Capítulo cuatro

EL YO  

 ¿SOY PERRO O DIOS?

La universidad me hizo fácil dudar de Dios. Mi reto era descubrir quién era yo.

La Introducción a la Psicología era un curso obligatorio para los que estudiábamos Filosofía en la Universidad de Allajabad. El Departamento de Psicología era el orgullo de nuestra universidad. A fines de la década de los sesenta el Departamento estaba dominado por el behaviorismo, escuela de psicología promovida por B. F. Skinner. El behaviorismo presupone que no hay ni Dios ni alma. En consecuencia, los seres humanos son sustancias químicas convertidas en animales, cualitativamente nada diferente de los perros. La sustancia química no tiene alma ni «libre albedrío».* Funciona como un sistema cerrado, determinista, de causas y efectos. Los behavioristas usaban los experimentos de perros de Pavlov para explicar cómo los seres humanos están condicionados y cómo se les puede recondicionar. Esto reducía a los seres humanos a máquinas psicoquímicas determinadas por el medio ambiente, la química, la casualidad y el condicionamiento cultural. Las máquinas se pueden dañar, reparar y reprogramar, pero siguen siendo simplemente máquinas.

Al empezar a leer de nuevo el primer capítulo de la Biblia, hallé una noción radicalmente diferente del yo humano. Dice que Dios creó a los seres humanos a su imagen («hombre»; varón y mujer). Por un lado, tanto los perros como yo somos criaturas. Somos similares de muchas maneras. Por ejemplo, ambos somos mamíferos. Sin embargo, en sentidos fundamentales, somos muy diferentes. Yo no puedo conocer la esencia de mi humanidad estudiando a los perros. Si soy hecho a imagen de Dios, ¿no sería el conocer a Dios esencial para conocerme a mí mismo? ¿Qué me dice este primer capítulo de Génesis en cuanto a Dios y a mí mismo?

La Biblia empieza declarando: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Dios es el Creador. Un perro es solo una criatura. ¿Qué soy yo? Si Génesis tiene razón, entonces yo soy una criatura (hecha por Dios) y un creador (hecho a imagen del Creador). Soy una criatura creadora.

Eso fue una epifanía para mí. Esas pocas frases de Génesis se compaginaban con mi experiencia mejor que las voluminosas palabras del Departamento de Psicología. Las palabras bíblicas tenían sentido porque se ajustaban a lo que yo sabía de mí mismo. Las máquinas producen. Los seres humanos crean. ¿Cuál es la diferencia? Nosotros creamos lo que escogemos crear. Libertad, u opciones, es la esencia de la creatividad. El determinismo explica solo una parte de mí. Ingiero alimentos cuando me impulsa la química de los retortijones del hambre. Pero puedo escoger ayunar. Puedo escoger ayunar hasta morirme o escoger interrumpir mi ayuno. En la esencia de mi ser, soy libre.

Irónicamente, esa luz de la verdad brilló en mi mente en una noche realmente oscura. Volví a casa para encontrarme con que el resto de la familia había salido. Subiendo las escaleras con nuestra perra Jackie por delante, busqué a tientas el interruptor y lo encendí. Pero no había electricidad. Hallé nuestra llave escondida, abrí la puerta y, palpando, llegué a la mesa donde tenemos fósforos y velas, solo para comprobar que no había fósforos en la caja.

Mi medio ambiente «determinó» mi opción. Me senté en el sofá, llame a Jackie para que se sentara mi lado y dejé que mi mente divagara.

¿Y si mi familia no vuelve en horas? ¿Y si las pilas de la linterna que mi madre lleva por la noche se agotan? Pues bien, creo que esta noche no hay tareas de estudios. Así que me voy a la cama.

Pero, ¿y si no hay electricidad mañana y tampoco tenemos fósforos? ¿Y si no se hubieran inventado los fósforos? Pues bien, entonces, tal vez tendría que tomar dos piedras y frotarlas hasta lograr una chispa. Entonces tendríamos luz. Pero, ¿por qué necesitamos luz? ¿Por qué a Jackie no le importa si hay luz u oscuridad?

¿Soy yo diferente a los perros? ¿Podría ser que yo hago luz, aunque Jackie no, debido a que yo fui creado a imagen de alguien que creó la luz?

Este último pensamiento fue interesante. Jackie acepta lo que es; incluso la oscuridad. Yo me imagino lo que podría ser o debería ser y trato de cambiar lo que es. Eso es creatividad. Soy parte de la naturaleza, pero no soy mera y exclusivamente una parte de la naturaleza. Al usar mi imaginación, puedo trascender la naturaleza. Puedo cambiar la naturaleza para que llegue a ser como mi imaginación. Puedo inventar fósforos, velas y lámparas eléctricos. ¿Es eso lo que la Biblia implica cuando llama a Dios «Creador» y dice que yo estoy hecho a su imagen?

El relato de la creación en Génesis 1.2–4 continúa: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo... Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena».

Otra luz se encendió dentro de mí. Tal vez este elemento creativo en la naturaleza de un ser humano fue la razón por la que Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas ».1 Los contemporáneos de Jesús tenían lámparas, pero andaban en oscuridad: oscuridad moral, religiosa, social, económica y política. Jesús llamó a sus discípulos para que fueran luz en su mundo oscuro. ¿Cómo podemos cambiar nuestro mundo si somos meramente parte del mismo? Podemos inventar aleaciones que no se hallan en la naturaleza y cultivar flores y frutas que no crecen en la naturaleza. Esto muestra que hay algo en nosotros, imaginación creativa, que trasciende la naturaleza, cultura e historia. Debemos ser libres por dentro para hacer una diferencia por fuera; en la naturaleza o en la cultura.

El determinismo (y otras formas de reduccionismo) implica que no existimos como seres individuales, sino que somos solo productos de nuestra química, genes, medio ambiente, cultura o idioma. Mis profesores acunaban estas ideas en terminología científica y académica. ¿Hacía eso de estas ideas algo mejor que el fatalismo tradicional? El fatalismo es una cosmovisión con las gigantescas consecuencias sociales que podía ver por todas partes a mi alrededor: pobreza, enfermedad y opresión. Culturas como la mía se habían resignado históricamente a su «destino». La civilización occidental, por otro lado, creía que los seres humanos son criaturas creativas y, por consiguiente, podían cambiar «la realidad» para mejorarla. Esto permitió que Occidente eliminara muchas de las enfermedades que todavía plagan a mi pueblo.

Pero, dije para mis adentros, si eres como Dios, ¿esperarías a que tu familia volviera? ¿Acaso no dirías: «Hágase la luz», y habría luz?

¡Un momento! (Estaba ejerciendo mi libertad interior para argumentar conmigo mismo.) ¿Cómo hacemos electricidad?

¿Acaso no leemos y enseñamos la ciencia y la tecnología de generar y aplicar la electricidad antes de que podamos hacer luz? Las palabras, en efecto, vienen antes de la luz. Los perros no aprenden a hacer luz porque no tienen el don del lenguaje. Yo uso el lenguaje, pero Jackie no. ¿Evolucionó nuestra capacidad para usar el idioma, o fuimos hechos con esa capacidad porque fuimos creados a imagen de alguien que usa palabras?

El lenguaje no meramente nos permite ser creativos. El lenguaje en sí mismo es creativo. La mejor literatura es lenguaje «inspirado». La inspiración también es clave para descubrimientos científicos, irrupciones técnicas y obras maestras de la literatura. La inspiración viene de «en espíritu»; en el Espíritu. En la quietud oscura de ese cuarto, aprendí lo que Hellen Keller (1880–1964) había aprendido de una manera mucho más dramática: que el lenguaje nos hace humanos, personas.

Helen era ciega y sorda. Debido a que su enfermedad se había producido cuando ella tenía apenas diecinueve meses, también era muda, incapaz de usar significadores orales (palabras) para la comunicación. Durante años, Helen no pudo aprender nada, porque estaba encerrada en su propio mundo de frustración y cólera. En Helen Keller, la historia de mi vida, Helen describió su momento de epifanía cuando tenía siete años:

Recorrimos el sendero a la casa del pozo, atraídas por la fragancia de la madreselva con que estaba cubierto. Alguien estaba sacando agua y mi maestra me puso la mano debajo del grifo. Conforme el torrente frío chorreaba sobre una mano, deletreó en la otra la palabra agua, primero lentamente, luego rápidamente. Yo todavía estaba quieta, con toda mi atención fija en los movimientos de sus dedos. De repente sentí una conciencia nebulosa como de algo olvidado, una emoción de un pensamiento que vuelve; y de alguna manera el misterio de lenguaje se me reveló. Supe entonces que «a-g-u-a» quería decir ese maravilloso algo frío que me corría por las manos. Esa palabra viva me despertó el alma, dándole luz, esperanza, alegría, ¡haciéndola libre!2

Su descubrimiento del lenguaje le permitió aprender a hablar para cuando tenía diez años. Aprendió a escribir usando una máquina de escribir Braille. Se convirtió en autora prolífica, defensora de los ciegos, y una voz poderosa en muchos asuntos sociales.

El entusiasmo de Helen en cuanto al lenguaje era opuesto al de los místicos de la India. La mayoría de los místicos iluminados de la India cultivaban el silencio. Veían el intelecto y lenguaje como la fuente de la ignorancia y esclavitud humanas. Entre mis amigos, Tripathi fue el único hindú que tuvo el valor para coincidir con los sabios de la India. Pensaba que los profesores que enseñaban que el hombre no era más que un animal evolucionado estaban mal informados. El hombre, sostenía Tripathi, era Dios: la realidad última, conciencia pura, sin pensamiento. Lo impregna todo. Es todo. Está dentro de nosotros, y la alcanzamos al meditar alejando de nuestra mente todo pensamiento y palabras. Los seres humanos, creía Tripathi, necesitábamos alcanzar un estado de conciencia donde todas las dualidades, todos los opuestos, se combinan para llegar a ser uno.

Einstein evitó que yo siguiera a mis profesores de psicología por un lado y a Tripathi por otro. La guerra de la India con China había suscitado la pregunta de si nuestro país se convertiría en potencia nuclear. Estábamos orgullosos de la reverencia del mundo por nuestro rechazo gandhiano de la guerra, la violencia y la industrialización. Nos encantaba nuestra imagen de ser una nación no violenta, pero, ¿explotaría China nuestra falta de poder nuclear?

En cierto sentido, la era nuclear empezó con la ecuación E=MC2 de Einstein. Einstein no llegó a esta ecuación partiendo un átomo o midiendo la energía liberada. Llegó a esa conclusión mediante su imaginación racional y el razonamiento matemático. ¿Cómo puede un trozo de barro (convertido en grasa)—la mente humana— conocer las leyes invisibles que gobiernan este universo y captarlas en palabras, palabras que se pueden probar y determinar si son verdaderas o falsas? El misticismo no racional, no verbal, de la India, producía mantras y magia. Para desarrollar potencia nuclear necesitábamos ecuaciones e ingeniería.

Dado que el lenguaje es revelador (como da por sentado la ciencia occidental), un equipo de ingenieros y científicos puede comunicar su conocimiento para planear un viaje a la Luna. Usamos palabras todo el tiempo para revelarnos verdad unos a otros. También usamos palabras para engañar y manipular a otros. Pero, ¿por qué funciona el idioma? Si el hombre es meramente otro animal, como un perro, ¿cómo pueden las leyes o verdades que gobiernan este universo ser puestas en palabras? Einstein escribió que este problema «nos deja maravillados, pero nunca lo entenderemos... Porque el eterno misterio del mundo es su comprensibilidad... El hecho de que podamos comprenderlo es un milagro».3 Sin embargo, él sabía algunas cosas con certeza. Sabía que la Tierra era redonda y que giraba alrededor del Sol. Conocemos suficiente verdad del sistema solar como para soñar con un viaje a Marte. Aquellos que mantienen que las palabras no tienen nada que ver con la verdad están claramente equivocados. La experiencia de Helen Keller da credibilidad a la idea bíblica de que nuestras palabras son reveladoras y creativas porque detrás del universo hay palabras: las palabras del Creador.

Las palabras son herramientas que usamos para distinguir entre un sólido y un líquido, el agua y la leche, y la leche caliente y la fría. Si la realidad fuera una, como Tripathi pensaba, no podríamos saber la verdad sin matar el lenguaje repitiendo mantras insulsos o sonidos como el om. Las categorías verbales, trascendentes, intelectuales, no bastarían. Tripathi decía que los sabios iluminados tenían que trascender incluso el bien y el mal. Solo entonces podían amalgamarse en la conciencia divina. Palabras como moral, pensaba, nos alejan de la realidad (unicidad) en dualidad o pluralidad. Nuestra persistencia en hacer juicios de valor era prueba de nuestra ignorancia metafísica.

Tripathi era profundamente religioso. Sin embargo, en ese tiempo nadie le tomaba en serio. Estaba prácticamente solo en su creencia, y a veces no estaba seguro de si creía en ella él mismo. Su sistema de creencias adquirió algo de respetabilidad en la India solo en la década de los ochenta; después del interés occidental en los gurús indios, se convirtió en el movimiento Nueva Era.

El principio de la Biblia me dio una perspectiva que difería del hinduismo de Tripathi y del ateísmo académico. Dios no meramente dijo: «Sea la luz». Juzgó que la luz era buena. Mi perra, Jackie, puede tener una preferencia entre recibir un bistec entero o un hueso de sobras. Pero no parecía juzgarme como bueno o malo por darle lo uno o lo otro. Hacer juicio de valores era únicamente humano.

Mi mente volvió al loto de mi jardín. ¿Por qué era tan hermoso? Las plantas se valen de flores fragantes para atraer a las mariposas, pero, ¿por qué poseían belleza? ¿Qué pasa con las plantas que no necesitan atraer insectos? No era solo que las flores fueran hermosas. ¡Algunos árboles también se veían hermosos! ¿Por qué las mariposas y los árboles son hermosos?

Si la belleza era meramente un medio para atraer a individuos del sexo opuesto, ¿por qué los árboles y las mariposas nos parecen agradables a nosotros? Su carácter agradable parece hacer daño a las flores y a las mariposas: las chicas arrancan flores y los chicos persiguen mariposas (¡antes de empezar a perseguir a las muchachas!).

Tanto los amigos que veían el universo como producto de la casualidad ciega, como Tripathi, que veía el universo como sinónimo de Dios, rechazaban la noción de bueno y malo. Para ellos, todos los juicios de valor (bueno o malo, hermoso y feo, verdadero y falso) eran subjetivos, en el mejor de los casos, y dañinos, en el peor. Los muchachos aducían que nada era hermoso o feo en sí mismo, sin embargo, seguían buscando muchachas hermosas, como si la belleza estuviera en la muchacha, y no en sus ojos. Las muchachas, a su vez, se esforzaban para verse hermosas. Las normas de belleza, como las de moral, diferían de cultura a cultura y de época a época. ¿Hacía eso que todos los valores fueran subjetivos? Incluso en el siglo XX teníamos castas enteras en la India cuya profesión socialmente aceptada era robar. ¿Es entonces robar una mera preferencia cultural, o es malo en sí mismo?

Sentado en ese cuarto oscuro, mi mente fue iluminada por la breve frase: «Y vio Dios que la luz era buena». Dio una explicación creíble a por qué hacemos juicios de valor.

Juicios morales: Esto es bueno; eso es malo.
Juicios estéticos: Esto es hermoso; eso es feo.
Juicios epistemológicos: Esto es verdad; eso es falso.

El capítulo 2 de Génesis explica la belleza cuando dice que Dios plantó un huerto e hizo «todo árbol delicioso a la vista».4 En los capítulos 3 a 6, Génesis describe las decisiones y acciones humanas que Dios dijo que no eran buenas. ¿Podría ser que hacemos juicios de valor debido a que son intrínsecos a lo que significa ser una persona (como Dios), a diferencia de ser meramente animales?

Mi medio ambiente intelectual me decía que cometemos un error cada vez que hacemos un juicio de valor. Los que decían que no debemos juzgar seguían juzgando a los que juzgaban. Eso mostraba que hacer juicios de valor es una parte integral, inevitable, de lo que somos como seres humanos. Es esencial a la creatividad cultural y a la posibilidad de reforma. No reparamos lo que no está dañado. Para cambiar algo, primero debemos juzgar lo que no está bien, o no es correcto, o no es verdad. Los primeros capítulos de la Biblia, por consiguiente, parecen encajar en la realidad mejor que las opciones intelectuales que me ofrecían la universidad o mis amigos. Empecé a entusiasmarme por la Biblia porque me proporcionaba explicaciones. Me daba un mayor sentido de quién era yo, una persona, como Dios, con capacidad de saber, experimentar y disfrutar la bondad, la belleza y la verdad.

Aunque hallé los primeros capítulos del Génesis emocionantes, no tardé mucho en llegar a las partes tediosas y repugnantes de la Biblia. Para cuando llegué a los libros de los Reyes y Crónicas, me había hartado. Estaba a punto de tirar la toalla. ¿Por qué estaba leyendo historia judía? Casi ni sabía nada de la historia de la India. ¿Para qué tenía que leer experiencias de reyes judíos ya llevaban siglos muertos y desaparecidos?

Justo cuando estaba considerando cerrar este aburrido libro de una vez por todas, algo me intrigó. Nuestra historia folclórica nos habla de gobernantes grandes y gloriosos. Este libro judío, por el contrario, me hablaba de la perversidad de los gobernantes judíos. ¿Por qué?

Los sacerdotes deben de haber escrito la Biblia, pensé. Era típico de los sacerdotes (los llamamos brahmines en la India) detestar a los gobernantes (los kshatriyas). Pero no. La Biblia decía que los sacerdotes, en verdad toda la clase religiosa de los judíos, se corrompió tanto que Dios destruyó su propio templo y envió a sus sacerdotes a la esclavitud.

Pues bien, entonces, la Biblia debe de ser historia «de personajes de segunda», escrita por personas ordinarias, oprimidas tanto por los sacerdotes como por los reyes. Pero no, este libro judío parecía ser más antisemita que cualquier cosa que Hitler hubiera escrito. Estas escrituras judías (el Antiguo Testamento) condenaban a los judíos* como corruptos, codiciosos, pillos, necios, duros de cerviz y rebeldes.**

En ese caso, pensé, la Biblia tiene que ser obra de los profetas. A ellos les encanta condenar a todos. Otra mirada a esos aburridos libros de Reyes y Crónicas, sin embargo, mostró que la mayoría de los profetas eran falsos profetas y que los buenos perdieron. Ni siquiera pudieron salvarse a sí mismos, mucho menos lograr su misión de salvar a la nación. Su nación se desintegraba ante sus propios ojos.

La Biblia era una narración e interpretación muy selectiva de la historia judía. Afirmaba ser explicación de Dios de por qué la nación entera fue destruida y cuándo, por qué y cómo sería reconstruida. Aunque estudié ciencias políticas (además de filosofía), ninguno de mis profesores nos dijo que estos libros «aburridos» de la Biblia fueron la misma fuente de la democracia moderna, incluyendo en la India. Pensaban que nuestra democracia había venido de Atenas. Más adelante en este libro examinaremos tales mitos seculares. Para continuar con mi peregrinaje, la lectura de esos libros «tediosos» me ayudó a entender una diferencia básica entre literatura y revelación.

La literatura es algo que interpretamos. La revelación también nos interpreta y nos evalúa a nosotros. Se yergue sobre nosotros, nos juzga y nos llama a que volvamos a la cordura. Repetidamente en toda la historia de la Biblia, los judíos degeneraron hasta la perversidad. La revelación, sin embargo, siguió siendo un estándar trascendente que promovía la autocrítica y la reforma. Incluso deconstruía las ideologías falsas que la gente edificaba alrededor de la revelación. Esa tradición profética de autocrítica hizo de los judíos una bendición para el mundo. La revelación fue la fuente por la cual la humanidad podía conocer el amor y el castigo de Dios simultáneamente. Esto me ayudó a entender por qué la Biblia hizo posible que Occidente se reformara repetidas veces, a pesar de los muchos períodos de degeneración moral e intelectual. Dios declaró por el profeta Isaías: «Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra».5 Solo la persona humillada por una autoridad más alta podría experimentar verdadera reforma.

Pero, ¿por qué debía yo, un joven de la India, molestarme en leer la Biblia, incluso si fuera en realidad la interpretación divina de la historia judía?

No tenía ni idea de que esa sencilla pregunta iba a determinar el rumbo de mi vida. A primera vista, la Biblia parecía ser una recolección de libros de historia, poesía, ritos, filosofía, biografía y profecía, sin relación alguna, unidos solo por el hilo y pegamento de la encuadernación. Pero solo tuve que leer Génesis 11 y 12 para darme cuenta de que los libros de la Biblia, al parecer, no relacionados y diferentes, tenían una trama clara, una hebra que unía a todos los libros, así como también al Antiguo y Nuevo Testamentos. El pecado había traído una maldición sobre todas las naciones de la tierra. Dios llamó a Abraham a que le siguiera porque quería bendecir a todas las naciones de la tierra por medio de los descendientes de Abraham.6 No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que el deseo de Dios de bendecir a los seres humanos empieza en el capítulo 1 de Génesis y culmina en el último capítulo del último libro con una gran visión de sanidad de todas las naciones.7

La implicación era obvia. La Biblia estaba afirmando que debía leerla porque fue escrita para bendecirnos a mi nación y a mí. La revelación de que Dios quería bendecir a mi nación de la India me sorprendió. Me di cuenta de que era una predicción que podía probar. Podía confirmar o negar la fiabilidad de la Biblia. Si la Biblia es Palabra de Dios, entonces ¿ha cumplido él su palabra? ¿Ha bendecido él «a todas las naciones de la tierra»? ¿Había sido mi nación bendecida por los hijos de Abraham? Si es así, eso sería una buena razón para que yo, ciudadano de la India, pusiera a prueba este libro.

Mi investigación de si Dios de verdad había bendecido a la India mediante la Biblia produjo descubrimientos increíbles: la universidad donde yo estaba estudiando, el municipio y la democracia en que vivía, la Corte Suprema de detrás de mi casa y el sistema legal que representaba, el lenguaje hindi moderno que hablaba como lengua materna, el periódico secular para el cual había empezado a escribir, el cuartel del ejército al oeste del camino en que vivía, el jardín botánico al este, la biblioteca pública que había cerca de nuestro huerto, las líneas ferroviarias que cruzaban mi ciudad, el sistema médico del que yo dependía, el Instituto Agrícola al otro lado de la ciudad; todo esto llegó a mi ciudad debido a que algunas personas tomaron la Biblia en serio.

Siempre había oído que el «renacimiento de la India» del siglo XIX empezó con Raja Ram Mojan Roy. Me sorprendió descubrir que en realidad empezó con la llegada de la Biblia. Siempre se nos decía que la libertad de nuestra nación era resultado de la lucha de Mahatma Gandhi; para mí fue una sorpresa descubrir que, en realidad, la libertad de la India fue fruto de la Biblia. Antes de la Biblia, nuestra gente ni siquiera tenía las nociones modernas de nación o libertad. Los generales hindúes mantenían el gobierno mogol en la India. Pero eso fue solo el principio.

La Biblia era la misma alma de la civilización occidental.

Había sido el libro del segundo milenio después de Cristo

Llegó a ser la fuerza que extendió mundialmente la civilización occidental.8


* Para más debate de este tema por favor véase el capítulo 13.

* Incluyendo a los israelitas. No todo descendiente de Jacob es judío, pero en este libro estoy siguiendo el uso popular corriente.

** Más tarde me di cuenta de que la Biblia condenaba a los judíos por su inmoralidad, y no por ser judíos. No toda crítica de un pueblo es racismo. Los padres que aman más a sus hijos los consideran más responsables de sus malas acciones.