dio asilo al primer encuentro de Hera y Zeus. Pero otro tanto se decía en Cnoso (Creta), allá a las riberas del Teres, donde se levantó un templo; y Naxos pretendía igual honor.
Homero cuenta que, desde los días de Cronos, Zeus y Hera se unían secretamente en Samos, sede eminente de la diosa. Cada año, los samios llevaban la efigie de Hera hasta la playa, la escondían entre los mimbres y le dejaban algunos alimentos: supuesta conmemoración del milagro que salvó a la efigie, cuando pretendieron robarla los piratas tirrenios; pero, en realidad, vestigio de la ocultación que precede al matrimonio de rapto en muchos pueblos.
En Argos, dicen que Hera vuelve anualmente a las aguas del manantial de Cánato (Nauplia) para recobrar su virginidad
Los heocios creían que Zeus, tras de raptar a Hera, se había refugiado con ella en el Citerón. Acudió en su busca la nodriza de Hera, una ninfa eubea llamada Macris. Pero Citerón, el genio del lugar, evitó que Macris la descubriera, contándole que Zeus se refocilaba con Latona. De aquí una confusión tardía entre ambas diosas. Mal podía complacer a Hera que la tomaran por su rival.
En Hermione, hay un cuclillo posado sobre el cetro de Hera: vago recuerdo de las epifanías minoicas y protohelénicas, donde los dioses solían aparecer como aves, y tema socorrido de las metamorfosis heroicas que dio asunto a la Ornitogonía de Boio, una sacerdotisa delfia. Zeus mismo, como todos saben, asumió figura de cisne para abordar a Leda. En cuanto al cuclillo, el cuento local lo explica así: Zeus, para seducir a Hera, desató una tormenta y, transformándose en un cuclillo azorado, inspiró la compasión de la diosa, que lo escondió en su seno. Pero el cuclillo bien puede ser símbolo de fertilidad, puesto que anuncia con sus gritos la lluvia.
8. El enamoradizo Zeus provocaba constantemente los celos de Hera, pero sabía reconquistarla y no carecía de sentido humorístico. También contaban los beocios que Hera, harta de su incorregible marido, decidió una vez, abandonarlo (referencia al tema de la “viudez”). Zeus, a través del héroe local, Alalcomenio, hizo correr el rumor de que pensaba contraer nuevas nupcias con una tal Daidale (“Criatura de la Astucia”). Hera vino a todo correr, seguida por las mujeres de Platea, e interrumpiendo el desfile nupcial, se arrojó furiosa sobre Daidale. Al arrancarle las vestiduras, descubrió que era una muñeca de palo. Todo acabó en risa, y los dioses se reconciliaron… por algún tiempo. Los plateos conservaron la costumbre de tallar imágenes en el tronco de cierto roble designado por sus adivinos. Cada sesenta años (cada catorce efigies), en ocasión de las Fiestas Dedalias, tras de ofrecer sacrificios a Zeus y a Hera, quemaban las muñecas en lo alto del Citerón.
9. Los celos de Hera son famosos, y queda el rastro de sus venganzas en los mitos de Caliste, Ío, Latona, Semele. Pero las desavenencias domésticas de los dioses no acababan siempre tan felizmente como en el caso de Daidale, ni siempre eran consecuencia de los celos. En Homero, Hera se muestra, además, desobediente y desconfiada. Zeus la maltrata de palabra y de obra, como no lo haría ningún marido aqueo siquiera de educación mediana. La amenaza con ponerle la mano encima, la atemoriza, y llega a colgarla con un peso atado a los pies. Al pobre de Hefesto, que quiso un día defender a su augusta madre, Zeus lo asió por un tobillo y lo arrojó del Olimpo, de modo que rodó todo el día por los espacios y, desfallecido y maltrecho, fue a caer en la isla de Lemnos, donde los sinties lo auxiliaron y después le erigirían un sagrario. Decía bien Gladstone que el porquerizo Eumeo, personaje de la Odisea, tenía mejores maneras que los Olímpicos.
10. Uno de los episodios más conocidos en la vida de Hera es su disputa con Atenea y Afrodita, sobre cuál de ellas debería apropiarse la manzana dedicada “a la más hermosa”, manzana que Eris (la Discordia) arrojó en pleno banquete nupcial de Peleo y Tetis. Tal disputa, según la versión más conocida, fue resuelta, de orden de Zeus, por Paris (o Alejandro) el más hermoso de los mortales, quien otorgó el premio a Afrodita. El Juicio de Paris ha sido mencionado, al paso, en la Introducción, y hallará su verdadero sitio al contar la saga troyana. Pero cabe examinarlo un poco desde ahora.
Se ha pretendido ver aquí una alegoría natural, un oculto motivo de la creencia, una explicación de algún rito. Hoy se lo entiende como mero mito folklórico, y tal vez como invención de los poetas cíclicos que completaron a Homero. Éste, en todo caso, no da señales de conocer el Juicio de Paris en su forma definitiva.
El tema se reduce a saber cuál es el mejor de los bienes. Pues las tres diosas, en efecto, pretendieron sobornar a Paris. Hera le ofreció el poder, el mando real; Atenea, la victoria en las guerras, o según Higinio, la sabiduría; Afrodita le apuntó al corazón, comprometiéndose a entregarle a la mujer más bella: Helena, la esposa de Menelao, el rey de Esparta (una Esparta muy anterior a los espartanos históricos).
Adviértase que cada diosa da lo que tiene, lo que corresponde a su cualidad predominante. Esta circunstancia se conserva, a través de las numerosas versiones. Y aquí Hera, como se ve, obra según su naturaleza fundamental. Hera, por encima de todo, a pesar de todo, es la Soberana de Cielo y Tierra, y no entiende que haya otro premio más estimable que el poder.
Atenea, sus nombres, sus funciones y los episodios principales de su leyenda. Palas. Erictonio. Aracne.
1. El nombre de Atenea no ha logrado reducirse al habla de los griegos. Atenea es diosa de procedencia prehelénica, aunque finalmente se alzará como cifra de cuanto fue helénico en Grecia. Sus orígenes se refieren a la era minoica o a la micénica, y aun se le reconocen probables resabios anatolios.
a) Minoica. Con ser virgen por antonomasia, se le concede un sentido maternal; no porque haya sido madre, lo que está en duda, sino por su espíritu de protección para héroes, príncipes, gobernantes, guerreros, jóvenes que se educan en la virtud, madres, muchachas y esclavas hacendosas, adictas a las labores domésticas. Y si en Élide la llamaban “madre”, también hoy llamamos a María “virgen y madre”, y también Zeus era “padre”, por concepto reverencial, hasta para quienes no fueron sus hijos.
Amén de que andan por ahí esas historias de las lustraciones rituales que devuelven la virginidad, como los baños de Hera en Nauplia. Asimismo, las mujeres atenienses, en las fiestas Plinterias, bañaban la efigie de Atenea en el mar, y las argivas acostumbraban purificarla en la corriente del Ínaco.
Finalmente, Atenea pertenece a la familia de las diosas minoicas en cuanto no es casada, no vive bajo dependencia marital. Lo cual, haya o no llegado a ser madre, basta para llamarla virgen, si prescindimos de nuestras exigencias, actuales. Así como Hera la Viuda pudo ser simplemente Hera la Abandonada, así Atenea la Virgen bien puede ser Atenea la Soltera.
Por lo que a sí misma se refiere, es adversa a las aventuras fáciles, pero no parece juez severo del prójimo, como sucede con Hera o con Ártemis. No tuvo empacho en abrigar los amores de Posidón y Medusa. Nada le costó acoger en su culto a las hijas del rey Cécrope, que tienen traza de mujeres emancipadas, pues una de ellas, Herse la Rocío, fue amante de Hermes, y otra, Aglauros la Brillante, se le ofreció en vano y parece que se entendió con Ares.
b) Micénica. Basta recordar que Atenea es diosa de espíritu guerrero y madrina de héroes militares, condición de la Edad Heroica. Ella levanta el ánimo de los capitanes y los ayuda a enfrentarse con los mismos dioses, como lo hace para Diomedes, o frena sus temeridades, como lo hace para Tideo y para Aquiles. A Atenea debe sus triunfos Belerofonte, y aunque las peripecias de que salva a Odiseo sean invenciones de la epopeya, ello corresponde al espíritu de su mito. Es la portaescudo de Zeus y tiene derecho a embrazar la Égida. Su lanza es pavor de los enemigos y atemoriza al propio Ares. Su primer vagido infantil fue un alarido de combate. Ha mostrado su valentía en la Gigantomaquia. Homero la llama “árbitro del botín”. Entre las diosas relacionadas con su culto, descuella Nike, la Victoria. Se la proclama Sthenias (la Poderosa), Areía (la Guerrera), Prómacos (la Campeona):
i) Acaso por su condición guerrera, se la complica vagamente con la marinería. En su gran festival, las Panateneas, hay un juego excepcional de regatas. Ella dirigió la construcción de la nave en que viajaban los Argonautas. Se ha sospechado que su poder político le daba cierta ingerencia en el gobierno de la fuerza naval. Se ha intentado explicar su apodo de “Tritogenia” —que ya Homero no parece entender—, emparentándola con la Anfitrite y el Tritón que ya conocemos, y preguntándose si tendría nacimiento en las aguas, puesto que se la venera en algunos ríos, fuentes y lugares acuáticos: el arroyo Tritonis, cerca de Alifera (Arcadia); el lago Tritonis (África), donde se la identifica con una diosa libia. Eustato entiende el epíteto por referencia a los tres (Tris, Tritón) puntos de la sabiduría: bien pensar, bien decir, bien obrar. Meras conjeturas. Sin duda Posidón la expulsó muy pronto del imperio acuático y marítimo, suponiendo que alguna vez la diosa lo haya compartido.
ii) La condición bélica de Atenea parece también haber facilitado su trato en la doma de caballos y en las artes de los carreros. Desde luego, el carro de guerra es su invención, y ella proporcionó a Belerofonte las riendas que le permitieron sujetar y cabalgar al Pegaso, hijo de la sangre de Medusa.
c) Anatolia. Los resabios anatolios de Atenea se reducen a lo que puede haber en ella de diosa de la montaña, tipo de la Dea Cibeles en Didima. Atenea es, en efecto, señora de la Acrópolis ateniense. Pero el montar la ciudadela guerrera en una altura y el ponerla bajo el amparo de la deidad es costumbre tan general que parece violento el referirla solamente al Asia Menor.
2. Como diosa que es, Atenea no puede disimular ciertas connivencias campestres, manifiestas en su relación con los animales y con las plantas.
a) El que se la llame, poéticamente, glaucóopis u “ojos de lechuza”, el que se la acompañe de un búho —que la teoría alegórica entiende como un signo del espíritu meditativo, por la expresión habitual de esta ave— no nos lleva muy lejos, ni autoriza a suponer que Atenea proceda de alguna vetusta adoración “teriomórfica”, que haya sido antes una diosa-lechuza. Glaucóopis es aquí un simple adjetivo para los ojos garzos, color de cielo claro y de mar ligero, como los de la Athene noctua que le fue consagrada. Zeus que, en Homero, no disimula su predilección por ella, pese al rencoroso Ares, la llama “mi querida Ojizarca”. Además, no es el búho la única ave que se le asocia, y ya sabemos que las aves eran formas frecuentes de las epifanías minoico-micénicas. En la Ilíada, asume figura de buitre para contemplar un combate. En la Odisea, asiste a la matanza de pretendientes mudada en golondrina.
Pero ya es más significativo que se la asocie con los reptiles, símbolo ctónico por excelencia. Las serpientes —que se enredan en los brazos de la diosa minoica, larva probable de Atenea— son genios protectores del suelo, y ante la invasión de los persas, también abandonan la Acrópolis, como los atenienses abandonaron la ciudad. En el escudo de Atenea, Fidias dibujó una serpiente. Erictonio, su ahijado mítico, es un personaje anguiforme.
b) Respecto a la relación de Atenea con la virtud vegetal y los cultos arbóreos, baste recordar que en su competencia con Posidón, Atenea inventó el olivo, y que el olivo de la Acrópolis era planta sagrada.
3. El solo examen de sus epítetos y nombres canónicos permite apreciar el radio de sus funciones.
a) Atenea es Polías o Señora de la Ciudad, Bulaia o Señora del Consejo, lo que alude a su concepto político y se enlaza con sus atribuciones militares. Homero la llama “Alalcomenia”, o por “protectora”, o por algún mito de Alalcomene (Beocia).
b) Como Kourotrofos o Ama de Jóvenes (título que también se da a otras diosas), Atenea muestra aquel aspecto maternal a que ya nos hemos referido.
c) No se sabe bien por qué se la llama Pallas Atenea, designación más poética que religiosa. Pallas es sencillamente “muchacha”, como Kore o como Parthenos (“virgen”), nombres que asimismo se le aplicaron.
A veces nos cuentan que Atenea, en la infancia, vivía con Tritón y tenía por compañera de juego a la hija de éste, Palas. Un día riñeron las dos niñas. Palas quiso matar a Atenea. Zeus interpuso su Égida. El resultado fue que Atenea mató a Palas y, arrepentida, labró una imagen de su amiga en el propio escudo. Tal fue el famoso Paladión, amuleto protector de Troya hasta el día en que Odiseo y Diomedes lograron sustraerlo. (El Paladión aparece después en Roma, capilla sagrada de las Vestales, y es también amparo de la ciudad, tal vez transportado por Eneas.) La historia es confusa y tardía. Quienes la inventaron no respetan el carácter tradicional de Atenea. Si a inventar vamos, mejor fuera figurarse que Atenea adoptó el nombre de Palas en conmemoración de una amiga muerta en la infancia; al menos, es más respetuoso.
d) Como Ergánee u Obrera, Atenea es patrona de los oficios; es artífice, no ajena a los menesteres del alfar ni al gremio del oro y de la fragua, pero especialmente afecta a las labores de las mujeres, hilado, bordado y tejido, en que fue maestra consumada.
De aquí parte probablemente la expansión y la espiritualización de su concepto. La areteé, por ejemplo, es una noción en marcha. Arranca de la excelencia técnica, calificación aplicable a los trabajos manuales: la areteé del carpintero. Pero si se la aplica, como lo hizo la filosofía ateniense, a la profesión general de hombre, a la conducta, areteé llega a significar la virtud moral. De parejo modo, la sophía de que cuida Atenea comienza por ser una aptitud concreta para tal o cual trabajo o desempeño, y acaba por significar la sabiduría o prudencia humana en general, de que Atenea vino a ser la deidad representativa.
4. Hay nombres que se aplican directamente a Atenea, o que se suman al suyo como el de persona gemela, más bien por simpatía de funciones o por absorción de la deidad secundaria en la superior, de que conocemos ya muchos casos. Hemos mencionado a Nike, la Victoria. Se ignora el nombre de la diosa libia con quien se la identificaba en África. Platón compara a Atenea con la egipcia Neith. Ya se la acompaña de Higia, ya se la llama Higia, sobre todo antes de la introducción de Asclepio en Atenas. Pues Higia, la Salud, encuentra su acomodo mítico aparte como criatura de Asclepio, fue adorada en Titane, y su nombre figura en el juramento hipocrático junto a Panacea y a Licimnio. Lo que nos lleva a ciertas funciones médicas de Atenea, que no llegaron a desarrollarse del todo por haber recaído en otras divinidades especiales, pero que aparecen manifiestas en Minerva, la contrafigura romana de Atenea.
5. Entre las atribuciones bélicas y las atribuciones pacíficas de la diosa, suelen los mitólogos recordar sus ligas con la música. En Argos la llamaron Salpinx, diosa-trompeta. Inventó la flauta de dos cañas, aulos (tibia u oboe). El aulos, según Píndaro, le fue sugerido por los lamentos y el silbar de la cabellera de serpientes que dejaba oír la moribunda Medusa. Pero Atenea abandonó pronto su doble aulos, porque, al hinchar los carrillos para tañer, se le deformaba la cara. Marsyas, un sátiro, lo recogió y lo hizo suyo. Lo hizo suyo para su mal, pues lo llevó a su perdición: Marsyas murió al fin desollado, porque se empeñó en oponer su silvestre música a la culta lira de Apolo.
6. Como lo hemos referido antes, Atenea, según el mito helénico, es engendrada por Zeus en el seno de Metis, a quien Zeus devora. La criatura nace de la frente paterna, abierta de un hachazo por Hefesto, Hermes, Prometeo, o por un demonio auxiliar, un tal Palamao. Atenea nace armada, blandiendo su temible lanza, y saluda al mundo con un grito de guerra que estremece todo el Universo. El Sol, espantado, paró su curso, y envió presurosamente a sus hijos Óquimo y Cércafo para que honraran a la nueva deidad. Éstos, en su prisa, se olvidaron de encender el fuego del sacrificio. Pero la diosa aceptó benévolamente las víctimas crudas —el rito se conservaba en Rodas—, y a cambio de su buena intención, concedió a los dos hermanos singulares dones artísticos: las estatuas que ellos labraban parecían figuras animadas.
La fábula del nacimiento de Atenea borra toda imagen de las ternuras infantiles e insiste en la descendencia patrilineal. Atenea no tuvo madre ni fue cunada nunca en pañales. Se anuncia un nuevo orden de dura y masculina adultez. Apolo rechaza el seno de Latona por la ambrosía celeste. Hermes nace presto para la astucia y el hurto de los toros sagrados. Dióniso fracasa en todos los vientres maternos y sólo se logra en el muslo del Señor de las Cumbres. Orestes es absuelto en definitiva, aunque haya dado muerte a su madre.
La época que preparó el reinado de las diosas virginias parece ignorar todas las blanduras femeninas. Así acontece con Atenea, con Ártemis, con Kora. Los robachicas abundan en decoraciones de los vasos de Dipilón. Víctima de ellos, Deméter atraviesa una larga y dolorosa pasión antes de que la escuchen los dioses. Y todavía el castigo que se impone a los raptores es una poineé muy llevadera. Manda el hombre. El género femenino aparece tardíamente en las lenguas indoeuropeas; y todavía hoy, en caso de mezcla, impera la concordancia masculina.
7. Genio tutelar de la ciudad y del príncipe, Atenea se refugia en el corazón mismo del pueblo, entre las lechuzas y las serpientes del Acrópolis. Es decir, que Atenea va a vivir junto al monarca Erecteo. La historia es inversa en Homero: ahora es Atenea quien acoge a Erecteo en su propio sagrario, sucesor del real alcázar.
Tampoco este Erecteo (o más propiamente Erictonio) es criatura de madre. Brotó de la tierra, y sus sucesores, los atenienses, como sabemos, se jactan por eso de ser autóctonos. Pero ¿de dónde nació este héroe? Nació precisamente de la cólera virginal de Atenea, quien se rehusó a aceptar las solicitaciones de Hefesto. El dios herrero en vano quiso adueñarse de la virgen, y, en la lucha, derramó la semilla, que la diosa enjugó con un mechón de lana y lo arrojó en tierra. Erictonio se levantó del suelo, como crece una planta: su nombre quiere decir “lana y tierra”: Gea lo entregó a la diosa guerrera, su madre por el intento y, en adelante, su protectora y su guardiana.
Atenea lo escondió en un cofre, objeto que en la mítica suele asumir un valor sagrado como depósito de tesoros. El cofre quedó confiado a las tres hijas del rey Cécrope, Aglauros la Brillante, Herse la Rocío y Pandrosos la Cencellada, genios de maternidad vegetal. Atenea les ordenó que no examinaran el contenido del cofre. Dos de ellas no resistieron la curiosidad y ¿qué vieron? Algo espantoso seguramente, porque, enloquecidas, se arrojaron por las laderas del Acrópolis. Erictonio tenía serpientes por pies, como aquellos monstruos de antaño. La verdad es que el propio Cécrope era un rey anguiforme, de modo que sus hijas debieran de estar habituadas a este lusus naturae; pero así es el cuento.
8. La metamorfosis de Aracne nos muestra a una Atenea vengativa, lo que perturba la nítida imagen de la diosa. En realidad, se trata de un castigo divino contra la insolencia o hybris de Aracne, error que la mente griega no perdona y que está en la base de todas sus tradiciones trágicas. Hay siempre un instante en que la grandeza perturba, y entonces acude la sabiduría a restablecer el equilibrio, por sobre los dolores del héroe, con aquella su justicia expletiva que parece ser ley fundamental del mundo a la vez que es el verdadero origen de la tragedia. Y lo cierto es que, en el caso de Aracne, Atenea fue más bien compasiva.
Aracne era una doncella lidia, hábil tejedora si las hay. Envanecida, se declaró capaz de competir con la misma Atenea en las artes manuales. La diosa obrera se le apareció en traza de anciana y la aleccionó contra los peligros de su jactancia. Aracne persistió en su error. Atenea aceptó entonces el desafío y se puso a labrar una tela con la historia de todos los mortales que han merecido castigos por su pretensión de emular a los dioses. La muchacha lidia, por su parte, bordó en su tela todos los escándalos amorosos de las deidades. Atenea desgarró la tela y golpeó a Aracne con la lanzadera. Aracne no soportó el ultraje y quiso ahorcarse. Atenea pudo todavía salvarle la vida, pero la dejó metamorfoseada en la araña tejedora que ha heredado su nombre.
9. Atenea llega a la edad clásica tan cargada de representaciones mentales, tantas experiencias del pensamiento concentra en sí, que cada uno de sus atributos y cada uno de sus nombres dan pasto a la investigación y a la reflexión. Y si cabe, en mucho, aplicarle las consideraciones que ya dejamos apuntadas sobre los caracteres comunes de las diosas, en mucho también escapa a ellos, por cierta lealtad nunca desmentida a las normas de la razón, lo cual parece crearle un mundo aparte. Ni los caprichos y las arbitrariedades del mito logran enturbiar su diafanidad.
Parece indudable que cualquier moderno, puesto a escoger su advocación entre los Olímpicos, preferiría, no a Zeus y a Hera, sino a Atenea y a Apolo, los dioses más puramente espirituales. La misma fórmula invocatoria consagrada en los poemas homéricos, y acaso muy antigua, nos anuncia ya tal preferencia secreta. La fórmula nombra siempre a una trinidad, porque un griego no podía prescindir de Zeus, principio de los principios: “¡Ojalá —oh Zeus, Apolo y Atenea— sucediera esto o lo otro!”
El culto y el prestigio de la diosa Atenea apenas pueden considerarse inferiores a los de Hera. “Hembra varonil” en el sentido que solían decirlo los antiguos —o sea, buena camarada y buen amparo de los varones— la magnífica deidad, hermosa y terrible, propia Valkiria mediterránea, ostenta su eterna juventud, vestida hasta los pies como la unidad de una idea perfecta, armada de todas armas —casco, lanza, escudo y coraza—, radiosa en el centelleo de sus ojos garzos, casta y limpia, laboriosa y heroica. Y todavía la adorna el prestigio de su íntima asociación con Atenas, es decir, con la ciudad representativa de “la Grecia griega”.
Ártemis y las diosas vírgenes. Carácter y mito de Ártemis. Latona y sus mellizos: Ártemis y Apolo. Orión y los mitos estelares. Acteón. Britomartis, Calisto, Taigeta, Opis y las Vírgenes Hiperbóreas, Hécate, Angelos, Ifigenia.
1. Ártemis, aunque incorporada a Grecia como hermana de Apolo, y aunque de antiguo arraigo en Arcadia, es también de origen exótico. Tras ella se esconden la deidad salvaje de los tauros que acepta sacrificios humanos, la Bendis tracia que también acierta a disfrazarse de Kora y de Hécate, alguna diosa licia venida desde más allá del Ida troyano y que tuvo fieles en Ilión, la Ma capadocia cuyo nombre es un balbuceo, y Fera, una hija de Éolo. En muchos sitios, singularmente en Éfeso, de donde los focenses, unos greco-asiáticos, habrán de llevarla hasta Marsella para luego cederla a Roma, goza Ártemis de culto independiente, extraolímpico, y muestra acentuados rasgos no helénicos. Al modo de las diosas minoicas, es Agrotera, señora de las fieras silvestres. Su campo es, en general, agreste y selvático, no el campo ya cultivado que es el imperio de Deméter. La Ártemis Orthia (erecta), distinta originariamente de la diosa prehelénica, pudo llegar a Esparta con las inmigraciones dorias, aunque un mito la identifica con la que Orestes trajo de Táuride a Grecia.
Homero, que trata a Afrodita con cierta sorna, lo propio hace con Ártemis —chiquilla malcriada a quien Hera castiga a golpes—, en contraste con la veneración que le merece la materna Latona. En lo cual se adivina el vestigio de cierta animadversión teológica contra un mito de la raza vencida, imperfectamente helenizado.
2. Ártemis es virgen, pero alguna vez resulta madre. Su culto efesio es un culto de franca maternidad, y la muestra dotada de numerosos senos, propia hembra de cría. En la misma Grecia continental, las ninfas de su cortejo han aumentado muchas veces la población de los héroes. Es madrina y nodriza de los alumbramientos: Kourotrofos, Paidotrofos, Philoméirax, Locheia. Su trato constante con mujeres la mezcla, como a Hera, con Febe (la Luna) y con la “titanesa” Hécate. Diosa arquera, a sus flechas se atribuye la muerte súbita de las mujeres, cuando no es efecto de la violencia.
Se diría que su condición de virgen recatada y terrible no parte de su prehistoria, sino de su cristalización helénica. Ya sabemos que, si no casada, pudo tener uno que otro amante, al modo de su contrafigura asiática, la siria Cibeles. Por singular ambivalencia, estas diosas fértiles exigen servidores intactos, estériles y hasta mutilados, sean eunucos, sean amazonas. En el Hipólito de Eurípides se aprecia la austeridad que Ártemis espera de sus devotos. No tiene piedad de los deslices ajenos. Armígera y reacia al yugo matrimonial, anuncia ya a aquellos hermosos y esquivos marimachos de que es ejemplo Atalanta, la heroína de Calidonia. Su espíritu vengativo hace que se la confunda con Némesis.
3. Es cazadora y maestra de cazadores. Su ley es la veda en la época de cría, y castiga rigurosamente al transgresor, como lo hace con Agamemnón, exigiéndole el sacrificio de su hija Ifigenia, a cambio de la corza abatida. Extiende a todos los cachorros la ternura que le inspiran los niños. Jenofonte, autor cinegético, afirma que era costumbre consagrarle las liebres recién nacidas. La diosa dicta reglas de caballería venatoria: si manda no tocar al ave que incuba, también manda no perseguir nunca a la zorra, que es cazadora, que pertenece al gremio.
4. Para las artes, Artemis es una saetera campestre y moza. Lleva cuernecillos lunares, arco y aljaba, enagüilla trotona más arriba de las rodillas, antorcha de fertilidad. Se hace acompañar de una corza u otro animal montés; por ejemplo, el oso. Las muchachas de Braurón se visten de oseznas para sus ceremonias rituales. Los romanos la identificaron con Diana, a la que prestan rasgos y atributos semejantes.
5. La historia clásica de Artemis —si olvidamos la especie de que Deméter haya sido su madre— nos lleva a contar las vicisitudes de Latona. Esta “titanesa” traía en el seno dos mellizos, fruto de sus amores con Zeus. Pero todas las tierras que alumbra el Sol se negaban a recibirla, por orden de Hera. Su hijo Ares, o Iris su comisaria, se encargaron de comunicar la orden al mundo. Para colmo, Latona debía ser perseguida de uno en otro lugar por Pitón, horrible serpiente o dragón de Delfos (antes, Pito). Además, el mundo esperaba ya con pavor a Apolo, uno de los mellizos, que aun no aparecido se anunciaba como un poder extraordinario, y bien podía ocasionar un cataclismo en sus convulsiones natales. Finalmente, Latona logró dar a luz a sus hijos en la isla de Ortigia.
No se sabe dónde caía Ortigia. Dicen que es la Isla de la Codorniz, otra incógnita. Esta ave se asocia a la adoración de Ártemis. Asteria, hermana de Latona, solía transformarse en codorniz para huir del antojadizo Zeus, y al cabo se metamorfoseó en una isla, la isla de Delos, identificada luego con Ortigia. Asteria es una diosa estrella: podemos creer que algún día la isla fue considerada como un meteorito.
Latona, en fatigosas jornadas, había logrado llegar desde el País de los Hiperbóreos hasta Delos, en un viaje de doce días. Para escapar a las persecuciones de Hera, se disfrazó de loba. De aquí que la loba sólo puede parir durante determinados doce días del año. No olvidemos, por otra parte, que Latona es madre de Apolo, dios con veleidades de lobo. Pero todavía hay quien sostenga que, si Apolo nació en Delos, Ártemis nació en Ortigia, dondequiera que se la sitúe.
Ello es que, en la versión sintética, Posidón tuvo piedad de Latona y, para eludir las órdenes de Hera y a fin de que los mellizos pudieran nacer en tierras que el Sol no ilumina, sacó del fondo de los mares la isla de Delos y la envolvió en una oscura bóveda de agua. Delos era una isla errante, mecida en mitad de los mares, y sólo vino a fijarla entre la corona de las Cícladas el nacimiento de Apolo. Y Delos temía que Apolo la considerara demasiado humilde para su cuna, pues es una roca triste y árida que sólo ascenderá en estimación cuando los jonios la conviertan en su centro político. Ártemis disipó los escrúpulos de la isla, asegurándole que el nuevo dios fundaría allí mismo su sagrario. Y Delos se atrevió a desobedecer el mandato de Hera, y fue sin embargo perdonada, porque Delos no es más que Ortigia-Asteria, la hermana de Latona, a quien se reconocía cierto derecho de solidaridad familiar. Si Ártemis tuvo ocasión de tranquilizar a Delos, es porque nació unos momentos antes que Apolo. Por cierto, se apresuró a prestar a su madre los indispensables auxilios, y aseguró el feliz advenimiento de su hermano. De aquí que las parturientas la invoquen.
A excepción de la contrariada Hera, todas las diosas se juntaron para presenciar el alumbramiento. Ilitia, la comadrona, se resistió un poco, pero al cabo se dejó persuadir y concurrió también al trance. En su angustia, la gigantesca Latona tuvo que recostarse en el monte Cinto, y se agarró a una palmera que después se veneraba en la isla.
6. Las peripecias de Ártemis la mezclan unas veces con su hermano Apolo —lo hemos visto respecto a los Aloades y lo veremos en el caso de Niobe, al tratar de Apolo—, y otras corren por su cuenta, o bien la asocian con las ninfas de su compañía. El caso de Orión es característico.
Orión fue un gigante, hijo de la Tierra, o hijo de Posidón y Euríale, y a quien su divino padre otorgó el dón de caminar sobre las aguas. Su primera esposa, Side (la Granada), legó su nombre a una ciudad. La granada (recuérdese la fábula de Perséfone) tiene alguna conexión con las moradas subterráneas; y en efecto, Side acaba castigada en la Casa de Hades por pretender rivalizar en hermosura con Hera. Orión se desposó entonces con Mérope (no la mujer de Sísifo), hija de Enopión, héroe vinícola de Quíos. De algún modo incurrió el yerno en la cólera de su suegro. Y Enopión, tras de embriagarlo, le arrancó los ojos y lo echó al mar. Orión volvió a tierra y cargó en hombros a un niño para que lo guiara hacia el oriente (imagen que anuncia a San Cristobalón). Dicen que este niño fue Cedalión, un aprendiz de Hefesto a quien Orión recogió a su paso por la isla de Lemnos. Al llegar al límite oriental, un rayo del Sol devolvió a Orión la vista y Orión regresó presurosamente en busca de Enopión.
Entretanto, Posidón le había obsequiado un alcázar subterráneo, obra de Hefesto. Allí acontecieron los amores de Eos y de Orión. Ártemis lo mató entonces a flechazos (cap. I, 1, 9); o bien, provocada por Orión a un desafío de disco, le lanzó el disco encima (compárese más adelante el caso de Apolo y Jacinto: las muertes involuntarias por heridas de disco abundan en las leyendas griegas); o acaso le dio muerte porque Orión quiso violar a Opis, una de las Vírgenes Hiperbóreas veneradas en Delos.
Pero la historia de Orión ofrece variantes tardías, en Quíos y en Beocia:
a) Hirieo, epónimo de la Hiriea beocia, se afligía de no tener descendencia. Pidió un hijo a Zeus, a Posidón y a Hermes, a quienes alguna vez hospedó con suma generosidad. Los dioses, en agradecimiento, tendieron una piel de res, se desaguaron en ella y ordenaron a Hirieo que enterrara la piel durante diez meses lunares. Al cabo de ellos, brotó en aquel sitio el niño Urión (después, Orión).
Orión persiguió con sus deseos a las Pléyades o a su madre Pleyone, fábula de origen astronómico escrita en la ruta de las constelaciones. Madre e hijas iban huyendo del gigante, cuando perseguidas y perseguidor se convirtieron en estrellas.
Tal vez Orión tuvo dos hijas, las Corónidas Metíope y Menipe, heroínas beocias, víctimas voluntarias que se sacrificaron en Orcomenos para librar a la población de una peste, y luego se metamorfosearon en cometas. De sus cenizas nacieron dos divinidades, los Corones, venerados en la Tebas beocia.
Para los beocios, Orión era un gran cazador y un héroe estimable cuando el amor no lo enfurecía. Pero alguna vez tuvieron que encadenar su efigie, donde acaso residía su espíritu, porque el espectro del indomable varón hacía estragos por los campos nocturnos.
b) Según los de Quíos, el gigantesco arquero, contratado para limpiar de animales las heredades de Enopión, se encontró con Ártemis y quiso forzarla. La diosa lo hizo matar por el Escorpión, que gira también en la Vía Láctea.
c) Pero es posible que Orión anduviera más bien de cacería por los campos cretenses, y que Gea haya azuzado en contra suya a un dragón, por haberlo oído jactarse de que era capaz de acabar con todos los animales terrestres.
d) Otra variante: Orión trabajaba para su futuro suegro Enopión, a fin de merecer la mano de Haíro. Acabó con las bestias que asolaban los campos. Los vecinos le obsequiaron ganados. Orión, que ya podía comprar a la novia, formalizó su propuesta. Enopión dilataba siempre las bodas, y Orión tuvo por bueno ejercitar sus derechos maritales antes de tiempo, por lo cual Enopión le arrancó los ojos.
En resumen: Orión es un cazador sobrenatural, y también una constelación; motivos, ambos, conocidos de Homero, aunque no los relaciona nunca, antes parece tratar de dos Oriones, que la posteridad acabó por convertir en uno. A Orión le ha faltado un poeta que modelara y fundiera las dos tradiciones incoherentes. En cuanto a su conexión con Ártemis no es más que el tema del cazador castigado, tema simpático a la diosa.
7. Al mismo espíritu corresponde el caso del cazador Acteón, hijo de Aristeo y Autonoe y nieto materno de Cadmo, a quien Ártemis sorprendió espiándola cuando se bañaba en compañía de sus ninfas. Le echó agua a la cara, lo dejó transformado en ciervo, y lo devoró su propia jauría.1 Las variantes dicen que el delito de Acteón fue el pretender desposarse con Ártemis, o bien rivalizar con Zeus en el amor de Semele.
8. Respecto a la asociación de Ártemis con las ninfas de su séquito, las historias son muy numerosas. Nos limitaremos a ciertas entidades reflejas que parecen desprendidas de la diosa principal o bien absorbidas en su esencia. Tales son Britomartis, Calisto, Taigeta, Opis, Hécate y la princesa Ifigenia.
9. Britomartis (la Dulce Virgen) es de prosapia cretense y tenía su sagrario principal en Cidonia. Comparte con Ártemis el nombre de Díctina, si bien Britomartis era, originariamente, culto de la Creta oriental, y Díctina fue más bien adorada en la zona occidental de la isla. Ambas aparecerán luego asociadas en los ritos del Zeus cretense.
Britomartis era hija de Zeus y de una modestísima Carme, sólo ilustre por su aventura: debe su inmortalidad a su pasajero extravío. Britomartis, perseguida por el rey Minos, no quiso repetir la culpa materna, para que no se dijera: “De tal madre, tal hija”. Huyó y permaneció oculta nueve meses. Un día trepó a una roca, resbaló y cayó en el mar. La salvaron unos pescadores, con sus redes (díktyna). O bien, simplemente, ella se escondió un día entre las redes. Protegida por Ártemis, escapó a Egina, en la barca pesquera de un tal Andrómedes, doncel que, por su discreto comportamiento, corresponde bien al carácter de las diosas virgíneas. Pero Minos acudió en busca de su presa. Ella logró desaparecer para siempre en una gruta consagrada a Ártemis, donde los eginetas la veneraron bajo el nombre de Afea.
Su salto de la roca al mar es rito de purificación aérea y acuática, que hoy constantemente y sin saberlo practican los zambullidores. Y la práctica de sus fieles consistía en buscarla por el campo, a cada retorno de la primavera, como hoy, en algunos pueblos, se busca el Árbol de Mayo.
10. Calisto, hija de Licaón, era preferida de Ártemis por ser la más hermosa, y tenía permiso de vestir como su ama. Estaba destinada a la maternidad. Zeus, para seducirla, adoptó la forma de Ártemis, lo que nos recuerda las fábulas de los enamorados que se disfrazan de mujer a fin de lograr su conquista —Leucipo y la ninfa Dafne—, y también la costumbre argiva de las Hybristika y otros confusos ritos arcaicos sobre el trueque de vestidura entre los sexos en vísperas del matrimonio, acaso para engañar a los malos espíritus. Sucedió, pues, que, en el baño de sus ninfas —imagen inseparable de toda evocación de Ártemis—, ésta descubrió el estado de Calisto y la expulsó de su compañía. Calisto, con el tiempo, dio a luz al héroe Arcas, epónimo de los arcadios. Hera, en castigo, la transformó en osa, y así anduvo la pobre ninfa vagando durante quince años por los bosques. Su hijo, de cacería, se encontró con ella. Zeus, para evitar que le diera muerte, transportó a ambos hasta el cielo, donde los convirtió respectivamente en las constelaciones de la Osa Mayor y de Arctofílax, su centinela.
Tal es la preciosa síntesis ovidiana, ante la cual deslucen las muchas variantes que la preparan: si Zeus más bien se disfrazó de Apolo y no de Ártemis; si Arcas es más bien hijo de Zeus y de Temisto, la hija de Ínaco; si el convertir en osos a ambas criaturas tuvo por objeto el sustraerlas a la venganza de Hera (como lo hizo Zeus con la vaca Ío); si Hera, aprovechando la metamorfosis incitó a Ártemis contra la osa, obligándola así a matarla: si Ártemis tuvo que matarla de propósito porque, en su ir y venir, la osa traspuso el sacro recinto de Zeus; si Hera, implacable, obtuvo de Posidón que no permitiera a las Osas bañarse en el mar, reduciéndolas a girar en torno al polo, aunque con el transcurso del tiempo y la variación polar, la Osa Mayor, por lo menos, puede ya meter la cola en las aguas, etcétera.
11. Entre las fábulas relacionadas con el tema de Calisto, por referirse también al origen de los epónimos peloponesios, merece recordarse la fábula de Lacedemón, hijo de Zeus y de Taigeta, la ninfa del monte Taigeto, a quien otros suponen madre del río Eurotas, lo que viene a significar lo mismo para la ascendencia lacedemonia. Parece que Ártemis transformó a Taigeta en una cierva, por ocultarla a los caprichos de Zeus. Pero ¿qué ninfa podía escapar al amo de los dioses? Ignoramos si se trata de la misma cierva de cuernos de oro que Héracles logró atrapar y que Taigeta sacrificó a la diosa Ártemis. Pausanias todavía encontró en Amiclea un monumento que representaba a Taigeta arrebatada por Zeus, mientras Posidón se apoderaba de Alcione, hermana de Taigeta.
En las variantes, la raza lacedemonia procede de una diosa montaña, o de una de las Pléyades, quien acostumbraba mudarse en animal: tal vez una hipóstasis de Ártemis.
12. Opis, en algunas variantes, se relaciona según queda dicho, con el mito de Orión. Aunque Opis parece también ser una doble de Ártemis o su camarada habitual, es más generalmente conocida como una de las Vírgenes Hiperbóreas. Éstas, según la tradición ortodoxa, acompañaron a Latona, a Apolo y a Ártemis desde su misteriosa tierra (¿septentrional?) hasta el sagrario de Delos. Opis y Arge allí murieron, y fueron enterradas junto al altar de Ártemis. Sus otras dos hermanas, Hipéroque y Laódice, llegaron a Delos poco después, y se enlazan con el cortejo de Ártemis. Y otras dos hermanas más, Loxio y Hecaerge, se deshacen ya en nebulosidades verbales. Más tarde hablaremos del País de los Hiperbóreos, pueblo legendario, justo y feliz, devoto de Apolo, que —según tradiciones hoy muy discutidas, pero aún no definitivamente negadas— puede situarse en alguna parte del norte, más allá de Epiro.
13. Hécate aparece en Hesíodo —aunque Homero la ignora— como personalidad de claro relieve, verdadera diosa arcaica con imperio en tierra, cielo y mar, guerrera, deportista, fértil y dispensadora de riquezas. Su madre generalmente es Asteria, hermana de Latona, y su padre es Perses o es Zeus, por donde es prima y es media hermana de Ártemis. Como a ésta, se le atribuye también el ser hija de Deméter o Fera, de Ceo y de Febe. En aquella oscuridad primitiva, nadie supo a ciencia cierta cómo se entendían los dioses. El Asia Menor la venera como deidad aparte. Grecia comúnmente la hace pareja de Ártemis.
Es diosa subterránea, reina entre los espectros, maga y fantasma, con frecuencia siniestra. Cuida las encrucijadas y los caminos (Enhodios, Trihoditis), pues encrucijadas y caminos son sitios temerosos, más o menos sobrenaturales. Es triforme (o cuatriforme) para guardar tres (o cuatro) rumbos a un tiempo; y de repente aparece, por las noches, bajo aspecto tan feroz como las Erinies, empuñando un látigo o una tea encendida, y seguida por una jauría infernal. Se la aplaca con ofrendas de desperdicios caseros que se llaman “cenas de Hécate”. Tal es la Hécate de las hechiceras, la que invocaba Medea en su desesperación. Luciano, burlescamente, le da unos diez metros de altura y una trailla de perros tan enormes como elefantes.
El ser noctívaga hace que se la confunda con la Luna; y sus tres formas manifiestan sus tres fases lunares, así como los tres órdenes de su imperio: Selene celeste, Ártemis terrestre, Hécate infernal.
Un antiguo comentarista ofrece esta curiosa fábula para explicar las varias funciones de la diosa: Zeus y Hera tuvieron una hija llamada Angelos, la Mensajera (un título subsidiario de Ártemis), quien un día robó la mirra que su madre usaba en el “tocador”. Perseguida por Hera, Angelos se refugió sucesivamente en dos lugares impuros, el uno manchado por un reciente alumbramiento y el otro por una reciente defunción. Como Hera no podía acercarse a estos sitios, encargó, a los fieles Cabiros que purificasen a su hija. Ellos la bañaron en el Aqueronte, de donde Angelos descendió a los infiernos para convertirse en Hécate. Ésta parece ser, al menos, la conclusión de cierto viejo escoliasta.
Finalmente, Hécate comparte con Deméter, Gea, Atenea, Latona, Ártemis y Hestia, el epíteto de Kourotrophos o guardiana de jóvenes.
14. Ifigenia es más bien una heroína épica. Homero ignora todavía su mito, que encontramos por primera vez mencionado en los Poemas Cíclicos. La Ifianasa de Homero no es más que un nombre, junto a sus hermanas Crisótemis y Laódice, y no está probada la ecuación Ifianasa: Ifigenia. Pero ya da en qué pensar la mucha cercanía de Ifigenia con Ártemis, de quien es sucesivamente víctima, protegida y sacrificadora. Ártemis suele apropiarse su nombre, que literalmente significa “la de alta cuna”, la princesa real, y a esta deidad de doble signo se consagraban algunas ofrendas nupciales.
Ifigenia era hija de Agamemnón, rey de Argos y esposo de Clitemnestra. Por su sangre corría, pues, la maldición recaída sobre el viejo Tántalo. Agamemnón, o bien su hermano Menelao, agravió a Ártemis, jactándose de ser mejor cazador que ella, o dando muerte a una corza sacra de la diosa. Según Eurípides, Agamemnón ofreció a ésta, en desquite, el mejor fruto que diera el año, el cual resultó ser Ifigenia, a quien Ártemis reclamaba como víctima prometida.
Cuando las flotas aliadas de los aqueos, concentradas en Áulide, se diponían a zarpar rumbo a Troya, la diosa detuvo los vientos o azuzó los vientos contrarios. El adivinador Calcas reveló entonces que Ártemis sólo podría ser aplacada mediante el sacrificio de la princesa Ifigenia. Se enviaron mensajeros a Argos. Ifigenia, acompañada de su madre, fue traída hasta el campamento, bajo pretexto de desposarla con Aquiles, quien ignoraba este ardid. A pesar de los lamentos de Clitemnestra —cuya conducta ulterior para con su esposo puede ser una venganza materna—, el sacrificio se dispuso. En el último instante, Ártemis, como el dios de Abraham, se conformó con la intención obediente, y sustituyó a Ifigenia por una corza, que fue degollada en vez de ella.
Las variantes trasladan el episodio a Braurón, centro religioso de la Ártemis osezna, y dicen que Ifigenia quedó transformada en una anciana; la víctima pudo ser una osa o una ternera.
La versión ortodoxa continúa con el traslado milagroso de Ifigenia a Táuride (Crimea), donde Ártemis la consagró a su culto. Este culto sanguinario exigía el sacrificio de todo navegante extranjero que cayera por aquellas costas. Ifigenia desempeñó tristemente su oficio durante varios años. Un día se presentó en Táuride su hermano Orestes, condenado, como parte de su expiación por haber dado muerte a Clitemnestra (esposa desleal y asesina de Agamemnón), a sustraer del templo de Táuride la imagen de la diosa arquera, redimiéndola así del culto de sus adoradores bárbaros. Orestes y su fiel amigo Pílades fueron entregados a Ifigenia para que ésta los hiciera sacrificar. Ifigenia reconoció a su hermano, facilitó el hurto de la Ártemis, y los tres, llevando consigo el precioso fardo, y amparados por Atenea, volvieron a Grecia. Esta imagen de Ártemis es la Ártemis Taurópolos, cuyo culto se fundó en Hale (Ática), donde Ifigenia continuó sus funciones sacras. En tiempo de los Antoninos, los romanos creían que Ifigenia, hecha inmortal, se había desposado al fin con Aquiles en Leuce (Euxino o Mar Negro), isla que poseía uno de los numerosos sagrarios en que se veneraba a este héroe, ya deificado como Señor del Mar (Pontarchées).
Desde los días de Grecia hasta nuestros días, y hasta nuestro propio país, la historia de Ifigenia ha inspirado a la poesía trágica.
15. El ciclo mítico de Ártemis es, pues, un coro de diosas virginales, en el hecho o en la intención, y cada una de ellas parece una imagen de la divinidad principal, reflejada en distinto espejo y animada luego de vida propia, más o menos definida e intensa. Las contradicciones constantes de estas historias no deben inquietarnos. Los griegos sólo les opusieron reparos cuando comenzaron a abandonar las firmes creencias de sus padres, quienes parecen haber dicho, como Tertuliano, Credo quia absurdum.
Afrodita. Oriente y Occidente. Ascendencia, nombres y atributos. El esposo Hefesto y el amante Ares. Descendencia. Adonis. Anquises. Las Gracias. Las Horas o Estaciones. Eros.
1. Afrodita es diosa impregnada de sabores asiáticos que revelan su ascendencia oriental, pero fue adorada sin excepción en todo el orbe de la comunión griega. Las diosas del Asia Anterior (ora se las llame con el nombre de Milita, Istar, Axtarté o Cibeles) les ceden sus prácticas cultuales, y singularmente los ritos de la prostitución sagrada. Grecia sólo conoció este uso en el pueblo de los mezclados corintios, cuyas sacerdotisas de amor merecieron, por su espíritu nacional, el ardiente elogio de Píndaro. Los púnicos colonizadores de Érix (Sicilia) llevaron allá esta peculiaridad erótica, entre los demás acarreos de su viejas costumbres étnicas, y allá la dejaron implantada, primero para los griegos occidentales y luego para los romanos.
“Pero los griegos —dice Rose— eran en general gente de limpia vida, y, en la mayoría de sus ciudades, rápidamente depuraron los aspectos menos recomendables del culto.” La Afrodita de Atenas es ya una diosa tutelar de los matrimonios, digan lo que quieran sus mitos, levemente risueños cuando llegaron a ser más folklóricos que canónicos.
De igual suerte, la figura de Afrodita, en las artes, asciende desde los grotescos ídolos de Chipre, muñecas desnudas de una sexualidad risiblemente exagerada, hasta las imágenes arcaicas de Grecia, envueltas en mantos y no exentas de cierta rígida dignidad. La estética emancipada de las centurias posteriores hace de Afrodita un paradigma eterno del desnudo femenino y de sus encantos voluptuosos. Su animal es la paloma; su planta, el mirto.
Los romanos la identificaron con Venus —que viene a decir “Gracia”— y la erigieron en símbolo de la belleza, primariamente aplicable al campo “venusto”, jardinado y con flores, y después, por extensión, aplicable a toda hermosura. La gens Julia —la familia de César— pretendía descender de Venus, a través de la fábula troyana de Eneas, que los poetas transportaron al Lacio tras la caída de la plaza.
2. Afrodita, en Hesíodo, es hija de la sangre de Urano y de la espuma del mar; en Homero, hija de Zeus y Dione. Por los sagrarios de su primera mostración en los alrededores del mundo helénico, fue llamada Cipris (de Chipre) o Citerea (de Citeres). Por sus funciones principales o su jurisdicción en las almas, fue llamada Ambologeéra o que retarda la vejez, Pandemos o señora de todos, Filomedea o de los anhelos, Urania o celeste (como Astarté, Reina de los Cielos, Astral), Hetaira o cortesana, Pórnee o meretriz, etc. En cuanto a la contraposición de la Urania o espiritual con la Pandemos o material y mercenaria, ella es más bien una elaboración filosófica de Platón, pues la Pandemos ateniense era una divinidad por todo concepto respetable.
Afrodita es, eminentemente, diosa de los amores y, como queda dicho en la Introducción, Diomedes la expulsa del combate como a una entrometida ridícula. Con todo, en Esparta y en Chipre conserva los atributos arcaicos de la diosa armígera; en Chipre, usa barbas de varón (recuerdo del hermafrodita asiático), y la fábula de sus amoríos la enreda con Ares, dios guerrero por excelencia, de quien tuvo algunos hijos como Harmonía y acaso Eros (leyenda muy tardía esta última).
La tradición tebana la emparienta con Cadmo, un extranjero aclimatado, medio fenicio y medio cretense, que vino a ser su yerno por haberse desposado con Harmonía. También, una que otra vez, aparece como diosa marina, protectora de navegantes.
Si en los remotos orígenes se presenta como soltera, según el tipo prehelénico y asiático, en el Olimpo griego viene a ser la esposa de Hefesto, aunque con frecuentes incursiones en terreno vedado.
En Delos, Afrodita sustituyó el antiguo culto de la heroína Ariadna, con quien suele identificársela y a quien conoceremos más adelante.
3. Sus mitos admiten una presentación relativamente cronologica, comenzando por los más acentuadamente orientales y acabando por los más típicos de Grecia.
El primer mito pertenece de modo inequívoco al orbe de las Madres Asiáticas, y nos la muestra acompañada de su amante satélite. Tal fue, para Afrodita, Adonis (El Adón o señor semítico, el Tamuz de Ezequiel).
Mirra (o Esmirna), hija de Tías, rey asirio (o de Ciniras, rey chipriota) se negaba a honrar a Afrodita, quien se vengó de ella infundiéndole un incestuoso amor por su padre. Mediante la complicidad de su nodriza (tema eterno de la nodriza mediadora), y al amparo de la sombra nocturna, Mirra logró satisfacer sus deseos. Descubierta por su padre, estuvo a punto de morir a sus manos. Afrodita acudió a salvarla, convirtiéndola en el árbol de mirra. De este árbol nació con el tiempo un niño, Adonis. Afrodita lo guardó en un cofre y lo confió a Perséfone. Ésta, seducida por la belleza del mancebo, se negó después a devolverlo. Zeus resolvió el pleito, ordenando que el niño quedara en libertad un tercio del año, y los otros dos tercios, con cualquiera de las dos diosas: tema de las Estaciones que encontramos ya en el mito de Deméter y Kora. Adonis pasaba lo más del tiempo al lado de Afrodita. Cierta vez que andaba de cacería, un jabalí le dio muerte.
Y aquí se interpone una segunda versión del cuento: Afrodita encontró por primera vez a Adonis, a quien le trajeron las ninfas, cuando éste iba de caza, y quedó prendada de su apostura. Le previno del peligro que lo amenazaba, pero él la desoyó y lo pagó con su vida. Tal vez el jabalí era un animal portentoso enviado por Ártemis a causa de algún viejo agravio, o enviado por Ares, celoso de Afrodita. El inculpar del caso a Ártemis parece una confusión con el mito del Jabalí Calidonio.
De la sangre de Adonis nació una anémona, o una rosa; o bien estas flores fueron engendradas por las lágrimas que lloraba Afrodita. Las rosas, ayer blancas, se volvieron rojas, al teñirse en la sangre misma de la diosa, que se pinchó con una espina en la prisa de atender a su amado Adonis. En adelante —desde el siglo V cuando menos—, las lamentaciones y el simulacro del cadáver de Adonis pasan a ser actos rituales, así como el cultivo en arriate de aquellos efímeros “jardines de Adonis”, que apenas duraban una horas.
4. La historia de Anquises y Afrodita guarda alguna semejanza con la anterior. Afrodita se encontró con el joven Anquises por las laderas del monte Ida, cerca de Troya, donde Anquises solía apacentar sus ganados, y se enamoró de él perdidamente, ya por propio impulso, o bien por designio de Zeus que quería hacerla pagar de algún modo las desazones que causaba en el corazón de dioses y humanos. De esta unión nació Eneas. Cuando Anquises descubrió la identidad de su amante —dice el himno homérico— se sintió atemorizado. No le espantaba tanto la perspectiva de la muerte, como la posible pérdida de su energía viril. Entendamos que fertilizar a la Madre Tierra es tarea agobiadora, donde se puede dejar la vida, o en que hay riesgo de esterilizarse y convertirse en eunuco (referencia al tema de la castración sacra). Se cuenta que, por revelar el secreto de sus amores, Anquises fue fulminado. Pero ya sabemos que tal fulminación es también un modo de tornarse inmortal. En la tradición principal, sin embargo, Anquises vive todavía para los días de la Guerra Troyana, y Eneas se lo lleva consigo al Occidente. Así en Homero, en Virgilio, etcétera.
5. La diosa, en las tradiciones característicamente helénicas, no es la una ya diosa solitaria, sino que es la esposa de Hefesto, dios herrero también tocado de asiatismo. Pero se la halla asociada algunas veces con el culto de Ares, de donde procede la fábula etiológica que ha dado la vuelta al mundo y que consta en un pasaje de la Odisea, muchas veces considerado como interpolación posthomérica:
Ares se entendía secretamente con Afrodita. Helios, siempre alerta, lo reveló a Hefesto. El insigne artífice armó una trampa y apresó en ella a los descuidados amantes. Después, llamó a todos los Olímpicos para que presenciaran aquella ignominia. Los Olímpicos de Homero anuncian ya el esprit gaulois: no se privaron de hacer comentarios picarescos. Hefesto, furioso, quiso divorciarse, y reclamó del padre Zeus que le devolviera el precio pagado por la infiel. Pero Posidón intervino —alguna vez había de tener un rasgo de humorismo— y se ofreció como fiador por los daños y perjuicios que Ares resultó obligado a pagar. Verdadera composición poética en que se ve cómo el mito se sale de la religión.
6. Las diosas suelen acompañarse de un cortejo. En torno a Afrodita encontramos a las Chárites o Gracias, a las Horas o Estaciones y, algo tardíamente, a Eros.
a) Las Gracias, en su nombre ya latinizado, son antiguos espíritus de la vegetación, convertidos luego en símbolos de belleza —pues nada hay más bello que la tierra fecundizada—; hacen crecer las rosas, tienen por atributo el mirto y provocan las flores de la primavera. Dos de ellas fueron adoradas en el Ática: Auxo, la que fomenta los brotes, y Hegemone, la que acompaña y guía el retoño. También tuvieron culto en Orcomenos, Pafos y Esparta. Aunque se habla siempre de las Tres Gracias (fórmula canónica de Hesíodo), su número mítico es indefinido: Thaleía era la Floreciente; Kale, la Hermosa; Euphrósyne, el Gozo; Aglaya, la Radiante, que es la menor. Conocemos también a otra llamada Pasitea, a quien Hera, en la Ilíada, ofrece como esposa al Sueño, para que éste consienta en adormecer a Zeus, mientras ella auxilia a los aqueos contra los troyanos. Y un poeta helenístico, Hermesianax, convierte en una de las Gracias a Peitho, el espíritu de la Persuasión, vaga hija del Océano en Hesíodo, diosa matrimonial más tarde, y compañera habitual de Afrodita, que también suele convertirse en un mero epíteto de ésta. Siempre se las da por hijas de Zeus, pero los nombres de las madres varían. A veces se les atribuyen maridos, cuya mención complicaría inútilmente nuestro relato. El arte arcaico las representa vestidas. A partir de la era helenística, se populariza la imagen de las tres mujeres desnudas, tomadas de los brazos.
Las Gracias asisten, ungen y bañan a Afrodita; son aficionadas a las fiestas, a la poesía, la danza y la música. Se presentan en los banquetes divinos y, naturalmente, no faltaron a las nupcias de Peleo y Tetis. La imaginación, al apoderarse de este mito risueño, lo hace evolucionar —como el de la misma Afrodita—, desde la mera fertilidad terrestre hasta la idea general de “la sabiduría, la belleza y la gloria” (Píndaro). Las Gracias también significan el favor y el agradecimiento al favor, por el cual todavía “damos las gracias”. Aristóteles explica que el santuario de las Gracias se encuentra en un sitio eminente, a fin de que todos lo vean y se acuerden de ayudarse entre sí.
b) Las Horas también estimulan los brotes del suelo y los frutos. Vienen a ser las estaciones del año. En general, los antiguos dividían simplemente el año en verano e invierno. Pero las Horas suelen ser tres, por adición de la primavera. En Hesíodo se las llama Eunomía, Dike, Irene (Orden, Justicia y Paz), lo que revela ya una evolución ética en su concepto. Su mito se reduce a ser servidoras de Afrodita. En Homero, ellas se encargan de correr y descorrer los cortinajes de nubes a la entrada del Olimpo.
c) Eros, que en Hesíodo es una entidad cósmica anterior a los dioses, acabó por considerarse como hijo de Afrodita y Ares. Pero es persona de más viejo abolengo y, por de contado, independiente de la Afrodita clásica. Está llamado a vivir más bien en la teología y la filosofía. Los poetas alejandrinos lo degradan. Si en la Tespias beocia o la misa Parion es casi severo, atlético, señor de las hermosuras juveniles pero más bien duro y terrible, y aun se lo representaba como un tosco peñasco, ahora se lo vuelve un niño apicarado que envenena sus flechas y las dispara al azar, puesto que anda siempre con una venda, pegado a las rodillas de su supuesta madre Afrodita, y hecho un juguetillo romántico. La literatura dará en usarlo como el agente natural de todas las aventuras amorosas. Tal es, en Góngora,
…el marinero niño alado
que sin fanal conduce su venera.
7. Afrodita nace entre los furores orgiásticos de los orientales y gradualmente se redime, a la persuasión excelsa del espíritu griego, como si ella misma hubiera trepado por la escala del pensamiento platónico. A través del goce de todas las bellezas particulares, se encamina hasta la zona del amor ideal. Al comenzar su poema Sobre la naturaleza de las cosas, Lucrecio siente la necesidad de invocarla a modo de numen propicio, prueba de la jerarquía filosófica que llegaron a concederle los más altos pensadores de la antigüedad. En vano es negarla o combatirla. Todos nacimos sus esclavos.