Fela Kuti y Afrika 70, «Zombie», 1976
La revolución afrobeat
Zombie, de Fela Kuti y Afrika 70 (Coconut Records, 1976).
«No verás a otro como Fela —dice Tony Allen mirando con los ojos inyectados en sangre por encima de su taza de té—. Era quien era y no tiene sentido tratar de desafiarlo.» Allen tiene 70 años, es un hombre reservado y algo lacónico cuando habla al dictáfono, pero todavía increíblemente versátil a la batería. Han pasado tres décadas desde que trabajara por última vez con Fela Anikulapo Kuti y cuatro desde que ambos inventaran el afrobeat. A Allen, como repite a menudo, sólo le importa la música. Fela quería hacerlo todo. Era el James Brown de África, su Bob Marley, su John Lennon: líder de grupo, icono, hedonista, moralista, aspirante a político y agitador sin tregua. Cuando las autoridades nigerianas decidieron que ya las había atosigado bastante, se abatieron sobre él con tal dureza que otro hombre se habría partido en dos.
Fela nació en 1938 con la rebeldía en las venas. Era miembro de la influyente dinastía Ransome-Kuti, que pertenecía a la etnia yoruba y vivía en el estado de Ogun, en el suroeste de Nigeria. Su padre, el reverendo Israel Oludotun Ransome-Kuti, fue uno de los fundadores de los sindicatos de maestros y estudiantes del país. Su madre, Funmilayo, era una defensora de los derechos de las mujeres. Uno de sus primos era el Nobel de literatura Wole Soyinka. Un editorial de 1946 del Daily Service describía la ciudad natal de los Ranasome-Kuti, Abeokuta, como «la más explosiva con diferencia de toda Nigeria… La temperatura está casi siempre a punto de ebullición».
Fela creció en un entorno relativamente próspero y cultivado; sus cuatros hermanos se dedicaron a la medicina. Los padres no toleraban la desobediencia en casa y el travieso y cabezón Fela se ganó varias zurras de castigo, pero fuera del hogar luchaban contra la autoridad. «Lo que me gustaba de mi padre es que les daba cien vueltas a todos», recordaba Fela. A finales de 1940, Funmilayo animó a participar a las mujeres del lugar en grandes protestas contra la política fiscal discriminatoria del municipio y acabó por mandar al exilio al corrupto líder de la ciudad, cuyos oídos zumbaban aún por los insultantes cánticos a él dedicados: «Ademola Ojibosho, / tiparrón con una gran úlcera, / tu actitud es deplorable». Los yorubas contaban con una vieja tradición de cantos de alabanza —canciones en que se celebraba la gloria de diversos mandatarios— y estas canciones de protesta espontáneas mostraron su potencial cuando el halago era sustituido por el escarnio. Tras aquel éxito inesperado, Funmilayo se convirtió en una afamada activista: líder del movimiento por el sufragio femenino, buena amiga del primer presidente de Ghana Kwame Nkrumah y compañera epistolar de Paul Robeson.
En cualquier caso, el adolescente Fela estaba más interesado en la vida nocturna de Lagos. El highlife, un género musical que había evolucionado durante décadas como una amalgama vibrante y enormemente popular de sonidos provenientes de África occidental, Cuba y el Caribe, era también la música con que se divertía la élite acaudalada y Fela empezó a cantar con los Cool Cats de Victor Olaiya. En 1958, se marchó a Londres a estudiar trompeta en el Trinity College of Music, donde formó su propia banda de highlife, Koola Lobitos, para entretener a otros estudiantes negros, al tiempo que se introducía en la escena del jazz. Aquél fue un momento histórico muy estimulante para un africano joven y ambicioso. Kwame Nkrumah desató la avalancha poscolonial subsahariana en 1957 en Ghana, a la que se sumó Guinea al año siguiente; en 1960, el año en que el primer ministro británico Harold MacMillan habló de «vientos de cambio… soplando por todo el continente», 17 países, incluida Nigeria, declararon su independencia.94 Pero aunque los aires de liberación revoloteaban en torno a él, Fela no prestaba gran atención: «Tío, por entonces era tan jodidamente ignorante sobre política mundial, no sabía una mierda —le contó al entrevistador Carlos Moore—. ¡Y no me importaba un carajo!».
Fela se casó con una negra británica, tuvo tres hijos muy seguidos, se graduó en Trinity y regresó a Nigeria en 1963. Su nueva banda, también llamada Koola Lobitos, fusionaba highlife y jazz valiéndose de la percusión polivalente y avasalladora de Tony Allen. No obstante, el highlife estaba a punto de experimentar una drástica evolución por motivos que iban mucho más allá de la música.
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Nigeria era una amalgama forzada de cientos de grupos étnicos, impuesta por el Imperio Británico a principios del siglo XX. Tres eran las etnias dominantes: los yorubas en el suroeste; los musulmanes, semifeudales, hausa-fulanis en el norte, y los mayoritariamente cristianos y democráticos igbo en el sureste. En enero de 1966, un grupo dominado por oficiales igbos protagonizó un golpe militar que pronto se vio contrarrestado por otro golpe por parte de líderes hausa-fulanis, que designaron a Yakubu Gowon, un hombre de 32 años, como jefe del estado. Decenas de miles de igbo fueron masacrados en el norte en una serie de matanzas. Más de un millón de personas huyeron al este para cobijarse en su patria, entre ellas la mayoría de las grandes estrellas del highlife. Al tiempo que los músicos eran expulsados de Lagos, también pareció desvanecerse el optimismo despreocupado que había animado aquel estilo musical.
En mayo de 1967, el líder igbo Chukwuemeka Odumegwu Ojukwu decretó que la región se separaría de Nigeria para convertirse en la República de Biafra, lo que precipitó la guerra civil. El gobierno quería asegurarse las reservas de petróleo que yacían bajo territorio rebelde y disuadir a otras regiones de sumarse al carro. Un año después, las fuerzas nigerianas se hicieron con la gran vía de suministro de Biafra, Port Hartcourt, y sometieron el país a un embargo que ocasionó la muerte por inanición de cientos de miles de biafreños.
Después de la guerra, Fela expresó su apoyo a los biafreños, aunque él seguía volcado en el trabajo como músico. Con la penetración del soul norteamericano en los clubs de África occidental, Fela cambió el highlife por un nuevo sonido al que bautizó como afrobeat. En junio de 1969, aceptó una invitación para salir de gira por Estados Unidos con los Koola Lobitos y conoció a la pantera negra Sandra Smith, que lo introdujo en un nuevo círculo: Nina Simone y los Last Poets, Martin Luther King y Stokeley Carmichael, Nikki Giovanni y Angela Davis. Se entusiasmó especialmente por la Autobiografía de Malcolm X. «Me dije “¡Esto es un hombre!” —le comentó a Moore—. Yo quería ser como Malcolm X. ¡Mierda! ¡Que se jodan! Yo quería ser Malcolm X… Y empecé a pensar en todo lo que pasaba en África.» La banda de Fela, llamada ahora Nigeria 70, prosperó y evolucionó en Los Ángeles; más funky y pulido, el afrobeat ya no sólo era un nombre, sino un nuevo sonido radical. «Había estado recurriendo al jazz para interpretar música africana, cuando debería de haber recurrido a la música africana para tocar jazz», le explicó Fela al escritor John Collins.
«Todo cambió después de Norteamérica —dice Tony Allen—. La música cambió, la ideología cambió, todo cambió.»95
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Las asediadas fuerzas biafreñas se rindieron en enero de 1970, dos meses antes del regreso de Fela a Nigeria, y Gowon comenzó la tarea de reconstruir el país. Se mostró astutamente magnánimo en la victoria, al conceder la amnistía a las tropas secesionistas y reintegrarlas a la sociedad nigeriana. El temido genocidio de los igbos no se produjo y las heridas del país fueron cicatrizando gracias a la prosperidad: al final del año, Nigeria era el décimo exportador mundial de petróleo e ingresaba millones de dólares al día; las cifras mejoraron todavía más durante la crisis del petróleo de 1973. Por entonces, Nigeria podía exhibir la economía más próspera de África y el ejército más potente.
La afluencia de dinero permitió la expansión de la industria musical. Tanto EMI como Decca establecieron sus sedes de África occidental en Lagos y contrataron a una nueva generación de artistas, entre los que destacaban King Sunny Ade y Sonny Okosuns. Un número creciente de jóvenes nigerianos de clase media viajaban y estudiaban fuera y, así, de vuelta, llegaban con un renovado gusto por el rock y el funk. El productor de la EMI en la región, Odion Iruoje, había sido destinado a Londres para presenciar la grabación del Abbey Road de los Beatles y se dedicó luego a buscar talentos por toda Nigeria a fin de reclutar grandes músicos de sesión para mejorar sus grabaciones. Bandas como los Hygrades y los Funkees tocaban con el vigor desatado de los grupos norteamericanos de rock de garaje, aprovechando una coyuntura que quizá no volvería a repetirse. Iruoje también trabajó con Fela, pero no durante mucho tiempo. «Hablaba del gobierno, de política —se queja—. Y eso no me gustaba. La música es su don. Uno no puede decidir abandonar la música y dedicarse al activismo. Y él permitió que la vertiente política dominara la musical.»
Al volver a Nigeria, Fela necesitaba adaptar su nueva conciencia negra a los oídos africanos. En su concierto de regreso a Lagos, levantó el puño saludando a la manera del Black Power y se encontró con un público desconcertado por no tener ni idea de lo que aquello significaba. En «Black Man’s Cry» y «Why Black Man They Suffer» defendía una versión africana del nacionalismo racial. En 1972, añadió un coro femenino de seis voces para aportar a sus canciones una dinámica de llamada y respuesta y empezó a cantar en el inglés pidgin de la clase trabajadora nigeriana, una decisión tanto política (que acercaba a este retoño de la élite a la calle) como musical (que le permitía ir improvisando a partir del ritmo). Sus canciones se hicieron más largas, pero no resultaban gratuitamente hinchadas. «En la música de Fela no hay jam sessions —dice Allen—. Nunca. Toda la música está escrita. Toda. No puedes añadir nada salvo a mí mismo. Sólo yo cuento.» Fela desechó otros géneros, del highlife al afrorrock, como expresiones de una concepción colonial poco saludable. En contraste, el afrobeat era la música de la independencia.
Su base de operaciones, frente a su casa, en el número 14 de Agege Motor Road, era un insalubre patio de hotel al que llamó el Santuario Africano. Varias veces por semana, la veintena de miembros de la banda, ya conocida como Afrika 70, tocaba en sesiones de seis horas ante cientos de fiesteros bajo el techo de chapa ondulado. El patio estaba cercado por banderas de las naciones africanas independientes y, sobre el escenario en forma de T, brillaba un mapa de neón del continente. El aire estaba siempre aromatizado por el humo de la marihuana. Más tarde, Fela construyó un altar con imágenes de iconos políticos como Nkrumah y Malcolm X, a los que solía dar las gracias antes de actuar. El lugar pasó a ser un enclave de peregrinación casi mística, una especie de cruce entre club nocturno e iglesia, donde Fela ejercía de carismático sacerdote maestro de ceremonias; de hecho, su mordaz columna en un periódico se llamaba «Chief Priest Say» [dice el sumo sacerdote].
Pero Fela no cantaba como un sacerdote. Se trataba más bien de un cabecilla astuto, sexy e ingenioso que traducía la energía vibrante de las calles de Lagos en una imaginería vívida y en sinuosas interpretaciones. La noche del viernes era la noche Yabis; yabis implicaba un tono satírico; de hecho, significaba mofarse de alguien. En ocasiones, el variado público de estudiantes, trabajadores y disidentes podía incluir a alguna estrella internacional, como Paul McCartney, que estaba en la ciudad para grabar Band on the Run, o el exiliado sudafricano Hugh Masekela. «Allí pasaron muchas cosas —afirma Allen enigmáticamente—. Uno tenía que estar seguro de sí mismo para acudir. Podía pasar de todo.»
Con el tiempo, Fela convirtió su casa en un campamento para la familia, los amigos, los integrantes de la banda, su séquito creciente y sus numerosas novias (la monogamia, explicó, era otra imposición colonial). Solía acostarse al alba y despertar a mediodía, cuando los criados le servían comida, bebida y marihuana, antes de dirigirse al edificio principal sin otro atavío que un par de calzoncillos, más la compañía de sus novias. Antes de la actuación de cada noche, se montaba en un burro y, a la cabeza de Afrika 70, se encaminaba por la carretera hacia el santuario, rodeado por los fans que lo aclamaban y cantaban.
La celebridad de Fela tenía una electricidad propia: política, musical, tribal, sexual. Hablaba como Huey Newton, vivía como Hugh Hefner y administraba su reino privado como un caudillo local. Lo que había empezado como una banda y se había dilatado como una corte se fue perfilando como su propia subcultura subversiva. Él y sus seguidores viajaban en una flota de coches y autobuses decorados con el logo de Africa 70, costeados con los ingresos de las giras por estadios y el flujo incesante de nuevos álbumes. A pesar de esta ostentación, siguió siendo el héroe popular de mendigos, prostitutas y de los desheredados en general —hasta las bandas criminales lo dejaban circular sin importunarle—, así como un imán para los disidentes políticos. «Adonde sea que vaya —apuntó el escritor John Collins— la gente abandona su tarea, grita su nombre y saluda a la manera del Poder Negro. Una vez, en el campo de fútbol de Surulere, en Lagos, recibió una abrumadora ovación, mayor que la dedicada al jefe del estado en su momento.» Para las autoridades representaba una doble afrenta, al violar las leyes con su estilo de vida aberrante y fomentar el descontento con su política radical.
Por entonces, Fela no señalaba a nadie ni estaba dispuesto a hacer enemigos, aunque algunos de sus vívidos comentarios sobre la vida urbana ilustraban la otra cara del boom nigeriano. La extendida corrupción obstaculizaba la construcción de infraestructuras vitales y aseguraba que la élite acumulara la riqueza: mientras en algunas partes de Lagos surgían mansiones fortificadas, en otras se extendían los barrios de chabolas. Puertos y aeropuertos veían lastrada su función por la incompetencia y las calles estaban igualmente congestionadas. La canción «Go Slow» (1972) describía con humor a la víctima de un atasco de tráfico en un país con el peor historial de seguridad vial del mundo. A los turistas se les aconsejaba que mantuvieran los brazos dentro de sus vehículos durante los atascos, para ahorrarse el riesgo de que los criminales sueltos se los cercenaran con machetes a fin de llevarse relojes y anillos. «Las cosas comenzaron a degradarse y se empezaban a ver asaltantes armados —dice Allen—. Eso hizo que el país se asustara. La gente que antes salía por la noche ya no lo hace, porque tiene miedo de no volver a casa.»
En 1974 el gobierno decidió que ya era hora de actuar contra Fela. «¡1974! —exclamó Fela ante Carlos Moore—. Ése fue el año en que empezaron todos los horrores. Los arrestos… las palizas… las encarcelaciones… ¡Todo!»
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No sabemos si Fela se habría convertido en aquel incordio para el gobierno si lo hubieran dejado a su aire. En su reino hecho a medida vivía una vida regalada, provisto de dinero, sexo y adulación. Es cierto que era un rebelde, pero no un revolucionario, y no aspiraba a una confrontación directa con el estado. A principios de 1974 le dijo a Moore: «No tengo nada que temer. Ni siquiera pensaba que pudieran tener algo contra mí».
El 30 de abril, cincuenta agentes antidisturbios irrumpieron en la sede de Afrika 70, asegurando que habían recibido información sobre tráfico de drogas y menores implicadas en prácticas sexuales. Fela y otros sesenta residentes fueron arrestados y llevados a la cárcel de Alagbon Close. Liberados ocho días después, sufrieron una segunda incursión en la cual la policía plantó un porro de grandes dimensiones en el recinto. La redada dio un giro grotesco cuando Fela agarró la droga y se la tragó con un lingotazo de whisky, con lo que la policía lo devolvió a la cárcel para esperar que sus intestinos liberaran la prueba incriminatoria. Los compañeros de celda le asistieron en la letrina a fin de que la muestra que debía entregar a sus captores estuviera «“limpia” como caca de bebé». Tras su liberación, canalizó su indignación en «Alagbon Close» y su humor socarrón en «Expensive Shit». «Me, I be Fela, I be Black Power man» [yo soy Fela, soy hombre del Poder Negro], alardea, «I go bend my yansch, I go shit» [voy a bajar el culo, voy a cagar]. La policía había detenido a un parrandero y liberó a un radical consumado.
Ya sabes cómo se educa a la gente para que crean que la cárcel es sólo para criminales —le dijo a Moore—. Para gente que ha «ido contra la sociedad»… Pero después de que me metieran en esa celda con gente a la que ellos llaman «criminales», empecé a pensar: «¿Quién coño es la sociedad? ¿Quién encarcela a la sociedad cuando comete atrocidades contra la gente?».
Tal como le contó a John Collins: «Nuestra música no tendría que tratar de amor, tendría que tratar de la realidad y de lo que pasa ahora».
En noviembre se produjo otra incursión, esta vez acusándolo de haber retenido a una chica menor de edad. Tras rociar el complejo con gases lacrimógenos, los antidisturbios asaltaron el lugar y propinaron una paliza a Fela que lo tuvo 17 días ingresado en el hospital. Volvió a Afrika 70 como un rey del exilio, con miles de seguidores desfilando tras él. Aquella misma noche ofreció un concierto en el santuario.
Cuanto más lo atormentaba la policía, más heroico resultaba el personaje. En 1975 siguió el ejemplo de Malcolm X al cambiar su «nombre de esclavo», Ransome, por Anikulapo, que significa «aquél que lleva la muerte en el zurrón».96 Su residencia en Agege Motor Road pasó a ser la República Kalakuta, por el mote de la celda policial en la jefatura central de Lagos, y se la proclamó estado autónomo, a la vez que se cercaba el recinto con alambre de espino. Kalakuta, explicó, era el término swahili para «pillo». Así es como lo habían descrito ya desde su niñez. Pues muy bien: se iba a convertir en el pillo más temible de todos ellos.
Mientras se iba restableciendo, tanto física como psíquicamente, para futuros enfrentamientos, la situación política viró de pronto en su favor. Enfangado en la corrupción y la ineptitud, el antaño popular presidente Gowon acabó agotando la paciencia de Nigeria cuando se fundió la promesa de devolver el país a las autoridades civiles. Tras meses de agitación, fue expulsado en un golpe incruento por el general Murtala Mohammed, que procedió a una purga de arriba abajo de villanos y amigotes en toda la sociedad nigeriana. Mohammed se ganó el favor de panafricanistas como Fela al financiar a las fuerzas comunistas de MPLA en Angola y atacar a Estados Unidos por apoyar el régimen del apartheid en Sudáfrica. Fueron buenos tiempos para Fela. Firmó con Decca, apareció como cabeza de cartel en el estadio de Lagos y empezó a filmar un documental, pomposamente titulado Black President. Incluso hizo migas con el jefe de policía de Mohammed, Muhammadu Dikko Yusufu. «Yo estoy contento con este gobierno —le contaba a John Collins un Fela aparentemente aliviado—. Tenemos la impresión de que ahora habrá progreso.»
Pero no fue así. Después de sólo siete meses en el cargo, Mohammed fue asesinado de un disparo a través de la ventanilla del coche cuando se hallaba parado en un atasco en Lagos. El asesinato había sido presuntamente ordenado por el exiliado Gowon, quizá con el apoyo de gobiernos occidentales. Lo sucedió uno de sus ministros, el general Olusegun Obasanjo, quien causalmente había nacido en la misma ciudad que Fela y era un año mayor que él. Entre la incertidumbre que cundió tras el asesinato, Obasanjo sacó adelante un proyecto que iba a consolidar el papel de Nigeria como vanguardia del nacionalismo africano: el Segundo Festival Mundial de las Artes y la Cultura Negras, o FESTAC.97
El gobierno gastó unos 140 millones de dólares en este escaparate de un mes de duración de la cultura africana, con muestras artísticas de todos los estilos e intérpretes procedentes de 55 países. Fela había sido llamado por Mohammed para el comité organizador, pero su relación con Obasanjo se agrió enseguida y, entre calumnias cruzadas, se acabó retirando del FESTAC en octubre de 1976, tres meses antes de su estreno. Él y otros críticos acusaron a los organizadores de corruptos, ineptos, presuntuosos y elitistas, más interesados en la opinión del mundo exterior que en la del nigeriano medio. Decidido a arreglar la permanente maraña de tráfico en Lagos antes de la llegada de los turistas, Obasanjo anunció la «operación alivio vial», que autorizaba a los policías a azotar a los automovilistas recalcitrantes. «¡FESTAC! —exclamó Fela—. ¡Menuda estafa! Un atraco!»
Fela, autoproclamado «presidente negro» de su propio país dentro del país, decidió montar su propio «contra-FESTAC» en el Santuario Africano. Delegados y artistas extranjeros, Stevie Wonder y Archie Shepp entre ellos, ignoraron el consejo gubernamental y acudieron al Santuario Africano para ver en acción a la mayor estrella del país. Cuanto más ensalzaban los extranjeros el contra-FESTAC y menospreciaban las celebraciones oficiales, más avergonzado y furioso se mostraba Obasanjo. Echando sal en la herida, Fela organizó un grupo llamado Young African Pioneers, que inundaron Lagos con miles de panfletos en que se criticaba a la administración. Además, Fela hizo públicos sus planes de presentarse a las primeras elecciones convocadas tres años después del golpe. Como si estas provocaciones no bastaran, unos meses antes del FESTAC, lanzó su tema «Zombie».
«Zombie», según Fela explicó a la periodista Vivien Goldman, iba «contra el tipo de mentalidad que acata órdenes sin pensar». A mediados de los setenta, el ejército nigeriano gozaba de una reputación abominable y le llovían los escándalos por apaleamientos y saqueos. Azuzarlo mediante una canción era un acto extraordinariamente valiente o estúpido. Aunque el prolífico Fela había producido una sarta de canciones en las que atacaba a la religión, al gobierno, a la policía y a la mentalidad colonial, ninguna contaba con la garra sediciosa de «Zombie». En lugar de denunciar abiertamente a los soldados, Fela parece bailar en torno a ellos, mofándose y lanzando un dardo a su orgullo de machos con cada fraseo súbito de trompeta o cada afilado cántico. «Zombie no go think» [zombi no va a pensar], canta Fela, «unless you tell am to think» [a menos que le digas piensa]. El músico va acelerándose, parodiando el marcado ritual de la instrucción: «¡Formen! ¡Descansen! ¡Cuerpo a tierra!». Y luego se ríe. El júbilo descaradamente temerario de la canción es asombroso. Los chavales traviesos la cantaban para burlarse de los soldados, marchando miméticamente con palos bajo el brazo en lugar de rifles.
«Tuvimos que obtener permiso del gobierno para sacar ese álbum —dice Allen con solemnidad—, pero aun así seguía siendo un problema.»
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No muy lejos de la República Kalakuta estaban los barracones Abalti, y el 12 de febrero de 1977, poco después de la ceremonia de clausura de FESTAC, un grupo de residentes de Kalakuta se vieron confrontados en las calles por soldados de los barracones. Seis días después, un joven del séquito de Fela fue apaleado por una falta de tráfico y su molido cuerpo fue trasladado al complejo. Un puñado de soldados se presentó a la entrada para exigir la entrega del chico, pero Fela se negó. «Ya podéis venir con bazucas, rifles y bombas si queréis», dijo retador. Y eso hicieron.
Poco después Fela miró desde su balcón y vio cerca de un millar de soldados rodeando Kalakuta, sosteniendo letreros en que urgían a los vecinos a evacuar la zona, tras lo cual los acontecimientos se precipitaron con velocidad endiablada. Los soldados pegaron fuego a la flota de coches de Fela y al generador que alimentaba la valla electrificada, después la atravesaron y pasaron a devastar el complejo.
Muchas de las mujeres fueron violadas, algunas con los cañones de las armas y con cuellos de botella, luego las arrastraron desnudas hasta los barracones. A algunos hombres se les machacaron los testículos. El hermano de Fela, Beko, que dirigía la clínica gratuita de la república, fue golpeado con tal saña que se vio confinado a una silla de ruedas durante meses. Su madre, Funmilayo, una vieja de 78 años, fue arrojada desde un balcón y se rompió la pelvis. El propio Fela fue acorralado y atacado. «¡Ay, tío, podía sentir cómo me rompían los huesos con cada golpe!» Tras dos horas de violencia, los soldados incendiaron el complejo, destrozando no sólo la casa, sino también la clínica y el estudio de grabación y, con él, las cintas de la banda sonora de Black President. Cuando los bomberos y periodistas acudieron al lugar, los soldados los atacaron también a ellos y luego procedieron a saquear y maltratar al vecindario. Los 60 residentes de Kalakuta fueron hospitalizados o encarcelados. Tony Allen, que debía visitar Kalakuta aquel mismo día, llegó para presenciar el final del destrozo.
Fue un desastre —dijo—. Todos habían sido arrestados y se los habían llevado y la policía la marcó como zona de acceso prohibido. Los bomberos derribaron el tejado y ya no había tejado. Todo quemado de arriba abajo. Todos sus vehículos. El generador. Todo. Y eso fue todo. No se puede reconstruir. Se acabó.
Aunque no hay pruebas fehacientes de que el gobierno ordenara el saqueo de Kalakuta, éste no tardó en encubrir el asalto. En abril, una investigación oficial cargó el muerto sobre un «soldado exasperado y desconocido» (de ahí la canción de Fela cáusticamente titulada «Unknown Soldier», 1979), al tiempo que censuraba a Fela por su declaración de independencia y procedía a vetar brevemente a Afrika 70 en actos públicos; pero incluso después de levantar el veto, ¿dónde podrían tocar? El Santuario Africano había sido cerrado y otros locales de Lagos se sentían demasiado intimidados como para contratar al grupo. En otoño, Fela se llevó a su banda empobrecida y desmoralizada a Ghana.
Pero Ghana ya no era el país orgulloso y progresista de unos años atrás. Kwame Nkrumah, el amigo de la familia Ranosme-Kuti, había sido expulsado en 1966 por un golpe militar respaldado por la CIA. Cuando Fela viajó al país, éste ya había pasado por otros cuatro jefes de estado y otro golpe militar. Al igual que en Nigeria, los estudiantes, los disidentes y los trabajadores trataban a Fela como a un héroe y dedicaron su composición «Zombie» a su propio líder militar corrupto, el general Ignatius Acheampong. Y del mismo modo que en Nigeria, las fuerzas del estado buscaban cualquier ocasión para deshacerse de Fela. Después de que un integrante de Afrika 70 se peleara con un tendero local, otros miembros de la banda fueron trincados por posesión de marihuana. Y con eso bastó.
Fela regresó a Nigeria en varias ocasiones para entablar una demanda multimillonaria contra el gobierno. Con su habitual extravagancia, celebró el primer aniversario del asalto a Kalakuta casándose con 27 mujeres de su séquito en el hotel Lagos, con la promesa de desposar más mujeres en el futuro. «Apenas he sido feliz en mi vida —le dijo a Moore—, pero casarme con mis 27 mujeres me hizo feliz. Las escasas veces en que me he sentido feliz, después siempre ha sucedido algo terrible. Y ésta no fue una excepción.»
Cuando Afrika 70 voló de vuelta a Ghana, su entrada fue rechazada en el aeropuerto. Una vez en Lagos, se produjo otro agravio: la demanda de Fela había sido desestimada. Dos meses después, murió Funmilayo, que nunca se había recuperado del asalto a Kalakuta. Su entierro en Abeokuta reunió a 50 personas que desfilaron bajo un calor tórrido para mostrar sus condolencias. La detención por posesión de droga en 1974 había radicalizado a Fela; la demolición de su república lo había conmocionado y, ahora, tras la muerte de su madre, se sentía dispuesto a todo. «Ver morir a mi madre ha hecho que la muerte ya no valga nada para mí —declaró al Sunday Punch—. El día en que la vi morir, juré que mi lucha iba a ir a todo tren.»
El material de Fela posterior a los sucesos de Kalakuta se hizo cada vez más vitriólico. Algunos temas resultaban tan controvertidos que Decca se negó a sacarlos, a la vez que el gobierno incautaba las copias maestras. Sólo tras una ocupación de siete semanas de las dependencias de Decca por parte de Afrika 70 y de un proceso, consiguió Fela que le devolvieran sus canciones. Las canciones recuperadas, «Sorrow, Tears and Blood» (1977) y «Shuffering and Shmiling» (1978), eran obras tristes y amargas. «Cada vez que nos llegan las letras, sabemos si tendremos problemas, pero no le decimos que no lo haga —dice Allen—. ¿Por qué se lo deberíamos decir? Es escritor y nadie debería decirle qué debe escribir. ¡Y nadie tendría tampoco los arrestos para hacerlo!»
Aunque los soldados que devastaron y quemaron la República Kalakuta no pudieron quebrar el alma de Fela, sí consiguieron apagar su chispa vital de humor y optimismo, cualidades que habían ayudado a mantener unida a Afrika 70. En octubre de 1978, la banda fue cabeza de cartel en el Festival de Jazz de Berlín, un concierto que resultó ser el último. Durante años, los músicos de Fela habían recibido más fama que dinero y su decisión de destinar los ingresos del concierto berlinés a financiar sus ambiciones políticas, en lugar de pagar a la banda, fue la gota que colmó el vaso. «Yo había estado metido en todo (toda aquella mierda del gobierno) hasta aquel momento —dice Allen—. ¿Se supone que debo repetir lo que está volviendo a decir? No. Ya ha hecho y dicho bastante. Si todo eso tenía que haber cambiado algo, las cosas ya habrían cambiado.»
Allen se marchó de Afrika 70 y la mayor parte de los integrantes siguieron su ejemplo. Hartas del acoso, las mujeres de Fela lo abandonaron los meses siguientes. La sociedad que Fela había construido a su alrededor con todo el boato no estaba hecha para capear este temporal. Mientras Afrika 70 se desmoronaba en Berlín, en Lagos las excavadoras del gobierno ejecutaban una simbólica limpieza final de los restos de Kalakuta. Cientos de fans presenciaron bajo la lluvia aquel tiro de gracia cantando «¡Kalakuta se va! ¡Se va! ¡Se fue!».
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En la época de «Zombie» parecía que Fela era capaz de cualquier cosa. Ahora había topado con sus límites, empezando por sus ambiciones presidenciales. De los 50 partidos políticos que pretendían presentarse a la carrera electoral de 1979, sólo 5 fueron oficialmente aceptados y el Movimiento Popular de Fela no se contaba entre ellos. El país estaba asqueado por los escándalos de corrupción, las matanzas y la eliminación de los opositores políticos. El 30 de septiembre, la víspera de que Obasanjo cediera el poder al gobierno civil, Fela protagonizó su más firme declaración política al depositar una réplica a tamaño natural del ataúd de su madre ante la residencia oficial del general, un incidente comentado más tarde en el tema «Coffin for Head of State».
Así pues, Fela no fue presidente. Ni pasó a ser una gran estrella del Tercer Mundo como Bob Marley, que también abrazó el panafricanismo en 1979 con canciones como «Zimbabwe» y «Africa Unite».98 El sonido de Bob Marley estaba hecho para atraer a un público transnacional; por su parte, las composiciones de Fela devinieron más largas, didácticas y arraigadas en la maraña política nigeriana y, además, la antojadiza formación que constituía su nueva banda, Egypt 80, no contó jamás con un músico de la categoría de Allen. A pesar de cierto éxito inicial en Europa, Fela se vio eclipsado por la emergente estrella nigeriana King Sunny Ade.
En Nigeria, a Fela le faltaba dinero para poder sacar discos y él mismo puso todo de su parte para enajenarse a las dos grandes discográficas. Su riña pendiente con el jefe de Decca Chief Abiola, a quien destripaba en el tema de 1979 «I. T. T. (International Thief Thief)», llegó al extremo cuando sus hombres aparecieron con varios cubos de excrementos humanos en la mansión de Abiola y embadurnaron los muros con su contenido.99 En todo caso, la industria musical nigeriana se hundió con la caída del precio del petróleo y la crisis consiguiente. La espiral de delincuencia callejera tenía a la gente demasiado atemorizada como para asistir al nuevo Santuario Africano de Fela, quien, además, fue gravemente apaleado por la policía en 1981; sus heridas se exhibieron en la funda del álbum de aquel mismo año Original Sufferhead.
Fela se sintió cada vez más atraído por el misticismo y solía hacerse acompañar por un brujo ghanés llamado Dr. Hindu; también tendía cada vez más a las declaraciones estrafalarias. En el libro de entrevistas de Carlos Moore Fela, Fela: This Bitch of a Life, explicaba de qué modo «la tecnología, la industrialización provocarán el desplome de las naciones blancas» y cómo la homosexualidad era una enfermedad psicológica causada por la contaminación ambiental y los aditivos alimenticios artificiales. Aseguraba haber sido visitado por el espíritu de su madre y hablaba de reunirse con ella: «Me digo: “¿Cómo puedo liquidar mi existencia?”. Porque yo quiero dejar de ser. ¿Entiendes? Pienso mucho en eso».100
Fela se hallaba en la misma situación a la que tuvo que hacer frente Phil Ochs. Incapaz de dejar la política de lado, se encolerizaba como un toro herido mientras el país caía en pedazos: escándalos, disturbios, huelgas, deuda, inflación y desempleo, hasta que tras cuatro años de gobierno civil, el ejército organizó otro golpe. ¿Cómo no estar furioso? Pero era igualmente difícil que los oyentes no se hartaran de escuchar su enojo. Un fan desencantado, Niyi Odutola, escribió en el diario Punch en 1982: «Dice que su música no es por placer, pero [nadie] quiere un sermón político o ideológico por el precio de un LP… La confrontación no es música». Puede ser, pero llegados a ese punto era la única música que Fela conocía. «Con mi música creo un cambio —le dijo a Carlos Moore, por más que los únicos cambios en Nigeria fueran a peor—. Lo veo. De modo que en realidad recurro a la música como arma. Tocar música es mi arma.»