PRUEBAS A SALIR CON EMILE
Le has dicho que le darías una oportunidad y ahora estáis en la puerta de tu habitación. Parece que está muy claro lo que va a pasar, pero lo cierto es que no estás muy segura, porque esto no es un rollo de una noche, es mucho más delicado. Y es que vivís juntos.
−¿Te parece bien si empezamos olvidando que compartimos piso? −propones para frenar el calentón.
−¿Qué quieres decir? −contesta, acariciándote las manos.
Tu cuerpo te pide a gritos que le permitas tocarte por todas partes, ahora mismo, pero por una vez serás prudente y no harás caso.
−Prefiero que salgamos algún día los dos solos y que pase lo que tenga que pasar.
−Vale.
Seguro que no sabe muy bien por qué habría que esperar. No es fácil explicarte cuando tú misma estás hecha un lío.
−Quiero decir que… −levantas el dedo índice para exponer tu idea, apartando un momento la mirada−. A ver si tiene sentido esto −vuelves a mirarlo−: si nos comportamos como si fuéramos solo compañeros de piso mientras estamos aquí, y quedamos fuera como algo más, sería como si en realidad no viviéramos juntos, ¿entiendes?
No lo entiendes ni tú.
−Sí −debe de estar mintiendo−. Tienes miedo de que lo que pase entre nosotros afecte a la convivencia.
−Exacto.
−Ya sé que es una situación rara –suelta tu mano, aunque en realidad quieres que te siga tocando, y no lo dices para no confundirlo todavía más−, pero habrá un momento en que ya no podamos evitarlo.
Te sonríe, y en la zona interior de tus ingles surge una urgencia que es enviada rápidamente a tu cerebro: quiero que el pene de Emile se refriegue en mis partes rosadas. Pero debes ser fuerte y no dejar que la impulsividad tome las riendas de la situación. Eres adulta.
−De momento, me gustaría esperar.
¿Esperar a qué? ¿A que estés segura del todo? ¿Y cuándo será eso? La realidad es que no te hace sentir ese escalofrío delicioso que te recorre cuando estás con tu jefe, y te parece que, para que funcione con Emile, eso es lo que debería pasar. Lo de ahora se parece mucho a tus principios con Sergi. Y ahora no buscas otro Sergi.
−Estoy de acuerdo −dice.
−Uf, vale −te quitas un sudor imaginario con el dorso de la mano y os reís.
Su mirada, que hace un minuto te estaba desnudando, ha pasado a ser la de un hombre enamorado, y te asusta un poco. Es esa mirada la razón por la que tienes que estar más segura. Este chico está buscando una relación. ¿Estás preparada para eso tan pronto? Mierda, no lo sabes.
−Solo quiero que sepas una cosa −dice, mirándote como si tuvierais una conexión muy especial−, y será la última vez que lo diga estando aquí como compañeros −hace una pausa para recuperar la respiración, y quizás también el valor−. Es la primera vez que me siento tan cerca de una persona sin conocerla realmente. Es como si estuviéramos destinados a… Ya sé que suena cursi.
−No, qué va.
¿Ha dicho destino? ¿Ha dicho destino? Dios, tómame…
−No es que haya tenido mucha suerte con las chicas en general. Hasta ahora he tenido un par de relaciones serias, pero con ellas no había esta química −dice, señalándoos con un gesto−, y aunque estoy de acuerdo contigo, en parte, creo que no deberíamos dejar escapar el momento, ¿sabes? Porque todo lo que podría pasar mientras fingimos ser compañeros de piso, son momentos que se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Te ha dejado de una pieza. Jamás te habían dicho algo tan bonito, tan poético. Claramente no has visto Blade Runner. Si te hubiera dicho «Siempre nos quedará París», habría sido otra cosa.
Como cualquier chica que creyera que esas palabras son de cosecha propia, te lanzas a sus brazos y os besáis. No pasáis a mayores, pero ha sido un beso espectacular. Te ha servido para marcar la diferencia: este no es otro Sergi. Nadie que bese así sería otro Sergi, y nada te hace pensar que sea un sin sangre.
Como si fueras la castidad personificada, pones la cara inocente de las actrices de las películas en blanco y negro que se prendaban del protagonista en unas horas y aceptaban matrimonio, y le das las buenas noches.
**
La mañana del viernes ha sido la más estresante desde que trabajas en Chez Moi. El día anterior Anabelle y tú estuvisteis hasta las seis y media introduciendo los últimos cambios para la presentación de la gran reunión. Y ahora que es el momento de imprimir las copias, encuadernarlas y dejarlas en el asiento de cada uno, va y se escacharra la impresora. Has entrado en pánico porque solo queda una hora para la reunión, y ni siquiera tenéis tres juegos completos. ¡Os faltan diecinueve! Encima, la petarda de la recepcionista está pegada a vuestro culo y, en lugar de ayudar, os está poniendo más nerviosas con ese molesto tono de voz, repelente a más no poder: «La empresa de catering ha llamado, están buscando aparcamiento». «Ha llegado el señor Pascal, ¿le digo que espere en la salita?». «El señor Fournier quiere saber si está todo listo». «Adèle me pregunta si habéis actualizado el documento con el último gráfico que os ha enviado esta mañana».
−La mato yo o lo haces tú. Quizás por ser española me caen más años −dices entre dientes.
−Tranquila, saldremos de esta −responde Anabelle, riendo y marcando las teclas de su teléfono al mismo tiempo−. ¿Más años por ser española? Qué cosas tienes. ¿No tenías doble nacionalidad?
−Ya, pero me he criado en España, y seguro que eso sería determinante para la sentencia.
−¿Didier? −dice Anabelle con el auricular en la oreja−. Vamos a mandar las copias a tu impresora. La nuestra se ha atascado y no nos da tiempo a llamar a los informáticos.
Anabelle te hace señas para que mandes los documentos a la otra impresora.
−¡No la tengo configurada!
−Configúrala –te dice tapando el auricular, para después seguir hablando con Didier −. No… Porque ya sabes cómo es. Sí, claro… Ella tampoco se puede mover… Claro… No… Vale.
Mientras tanto tú: impresoras y faxes> impresoras> buscar impresoras, hasta que te encuentras con quince diferentes.
−¿Cuál es, joder?
−La CHM que acaba en D –Anabelle cuelga el teléfono y corre a tu sitio.
−La última, vale. Configurar. Imprimir.
−¿Te has acordado de mirar que todos los saltos de página estén bien?
−¿No lo hicimos ayer?
−Sí, pero eso fue antes de todos los cambios.
−Mierda, mierda. He mandado a imprimir veinte copias.
−¡Irene! −se lleva las manos a la cabeza−. Voy a comprobar los daños. Menos mal que empezamos por el discursito típico. Tendremos tiempo de encuadernar hasta que empiece la reunión con los directivos.
Se te va a salir el corazón por la boca.
La cosa se calma cuando Didier, cabreado por la poca cooperación de la recepcionista, le encarga a esta las encuadernaciones y vosotras os podéis sentar junto al resto de empleados en la gran sala de reuniones. Te parece que no da muy buena impresión ver a una recepcionista encuadernando mientras atiende a la gente, pero Anabelle dice que, cuando Didier no está contento con alguien, es implacable.
Después de dar la bienvenida a todos sus empleados, vuestro jefe ha hecho una simpática introducción comparando vuestra empresa con los comienzos de Google. Le preguntas a Anabelle si está contento con tu trabajo, porque todavía no has tenido tiempo de hacer el análisis de mercado para abrir una sede en España.
−Está encantado −te dice−. Eres positiva, muy trabajadora, implicada, y además pasas de él −esto último te ha hecho fruncir el ceño−. Mientras no estés pendiente de él de la manera en que le gustaría, conservarás tu puesto. Es triste decirlo, pero es así.
−Sí que es triste.
−A estas alturas, ya te puedes imaginar que él insistió en contratarte. Si hubiera sido por mí, no estarías aquí −dice mirando al frente. Entonces se vuelve y te coge del brazo−. No te lo tomes a mal, pero es que la entrevista no fue muy ejemplar que digamos. Ni siquiera por nuestra parte.
−Ya −contestas distraída.
Entonces, ¿Anabelle no tuvo nada que ver en tu contratación? No sabes muy bien por qué Didier te mintió, quizás para que no vieras tan claras sus intenciones. Madre mía, el director general de Chez Moi contrata a jovencitas con el objetivo de llevárselas a la cama y hacerles la vida imposible hasta que se vayan. Aunque de esto último no tienes pruebas, que el puesto estuviera vacante ya debería decirte algo. Acoso primero y después mobbing. Vaya con el francesito…
Pero, a pesar de ser alarmante, además de un insulto a la inteligencia femenina, hay algo que predomina sobre todo lo demás (y que no dice mucho de tu inteligencia): te contrató para follarte a ti, y no a otra. ¡No hay nada que dé más morbo que eso!
Te muerdes el labio inferior mientras lo observas allí, delante de todos con esa confianza y ese chaleco que lleva como si fuera un modelo de Guess. Se te suben los calores, dando rienda suelta a tu imaginación más X.
No hacerle caso es lo más fácil que has hecho en toda tu vida. Han sido años de aprendizaje, de constantes palos en la adolescencia, siempre obsesionada con los más cabrones. Sabes cómo tienes que comportarte con este tipo de tíos: tú debes tener el control, saber cuándo tienes que prestarle atención y cuándo no. Cuanto más profesional es el trato entre vosotros, más quiere tu jefe que deje de ser así. En realidad es tan sencillo su funcionamiento que te haces cruces.
Cuando empieza a hablar del futuro de la empresa, Anabelle te señala la puerta del final de la sala, susurrándote que ya es hora de recoger las copias de la presentación. Salís de la sala.
−¿Puedo hacerte una pregunta? −dice Anabelle, mientras saca un café de la máquina.
Ya tenéis las copias encima de la mesa y estáis esperando a que salgan todos para volver a entrar en la sala y reorganizarla para la reunión de los jefes.
−Claro.
Todavía no sabes si te vas a arrepentir de haber accedido. A veces Anabelle sale con unas cosas que te dejan fuera de juego.
−¿Cómo puedo saber si mi hija ha perdido la virginidad?
Exactamente como ahora.
−Yo qué sé, Anabelle. Qué preguntas haces.
−Es que creo que sale con un chico y no sé si me lo contaría si hubiera… ya sabes. Perdona, me siento un poco violenta hablando de esto.
¿Violenta, ella? Pues no se imagina cómo te está pareciendo a ti. Tu compañera de trabajo está hablándote de la vida sexual de su hija.
−Creo que no soy la persona más indicada para…
−Ya, bueno, como tú eres más joven pensaba que… En fin, no soy una madre con la que no se pueda hablar de esas cosas. Creo que siempre le he dejado muy claro que puede contármelo todo, pero ahora no sé si debería hablarle o no de que use protección.
Dios mío. No te puedes creer que todavía sigáis hablando del tema.
−Supongo que es una conversación que todo padre tiene con sus hijos en algún momento, mantengan o no relaciones.
−¿Pero no es muy pequeña todavía para eso? ¿Y si, al sacar el tema, le doy pistas?
¡Qué está diciendo! Esta mujer no vive en el este mundo.
−Creo que ya están saliendo −dices, señalando la sala de reuniones.
−¿Ah sí? No he oído nada.
−Sí. Estoy segura de haber oído la puerta abrirse.
En realidad solo has oído una voz en tu cabeza: «Sal de aquí, ahora».
Cuando ya lo habéis dejado todo preparado, catering incluido, volvéis al despacho y te tomas un tiempo para mirar los mensajes en tu móvil.
Hola. Soy Emile, alias James Browley. Nos conocimos el viernes en un encuentro de Laser Tag. ¿Te apetecería hacer algo esta noche?
Una amplia sonrisa te ilumina la cara y Anabelle no tarda ni dos segundos en preguntarte a qué se debe tanta alegría. De pronto, te ves contándole a tu compañera una intimidad, y te das cuenta de que te sientes a gusto hablándole de Emile.
Así que ha llegado la hora de hacer la lista.
No la necesitarías si el único elemento a examinar fuera Didier Goulard porque, si algo sabes con certeza, es que Didier y Sergi no tienen nada que ver. Pero la pequeña atracción que sientes por Emile, hace imprescindible la elaboración de la lista para acabar de convencerte de que tampoco se parece a Sergi.
SERGI:
Compenetración - 8
Penetración - 0
Atracción – 5
Beso - 6
Nivel de detallismo - 0
Inteligencia - 8
Espontaneidad - 0
Sociabilidad - 1
Cosas en común - 5
Posibilidad de boda - 0
EMILE:
Compenetración - 8
Penetración - ¿?
Atracción - 7
Beso - 10
Nivel de detallismo - 9
Inteligencia - 8
Espontaneidad - 9
Sociabilidad - 5
Cosas en común - 3
Posibilidad de boda - ¿?
−Irene, yo me voy a comer. Nos vemos esta tarde −se despide Anabelle.
Levantas los ojos lo justo para asentir y vuelves a tu lista. Te pasas la lengua por los labios, con el lápiz bailando en tu mano, las piernas cruzadas y la calefacción calentándote los pies. Estás demasiado concentrada para darte cuenta de que alguien se ha asomado y se ha puesto muy contento al ver que tu compañera ya no está. Una gran sonrisa, de esas que están directamente conectadas con los deseos genitales, está al acecho. Además, se ha asegurado de cerrar la puerta tras de sí, como si fuera el lobo feroz entrando en casa del cerdito.
−Supongo que esa no es la competencia de Chez Moi en España, ¿no? –pregunta Didier, echándole un vistazo a tu lista.
Levantas la cabeza y te quedas blanca. La primera reacción es darle la vuelta a la libretita. Te disculpas alegando que estás en el descanso y que no te habías dado cuenta de que estaba ahí. Mierda, ¡qué vergüenza!
−Me faltan algunos puntos para el análisis –te pones recta en la silla, como un palo−. En cuanto los haya completado, te avisaré para comentarlo.
Él se sienta en la mesa, perforándote con sus ojos marrones, y cuando compruebas que la puerta está cerrada, todo lo que en tu cabeza ha sucedido mil veces (por delante, por detrás, por delante otra vez, contra la pared, en el suelo, en el pasillo), parece ponerse en marcha. En tu imaginación, ahora te diría: «Irene, no estoy aquí por eso. Parece mentira que no lo sepas ya. Quiero que copulemos como animales salvajes. Ahora me voy a quitar la ropa, no te asustes, sé que has estado evitándome para ponerme los dientes largos. No puedo esperar a que se vayan todos, pero he cerrado la puerta. Es posible que alguien se dé cuenta de lo que estamos haciendo. ¿No te pone cachonda? A mí se me ha puesto dura solo de pensarlo».
−He venido por otra cosa −dice.
¡Irene! Ya lo tienes, ¿a qué estás esperando? Es un poco desesperado hacerlo al medio día mientras todavía hay gente en la oficina, que no estás en una peli porno, joder, estás en el trabajo. ¡Decoro!
Echas hacia atrás la silla hasta que el respaldo da contra la pared. Distancia. Bien hecho.
−¿Por qué has venido, entonces? −una pose un tanto chulesca. Parece que te sobren pretendientes.
−Quería invitarte a cenar −tu vagina aplaude el inicio de su discurso−, pero sé que no es lo correcto siendo tu jefe.
−Lo sé, pero lo estás haciendo.
Quieres hacerle sufrir un poco, aunque en el fondo te mueras de ganas de estar con él.
−Créeme que he intentado ignorarlo, pero es más fuerte que yo −dice fingiendo estar afectado−. Déjame darte una sorpresa y llevarte a un sitio muy especial esta noche.
Sonrisa seductora de Don Juan en su máximo apogeo.
Abres la boca y la vuelves a cerrar inmediatamente. ¿Qué hay de Emile, alias James Browley? ¿No te parecía todo tan mono? El mensaje, el discurso de la otra noche, su increíble beso… Estás en una situación difícil porque, si eliges a tu jefe, puedes perder la oportunidad de conocer más a Emile. Pero si no sales con Didier, cada vez que lo veas desearás haberlo intentado.
Es un lío monumental, pero tienes que decir ya algo.