Capítulo ocho
HEROÍSMO
¿CÓMO UN MESÍAS DERROTADO
CONQUISTÓ ROMA?
¿Qué define a un héroe? ¿Es un héroe el que muere salvando a otros en un edificio incendiado? ¿O el que se suicida haciendo explotar un edificio lleno de personas corrientes? Jonathan Swift (1667–1745) explicó: «Quienquiera que sobresale en lo que apreciamos, nos parece un héroe a nuestros ojos».1 Lo que es heroico en una cultura dada depende de lo que esa cultura valora.
Este capítulo examinará cómo la Biblia cambió la idea europea del héroe durante el último milenio. Hace mil años, la idea de heroísmo de la Europa «cristiana» se expresó en el primer conflicto internacional del segundo milenio. Fue una cruzada en la que los soldados cristianos trataron de purgar de musulmanes la ciudad santa de Jerusalén.* El último conflicto importante del segundo milenio fue la operación Tormenta del Desierto en Kuwait, en la que soldados occidentales arriesgaron su vida para liberar a los musulmanes kuwaitíes de los musulmanes iraquíes. El petróleo era en realidad la motivación subyacente tras la acción estadounidense, pero se mantiene el hecho de que mientras que Irak invadió Kuwait por petróleo, Estados Unidos no podía quedarse ni se quedó en Kuwait para expoliar el crudo. ¿Cómo es que durante los últimos mil años ha habido tal cambio de paradigma global que hoy pocos pudieran imaginarse que la única superpotencia del mundo eligiera a un Alejandro Magno para colonizar otras naciones?
Esto no es decir que la política exterior estadounidense o la europea no esté gobernada por su interés propio nacional. La pregunta es: ¿Por qué esperamos y exigimos que las naciones «civilizadas» envíen sus tropas solo para liberar a los oprimidos, pero no para explotarlos? ¿Qué los cambió? La respuesta es que esperamos que Estados Unidos no siga el modelo de Alejandro ni Agosto ni Adolfo Hitler, sino a la Biblia y su definición de heroísmo. Su Mesías derrotado conquistó las ideas clásicas y medievales de heroísmo que produjeron el mundo moderno, que valora el sacrificio propio en más alto grado que la conquista mundial o las proezas caballerescas.
Las cruzadas originales fueron expediciones militares emprendidas por cristianos europeos entre 1095 y 1270 para librar a Jerusalén y otros lugares de la «Tierra Santa» del control musulmán. El papa era quien normalmente pedía estas campañas, que se originaron en un deseo de impedir que los musulmanes se apoderaran de otras tierras cristianas. Ofrecieron «remisión de pecados» (indulgencias) a los cristianos que iban a luchar. La Iglesia de Roma jugó un papel importante en estas empresas militares porque en ese tiempo la cristiandad estaba más unida en torno a la Iglesia que alrededor de un imperio. A menudo, el estado funcionaba como policía o brazo militar de la Iglesia. No solo las cruzadas, sino muchas iniciativas públicas vinieron, también, de la Iglesia, en parte porque la mayoría de reyes eran más débiles que el papa y algunos dirigentes ambiciosos de la Iglesia querían extender su poder político y religioso.
La Iglesia tenía socios que veían nuevas oportunidades en las cruzadas. Uno de sus motivos era mantener a los «héroes» europeos problemáticos, caballeros y nobles, fuera de la vista. Si iban a luchar y morir, sería mejor que lo hicieran en tierras lejanas. Entonces se los inmortalizaría por lo menos en cantos, si no en el cielo, como lo garantizaron algunos papas. En resumen, cualquiera que fuera su justificación, las cruzadas se convirtieron en barbarie religiosa.
Hay substancia en el argumento, sostenido por eruditos eminentes como Jacques Ellul (1912–94), de que las cruzadas representaron la islamización del cristianismo.2 En la aurora del segundo milenio, la civilización islámica era superior a la cristiandad europea en muchos sentidos. Europa aprendió muchas cosas del mundo islámico, una de ellas fue la idea de usar la espada para promover la religión. La Biblia podría permitir a un teólogo argumentar en defensa de la «guerra justa ». Pero nadie podría aprender de Jesús y sus apóstoles a usar la espada para imponer el cristianismo.*
De las cruzadas, el milenio cristiano pasó a los conquistadores. Los reyes católicorromanos de España, Portugal y Francia enviaron a sus soldados junto con sacerdotes a América del Sur y a las islas del Caribe en busca de oro. Los sacerdotes plantaban una cruz en la playa reclamando la tierra para Cristo antes de que los soldados entraran; a menudo para matar, violar y saquear. Algunos de los relatos son horrorosos. Un soldado «cristiano» arrebataba a un bebé del pecho de su madre, lo estrellaba contra las rocas, ¡y se lo daba de comer a su perro!3 A menudo, a los nativos se les veía como menos que humanos. Las cruzadas, por lo menos, tuvieron alguna justificación histórica, política o estratégica. Por el contrario, independientemente de las aventuras heroicas de hombres como Colón, poco aparte de la codicia impulsó a la mayoría de los conquistadores.
Pisándoles los talones a los conquistadores, la ideología del colonialismo empezó a dominar la escena global. Las naciones protestantes, como Inglaterra, usurparon la primacía, potenciadas por la tecnología, la educación, la libertad y la ciencia que la Biblia había producido. El mal del colonialismo llegó a ser simbolizado por los primeros catorce años del gobierno británico en Bengala, la India oriental, que se caracterizaron por la corrupción y el caos administrativo (1757–70). Su impacto devastador en la economía local se ha medido mejor por el hecho de que las lluvias del monzón no cayeron ese año y eso condujo a la muerte por hambre de unos diez millones de personas. Lord Curzon, un virrey británico posterior en la India, anotó:
En todo el verano de ese año [1770] se registra que los ganaderos vendieron su ganado; vendieron sus aperos de agricultura; vendieron a sus hijos e hijas, aunque a la larga no podían hallar ni siquiera quien comprase a los niños; se comieron las hojas de los árboles y la hierba del campo; y cuando llegó el clímax del verano, los vivos se comían a los muertos. Las calles de la ciudad estaban bloqueadas con indiscriminados montones de muertos y agonizantes; ni siquiera los perros y los chacales lograban realizar su repulsivo trabajo.4
Durante el siglo XIX, los evangélicos británicos lograron convertir el mal del colonialismo en una bendición para mi país.5 No es discutible, sin embargo, que el colonialismo en sí, una nación gobernando sobre otra,* fue un mal.
¿Cómo puede un milenio que empezó con las cruzadas y progresó por los conquistadores y hasta el colonialismo acabar con Kuwait y Kosovo; con naciones (ex)cristianas enviando a sus ejércitos para liberar a musulmanes kuwaitíes de iraquíes musulmanes, y a musulmanes en Kosovo de cristianos ortodoxos? ¿Por qué en la aurora del tercer milenio a cualquier presidente estadounidense, se lo admire o aborrezca, ni se le pasa por la cabeza** gobernar en Afganistán?
La respuesta es que la Biblia reemplazó la idea clásica de héroe como conquistador mundial y la idea medieval de héroe como un caballero valiente con la idea de un héroe como alguien que se sacrifica por el bien de otros. Permítanme empezar con un relato personal.
UNA CLASE DIFERENTE DE HÉROE
En 1982, Ruth y yo estábamos por salir en una breve gira sabática de conferencias y estudios en Europa. Esa misma noche, sin que lo supiéramos, dos hombres atacaron a mi padre y a mi madrastra en su casa rural, como a seis kilómetros de nuestra granja. Golpearon a mis padres, amarraron a mi padre a una silla, violaron a la joven que vivía con ellos y robaron todo lo de valor. Uno de los ladrones sacó un cuchillo afilado y empezó a sacarle los ojos a mi padre. Se detuvo solo porque mi papá prometió vaciar su cuenta bancaria al día siguiente y darle todos los ahorros de su vida.
Mi padre se había jubilado anticipadamente y había venido para ayudarnos en nuestro trabajo de desarrollo rural, que crecía rápidamente. Él sabía cuán estresante había sido nuestro trabajo y, por tanto, me había animado a que tomara dos meses libres para dictar conferencias, estudiar y terminar de escribir mi libro Truth and Social Reform [Verdad y reforma social].6 Se ofreció como voluntario para administrar los proyectos mientras los padres de Ruth en Barielly, en el estado de Uttar Pradesh, India, cuidaban a nuestras hijas.
Papá cumplió su promesa a los ladrones. Fue a la policía solo después de pagar el dinero en el lugar convenido. La policía, sin embargo, ni siquiera quiso anotar el caso, y papá empezó a sospechar que esto tal vez pudiera haber sido más que un mero robo; que los «poderes al mando» estaban usando a los criminales para atacar nuestro trabajo. En ese caso, yo sería el verdadero blanco, y el ataque a él simplemente una prueba; un mensaje para su hijo.
La indiferencia de la policía hizo imposible que mis padres continuaran viviendo en su granja rural aislada y vulnerable. Así que se mudaron a una pensión en la ciudad, cerca del hospital cristiano, a pocos metros de la casa del primo de mi papá, un médico jubilado. Pero, en lugar de solaz, su reubicación produjo un choque más devastador que el ataque inicial contra ellos. A los pocos días, mi tía y su esposo fueron hallados asesinados. Algunos hombres se habían metido, los habían atado, lo saquearon todo, y después los acuchillaron docenas de veces. Los expertos forenses dijeron que los asesinos parecían haber hallado placer en su brutalidad.
Casi ni habían pasado dos semanas desde su asesinato cuando uno de nuestros trabajadores de campo trajo a un voluntario casi muerto, Ashraf, al Dr. Mategaonker en el hospital. El obrero de campo y Ashraf, musulmán, estaban sirviendo a las víctimas de la sequía en una ciudad llamada Nagod. Habían estado durmiendo en habitaciones separadas unos diez metros. A las dos de la mañana, Ashraf oyó que alguien llamaba. Cuando abrió la puerta, dos hombres lo atacaron con hachas. Él tomó una herramienta de madera y trató en vano de defenderse. Le derribaron y le dejaron por muerto, llevándose todas sus pertenencias.
El efecto acumulativo de estos y otros incidentes relativamente menores fue convencer a nuestra comunidad de que políticos, policía y criminales quizás habían unido fuerzas para eliminarnos y expulsarnos de la zona. Nuestro principal oponente, el político al que hice referencia en el capítulo dos, quizás temía nuestra influencia creciente. Parecía que le animaban algunos líderes religiosos hindúes que temían que nuestra obra pudiera con el tiempo conducir a que muchos se convirtieran en seguidores de Jesucristo.
¿Por qué no contrarrestar nuestra influencia con su propia obra de servicio, ayudando a los pobres y hambrientos? Todos los recursos del gobierno de la India estaban a su disposición. Sin embargo, la Oficina de Desarrollo de Barrio, mediante la cual tenían que trabajar, era considerada uno de los departamentos gubernamentales más corruptos. A funcionarios y dirigentes elegidos, acostumbrados a usar mal los fondos de desarrollo, no les podían pedir que se hicieran honestos simplemente para contrarrestar nuestra influencia. La otra dificultad de nuestros oponentes era que consideraban que una proporción significativa de los necesitados a quienes servíamos eran intocables. Seguir el mandamiento de «ama a tu prójimo como a ti mismo» requería más que recursos materiales. Para servir a los intocables, necesitaban una fuente de poder espiritual para trascender sus prejuicios culturales y arriesgarse a peleas en casa y excomunión de su propia casta.
Ruth y yo volvimos a la India dos meses después del ataque a mi padre. Él y el doctor Mategaonker, presidente de esta organización, enviaron a tres jóvenes a Nueva Delhi para impedir que volviéramos a la región. Sospechaban que yo podía obstinarme e insistieron en que por lo menos Ruth no se expusiera al peligro. Pensaban que Ruth pudiera convenir en poner la seguridad de nuestras dos hijas primero, por encima del servicio.* Volviendo a contar los horribles sucesos de los meses previos, nuestros amigos propusieron que sería más seguro que nosotros empezáramos un trabajo nuevo en los tugurios de Delhi.
Yo quería pruebas concluyentes, no solo presunciones razonables, de que los oficiales más altos se habían confabulado en el uso de criminales para poner fin a nuestra obra. Nadie, ni siquiera yo, tenía ninguna duda de que el más importante político local nos aborrecía. Nadie dudaba de que él estaba vinculado con conocidos criminales. Su poder sobre la policía ya me había enviado a la cárcel. Sin embargo, yo quería evidencias de que nos enfrentábamos a un plan organizado respaldado por las autoridades superiores, tanto políticas como cívicas. En ausencia de pruebas concretas, argumenté que la conspiración pudiera ser diabólica, es decir, sobrenatural. ¿Qué más podía producir tal ceguera espiritual y conciencia retorcida? Carecíamos de recursos físicos para luchar contra nuestros oponentes, pero si el mal que se nos oponía era espiritual, entonces estábamos en una batalla para la que no necesitábamos armas. Razoné con mis amigos que Dios nos había dado recursos adecuados en la oración y la fe para superar esta conspiración. En todo caso, ¿no nos había llamado Jesús a que tomemos nuestra cruz y le sigamos?7
Para mí, el proceder estaba claro, pero decidí no influir en la decisión de Ruth. Hubiera sido absurdo sugerir que la amenaza contra ella o nuestras hijas era hipotética. Jesucristo mismo sabía que la fe no es seguro contra la muerte; a veces resulta en el martirio. Ruth decidió pensar y orar sobre el asunto. Ella tenía que escoger no solo por sí misma, sino también por sus dos pequeñas. Sabía que su esposo no tenía otra cosa que fe. La experiencia, hechos y votos estaban en mi contra. Al día siguiente, anunció su decisión: «De nada sirve seguir a Jesús a medias. Si vamos a seguirle, será mejor que confiemos en él y vayamos todo el camino. Iré contigo incluso si nuestros amigos deciden quedarse en Delhi».
A los pocos minutos de su decisión, sonó el teléfono. Era Liz Brattle. Había regresado de Australia como voluntaria con InterServe. En 1976, ella había mecanografiado mi libro The World of Gurus [El mundo de los gurús]. Ahora, años más tarde, a finales de 1982, sin ninguna correspondencia entre nosotros, Liz había vuelto a la India sin anunciarse, ¡para servir como mi secretaria! Llamaba porque había oído que Ruth no iba a volver al pueblo. Quería confirmación, porque, si ese era el caso, InterServe tampoco permitiría que ella arriesgara su vida.
Minutos después de que terminamos de hablar con Liz, hubo otra llamada. Era Kay Kudart,* alguien a quien no conocíamos. Kay dijo que era un estudiante de Estados Unidos. Era parte de HNGR (Necesidades Humanas y Recursos Globales), un programa de la Universidad Wheaton, de Illinois, que le exigía que hiciera un internado de seis meses en un país en desarrollo. No había podido hacer contacto con nosotros en el pueblo porque no teníamos teléfono. Su profesor le había aconsejado que simplemente se asomara, puesto que nuestra comunidad aceptaba casi a todos los que llegaban. Después de llegar a Delhi, ella oyó los espeluznantes relatos, pero su fe era tan alocada como la nuestra. Tuvo la suerte de que su guía en Delhi fuera igualmente radical en su fe; con todo, tenía una responsabilidad. Le dijeron que no podía arriesgar su vida si Ruth no iba.
Toda la campiña quedó estupefacta cuando regresamos al campo de batalla con tres mujeres jóvenes y dos niñas pequeñas. Para nuestros vecinos y oponentes, el heroísmo implicaba la capacidad de luchar en defensa, de buscar a nuestros enemigos y desquitarnos. Dieron por sentado que habíamos importado armas secretas de Occidente.8 No se les ocurrió que alguien pudiera escoger servir a sus enemigos y sacrificar su vida por ellos. Para nosotros, esta era una guerra espiritual; y teníamos un arma secreta: la oración. Mirándolo en retrospectiva, pienso que Liz y Kay fueron parte de la respuesta a nuestras oraciones. Se convirtieron en un escudo efectivo. Las autoridades del distrito deben de haber temido que hacerles daño internacionalizaría nuestra situación, así que pusieron freno a los que encabezaban la oposición.** ¿Fue heroica o necia la decisión de Ruth de volver a Chhatarpur? ¿Era sabio arriesgarse a violación o asesinato para continuar sirviendo a Dios entre los campesinos pobres? Nuestra decisión se basaba en nuestras creencias. Iba en contra de los conceptos clásicos y medievales de heroísmo.
EL HÉROE CLÁSICO
El mundo grecorromano clásico jamás le hubiera ofrecido el Nobel de la Paz a Jimmy Carter, un presidente derrotado. Para ser un héroe clásico habría necesitado forjar estrategias y alianzas, tramar asesinatos y volver al poder. Un héroe era una persona que tenía poder para conquistar y gobernar a otros. El modelo griego era Alejandro Magno (356–323 A.C.), uno de los conquistadores más despiadados de la historia, que marchó de Grecia a la India. Se consideraba a sí mismo divino, como también sus contemporáneos, y ordenó que las ciudades griegas lo adoraran como dios. Dejó su imperio, en sus propias palabras, «al más fuerte», a diferencia de Jesús, que dijo que los pobres y los mansos heredarían el reino de Dios que él estaba trayendo. La invitación de Alejandro al más fuerte garantizó los conflictos entre sus lugartenientes y destrozó su reino en menos de medio siglo.
Augusto César (63 A.C.–14 A.D.) fue el héroe romano ideal. Consolidó su poder matando a trescientos senadores y doscientos patricios, incluyendo el anciano orador Cicerón. Augusto se hizo a sí mismo, y ante sus seguidores, dios en la tierra. La idea clásica de heroísmo arraigó tan profundamente en la conciencia occidental que Napoleón Bonaparte (1769–1821) trató de revivir el Imperio Romano, modelando su gobierno según el de Augusto. La búsqueda del poder y gloria por parte de Napoleón hundió a Europa en guerras terribles e inútiles. William Blake (1727–1827) se lamentaba: «El veneno más fuerte jamás conocido vino de la corona de laurel de César».9
Esta comprensión clásica del héroe como persona con poder es casi universal. Es la esencia de la idea hindú del héroe. Por eso, a la mayoría de dioses y diosas hindúes se les pinta con armas en sus muchas manos. También explica por qué unos bien conocidos criminales pueden ganar elecciones democráticas en la India. Una vez que ganan, se borra su culpa. El hinduismo requiere que un héroe espiritual también conquiste su propio cuerpo al controlar lo que come y bebe, su sexualidad, y acciones involuntarias tales como el respirar. El héroe islámico también es un individuo con poder, en tanto y en cuanto vaya unido a piedad y a oración. Esa es la razón principal por la que un terrorista puede ser un musulmán devoto y un héroe a ojos del clero integrista.
EL HÉROE MEDIEVAL
La Iglesia Católica Romana heredó la perspectiva clásica del heroísmo de la cultura de los bárbaros alemanes y de los aristócratas francos. Estas culturas valoraban la valentía personal, la fuerza física y la destreza en el uso de las armas. La destreza, la capacidad de vencer a otros hombres en batalla, llegó a ser la virtud de ser caballero. El caos sociopolítico que siguió al colapso del Imperio Romano en el siglo V recurrió después del colapso del Imperio Carolingio (351–987). Sin una autoridad o instituciones centrales de justicia para imponer contratos, la sociedad feudal de Europa hubiera colapsado por entero, si la virtud de lealtad no hubiera llegado a ser preeminente. Un caballero ahora se consideraba héroe si tenía destreza y era leal a su señor.
La lealtad como virtud la cultivaron los trovadores ambulantes que componían y hacían circular cuentos épicos de obras de caballería. Junto con los caballeros, dependían de la generosidad (esplendidez) de las cortes. Fue interés de los trovadores también exaltar la generosidad como virtud superior. La generosidad se merecía un lugar importante en sus cantos. Los grandes héroes eran los que más daban.
El pasatiempo favorito de los patrones aristócratas y de los juglares y trovadores era ganarse el favor de las cortesanas. Esto exigía cortesía. Si la cortesía iba a ser una virtud, había que extenderla a sus compañeros caballeros. Así que el amor cortesano y la cortesía se añadieron a la destreza, la lealtad y la generosidad como virtudes medievales.
La meta última de un héroe medieval en la vida era hallar la gloria, es decir, que su prestigio ganado en batalla quedara glorificado en cantos y narraciones. También saqueaba los bienes de sus enemigos, y, por supuesto, quería mujeres. Los torneos eran los sustitutos de las guerras. En el siglo XII, los torneos se habían convertido en una institución floreciente en el norte de Francia, extendiéndose a poco a otras regiones.
La Europa feudal no tenía un ejército permanente para mantener a estos caballeros bajo disciplina. Tampoco tenía un mecanismo legal para asegurar que las aspiraciones de heroísmo de los caballeros no interfirieran con la necesidad de la sociedad de ley y orden, paz y estabilidad. Durante siglos, Europa careció de un orden político que pudiera civilizar el heroísmo caballeresco.* Ese vacío lo llenó la Iglesia.
En 1027 la Iglesia Católica Romana inició un movimiento llamado «Tregua y paz de Dios». Emitió un decreto restringiendo la empresa privada de guerra. Esa ordenanza se basó en una ley canónica anterior que prohibía hostilidades desde el sábado por la noche hasta el lunes por la mañana. La Iglesia ahora extendió esa prohibición para prohibir todo tipo de guerra privada. Alrededor del 1040, la prohibición se aplicó al tiempo que iba desde la puesta del sol del miércoles hasta la salida del sol del lunes. Más tarde se incluyeron las temporadas de Adviento, Navidad y Cuaresma. La pena por violar la tregua era excomunión de la Iglesia. Esta era una amenaza extremadamente fuerte en esa era no secular. Significaba la pérdida de la seguridad social de uno en esta vida y en la venidera.
El éxito real de la Iglesia tal vez no haya sido gigantesco, pero ella actuó porque las autoridades civiles ya habían fracasado. El esfuerzo de la Iglesia por proteger a los indefensos en contra de la nobleza sin ley en un período de anarquía feudal fue noble. La «tregua de Dios» pronto se esparció por Francia, Italia y Alemania. El concilio ecuménico de 1179 la aplicó a toda la cristiandad occidental.
Las prohibiciones formales y excomuniones no fueron las únicas armas que la Iglesia usó en contra de los héroes medievales. En su autoritativa obra French Chivalry [Caballería francesa], Sidney Painter señaló que «el mayor volumen de crítica de las ideas y prácticas de caballería vinieron de las plumas de los eclesiásticos».10 Por ejemplo, el más grande teólogo católico, Tomás de Aquino (1225–74), condenó la caballería basándose en que los caballeros que buscaban «gloria» mediante el homicidio y la rapiña buscaban «vanagloria». En 1128, Gilberto de Bruges argumentó en sus escritos que un deseo de fama era digno, pero el que un hombre matara por el solo propósito de ganar gloria era pecado. San Bernardo de Claraval (1090–1153), Juan de Salisbury (1115–80) y un famoso predicador llamado Jacques de Vitry estuvieron entre los más feroces críticos de la caballería.
Como resultado de estos escritos, el concilio de Clermont (1130) prohibió los torneos, rotulándolos como concursos homicidas. Resolvió que nadie que muriera en torneos podía ser enterrado en terrenos consagrados. Los concilios de Letrán de 1139 y 1179 confirmaron la prohibición, y esta se convirtió en ley canónica en los decretos del papa Gregorio IX (1147–2241).
LA CABALLERÍA RELIGIOSA
Mientras que algunos escritores católicos lanzaron un ataque frontal al concepto y práctica medievales del heroísmo, la Iglesia adoptó otra estrategia para someter a la caballería a su autoridad: la ritualizó. En el siglo XIII, la Iglesia pidió a los candidatos a caballeros que dedicaran su armadura en un altar. Pasaban toda la noche orando y ayunando. Antes de vestirse su armadura, se daban un baño ritual. Se elaboraron ritos complejos para convertir a elementos peligrosos en «caballeros de Dios». Esto quería decir que se les daba un sentido de responsabilidad ante Dios y la Iglesia, y de cuidar a los débiles y vulnerables.
En la Inglaterra medieval, esto culminó en Sir Gawain y el caballero verde. Este poema aliterativo es nuestra fuente más importante de información sobre la corte del semilegendario rey Arturo. El poema exalta el espíritu heroico como clave de la renovación de la sociedad. Define la cortesía heroica como gentileza: dedicación de la fuerza superior de un caballero al honor o servicio de los que tenían menos poder mundanal. El poema pone el código de cortesía entre los logros gloriosos de la civilización europea medieval. Mediante la cortesía, todas las personas, incluyendo los más bajos, podían practicar la virtud heroica.
El esfuerzo de la Iglesia por poner a la caballería bajo su autoridad moral tuvo resultados notables. Uno de resultados fue la fundación de la orden de los Caballeros Templarios. Dos caballeros franceses empezaron esta orden en 1119 como una banda militar pequeña en Jerusalén. Su objetivo era proteger a los peregrinos que visitaban Tierra Santa después de la primera cruzada. Militar en su naturaleza desde el principio, la orden pronto recibió la sanción papal. El concilio de Troyes les dio un papel austero siguiendo a los cistercienses. A los caballeros templarios se les empezó a llamar con regularidad para transportar dinero de Europa a Tierra Santa. En consecuencia, desarrollaron un eficiente sistema bancario en el cual llegaron a confiar los gobernantes y la nobleza europeos. Gradualmente, los templarios llegaron a ser los banqueros de una gran parte de Europa y amasaron riqueza; sin embargo, el poder y la riqueza trajeron corrupción y problemas. Felipe IV de Francia y el papa Clemente V los suprimieron y expoliaron, rotulándolos de secta satánica.
Los Caballeros Teutones del Hospital de Santa María de Jerusalén son otro ejemplo de caballería modificada. Era una orden militar religiosa formada por cruzados alemanes en 1190–91, en Acre, Palestina, y en 1199 recibieron reconocimiento papal. Los miembros eran caballeros alemanes de noble cuna. Para el 1329 tenían toda la región báltica como feudo papal.* Existen hoy como orden de caridad y enfermería, con sede en Viena.
A pesar de esos ejemplos notables, subsiste el hecho de que la idea de la caballería cristiana no se podía sostener. No tiene cimientos bíblicos. Exigía «noble nacimiento» y glorificaba la destreza física, el talento en las armas y la matanza. Eran valores contrarios al espíritu de Cristo y los apóstoles. La idea de los caballeros de Cristo empezó a ser socavada por la Devotio moderna [Devoción moderna], movimiento de reforma espiritual centrado en los Países Bajos, que recalcaba el ejemplo moral de Cristo. Un clásico representativo de este movimiento es el tratado devocional Imitación de Cristo, escrito por el monje alemán Tomas de Kempis (1379–1471).*
Hablando estrictamente, el libro de Kempis no trata de imitar al Cristo de los Evangelios. El título del libro viene de una vieja tradición de usar la primera frase de un libro como su título. La importancia del libro está en el hecho de que recalca la naturaleza interna, espiritual, del discipulado cristiano, en tanto que la idea de la caballería religiosa se había concentrado en los actos externos. La Imitación de Cristo llegó a ser un puente desde la idea medieval a la idea moderna de la espiritualidad cristiana según la entendieron Desiderio Erasmo y Martín Lutero.
HEROÍSMO MODERNO
Roland Bainton, biógrafo de Martín Lutero, nos ofrece un cuadro de un héroe moderno. El concilio de Constanza (1417), que quemó a Juan Hus en la hoguera, había suprimido el movimiento de reforma iniciado por Juan Wycliffe. Un siglo después, un monje y profesor de la Universidad de Wittenberg, Martín Lutero, tomó la batuta de los reformadores. Conocer el contexto nos ayudará a apreciar el heroísmo de Lutero.
En 1516, Alberto de Brandenburgo les pidió prestada una suma sustancial a los banqueros alemanes para comprarle al papa León X el arzobispado de Mainz. Alberto era joven, pero ya era obispo tanto de Halberstadt como de Magdeburgo. Las dinastías poderosas tenían intereses creados para mantener a la Iglesia como negocio familiar. El arzobispado de Mainz haría de Alberto el primado** de Alemania. Pero ocupar tres arzobispados era irregular. Exigía el desusado alto precio de diez mil monedas de oro (ducados). Alberto sabía que el dinero habla. El papa lo necesitaba.
El papa autorizó a Alberto a vender indulgencias (certificados de remisión de pecados) para levantar los fondos. La mitad del dinero iría al papa para reconstruir la catedral de San Pedro en Roma y el resto a Alberto para pagar el dinero prestado para sobornar al papa. Lutero había estado leyendo el Nuevo Testamento en griego y latín, recientemente traducido por Erasmo. Reconocido como el más grande erudito humanista de su tiempo, Erasmo estaba entonces enseñando en Cambridge. Mediante su traducción y las notas marginales que explicaban por qué su traducción difería en algunos puntos cruciales de la anterior, llamada Vulgata, Lutero aprendió que Jesús ya había pagado el precio requerido por la salvación de la persona. Jesús era el Cordero de Dios, sacrificado en la cruz como nuestro sustituto. Había llevado sobre sí toda la pena de nuestro pecado. No había nada que los seres humanos pudieran pagar para comprar la salvación. Todo lo que teníamos que hacer era arrepentirnos de nuestros pecados y recibir por fe la dádiva de Dios.
La venta de indulgencias, se dio cuenta Lutero, era explotar a las masas en nombre de la religión. Como sacerdote, Lutero era responsable de educar a su rebaño y protegerlos de los lobos voraces. En este caso, los lobos resultaban ser sus superiores, a quienes había hecho el voto de obedecer. Pero también era profesor con ciertas libertades académicas; tenía el derecho de expresar sus opiniones para el escrutinio de sus iguales. El 31 de octubre de 1517, Lutero clavó sus famosas noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Era una apelación al debate académico. Decía que la Iglesia estaba en un error y que vender las indulgencias era una explotación corrupta de las masas pobres. Su desafío fue tan sensacional que de inmediato se empezaron a hacer copias. Se había arrojado el guante a mil años de civilización.
En diciembre de 1520 se le preguntó a Lutero si estaba dispuesto a comparecer ante el emperador Carlos para ser juzgado por herejía. Juan Hus (1369–1415), el reformador checo, y otros de los predecesores de Lutero habían sido quemados en la hoguera a pesar de que la Iglesia les aseguró salvoconducto. A Lutero todavía no se le había dado tal seguridad. Así es como él respondió:
Me preguntan qué haré si me llama el emperador. Iré aunque esté demasiado enfermo para sostenerme de pie. Si César me llama, Dios me llama. Si se usa la violencia, como es probable que la usen, encomiendo mi causa a Dios. Vive y reina quien salvó a los tres jóvenes del horno ardiente del rey de Babilonia, y si él no me salva, mi cabeza no vale nada comparada con Cristo. No hay tiempo para pensar en la seguridad. Debo cuidar que el evangelio no sea llevado a desprecio por nuestro temor de confesar y sellar con nuestra sangre nuestra enseñanza.11
Felizmente, Federico, duque de Sajonia y fundador de la Universidad de Lutero, obtuvo el salvoconducto. Lutero enfrentó el juicio en la ciudad de Worms. Las autoridades trataron de intimidarlo para someterse, o eliminar la amenaza que representaba al statu quo. Es difícil mejorar la prosa de Bainton:
La escena se presta para una descripción dramática. Allí estaba Carlos, heredero de una larga línea de soberanos católicos: de Maximiliano el Romántico, de Fernando el Católico, de Isabel la Ortodoxa, vástago de la casa de los Habsburgo, señor de Austria, Burgundia, los Países Bajos, España y Nápoles, sacro emperador romano, gobernando sobre un dominio más amplio que cualquiera excepto el de Carlomagno, símbolo de las uniones medievales, encarnación de un linaje glorioso aunque en declive; y allí estaba un monje sencillo, hijo de un minero, con nada que sostenerlo sino su propia fe en la Palabra de Dios. Allí es donde se encontraron el pasado y el futuro. Algunos verían en este punto el principio de los tiempos modernos... Lo que le abrumaba [a Lutero] no era tanto que estaba en presencia de un emperador como este, sino que él y el emperador por igual estaban llamados a responder ante el Dios Todopoderoso.12
Lutero no estaba procurando ser un héroe. Estaba siendo obediente a su conciencia, de la que afirmaba que estaba cautiva de la Palabra de Dios. Él no sabía que estaba inaugurando una nueva era, desatando una nueve fuente de poder, redefiniendo el heroísmo o contendiendo por una nueva fuente de autoridad de la civilización.
LA BIBLIA REDEFINE EL HEROÍSMO
La Iglesia Católica estableció un principio espléndido al transformar la idea occidental del héroe. Sin embargo, a pesar de las excepciones,* el héroe moderno no emergió sino hasta después de que la Biblia empezó a forjar la conciencia occidental. La epopeya El paraíso perdido, de Juan Milton (1608–74), por ejemplo, fue una fuerza que alteró el paradigma. El héroe (o antihéroe) de esta epopeya puritana es Lucifer (Satanás) que gana cuando los seres humanos caen en el pecado, perdiendo el paraíso. Lucifer revela el carácter de su heroísmo cuando dice que «es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo». Una implicación es que ese heroísmo clásico es diabólico. En su búsqueda de poder, hace infernal nuestro mundo.
El heroísmo clásico chocó con la Biblia debido a que el primero valoraba el poder; el heroísmo de Cristo valoraba la verdad. Otros reinos promovieron obras heroicas cultivando el orgullo racial, geográfico, lingüístico, religioso, de clase o de casta, y el odio. Jesús hizo del amor el valor supremo del reino de Dios. Este amor no era sentimentalismo. Iba más allá de amar al prójimo como a uno mismo. Su manifestación suprema era la cruz: sacrificarse por otros, incluyendo a los enemigos.
El heroísmo de Jesús reemplazó la brutalidad con amor, el orgullo con mansedumbre, y el dominio sobre otros con servicio sacrificado. Él ejemplificó esto cuando se humilló a sí mismo, tomó un recipiente de agua y la toalla del siervo, y se puso a lavarles los pies a los discípulos. En esto, dijo, es en lo que consiste el reino de Dios. Él era el Rey de reyes y Señor de señores. Todo poder en el cielo y la tierra, afirmó, era suyo; pero él no había venido para ser servido, sino para servir; no para matar, sino para dar vida eterna. No eran homilías predicadas por un gurú sentado en un trono de oro. Estas enseñanzas cambiaron la historia porque emanaron de una vida que vivió en la arena pública.
Me di cuenta del poder del evangelio para transformar cuando oí a nuestro primer ministro, Pandit Jawaharlal Nehru en 1963. Él empezó: «Conciudadanos: Vengo a ustedes como su primer siervo, porque eso es lo que el término primer ministro literalmente significa ». Me asombró porque, incluso siendo muchacho, yo sabía que ningún gobernante en la larga historia de la India se había visto jamás a sí mismo como siervo. Pandit Nehru lo hizo porque la Biblia había estado transformando a Allajabab, donde él y yo crecimos. De Allajabad él fue a Inglaterra a estudiar. El sistema político de Gran Bretaña había sido puesto bajo la autoridad de la Palabra de Dios mediante largos conflictos espirituales. Muchos héroes murieron para quitarles el poder a los reyes y dárselo a los siervos (ministros). Como resultado, el primer siervo llegó a ser más importante que el rey. Jesús empezó esta revolución cuando enseñó: «El que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos».13
¿Cómo el reino de Lucifer, que adoraba el poder, llegó a aceptar a un Cristo humillado y crucificado como el Dios Todopoderoso?
La iglesia vio la cruz de Cristo como el único camino a la salvación. El apóstol Pablo escribió que los judíos buscaban una demostración de poderes milagrosos y los griegos consideraban su evangelio locura, porque buscaban conocimiento. Él estaba, sin embargo, decidido a no predicar nada que no fuera la cruz de Cristo, porque lo débil de Dios en la cruz del Calvario era más poderoso que el hombre más poderoso. La locura del evangelio era más sabia que toda la sabiduría de los filósofos griegos.14
Siguiendo al énfasis del Nuevo Testamento sobre la cruz, los predicadores predicaron sobre la cruz, los pintores la pintaron, los poetas compusieron versos y los cantantes cantaron de las glorias de la «tosca vieja cruz». Carpinteros y canteros hicieron tantas cruces que se convirtió en el emblema de la civilización cristiana. Los arquitectos pusieron la cruz como pieza central en los vitrales de sus iglesias y catedrales. Conforme las masas se sentaban para meditar en el significado de la cruz, ella cambiaba la conciencia occidental desde adentro. Un caballero brutal, triunfante, ya no podía ser un héroe cristiano inspirador. Era el opuesto de un Mesías crucificado, humillado, que murió para que los demás pudieran vivir.
La Biblia aseguró que el heroísmo cobrara un nuevo significado. El heroísmo ahora significaba una fe robusta que se negaba a doblegarse ante el mal y la falsedad; una fe que triunfa sobre el arma definitiva de Satanás, el miedo a la muerte.15 Incluye una rendición a Dios que autoriza a Dios que lo sacrifique a uno para beneficio de otros.16 Este fue el heroísmo de Wycliffe, Hus, Lutero, Tyndale, Calvino, Knox y los que les siguieron para producir el mundo moderno.
No eran superhombres. Eran personas como nosotros: falibles, con pies de barro. Cometieron sus equivocaciones. Lutero justificó aplastar la revuelta de los campesinos. Muchos luteranos no toleraban a los anabaptistas. Eran hijos de una Edad Media intolerante y brutal. Y sin embargo, fueron los pioneros del mundo moderno, porque también trascendieron su edad. Dieron paso a la mayor revolución del segundo milenio; una revolución que, entre otras cosas, convirtió a los héroes en siervos que se sacrificaban a sí mismos.
* Cuando los primeros cruzados irrumpieron en la «ciudad santa» de Jerusalén el 15 de julio de 1099, «la purificaron» matando a prácticamente todos sus habitantes.
* El Nuevo Testamento justifica el uso de la espada por el estado para restringir el mal. Véase, por ejemplo, Romanos 13.1–5.
* Por supuesto, la India era un millar de reinos minúsculos cuando la Compañía de la India Oriental la colonizó. La idea de una India como una nación vino (indirectamente) de la Biblia durante la era colonial.
** Tal vez él pudiera pensar que la colonización es la única manera de bendecir a Afganistán, pero por ahora no le puede decir eso ni siquiera a sus amigos de confianza. La idea es moralmente inconcebible.
* Nivedit y Anandit tenían entonces cinco y tres años.
* Actualmente, Kay Holler.
** Mi padre murió pocos meses más tarde, y luego nos enteramos de que los que le habían robado murieron en un accidente en la motocicleta que habían comprado con su dinero.
* La Iglesia envió caballeros a las cruzadas para librar a Jerusalén en parte porque en su propia patria eran un fastidio.
* Tierra o propiedad sometida bajo el sistema feudal de «propiedad».
* Algunos eruditos discuten que Tomás de Kempis fuese el autor de este volumen, aunque en efecto representa su comprensión de la espiritualidad cristiana.
** El obispo de más alta jerarquía en una provincia.
* San Patricio es una buena excepción. Véase De cómo los irlandeses salvaron la civilización, de Cahill.